Siempre hay tiempo para una mamada
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Con quince minutos aún para salir por la puerta, pensé, ¿qué puedo hacer para ayudarlo a que se vaya menos estresado?
Y tuve una excelente idea…
Fui al baño y me hice dos coletas, sé que te encantan… No había tiempo para perder, dentro de poco te tenías que ir, así que con la ropa que ya llevaba puesta, nada especial, vaqueros azules y una camiseta manga larga, pero el detonante eran las dos coletas…
- ¿Tienes tiempo para una mamadita rápida antes de irte? – pregunté.
Tus ojos se iluminan con lo que te acabo de decir. ¡La sonrisa de tu rostro me encanta!
- Siempre hay tiempo para eso.
Despierto a la gata dormida en mi cama y la saco de la habitación. Este momento somos solo tú y yo.
Me siento al borde del colchón y te invito a que te acerques. Meneo la cabeza de un lado al otro, meciendo las coletas altas que me hice para ti.
Te desabotono el pantalón y claro, esto fue muy espontáneo, aún está dormido, pero tú tranquilo, que a mí me encanta despertarlo, hacer que te crezca entre mis labios.
En estos momentos me cabe entero en la boca, me encanta tu olor, el sabor de tu piel, y a medida que se pone más grande, chupo y lamo hasta que está firme y duro.
Te chupo la punta, una y otra vez, mi lengua recorre cada curva de tu glande y acaricia tu frenillo hasta que lo meto todo lo que puedo en mi boca. Cuando tocas el fondo de mi garganta sueltas un suave gemido, quiero oír tu placer, así que muevo la cabeza de adelante hacia atrás, que llegues al fondo de mi boca con cada arremetida.
En este momento es cuando tus manos quieren sujetarse de algo aparte de las caricias que le hacías a mis tetas cuando empecé. Agarras mi cabello en dos coletas y así sé cuál es el ritmo que te da más placer.
Tu verga entra y sale de mi boca una y otra vez, te tengo completamente lubricado en saliva porque no me da posibilidad de tragar o respirar, necesito sacarte de mi boca un momento para recuperar el aliento, te empuño en mi mano unos segundos antes de volver a meterte en mi boca.
Te chupo la punta un poquito, pero sé que lo que más te excita es meterlo todo en mi boca.
Me encanta cuando te coges mi cara, ya siento ese despertar sexual entre las piernas, ese zumbido de mi clítoris que quiere ser frotado.
Pero no hay tiempo…
Aprieto los muslos y disfruto cuánto me excito mamándotelo.
Me tienes agarrada por el pelo y arremetes contra mi cara, una y otra vez, casi se me chorrea la baba y tengo que chuparte la punta para poder tragar y respirar.
Haces unos sonidos muy ricos.
Me encanta que saques tu placer de entrar y salir de mi boca una y otra vez.
Sacas tu verga embadurnada con mi saliva y empujas mi cabeza más abajo, tu saco está apretado, la piel rugosa, te estremeces cuando la recorro con mi lengua antes de meterme una de tus bolas a la boca y chupar suave, mi lengua te acaricia mientras te chupo. Las acuno en mi mano, con un dedo presiono sutilmente en la base y trato de meter las dos en mi boca mientras tu mano se mueve rápidamente de arriba abajo.
Te chupo las bolas golosa mientras te masturbas, hasta que me tiras del pelo y apuntas a mis labios. Abro la boca y siento tu verga prensándose una y otra vez, eyaculando tu orgasmo. Tu leche espesa y caliente, tu sabor salado. Me lo trago todo, dejo tu miembro limpio con mi lengua, regalándote unos pequeños espasmos de exceso de placer, chupándotelo limpio hasta que te suelto.
- ¡Qué rico! – exhalas en un suspiro masculino.
- ¡Rico estás tú! – respondo.
Te guardas tu miembro aún hinchado, pero ya vacío.
- Así te vas más liviano. Espero que te haya aligerado el estrés que cargas.
- Eres la mejor.
Tus halagos siempre me hacen sonreír.