Convertí a mi vecina en estrella porno – I, II, III, IV, V
Recién me mudé a esta ciudad en busca de un mejor trabajo, pero la realidad es que esta ciudad me tragó vivo. La renta del departamento vence esta semana, y aunque he metido varias solicitudes de empleo, casi nadie contrata a un fotógrafo. No sé en qué momento se me ocurrió salir de mi pueblo… Allá era el fotógrafo más respetado, el más cotizado. Y aquí… soy un don nadie.
En una de esas salidas para dejar mi currículum, entré a un estudio profesional. La recepcionista no tuvo piedad: directamente me dijo que no me contratarían, y que, si me era sincera, estaba difícil que algún estudio lo hiciera. No sé cómo vio en mi cara la tristeza y la desesperación, pero me recomendó un estudio cerca del centro, en una calle de mala muerte. No tenía elección. Era mi última oportunidad.
Llegué al lugar: un estudio de mala muerte, en una calle de mala muerte. Dudé si entrar, pero el hambre pudo más. Entré… y vaya sorpresa. Por dentro todo era elegante, pero naco. No sé cómo explicarles: era algo raro, llamativo, como sacado de una película pirata de los 2000. Y la recepcionista, amable. Me preguntó qué asuntos tenía. Le expliqué que era fotógrafo y buscaba trabajo. Ella me señaló una enorme puerta de madera que decía “Director” en letras doradas.
—Ve ahí —me dijo—. Platica con Yordi. Él te dirá si te contrata.
¿Una entrevista, así de pronto? Casi estaba llorando de felicidad. Abrí la puerta, y un viejo canoso, de lentes oscuros y una facha que gritaba dinero por todos lados, me saludó con una sonrisa muy amistosa.
—Buenas, hijo. ¿En qué puedo ayudarte?
—Hola, mire… me llamo Miguel. Busco trabajo como fotógrafo. La verdad no me ha ido bien en la ciudad y necesito dinero.
—Vaya, te entiendo. Pero antes de contratarte necesito ver tu trabajo. A ver, tu portafolio con tus modelos.
¿Modelos? Rayos… no tengo. Me vine en ceros a esta ciudad.
—Ah, bueno —me dijo—. No te preocupes, hijo. Busca una modelo, ponle algo erótico o sensual y tómale fotos. Si la sesión me gusta, te pago… y te contrato de una.
¿Erótico? ¿Sensual?
—Claro, hijo. Este es un estudio de contenido para adultos. Si me gusta tu trabajo, podría pagarte entre ocho y quince mil pesos por sesión.
¡A su madre! Era mucho dinero, pensé.
Salí de la agencia con una mezcla de esperanza y desesperación. No conozco a nadie en esta ciudad… ¿Dónde carajos podría encontrar una modelo? Hasta que recordé: mi vecina del 32B, en el mismo edificio de departamentos.
Era una mujer madura, tal vez de unos cuarenta años, pero de muy buen ver. Tenía un semblante cálido, amable. Fue la única que me dio la bienvenida en esta ciudad, la única que siempre me saluda. No hemos hablado nunca, pero su saludo es un rayo de sol en medio de toda esta gente de mierda que siempre tiene prisa y es fría a morir.
Pero jamás aceptaría ser mi modelo. Y menos… para contenido de adultos. Dios.
Esa noche estuve pensando cómo podría pedírselo. Le di mil vueltas al asunto, pero ya sabes: el hambre saca tu mejor lado. Así que ideé un plan.
Y mañana lo pondría en marcha.
Ese día, desde temprano, preparé mi cámara y me puse mi mejor outfit para no parecer un pordiosero. A las diez de la mañana —una hora que consideré prudente— salí de mi departamento rumbo al suyo. Realmente eran como quince pasos: después de todo, es mi vecina.
Toqué su puerta y mis nervios estaban a tope. Cuando escuché que algo se movía adentro, solté mi último suspiro.
Al abrir, apareció mi vecina: Aura.
Usaba unas licras negras y un top deportivo del mismo color, bien pegaditos. Y es que su figura es de modelo, realmente: caderas anchas, piernas largas, unos pechos enormes… Al parecer interrumpí su sesión de yoga. Me saludó toda sudada, apenas secándose con una pequeña toalla.
—Hola vecino, ¡qué milagro! —me dijo con una sonrisa.
—Ho-hola —dije, titubeante. No podía fallar. Tenía que ser convincente.
—Disculpa que te moleste, vecina… es que necesito pedirte un favorsote.
—Uy, vecino, no me digas eso. ¿Es algo grave? ¿Estás bien?
—Sí, no es grave. Solo que… no conozco a nadie aquí.
Me invitó a pasar y me dijo que habláramos en su sala. Al entrar, el ambiente era cálido. Olía a su sudor y a su perfume: un aroma embriagante, dulce, un olor que cualquier hombre mataría por tener pegado a la piel.
Me senté en un sillón blanco, todo esponjoso, y ella se sentó frente a mí.
—Ahora sí, vecino, dime… ¿cómo puedo ayudarte?
—Pues mira… yo estudio fotografía —(primera mentira)—, y me pidieron en la escuela hacer una sesión natural con una modelo. Y, pues, como verás no conozco a nadie, quería pedirte si podrías ayudarme. Necesito hacer esto… o reprobaré.
Ella se me quedó mirando con escepticismo.
—Mira, vecino… realmente no soy fotogénica ni bonita. No creo que sea material para sesión. ¡Reprobarías!
—¡Claro que no! Tú eres —si me permites decirlo— muy bella. Y yo soy excelente fotógrafo. Entonces, puedo hacer maravillas. Vas a ver… Es más: si no te gustan las fotos, las borro.
Ella lo pensó.
—Bueno… pero no sé posar. No soy modelo. ¿Qué debo hacer?
—Mira, se me ocurre una idea. Así como estás vestida… podríamos hacer una sesión de yoga natural. Tú solo haz tus poses normales, y yo te voy dirigiendo. Yo me encargo de los ángulos. ¿Te parece?
—Bueno, vecino… pero me debes una, ¿eh? —dijo entre risas.
Aura empezó muy nerviosa, haciendo sus primeras poses de yoga. Al principio fue difícil tomar buenas fotos, porque su semblante era tímido, rígido. Solo pude atinar algunas tomas decentes, mientras le decía que lo estaba haciendo genial.
Su cuerpo era hermoso. Las prendas se ajustaban a su figura con descaro: ese culo grande y marcado, sus pechos enormes… Dios mío, la física parecía aplicarse de forma cruel sobre ellos. A pesar de su tamaño, se veían firmes, desafiantes, incluso con su edad. Cada foto era una pequeña maravilla.
Y con cada clic de la cámara, ella comenzaba a tomar confianza.
La primera pose fue sencilla, casi tímida. Aura se arrodilló sobre su tapete, estirando los brazos hacia el frente, apoyando el pecho contra sus muslos. Una especie de “niño feliz”, creo que así le llaman. Desde donde estaba, podía ver cómo la tela de sus licras se estiraba hasta el límite. Su trasero se alzaba como una ofrenda callada al lente, redondo, pesado, vivo. Me agaché un poco, manteniendo la cámara cerca del suelo para atrapar esa curva perfecta, esa sombra sutil que nacía entre sus muslos.
—Así estás perfecta… no te muevas —le dije, fingiendo calma.
El obturador sonó tres veces. Y con cada disparo, algo se deslizaba dentro de mí. Un calor lento, sabroso. No era solo deseo… era admiración cruda. Y hambre.
La segunda pose la tomó sentándose con las piernas cruzadas, espalda recta, las manos sobre las rodillas. Cerró los ojos, y por un momento, todo se detuvo. No parecía estar posando: parecía ser. El sudor aún le perlaba la frente y el pecho, y ese brillo sobre su piel morena la hacía ver como sacada de un sueño húmedo de algún dios pagano.
Caminé alrededor de ella, buscando el ángulo correcto, pero terminé frente a su torso. El top deportivo apenas podía con el peso de sus pechos, y al respirar hondo, su pecho subía con lentitud, casi provocando un accidente de tela. Tomé la foto. Luego otra. Me acerqué más, enfocando en su clavícula sudada, en su cuello alargado, en la manera en que su boca, apenas entreabierta, dejaba ver un suspiro sin voz.
La tercera pose fue la que lo cambió todo. Se colocó en lo que llaman “el perro hacia abajo”, con las manos y pies firmes en el suelo, el cuerpo formando una V invertida. Su trasero se alzó, otra vez, pero esta vez no hubo timidez. Ella ya no era la vecina amable del 32B: era una mujer hermosa, consciente de su cuerpo y de que alguien —yo— lo estaba admirando en silencio.
Me acerqué despacio. La cámara colgaba de mi cuello, y por un segundo no supe si tomar la foto o simplemente quedarme ahí, observando. Su respiración era pesada, como si lo supiera, como si ese momento, ese ángulo, ese silencio espeso entre los dos… ya no fuera solo una sesión.
—¿Así está bien? —me preguntó sin moverse, con la voz casi ronca.
Tragué saliva. El aire estaba cargado. Algo en mí tembló, y no fue la cámara.
—Sí… sí, así estás perfecta.
Y tomé la foto.
La sesión seguía, pero algo había cambiado. Aura ya no se movía como una vecina que hacía un favor: ahora lo hacía como si entendiera el efecto que su cuerpo tenía en mí… y le gustara. El sudor le recorría la espalda, bajaba lento por la línea que divide sus omóplatos, y cada vez que cambiaba de pose, ese brillo húmedo hacía que su piel pareciera arder con luz propia.
—Vamos con una más —le dije, con la voz apenas firme.
Ella se sentó sobre sus talones, el torso erguido, las manos detrás de la cabeza. Una pose de descanso, pero cargada de algo más. Algo primitivo. El top estaba mojado, pegado a su piel, delineando cada curva, cada volumen. Me agaché frente a ella, buscando la luz, y justo cuando encuadré… sucedió.
El tirante izquierdo de su top, resbalado por el sudor y la tensión, cayó por su hombro. Lento. Como si tuviera vida propia.
No dije nada. No podía. La tela cedió apenas un poco, pero lo suficiente para que la parte superior de su pecho —suave, redonda, tan perfectamente formado que dolía mirarlo— quedara expuesta. No del todo. Pero casi. La aureola asomaba, rebelde, como burlándose del pudor.
Aura lo notó. Claro que lo notó. Se quedó quieta, inmóvil. Su pecho subía y bajaba con la respiración. Me miró. No dijo ni una palabra. Solo… me miró.
Y yo supe que ese momento era un umbral. Lo cruzábamos o lo dejábamos suspenso, flotando como el vapor que llenaba el cuarto.
Mi pulgar temblaba sobre el botón de la cámara.
—¿Quieres que me lo suba? —preguntó, como quien lanza un anzuelo con miel.
Tragué saliva. Sentí que todo se apretaba por dentro: el deseo, la adrenalina, el miedo a arruinarlo todo.
—No… aún no —dije, intentando sonar profesional. Fallando.
Ella sonrió. No con burla, sino con una calma peligrosa. Como si entendiera que yo también estaba desnudo, pero por dentro. Y volvió a posar. El tirante seguía suelto, colgando como un secreto a punto de contarse. La tela bajaba con cada respiración, desafiando la gravedad, el pudor… y mi paciencia.
Disparé. Una, dos, tres fotos.
Cada clic era como un latido.
Yo sabía que debía ser cuidadoso. Que ese momento no se podía forzar. Que ella estaba jugando, sí, pero también confiando en mí. Y esa confianza, tan frágil como la tela que rozaba su pecho, era lo más valioso en esa habitación.
Y lo más peligroso.
No sé cuánto tiempo llevábamos en eso. Aura seguía moviéndose, posando, respirando hondo mientras la tela húmeda seguía desafiando la física. El tirante aún caído, su pecho a un milímetro de la exposición total, sus ojos brillando con una mezcla de nervios y picardía. Y yo… yo ya no podía más.
La cámara temblaba entre mis manos. Mis piernas igual. El deseo me había tomado por completo. Y para colmo, el pantalón comenzaba a delatarme.
La erección fue inevitable.
Insoportable.
Sabía que si me quedaba un minuto más, si tomaba una foto más, si ella me miraba otra vez con esa media sonrisa cómplice… iba a perder el control. Y no podía. No ahí. No con ella. No de esa manera.
—Creo que… que con eso es suficiente, vecina. ¡Te la rifaste! Gracias, de verdad.
Me levanté de golpe, sin darle tiempo a responder. Apagué la cámara, recogí mis cosas con torpeza y huí de su departamento como si estuviera escapando de un incendio invisible. Apenas crucé la puerta de mi depa, me apoyé contra la pared, sudando frío, el pulso desbocado, la cabeza hecha un nudo.
Esa mujer me iba a volver loco.
Esa noche, entre la confusión, el calor y el insomnio, me encerré a editar. Cada foto era una prueba de que el deseo también puede ser arte. Su cuerpo, sus gestos, la luz sobre su piel… Era una galería sensual sin caer en lo vulgar. Justo lo que necesitaba.
Las envié a la agencia.
Tres días después, me citaron.
Volví a ese estudio extraño del centro. El mismo pasillo, la misma puerta con letras doradas. Entré. Y ahí estaba Yordi, con esa sonrisa torcida y sus lentes oscuros.
—Miguelito… ¡te la rifaste, cabrón! Las fotos están de locos. Arte, erotismo, clase… me llegaron comentarios buenísimos. Mira —dijo, sacando un sobre grueso—: tu primera paga. Ocho mil baros limpios. Y eso que fue de prueba.
Lo tomé, temblando. Era real. Por fin.
—Pero escúchame bien —dijo, bajando el tono—. Queremos más. El cliente quiere ver a esa modelo en ropa interior. Dice que tiene potencial, que tiene algo que no se ve en otras. Así que si te la puedes convencer… tenemos más trabajo. Y más billete.
Me quedé en silencio. El sobre pesaba en mis manos, pero más pesado era lo que se venía: ¿Cómo le iba a pedir eso? ¿Cómo iba a lograr que posara en ropa interior sin romper esa confianza tan frágil?
Salí del estudio con el corazón en la garganta.
Aura… ¿aceptaría?
PARTE II
Toqué la puerta como si me lanzara de un paracaídas, con los nervios a tope. Por dentro, deseaba que no abriera para poder postergar este momento, pero el click del pomo se escuchó. Aura abrió la puerta.
Estaba parada con ropa casual: unos jeans ajustados que dejaban ver su escultural figura y un polo negro, también ajustado. No creo que fuera a propósito, es que su cuerpo es sincero, siempre resalta con cualquier tipo de ropa. Al verme, sonrió con una mezcla de asombro y felicidad.
—¡Holaaa, Miguel! Qué milagro. ¿Vienes a presumirme la alta calificación que sacamos en la sesión de fotos?
—Ho-hola, vecina. Sí… algo así.
Mi cara me delató. Tal vez por sincera o porque no pude fingir felicidad.
—¿Y esa cara, Miguel? Pasa, a ver, cuéntame.
Ambos pasamos a su sala y nos sentamos en sillones distintos. La casa aún olía a su perfume. Cómo adoraba ese aroma. La televisión estaba encendida. Algún K-drama en Netflix; se notaba que estaba en su momento de relax.
—Cuéntame, Miguel. ¿Qué te tiene con esa cara? ¿Reprobaste?
—No, no. Nada de eso. Fue todo lo contrario.
—Entonces, ¿por qué te veo agobiado?
—Es que… bueno. Te voy a contar y seré sincero contigo (mentira). Pero quiero pedirte un favor: escúchame completamente antes de responder, ¿ok?
—Me preocupas, Miguel. ¿Qué podría ser? Pero está bien, te escucharé.
—Mira… la última sesión que hicimos gustó mucho a mi profesor. Me dijo que tenía talento para esto. Aunque, en realidad, todo el trabajo lo hiciste tú. Eres muy buena modelo. No es algo que haya contado mucho, pero… me corrieron de mi último trabajo por recorte de personal. Mi profesor me recomendó con una agencia para trabajar como fotógrafo.
—Vaya… lamento eso. Pero es genial, ¿no? Ya tendrás trabajo y de algo que te gusta. No veo por qué te pones así.
—Sí, mira, el detalle es que me piden un portafolio para evaluar mi trabajo. Dicen que con la sesión pasada no basta, y quieren otra sesión.
—Pues mira, Miguel, no tendría problema en ser tu modelo otra vez si eso es lo que te preocupa. Me alegra ayudarte.
—Gracias… en parte, sí es ese el favor que quiero pedirte. Pero hay un detalle.
—¿Cuál es?
—Es una empresa enfocada en catálogos de ropa interior. Y… piden una sesión en ropa interior. Entiendo si no quieres. De verdad. Es que no tengo a quién más recurrir. Ya sabes… es ridículo. Le diré a mi profesor que no tomaré el trabajo. Iré a ver si en el Soriana solicitan ayudantes… no sé. Creo que esto de la fotografía no es para mí. Perdón.
Simulé irme de su casa levantándome del sillón, esperando que mi labia y manipulación funcionaran, que la lástima que provocaba moviera algo dentro de ella.
—Espera, Miguel —dijo.
—Con las fotos que tomaste, de verdad me hiciste lucir como una modelo… y quisiera ayudarte, pero posar en ropa interior no es algo que esté en mis planes. No soy ese tipo de modelo. Lo siento.
—Te entiendo, Aura. Y de verdad, perdón por proponerlo. Es que eres la única amiga que conozco. Perdón, no quiero ofenderte. Gracias de todos modos.
—Espera, aún no termino —agregó Aura—. ¿Esas fotos en lencería las van a publicar o algo así? ¿Las verá mucha gente?
—No, para nada. Solo las verá el director de la agencia para evaluarme y decidir si me da el trabajo. (Claramente era una mentira: mucha gente ya esperaba verla en ropa interior).
—Mmm… quisiera pensarlo, Miguel. ¿Cuándo tienes que entregarlas?
—El dueño de la agencia quiere ver mi trabajo antes de este fin de semana. Tomo un día en hacer las fotos y otro en editarlas. A más tardar debería tomarlas mañana. Pero de verdad, no quiero obligarte a nada.
—Vaya, eso es muy rápido, Miguel… Mmm… está bien. ¿Sabes? Tú también eres de las pocas personas con las que hablo en esta ciudad. Mira, hagamos algo.
(Sabía que podía lograrlo. Se abrió una brecha en sus defensas. Estoy a nada de conseguirlo).
—Lo que tú me digas, las condiciones que quieras. Si me ayudas a conseguir este trabajo, te juro que no te pediré nada más.
—Jaja, justo tengo unas condiciones. La sesión debe ser en mi casa y júrame que nadie más las verá. Aparte, si no me gustan las fotos, las borras y se acabó, ¿ok?
—Suena muy justo. Te juro que solo el director las verá (mentirota). Y si no te gustan, las borro. Se acaba todo.
—Ok… mañana las hacemos. Déjame asimilar esto y prepararme. Por cierto, ¿la lencería tú me la das o cómo?
—Mmm… pues podría ser con alguna que tú tengas. Es más, con la que te sientas más cómoda. No tiene que ser reveladora ni elegante.
—Rayos, Miguel… no tengo lencería muy bonita. Ahí sí te fallo, pero buscaré algo.
—Oye, Aura, muchas gracias. De verdad. Es más, con mi primer sueldo te invito a comer a un restaurante muy bonito.
—Jaja, no es necesario, Miguel. Somos vecinos y debemos apoyarnos, ¿no? Aunque… uff, vaya favorzote.
Emprendí la huida hasta mi departamento con una sonrisa y una satisfacción enorme: lo había conseguido.
Ahora todo quedaba en mis manos. Que esas fotos fueran las mejores.
Y les juro que lo serán.
Cabe mencionar que esa noche me dediqué a festejar mi logro de convencimiento pidiéndome una pizza con extra peperoni y viendo anime en AnimeFLV.
Sin embargo, no dimensionaba lo que estaba a punto de pasar. Realmente no estaba preparado. Me encerré tanto en el hecho de que ya tenía a la modelo, que no me di cuenta de lo difícil que iba a ser toda la sesión.
A la mañana siguiente, me bañé, me puse mis mejores ropitas para estar decente, tomé mi cámara, unas luces, y me dirigí al departamento de Aura.
Toqué la puerta, esta vez sin nervios y aliviado. Me recibió ella.
Aura vestía una bata de esas finas, larga y color vino. Su semblante era de nerviosismo. Ahora parecía que los papeles se habían invertido, y eso alertó todos mis sentidos.
Claro, baboso, ella todavía podía arrepentirse. No estaba del todo segura. Me enfoqué en una sola meta: hacerla sentir cómoda. No quería perder esta oportunidad.
—Hola, Aura. De verdad, mil gracias por este favor. No sabes cuánto me ayudas. No te voy a mentir… lloré toda la noche de alivio y felicidad.
(Mentira. Estuve viendo anime y tragando pizza hasta quedarme dormido.)
—Pues muy lista que digamos no, Miguel… esto es muy difícil de verdad. Para empezar… te fallé.
Esas palabras me helaron.
Demonios, se va a echar para atrás. No.
—Te fallé, Miguel. No encontré un conjunto de lencería elegante ni bonito. Me agarras en mal momento; mi guardarropa tiene tiempo que no lo cambio. Así que… escogí el que no se viera tan mal.
—Ah, no te preocupes. De verdad, con lo que decidas posar estará perfecto. Déjame hacer el resto. Te haré lucir como una modelo profesional.
—Ese es otro detalle, Miguel… no sé cómo posar. Estuve viendo videos de modelos en TikTok y todo, pero es difícil. Lo intenté, pero siento que no soy buena para esto.
—Tranquila, Aura. Yo te iré guiando. Solo son un par de fotos, y ya verás cómo luces como una profesional.
—Mmm… bueno. Está bien.
Acto seguido, nos dirigimos a su recámara.
—Está bien que sea en mi cuarto. Creo que es lo más cómodo que tengo para fotografiar… y me da confianza.
—Es perfecto, no te preocupes.
Dios, su cuarto olía más a ella. En serio… su perfume era espectacular.
Acto seguido, abrió una botella de vino y se sirvió una copa.
—Espero no te moleste que tome un incentivo para poder hacer esto, Miguel. Es que… de verdad es difícil.
—Aura, de verdad… es un gran favor el que me haces. Lo que sea necesario para que estés cómoda, hazlo. Es más —(puse mi cara más hipócrita que he puesto en mi vida)—, si en medio de la sesión te arrepientes o sientes que es mucho para ti, párame. Te juro que ahí mismo la acabamos. Sobre todo… quiero que te sientas bien.
Esas palabras derribaron los últimos muros que había en ella. Aceptó.
—Gracias, Miguel. De verdad me haces sentir más segura. Te juro que daré mi mejor esfuerzo.
Se tomó la copa de vino de un solo trago, se levantó de la cama, y agarró los dos listones que mantenían la bata cerrada. Suspiró fuerte… y me miró.
Decidida. Nerviosa.
—Hagamos esto, Miguel… antes de que me arrepienta.
Ella apretó los listones que sujetaban su bata como si, al soltarlos, dejara caer su mundo. Se aferraba a ellos. Su respiración se sentía en toda la habitación.
Intenté darle su espacio mientras acomodaba el trípode y las luces, pero debo admitirlo: algo en todo esto me estaba cautivando.
(¿Se acuerdan que les dije que no estaba preparado para esto? Pues no mentí. Me concentré tanto en que había aceptado… que no imaginé lo que estaba a punto de ver.)
En su último suspiro, dejó caer los listones y abrió la bata.
La fina tela color vino cayó rápidamente al piso.
Un movimiento instintivo de sus manos cubrió su busto, y apretó las piernas para no dejar nada expuesto.
Pero su cuerpo… su cuerpo siempre fue sincero. Y ahora, más que nunca, lo decía todo.
Sus piernas eran dos pilares griegos tallados con devoción.
Caderas amplias, tan amplias que Dios las diseñó para reproducirse.
Su vientre no era completamente plano, y eso era perfecto: una pancita leve, de esas que no molestan… al contrario, enamoran.
Y aún así, tenía una cintura delgada, de esas que te invitan a aferrarte como náufrago.
Sus pechos eran enormes, prominentes, firmes a pesar del volumen y de su edad.
Su cuello, sus hombros, su aroma…
Les juro que el perfume se sentía en el aire como un hechizo.
El brasier y las bragas que traía no eran reveladores; más bien, parecían ropa interior cómoda, blanca, sin intención alguna de ser sexy.
Pero daba igual. Su cuerpo hacía el resto.
Esos segundos de admiración fueron interrumpidos por su voz.
—¿Tan mal me veo? Te lo dije, no soy modelo… esto es un error.
—No, nada de eso, al contrario. Me da mucha pena, vecina, pero… te ves mejor que cualquier modelo. Perdón si soy atrevido, pero ni mis compañeras tienen un cuerpo tan perfecto. Y en la agencia, creo que tampoco.
—No digas eso, Miguel… me haces ponerme roja, jajaja.
Esa sonrisa rompió un poco la tensión.
—Bueno, ¿y cómo empezamos? ¿Qué hago o qué?
—Primero algo sencillo. Relájate. Piensa que estás en la playa, así… apurada. Voltea a la cámara y dame una sonrisa.
Ella hizo todo lo que le dije. Aún se le notaban los nervios, pero la pose —aunque no fuera provocativa— tenía fuerza.
Esos senos queriendo reventar el brasier, esas caderas estirando la tela hasta límites insospechados…
Tomé la foto.
—Perfecto. Vamos con otra pose. ¿Puedes acostarte en la cama y voltearme a ver?
Ella, con un poco de pena, se acostó en la cama e hizo su mejor pose.
—¿Así está bien, Miguel?
—Está excelente. Eres una modelo, se nota.
Se lo dije para aumentar su confianza.
Pero a estas alturas yo ya estaba hipnotizado por su figura. Su belleza era de otro nivel.
Las fotos quedaron de lujo, sí… pero no le hacían justicia a su presencia.
Obviamente, tomé la foto.
—Bueno, ahora… ellos van a querer ver el modelo desde todos los ángulos. ¿Podrías voltearte, por favor? La pose que sea, está bien.
Ella lo pensó un poco.
—Está bien, supongo. Pero procura que no me vea tan vulgar, por favor.
Se volteó… y empezó a posar.
Dios mío. Ese culo.
Ese enorme y perfecto culo.
Sus bragas, aunque de un modelo grande y discreto, no podían tapar nada. Ese culo era tan abundante que todo lo convertía en tanga.
La tela nacía en sus caderas y, conforme avanzaba, era devorada por esa locura de trasero.
Tardé en tomar la foto.
—Espérame… desde este ángulo te ves más elegante.
Otra mentira, claro. Solo quería más fotos de ese culo. Y debo admitirlo.
—¿Qué tal unas fotos hincada sobre la cama?
—Claro, ¿por qué no? —respondió. Ya estaba ahí.
No lo noté al principio, pero a lo largo de la sesión, ella fue ganando confianza. No era desbordante, pero el contraste con los nervios del inicio era evidente.
Se puso en posición hincada. Su semblante era otro. La pose, brutal.
La foto… era su confianza, materializada.
—Listo, ya quedó esa. Mmm… me falta una más, pero no sé qué pose estaría bien.
—¿Qué tal esta? La vi en TikTok, pero si no te gusta, no la hacemos —añadió ella.
Y… Dios mío.
Se inclinó frente a mí, sujetó uno de los tirantes de su brasier como si fuera a quitárselo, y me miró con una cara coqueta e inocente al mismo tiempo.
Dios mío. Me mató.
De por sí estuve conteniéndome toda la sesión, pero eso fue inevitable: una enorme erección se estaba formando debajo de mi pantalón.
Tomé la foto a duras penas, pero tenía que mantener la compostura.
No podía permitir que Aura notara lo que me estaba pasando.
—Muchas gracias, Aura. De verdad… no sabes cuánto me ayudas.
Empecé a desmontar todo de volada, con sumo cuidado para que ella no notara mi estado. Aquello estaba por reventar.
—¿No vas a mostrármelas? Recuerda que si no me gustan, las tienes que borrar.
Demonios. Era cierto. Puta madre.
—Cla… claro.
Tomé la cámara y me moví con cuidado, no solo por el deseo, sino por el dolor de estar así de excitado sin poder hacer nada.
Le mostré las fotos una por una.
Y conforme avanzaban, sus ojos se iluminaban. De verdad se veía como una modelo.
(Una porno… pero ella no lo sabía. Modelo al fin y al cabo.)
Yo también me estaba volviendo loco al verlas.
—Miguel, tenías razón… me veo como una modelo real. Están geniales. Las apruebo.
—Gracias, Aura. Te juro que, si consigo este trabajo, te invito a cenar.
—Jajaja, está bien.
—Ahora, perdón… pero debo irme.
Agarré todo y salí disparado de ese maldito departamento.
Ya en mi departamento… no les voy a mentir: me la jalé viendo esas fotos.
Sería una hipocresía decir que fue con delicadeza.
Para nada. Fue con urgencia, con frenesí, sentí que casi me la arranco.
Esa misma noche empecé a editarlas, pero ya era inevitable.
Estaba embelesado con ella.
Dios… es que era perfecta.
Y lo peor: ni siquiera lo sabía.
Empezó a nacer en mí un hambre…
Una necesidad de más.
Una vez editadas, mandé las fotos a la agencia.
Cuatro días después, fui a visitar al director para saber qué había pasado.
Como siempre, me recibió en su oficina.
—¡Miguel, Miguel! Ahí está mi fotógrafo favorito.
Con eso, ya me había quedado claro que iba a salir de ahí con dinero.
No es por presumir, pero si bien Aura era una modelo perfecta…
yo era un excelente fotógrafo.
Y seamos sinceros: años viendo porno entrenan el ojo más que cualquier universidad.
—¡Migueeeel! Tus fotos, hijo de perra, tus fotos volvieron locos a todos en la página.
¿Quién es tu modelo, eh? ¡Quiero contratarla y hacerle un casting! —dijo riéndose.
—Amm… no creo. Ella prefiere mantenerse en el anonimato.
(¿Anonimato? Ya la vieron medio encuerada, imbécil.)
—Y pues… solo trabaja conmigo.
—Bueno, Miguel, queremos más fotos de ella.
Pero esa lencería no revelaba nada. Mira, toma este bikini.
Es más chico. Con esto le daremos al público lo que quiere: más piel.
—¿C-cómo? ¿En bikini?
No sé… pensé que ya me pondría otra modelo…
—¡Miguel, por favor!
Hay algo aquí, ¡una oportunidad!
Mira: por esta sesión, no te vas a llevar ocho mil… te vas a llevar quince.
Y otros ocho para que tu modelo se sienta “motivada”.
¡Venga, el público la adora! Es tan natural, tan bella, tan ufff…
Es más… hasta yo me la jalé con esas fotos, con eso te digo todo.
Me sentí como puberto otra vez. ¿Qué dices?
Hijo de su puta madre.
Veinte mil por unas fotos.
Con eso vivo bien un mes.
Pero… ¿Aura querría posar en ese bikini?
Bueno… pero ya la convencí una vez. ¿Qué tal una segunda?
Sí se puede. Sí podemos.
—Está bien —le dije—. Voy a hablar con ella.
—¡Esa es la actitud, Miguel! Así se hace.
Me dio mi fajo de billetes.
Salí de esa oficina con una nueva misión en la cabeza.
Y algo dentro de mí lo sabía:
ya no había marcha atrás.
Había convertido a mi vecina en una estrella porno…
Sin que se diera cuenta.
PARTE III
Pasé todo el fin de semana pensando en cómo lograr que Aura volviera a posar para mí… y encima, que se pusiera ese bikini. Rayos, Miguel, ya
Pasé todo el fin de semana pensando en cómo lograr que Aura volviera a posar para mí… y encima, que se pusiera ese bikini.
Rayos, Miguel, ya lo habías hecho una vez. Dos no debería ser difícil… pero no se me ocurría nada.
La inspiración que nace de la desesperación y el hambre ya había pasado. Con el dinero de la sesión pasada, ya no sufría por penurias. Ahora, la avaricia era mi motor.
Pero nada salía.
Revisé el bikini.
Era diminuto… casi una excusa de tela.
Obvio que diría que no.
Pero por otro lado… verla con esto sería un deleite.
No me voy a rendir. Debo verla con esto puesto.
El mundo debe verla con esto puesto.
Y claro… deberán pagarme.
Ideé un monólogo. Frases trilladas. Prueba y error.
Pero toda idea parecía una tontería.
Aun así, no tenía de otra.
Revisé en mi cabeza la conversación pasada, cómo abrí una grieta en sus defensas.
Ella se mostró más dispuesta cuando sintió que tenía el control:
Podía parar en cualquier momento.
Elegía el lugar.
Si no le gustaban las fotos, las borraba.
Y claro, el factor de lástima… y el de “ayudarme”.
Si volvía a combinarlos bien, podría abrir otra grieta.
No hay margen de error. Debe ser así.
Acto seguido, tomé el bikini y lo metí en una bolsa de regalo que tenía guardada.
No era muy vistosa, pero cumplía su función.
Me puse mis mejores ropas y me dirigí a su departamento.
Era matar o morir.
Tocar el cielo con los ojos…
o perderme en el infierno de su adiós.
Toqué su puerta sin un plan definido, solo con una tremenda confianza en mi verbo y en mis mentiras.
Les juro que el tiempo entre que terminé de golpear y el momento en que abrió se me hizo eterno.
Respiré hondo… y fluí.
Ella abrió. Aura, tan hermosa como siempre, vestía unos jeans ajustados y una blusa negra. Ya saben: su cuerpo siempre siendo el protagonista.
—Hola, Miguel —me saludó—. No me digas que vienes a darme las buenas noticias.
—Amm… sí, algo así —respondí, intentando poner mi cara más preocupada, como si estuviera aguantando las ganas de ir al baño.
—¿Qué pasa, Miguel? No me digas que no te dieron el trabajo. Ven, pasa.
Entramos a su sala. El perfume dentro de su casa ya se había convertido en mi aroma favorito de la vida.
—Antes de que me des la noticia, ¿gustas un café? —preguntó.
—No, gracias, Aura. No quiero molestar tanto —solté un suspiro largo, agregando drama.
—¿Qué tienes, Miguel? No… no me digas que no te dieron el trabajo. ¿Tan mal estuvieron mis fotos? Yo te dije que no soy modelo… perdóname.
—No, no es eso. Tú estuviste perfecta. Es… todo lo contrario.
—¿Cómo? —se quedó intrigada.
—Mira, al editor de la empresa le gustaron tanto mis fotos que quieren que me quede de planta con ellos. Ya, de inmediato.
—¡Excelente noticia, Miguel! ¡Qué bueno!
—Pero… hay un detalle.
—¿Cómo que un detalle? ¿Qué pasa?
—Pues… al editor le gustaron tanto tus fotos que si me contrata a mí… también quiere contratarte a ti.
—¿Cómo? No entiendo.
—Affff… —suspiré—. Quieren que sigas siendo mi modelo. Dicen que tienes lo que estaban buscando, que las fotos contigo son espectaculares. Y que si no es contigo… no me contratarán.
—Miguel… no. No soy profesional. Yo no me dedico a esto. Lo siento, pero no puede ser. Lamento que no obtengas el trabajo.
—Lo sé. Incluso les expliqué que no eras modelo, aunque no me creyeron. Pero bueno… no te preocupes, buscaré en otro lado. Gracias, Aura.
Puse mi cara más derrotada y fingí levantarme para irme.
—Espera, Miguel… lo siento, pero no soy modelo. Además, me da pena que la gente me vea. Soy un poco insegura en ese aspecto.
—Te entiendo, Aura. No quiero presionarte. Solo vine a decirte que, si no aceptas, tomaré otro trabajo si es que lo encuentro. Pero sobre todo, vine a agradecerte… porque contigo hice mis mejores fotos. De verdad lo disfruté. Y créeme: pareces profesional. No deberías ser insegura.
Se quedó pensativa, como con culpa. Mi chantaje estaba funcionando.
—Miguel… hagamos una cosa: toma las fotos. Y si no me gustan… si de verdad no me gustan, no las publicas. ¿Te agrada la idea? Es lo más que puedo hacer por ti.
—¿De verdad, Aura? Sí, claro. Como tú quieras. Si no estás cómoda, paramos y borro las fotos. De verdad… esto es mi sueño, y me ayudas a lograrlo.
—Está bien, Miguel. Me agrada ayudarte. Pero ya no tengo ropa interior bonita. Creo que tengo una negra por ahí, pero es medio anticuada.
—Sí… sobre eso, Aura… —hice una pausa—. Me dijeron que van a tener una campaña en bikini.
—Oh, un bikini. Creo que tengo uno de hace unos años… aunque en realidad hace mucho que no voy a la playa. Déjame buscarlo. Aunque… no es bikini, es como traje de baño de una pieza.
—Amm… sí, sobre eso también… —saqué la bolsa de regalo—. Ellos me proporcionaron el modelo que van a promocionar. Es este.
Ella tomó la bolsa, metió la mano y sacó la diminuta tela que había dentro.
—Miguel, no… definitivamente no. Esto es nada. No tiene ni tela. Sería como estar desnuda. Es muy chico.
—Lo sé, Aura. Yo también pensé que no querrías hacerlo.
—Es que míralo, Miguel. Con mi cuerpo, esto hasta podría romperse. Es muy chico.
—Te entiendo. Pero mira… si de verdad no te sientes cómoda, borro las fotos. ¿Sí?
Ella se quedó pensando… demasiado.
—No sé, Miguel… esto es diferente. Pero… voy a confiar.
—Gracias, Aura. De verdad, no te vas a arrepentir. Te haré parecer una modelo internacional.
—Jaja… lo dudo. Con este bikini solo voy a parecer una puta barata, pero bueno… —rió—. Hagámoslo ya, porque si no, me voy a arrepentir. Ve rápido por tus cosas mientras me cambio… y destapo un vino, porque sobria no haré esto.
Arranqué a toda velocidad hacia mi departamento por mis cosas.
Lo había logrado.
Mi sonrisa era imposible de ocultar: la tenía, otra vez, en mis manos.
Aura me abrió la puerta con la bata puesta y una copa de vino en la mano. Sus mejillas ya tenían un leve sonrojo, y no sé si era por el alcohol o por la vergüenza.
—Miguel… este bikini es demasiado chico. No sé si pueda —me dijo antes de que yo dijera nada.
—Tranquila, Aura. Solo haremos lo que te haga sentir cómoda. Si no te gusta, borramos las fotos.
Suspiró, dio un trago y se fue a su recámara. Yo la seguí, con la cámara en mano, como si estuviera entrando a un templo prohibido.
Dejó la bata sobre la cama y ahí estaba.
El bikini era rojo, brillante, con tiras doradas delgadas. Los triángulos del sujetador eran tan pequeños que no cubrían del todo; el borde superior apenas contenía sus pechos, y en cada respiración la tela se movía lo suficiente como para que uno pensara: “en cualquier momento, se asoma un pezón”. Las tiras doradas se enterraban un poco en su piel, formando esos pliegues suaves que no deberían ser tan atractivos, pero lo son.
La parte de abajo era aún peor: dos pedazos mínimos de tela roja que se perdían en el ancho de sus caderas. Por delante cubría lo justo… y por detrás, la tela se escondía entre sus nalgas grandes y redondas, quedando casi todo al aire. En cada paso, el hilo se metía un poco más, y yo ya me sentía un criminal por disfrutar tanto la vista.
—¿Ves? Esto no es un bikini, es una trampa para que se me salga todo —dijo, tirando un poco de las tiras como para acomodarlo, aunque lo único que logró fue apretarlo más.
—Es perfecto… para las fotos —me corregí rápido, antes de que notara que me había salido del papel.
Se quedó de pie, dudando. Yo aproveché para ajustar el trípode, respirar hondo y acomodar el pantalón de forma que disimulara cualquier problema.
—A ver, empieza de pie, frente a la ventana, con una sonrisa. Algo relajado.
Se colocó en posición, pero al girarse para mirarme, la parte de abajo se clavó más entre sus nalgas.
—Miguel… esta pose parece más de otra cosa que de catálogo.
—No, no… es que el cliente quiere mostrar la forma de la cadera y la caída de la tela. Es técnica, no sexy.
—Ajá… —respondió con una media sonrisa, como si no me creyera del todo.
Disparé la primera foto, intentando no quedarme mirando demasiado.
—Ahora, gira un poco de perfil.
Lo hizo, y un triángulo del sujetador se desplazó apenas, dejando asomar un borde oscuro del pezón. Me ardió la cara.
—Miguel… creo que se me ve algo.
—No, es la sombra —mentí sin parpadear—. La luz entra así por la ventana.
Ella se encogió de hombros y bebió otro trago.
—Ok… ahora siéntate en la cama y recuéstate un poco sobre un codo.
Se acomodó y el bikini inferior subió más de la cuenta, dejando un pliegue de piel tan cerca de donde empieza lo prohibido que tuve que apartar la vista para no delatarme.
—Miguel… esto ya parece otra cosa.
—Es porque la postura alarga la pierna, es composición.
Ella rió y negó con la cabeza. Y algo en su mirada me dijo que, aunque nerviosa, ya se estaba soltando.
—¿Quieres algo más atrevido? —preguntó, medio en broma.
—Lo que tú quieras —respondí, tragando saliva.
Se hincó sobre la cama, apoyando las manos en los muslos. El top del bikini se tensó tanto que pensé que iba a reventar; la tela central se arqueó, dejando apenas un par de centímetros para que no se escapara todo.
—¿Así? —preguntó, inclinándose hacia mí.
Mi erección ya estaba ahí, firme, y me escudé detrás de la cámara.
—Perfecto… no te muevas.
Cada pose era peor (o mejor) que la anterior: inclinada hacia adelante, girando las caderas, apoyando un pie sobre la cama para estirar la pierna… cada movimiento parecía diseñado para tentar a la gravedad y que un pezón o algo más hiciera su aparición. Y en mi cabeza, yo solo pensaba: “por favor, que no pase… o sí”.
Aura bebía, posaba, reía… y cada vez me preguntaba menos si la pose era “demasiado” y más cómo quedaba en la foto. Y yo, detrás de la cámara, me aferraba al único objetivo que podía sostener en ese momento: terminar la sesión sin que se me notara cuánto estaba disfrutando verla casi desnuda.
Aura ya estaba suelta, el vino y la confianza habían borrado a la mujer nerviosa del principio. Se movía con fluidez, hasta guiaba algunas poses, pero yo seguía buscando esa toma final, la que mostrara el bikini por detrás.
Abrí la boca para sugerirlo, pero ella se me adelantó con una sonrisa:
—¿Quieres que se vea bien? Me puedo poner… de perrito, así el bikini luce completo.
Sentí un golpe en el pecho.
—Si… si te parece bien —contesté, intentando sonar profesional, pero la voz me tembló.
Se acomodó en la cama, primero de rodillas, luego apoyando las manos, y levantó el culo hacia mí.
El bikini rojo, ya mínimo, quedó reducido a una línea. Las nalgas se abrieron por pura inercia, y esa tira dorada que hasta ahora no había podido ver del todo quedó finalmente expuesta.
Era un espectáculo indecente: la tela nacía en sus caderas y se hundía en ese culo tragón, cubriendo apenas lo justo. La puerta trasera se escapaba un poco de la franja roja, y unos bordes rosados parecían querer asomarse, tentando a la tela a rendirse.
Bajé más la mirada… y el hilo delantero estaba tan ajustado que marcaba sin pudor la forma de su entrada, pegado como segunda piel. No dejaba nada a la imaginación. Les juro que podía sentir calor emanando de ahí.
—¿Así está bien? —preguntó, arqueando la espalda y empujando la cadera hacia arriba.
—Perfecto… no te muevas —logré decir, aunque apenas podía respirar.
La cámara estaba en mis manos, pero yo no disparaba… estaba mirando. La luz acariciaba cada curva, cada pliegue, y la tira roja parecía una línea de advertencia a punto de romperse.
—¿Quieres que levante un poco más el culo? —insistió, sin darse cuenta de que estaba jugando con mi límite.
—No… está bien así —respondí rápido, antes de que la voz me delatara.
Sentía la sangre latiendo en mi entrepierna, el pantalón tenso, la respiración pesada. Era demasiado.
Bajé la cámara de golpe.
—Listo… tenemos todo.
—¿Tan pronto? —preguntó, todavía en esa pose, como si no supiera lo que me estaba provocando.
—Sí… es suficiente. Mañana te enseño las fotos.
Guardé el equipo a la velocidad de un ladrón y me fui casi corriendo. Crucé la puerta y respiré como si hubiera escapado de un incendio.
Esa imagen, esa maldita imagen, con el hilo rojo perdido entre sus nalgas, cubriendo apenas lo justo, me iba a acompañar toda la noche… y no me iba a dejar dormir.
Esa noche no dormí.
La imagen de Aura a cuatro puntos, con el hilo rojo perdido entre sus nalgas, me perseguía cada vez que cerraba los ojos.
Al amanecer, me senté frente a la computadora. Abrí las fotos y, una por una, las fui editando.
Ajusté luces, realcé colores, pero sobre todo me detuve en esa última toma. La amplié, la estudié… milímetro a milímetro.
La curva de sus caderas, la tensión de las tiras doradas, la forma en que la tela roja luchaba por ocultar lo imposible… la foto era perfecta.
Mientras trabajaba, me descubrí sonriendo como idiota. Esto no era solo un trabajo, era mi obra maestra.
Al final del día, envié el set completo a la agencia.
No pasaron ni 24 horas cuando el director me llamó:
—¡Miguel! Necesito que vengas a la oficina, traigo algo para ti.
Colgué y fui de inmediato. Cuando llegué, me recibió con una sonrisa enorme y un sobre grueso.
—Aquí tienes, quince para ti, ocho para tu modelo. La sesión fue un éxito total, las fotos volaron en la página.
Guardé el sobre sin abrirlo. El dinero era bueno… pero lo que dijo después me dejó frío.
—El público está vuelto loco con ella. Preguntan por más… pero ahora quieren verla desnuda. Nada de bikini, nada de tela. Todo.
Me quedé callado.
—Mira, Miguel, si lo logras… te pago el doble. A ti y a ella. Y créeme, la gente va a pagar por eso.
Salí de la oficina con el sobre en la mano y una idea clavada en la cabeza.
¿Podría convencer a Aura de posar desnuda?
Ya había cruzado tantas líneas con ella… ¿qué era una más?
Mientras bajaba las escaleras, me vi sonriendo otra vez.
La siguiente historia… sería la más difícil.
Y, tal vez, la más deliciosa.
PARTE IV
Después de que la última sesión fuera todo un éxito, la proposición del director de obtener una sesión desnuda con Aura era un verdadero reto. Ella es una mujer muy pudorosa, aunque no lo parezca, y yo sabía con toda mi alma que se negaría a algo así. Sin embargo, había hecho un excelente trabajo con las fotos, estaba ganando buen dinero… y la idea de poder ver de cerca ese cuerpo ya era mi obsesión. Tenía que intentarlo.
Les confieso que no tenía ni idea de cómo abordar el tema ni cómo lograr que bajara sus defensas. Pensé en ir metiendo la idea poco a poco en pláticas previas, para calentar el asunto. No sabía si sería mejor agarrarla borracha, de buenas o simplemente encontrar el momento justo… la verdad, no tenía ni idea.
Así que, para que no fuera tan de golpe, decidí manejarlo con calma. Tomé la excusa de la sesión pasada para invitarla a un café, y me aceptó la salida. No les voy a mentir, cabrones: el simple hecho de salir con ella ya me tenía nervioso.
Llegó el día y la hora. Quedamos en un café cerca de los departamentos, una de esas chingaderas estilo coreano que tanto les encantan a las mujeres. Llegué temprano; ella venía directo de su trabajo. Mientras esperaba, los nervios me carcomían, ni el aroma del café lograba calmarme. Estaba en una mesita chica de madera, en la terraza, con un café de vainilla ya pedido para que no me corrieran. Fue entonces que escuché su voz:
—Miguel, disculpa la demora.
Casi me ahogo con el café. Jamás la había visto así: con esa falda y blusa estilo godín. Era cierto, Aura podía ponerse lo que fuera y siempre se veía hermosa.
—Disculpa por llegar tarde, ya sabes, el trabajo —dijo.
—Oh, no te preocupes, acabo de llegar. ¿Cómo te fue? ¿Ya pediste algo? Lo que quieras, yo invito.
—Me voy a tomar un latte, gracias, Miguel. Pues ya sabes cómo es el trabajo: tiene sus altas y bajas. Pero cuéntame, ¿qué tal estuvo la sesión pasada? Me da curiosidad lo que te dijeron.
—Ah, sí, de hecho fuiste un éxito. El catálogo quedó de lujo, piensan que eres una modelo profesional, ¿cómo ves?
—¡No inventes, Miguel! Es que te luciste como fotógrafo, me hiciste ver genial. Me gustó. Y dime, ¿ya no te mandaron otros bikinis para modelar?
—No, de momento no. Pero espero que pronto me llamen para otra sesión. ¿Serás mi modelo, verdad?
—Jajajaja, no lo sé, Miguel. ¿Cuántos cafés valdría otra sesión? —me dijo con una sonrisa. Realmente parecía una cita, tal vez como amigos, pero yo me sentía con confianza.
—Pues todos los cafés que gustes, jajaja. Aún no me dan otro proyecto, pero yo sé que sea lo que sea te quedará genial: ya sea lencería, bikini, sin ropa en modo artístico… incluso pijamas.
—¡Jajajaja! ¿Cómo crees, Miguel? ¿Sin ropa? Jajaja, si no es una revista para adultos… ¿o sí?
Debo admitir que cuando dijo eso casi la cago: el café se me atoró en la garganta.
—No, no, no, digo… era solo una broma, disculpa, jeje.
—Jajaja, tranquilo, te pusiste bien rojo. No, yo sé que mi límite fue el bikini. Posar con menos de eso… no podría.
Lo sabía, lo sabía. Demonios… yo ya sabía que no, pero debía seguir empujando.
—Pues mira, no me han llegado solicitudes de sesiones artísticas, pero quizá debería practicar. Hacer lucir bien a alguien con ropa es diferente a hacerla lucir sin nada.
—Debe ser difícil, Miguel, aunque haces muy buen trabajo. Pero ahí sí te fallaría, jajaja. Si de por sí no nací para ser modelo, mucho menos para posar sin ropa. No tengo el cuerpo ni la confianza… y creo que ya sería cruzar una línea.
—Ahhh, ¿o sea que no me ayudarías? Jajaja. No, ya no seríamos el equipo perfecto. Te entiendo, es difícil tener esa confianza.
—Sí, Miguel. Tú me has tratado perfecto, muy profesional, y tu trabajo es increíble… pero lamento que mi confianza no dé para tanto, jajaja. Eso sí, si es otro bikini, igual lo podría pensar.
—Jajaja, con eso ya tengo algo.
Seguimos tomando nuestro café y platicando, pero sinceramente no logré hacerla cambiar de opinión… y, sobre todo, no me atreví a plantearle directamente la sesión desnuda.
Fueron un par de días en los que platiqué con Aura, metiendo la idea poco a poco. Quizá mi estrategia era muy agresiva, pero el tiempo se me acababa. Así que fui a su casa con una botella de vino y mi cámara. Hoy tenía que rogarle sí o sí, porque si no, el tiempo ya no me iba a dar.
Toqué la puerta nervioso, como la primera vez que fui a pedirle el favor. Ella abrió y me recibió con su sonrisa.
—Hola, Miguel, qué sorpresa. ¿Cómo estás?
—Hola, Aura, excelente, gracias. ¿Y tú? No te interrumpo, ¿verdad?
—No, para nada, estaba organizando unas cosas en mi cuarto.
—Bueno… es que me regalaron este vino y no sabía con quién compartirlo. Pensé en ti.
—Ay, Miguel, tan considerado como siempre. Claro que me lo tomo contigo. De hecho, es mi favorito, ¡qué coincidencia!
(Sí, coincidencia… pase horas investigando en su basura qué botellas se repetían más).
Pasamos a la sala y ella sirvió dos copas generosas. Ese vino tenía que ser mi cómplice.
La charla fue amena, íntima. Sin darnos cuenta, Aura y yo parecíamos viejos amigos. La realidad era que estábamos solos en esta pinche ciudad.
—¿En serio tu jefe no te regañó por eso, Aura?
—Jajaja, no, nunca supo que fui yo. Hay que ser discretos para mandar correos de odio, Miguel.
—No sabía que fueras tan atrevida.
—Hay cosas que no sabes de mí, Miguel.
—Jajaja, pero no tan atrevida como para una sesión de desnudo artístico, ¿verdad?
(Había lanzado el primer dardo).
—Jajaja, no es lo mismo. El correo fue anónimo, pero lo otro… no. Por cierto, esta semana has insistido mucho con ese tema. ¿Acaso quieres verme desnuda, Miguel? Jajaja.
—¡No, no! Nada de eso. Solo… me dio curiosidad el asunto.
—Ajá… mira al joven curioso.
La botella ya estaba vacía, y ambos andábamos entonados.
—Es que podría pasar que me pidan algo así y no tengo con quién contar.
—Pues espero que no te lo pidan, porque yo no voy a poder ayudarte. Ya te dije: esa es una línea que no cruzo.
—¿Por qué?
—Porque no me siento cómoda con que alguien me vea así. Me da mucha pena.
—Ahhh, ¿penosa la mujer? Bueno, lo tendré en mente. Aunque el último bikini era tan chico que era casi estar desnuda… y aun así saliste genial.
—Pues sí, tienes razón. Pero igual… no es algo que haría.
—Pero luciste profesional. En la página todos adoraron tus fotos y querían ver más.
—¿Ah, sí?
(No lo sabía, pero el alcohol me hizo hablar de más).
—Claro que sí, todos te aman. Mira.
Le mostré mi celular. La maldita página porno donde subía sus fotos, con comentarios que me helaron hasta a mí:
FulanitoDeTal: esa mujer es hermosa, quiero verla desnuda.
KratosElGOAT: daría lo que fuera por tenerla en mi cama.
Grasoso223: simplemente una obra maestra.
Patron982: ¡desnuda ya! 🔥🔥
Lo había cagado. Vi en su cara la sorpresa y el horror al leerlos.
—Miguel… mis fotos… ¿están en una página porno? No… no puede ser.
Me quedé helado. Frío. Maldita sea.
—Espera, Aura, no es lo que crees.
—¿Cómo que no? ¿Entonces qué es? ¡Me vendiste como una puta barata! ¿Cómo las tienen? ¡Bórralas ya!
—A ver, cálmate, no es así, Aura…
—¡Me dijiste que eran para una empresa de bikinis!
—O sea… sí, pero pensé que más gente debía apreciar este arte que hacemos.
—¡Miguel, deja de mentirme! Dime la verdad.
Una lágrima corrió por su mejilla. La decepción era evidente. Se hincó en el piso, confundida. Yo me agaché a su altura y la sostuve.
—Perdóname, Aura. Nadie me quería dar trabajo. Lo único que conseguí fue en esta página para adultos, pero pagan por sesión. Al principio pensé que luego me darían otra modelo… pero tus fotos gustaban tanto que pagaban muy bien. Ahora todos te aman, todos quieren más de ti. Al principio fue por necesidad, lo juro… pero luego me ganó el dinero. Y sobre todo, el demostrar que soy el mejor fotógrafo.
—Traicionaste mi confianza, Miguel. ¿Fui eso para ti? ¿Una puta más?
—¡Claro que no! Siempre cuidé que te vieras como una diosa. Y ahí está, se nota en las fotos. Lo siento, Aura… pero ahora me pidieron una sesión desnuda tuya. Me pagarán el doble: casi 50 mil pesos.
—¿50 mil? ¿Por esas putas fotos? —me preguntó, más con curiosidad que con indignación.
—Sí. Es buen dinero, lo dan en una semana. Es como ganar tu sueldo de dos meses en unos días. Y nadie sabe tu nombre ni de dónde eres. Te juro que cuidaré de ti en cada foto.
Ella se levantó con rabia.
—¿Encima crees que voy a hacer esas fotos? ¡Eres un pendejo!
Fue a la cocina, sacó otra botella de vino, se sirvió y bebió de un trago. Regresó con la mirada encendida.
—Mira, pinche Miguel: si para ti soy una puta barata, qué más da. Pero que tú ganes un dineral con mis fotos mientras yo me mato en un trabajo de mierda… eso sí que no lo acepto.
Se acercó a mí con decisión.
—Vas a darme parte del dinero de las sesiones pasadas, ¿ok?
—Claro, sí quería darte, pero no me atrevía a decirlo… perdóname.
—Y vamos a hacer esa pinche sesión, antes de que me arrepienta. 50 y 50, ¿ok? Y no se discute.
—Me parece perfecto, Aura. Lo que tú digas.
—Trae tu camarita, Miguel. Vamos a hacer esto.
De una forma u otra, me salí con la mía. La sesión se iba a hacer y, además, ya no tenía que inventar excusas: Aura sabía todo. Pudo haber sido mi fin, pero ese vino resultó ser mi mayor aliado.
Rápidamente alisté todo en la recámara de Aura. Y otra vez, por concentrarme en convencerla, me olvidé de lo más importante: hacer la sesión.
Ella salió del baño con una bata cubriéndole el cuerpo y una copa de vino en la mano.
—¿Ya está todo listo, Miguel?
—Sí, ya tengo todo preparado. Oye, de verdad lo siento tanto, pero te juro que…
—Shhh, cállate, Miguel. Ya no quiero escucharte. Vamos a hacer la sesión. Solo quiero escuchar la cámara disparar.
Asentí en silencio y me puse en posición.
Ella abrió la bata con toda confianza y la dejó caer. Puta madre… la tela cayó como en cámara lenta, rodando por su cuerpo santo, hasta dejarla desnuda, en todo su esplendor. Su piel suave, su abdomen apenas abultado, sus pechos firmes con pezones pequeños y rosados que se veían tan delicados que ansiaba tenerlos entre los dientes. Sus muslos torneados, y su entrepierna… depilada, tímida, oculta entre sus piernas.
—Bien, Miguel, ¿cómo comenzamos?
—Pues… podrías posar de frente para empezar, algo coqueta.
—¿Así?
—Sí, así está perfecto.
Empecé tomando algunas fotos básicas, nada del otro mundo. Pero su cuerpo era un deleite. Como siempre, iba ganando confianza, y el vino la hacía sentirse poderosa.
—¿Qué tal esta pose, Miguel? Me imagino que a la gente de la página porno le gustaría algo así.
Se sostuvo los pechos con ambas manos, apretándolos apenas. La forma en que sus dedos hundían la piel hacía la escena obscena y sensual al mismo tiempo.
—Está perfecta —dije, mientras tomaba la foto y trataba de controlar la erección que ya se marcaba en mi pantalón.
—Supongo que, para que las fotos sean llamativas, deben mostrar más, ¿no? Por eso es que pagan esos cabrones.
—Mmm… si no quieres ir más allá, con estas fotos normales es suficiente.
—No, está bien. El público lo quiere, pues vamos a dárselos.
Se hincó en la cama y abrió un poco las piernas. Con una mano separó su entrepierna, dejándose expuesta. Era de un rosa vivo y húmedo.
—Vaya, eso es muy explícito, Aura.
—Pues supongo que es lo que la gente quiere ver en esas páginas, ¿no? ¿Cuántos cabrones como tú crees que se van a masturbar viendo estas fotos?
Me lo dijo con un cinismo que me heló.
—Mmm… no sé, supongo que muchos.
—¿Tú lo haces, Miguel? ¿Te tocas con mis fotos?
—Yo… yo no… bueno… a veces.
Aura cambió de pose, abriendo más las piernas. Con sus dedos separó sus labios, mostrando toda su intimidad. Cerró los ojos y empezó a disfrutar la sesión.
—Supongo que también van a querer ver mi culo, ¿no?
—Amm… sí, pero creo que con estas fotos es suficiente.
—No digas tonterías, Miguel. Vamos a hacer esto bien. Démosles un espectáculo.
Se volteó y posó de espaldas. Ese culo era enorme, bien formado, un corazón perfecto que haría temblar a cualquiera, a mí incluido.
—Ya la tomé, Aura.
—Sí, pero creo que no estás comprometido con esto, Miguel. Esa foto es muy básica, ¿qué tal esto?
Separó sus nalgas con ambas manos, dejándose completamente expuesta. Un anillo de carne rosado y apretado se reveló junto a su sexo cada vez más húmedo. Estaba excitada. Yo también.
—¿Tomaste la foto, Miguel?
—Claro, ya la tomé.
Aura siguió posando, cada vez más entregada, disfrutando la sesión. Yo ya tenía una erección marca diablo, imposible de ocultar.
—Vaya, Miguel… veo que mi sesión sí es un éxito —dijo, señalando mi pantalón—. Bueno, lo tomaré como un cumplido. ¿Qué tal una última foto?
—Claro —respondí, apenado.
Abrió las piernas y empezó a acariciarse. Su mano subió hasta su sexo, lo abrió de nuevo y dejó ver la humedad que ya la bañaba. Esta vez, un dedo se hundió en ella, provocándole un estremecimiento. Su rostro se transformó en placer puro mientras me miraba a los ojos y me ordenaba:
—Toma la foto.
Obedecí como pude, con las manos temblando y el deseo a punto de romperme.
Pensé que era mi momento, que después de todo me dejaría acompañarla en la cama. Pero no.
—Listo, Miguel. Puedes irte. Voy a ocupar un momento a solas… para disfrutar de mí misma.
—¿Qué? Puta madre, ¿en serio me voy a ir así? —pensé.
—Cl… claro —dije en voz baja. Tomé mis cosas y salí.
Su mirada era estricta. Esa noche no podría tocarla. Lo tomé como castigo y compensación.
Pero lo que Aura no sabía era que había despertado un monstruo. Si ella quería jugar a provocarme, yo podía jugar ese mismo juego. Una llama se había encendido en mí. Ya no solo quería verla: quería poseerla. No sabía cómo lo iba a lograr, pero de algo estaba seguro: iba a hacerlo.
Edité las fotos… no sin antes dedicarles unas tres manoseadas. La sesión había sido brutal. No pasaron ni diez minutos desde que las envié, cuando recibí el correo de confirmación con el título:
Asunto: MIGUEL, ERES EL PUTO AMO.
Al día siguiente, el director de la agencia me citó. Me recibió como a toda una superestrella.
—Miguel, eres un hijo de puta… pero uno muy bueno.
—Lo sé —respondí, ya con la arrogancia por las nubes.
—Las fotos no llevan ni dos días en la plataforma y ya la están rompiendo. Creemos que esta mujer es un hit, una estrella de las grandes. Obvio quiero más.
Sacó de su escritorio una faja de billetes y la dejó frente a mí.
—Toma, cabrón. Dijimos 50 mil, pero te doy un poco más para que te motives. La verdad ya no sé qué decirte. Dejaré que tú decidas la siguiente sesión. Esto ya me sobrepasa… no había visto un éxito así en años.
Vi los billetes y, obvio, me puse más mamón todavía.
—No te preocupes, direc. Te aseguro que voy a entregar solo calidad. Así que prepárate… si esto te parece un éxito, lo que haré después te va a dejar atónito.
—Esa voz me agrada, muchacho. No me decepciones.
Salí de ahí con la cartera llena y el ego más alto que nunca. Aún no sabía qué tipo de sesión haría, pero de algo estaba seguro: Aura iba a ser mía. Ya no podía seguir jugando conmigo. Y en la siguiente sesión… se lo iba a demostrar.
Muchas gracias por leer hasta este punto la verdad significa bastante para mi, estamos abiertos a todos sus comentarios, esta historia a penas va para lo bueno, también vamos a empezar abrir otras series con sesiones de diferentes temáticas, así que estén pendientes!
PARTE V
Después de la última sesión, y de la confesión sobre la agencia para adultos, sentí que Aura me estaba arrastrando directo a un juego en el que yo llevaba todas las de perder. Sí, en parte era culpa… pero también descubrí que podía jugar ese mismo juego, solo que a mi manera.
Estuve dándole vueltas a la forma de vengarme por lo del final de la sesión pasada, y creo que al fin encontré la solución. La llamé temprano esa mañana:
—Oye, Aura, fíjate que los del estudio ya mandaron luz verde para la siguiente sesión… pero quieren que sea diferente. Ya no basta con mostrarte como Dios te trajo al mundo. Esta vez quieren que interactúes con alguien.
—¿Con alguien? Ni loca.
—Espérate, Aura. No es tan grave… quieren fotos de, ya sabes, unos besos. Pero no normales… ¿cómo lo digo? Mmm, quieren que parezca que chupas algo, y no precisamente una paleta.
Hubo un silencio breve del otro lado.
—Ah, ya te entiendo. Sí, pero no. Eso no está a discusión.
—Espera. Yo les dije que lo íbamos a intentar, pero no tiene que ser real. Podemos fingirlo, y yo en edición hago que se vea auténtico.
—Mmm… puede ser, Miguel. Pero no tengo confianza en que alguien más me vea desnuda.
—¡Esa es la mejor parte! Yo puedo ser esa “otra persona”. Así tenemos el control de todo y, sobre todo, no compartiremos el dinero. Prometieron pagar muy bien por esta sesión.
—¿Juras que solo serán fingidas?
—Claro, Aura. Ni siquiera te voy a tocar. Solo buenos ángulos y listo.
—Perfecto. Me agrada la idea, Miguel. Sueles ser muy inteligente para estas cosas.
—Trato de serlo, jajaja. Entonces, ¿nos vemos al rato?
—Claro, pasa a mi casa a las ocho.
—Es una cita.
—No, no lo es. Es trabajo.
—Ya sé, ya sé. Solo era una expresión, Aura.
Colgó. Yo sonreí en silencio. Esta vez mi plan estaba en marcha, y había sido más fácil de lo que esperaba. A diferencia de las otras veces, no tuve que batallar casi nada.
Esa misma tarde preparé todo para la sesión en la recámara de Aura, el verla desnuda era un privilegio que yo sé que pocos tenían y créanme que lo valoraba sin embargo esta vez, yo tendría el control y tendría una probada de ese calor que ya deseaba.
la sesión, había empezado.
Para la siguiente toma… ¿y si hacemos como unos besos? Falsos, para la cámara. No sé… —actué como si pensara en voz alta—. Uno aquí —dije, señalando la base de mi miembro—, otro aquí —señalé el tronco—, como si lo estuvieras tentando, ¿sabes? Juguetón. Eso aliviará tu mandíbula y quedará increíble.
Ella me miró, escéptica pero aliviada de dejar de tener la boca abierta. —Solo besos.Falsos —repitió, como recordándoselo a sí misma más que a mí. —Claro.Solo eso.
Ella se acercó de nuevo, pero esta vez con un control renovado. Primero, un beso falso en la base. Fue apenas un contacto de sus labios fríos con mi piel ardiente, un contraste que me hizo contener la respiración. —Así…perfecto… —susurré, y el obturador de la cámara capturó el momento.
Luego, otro un poco más arriba, más lento. Sus labios ahora estaban más cálidos. —Miguel,estás… muy caliente —murmuró, y su voz sonó como una confesión avergonzada. —Es por los focos—mentí de inmediato, mi voz un hilo ronco—. Sigue, Aura. Es la pose.
Finalmente, se acercó a la punta. Sus labios estaban a un milímetro de mi piel. Iba a dar otro beso falso, el más cruel de todos.
Pero entonces, su mirada se encontró con la mía. Y algo se quebró.
En vez de un beso falso, sus labios se entreabrieron en una «O» perfecta y exhaló un suspiro cálido y húmedo directamente sobre el ojo de la corona. El aire caliente se coló por el pequeño orificio, una sensación tan íntima y abrumadora que mis rodillas casi cedieron. —Aura…—fue todo lo que pude decir, una advertencia, una súplica.
—Es… es por la toma —se dijo a sí misma, como un mantra, pero sus ojos estaban nublados.
Y luego, en un movimiento que no pareció consciente, extendió la lengua, plana y rosada, y lamió la gota de néctar salado que perlaba en la punta. La punta de su lengua fue suave, inquisitiva. Un centímetro ganado.
Un gemido ronco se escapó de mi garganta. Perdí todo control. —¿Lo ves?¡Esa fue increíble! —dije, disfrazando mi éxtasis de entusiasmo profesional—. ¡Otra así, por favor! ¡Exactamente así!
Ella tragó saliva, confundida. Mi mentira era el puente que le permitía cruzar sin admitir que estaba cruzando. —Solo…solo para la foto —murmuró, convenciéndose a regañadientes.
Asintió y se acercó de nuevo. Esta vez, su boca estaba más relajada, más expectante. Avancé quizá dos, tal vez tres centímetros. Fue suficiente para que el mundo entero cambiara. La cabeza de mi miembro se deslizó más allá de sus labios y encontró el abrazo aterciopelado y constreñido del interior de su mejilla. El calor ahí dentro era de otro planeta.
Ella emitió un sonido ahogado, de sorpresa. Sus ojos se abrieron como platos, mirándome. —Ups,perdón. Me resbalé —jadeé, sin moverme, sin retirarme, saboreando ese centímetro robado. Dos centímetros más ganados.
—No… no deberíamos… —protestó, pero su boca no se cerró. Al contrario, sus labios se ajustaron levemente alrededor de mí, como si probaran la sensación. Otro centímetro.
—Tienes razón, tienes razón —dije, hipócrita—. Pero… Dios, Aura, qué ángulo. Qué luz. Aguanta solo un segundo más para que dispare. Es la foto perfecta.
Esa fue la llave. La justificación final. Asintió, cerrando los ojos, entregándose al papel de modelo profesional. Y en ese permiso, yo tomé todo. Me retiré lentamente, casi por completo, dejando solo la punta en el umbral de sus labios. El aire frío del estudio golpeó la piel sensible y empapada.
—¡Uh! —exclamó ella, sorprendida por la sensación de vacío y frío.
—Shhh, tranquila. Ahora haz como que lo besas de nuevo, pero… más lento. Para la cámara —ordené suavemente, mi voz era ahora el hilo que la guiaba hacia el abismo.
Y esa vez, fue su movimiento el que cerró la distancia final. No fue un accidente. Fue una elección disfrazada de obediencia. Se inclinó hacia adelante, y esta vez no se detuvo. Tomó lo que ya le pertenecía.
El sonido que surgió de su garganta fue un gorgoteo profundo de rendición total cuando se hundió. Sus manos se aferraron a mis muslos, ya no para apartarme, sino para atraerme más profundamente. —¿M-Miguel?—gimió, con mi nombre y mi verga llenándole la boca, y la pregunta ya no era una protesta, sino un reconocimiento del punto de no retorno.
El vaivén que siguió no fue mío, ni fue de ella; fue nuestro, un ritmo antiguo y sincronizado que la cámara siguió ciegamente. Pero ya no éramos modelos. Éramos cómplices.
Ya no hubo más instrucciones. Solo el sonido húmedo y obsceno de cada embestida, el jadeo entrecortado que escapaba de sus fosas nasales, el crujido de mis nudillos al aferrarme a su cabeza para no perder el control por completo. Cada centímetro de retroceso era una agonía de frío y abandono; cada avance, un éxtasis de calor húmedo y presión perfecta que me recorría como un relámpago. Sentía la suave y aterciopelada textura del paladar rozando la parte superior de mi miembro, mientras que su lengua, viva y inquieta, se acurrucaba debajo, acariciando la vena más sensible con una presión que rayaba en lo doloroso.
—Dios, Aura… —gemí, y esta vez no hubo entusiasmo de fotógrafo, solo la admisión cruda y ronca del placer que me dominaba.
Ella respondió con un gemido ahogado, vibrante, un zumbido profundo que sentí directamente en los huesos, transmitido a través de la conexión más íntima imaginable. Sus manos ya no se aferraban; acariciaban. Recorrieron mis muslos, mi abdomen, sus uñas dejando estelas de fuego sobre mi piel sudorosa, como si estuviera memorizando cada músculo tenso bajo su tacto.
El ritmo se volvió más urgente, más profundo, más posesivo. Ya no era una simulación. Era una toma de posesión. Sentía la contracción involuntaria de su garganta contra la cabeza de mi miembro con cada embestida, un espasmo perfecto y ajustado que me succionaba más adentro y que estaba a punto de ser mi perdición.
—Miguel, yo… —intentó hablar, pero mi nombre se quebró en un quejido ahogado cuando un empuje más profundo hizo que la punta de mi miembro rozara la entrada misma de su garganta, desatando un reflejo que apretó aún más su calor alrededor de mí.
No había vuelta atrás. La sentí tragar en seco alrededor de mí, y la presión húmeda y pulsátil de su deglución fue el detonante final. Una oleada de calor brutal ascendió por mi vientre, imparable, como una ola que rompe después de arrastrar todo a su paso.
—Aura… ¡Voy a…!
La advertencia fue lo último coherente que salió de mi boca. No hubo tiempo para más. Enterré mis dedos en su cabello, no con fuerza, sino con una necesidad desesperada de ancla, y me hundí en lo más profundo de su garganta con un gemido ronco que sonó a animal herido, sintiendo cómo sus labios se sellaban alrededor de la base en un último y perfecto abrazo.
El clímax me golpeó con la fuerza de un tren descarrilado. Olas cegadoras de placer puro, calientes y espesas, electrocutaron cada nervio de mi cuerpo. Mi visión se nubló, el estudio entero se redujo a la oscuridad detrás de mis párpados y al calor abrasador que explotaba dentro de ella. Cada pulsión era un relámpago blanco y ardiente, una entrega total que sentí viajar hasta la punta de mis dedos, dejándome tembloroso y vacío.
Ella no se apartó. Permaneció ahí, recibiendo cada espasmo, cada jet de mi rendición con un gemido bajo y vibrante de aceptación que sentí en toda mi piel. Su cuerpo tembló contra el mío, y un estremecimiento igual al mío la recorrió, y supe, con una certeza visceral, que ella también había caído por ese precipicio conmigo.
El silencio que siguió solo fue roto por nuestro jadeo sincronizado, el sonido húmedo y pecaminoso de nuestra separación final y el clic automático de la cámara, que había seguido disparando hasta el final, testimonio mudo de nuestra traición perfecta.
Nos miramos. Su labio inferior temblaba. Sus ojos, vidriosos y enormes, reflejaban la misma pregunta aterrada y exultante que debía brillar en los míos. Entre nosotros, el aire olía a sexo, a sudor y a verdad.
Nos quedamos en silencio durante un largo minuto. El único sonido era nuestra respiración entrecortada y el zumbido lejano de los focos que empezaban a enfriarse.
Ella abrió los ojos primero. Me miró. No había arrepentimiento, ni vergüenza. Solo un cansancio profundo y una chispa de algo que parecía… respeto.
—¿Lo… logramos? —preguntó, y su voz era ronca, gastada.
—Sí —respondí, con la voz igual de destrozada—. Lo logramos.
Miré hacia la cámara. El indicador de grabación seguía encendido. Había captado todo. Toda la farsa, toda la verdad, toda la rendición.
Era la foto perfecta.
Cabe resaltar que la sesión fue un éxito y el dinero no se hizo esperar, sin embargo no esta jugada no iba pasar desapercibida por Aura que en ese mismo instante ya había planeado su siguiente movimiento, la siguiente sesión iba a ser parte de mi perdición.
¿Te gustó este relato? descubre más cuentos porno para adultos en nuestra página principal.

Espero pronto publiques las siguientes partes
estoy en eso, gracias por tu comentario
Ese Miguelito!!! es un pillo, pero como supo sacar partido de la “modelo”.
Muy buena la historia, espero nuevas entregas. Saludos.