Vacaciones calientes

Hola nuevamente, mis queridos lectores.

Después de la calurosa historia con mi amigo Lisandro, me sentía rara, un poco quizás culpable, pero la verdad, la mejor definición era viva. Quizás era el éxtasis de haberle devuelto la infidelidad primera de él hacia mí, aunque no me justifico para nada. Siempre era consciente de lo que hacía, aunque esa tarde con Lisandro fue un antes y un después en mí…

Los años pasaron, nos casamos, la vivencia fue quedando atrás, tanto la mía como la suya, y poco a poco fuimos construyendo algo perfecto para cualquier persona… Mi pareja y yo éramos muy unidos, aunque iba surgiendo un problema de a poco: la falta de sexo.

Mi vida no cambió en el lado económico; me recibí de mis carreras y empecé a construir mi empresa de a poco, aunque también lo acompañé de un segundo trabajo. A mí, no sé, me encanta estar ocupada y odio el sedentarismo. Siempre tenía momentos para mi esposo, aunque llevábamos una mala racha. Lo entendía, primero porque su trabajo iba creciendo a grandes escalas, y con ello los problemas, y segundo, por mí…

Es un poco egocéntrico decirlo de mí misma, pero me encantaba el sexo, vestirme con lencería sexy, hacerle bailes eróticos… y eso, acompañado de mi cuerpo tallado por el gym, no ayudaba a las erecciones de mi marido…

Una noche le preparé una sorpresa. Me puse mi lencería roja, esa que resaltaba mis pechos y mi trasero como a él le gustaba. Siempre me vestía con la esperanza de que volviera a ser el joven semental que alguna vez fue.

Me cubrí con una bata y esperé. Apenas lo escuché abrir la puerta, me acomodé junto al marco, dejando que la tela se deslizara suavemente sobre mi piel.

– Hola, bebé – susurré, recostándome a un lado de la puerta mientras caminaba hacia él con paso lento y provocador.

– Wow, amor… ¿recién salís de bañarte? – preguntó, sujetándome de la cadera con esa mezcla de sorpresa y deseo contenido.

– Mmm… no – respondí con una sonrisa traviesa- . Te tengo un regalito…

Desaté el lazo de la bata con un movimiento suave, dejándola caer a un lado. Lo miré a los ojos, le guiñé uno y, con un gesto de mi dedo, lo invité a seguirme mientras subía las escaleras con paso lento, seguro y deliciosamente insinuante.

Mi culo, grande y firme, acompañaba el paso en cada escalón, algo que mi marido no pudo resistir.

– Vení acá… – murmuró, mientras me tomaba por detrás, besándome el cuello y apretando mis pechos con fuerza.

– Siii, mi amor… soy toda tuya – gemí, moviendo mi cadera al compás de sus besos, provocándolo aún más.

Notando que estaba completamente erecto, aceleré mis pasos, aunque no demasiado; los tacos me lo impedían. Lo tomé de la mano y llegamos a la cama. Con un solo empujón, mi marido terminó sentado, esperando el espectáculo que estaba por venir.

– Acomódate, bebé… hoy es tu noche estelar – le dije, mientras me acercaba al cajón para sacar un preservativo.

Hice una pausa para poner música sensual, acomodé un poco mi lencería – corrida por sus caricias anteriores- y comencé a bailar frente a él, lenta, provocadora, segura.

– ¿Te gusta, nene? – susurré, mientras mis caderas se movían con ritmo, dejando ver mi trasero perfectamente enmarcado por el encaje rojo. Mis manos subían por mi cuerpo hasta presionar mis pechos, dejando en claro que esa noche quería sexo… y del bueno.

Cual leona a su presa, me iba acercando poco a poco hacia él con el condón en la boca.

– A qué se debe esto, bebé – dijo mientras abría las piernas y se terminaba de sacar la remera.

– Shhhh, solo disfruta… – respondí mientras me recostaba en medio de sus piernas abiertas y mi cara iba directo a mi objetivo.

En ese momento agarré su pene totalmente erecto y lo empecé a recorrer de arriba abajo con mi lengua. Una mano mía acariciaba su pecho, rasguñando despacio con mis uñas largas, y la otra estaba en sus testículos, jugando eróticamente, para luego ponerlo en mi boca… Realmente me sentía una actriz porno… pero lo valía. Mi torbellino de erotismo se notaba en cada pequeña gota de miel que soltaba mi marido… Su cara de placer, mezclada con la música y sus pequeños gemidos, era un deleite para mis oídos.

Esa noche cogimos como hacía tiempo… Mi lencería no se despegó de mi cuerpo… ya que solo la corrió a un lado para meterme su pene… Aunque el éxtasis venía a mil, eso conllevaba un pequeño riesgo, el cual finalmente sucedió y se vino más antes de lo pensado…

– Quiero más, amor – dije dándome vuelta, dándole un beso y masturbándolo para que ese pene siga erecto.

– Perdón, amor… estoy super cansado y vos estás una leona… – respondió mientras se hacía a un lado tratando de respirar bien.

Al final lo entendía, aunque las ganas de sexo me las quité tocándome un poco en la ducha fresca para quitarme toda la calentura llevada adentro…

Asi fueron varias batallas que a veces ganaba y otras no para mantener el sexo que siempre tuvimos o bueno soliamos tener….

Luego de un mes pensé que una buena idea era tener vacaciones y qué mejor que Brasil: la playa, el agua fresca, sumado a los hermosos hoteles, iban a ser un escenario ideal para despertar de nuevo todo…

Empacamos las cosas y llegamos al amado Brasil. Todo era perfecto; el hotel que teníamos era casi para nosotros dos solos, ya que no era época de viajes y el hotel era bastante caro, aunque valió completamente cada centavo… Nuestra habitación tenía al frente una piscina para nosotros solos y a dos metros la playa, con muchas actividades y lo mejor: no tan llena de gente, lo que me encanta. Así tenía la playa para los dos solos… La idea era quedarnos una semana, pero al segundo día lo agrandamos a dos, aunque después del cuarto día él y sus llamadas estropeaban una que otra actividad.

Una tarde teníamos una actividad de buceo. Los dos fuimos, pero alguien se había olvidado de dejar el teléfono en el cuarto y la verdad que fue un martirio tener que oír su celular todo el tiempo interrumpiendo.

– Bueno, chicos, hoy vamos a nadar más al fondo para que tomen fotos bien bonitas – decía el instructor mientras cada pareja tomaba el traje y se ayudaban a poner juntos los materiales de buceo, pero él estaba hablando por teléfono…

– ¿La podés cortar con el celular? – Mi tono era el acorde, acompañándolo de un gesto con mi cara evidenciando mi malestar…

– Perdón, amor, te juro que es la última – repetía siempre esa frase que, por alguna razón, no le tomaba importancia.

Al otro día le dije que si quería dejar las vacaciones y volver, y me dijo que no, que sigamos disfrutando, pero él no se daba cuenta de que lo único que estaba haciendo era no darle importancia a la relación.

Yo la verdad que no iba a desperdiciar mis vacaciones y los ultimos 4 dias que me quedaban asi que me hice unos dias antes unas amigas que dos eran solteras mientras que las otras dos casadas, con las casada salia desde el dia 2 que estabamos haciendo citas doble con mi marido pero estos ultimos 4 dias aproveche a salir sola con mis otras dos amigas….Bueno conocidas jajaja creo que era muy pronto llamarlas amigas…..

Un día le propuse a mi marido salir a caminar y acostarnos bajo la sombra que daban unas palmeras, pero él prefirió quedarse con la notebook, gestionando no sé qué cosas de su tan maldita empresa. Así que salí sola a charlar con mi nueva amiga en la playa.
Me puse un bikini nada llamativo, un corpiño y tanga negra con una tela transparente negra en mi cadera.

Ese día estaba un poco más movida, aunque las personas pasaban esporádicamente.

– Y dime… ¿tú cómo vas con tu marido? – me preguntó.

– Bien… ¿por qué me lo preguntas? – respondí, sorprendida por la pregunta. ¿Tanto se notaba lo mal que estábamos a nivel conexión?

– Pasa que no los veo muy bien… y vos supongo que estás medio aburrida.

– No, no… o sea… sí, pero no, jajajaja – dije, deseando que la arena me tragara.

– Mirá, conozco esas expresiones. Yo pasé por lo mismo… Pero ¿sabés cuál fue mi receta para eso? –

– La verdad, estoy perdida… –

– Tenés que acostarte con otro – me dijo, y su mirada parecía desafiarme.

– ¿¡Quéee!? –

– Lo que oíste. Seguro tu marido ya lo ha hecho… Así que vos no tenés por qué perder esa valía que tenés. Sos una diosa, si querés, tenés a cualquier tipo a tus pies… como ellos – dijo, señalando a unos muchachos, no tan jóvenes, que no paraban de mirarnos desde un bar frente a la playa.

– Por favor, no me conocés, jajaja. Aparte, mi marido no me es infiel… ¿seguro? – respondí, aunque por dentro le daba la razón.

– Dale, no es algo fuera de lo común. Mirá, vení… – me agarró de la mano y me llevó hacia ellos.

– Hola, chicos… ¿se les perdió algo o por qué nos miraban así? – preguntó ella.

– ¿Perdón… qué? – dijeron los muchachos, medio incrédulos, sin saber qué responder.

– Perdón, mi amiga tomó muchos tragos… ya nos vamos – dije, tratando de disimular la situación incómoda.

– Esperen, si quieren les invitamos un trago – dijo uno de los chicos.

– Dale, nos encantaría – respondió mi amiga antes de que pudiera decir una palabra.

Nos ubicamos las dos frente a ellos, una junto a cada uno. Mi amiga no perdió oportunidad y comenzó a hablar desde el primer minuto, mientras yo, más cauta, apenas decía algo.

– Me llamo Federico, soy de Colombia – dijo él, tratando de romper el hielo.

– Yo, Julieta, de Argentina.

– ¡Qué bueno! Y perdona… ¿cuántos años tienes?

– Veintiséis, ¿y vos?

– Wow, yo treinta y cinco.

– Mirá vos, pensé que tenías menos – le dije, soltándome poco a poco.

– Muchas gracias. Veo que estás casada… – comentó, señalando mi anillo.

– Sí.

– ¿Puedo saber por qué tu marido no está con esta bella mujer ahora mismo?
– Está ocupado… solo salí a dar un paseo con mi amiga.

La cual, en menos de dos minutos, ya había desaparecido.

– Me parece que ya se fue – dije entre risas.

Charlamos un rato. La verdad, disfruté la charla: sin el tono molesto de un celular, sin interrupciones. Pero ya era tarde y tenía que volver.

– Bueno, Fede, un gusto, la verdad. Pero me tengo que ir.
– Un placer, bella Julieta. Espero verte pronto – dijo con un tono claramente coqueto.
– Seguro, de la mano de mi esposo, jajaja – contesté, tratando de disimular.

Mientras me iba, giré un momento y lo vi. No dejaba de mirarme el trasero. Y eso… provocó algo en mí que no quería reconocer: una oleada de calor, una necesidad que me inundó.

Al llegar a la habitación, mi esposo ya estaba acostado. Sin pensarlo, me arrojé encima de él. Hicimos el amor toda la noche. No duró tanto como esperaba, pero la satisfacción fue tal que no lo podía creer.

¿Será que mi amiga tenía razón?

Al otro día salimos a caminar juntos por la playa, y crucé miradas con Fede… miradas pícaras, cargadas de intención. Aún no logro entender por qué… o bueno, sí. Quería sentir esa chispa que me había despertado al mirarme así. Necesitaba esa inyección de deseo para volver a encender lo nuestro. Y, sorprendentemente, funcionó.

El antepenúltimo día hice lo mismo: miradas coquetas que Fede me devolvía con placer… y otra vez, la noche con mi marido fue perfecta. Esa pequeña dosis de provocación me bastaba.

El penúltimo día fue una locura, una noche llena de pasión con mi esposo. Pero lamentablemente él debía regresar antes. Me propuso quedarme hasta el último día de hospedaje, y acepté sin dudarlo.
A pesar de todo, esa playa era encantadora… y volver al barullo de la ciudad era lo último que quería hacer.

¿Pero era ese el único motivo?

El último día, por la tarde y luego de un almuerzo con mis amigas, me puse un traje de baño más llamativo… Un color celeste que remarcaba bien mis pechos y, sobre todo, mi enorme culo, que dejé liberado para que Fede tuviera una vista mejor de él.

Directamente quería agradecerle por la inyección a unas noches únicas de sexo con mi marido…

Cuando llegué, me senté en la orilla de la playa y él apareció con un short corto y sin camisa. Cuando me vio sola, no dudó en acercarse…

– Julieta, no pensaba verte aquí… sola – dijo mientras se sentó muy al lado mío.

– Tenía que venir a pagar una deuda – respondí mientras le acariciaba el pecho con una uña.

– ¿Así? ¿A quién?

Sin pensarlo dos veces, me acerqué y le clavé un beso. Como la playa estaba vacía, metí mi mano en su short y lo empecé a masturbar.

¿Todo esto es tuyo? – le dije, sorprendida por el tamaño de ese morenote.

– Y ahora tuyo, nena.

– Vení – le dije mientras le agarraba la mano y lo llevaba a mi habitación.

En el camino me paraba para besarlo y dejar que me tocara el culo.

– Perdón, es el culo más grande y bonito que toqué – susurró contra mi cuello.

Llegamos a la suite con la puerta apenas cerrada. La luz del atardecer se colaba por las cortinas, bañando la cama en un tono dorado. Me quité el traje de baño de un tirón y quedé desnuda frente a él; Fede se sacó el short y su erección saltó libre, pesada y palpitante.

Me arrodillé despacio, sin apartar la mirada.

– Primero quiero saborearte – susurré, rozando la punta con mis labios.

Lo tomé con una mano, apenas abarcándolo, y lo llevé a mi boca. Empecé lento, lamiendo de abajo arriba, sintiendo cómo se tensaba bajo mi lengua.

– Mmm… – gemí yo, vibrando contra él.

– Ah, Juli… qué boca… – jadeó Fede, apoyando una mano en mi cabeza, sin empujar, solo acompañando el ritmo.

Aceleré, succionando más profundo, dejando que la saliva resbalara. Mis gemidos se mezclaban con los suyos:

– Nngh… sí… – gruñó él, las caderas temblando.

– Uhh… me encanta sentirte así… – respondí entre lamidas, mirándolo desde abajo.

Cuando vi que estaba al límite, me levanté, lo empujé suavemente hacia la cama y me subí encima.

– Ahora sí… – dije, guiándolo dentro de mí con un movimiento lento.

Los dos soltamos un suspiro largo al unirnos por completo.

– Dios, qué lleno me hacés sentir… – gemí, empezando a moverme en círculos.

Fede me tomó por las caderas y marcó el ritmo, profundo, constante.

– Así, amor… no pares… – susurró, los ojos fijos en mis pechos rebotando.

Nos giramos: él encima, yo con las piernas abiertas al máximo.

– Más fuerte… – supliqué, clavándole las uñas en la espalda.

Fede aceleró, embistiendo con ganas, el sonido de nuestros cuerpos chocando llenando la habitación.

– Ah… ah… sí… – gemía yo con cada golpe.

– Juli… sos increíble… – respondía él, besándome el cuello, el pecho, mordisqueando un pezón.

Luego me puso de costado, una pierna sobre su hombro, entrando desde un ángulo que me hacía arquear la espalda.

– Así… justo ahí… – jadeé, sintiendo cada roce en lo más profundo.

– Te siento apretarme… – gruñó él, acelerando otra vez.

Al final me colocó en cuatro, mi culo en alto, sus manos marcando mis caderas.

– Mirá cómo entrás y salís… – susurré, girando la cabeza para verlo.

Fede se inclinó sobre mí, una mano entre mis piernas acariciándome mientras empujaba.

– Venite conmigo, amor… – dijo al oído.

Unos segundos después, los dos explotamos: yo temblando, él derramándose dentro con un gemido largo y ronco.

Quedamos abrazados, sudorosos, respirando pesado contra la almohada.

– Gracias por la deuda… – susurró Fede, besándome la frente.

– Y por la inyección – respondí, riendo bajito, todavía sintiéndolo palpitar dentro de mí.

El regresar a la rutina fue un terror luego de esta aventura… El sexo no me llenaba, aunque me bastaba, y los días anhelaban una playa y un hombre dispuesto a saciar mis ganas… Aunque la verdad, al llegar, solo me sentía muy culpable, sin poder mirarlo fijo a mi ex. Me sentía sucia, pero aun así lo supe sobrellevar… No tuve más tentaciones por ese momento, aunque todavía quedan aventuras por contar…

Bien, muchas gracias si llegaste hasta aquí… Espero lo hayas disfrutado y espero un comentario, ya sea en mi correo o aquí en los comentarios… Cualquier cosa, ya sea un comentario bueno o malo. La verdad es que no soy escritora y solo estoy contando mis vivencias que, lamentablemente, cometí… También, si me querés contar una historia tuya, adelante… no voy a juzgar, simplemente escuchar… Y muchas gracias a todas las autoras/es que inspiran día a día a que nos animemos a contar nuestras historias… ya que dentro de este mundo todos somos unos pequeños morbosos.

¡Hasta la próxima entrega, chicos/as! Un saludo, Julieta!!

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Julieta Manzotti
Julieta Manzotti

Hola por las dudas de mis relatos mi correo es [email protected]

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2 comentarios

  1. Uuuffffffff eres bien caliente
    Y ahorita con la edad q tienes mmmmm trais las hormonas a mil vrd
    Trais

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