Polvos mágicos hasta llegar al maravilloso orgasmo

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Miguel, mi marido, no me había contado nada hasta justo 24 horas antes de irse de viaje. Se marchaba un domingo por la mañana y el viernes por la noche, cuando estábamos cenando, me preguntó que me parecería que, mientras él estaba fuera para que no estuviera sola en casa, viniera un amigo suyo para hacerme compañía. Le dije que no hacía falta que nadie me acompañara pero él insistió tanto que acabé por aceptar su propuesta aunque sin entenderla demasiado. Me dijo que este amigo se mudaría a nuestra casa durante los dos meses que el estaría fuera y que en ese tiempo me ayudaría y satisfacería en cuanto yo necesitara. Me quedé un poco perpleja pues si en mi época de soltera simultaneé de vez en cuando, varias camas al mismo tiempo, desde que me casé nunca lo había hecho. También me indicó que varias veces por semana vendría una señora a ayudarme en las faenas de la casa.

Esa noche hicimos el amor como nunca. Miguel me trató de varias formas. Con cariño, con rudeza, como a una mujer experimentada o como a una mujer inexperta, lo cual me dio que pensar. Al día siguiente habíamos quedado con este amigo suyo que luego supe que lo había contactado a través de Internet, llamado Javier. Cuando se presentó en casa me sentí como muy turbada puesto que no paraba de observarme de arriba a abajo, aunque se mostró muy cariñoso desde el principio. Era apuesto y atractivo y durante la comida no paró de preguntarme cosas acerca de mi vida, de mis gustos y de mis relaciones con Miguel. Estábamos comiendo en la casa de Sevilla pues mi marido había trabajado ese sábado por la mañana, pero después de comer decidimos trasladarnos a la casa de la sierra. Ya en el coche Miguel, que conducía, nos dijo que nos pusiéramos los dos atrás pues así podríamos hablar y conocernos mejor durante el camino.

La verdad es que me sentí incómoda sentada en la parte trasera del coche que conducía mi marido con un hombre joven y atractivo que acababan de presentarme y que sin duda parecía muy interesado por mí. Además pensaba que durante los próximos dos meses conviviría en mi casa casi 12 horas al día. Para entonces Miguel tampoco me había dicho que serían dos hombres los que se alternarían en “cuidarme”. En el recorrido hasta la casa de campo que tenemos fuera de Sevilla, Javier trató de cogerme las manos en dos ocasiones y se sentó muy cerca de mí mientras, a través del retrovisor, Miguel controlaba todas nuestras reacciones. Al llegar a la finca Miguel me dijo que le enseñara el cuarto de invitados a Javier, mientras él sacaba algunas cosas del coche. Cuando llegamos a su cuarto, Javier me dijo lo encantado que estaba de estar allí y que trataría de complacerme en todo aunque añadió que esperaba verse correspondido cosa que me hizo poner colorada. Le dejé instalándose y me reuní con Miguel en el salón.

Nos pusimos unas copas mientras esperábamos a Javier y Miguel me dijo que según se diera la cena tal vez esa noche tuviera que dormir con Javier, lo cual me dejo atónita. Al cabo de unos segundos apareció él en el salón, recién duchado, con una camiseta ajustada y unos pantalones de tenis que marcaban un importante volumen en su entrepierna y el corto tamaño del pantalón dejaba ver unos poderosos y musculosos muslos. Antes de seguir diré que mi marido también dispone de un gran aparato y que en ese sentido nunca he tenido ninguna queja, más bien todo lo contrario. Tras su aparición decidí subir a cambiarme para ponerme a tono y dejar a los dos hombres a solas. Al poco, aparecí en el salón vistiendo un short negro muy ajustado, sin bragas, y una blusa de encaje negro semitransparente que marcaba mis redondos y bien formados pechos, apenas cubiertos por un sujetador tipo balcón.

La verdad es que me excito ver como me miraban ambos al entrar en el salón. Miguel sonrió, me guiñó un ojo y vi como Javier me desnudaba literalmente con la mirada.

– Bueno… – les dije – ¿Qué os parece si jugamos un rato a algo antes de tomar un café y luego salimos a dar una vuelta por el campo?.

Los dos parecían estar dispuestos a complacerme en todo así que jugamos un rato a las cartas donde por supuesto gané yo pues Javier bastante tenía con jugar a poseerme mentalmente y Miguel con observar las reacciones de este. Tras el café hablamos de muchas cosas y llegó la hora de salir a dar una vuelta. Justo antes de hacerlo Miguel se disculpó unos minutos para ponerse algo más cómodo por lo cual nos quedamos Javier y yo a solas en el salón. Nada mas marcharse Miguel, Javier se me acercó y me dijo que estaba estupenda y que se moría de ganas de acariciarme y besarme a lo que yo me hice la estrecha en principio diciéndole que ya tendríamos tiempo de conocernos más íntimamente cuando se marchara Miguel a lo cual me contestó que no sabía si podría esperar.

Seguimos charlando mientras cogía mis manos y no nos percatamos de la llegada de Miguel, que parecía satisfecho de nuestro comportamiento y que nos dijo como si tal cosa que cuando quisiéramos podíamos irnos. Salimos los tres a dar un paseo por los jardines de la finca ya al atardecer yo llevaba agarrado por la cintura a Miguel este me llevaba cogida por el hombro mientras a mi izquierda, Javier, al principio se distanció un poco pero, recorridos unos metros se acercó y disimuladamente comenzó a acariciarme el muslo izquierdo y la nalga de ese lado. Me sentía halagada y en la gloria pero un poco turbada. Dos hombres dispuestos a hacerme el amor en cuanto se lo pidiera, allí mismo si era preciso, y uno de ellos para mí un perfecto desconocido hasta hacía apenas unas horas y que me estaba cortejando en las propias barbas de mi marido, sin duda algo que quisieran muchas mujeres.

Regresamos a la casa y dije de ir a preparar la cena lo cual significó una buena excusa para que ellos dos volvieran a quedarse a solas. Javier subió a ponerse algo y entonces le dije a Miguel las caricias que él me había hecho a lo cual mi marido contestó que se había dado cuenta y le parecía perfecto. Volvió Javier y yo me marche a la cocina. No se lo que hablarían los dos durante ese tiempo, unos 20 minutos, en que yo no estuve en el salón pero pasada media hora Javier vino a la cocina con el pretexto de ayudarme a algo. Le dije que no hacía falta y tras hablar de diversos temas estaba yo frente al horno cuando le noté detrás de mí. Apenas tuve tiempo de reaccionar cuando noté sus dos poderosas manos que agarraron con fuerza primero, luego más suavemente, por debajo de mis brazos, mis pechos que de paso diré que son de un buen tamaño aunque no exagerados y que desde muy joven causaban admiración y deseo en los hombres.

Con esta maniobra, aparte de llenar sus manos a placer con ellos, evitaba que yo bajara los brazos para un posible, inimaginable por mi parte, gesto de defensa. Traté de volverme pero él, empujándome suavemente sobre el fogón, lo impidió mientras me murmuraba al oído:

– Voy a poseerte aquí y ahora… – mientras trataba de quitarme la blusa con habilidad – y te pienso follar en este mismo instante.

– Por favor – le supliqué sin mucho entusiasmo – déjame que puede venir Miguel.

– ¿Y qué? – respondió – Así verá como te follo y lo bien que lo hago.

Hice unos iniciales intentos de zafarme pero tampoco estaba por la labor de perder aquella sensación. Follada en la cocina, “contra mi voluntad”, es un decir y con mi marido a tan solo unos metros de allí.

Además su firme forma de sujetarme me impedía cualquier movimiento que no fuera retorcer mi culo
brindándole aún una mayor abertura del mismo, mientras que, con sus rodillas, separaba mis muslos con increíble habilidad y firmeza, haciéndome sentir entre las nalgas un enorme bulto que luchaba por salir de su opresión. Con calma, y una pasmosa habilidad, mientras me empujaba contra el fogón y apretaba mis tetas con una sola mano, ya introducida en mi blusa, fue bajándose la cremallera del chandal que se había puesto bajo el cual, según comprobé después, llevaba un minúsculo tanga, del que rápidamente salió una enorme verga que, mientras con la misma mano el desabrochaba mi sport y me lo bajaba hasta los pies, busco ávidamente los orificios de mi cuerpo. Pero mi sorpresa fue aun mayor cuando pasando por el orificio de mi culo llegando hasta mi coño, notando yo entre mis húmedos muslos y enredada en el vello de mi pubis aquel vástago de placer, de pronto su ya durísima polla volvió atrás y empezó a horadar mi pequeño esfínter anal.

Traté de protestar pero él me tapó la boca con una mano mientras con la otra me hacía separar las piernas mientras me decía al oído:

– Escucha bonita, primero te daré por el culo… ¿Te han enculado alguna vez? – me preguntó, a lo que con un movimiento de cabeza, pues tenía tapada la boca con su mano, traté de contestarle que no por lo que añadió – Pues ahora sabrás lo que es bueno.

Parte de su duro miembro se introducía, con gran dolor, entre mis nalgas.

– En los próximos meses… – me dijo al oído mientras iba horadando como un auténtico barreno mi virginal trasero – Al menos una vez al día te encularé hasta dejarte tu lindo culito preparado para admitir cualquier tamaño de polla. Primero quiero entrarte por detrás – añadía mientras seguía envistiéndome con fuerza y yo me notaba totalmente empalada por aquel duro aparato – puesto que metértela por el coño merecerá otro momento y otra preparación.

Lo que yo no sabía era, que efectivamente, me iba a preparar como una excelente culera, puesto que no sería el único en utilizar mi vía trasera. Mientras tanto y con un fuerte dolor por mi parte, su enorme y dura polla fue abriéndose paso a través de mi culo y conforme los envites se hacían más rítmicos y seguidos la mezcla de dolor y placer eran indefinibles haciéndome gemir no se bien si por una cosa o por la otra. Cuando estaba a punto de llegar me inclinó aun más sobre el fogón, aplastando mis ya desnudos pechos sobre el frío mármol, y de un potente empellón me alojó sus casi 20cm de carne, hasta los cojones que noté golpear entre mis muslos, en mi pobre agujero, haciéndolo estremecer con la enorme descarga de aquella poderosa manguera. Mientras tanto, como sabría después, Miguel estuvo asistiendo, desde la puerta de la cocina, a mi primera sodomización y cuando, algo más tarde, aparecimos los dos ante él, Javier tenía un enorme gesto de satisfacción en la cara.

Sentado frente a mi marido, le dijo:

– Acabo de dar por el mismísimo culo a tu mujer en la cocina.

Mi marido se me quedó mirando esperando mi reacción pero al ver que yo no contestaba, añadió con sorna:

– La estabas enculando… creí que te la estabas tirando, pero a estilo perro.

A lo que Javier le respondió:

– No, eso será más tarde.

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AlfredoTT
AlfredoTT
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