Videollamada: Sus dedos bajaron lentamente por el bajo vientre

Una noche cualquiera, después de cenar, Ángel nos propuso hacer una videollamada. No fue una petición directa, ni siquiera esperaba una respuesta inmediata. Solo dejó caer la idea, como quien deja una puerta entreabierta.

—Cuando queráis verme… aquí estaré —escribió.

Carol leyó el mensaje en silencio. Yo no dije nada, solo esperé. La curiosidad le brillaba en los ojos, aunque intentara disimularlo. Al cabo de unos minutos, me miró y me dijo, con la voz un poco más baja:

—¿Nos conectamos?

Apagamos las luces del comedor, dejando solo la tenue iluminación de una lámpara de pie. Nos sentamos en el sofá, el portátil frente a nosotros, y aceptamos la llamada.

Cuando se abrió la cámara, ahí estaba él: con una sonrisa tranquila, mirada directa y una voz suave que llenó la habitación. No había prisa. Los primeros minutos fueron una conversación normal, de nervios compartidos y risas suaves. Pero poco a poco, la tensión fue creciendo.

—Si en algún momento queréis parar, solo tenéis que decirlo —dijo él, con respeto.

Y luego, casi sin darnos cuenta, la cosa empezó a cambiar. Ángel se quitó la camisa, dejando ver un cuerpo cuidado pero no exhibicionista. Sus gestos eran lentos, casi hipnóticos.

Carol estaba sentada a mi lado, pero su respiración ya era distinta. Ángel nos miraba desde el otro lado de la pantalla, sereno, paciente, con una mirada que no invadía, pero tampoco se apartaba. Yo no decía nada. Solo le acariciaba suavemente el muslo, como si le transmitiera con la mano todo lo que sentía en ese momento.

Ella respiró hondo, se movió ligeramente, y se pasó los dedos por los botones del camisón. Eran botones pequeños, de tela fina, que se abrían con un leve gesto. El primero cayó sin prisa. Luego, el segundo. Y así, uno a uno, hasta que la tela se abrió suavemente, dejando entrever su pecho desnudo, suave, cálido bajo la luz tenue de la habitación.

No miró directamente a la cámara. Su mirada se mantenía entre mis ojos y la pantalla. Pero sabía que era observada, deseada. Y eso la excitaba. Dejó que el camisón se deslizara por los brazos, dejándolo caer en el sofá. Ahora estaba completamente desnuda de cintura para arriba, su pecho firme, el pezón ya un poco erguido. Ángel no decía nada. Solo respiraba profundamente. Y eso lo hacía todo más intenso.

Carol se echó el pelo hacia atrás y se puso una mano en el vientre. Sus dedos bajaron lentamente por el bajo vientre, jugando con el borde de las braguitas. Me miró de reojo, buscando complicidad, buscando mi silencio cómplice. Yo asentí con la cabeza, y ella continuó.

Abrió las piernas, poco a poco. Se recostó un poco hacia atrás y empezó a acariciarse por encima de las braguitas. Sus ojos se cerraban de vez en cuando, dejando escapar pequeños suspiros. Y la pantalla, delante, lo mostraba todo: Àngel con la boca ligeramente entreabierta, con la mano sobre su sexo, mirándola con pura devoción.

Carol bajó las braguitas muy despacio, hasta las rodillas, y las dejó caer al suelo. Ahora estaba completamente desnuda. Se tocó suavemente, primero con timidez, luego con más decisión. Sus gemidos empezaron a escucharse entre el silencio y la respiración acelerada de los tres.

Yo la abrazaba por detrás, besándole el hombro, la oreja, pero dejando que fuera ella la protagonista. En ese momento, toda la escena era suya. Y era preciosa.

Carol se dejaba llevar. Sus dedos se movían con seguridad entre sus muslos, mientras yo la sostenía suavemente, besándole el cuello, sintiendo su cuerpo temblar contra el mío. En la pantalla, Àngel la observaba con una devoción hipnótica, su brazo se movía lentamente, sincronizado con el ritmo de su respiración.

—Eres preciosa —murmuró, casi como un pensamiento dicho en voz alta.

Carol abrió los ojos un momento y lo miró en la pantalla. Había una mezcla de excitación y vulnerabilidad en esa mirada, pero sobre todo, confianza. Por primera vez, le habló directamente.

—¿Te gusta mirarme?

—Me encanta —respondió él, sin dudar—. Me vuelve loco ver cómo te tocas… y cómo te deja tocar él.

Ella dejó escapar un pequeño gemido, y sus caderas empezaron a moverse con un ritmo suave, orgánico, como si estuviera bailando para él… y para mí. Volvió a cerrar los ojos, completamente dentro de sí, inmersa en el placer. Yo le susurraba al oído:

—Mira cómo te mira… te desea tanto como yo.

Carol empezó a respirar más rápido, y sus dedos se aceleraron. Su cuerpo se tensó, y durante un momento se quedó completamente quieta, con los labios entreabiertos, el corazón latiendo fuerte contra mi pecho. Llegó con un suspiro largo, profundo, que llenó la habitación de deseo liberado.

Ángel dejó escapar un gemido al mismo tiempo. También había llegado al límite. Se quedó unos segundos en silencio, respirando con fuerza, antes de hablar:

—Ha sido… mucho más de lo que imaginaba.

Carol no dijo nada. Estaba agotada, con una dulce sonrisa en la cara, recogida entre mis brazos. Yo la cubrí con una manta y la besé suavemente en la frente.

—Cuando queráis repetir… aquí estaré —dijo Ángel antes de despedirse.

La pantalla se apagó, pero la tensión, la conexión, la electricidad… aún flotaban en el aire. Nos quedamos en silencio, abrazados, sintiendo que habíamos cruzado una línea… pero que no nos habíamos perdido. Al contrario. Nos habíamos encontrado más cerca que nunca.

Compartir en tus redes!!