Cumpliendo fantasías con la puta de mi madre

El jueves que viene es tu cumpleaños, mujer. ¿Qué te parece si cenamos o organizamos algún convivio en casa el fin de semana? Mejor en casa para invitar a nuestros amigos.
—Está bien, te encargas esta semana y que Ángel te ayude —le dije.
—Claro, mamá —respondió Ángel.
Al día siguiente, mi madre estaba muy contenta con la fiesta de su cumpleaños. Entré a mi habitación y, como ya era normal cuando estábamos solos en casa, me dio un beso en la boca.
—Mi amor, quiero que me ayudes a invitar a mis amigos y a comprar lo que les vamos a ofrecer —dijo.
—Así es que vámonos para que nos dé tiempo —respondí.
Ese día y los dos días siguientes anduvimos invitando gente y comportándonos como madre e hijo.
El miércoles, de camino a casa, me dijo: —Necesito que me lleves al centro comercial por mi regalo. Tu padre me dio dinero para comprarlo, como cada año.
Al llegar al centro comercial, pasamos por fuera de una tienda y me dijo:
—Mira, mi amor, ahí compré lo que tanto te ha gustado.
—Pasa a ver mientras voy a la otra tienda a ver qué compro.
Entré en la tienda y busqué la zona de lencería. Había unos conjuntos que, solo con imaginarlos modelados por mi madre, me ponían ansioso, así que compré un conjunto azul marino y otro rojo (después se los describiré). Pedí que me los pusieran en una bolsa de regalo. Al salir de la tienda, fui en busca de mi madre, que también ya iba saliendo.
—¿Cómo te fue, amor?
—Muy bien, mamita. Hay un sinfín de modelos.

Llegamos a casa y, al entrar, ya estaba mi padre; mi madre se quedó con él y yo subí a mi habitación.
Al día siguiente, por la mañana, mi padre llamó a la puerta y me dijo que llegaría con un pastel para mi madre.
—¿A qué hora viene? —le pregunté.
—Sobre las 8, si está bien, ahora vamos a bajar a felicitar a tu madre, que está en la cocina.
Al llegar a la cocina, mi madre estaba en pijama poniéndole café a mi padre. Le dimos el abrazo de cumpleaños a mi madre y, en cuanto mi padre se fue, Le volví a dar el abrazo de cumpleaños, ahora con un beso en la boca y apretándole las nalgas.
—¡Feliz cumpleaños, 41! —le dije—. Mamita, sin duda alguna es el mejor cumpleaños. Ahora voy por tu regalo. El mejor regalo que me pudiste dar es este que te cuelga entre las piernas, jajaja. —Pero está bien, te acompaño por el otro regalo. Saqué de mi habitación la bolsa con los conjuntos y se la di. Me volvió a abrazar y me dijo al oído:
—Estoy ansiosa por enseñarte lo que hay aquí dentro, así que voy a mi habitación cuando esté lista, te aviso. Sabía que se pondría alguno, así que me metí en la ducha y me arreglé: me puse zapatos, pantalón de vestir, camisa y perfume. Los minutos se me hicieron eternos, ya quería ver a la putita de mi madre. Al poco rato, me gritó:
—Ya estoy lista, aquí abajo.
Bajé rápidamente y ahí estaba, a lado del sillón de la sala, con su vestido azul marino, ese que había comprado para su aniversario de bodas. Junto con unas zapatillas azules de tacón de aguja, el cabello húmedo, perfumada, maquillada, con aretes y sus piernas cubiertas por unas medias azul marino de malla, que sin duda eran del liguero que le había regalado, se dio la vuelta y volví a admirar ese escote en la espalda, el cual, en esta ocasión, permitía ver el encaje del conjunto y los broches del mismo.

Sus nalgas seguían viéndose apretaditas como aquel día. Al quedar de frente, admiraba los tirantes del vestido y, junto a ellos, los del conjunto. En su cuello, un listón azul marino con un corazón de fantasía plateado, que formaba parte del conjunto, realzaba el escote en V de sus tetas. El vestido le llegaba un poquito por debajo de las rodillas. Se acercó y, estando a mi lado, me abraza al cuello y dijo: —¿Qué te hace recordar este vestido, amor? El día que te llevé al restaurante para vuestro aniversario de bodas, y también recuerdo que hasta los del valet parking se te quedaron viendo este culazo, ja, ja, ja. Sí, me lo dijiste ese día, pero lo mejor de este vestido fue cuando regresaste y me gritaste para que te ayudara porque se te había atorado un arete. Entrar en tu habitación y ver tu vestido levantado, que dejaba ver una de tus exquisitas piernas cubierta por tu liguero negro, fue lo máximo. Me puso muy cachondo, quería cogerte en ese mismo momento. No imaginaba que pudieras usar ese tipo de lencería. La usé ese día porque pensé que sería una ocasión especial, pero fue todo lo contrario. Nunca imaginé que me vieras así. Verte así me puso la verga muy dura, por eso te la arrimé sin importar que mi padre durmiera a un lado. La noté, mi amor. Tu padre está muy ebrio y no supe qué hacer. Mi mente me decía que me comportara como tu madre, pero mis necesidades de mujer querían que te la tocara, justo así. Empecé a sobarme el pene sobre el pantalón.
—Te ves hermosa, mamita —le dije—. Y ya verás lo que hay debajo del vestido.
—Me lo imagino, putita —respondió ella—. Te lo dije, me pondría este vestido para ti.
—Huele delicioso, amor, y tú también, mamita. Ahora te daré el mejor regalo de cumpleaños.
Empecé a respirar sobre su cuello y a dar pequeños besos en su oído.

Mientras acariciaba suavemente su espalda, metiendo los dedos debajo de los tirantes del vestido y tocando el encaje del conjunto, fui bajando mis manos por toda su espalda hasta sus nalgas. Mientras la besaba en el oído, le decía que estaba rica, que estaba muy sexy vestida así, que ya quería ver lo que había debajo del vestido y que me encantaba escucharla gemir y que fuera yo quien disfrutara de todo su cuerpo.
—Ah, ah, amor, me excitan tus palabras, papito. Quiero que me beses —le dije, y la atraje hacia atrás suavemente, poniendo mi boca sobre la suya—. Comenzamos a besarnos con mucha lujuria: metía y sacaba toda mi lengua dentro de su boca, y ella hacía lo mismo. Recorría toda la de ella y la de ella la mía, nos comíamos con mucha intensidad mientras, con las manos, no dejaba de acariciarle las nalgas sobre su delgado vestido y ella no dejaba de tocarme la verga. —Hay, mi amor, cómo me excita sentir tus manos sobre mis nalgas —dije, y vi que a ti también te encantaba porque ya sentía tu verga dura. Quiero levantarte el vestido para que sientas todo lo que no pude hacerte ese día.
—Ah, sí —dijo, dándome la espalda y girando para que viera su culo.
—Desátame el vestido —dijo.
—Ya está —contesté, y volví a girar para quedar frente a ella. Comencé a subirle el vestido lentamente, y pude ir viendo el encaje de sus medias. El triángulo perfecto de su tanga semi transparente y las ligas que se ataban al corsé, que le cubría desde los pechos hasta encima del coño, se veían a través de la tela. Le quité el vestido por completo y lo dejé caer.
—Ven, amor. Siéntate. Déjame quitarte el pantalón. Me senté y me quité los zapatos y el pantalón junto con la bragueta. Me tocó la verga y apretó su puño sobre ella. Subía y bajaba la mano.
—Quiero que me la chupes —dijo, e inclinándose, se llevó mi verga a su boca. Subía y bajaba la cabeza para poder chupármela.

Después de unos minutos, se inclinó y se puso a lamerme los huevos y a recorrer toda mi verga con su lengua.
—Cada vez que me lamas el pene, lo haces mejor, perrita —le dije—. Ya te he dicho que me encanta el sabor de tu verga y quiero metérmela hasta donde me quepa, papito.
La tomé de su cabello y la empujé hacia mi pene.
—Chupamela, chupamela —dije—. Ah, ah, bébeme toda, que ya te la voy a meter.
Levántate, quiero besarte esas nalgas. Se puso de pie, me dio la espalda, abrió las piernas e inclinó un poco su cuerpo hacia delante. Yo seguía sentado y puso su culazo frente a mi cara. «Mira, nada más, cómo se te ve el culo con este pequeño hilito. Tus nalgas se lo están tragando. Siento tu respiración en medio de mis nalgas. Me pone muy ansiosa ponerlas frente a tu cara. Ni a tu padre se las ofrecí así. (Le di una nalgada muy fuerte). Eso nada más a tu macho, que soy yo, puta». —Ah, ah, sí, amor, sí. Puse mi lengua sobre sus piernas para recorrerlas con ella sobre las medias de malla.
—Te ves bien putota con estos ligueros.
Abrí sus nalgas con mis manos y comencé a pasar mi lengua sobre su tanga. Mi nariz quedaba casi en su ano. Olía deliciosamente. Llevaba mis lamidas desde su coño hasta su ano. Estando en su ano con la punta de mi lengua hice varios círculos.
—Ah, ah, qué rico se siente. —Quiero metértela por aquí, se ve tan apretado, ¿no crees? Dará mucho dolor, más con lo gruesa que está tu verga. No te muevas, hazte a un lado, hice a un lado su tanga y le metí dos dedos en el coño, los movía con gran rapidez, hasta sentía que la levantaba del suelo.
—Así te gusta, así, amor. Despacio, despacio, siento que me voy a orinar, para, para. (Yo seguía metiendo y sacando rápidamente mis dedos).

Amor, para que me orine, rápidamente subí una de sus piernas al sillón y metí mi verga para bombearla igual de rápido.
—Ah, ah, amor, qué rica está tu verga, papito, métemela, métemela.
(En unos instantes, sentí cómo se corría mucho, como si se estuviera orinando).
—Ah, ah, me vengo, me vengo.
Ah, ah, ah, hijito, ¿qué me has hecho? Mira cómo escurro.
Ah, ah, siento mi vagina calentísima (seguía con mi verga dentro de su coño). Levanté su pierna y la bajé sin sacarle la verga.
—Recárgate en el respaldo del sillón —le dije—. ¿Te gusta que te dé las nalgas, hijo?
—Me encanta, papacito —respondió.
Desde ese día de mi aniversario quería que me follaras, pues ya lo estoy haciendo (le empecé a dar nalgadas). —O no, putita, escucha cómo suenan estas nalgas.
—Sí, papacito, me encanta que me nalguees mientras me la metes.
—Así cógeme y nalguéame, papito.
—Cógeme. Hacer esto la ponía muy cachonda).
—Así trátame como a una puta, eres una puta, ah, sí, tu puta papito, disfruta de la puta de tu madre como yo disfruto de ti, métemela y haz que nuestros testículos choquen, ah, ah, cómo me encanta escucharte pedirme que te la meta (estaba a punto de terminar), estoy a nada de llenarte de leche, sí, amor, déjala dentro de mi coño, papito, mete y saca unos instantes más hasta terminar.
—Hay, amor, qué rico me coges. No me canso de ti ni de decírtelo, papito. Le saqué la verga y me senté en el sillón. Mi madre hizo lo mismo (mi verga seguía escurriendo semen y ella lo veía). Me tiemblan las piernas, papacito. Ven y límpiame la verga. —Deja, voy a por papel —pensé, pero no lo hizo.
Se inclinó y se la metió.
—Sabe deliciosa —le dije mientras la lengüeteaba y le pasaba mi saliva—. Se está tragando la poca leche que aún escurría.
—Así, papito, sí, así no dejo ni una gota.

Continuara.

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