En un baño público
La puerta ladra su mala lubricación y junto al sonido de los pasos el cuchicheo extraño de las voces. Los mosaicos lucen una limpieza pocas veces creíbles en estos lugares. La abundancia de papel higiénico y el cerrojo que calza con una precisión absoluta en la ranura, acusan un prestigio que desciende por el baño del restaurante hasta la atención impecable de los mozos. Dan ganas de quedarse una vida sacando e introduciendo el cañito de acero, al menos hasta que falsee o la presión sea tan fuerte que todo parezca volver a la normalidad. Los inodoros cargan encapuchados con sus respectivas tablas.
Nechu con la pollera levantada y las rodillas tirando de la bombacha intenta hacer pis en posición de galope; sólo por costumbre y no porque el sitio realmente lo merezca. Cae el primer goteo y se interrumpe con la entrada blanda de las dos mujeres. Intuye que no hay una sola por el ruido desparejo del calzado pero tampoco está segura de que sean un par. Palanquea desde la vejiga siendo inútil el esfuerzo por terminar de mear. Se empareja fastidiosa la ropa, abre con placer la manija del compartimento y escucha un gemido que rebota como eco y vuelve a instalarse en otro más aflautado cerca de las canillas. Cierra con urbanidad la puerta y en lo que dura el asombro procura descifrar los murmullos constantes que invaden la totalidad del baño. Se levanta nuevamente la pollera y se sienta sobre el brillo de la tabla. “Esto es ridículo” - piensa - “Salgo rápido y listo”. Antes de tomar el envión para huir una de las tantas palabras toma forma, y al instante la siguiente; son comestibles y llevan en la melosidad de los dientes las ganas apretadas desde hace mucho tiempo. Tan solo palabras desgarradas con la protección innata de no ser oídas ni por ellas mismas.
Nechu está a punto de toser adrede, carraspear con el disimulo falso de la inocencia sorda. No es mala opción tirar de la cadena o levantar la tabla; algo que ponga aviso y rompa con su cuadrado transformado involuntariamente en su pequeño escondite. No hace nada de esto, al contrario, apoya los pies, es decir, los tacos de los zapatos sobre el canto de la puerta y espera que ninguna de ellas localice su presencia. La gelatina de los besos ligada al salto ronroneado de vocales cambian por completo su estado de ánimo. Ahora nace la intriga de cómo son, sus caras, sus cuerpos, sus ropas. La palabra de una de ellas delata que no tiene más de treinta, la otra sostiene un descanso natural en la voz, no parece mayor en edad pero sí en experiencia. Unos labios finos y rectos inauguran en la imaginación de Nechu la figura desconocida. Un maquillaje desapercibido estiliza los rasgos cálidos de una cara vulgarmente bonita. No llega a crear su altura ni sus manos, por un instante piensa en espiar pero no duda en continuar inmóvil. Acaricia sus tetas grandes y firmes, la blusa libera dos botones y deja ver su corpiño crema que cubre parte de una aureola sensiblemente rosada. Se las mira como si no las conociera.
Su mente es una madeja ciega que agudiza el resto de los sentidos para descubrir la imagen tapada. Una boca licua el acorde a flujo bebido que trepa por el techo y queda prensado en uno de los focos que da de lleno sobre su cabeza. Una mano aferrada al inodoro, la otra corre la bombacha que parece un trapo de piso macerado por su jarabe vaginal. La succión a helado de agua derretido que produce la concha de una en la boca de la otra, se funde al sonido propio de los dedos que masturban el clítoris calvo de Nechu. Ahora acomoda la cola hacia delante, los pies siguen calzados en la puerta mientras que el índice y el mayor juegan como tijeras sobre su antiguo espiral; se pajea de arriba hacia abajo y estaciona en cada puente de calentura para después acelerar la frotación en sentido contrario. Mete dos dedos hasta los nudillos y deja el anular rozando el culo que se dilata y se contrae junto a los gemidos que retumban en el baño. Entran y salen y se los pasa por las tetas. Se las chupa. La bombacha la pellizca entorpeciendo de a ratos el movimiento de sus dedos. Los vuelve a enjuagar en su concha y se pinta de flujo nuevamente las tetas. Se las chupa. Agarra la cartera y la mano gomosa le tiembla como si hubiese cargado una bolsa de cemento durante horas; saca un clásico desodorante a bolilla y apurada en fiebre empuja desalojando cada puerta de la concha, lo deja sellado y lo inclina mecánicamente hacia un costado y hacia otro. Lo saca y lo chupa. Se lo pasa por toda la cara... Por las tetas... Por el culo.
Lo vuelve a chupar. Lo pega al clítoris como si una pija la hiciera desear antes de penetrarla. Vuelve a introducirlo, lo mueve en círculo rallando con la tapa lisa todas las paredes de su concha. Lo hace suave... Despacio. Ahora más fuerte... Más rápido. Más despacio. Más fuerte. Más rápido. Más flujo. Más fuerte. Más suave. Más fuerte. Se mea. Se acaba. Más rápido. Más despacio. Más fuerte. Se acaba. Se mea. Se frena... Uno... Dos... Tres... Cuatro segundos. El cuerpo se sacude parejo como si el silencio obligado le flameará por todos los músculos. El líquido ácido corre por sus piernas que se desbordan en un chapoteo tibio; salpicando sus muslos, la tabla, el piso, la puerta. Saca el desodorante de la concha y tirita a dos veinte sin controlar la electricidad que deshecha su orgasmo.
Las dos mujeres continúan jugando de saliva sin saber que han donado el catálogo de una masturbación. Nechu vuelve poco a poco a tensar la piel, su marido espera por el vino sentado en una mesa. No puede salir, tendrá que aguantar la salida al pie de su charco. No es mala idea mojar los dedos y volver a empezar... Despacio... Despacio.
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