Me forzaron a ser infiel a mi marido.

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Actualmente tengo 40 años. Lo que voy a contar sucedió hace ya algo más de 5 años. Conocía mi marido en la universidad. Anteriormente había tenido dos novios, pero el primer hombre con el que hice el amor fue con mi marido. Después de tantos años juntos, cuando nuestra actividad sexual se apagó un poco, tanto en intensidad como en cantidad, mi marido intentó convencerme para probar cosas nuevas. Durante meses intentó explicarme que le excitaba imaginarse que yo follaba con otros hombres. Me confesó que realmente lo deseaba. Que nada tenían que ver el amor y el sexo. Que podía existir el sexo sin amor. Etc., etc., etc.? Pero yo no lo veía claro. Me excitaba como fantasía. Pero no pasaba de eso. Por lo demás, nuestro matrimonio era maravilloso.

Pero sumergidos en plena crisis económica medio mundo, la empresa de mi marido cerró, dejándole en el paro. Al cabo de los meses, sin encontrar nuevo empleo, se fue sumiendo en una pequeña depresión. Y esto si empezó a afectar a nuestra relación. Hastiado. Aburrido. Apático. No salía de casa. Y también nuestra vida íntima se vio tan afectada que, para calmar mis deseos, tenía que masturbarme a escondidas.

En un intento por ayudarle, recordé que Santiago, un antiguo compañero de carrera, tenía un puesto directivo en una buena multinacional. A través de amigos comunes conseguí localizarle. Le llevé el currículum de mi marido. Pero me contestó que en su empresa estaba rescindiendo contratos en lugar de aumentar la plantilla. Estaba completamente desesperada. Sabía que Santiago en el pasado había estado enamorado de mí. Lloré y supliqué por un empleo. Sólo obtuve buenas palabras.

Pasados dos meses volví a insistir con Santiago. Su respuesta no fue tan negativa; pero igualmente desesperante. Al cabo de dos nuevas semanas me llamó y comimos juntos. Lo que durante esa comida sucedió me indignó. Me sentí ultrajada, por no decir vejada. Me pidió un encuentro sexual a cambio de un empleo para mi marido. Santiago lo enmascaró en algo así como un favor por otro favor. Me levanté encolerizada y me marché.

Poco después la melancolía de mi marido metió nuestra relación en tal espiral que hablábamos de separación. Era tal mi desesperación que acepté la proposición de Santiago con una serie de condiciones. Mi marido no se enteraría. Sólo habría un encuentro sexual. Desaparecería de nuestras vidas. Y que lo haríamos en cuanto mi marido firmase un contrato indefinido.

Al cabo de un mes de estar mi marido trabajando le hicieron fijo. Mi marido resurgió de sus propias cenizas y todo en nuestra vida volvía poco a poco a la normalidad. Naturalmente recibí la llamada de Santiago. Quedamos un sábado. Engañé a mi marido diciendo que salía con unas amigas a cenar y tomar algo.

Cené con Santiago. Después de tomar una copa fuimos a un hotel. Me sentía fatal, como desposeída de mi dignidad cuando subíamos en el ascensor hasta la quinta planta del hotel.

Ya en la habitación, con educada gentileza me ayudó a quitarme el abrigo. Se plantó frente a mí con una sonrisa que, en otro momento, me habría resultado incluso atractiva. No podía pensar. Estaba tan azarada que me sentía como fuera de mí ser. Era como si mi cuerpo no me perteneciera. Supe que me iba a besar. Y lo hizo. Un beso prolongado, apasionado y frío. Su lengua penetró mi boca. Sus brazos me rodearon. Cerré los ojos e intenté evadirme. Mientras sus brazos descendían lentos por mi espalda hacia mi culo, poblé mi mente de pensamientos. Eran como fotos de mi vida. Fotos de mi marido postrado en el sillón, abatido, deprimido? Fotos del pasado, cuando conocí a Santiago en la Facultad. Tan arrogante como simpático. Tan seguro de sí mismo como atractivo.

Dejó de besarme en la boca y empezó a acariciar mi cuello con los labios. Seguí con los ojos cerrados. Mi cuerpo inerte no sentía absolutamente nada. Sus manos, entre nuestros cuerpos, empezaron a desabotonar torpemente mi blusa negra. El último botón se le resistió. Lo solucionó dando un fuerte tirón de la blusa. El botón saltó por los aires. Fue la primera vez que mi cuerpo despertó tibiamente. Asomó algo parecido al deseo. Algo que se acercaba a los primeros síntomas de la excitación. Fue algo varonil a lo que yo no estaba acostumbrada. Retiró la blusa de mis hombros y me la sacó de los brazos, dejándola caer al suelo.

Su boca descendió hacia mi escote. Con algo de rudeza y torpeza consiguió sacar una de mis tetas del sujetador. Su boca tomó posesión de mi seno. Lo succionó como un bebé. Desesperado. Atropelladamente. Justo cuando empezó a mordisquear el pezón sus manos lograron desabrochar el sujetador negro con encajes. Lo dejó caer al suelo. Mis tetas, creo que generosas (talla 95) quedaron liberadas. Los pezones endurecidos. Porque aunque yo no quería aquello que estaba pasando, aunque mi mente se negaba a la realidad, mi cuerpo empezaba a responder tibiamente. Creo que por culpa de esa torpe rudeza, por culpa de ese aire varonil?

Acarició, manoseó, lamió, succionó ambos pechos. Pellizcó los dos pezones. Cuando volvió a besarme en la boca, ahora con cierta lascivia descontrolada, sus manos desabrocharon mis pantalones vaqueros. Con firmeza los bajó hasta rebasar la curva de mis glúteos.

Se agachó delante de mí para sacarme los pantalones. Se volvió a levantar. Me miró fijamente. Y con la sonrisa del que se sabe seguro de sí y con cierto aire de superioridad y dominio, arrancó con ambas manos el tanga negro. Lo rajó. Para mi sorpresa eso sí me excitó. No sé por qué. Pero tuve que reprimir un gemido. Sentirme dominada por él me excitaba.

Me dio un ligero empujón que me hizo caer en la cama. Me quedé tumbada. Quieta. En silencio. Mirando mientras él se desnudaba. Le miraba, aunque mis pensamientos estaban lejos de allí. ¿Sería eso lo que a mi marido le excitaría? ¿Ver cómo otro hombre me follaba? Al quitarse la ropa interior interrumpí mis pensamientos. El tamaño y grosor de su miembro sí llamaron mi atención. Tenía una polla verdaderamente grande y gruesa. Completamente empalmada, se parecía a aquellas pollas que yo sólo había visto en películas porno.

Santiago se arrodilló entre mis piernas. Separó mis muslos. Se inclinó sobre mi pubis. Sus labios envolvieron los labios de mi coño como en un beso. Su lengua entró en contacto con mi sexo. Fueron unos minutos de maravilloso sexo oral. Con los ojos cerrados, el resto del mundo pareció desaparecer. Las sensaciones de su boca en mi coño hicieron que mi cuerpo se impusiera a mi mente. Gemí. Al principio leve y casi en silencio. Al poco mis caderas danzaban al ritmo de su lengua y mis gemidos subieron de tono.

Paró. Se puso a gatas encima de mí. Me besó brevemente en la boca y se sentó entre mis piernas. Las palmas de sus manos acariciaron lentamente el contorno de mi sexo y el interior de los muslos. Sus dedos se acercaron a los labios de mi coño. Se apoderó de él como si le hubiera pertenecido toda la vida. Al principio con delicadeza. Poco a poco dejó que su deseo acelerase los movimientos. Al poco introdujo un dedo. Me folló atropelladamente unos segundos. Después me penetró con dos. Luego con tres. Con la otra mano no dejaba de presionarme el pubis y acariciarme el clítoris. Empezaba a estar tan excitada que ya nada importaba, excepto sentir placer.

Seguía sin poder mirarle a la cara, cuando el mismo con virilidad me ayudó a darme la vuelta sobre mí misma. Quedé tendida boca abajo. Me acarició la espalda. También las piernas. Sentí que sus manos amasaban mi culo. Percibí como ahora sus manos separaban mis glúteos dejando expuestos e indefensos mis dos agujeros. Se inclinó sobre mi cuerpo y metió su cabeza en mi culo. Lamio mi orificio anal antes de separarme aún más los cachetes y penetrarme el culo con la punta de su lengua. Un escalofrío placentero recorrió toda mi espalda. Quería que llegase el final y a la vez quería seguir disfrutando con tanto placer. Pensé que hacía demasiado tiempo que vida sexual era monótona y escasa. Apartó su cabeza de mi trasero. Sin avisarme me metió un dedo en el culo de un solo movimiento. Grité. Me había dolido. Pero también gemí. Su brusquedad me hacía sentir, en cierto modo, tan indefensa que, me excitaba. Dejó el dedo unos segundos inmóviles. Hasta que empezó a follarme el culo salvajemente.

El dolor desapareció al poco, descargando por todo mi cuerpo oleadas de placer. Seguí gritando. Pero ahora eran gritos placenteros.

En cuanto sacó el dedo, me cogió por las caderas y me dijo que me pusiera a gatas. Se colocó detrás. Intenté relajarme para recibir aquella polla inmensa. Sabía que en un acto de demostrarme su dominación y su hombría me la metería sin delicadeza.

Me equivoqué. Volvió a meterme un dedo en el culo. Acto seguido acercó ese enorme capullo a la entrada de mi estrecho conejito? Con firmeza, pero lentamente me la fue metiendo. Fue maravilloso. Sublime. Sentí cómo aquel enorme pollón se abría camino en el interior de mi coño. Me lo llenó como nunca antes había estado. Lo dejó quieto uno o dos segundos. Luego empezó a sacarlo y meterlo de un solo movimiento. Lo sacaba. Paraba. Lo volvía a meter? Al poco empezó a follarme atropelladamente. Volvía a sacarla. Me la metía de nuevo y se movía lentamente. Así varios minutos. Yo moría sabiendo que era capaz de sentir tanto placer con otro hombre.

-¿Te gusta? ?me preguntó.

-Sí.

-¿Cuánto te gusta, zorra? ?añadió a la vez que me sacaba el dedo del culo y me azotaba el culo.

Gemí casi en un aullido. Me di cuenta que estaba fuera de mis casillas. Nunca antes me había sentido así. No sé si fue el que me llamase zorra o el azote que aún me picaba. Pero me empezaba a gustar y mucho.

-Mu? Mucho. Me gusta mucho ?acerté a contestar entre sollozos celestiales.

Continuó follándome. A veces despacio. A veces más aceleradamente. Los azotes se intensificaron. Y yo ardía en lujuria. Me sentía sucia. Me sentía una fulana. Me sentía bien.

-No pares. Fóllame? -supliqué.

-Al final va a resultar que eres una auténtica putita viciosa.

-Síííí?.

Paró y se apartó. Se tumbó en la cama. Y me dijo:

-Ven, pequeña zorra y cabálgame

Cada palabra suya soez conseguía subir más mi calentura. Estaba irreconocible. Desatada. Sólo pensaba en follar. Y encima tenía allí, ante mis ojos un pedazo de polla tremenda. Me senté sobre su barra de acero dejando que volviera a meterse dentro de mí. Cada una de sus manos estrujaron una de mis tetas mientras yo, enloquecida cabalgaba su miembro. Con mi mano derecha empecé a frotar mi clítoris hasta gritar y gritar de placer al sentir el orgasmo. Un calor súbito recorrió todo mi cuerpo. Mis músculos se tensaron. Un alarido de sensaciones deliciosas brotó de boca. Y caí sobre su pecho.

No me dejó recuperarme. Simplemente se zafó de mi cuerpo. Me dio la vuelta. Cogió mis piernas, las separó y se tiró lateralmente sobre mí. Volvió a penetrarme. Me folló no sé si segundos o un largo minuto. Hasta que por fin sacó su polla, la agarró con su mano derecha y dirigió los fluidos que escupía sobre mi cuerpo. Regó mi vientre y parte de una de las tetas con su cálido y viscoso semen. Se tumbó a mi lado y frotó la leche por mi cuerpo como si extendiera bronceador. Se incorporó y lamió su propio semen y me besó. Me besó con lujuria, metiendo alguno de los dedos llenos de sus fluidos también en mi boca. Así me hizo saborear su líquido.

Un silencio culpable llenó la habitación. Me levanté para ir la ducha. Santiago me siguió. Llenó sus manos de gel y me limpió su corrida frotándome el vientre y las tetas. Volvió a llenar sus manos de gel y me frotó pausada y diestramente el coño y el culo. En un acto sin pensar cogí gel y empecé a frotarle aquella maravillosa polla que tanto placer me había dado. Ahora, todavía empalmada, había perdido parte de su dureza. Al poco me giró e hizo que me inclinase hacia delante. Apoyé las manos en la pared de la ducha y volvió a penetrarme. Mientras me follaba noté como su polla volvía a endurecerse.

Salimos de la ducha y nos secamos atropelladamente. Aún medio mojados volvimos a la cama. Esta vez me sorprendía a mí misma tomando la iniciativa por un instante. Me arrodillé a su lado. Cogí con una mano su verga y me la llevé a la boca. La lamí. Me metí lo que pude en la boca. No me había dado cuenta de lo mucho que deseaba mamar ese pedazo de nabo. Otra vez estaba aturdida. Desconocida por mí misma. Llena de obscenidad y lujuria.

Y volvimos a follar. Primero le cabalgué un buen rato. Después me folló a gatas. También lo hizo tumbado sobre mí. Me insultó. Y cada vez que me llamaba guarra o zorra sentía una subida de excitación. Como una posesa llegué a un nuevo orgasmo después de correrse él.

En su coche, de regreso a mi casa, prácticamente no hablamos. Me sentía culpable. Muy culpable. Tenía remordimientos. Por primera vez en mi vida había sido infiel. Lo peor era que me había gustado. Que había disfrutado y mucho. Era todo tan confuso?

Supe que mi marido tenía razón en una cosa: se podía disfrutar del sexo sin sentir amor.

Sabía que había sido el mejor polvo de mi vida. Y eso me atormentaba. Realmente había sido el único polvo de mi vida. Pues durante años, con mi marido simplemente había hecho el amor.

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AlfredoTT
AlfredoTT
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