Abusada por mi marido y extraños

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Esa mañana salí apurada desde la casa al trabajo. La noche anterior había estado haciendo el amor hasta altas horas de la madrugada con mi esposo. Él estaba incansable. Llegó cerca de la medianoche luego de tomar unos tragos con sus compañeros de trabajo. Esa noche hacía calor y yo me había acostado con una pequeña camisola azul que apenas cubría mis grandes pechos y mi generoso trasero. Él llegó un poco borracho y se acostó desnudo. Lentamente comenzó a manosear mis pechos, luego mi clítoris y cuando me metió un dedo en el ano me desperté y le dije que ya era muy tarde para hacer algo. Esto le molestó y me quitó la camisola violentamente, rompiendo los frágiles tirantes. A continuación se puso sobre mí y colocó su pene cerca de mi boca.

Al principio me negué, pero como estaba un poco alterado preferí seguir el juego. Le hice una gran mamada en que estuvo a punto de eyacular, pero él quería más, así es que colocó mis piernas sobre sus hombros y me ensartó violentamente, espoloneándome repetidas veces. Espero a que yo acabara para levantar aún más mis piernas y expulsar su semen en mi ano. Yo pensé que era para no embarazarme y que ya podríamos dormir, pero me equivocaba… su pene continuaba erguido y me volteó, poniéndome boca abajo en la cama. Con su dedo medio esparció el semen por toda la entrada de mi ano e incluso introdujo el dedo un par de veces para comprobar que estaba lubricado para el gran final.

Introdujo su inmenso pene de un solo empujón y casi se me salieron los ojos de la impresión y del dolor, pues nunca me lo hace por ahí. Decidida a terminar con un suplicio que ya duraba unos 45 minutos en total y unos quince por detrás, comencé a realizar un movimiento circular muy sensual con mis caderas y a quejarme como una gatita. Por supuesto, el bamboleo surtió efecto y me llenó el ano con su leche. Por fin se durmió cansado por el sexo y el alcohol que había consumido antes de llegar a casa.

Al día siguiente era feriado en el país pero a mi empresa venían unas visitas extranjeras, así es que todos debíamos asistir puntualmente y bien presentados. Me vestí con ropa interior nueva, unos sostenes de media copa que apenas cubrían la parte superior de mis pezones y una tanga colaless que se desaparecía en mi culito y mi rajita. También me puse unas pantimedias color coñac con dibujos de flores en negro hasta la parte superior del muslo. Mi atuendo se completaba con el uniforme de verano: una blusa blanca semitransparente, una falda gris sobre la rodilla que me queda muy ajustada, una chaquetita azul corta y zapatos de tacón alto negros.

Debido a la trasnochada estaba atrasada, así es que rápidamente me alisé el pelo, me maquillé y cogí mi cartera velozmente para salir sin despedirme de mi marido, quien me había hecho sufrir bastante la noche anterior, de hecho, estaba segura de que me costaría bastante sentarme sin sentir el ardor en mi ano.

Por culpa del feriado la movilización pública era escasa esa mañana. No pasaba ningún autobús y los pocos vehículos que pasaban me tocaban la bocina y se ofrecían a llevarme, pero mis años de experiencia me han enseñado a reconocer la cara de los hombres que solo ofrecen ayuda para aprovecharse de las mujeres. Finalmente, cuando solo me quedaban unos cinco minutos para llegar al trabajo, apareció un taxi colectivo con un solo pasajero en el asiento de atrás. Yo también me senté atrás porque ya me ha ocurrido antes que los taxistas utilizan la palanca de cambios como pretexto para rozar mis piernas y tal vez el otro pasajero se podría bajar antes y yo quedaría aún más indefensa.

A poco andar me llamaron de mi trabajo para saber cuánto me faltaba para llegar pues había que prepara el desayuno para las visitas y arreglar la sala de reuniones. Mientras hablaba por el celular se subieron otros dos pasajeros, uno en el asiento de adelante y otros – bastante gordo – en el asiento de atrás junto a mí. Como estaba distraída con el teléfono celular me moví rápidamente hacia el medio del vehículo y mi falda se subió mucho más arriba de la mitad de mi muslo por culpa de esa especie de joroba que tienen los autos en el centro, además de mis zapatos de tacón alto que levantaban aún más mis piernas y por consiguiente la falda.

De ahí en adelante mis vecinos no quitaron sus ojos de mis piernas y el desvergonzado del chofer incluso acomodó su espejo retrovisor para obtener una mejor vista de mi entrepierna. Inconscientemente, la situación me excitó y comencé a sentir cómo mis jugos vaginales mojaban la tanga y las pantimedias.

La distracción del chofer hizo que estuviera a punto de cruzar una luz roja en una esquina donde debió frenar violentamente. Como yo estaba en el centro del vehículo no tuve de dónde afirmarme me resbalé por el asiento hacia el piso. Aquí, mi falda se levantó al máximo y mis interiores quedaron totalmente al descubierto, incluso el chofer y el pasajero del asiento de adelante se voltearon al escuchar mi exclamación y vieron un hermoso espectáculo. Mis compañeros de asiento me asieron rápidamente para volverme al asiento y muy “gentilmente” uno me tomó de una pierna y el trasero mientras el otro me tomó descaradamente desde la entrepierna mientras yo intentaba desesperadamente bajarme esa maldita falda que me quedaba tan ajustada.

“¡Uf, fue un buen susto!”, dijo el chofer. “A propósito, ¿Señorita, no cree que es hora de pagar su pasaje?”, agregó. Sin contestarle busqué el dinero en mi cartera y recordé que la noche anterior mi marido había sacado algo de mi cartera antes de salir con sus amigos.

“Disculpe, no me di cuenta que salí sin dinero, pero al llegar a mi trabajo sacaré dinero de mi escritorio y le pagaré”, le dije algo avergonzada. “Bueno, esa no es mi culpa, así es que tendrá que cancelar su pasaje antes de bajar del taxi… además, no tiene por qué ser en dinero, ¿qué opinan los demás pasajeros?”. Los tres asintieron entre risas y el gordo que me agarró la húmeda entrepierna aseguró que yo estaba lista y dispuesta a cancelar la deuda de una manera satisfactoria para todos.

Rápidamente, el chofer se desvió del recorrido hacia un sector apartado de la ciudad donde estaban construyendo barrios nuevos y que debido al feriado estarían más despoblados e ideales para sus propósitos. En el camino, mientras yo sollozaba, mis compañeros de asiento me manoseaban descaradamente los pechos y la entrepierna, incluso el gordo asqueroso me bajó las medias, apartó el colaless y me metía sus gruesos dedos en el culo.

El chofer se estacionó en una villa en construcción, en medio de unas grandes máquinas estacionadas. Sin lugar a dudas no tenía salvación, pues no veía a quien pedir ayuda. Me bajaron del vehículo y me entregué a lo que fuera, pues sabía que no podría defenderme de cuatro hombres durante mucho tiempo.

Me desvistieron rápidamente y solo me dejaron el colaless perdido en mi rajita (que les excitaba mucho) y el sostén pero dejando mis pechos al descubierto. Las pantimedias las utilizaron para amarrar mis pies y dejar juntas mis piernas – “para que esté apretadita”, dijo uno de ellos – y con los zapato s de tacón alto “para que tenga el culo paradito”, dijo otro.

Luego comenzó el suplicio. Me dejaron de pie mientras uno me empalaba por atrás y otro por la vagina. Un tercero se subió sobre unos trozos de cemento y me colocó todo su pene en la boca. Mientras tanto, el chofer vigilaba los alrededores y se masturbaba disfrutando de la escena. Así se fueron intercambiando hasta que perdí la cuenta de las veces que llenaron de semen todos mis orificios, hasta que perdí el conocimiento.

Cuando me desperté estaba vestida y tirada junto a un camino. Luego de recuperarme un poco tomé mi celular y llamé a mi mejor amiga para que fuera a recogerme. Realicé una denuncia, pero nunca encontraron a los culpables ni al chofer. Desde aquel día, mi marido me a dejar ya a recoger al trabajo, pero nuestra vida nunca ha vuelto a ser la misma. Ojalá este relato – de total veracidad – sirva para que las mujeres sean más precavidas y no sufran lo mismo que yo.

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AlfredoTT
AlfredoTT
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