El placer de espiar a mi suegra

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Esta historia real transcurre durante varios meses en los que poco a poco fui fijándome en mi suegra como un objetivo apetecible. A pesar de su edad, 60 años, debo decir que está muy apetecible. Ella (la llamaremos María) es una mujer muy recatada que no deja entrever nada de su cuerpo con escotes inexistentes y faldas por debajo de la rodilla. Vive con su marido, un auténtico déspota que la utiliza como criada para llevarle y traerle las zapatillas, el periódico y la comida. Su cuerpo denota el paso del tiempo pero con el mantenimiento al que lo somete lo convierte en muy digno y atractivo. Lo que más destaca de ella son sus enormes caderas que conforman un enorme culo que se puede entrever mientras hace las labores de casa, siendo sus pechos algo caídos pero de gran tamaño.

Evidentemente, llegué a conocerla a través de mi pareja, (Elena) con la que el sexo se ha convertido en una rutina cada vez más escasa. Ella tiene el trasero más apetecible que había visto nunca pero comer siempre lo mismo es de lo más aburrido.

Visitábamos a menudo la casa de mis suegros que como era en otra ciudad diferente a la que vivíamos, eran de fin de semana y por ello incluía la noche y una convivencia en la que salía a la luz todos los entresijos de mi familia política. Hasta que no pasó mucho tiempo y a pesar de vivir juntos, Elena y yo no dormíamos en la misma habitación. A mi me asignaban un cuarto situado enfrente al de mis suegros dejando la sala, por deferencia al foráneo, a su hija. Elena y su madre son unas fanáticas de las compritas de ?ropita a seis euros? en mercados y ferias de la ciudad y cada vez que les visitamos tienen alguna novedad que enseñarse.

Hace dos inviernos que empecé a ver a mi suegra de otra manera y entró en mis fantasías eróticas por encuentros casuales e inesperados pero otros provocados y planificados. Los primeros y sucedieron por una puerta entreabierta en su habitación una noche en la que se probaban lo ?cazado? esa misma tarde en el mercadillo. La suegra mostraba a su hija una falda de marca a mitad de precio y hablaban de si sería de su talla o si le quedaría pequeña. Yo que había ido a la habitación a buscar una radio pequeña para escuchar el partido de fútbol del sábado, pude escuchar tal conversación y el tema me había parecido que podía llevar a lo que al final llevó, me quedé tras la puerta observando lo que pasaba:

– Pues es preciosa, mamá, fíjate que detalle más bonito el del broche…

– Si hija, pero no se si me servirá, con esta cadera que tengo…

– Pruébatela y miramos.

En ese momento mi suegra desabrochó la que llevaba puesta y poco a poco fue deslizándola, frente a su hija a la que casi no veía por un armario abierto, por esa cadera que tanto la tenían preocupada. La misión fue facilitada por el roce de los pantis negros, hasta la cintura, que llevaba debajo y que me permitieron ver por primera vez sus bragas blancas (no podemos utilizar en su caso el diminutivo) que se transparentaban por debajo. Por miedo en ese momento a ser cogido infraganti me retiré al salón donde mi suegro cantaba gol del Madrid y me llamaba para verlo con él.

El resto del día no podía pensar en otra cosa que no fuera esa visión de una mujer entrada en años, mi suegra, tan recatada en sus acciones y a la hora de vestir y en el deseo de llegar a más en las observaciones. Esa misma noche me hice una paja pensando en la visión de aquella tarde y en la suerte que tenía Manolo su marido en poder contemplar todas las noches a María desnudarse. Yo quería hacer lo mismo y debía pensar de que manera.

Mi relación con ella fue cada vez más afectuosa por mi parte, dentro de un orden claro está, lo que era respondido con ella de manera receptiva. Mi carácter extrovertido hacía que se riera de mis chistes y que fuera parte importante dentro de mi familia política. Pero no perdía oportunidad para intentar ver su escote cuando la oportunidad se presentaba o por debajo de sus faldas o esas camisetas veraniegas hasta las rodillas, aunque con escaso éxito. Sus mejores secretos solo podían ser vistos por el déspota de su marido por las noches y por los espejos de los baños…

Meses más tarde y por una enfermedad que le descubrieron a mi suegro, tuvo que pasar unas semanas en nuestro apartamento ya que su marido estaba ingresado en un hospital de nuestra ciudad. Aún con lo delicado de la situación, mi mente estaba puesta en la forma de poder ver los tesoros que, de seguro guardaba mi soñada y reprimida suegra.

Nuestra vivienda es pequeña ya que solo dispone de una habitación, un baño, una cocina y una sala con un sofá cama para las visitas. Durante varios días durmió en la sala y mi objetivo se presentaba imposible por el miedo a actuar y ser cazado. Ella se quedaba viendo la tele conmigo ya que me hacía el remolón para ir a la cama con Elena, que se acostaba pronto para madrugar al día siguiente. Eran momentos de excitación ya que estábamos sentados en el mismo sofá y próximos a que en el baño se desnudara. Normalmente cerraba la puerta para cambiarse pero en cierta ocasión quedó simplemente arrimada… mi momento para actuar (pensé yo)…

Ese día llevaba una camiseta color violeta con una falda larga de color azul y que para nada resultaban excitantes a no ser que fuera la ropa que llevaba puesta el día en el que me mostró sus enormes secretos. Se levantó sin decir nada y cogió una pequeña bolsa de supermercado en la que traía su ropa y un pequeño neceser de viaje y entró en el baño arrimando la puerta Me acerqué sigilosamente y por la rendija vi que se estaba lavando los dientes. Mas que ver, intuía por que era un espacio muy pequeño el que había pero en un arranque de valentía y con el corazón a cien empuje levemente la puerta hasta tener una visón algo más clara. Y de que manera, con los espejos del baño tenía una visión de la escena como nunca lo imaginara. Solo quedaba, oculto en la oscuridad, no ser cazado.

Cuando terminó se limpió la boca con un enjuague bucal pero en ese momento me retiré de nuevo al sillón por si salía y me cogía en la puerta. Pasaron unos segundos y mi excitación me hizo pasar de nuevo a mi puesto de observación. Vamos suegra querida dame lo que más quiero!! (pensaba yo) Temía que mis pasos pudieran delatarme así que me descalcé y subí levemente el volumen de la televisión. Esta vez la visión empezaba a ser más caliente. Sentada en el inodoro, con las bragas en los tobillos estaba meando y leía las indicaciones de un champú que había en la bañera. Yo en ese momento ya me meneaba mi sexo con suavidad ya que sabía que la sesión no había hecho más que comenzar. Al terminar cogió papel higiénico y lo pasó doblado por su sexo en una maniobra que no pude ver con claridad por la falda que aún llevaba puesto. Esperaba el momento de que subiera las bragas como uno de los más importantes para poder ver su enorme y peludo chocho, pero eso no llegó, mejor aún, se levantó y las recogió del suelo con la mano y se las acercó a la nariz para olerlas. Eso me pareció el sumun de la intimidad, oler tu propia ropa interior!!

Metió las bragas en su bolsa y sacó de ella un camisón sin ninguna concesión al morbo, azul y sin escote con botones hasta el cuello. Mi miedo a ser cazado era grande pero sabía que no saldría del baño sin bragas así que no me retiré de mi posición hasta el final. Se situó frente al espejo grande y sin ninguna concesión al espectáculo que aunque no lo sabía ella me estaba dando, se quitó la blusa pasando a mostrar sus enormes pechos cubiertos de un sujetador de encaje color morado. Ya estaba a cien cuando, lo sacó hábilmente y pude contemplar sus pezones grandes, redondos y marroncitos como los de su hija.

Por qué no entro ahora y la pillo de sorpresa con la disculpa de tener mucha necesidad de ir al baño? (pensaba yo) pero no podría reprimirme y pasaría a lamerlos con la lengua y su reacción no sería como la que yo esperaría y podemos leer en la mayoría de los relatos que se mandan. Además me jugaba mi relación con su hija que por aquel entonces ya se había consolidado.

A continuación bajó la cremallera de su falda en un gesto seguro que mil veces repetido por ella pero que costó más de lo esperado a ver por su reacción. Parecía estar algo atascada y el momento de correrme al ver su gran trasero tuvo que esperar unos instantes que se me hicieron eternos. Poco a poco fue bajando su falda dejando ante mi, a escasos metro y medio, un culo enorme, algo flácido y caído con unas rojeces en todo su perímetro dejadas por el inodoro. Se continuaba ese culo con unas pistoleras de celulitis que daban a la visión cierta realidad y es que no era como el de las revistas de mujeres ni nada por el estilo pero a mi me excitaba de tal manera que me corrí en la mano en la paja más placentera que jamás había tenido nunca.

Pronto me retiré a sacarme el semen con una servilleta a la cocina y a situarme en el sillón como si nada hubiera pasado. No había tenido la ocasión de ver su chochete pero ya habría más ocasiones. Salió como de costumbre con su bolsa de ropa interior que colocaba a los pies de su cama para que nadie pudiera acceder a ella (pensaba yo, ¿se imaginará algo?). En ese momento me levanté:

– Bueno, me voy a acostar porque supongo que ya querrá acostarse Maria.

– Muy bien, (respondió ella secamente) ¿Acabó ya Crónicas Marcianas?.

– No, pero ya llegó hoy de espectáculo (contesté aun turbado)

Me levanté y acercándome a ella le di un besito de buenas noches y pasé mi mano derecha aún con algo de semen sobre su cintura en un último atrevimiento.

Esa noche no pude pegar ojo y me masturbé varias veces en mi cama e incluso me acerque hasta el salón y lo hice con la visión de mi querida suegra, tapada eso si, hasta las orejas.

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AlfredoTT
AlfredoTT
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