Follada extrema en el sauna
Aquella tarde, Mayte había decidido pasar por la sauna al salir del gimnasio. Salió del vestuario con una toalla cubriendo su cuerpo y otra en su pelo, dispuesta a relajarse y sudar un poco.
Cuando abrió la puerta de la sauna, se encontró con una sorpresa. Había seis tíos en ella, vestidos tan sólo con toallas, con sus cuerpos sudorosos envueltos en el vapor de la estancia.
- Hola, perdonad... no sabía que era una sauna mixta -. se disculpó Mayte, un tanto ruborizada.
- Tranquila chiquilla - dijo el más mayor -, es que va por días. Lunes, miércoles y viernes nos toca a vosotros, y los martes, jueves y sábados es para vosotras.
- Vaya, yo que ya me había hecho a la idea... y los otros días me viene fatal.
- No te preocupes, guapa, te hacemos un sitio - dijo otro de los hombres, uno de los más musculados. Si a ti no te m*****a, a nosotros tampoco.
- Un poco de corte si me da, pero bueno, si no os importa - confesó Mayte.
- Todo lo contrario, nosotros encantados de tenerte - dijo el mayor.
Mayte se sentó en el espacio que la dejaron entre ellos. Dos estaban sentados en el banco y los otros repartidos entre otro y el suelo. No había mucho espacio, era una sala cómoda para tres o cuatro personas, pero los siete estaban ya un poco apretados. Los primeros minutos todos permanecieron en un silencio incómodo, como si su llegada hubiese interrumpido alguna conversación típica masculina.
- ¿Sabes cómo funciona? - le dijo uno de los que estaban en el suelo - Hay que ir poniendo agua de ese barril, con ese cacito, sobre los carbones. Como es tu primer día te toca a ti.
Mayte dudó un momento, como pensando que se lo mandaban hacer por ser la única mujer allí. Pero hizo caso omiso a sus pensamientos y se levantó a ver si era tan sencillo como le decían. Mientras lo hacía, pudo notar cómo todos clavaban su mirada en ella y susurraban a sus espaldas.
Y algo salió mal, no sabía el qué, pero de momento empezó a salir demasiado vapor de los carbones. Una nube blanca lo cubrió todo y prácticamente dejó de verse.
- Vaya, la qué he liado - dijo Mayte.
Los hombres se levantaron al unísono y se agolparon a su alrededor, algunos riéndose y otros quejándose.
- No te preocupes, niña, que esto pasa mucho. Le has echado mal el agua - dijo el mayor.
- Ya veo, perdonad.
Y entonces notó una mano en su culo. Casi no se veía nada, no supo quien era, así que no dijo palabra e intentó volver al banco. Pero no se lo pusieron fácil, parecía que todos se ponían en su camino y se fue chocando contra unos y otros, hasta que consiguió sentarse.
- Joer, qué calor hace. Yo me voy a poner cómodo - dijo uno de ellos.
- Yo también, espero que no te importe, niña. Cierra los ojos si ves algo que no te gusta.
Y sin darle ninguna otra opción, se quitaron las toallas que cubrían sus vergüenzas, dejando sus miembros al aire. Era cierto que el vapor lo cubría casi todo, pero Mayte podía ver sus cuerpos desnudos y apreciar sus pollas recién liberadas.
- Creo que es mejor que me vaya - dijo ruborizada.
- No, tú te quedas, que ahora que la has liado no nos vas a dejar aquí solos - dijo el más musculoso mientras la sujetaba el brazo con fuerza.
- Y si tienes calor puedes quitarte tu también la toalla - dijo uno de los que estaban desnudos en el suelo, mirando con descaro su entrepierna. Mayte se dió cuenta de que, tal y como estaba sentada, debían estar viendo todo lo que la toalla no llegaba a ocultar.
- Eso - dijo el más mayor mientras tiraba ligeramente de su toalla -, creo que te sentirás más cómoda sin tanta cosa encima.
Mayte no sabía qué hacer ni qué responder. Uno de los del suelo tiró de su toalla con algo más de energía y esta se soltó, dejando sus tetas al aire. Se cubrió instintivamente cruzando los brazos sobre sus pechos, pero aquello ya estaba comenzando a desmadrarse y ella lo sabía.
- Qué tetas tan bonitas tienes - dijo el hombre mayor sentado a su lado mientras una de sus manos apretaba su pecho.
Mayte estaba ya fuera de si, entre los nervios y el calor, y se dio cuenta de que la situación la estaba poniendo como una moto. Estaba paralizada, sin saber cómo reaccionar.
- Y mirad qué piernas, chicos - dijo el del suelo mientras deslizaba su mano pantorrilla arriba en dirección a su muslo -. Vaya pedazo de cuerpo que tiene esta niña, ¿no?
Mayte notaba ya una mano en cada uno de sus pechos y dos abriéndose camino entre sus muslos, cuando vio cómo los dos hombres que estaban en el otro banco se levantaban y dejaban caer sus toallas, liberando sus pollas.
- Mirad como se está poniendo - dijo uno, ya no sabía quien -. Parece que le gusta cómo la estáis tocando.
El cachas que tenía a su otro lado cogió una de las manos de Mayte y la llevó hasta su entrepierna. Pudo notar como una polla que no estaba bastante mal de tamaño comenzaba a crecer entre sus dedos. También sentía cómo se estaba mojando con tanta excitación.
- Vamos a ver si le gusta esto también - dijo el mayor de todos mientras la sujetaba por la nuca y le forzaba a que bajase su cabeza hasta que la tuvo en su entrepierna. Mayte pudo ver una polla gorda y roja como un tomate esperando allí abajo. El viejo empujó hasta que la boca de la joven quedó a la altura de su miembro.
Y mientras tanto, las manos que subían por sus muslos habían llegado ya hasta su coñito, y estaban empezando a entrar en él. Mayte estaba chorreando. Aquellos hombres no parecían necesitar más invitación, le fueron abriendo las piernas cada vez más hasta que quedó a su merced.
Sin casi darse cuenta, Mayte tenía ya una polla en la boca y otra en una de sus manos. Uno de los tíos le había abierto las piernas y estaba dirigiendo su polla hacia su coñito. Se quiso incorporar para evitar caerse del banco, pero lo único que consiguió fue resbalar y terminar en el suelo, ya sin toalla, entre un amasijo de hombres y pollas.
Ya en el suelo, todos se incorporaron a su alrededor y se impuso un poco de orden. La rodearon entre los seis, ella de rodillas y ellos de pie, y fueron acercándole las pollas a su cara. Y más caliente de lo que nunca había estado en su vida, Mayte se dejó llevar.
Mayte tenía ya una polla en la boca y otras dos en las manos. Se girase donde se girase, podía ver una polla con ganas de entrar en su boca. Y no fueron precisamente delicados, aquellos brutos la agarraban de la cabeza y clavaban sus pollas, de todas las formas y tamaños, hasta lo más profundo de su garganta.
Y tras pasar un rato chupando, el más musculoso la agarró por la cintura y la puso de pie. Empujó su espalda de forma que su culo quedó en pompa pero su cabeza seguía estando a la altura de sus pollas. Y se la comenzó a follar, con fuerza, de forma tan vigorosa que sus pechos botaban y la golpeaban hasta hacerla daño.
Se la fueron pasando de uno a otro, mientras ella chupaba sus pollas ellos se follaban su delicioso coñito sin darle un respiro. No pasaba ni un segundo desde que salía una de aquellas vergas y otra ocupaba su lugar. Y como no podía ser de otra forma, alguien se fijó en su culo.
- Te voy a follar el culo, nena - le dijo uno de los brutos -. No grites que si nos pillan se termina la fiesta.
Y comenzaron a follarle el culo, uno tras otro. Pero no quedó ahí la cosa. Uno de ellos descubrió que podía pasar por entre sus piernas y colocarse bajo ella. y pronto se la estaban follando por todos los agujeros al mismo tiempo: su boca, su coño y su culo llenos de pollas que se iban turnando, sin darle ni un segundo de pausa.
Al final la pobre Mayte ya no podía más, pedía gimiendo que parasen y la dejasen descansar, que ya le dolía todo. Pero aquellos brutos seguían dándole caña, riéndose y turnándose en llenar sus agujeros. Hasta que la excitación les pudo y comenzaron a correrse.
Uno tras otro, llenaron sus agujeros de leche. No tuvieron escrúpulos, no les importó meter sus pollas en agujeros donde se había corrido uno de sus compañeros. Ni siquiera tuvieron la decencia de pedirle permiso a ella para hacerlo, de preguntar si tomaba la píldora o si le daba asco el semen.
Cuando terminaron, Mayte estaba tan cansada que no pudo hacer otra cosa que caer al suelo, la leche caliente chorreando entre sus piernas y resbalando por entre sus labios. Ellos se reían y se felicitaban por lo bien que se lo habían pasado y cómo lo habían hecho.
Y se fueron, sin dirigirle la palabra. Mayte quedó en el suelo, rendida, sucia, violada. Y tras unos minutos de descansó, sonrió. Claro que sabía que ese día era sólo para hombres. Claro que sabía cómo usar la sauna. Se retorció en el suelo como una gatita y se llevó uno de sus dedos a su entrepierna, recogiendo con él la leche que habían dejado en ella aquellos brutos. Y llevó ese dedo untado hasta sus labios, y lo relamió.
Relajada y sudorosa, así se sentía. Sonriente, cerró los ojos y esperó quedarse dormida. Hasta que, con un poco de suerte, más tarde la despertase el dueño del gimnasio. Ese si que estaba fuerte y tenía una buena polla.
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