Rifada entre amigos de mi pareja

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Mi pareja volvió a jugar póker lo que para mí es sentarme frente a la tv, servirles un trago a ratos para no dormirme. Por suerte solo juega a veces. Con mi pareja nos vemos los viernes y sábados en su departamento. Él es casado. Juega con tres compañeros del trabajo, entre 45 y 50 años, casados, mineros, de pelo tieso, grandes y camionetas 4×4. “están bastante bien” pensé cuando los vi.

Ellos dejan la mirada en mi cola y me decían alguna broma por mi vestido que es abotonado todo adelante, pero nada más. Claro, han pasado 20 días solos en la mina. Ese sábado me senté en el sillón a ver tv y creo me dormí hasta que sentí a Jorge que me decía “vamos a la pieza a conversar”.

Lo seguí un poco durmiendo todavía. Estaba pálido, “he perdido mucho” me dijo, no me queda nada, y Eusebio que está ganando todo dice que si te sientas en su falda me deja seguir “que dices peladita”. Jorge me dice peladita cuando anda en algo malo.

  • Vamos, me dijo, tu sabes, son todos casados, no hay nada que perder. Queda todo entre nosotros. No va a hacer nada que no hayas hecho antes. Antes me había dicho lo mucho que le gustaría verme tirar con otros hombres, pero eran conversaciones calentonas, nada más.
  • Sentarme en su falda, ese va ser el principio seguro, le dije despertando de repente.
  • Mira peladita, me ayudas o tu sabes, llegamos hasta acá nada más. Tomas tus cositas y borras mi número de teléfono. Unos meses atrás me habían dejado después de 25 años de matrimonio y ahora se repetía la historia.
  • Tu sabes que ere lo mejor que me ha pasado estos últimos años, que hemos conversado muchas veces eso de hacer un trío y nunca has dicho que no, bueno, ahora… En verdad yo dudaba entre insultarlo ahí mismo o hacerle cariño: ganó lo segundo…
  • Si es solo sentarme y tu estas acá… Bueno, le dije. Aunque los dos sabemos que va a ser más que sentarse en su falda, quizás hasta… Y preferí quedarme callada. Ya he descubierto que soy potencialmente una sumisa y eso lo sabe muy bien Luis.

Ellos se dieron vuelta a mirarme cuando volví, el que había ganado echó la silla atrás y me dijo “acá linda”. Me senté con cuidado en su falda. Las rodillas juntas y giré las piernas para ponerlas bajo la meza y sentí inmediatamente el bulto en mi trasero. Me rodeó con sus brazos, olió mi cuello y dejó las cartas vueltas abajo. Jorge pidió cartas.

Yo no entiendo mucho el juego pero seguí sentada allí y no tardó en poner la mano sobre mi pierna bajo la meza y comenzó lentamente a subirla.- yo estaba incómoda y Luis se daba cuenta pero no decía nada.

No sabía si los demás se daban cuenta que me metía mano. Me iba a parar pero la cara de Luis era de “quédate allí”. Igual me paré y me fui a encerrar al dormitorio, estaba entre la indignación y la excitación, una mezcla de enojo, rabia y deseo (si la que me lee es mujer va a entender). A los pocos minutos Luis abrió la puerta.

  • Peladita -me dijo-, te toca irte a sentar allá. Y por como lo dijo era una orden
  • Pero y los demás? Le pregunté.
  • Los demás, no importa. Ya se van. Luego. Y tú sabes cómo son las cosas. Cuando decía: “tú sabes cómo son las cosas” debía de obedecer, obedecer o mandarme a cambiar, irme, desaparecer de su vida.
  • Me está metiendo mano hasta el alma, le dije.
  • No es la primera vez y quien no, si eres tan rica,
  • Y los demás se dan cuenta
  • Bueno, somos todos adultos. Esa frase a mí me mata. Me la han dicho antes. Pero es cierto también.
  • Bueno, le dije muy despacio, pero tu estas ahí, si?
  • Si por supuesto peladita, ya nunca te dejo sola, anda tranquila.

Me alisé el pelo, el vestido y volví humilde y callada al living al lugar donde estaba. Y siguieron jugando mientras él me hablaba al oído y me metía la mano por mi vestido hacia arriba. Yo tenía mis dos manos con las puntas de los dedos afirmadas en el borde de la mesa, los demás atentos a las cartas me repasaban de reojo y veían como me agitaba.

Ya era obvio lo que hacía y los tres estaban pendientes a como reaccionaba yo.

En un momento me dijo al oído: “anda al baño perrita y te sacas toda la porquería de ropa que tienes debajo y te vienes a sentar acá de nuevo”. Realmente no esperaba ni ese tono para hablarme ni que se refiriera así a mi ropa, pero obedecí, en esas circunstancias he aprendido pierdo la voluntad y obedezco consciente que me hago un daño… Pero igual obedezco. “es mi naturaleza”, como le dice el escorpión a la rana.

En el baño me arreglé el pelo, me sequé la entrepierna, me saqué el brassier y el colales que tenía, me estiré el vestido y regresé despacio. Él se puso de lado y yo me subí a sus piernas las rodillas bien juntas sin decir nada y quedé atrapada nuevamente entre su cuerpo y la meza, frente a Luis y al lado de los otros dos compañeros de trabajo.

Repartieron cartas y con la mano derecha medio las levantaba y con la otra desabrochaba mi vestido hasta mi entrepierna, luego palpaba mis labios, haciendo que me estremeciera. Todos se daban cuenta y yo no podía evitar apretar mis manos cuando pasaba un dedo un poco más adentro de mí, e imploraba “húndeme tierra”.

Ellos me miraban socarrones, satisfechos de verme allí incómoda, de sentir mi respiración que se alteraba, del pelo que se me caía sobre la frente y de cómo me iba hacia adelante de la meza tratando de doblarme sobre mi cuando uno de sus dedos ingresaba en mi rajita.

En un instante intenté bajar mi mano para detener la de él pero me ordenó al oído, secó, duro: “deja las manos sobre la mesa, ni pienses en sacarlas de allí”. Pensaba miles de cosas en esos segundos: si me mojo mucho le voy a mojar los pantalones, no puede ser que me deje hacer esto, si aún tendré perfume, como llegue acá dios mío, estaré muy despeinada?

Mientras mi hombre (el que era ahora mi hombre, mi dueño) les dijo a los tres con que jugaban. A ver… Si pierdo abro dos botones de acá, y mostró la pechera de mi vestido.

  • Y si ganas?
  • Ganó monedas, dijo.
  • Veamos, “pago por ver”, dijeron los tres, Luis con ellos y se rieron.

Ganó esa vez, pero perdió la próxima y abrió dos botones dejando mi pecho al descubierto sin embargo mis pezones permanecieron tapados por el borde del vestido.

Su mano regresó a mi entrepierna a mis labios ya mojadísimos y sus dedos comenzaban a penetrarme levemente, yo estaba retraída, avergonzada, pero me manejaban los dedos de ese hombre haciendo removerme en el asiento y sentir su sexo más y más duro bajo mis piernas.

El pelo se me vino a los ojos y levanté una mano para subírmelo pero me susurro al oído: “te dije que dejaras esa mano sobre la mesa, no la saques de allí. O no entiendes?”

Los otros dos junto a Luis me miraban interesados y sonrientes, atentos ahora a cada detalle, habían dejado de jugar y estaban pendientes de mí, sabían que estaba en las últimas, a la excitación, la situación me superaba.

Yo volvía a echarme hacia adelante y exhibía mis pequeños pechos sobre la mesa pero no era momento para remilgos. “que va, me dije, somos todos adultos y no es la primera vez que van a ver un par de tetas pequeñas” pero el irme hacia adelante le permitía clavarme mejor los dedos y jadeando volvía atrás.

Los dos amigos se echaban adelante mirándome curiosos, con la maldad en sus ojos. Yo jadeaba apretando y estirando los dedos de mi mano sobre la mesa, sentía el aliento a ron de sus bocas al lado de mi mejilla y comenzaba a jadear.

En un momento sentí que mi hombre se echaba atrás con la silla y me empujaba hacia abajo dejándome a mí de pie con las manos sobre la mesa y sin atreverme a volver la cara, solo miraba la superficie de la mesa esperando expectante asesando, presintiendo a los otros a mi lado y tratando de recuperar mi respiración normal.

Pero se volvió a sentar, corrió la silla hasta dejarla junto a la mesa lo que hizo que debiera volverme a sentar sobre él pero me levantó la falda y sentí que su sexo duro y caliente entre mis nalgas. “ábrete me ordenó, que te vas a empalar y quedarte quietita”.

Yo obedecí. Separé mis nalgas con ambas manos y me relajé para dejarme penetrar, cuando sentí su cabeza en el anillo de mi ano me dejé caer lentamente, por suerte lo tenía húmedo y eso facilitó que resbalara algo hacia dentro mío.

Volví a poner las manos sobre la mesa y sentí como me levantaba, me abría las nalgas fuerte y me entraba algo más su sexo duro, no pude evitar un grito de dolor, apreté con mis manos el mantel tirándolo y algo cayó. “dale tío” gritó el que estaba a mi derecha. Ya estaba empalada, luego dejo de doler, solo un poco de ardor y sentía su palpitar su cabeza en la entrada de ano.

Yo me estaba quietita pensando que cualquier movimiento me haría gritar de nuevo. Entonces sus dedos volvieron por mi vagina, buscando mi clítoris que estaba duro de inflamado. Yo tenía los ojos cerrados, no quería ver nada, solo sentía el olor del alcohol, un perfume de hombre muy dulce y como me metía dedos y me humedecía que era una vergüenza, quería morir allí pero quería también que siguiera y era tan fuerte el deseo que me eché adelante y comencé entregada ya a jadear lentamente, las manos agarradas al mantel.

Disfrutaban mirando cómo estaba de caliente pensé, estaban muy cerca. Me tenía abierta por atrás, apenas moviéndose pero sentía que me partía en dos y sus dedos me entraban y salían llenos de sabia mía, rodeaban mi botón, lo pellizcaban y comenzaba ese nudo en el bajo vientre que me hacía gemir.

Me estiré enderezándome y volví a echarme adelante en la mesa permitiendo que me clavara aún más profundamente, los brazos estirados hacia Luis que estaba frente a mí y las manos como garras doblando el mantel, ahora si jadeando a mas no poder, volví a estirarme para evitar sus dedos dentro y al agacharme nuevamente me terminó de empalar y yo grité de dolor y placer.

Estaba sentado así que no tenía su sexo totalmente estirado. Yo dejé de resistirme y entregada ya me iba, me corría cuando sacó los dedos de mi vagina muy muy mojados y me dijo “chupa puta” y yo sumisa lo hice, los otros se rieron. Dejé de hacerlo y volvió repetirlo: “chupa”, miré su mano, sus dedos juntos y volví a chuparlos y sentí mi sabor dulzón de mujer caliente.

  • Quien quiere ver cómo termina esta peladita?, preguntó
  • Vamos reviéntatela que está lista… Dijo Luis.
  • Le cambio la carita de muñeca que tiene por la de muñeca inflable, de puta caliente tiene cara ahora. Dijo el que estaba a mi derecha.
  • No señores, es mía por esta noche la peladita, así que si quieren verla jadear, poner los ojos blancos, lo jugamos a la carta mayor.

Entonces me sacó de encima de él, me dejó atónita, pasmada. Y me ordenó sentarme en una banca de bar a su lado “y cuidadito con dedearte”. Yo estaba como ida, obedecí sin decir palabra, me cerré el vestido y sentí como por mi pierna corrían mis fluidos hasta mojar la rodilla.

Ganó otro y me llamó, yo me enderecé y cuando estaba a su lado me dijo, anda a traer crema. Yo me volví y le traje una de manos que tenía. Me puso delante de él, frente a la mesa con las manos en el mantel y me levantó el vestido y puso sus dedos en mi ano untados en la crema, “espero que sea sin alcohol” me dijo, “no”, le respondí tímidamente yo, “es sin alcohol” mientras sentía como me entraba esa suavidad.

Él tenía ya los pantalones abajo por lo que me sentó encima abriéndome con sus dos manos. Yo relajé mi anillo y esperé abierta a que me clavara su verga dura y recogida. Esta vez resbaló sin dolerme solo en la punta, se acercó más a la mesa dejándome aprisionada allí entre su pecho y el borde de ella, el vestido arrugado en la cintura y abierto delante me dejaba desnuda frente a Luis y al lado de los otros dos que me miraban vivarachos. “ahora te vas a correr perrita, delante de todos”, me dijo riéndose.

El maldito ahora puso crema en sus dedos que pasó por mi clítoris y mi vagina, una crema helada, fresca y que resbalaba como espuma y me devolvía a la calentura anterior sin preámbulos.

Mi resistencia duró segundos, sus dedos helados pellizcaban mi vulva inflada como globo, me penetraba los dedos y los sacaba deseando que los volviera a clavar, los hizo tres cinco diez veces mientras yo me doblaba hacia adelante de la meza ya no jadeando, roncaba, emitía un ruido como gutural de mi garganta y sabía que de un momento a otro me iba delante de todos, allí sobre la mesa, a centímetros de las caras de esos dos que me daban vuelta, con el pelo revuelto mojado de transpiración mientras sentía una gota caerme por el cuello.

Mi respiración se volvió entrecortada, el corazón se me apuró, me bajaba algo del estómago hacia mis piernas cuando se detuvo. Yo tenía los brazos doblados, los codos sobre la mesa y las manos apretadas al mantel, palpitando, vibrando, tensa como cuerda de violín, jadeando como perra.

  • Quieres que siga peladita, me preguntó
  • Yo no podía decir palabra, por la sorprendente de su pregunta, y no me podía imaginar cómo estaba allí entregada como un corderito.
  • Peladita, quieres que siga o que te mande a sentar a la esquina de nuevo?
  • Sigue, le contesté
  • No te escucho.
  • Sigue por favor, le dije apocada, humilde. Y ahora, acá escribiéndolo, debo decir.

Debo de reconocer. O de reconocerme a mí misma que eso me excitaba más, que me tuvieran así, allí, me hacía sentirme mujer, femenina, una hembra que les daba lo que ninguna otra les daba, el placer de sentirse machos, poderosos. Que ninguna por mina que fuese, por muy mujer que se creyera, llegaba allí donde yo estaba. Con esos cuatro mirándome, pendientes de cada detalle mío. Y quizás por eso le rogué, le supliqué, le imploré que me hiciera terminar.

Entonces volvió al juego del meter y saca sus dedos y en segundos sentía que volvía ese fuego dentro de mi estómago, sola le acomodaba mi ano, le movía mis caderas y jadeaba como perra, como a cuadras de distancia escuchaba que uno de ellos decía “esta roja esta mina” o, “se le abren las narices”.

Luis que estaba delante de mí, al otro lado de la mesa me tomó de las manos y yo apreté las suyas como garras, tiritando. Estaba yéndome cuando alguien me pellizcó el pezón hasta casi rompérmelo pero fue terriblemente excitante mientras convulsionaba uno, dos minutos. Boqueaba, verdaderamente boqueaba y espasmeaba como pescado recién sacado del agua dijeron después.

Cuando sentía que terminaba, que se me salía todo por mi entrepierna, que me abandonaba parte de mi cuerpo me dejé caer sobre la mesa exhausta. Fue el orgasmo más grande que he tenido, incluso más que uno en que me masturbaran en una casa en la playa.

Pasaron varios minutos en que se volvieron a sentar y yo me enderecé y eché la cabeza atrás dejándola descansar en el cuello de mi hombre y me topé con su cara. Si me hubiera besado lo hubiera aceptado. Aunque Luis estuviera a mi lado, total, él me puso en esta situación. Pero no lo hizo, me dijo “vamos al baño para que me limpies” y con dificultad me paré separándome de su sexo y lo seguí cabizbaja al baño mientras mi vestido caía al suelo y los demás me miraban desnuda riéndose sentados a la mesa.

En el baño le lavé ese fierro que aún estaba duro con el agua fría corriendo y bastante jabón y se le puso más duro, luego lo sequé y me dijo que me sentara en la taza del baño.

Me lo metió en la boca y se masturbo en mis labios hasta que iba a terminar y me separó y escupió todo su semen en la cara, en el pelo, era mucho, mucho, que me chorreó por el cuello por el hombro por la frente.

Se guardó la polla aun sucia y me tomó del brazo a la altura del hombro y así, casi colgando de su mano, (el mide más de 1.80 y yo me empino a 1,45, y pesa seguro el doble de mis 45 kilos) así, casi en el aire me sacó afuera, donde estaban los otros sentados aun a la mesa de póker. Yo hice el ademán de limpiarme pero me lo impidió.

  • Ya está bautizada, les dijo, casi colgada por mi brazo mostrándome a los tres, y me sentó en el sillón.
  • Si alguien quiere darse el gusto con la peladita, ahí está.
  • Para todo uso?
  • Ya viste… Para todo uso

El chico nano que estaba antes a mi lado se puso de pie, se abrió la bragueta y se sacó su sexo que estaba parado como un palo y se sentó al lado mío, luego me montó encima de cara a él clavándomelo y me dijo mastúrbate. Yo comencé a acariciarme frente a él hasta que sentí que terminaba dentro de mí inundándome de semen.

Sale con cuidado que me ensucias los pantalones, me dijo y me sacó en el aire casi hacia atrás dejándome de pie desnuda frente a esos cuatro hombres vestidos y hasta con zapatos.

El que le dicen el otro (no quiero decir su nombre) se paró y con una mano en mi espalda me empujó hacia el baño, allí me hizo lavarme la entrepiernas y en el mismo baño me puso frente a la pared y comenzó a desde atrás a darme duro, “tócate tú misma” me ordenó “quiero que te masturbes para mi mientras te lo meto”.

Yo debí afirmarme con una mano contra la pared y con la otra abrir mis labios y buscarme hasta sentir mi hinchazón, mi dureza, que en un instante me llevó hasta volver a sentir que las piernas me fallaban y mientras me desmadejaba sentía que me llenaban de nuevo de semen. Terminó y me dejó allí. Yo recuperé mi vestido me lo puse, me arreglé algo el pelo y cuando volví a salir ellos se habían ido.

Me senté en la esquina del sillón con los ojos que se me cerraban de cansancio.

Creo que me dormí hasta que sentí a Jorge que me decía “vamos a la pieza a peladita”. Lo seguí casi durmiendo todavía, allí me uso hasta la madrugada, me uso como creo se debe usar una muñeca inflable, yo no tenía fuerza para responder pero sentía como me penetraba de todas las formas imaginables, como me atravesaba hasta sentirlo en mis riñones, llenarme la boca, los oídos, doblarme y colgarme, abrirme empalarme con consoladores y collares de metal, con pinzas en los pezones y colgantes en los labios, con vibradores dobles y con su sexo hasta la garganta.

Hoy lunes solo sé que me siento bien, que “me la puedo” con cualquier hombre, que si me dejaron, si el maldito de mi ex me dejó, no supo nunca la mujer que se perdió. Eso me hace sentir bien.

By: Zarina

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