Acompañando a mi hermanita en su despedida de soltera

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Cuando me extendieron la invitación para asistir a la celebración de despedida de soltera de mi hermana Carol, me quedé sin palabras. Mis otras tres inseparables amigas habían organizado meticulosamente todos los detalles: teníamos planeado acudir a un espectáculo de strippers y desembolsar un costo adicional para acceder a una exclusiva sala VIP, donde contaríamos con la presencia de un individuo dispuesto a satisfacer nuestros caprichos.

Me atreví a preguntarles si existía la remota posibilidad de que se llevara a cabo una escena de índole sexual con alguna de las presentes, una idea que, solo con imaginarla, me generaba una considerable incomodidad al ser yo una testigo de Jehová practicante. Ellas me aseguraron que no debía preocuparme, que simplemente nos dedicaríamos a disfrutar de un momento de esparcimiento y que, en el peor de los escenarios, el stripper “nos permitiría tocarle levemente el miembro viril”. Entre risas nerviosas, comprendí que ese sencillo gesto me resultaba sumamente desagradable.

Finalmente llegó la ansiada noche del sábado. Sin previo aviso, decidimos mantener en secreto nuestros planes a Carol: era una sorpresa que estábamos ansiosas por revelar. La convencimos con astucia para que nos acompañara al “Piso 14”, un exclusivo club nocturno que destacaba por sus excelentes reseñas en Google. Al principio, Carol se mostró reticente, expresando dudas y preocupaciones sobre la elección del lugar. Insistía en que prefería una velada más sosegada y temía las posibles consecuencias si su prometido descubría nuestra escapada nocturna. Eso me hizo sentir mucho más tranquila y relajada. Sus tres amigas la convencieron amablemente de tomar unos cuantos tragos juntas. Si después de un rato no estábamos disfrutando del momento, acordamos que nos iríamos sin dudarlo.

Al principio, cuando entramos, nos encontramos en una sala amplia y penumbrosa, con mesas redondas dispuestas para 4 o 5 comensales. Estaban distribuidas alrededor de un pequeño escenario, donde se proyectaban destellos de luces. Decidimos ubicarnos bastante cerca del escenario, lo cual, personalmente, no era de mi total agrado. En ese momento, se aproximó una joven camarera y nos consultó sobre nuestras preferencias para consumir. En mi caso, opté por solicitar una refrescante Coca-Cola. Sus queridas amigas, junto con la encantadora Carol, solicitaron con entusiasmo la presencia de un exquisito Pisco Sour, acompañado de no una, ni dos, sino cuatro elegantes copas para brindar y disfrutar de este momento especial juntas.

El espectáculo aún no había comenzado. Carol ya había consumido cinco copas de bebidas. Me tomé el tiempo de contarlas. Mientras tanto, sus amigas disfrutaban de sus tragos a un ritmo más pausado. En medio de todo esto, habían estado intentando persuadirla para que se relaje, para que se entregue al momento. Para que pueda disfrutar al máximo de su última noche antes de comprometerse con la vida conyugal.

En un determinado instante, de repente, todas las luces se apagaron por completo. En ese preciso momento, me agarré con fuerza a mi botella de Coca-Cola. Debo admitir que me invadió un profundo sentimiento de terror. Mientras tanto, sus amigas, junto con Carol, no podían contener la risa ante mi reacción. Las expectativas que tenía sobre la posibilidad de que Carol decidiera abandonar el espectáculo en el “Piso 14” se desvanecieron por completo, quedando reducidas a nada. La luz regresó de forma tenue y un atractivo joven de apariencia venezolana de aproximadamente 25 años se subió al escenario elegantemente vestido de traje. En cuestión de breves segundos, con gracia y sensualidad, se deshizo del saco y la camisa, dejando al descubierto su esculpido torso. Comenzó a jugar coquetamente con su pantalón, mientras todas las mujeres presentes en el lugar lanzaban gritos de emoción y admiración. Tras unos movimientos de baile al compás de la pegajosa canción “I love rock and roll” de Joan Jett, el apuesto stripper se despojó del pantalón de manera espectacular, al estilo de la famosa escena de “Full Monty”, y se quedó únicamente con unos diminutos calzoncillos que resaltaban de manera prominente su virilidad. Sus redondas y voluptuosas nalgas estaban completamente al descubierto, atrayendo todas las miradas en la sala.

La joven camarera trajo otra exquisita jarra de Pisco Sour, y Carol, con una sonrisa pícara en el rostro, fue la primera en servirse una copa generosa. En ese momento, ya se encontraba en un estado de embriaguez considerable. El apuesto stripper, con su sensualidad magnética, extendió una invitación al público presente para que alguien se uniera a él en un baile seductor. Sus amigas, con entusiasmo y algarabía, alentaron a Carol para que se animara a subir al escenario y disfrutar de la experiencia. No pasó mucho tiempo antes de lograr persuadirla: el alcohol del pisco había invadido por completo su mente. En el momento en que Carol se disponía a subir al escenario, pude observar cómo una de sus queridas amistades entablaba una conversación con un caballero situado en la barra. Seguramente estaría desembolsando una considerable suma por acceder al exclusivo sector VIP, me alarmé. En ese instante, me di cuenta de que ya no había posibilidad alguna de escapar. Inhalé profundamente y me esforcé por convencerme a mí misma de que todo saldría bien. Carol estaba firmemente aferrada a un largo palo que se encontraba estratégicamente ubicado en el centro del escenario, mientras el apuesto stripper se movía con gracia a su alrededor.

Todas las distinguidas damas presentes en el recinto, incluyendo sus entrañables amigas, no podían contener su emoción y dejaban escapar estridentes gritos cada vez que el atractivo bailarín rozaba con sensualidad el abultamiento de su entrepierna contra Carol. En un instante de audacia, el stripper desafió a Carol a desatar el intrincado nudo que adornaba la diminuta prenda que cubría su cadera. Carol, con una mezcla de nerviosismo y excitación, se inclinó hacia adelante, colocando su rostro a escasos centímetros del abultamiento, y procedió a deshacer el complicado nudo. Finalmente, el diminuto calzoncillo cayó al suelo con un suave susurro, desatando la euforia en la audiencia. Nunca en mi vida vi un miembro viril tan descomunal, mi exesposo no llegaba a los 12 centímetros, y tenía el grosor de 3 lápices juntos. En cambio, este pene tenía la longitud de una hoja tamaño carta. O incluso más extenso. Probablemente rondaba los 25 centímetros de largo. Se percibía sumamente grueso y robusto. Sus testículos, asimismo, destacaban por su notable tamaño.

–Beso, beso, beso–empezaron a corear todas las mujeres hermosas que se encontraban en el animado y bullicioso local.

Mi hermana Carol mantenía una expresión de complicidad y echaba un vistazo al respetable. Aquel falo descomunal que tenía delante no parecía causarle la más mínima incomodidad. El bailarín exótico seguía el compás de la música entonada por los espectadores. Mis compañeras de juerga comenzaron a animarla con entusiasmo. Carol decidió darle un tierno beso en la punta del miembro viril. El estruendoso griterío se intensificó notablemente. Justo cuando creí que la situación más crítica había quedado atrás, Carol agarró el pene con firmeza entre sus manos. Este ya presentaba una erección considerable. Lo introdujo en su boca con avidez, como si fuera un delicioso helado de crema. Me quedé atónita, incapaz de asimilar lo que mis ojos presenciaban.

En vano fue intentar comunicarles a sus queridas amigas que la situación se había descontrolado por completo. Fui etiquetada como mojigata, como una persona amargada. Una vez más, opté por quedarme al lado de Carol, si no me iba del local, era tan solo por cuidar de mi hermanita menor. Me veía a mí misma como su protectora en medio de ese caos de mujeres emocionadas. Dirigí mi mirada una vez más hacia el escenario. El miembro viril del bailarín exótico permanecía dentro de la cavidad bucal de Carol, realizando un movimiento rítmico de penetración y retracción. El extremo más prominente de su falo se distinguía claramente a través de la piel de una de las mejillas.

  • ¡Garganta profunda! ¡Garganta profunda! –empezaron a corear entusiastamente las mujeres del lugar, incluidas sus queridas amigas.

El sensual stripper agarró a Carol del cabello y penetró su miembro viril casi por completo en su boca: más de 20 centímetros de carne recorriendo la lengua, el paladar y la garganta. Carol lo mantuvo en su interior durante un prolongado lapso. Se podía percibir que estaba realizando grandes esfuerzos para evitar asfixiarse: los músculos de su cuello se encontraban en una notable tensión. Finalmente, el stripper retiró su pene de la cavidad bucal de Carol. Un grueso hilo de saliva mezclado con otros fluidos corporales cayó al suelo. La ovación de la multitud fue verdaderamente increíble y emocionante. Todas las personas presentes en el evento estaban festejando y aplaudiendo con entusiasmo lo extraordinario que acababa de lograr Carol con su destacada actuación.

Mi sorpresa y desconcierto en ese instante alcanzaron tal magnitud que perdí por completo la noción de la zona VIP. El bailarín exótico agarró la mano de mi hermanita y la condujo hacia la parte posterior del escenario. Un guardia de seguridad se aproximó a nuestra mesa y nos indicó que lo siguiéramos. Nos guió hasta una estancia equipada con elegantes butacas y una iluminación ligeramente más acogedora. Carol ya se encontraba allí con el bailarín, acomodada en otro asiento. El individuo continuaba dirigiéndose a ella y ella no podía contener la risa, mostrando una expresión facial completamente desencajada. En el momento en que se percataron de nuestra presencia, el bailarín exótico se aproximó hacia nosotras exhibiendo su miembro viril en estado de erección. Dos de mis compañeras decidieron estimularlo manualmente por un breve lapso, mientras que otra optó por darle un pequeño beso en la punta del pene. Cuando llegó mi turno de participar, me quedé completamente atónita, por lo que la situación empeoró notablemente. El stripper comenzó a rozarme con su miembro en el abdomen. Las amigas de mi hermana estaban riéndose a carcajadas. Reuní coraje y le acaricié ligeramente el pene como para que se detuviera. Su erección se sentía extremadamente firme y ardiente. Al sostenerlo entre mis manos, me cuestioné cómo era posible que algo tan grande pudiera caber en la vagina de una mujer. Estaba a punto de tener mi respuesta.

Carol lucía radiante con un elegante vestido rojo adornado con lunares blancos. Sus piernas, con grandes muslos y bien torneadas, se mostraban completamente al descubierto, realzando su figura. Completando su look, llevaba unos sofisticados zapatos de tacón que estilizaban aún más su silueta. El stripper, decidido a sorprenderla, tomó la iniciativa y, con un gesto audaz, agarró el borde del vestido en la parte inferior y lo elevó con determinación, revelando su ropa interior con un movimiento rápido y preciso. En cuestión de segundos, Carol quedó solo con su sensual conjunto de lencería negra, con delicados detalles de encaje que realzaban su belleza natural. Yo nunca me habría atrevido a ponerme algo así. Quizás porque tampoco tenía el cuerpo de Carol: delgada de piel trigueña, con senos grandes bien redondos y firmes, sin un solo rastro de celulitis ni estrías en las piernas, y unas grandes nalgas para completar atractivamente su figura. Me pareció visualmente atractivo observar el contraste entre la piel morena del stripper y la piel trigueña de Carol. Sus amigas, por su parte, ya habían solicitado dos botellas de vino. Bebían y se divertían a carcajadas. Van a bailar un poco y se termina, pensé para mis adentros. El VIP no debe ser más que un show de unos minutos, pensé doblemente mal en mi mente.

El stripper se sentó con determinación en el amplio y cómodo sillón, y de manera enérgica tomó a Carol por la cintura, depositándola con firmeza sobre sus robustos muslos. Desde mi posición, pude observar con detenimiento el contorno del cuerpo de Carol, mientras el stripper, con brusquedad, deslizaba con ímpetu el calzón hacia un lado. Sorprendentemente, ni siquiera se molestó en retirarla por completo. Además, no mostró la más mínima precaución al no utilizar un preservativo antes de penetrarla sin dilación con su miembro viril. Escuché claramente el grito ahogado de Carol resonando en la habitación. Desde mi privilegiado ángulo de visión, pude observar detenidamente cómo los testículos del stripper se unían de manera gradual con las redondeadas nalgas de Carol. El hombre había logrado introducirse completamente en ella, alcanzando una profundidad sorprendente. Sosteniéndola con firmeza por la cintura, continuaba bombeando con una intensidad y rapidez que desafiaban toda lógica. A pesar de estar completamente sobria, me resultaba incomprensible cómo aquel imponente miembro viril lograba alojarse por completo en la cavidad vaginal de mi hermanita. Seguramente haya tenido encuentros íntimos en repetidas ocasiones más que yo, pensé para mis adentros. Mientras le proporcionaba las enérgicas sacudidas, el atractivo bailarín le desabrochó el ajustado sostén y lo arrojó descuidadamente al suelo. Comenzó a acariciar sus senos con una intensidad desenfrenada. Incluso se atrevió a darles pequeñas mordidas. Carol, gradualmente, parecía adquirir un rol más destacado en la escena. Vi claramente cómo comenzaba a impulsar vigorosamente sus piernas contra el sillón para cabalgarlo con determinación. En ese momento, la escena adquirió una magnitud aún más impactante, ya que se podía apreciar con claridad cómo el falo penetraba y se retiraba casi en su totalidad: únicamente el glande permanecía en su interior, mientras el resto del miembro experimentaba un vaivén frenético, en el que en ocasiones solo se vislumbraban los testículos del stripper. Carol dejó escapar un gemido entrecortado y la intensidad de los movimientos se redujo gradualmente, hasta detenerse por completo. Era evidente que había alcanzado el clímax. Exhausta, se recostó sobre el pecho del stripper. Sin embargo, el individuo persistió con su espectáculo: se puso de pie del sofá, abandonando a Carol tumbada en él, y comenzó a auto complacerse en las proximidades de ella.

Una vez más presencié algo completamente inusual en mi existencia: las gotas densas y viscosas de semen no cesaban de brotar de aquel glande hinchado y enrojecido. Se desataba una verdadera tormenta blanca que salpicaba con fuerza los senos y el rostro de Carol. Incluso algunos residuos de semen lograron alcanzar su cabello. La expresión de Carol denotaba agotamiento extremo. En ese instante, anhelé fervientemente que esa escena hubiera llegado a su fin. En tan solo cuarenta y ocho horas se llevaría a cabo la ceremonia nupcial y preservaríamos estos momentos únicos únicamente en el recuerdo que compartimos. Nadie tendría conocimiento de lo sucedido. Lo que ya ocurrió, quedó en el pasado. Una vez más, me adelantaba a los desenlaces, una vez más, cometía un error.

El stripper sensual solicitó la colaboración de las tres queridas amigas de mi hermana para lograr que su excitación regresara, al parecer se dio cuenta de que no quería participar, porque no me acercó su miembro, tal vez solo le hubiera dado una pequeña sacudida, si es que insistía. El stripper les comunicó que la celebración de despedida de soltera aún no había concluido, que aún quedaba por disfrutar la parte más emocionante. Mis amigas se entusiasmaron de inmediato: mientras dos de ellas le brindaban placer oral, la tercera le ofreció amablemente una copa de exquisito vino. El stripper se sintió cómodo y empezó a beber directamente del pico de la botella con confianza. En cuestión de pocos minutos, una vez más, ese pene gigante estaba erguido y listo para la acción, como una baguette recién horneada y lista para ser disfrutada.

Con su miembro viril erguido y firme, el sensual stripper le arrancó de manera brusca la diminuta tanga a Carol, quien aún la conservaba puesta. Fue su último vestigio de dignidad. La acomodó con brusquedad en el mullido sofá y la colocó en posición invertida. Mi hermanita se asemejaba a una marioneta: el stripper manipulaba sus extremidades a su antojo. Una vez que la tuvo en cuadrúpeda como un perrito, comenzó a humedecerse el falo con su saliva. Usaba su saliva abundantemente como lubricante natural. También escupió generosamente el ano de Carol y con delicadeza, con un dedo largo y delgado, hacía que la saliva se deslizara suavemente hasta la entrada de su ano. El esfínter anal de Carol se veía realmente diminuto, como un diminuto asterisco rosado. No había posibilidad alguna de que el pene desmesurado del stripper pudiera penetrar por allí.

En un principio, comenzó a acariciarla suavemente con la punta de su miembro viril. Sin embargo, su impaciencia creció y la sujetó con firmeza por las nalgas, separándolas bruscamente. Carol mantenía la cabeza baja, entre sus prominentes senos. Pude percibir su entrega total en ese momento. El efecto del alcohol la había liberado de manera excesiva. No podía permitir semejante escena: yo era su hermana mayor, su ángel protector designado por el destino. Les dije a las chicas que teníamos que suspender esta actividad inapropiada. Sin embargo, parecían ignorar mis palabras de advertencia. Decidí acercarme al stripper con la intención de pedirle amablemente que detuviera su actuación, pero en lugar de eso, recibí una amenaza directa por parte de él.

–Por favor, quédate en tu lugar sentada. De lo contrario, me veré obligado a romperte el culo a ti, querida hermanita –expresó con firmeza. Con miedo, me callé y me senté.

El stripper continuó empujando con determinación. Había conseguido que su glande penetrara completamente. Pude observar cómo Carol experimentaba intensas sensaciones. Elevó su rostro y comenzó a emitir gemidos. El falo del stripper había penetrado casi hasta la mitad de su longitud. Los gemidos de Carol resonaban en la habitación, llenando el espacio con su intensidad. Cada vez más desatados, sus susurros se transformaban en potentes gritos.

–Parece que está experimentando un dolor agudo. Tal vez deberíamos acercarnos para ver si necesita ayuda –le expresé a una de las amigas de mi hermana.

–Está gritando de placer, tarada –me respondió con tono sarcástico y seguidamente me ofendió–. Algo que seguro tú nunca hiciste, monjita.

Finalmente, con un movimiento lento pero firme, el tronco del pene logró introducirse por completo en la cavidad del ano de mi hermanita. En ese momento, el stripper comenzó a moverse con una intensidad que recordaba a la de un primate en plena euforia. Desde mi posición, podía observar cómo el miembro viril se abría paso con dificultad dentro de ese estrecho conducto. La resistencia del orificio era evidente, provocando que cada vaivén fuera un desafío para ambos. Mientras tanto, Carol experimentaba una combinación de sensaciones, que se manifestaban a través de sus gemidos cada vez más intensos. Las palmadas en sus glúteos se sucedían con una fuerza creciente, a la par de sus expresiones de sufrimiento. Algo claramente no estaba funcionando como debería. El stripper la penetraba con una intensidad desenfrenada, como si fuese la última mujer con la que iba a tener relaciones sexuales en su existencia. De pronto, Carol se desplomó exhausta en el sofá, incapaz de sostener la postura de perro en cuatro patas.

–¡Para, para, me duele mucho! –comenzó a exclamar con desesperación.

El stripper sacó de repente su miembro del interior del esfínter anal de Carol. Me aproximé y pude observar cómo había quedado el orificio: parecía tener el tamaño de una pelota de golf. De repente, comenzaron a surgir chorros de sangre que descendían por sus piernas. Rápidamente saqué un pañuelo de papel de mi bolso e intenté aplicarle una compresa. Sin embargo, el esfínter se encontraba notablemente dilatado. Con esos primeros auxilios básicos no era suficiente para abordar la situación de emergencia. Sus tres amigas se quedaron completamente sorprendidas y atónitas ante lo que presenciaban. Fueron plenamente conscientes de la gravedad y complejidad de la situación. Carol luchaba por intentar erguirse, sin embargo, sus piernas se encontraban totalmente entumecidas y afectadas por calambres intensos. El dolor agudo que experimentaba en la zona interna de su ano le impedía por completo la movilidad y cualquier intento de desplazarse. El stripper, visiblemente arrepentido, decidió llamar a un miembro del personal de seguridad. Pronto se presentó un individuo que nos tranquilizó, asegurándonos que pronto llegaría un equipo de emergencia para asistirnos. Mientras tanto, yo continuaba aplicando compresas de papel higiénico a Carol. La hemorragia no cesaba y el tamaño del esfínter anal de Carol no mostraba signos de recuperación, pasando de ser un asterisco (*) delicado a una O grotesca.

Una vez que llegaron los de emergencias, les detallé minuciosamente la situación. Resultaba evidente que era la única presente capaz de comunicarse sin dificultades de dislexia y relatar con claridad lo ocurrido. Un médico de unos 60 años procedió a examinar detenidamente el orificio anal de Carol utilizando una potente linterna. Tras observar detenidamente el tono oscuro de la sangre, planteó la posibilidad de que se tratara de un sangrado de considerable profundidad en la región del colon. De manera categórica, el médico emitió un diagnóstico preciso: “Desgarro intestinal”. Cuando le mencioné al médico que el bailarín exótico que la había penetrado tenía un miembro viril de más de 20 centímetros de longitud, el profesional de la salud abrió los ojos sorprendido, como si fueran dos huevos cocidos.

Sus tres queridas amigas apenas podían mantenerse en pie después de haber consumido en exceso una gran cantidad de alcohol. Dos de ellas se encontraban visiblemente afectadas, derramando lágrimas y mostrando signos de culpa. En ese momento, decidí tomar el control de la situación y les aconsejé que tomaran un taxi para dirigirse al centro médico al que nos dirigíamos. Finalmente, subí a la ambulancia junto a Carol. Como una verdadera hermana, asumí la responsabilidad y enfrenté la situación con valentía.

–Hola Héctor, disculpa que te moleste a esta hora tan intempestiva –dije con tono apesadumbrado después de que el novio o posible futuro esposo de Carol me atendiera el celular–. Lamento informarte que ha surgido un pequeño inconveniente inesperado… Estamos en camino con Carol hacia emergencia. Existe una alta probabilidad de que deban posponer la boda, Héctor –expresé con preocupación mientras la ambulancia comenzaba a acelerar velozmente por la avenida San Luis.

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