Una propuesta diferente, de un trio de lesbianas – I, II, III
Primera Parte
Ana Paula y sus dos compañeras: Rayane y Lariza. Tres mujeres distintas, unidas por algo que iba más allá del amor. Compartían un vínculo profundo, una complicidad que se sentía en el aire cuando estaban juntas. Siempre creí que su relación era cerrada, un mundo al que ningún hombre tenía acceso. Hasta ahora.
Ana Paula una chica de 24 años, piel morena con un teñido rubio que le quedaba bien sexy, cuerpo de gimnasio donde sobresaltaba sus nalgas grandes y firmes, Rayane de 25 años con características similares solo que mas fornida por años en el gimnasio y luego Lariza de 22 años, blanca de pelo negro, con abdomen plano y con una cintura y cola no tan grande como las otras pero bien esbelta en cintura, ellas 3 eran un trio de lesbianas que gozaban compartir entre ellas hasta entonces.
La tarde en el departamento transcurría en silencio, con el sonido suave de la música ambientando el espacio. Rayane hojeaba una revista sin mucho interés, y Lariza, con las piernas sobre el sofá, jugaba distraída con su cabello.
Ana Paula, en cambio, parecía inquieta. Caminaba de un lado al otro con el teléfono en la mano, mordiéndose el labio.
—¿Todo bien? —preguntó Rayane, sin levantar mucho la vista.
Ana Paula dudó. Luego se sentó frente a ellas, entrelazando los dedos.
—Necesito decirles algo. Pero no sé cómo lo van a tomar.
Lariza y Rayane intercambiaron una mirada. La escuchaban con atención.
—Hace semanas que mi entrenador del gimnasio… me mira distinto. Es mayor, muy musculoso, serio, pero hay algo en su mirada que me hace pensar que me desea. Y… no sé. Parte de mí quiere saber qué se siente que un hombre me mire así… que me tome así.
Rayane frunció el ceño, no por celos, sino por sorpresa.
—¿Quieres acostarte con él?
Ana Paula se encogió de hombros.
—Una vez. Solo una. No es amor, no es que quiera algo más. Es deseo puro. Curiosidad.
Lariza intervino, su voz más suave:
—¿Y por qué lo estás pensando tanto?
Ana Paula bajó la mirada.
—Porque pensé en hacerlo… frente a ustedes. Como una especie de entrega… o experimento. Ver qué siento. Qué sienten ustedes. Como si me desnudara de otra manera.
Rayane cerró la revista.
—¿Quieres que lo veamos?
Ana Paula asintió, con un leve rubor en las mejillas.
—Sí. No es para provocar celos. Es… abrir una puerta. Saber si hay algo más allá del límite que siempre nos pusimos.
Lariza sonrió.
—Me parece atrevido… pero intrigante.
Rayane cruzó los brazos, pensativa.
—Solo si tú lo haces por ti. No para probar nada.
Ana Paula levantó la vista.
—Lo haré por mí. Y si ustedes me acompañan, me voy a sentir más fuerte.
**
Unos días después, Ana Paula esperó a su entrenador al final del turno. El gimnasio estaba casi vacío. Se acercó con decisión, con ese movimiento de caderas que no necesitaba práctica.
—¿Tienes un momento? —le dijo, con una sonrisa apenas contenida.
Él asintió, sorprendido por su cercanía.
—Quiero proponerte algo… directo. Me gustas. No busco una relación, ni confusiones. Solo una experiencia… algo que siempre quise. Pero con una condición.
El entrenador alzó las cejas, expectante.
—No estaremos solos —continuó Ana Paula, despacio—. Mis dos amigas estarán allí. No harán nada. Solo observarán. Pero eso es parte de lo que quiero vivir.
El silencio fue intenso, cargado. Él asintió con una mezcla de desconcierto y deseo.
—¿Y por qué yo? —preguntó.
Ana Paula lo miró con seguridad.
—Porque tu cuerpo me despierta algo salvaje. Y porque sé que lo aceptarías sin enredos.
**
Esa noche, el departamento fue preparado con una delicadeza especial. Luz tenue, aroma a incienso, música suave. Rayane y Lariza esperaban sentadas, algo nerviosas, algo expectantes.
Ana Paula entró con el entrenador, ambos vestidos con ropa deportiva. Pero la tensión en el aire no tenía nada de inocente.
Cuando Ana Paula se giró hacia él y comenzó a desvestirse lentamente, con los ojos de sus amigas fijos en cada movimiento, supo que no había vuelta atrás.
Y en ese instante, entendió que no se trataba solo de deseo físico. Era una búsqueda de libertad, una forma nueva de ser vista… de ser deseada y, a la vez, sostenida por aquellas que más la conocían.
El entrenador, cuando entró al departamento y vio a Rayane y Lariza sentadas, tranquilas, hermosas, lo recorrió una mezcla de nervios y poder. Nunca había estado con una mujer frente a dos más, mucho menos sabiendo que lo miraban con atención.
Cuando Ana Paula se desvistió lentamente y él la sostuvo con las manos en su cintura, todo pensamiento se desvaneció. Solo quedaba el momento: piel, respiración, el roce de los cuerpos. Las miradas de las otras chicas no lo inhibían, al contrario. Sentía que estaba siendo parte de un rito, algo íntimo y crudo, pero sin vulgaridad. Su pija era una piedra, admirado por Lariza y Rayane a lo lejos, a sus 34 años, disfrutaba ver 3 mujeres desnudas, aunque solo probaría a una ya que las otras dos eran “ lesbianas” cosa que entendía pero le excitaba
En medio del acto, el se sentó en una silla mientras Ana Paula se subía sobre el y comenzó a cabalgarle con fuerza y deseos,el entrenador sintió cómo el control se le iba. Cada salto de Ana Paula era un charco de flujos vaginales, mientras en el fondo Lariza y Rayane se tocaban entre ellas, esa imagen lo llevo al limite del placer, hasta que no aguanto mas y exploto dentro de Ana Paula, llenándole de su semen, que rebozo fuera de su vagina, lo invadió una sensación inesperada: no solo placer, sino extrañeza. ¿Había cruzado un límite?
Miró a las otras dos, que seguían en silencio. Hermosas. Distintas. Y sin pensarlo demasiado, tal vez guiado por el instinto o la embriaguez del momento, soltó la pregunta:
—¿Puedo… probar con alguna de tus amigas?
El silencio fue claro.
Rayane se limitó a sacudir suavemente la cabeza. Lariza desvió la mirada.
No hubo reproche, pero sí un mensaje implícito: eso no formaba parte del pacto.
Él asintió, entendiendo. Se vistió en silencio, mientras Ana Paula lo acariciaba aún con la respiración agitada, pero satisfecha.
Aunque no lo esperaba, entendió que no todo se trataba de placer físico. Había entrado en un espacio íntimo entre tres mujeres que compartían más que una relación: compartían códigos, silencios, miradas. Y él había sido invitado… por un momento. Nada más.
Y eso, de alguna manera, lo hacía aún más especial.
– Trío, Voyeurismo, Mujer con hombre, Mujer bisexual
Segunda Parte: Lo que el se gano
Después que el entrenador se vistió y se fue del departamento Ana Paula pensaba
No suelo perder el control. Ni siquiera cuando juego con el deseo. Pero esa noche… algo fue distinto.
Sentí su fuerza, su cuerpo contra el mío, su glande golpeo mi cuello uterino toda la noche. Era como si cada movimiento suyo reafirmara que estaba viva, deseada. Me encantó. Me devoró con la mirada, y cuando finalmente me tuvo, me dejé ir como pocas veces, eyaculo muchísimo dentro mío, que todavía siento el espeso semen de mi macho dentro mío.
Lo más impactante no fue su cuerpo ni sus manos —aunque eso también— sino el instante preciso en que él cruzó el umbral. Cuando ya no se contuvo, cuando su respiración se volvió temblorosa y yo lo sentí… dentro. Calor, pulsos, algo profundo. Instintivo. Humano, pensaba que me gustaba mas las mujeres que hombres, pero el tenia niveles de testosterona muy grande que me hizo desearle mas.
Y en medio de ese torbellino, su voz:
—¿Puedo… probar con alguna de tus amigas?
No lo dijo con malicia. Era más bien deseo sincero, ingenuo quizás. Había mirado a Rayane y a Lariza. Sus ojos decían mucho más que cualquier palabra. No. No era el momento, ni su momento. Solo nuestro.
Después de que se fue, el silencio flotó entre nosotras, pero estaba cargado de algo eléctrico.
—¿Qué sentiste? —preguntó Lariza, siempre directa.
Me senté en el sillón, aún con el cuerpo latiendo, aún con su presencia , su semen dentro de mí.
—Fue… intenso. Muy real. Me gustó —respondí sin rodeos.
Rayane me miró con una media sonrisa, como quien entiende pero aún evalúa.
—¿Lo harías de nuevo? —susurró.
—¿Si ustedes me lo pidieran? —les devolví la pregunta, mirándolas fijamente—. Sí. Lo haría otra vez.
Sabía que entre nosotras había confianza, pactos que van más allá de las palabras. Pero esa noche, algo nuevo se abrió. No solo habíamos compartido la experiencia, sino que estábamos explorando qué significaba.
¿Era solo un experimento? ¿Una travesura?
¿O estábamos, sin decirlo, buscando algo más… permanente?
No lo sabíamos aún. Pero algo era claro: lo que empezó como un deseo puntual, había despertado una nueva puerta. Y ninguna de las tres tenía intenciones de cerrarla tan rápido.
Decidimos invitarlo de nuevo, Ana Paula lo encontró en el gimnasio, con una mirada picara y sensual, se acerco a el y solo le dijo que lo esperaba nuevamente en el apartamento a las 20:00 hs, a lo que el respondió que estaría puntual. Siendo esta actividad repetida durante una semana seguida, donde Ana Paula iba a entrenar a la misma hora y le pedía estar en el apartamento a la misma hora, siempre lo hacían ellos dos, frente a las chicas, quienes desnudas se tocaban entre ellas y compartían besos y orgasmos, mientras Ana Paula no paraba de vaciar a su entrenador, sintiendo ella, como el deposito de su semen, el entrenador siempre veía con deseo a las otras dos chicas, pero respetaba porque entendía que eran “lesbianas” el hecho de experimentar este momento muy intimo con ellas tres ya estaba bien para él, pero no dejaba de pensar que se sentiría penetrar a las otras dos, además de considerar que por su buen estado físico u excitación del momento, llego a venirse dentro de Ana Paula como 2 a 3 veces en una misma noche, demostrando su hombría y potencia sexual
Una noche el ambiente en el departamento había cambiado. Lo que empezó como una experiencia puntual entre Ana Paula y su entrenador, se convirtió en una especie de ritual. Cada encuentro estaba cargado de tensión, deseo contenido y, sobre todo, de un juego silencioso entre las tres chicas.
Ana Paula siempre fue la que lo recibía. Él sabía a lo que venía, y lo esperaba con calma, sin exigencias, sin reclamos. Las otras dos observaban, a veces con tímida curiosidad, otras con admiración disfrazada de indiferencia. Y aunque solo Ana Paula era su compañera en esos encuentros, él nunca pedía más. Nunca cruzaba la línea, si noto que Lariza y Rayane, se besaban entre ellas y tocaban con mas deseo, parecía que mientras el penetraba a Ana Paula frente a ellas, las dos eran excitadas por los gemidos de su hembra, incluso el entrenador solía ponerle a Ana Paula de pie, mirando hacia el sofá donde estaban las 0tras dos chicas, tocandose y disfrutando del espectáculo, el era enorme al lado de su chica, la penetraba estando desde atrás y mirando a las chicas tocandose, incluso en mas de una ocasión por la confianza, Lariza y Rayane hacían la famosa tijera mientras el embestía a Ana Paula como un animal, hasta llenarla de leche.
Fue Lariza quien, una tarde, dijo lo que todas pensaban.
—¿No crees que se merece un regalo? Siempre espera, siempre nos respeta… y siempre termina en ti —le dijo a Ana Paula con una sonrisa pícara.
Rayane se cruzó de brazos, pensativa.
—No sé… sería raro. Pero… ¿y si no se entera?
Y así nació el plan.
Esa noche, lo recibieron con una sonrisa distinta. Más lúdica. Más misteriosa. Le pidieron que se recostara, que se dejara vendar los ojos.
—Queremos que sientas, no que veas —dijo Ana Paula en voz baja, mientras le ajustaba la tela negra con delicadeza.
Él sonrió, relajado, confiado.
Primero fue Ana Paula quien lo besó. Lo acarició con familiaridad, su pija estaba una piedra, Lariza y Rayane estaban desnudas en el sofá, Ana Paula se sentó encima de su pija, haciendo una seña a Rayane quien se acerco muy sutilmente del sofá a la cama. Su cuerpo ya era terreno conocido, y el entrenador reaccionaba a ella como siempre: con deseo contenido. Pero luego, cuando se separó suavemente, Rayane ocupó su lugar sin hacer ruido.
Rayane temblaba. No por miedo, sino por emoción. Era la primera vez. No estaba segura de cómo reaccionaría él, pero sentía que era justo. Y, en secreto, también lo deseaba.
Rayane, miro el falo de su macho, húmedo por los fluidos vaginales de Ana Paula y resto de semen que recién había dejado en ella, pero seguía duro a pesar de esto, cosa que le mojo mas a ella, se sento sobre su pija, quien con dificultad entro la glande pero luego resbalo hasta el fondo de su cuello uterino por la humedad vaginal de ella y de su compañera que precedió y los restos de su semen que sirvieron para lubricar la penetración, se movía con fuerza , al entrenado le fue raro, no era el cuerpo de Ana Paula, puso sus manos en la cintura y sintió otra piel, se dejo llevar, hasta que no se contuvo y lo hizo, comenzó a eyacular dentro de Rayane, marcándola como su nueva mujer en este ritual, si bien el seguía vendado, percibió que estaba penetrando otro cuerpo y eso lo emociono de mas, traducido en la cantidad abismal de semen que pronto rebozo de la vagina de Rayane, él respiraba con fuerza, aún sin saber lo que había pasado. Fue entonces cuando Ana Paula le retiró la venda, y frente a él estaban ambas. Rayane tenía las mejillas sonrojadas, pero no se apartó.
Él abrió los ojos lentamente, sorprendido, confuso… hasta que Ana Paula se inclinó hacia él y le susurró con una sonrisa:
—Te lo ganaste. Por tu paciencia… y por hacernos sentir tan seguras.
Rayane, aún un poco tímida, le tomó la mano.
—Gracias por esperarnos.
Él no dijo nada al principio. Solo las miró, con esa mezcla de gratitud y deseo que ya conocían. Luego asintió, como si entendiera que esa noche no había sido solo un regalo para él… sino también para ellas.
Parte 3: Mirando, sintiendo, deseando
Lariza comenzó a sentir algo, nació una duda en su ser, si bien ella era la “única lesbiana declarada del grupo” ver a sus novias complaciendo a un hombre despertaban en ella deseos ocultos.
Desde mi lugar, observaba todo con una mezcla de deseo y calma. Era extraño para mí estar tan cerca y no ser parte directa, pero sabía que este ritual era nuestro pacto, nuestra forma de sostenernos las tres, el olor a sexo que inundaba la habitación, donde un hombre consiguió ingresar y tener intimidad con 2 de las 3 chicas en esa habitación, su aroma de macho se quedaba por horas, muchas veces cuando el se iba, y me tocaba tener intimidad con mis chicas, a lamer sus vaginas saboreaba restos del semen de el hombre que poseyó a mis novias, pensé que me iba a molestar, pero mas de una vez les hice acabar a Ana Paula y Rayana con mi lengua, ya que saboreaba con mucho deseo los fluidos vaginales de mi novias y resto del semen del hombre que las poseyó en mi apartamento, en mi habitación, frente a mi.
Cada vez que Ana Paula y Rayane tomaban al entrenador, sentía cómo una oleada de emociones me recorría. Me tocaba en silencio, mis dedos explorando mi piel, buscando acompañar lo que mis ojos no podían tocar, ver como entraba y salia dentro de ellas dos, la pija del hombre, brillaba de tanto fluido vaginal que mezclaba al poseer a mis dos novias, era rico ver como disfrutaba sin miedo, sin condón, se venia en la que le plasca.
Hubo una noche en particular que nunca olvidaré. Ana Paula estaba sobre él, sus movimientos lentos y sensuales, y yo me mordía el labio mientras mis dedos dibujaban círculos en mi piel, sintiendo cómo mi cuerpo respondía a cada gemido, a cada susurro. Cuando él terminó dentro de ella, sentí un cosquilleo que me hizo estremecer, una mezcla de excitación y ternura que me hizo cerrar los ojos por un momento, agradecida por esa conexión invisible.
Otra vez, fue Rayane quien tomó el protagonismo. Su intensidad era diferente, más firme, más potente. Vi cómo se entregaba completamente, cómo jugaba con él, y yo me perdí en mis propias caricias, dejando que mi respiración se acelerara. La sensación de escuchar su nombre en susurros, mezclado con los jadeos del entrenador, me hizo sentir parte, aunque estuviera solo mirando.
Lo que más me enloquecía era verlos juntos, cómo se comunicaban sin palabras, cómo él respondía a cada una con dedicación y deseo. Cuando él terminaba dentro de cualquiera de las dos, sentía como si una corriente eléctrica me recorriera, una mezcla de orgullo y deseo.
Al final de la semana, sentí que había vivido algo único. No solo por el placer que había compartido, aunque indirectamente, sino por la fortaleza de nuestro vínculo, por la confianza y la ternura que ese ritual nos había regalado.
Sabía que, aunque no fuera la que recibía su esencia, mi corazón estaba lleno de sensaciones nuevas, y eso, para mí, era un regalo invaluable.
Mientras los veía moverse juntos, cada palabra que el entrenador, Ana Paula o Rayane pronunciaban se grababa en mi mente como un fuego que no podía apagar.
Recuerdo claramente cuando Ana Paula, con esa voz entre susurro y jadeo, le decía:
—Sos nuestro semental, y hoy vas a darnos todo lo que tenés.
El tono firme pero apasionado de Ana Paula hacía que mi corazón latiera más rápido, mientras mis manos no paraban de explorarme, siguiendo el ritmo de sus palabras.
Rayane, con su voz más profunda y dominante, lo retaba con picardía:
—Si te voy a hacer venir, va a ser en las dos, para que no te escapes de nada, te vamos a dejar seco los huevos.
Sentía un cosquilleo recorrerme al escucharla, imaginando esa intensidad que no podía tocar pero que me atravesaba por completo.
El entrenador también se dejaba llevar, sus palabras entrecortadas por la pasión:
—No puedo esperar a llenarlas a las dos, a ser parte de ustedes en esta locura que es tan nuestra, voy a marcarlas a ustedes dos como mis hembras de tanto olor a macho que les dejare en sus vaginas.
Esas frases, cargadas de deseo y promesas, se repetían en mi mente, alimentando mi propia excitación y haciéndome sentir parte, aunque estuviera solo mirando.
Cada encuentro era una danza de cuerpos y palabras, un ritual donde el lenguaje se volvía tan sensual como el contacto físico. Y yo, desde mi lugar, disfrutaba ese espectáculo, dejándome envolver por los susurros que encendían mi piel y mi alma.
Después de tantos días escuchando esos susurros cargados de deseo, algo cambió entre nosotras cuatro. Las palabras no solo encendían la piel, sino que tejían un lazo invisible, profundo y sincero.
Con Ana Paula y Rayane, sentí que nuestra confianza creció de un modo que nunca imaginé. Verlas entregarse con tanta pasión y escuchar cómo hablaban al entrenador con esa mezcla de poder y ternura me hizo valorar aún más nuestra relación. Comprendí que esas frases no eran solo juego, sino declaraciones de un compromiso que trascendía el placer.
Con el entrenador, la dinámica también evolucionó. Las palabras que pronunciaba durante los encuentros reflejaban no solo deseo, sino también respeto y cuidado. Cada vez que me miraba mientras hablaba con Ana Paula o Rayane, percibía que sabía la importancia de su rol, aunque fuera distinto al de ellas.
Eso me hizo sentir incluida, aceptada, y me abrió a nuevas formas de amar y desear. No necesitaba tocar ni ser tocada para sentir que formaba parte del pacto, porque esas palabras y miradas me conectaban con una energía única.
Al final, lo que comenzó como un experimento se transformó en un vínculo especial, donde el lenguaje y el cuerpo se unieron para crear algo más allá de lo físico: una verdadera complicidad entre los cuatro.
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