Suegra deprimida
Aquel día llegué a casa de mi novia antes de la hora. Cuando llamé, fue su madre la que me abrió la entrada del patio. Subí al segundo piso y ella me recibió en la puerta. Pasa, pasa - me dijo -. Aún no ha llegado, pero no tardará. Pasé al comedor de la casa y me senté en uno de los dos sofás. Mi suegra conversó conmigo unos minutos y se marchó. No me pasó desapercibido su estado de cansancio. Unas enormes ojeras, cara de agonía. Parecía no haber dormido bien. Al rato llamaron al teléfono. Pregunté si quería que lo cogiera pero ella vino enseguida.
- ¿Sí?.
-...
- ¿Pero entonces que le digo?
-...
- Vale.
Colgó y me miró.
- Dice que no llegará hasta tarde, que cuando llegues te avise.
Ambos sonreímos, conocíamos el carácter de su hija y nos entendimos. Seguramente se había liado con algún trabajo, y tendría un humor de perros.
Carmen, como se llamaba mi suegra, se sentó en el sofá contiguo y comenzamos una intrascendente conversación. Durante ella, me fijé en sus piernas. No era muy mayor, apenas adentrada en la cuarentena. Su figura era bonita, marcada por su delgada silueta. Ese verano, aquel babero azulado de botones blancos me traía de cabeza. Sus piernas eran morenas y largas, como me gustaban. Ella se reclinó sobre el sofá mientras hablaba conmigo y cruzó las piernas. Sin quererlo, me excité. La conversación continuaba y decidí llevarla hacia donde me interesaba.
- ¿Has dormido bien estos días?. Pareces cansada.
- Sí - me respondió sonriendo con amargura - Hace tiempo que no duermo bien.
- ¿Y eso?.
- No se... - su voz se quebró, ahogada por un nudo en la garganta.
- Perdona, no quería...
Ella me interrumpió con la mano tratando de decirme algo, balbuceó unas palabras y ante la imposibilidad, se llevó las manos a la cara, tratando de ocultar las lágrimas. Me levanté y me senté a su lado tratando de calmarla. La abracé contra mí pechó y esperé que el sofoco se le pasara, pidiéndole que se calmara y que se desahogara sin miedo. Ella tardo varios minutos en conseguirlo.
- Lo siento - me dijo separándose de mí y limpiándose las lágrimas con las manos.
- Tranquila - le contesté tendiéndole mi pañuelo.
Ella lo gastó y trató de sonreírme. Ambos estábamos parados, mirándonos, sin saber que más hacer. Lentamente, con un movimiento simultaneo, acercamos nuestras caras. Los labios se juntaron en un suave beso mientras manteníamos la mirada clavada en el otro. Tras este primer beso nos separamos un poco, dudamos, nos volvimos a acercar y finalmente nos volvimos a besar, esta vez con más fuerza a la vez que cerramos los ojos. Mientras nos besábamos, introduje mi lengua dentro de su boca, en busca de la suya. Llevé mi mano hasta su cintura y la palpé con todo el detenimiento que el momento requería. Ella llevó sus manos a mi cara, y las movió con ternura.
Los besos aumentaron en pasión. Su lengua, nerviosa en extremo, jugueteaba con la mía. Traté de marcar un ritmo más pausado pero ella se encontraba muy alterada. Mi mano descendió con lentitud hasta el borde inferior de su babero. Toqué su muslo como siempre había deseado, con calma y deleite. Poco a poco deslicé mi mano por debajo de la fina tela, recorriendo cada centímetro de sus pantorrillas. Ella temblaba un poco, y llegué a pensar que pondría fin a todo aquello, aunque para mi alegría, no fue así.
Mi mano llegó a su cintura y reoriente su lento movimiento hacia el centro de su cuerpo, buscando su sexo. Una vez encima de él, introduje lentamente la mano por dentro de las bragas, tocando su abundante vello púbico. Noté que su sexo estaba húmedo y decidí no tocarlo. Volví mi mano a un costado e introduje la otra también por debajo del babero. Tomé sus bragas y las deslicé lentamente hasta las rodillas. Mientras tanto, nuestras lenguas continuaban jugueteando dentro de su boca. Ella estiró las piernas y pude sacarle las bragas blancas, de encaje. Las dejé caer al suelo y volví a la carga. Mi mano izquierda volvió a buscar su sexo, recorriendo su muslo derecho lentamente. Mi mano izquierda comenzó a despasarle los botones del babero. Primero el de más arriba, después el de más abajo.
Los besos proseguían con mayor colaboración entre ambos. Su deliciosa lengua ya no se movía tan nerviosa y ambos disfrutábamos mientras nos enrollábamos. Mi mano izquierda alcanzó su sexo. Con cuidado froté sus labios, húmedos por los flujos vaginales. Con mucho miramiento fui aumentando su excitación con un suave masaje por toda su zona sexual.
Mi estado era terrible. Mi pene estaba en erección dentro del pantalón vaquero, así que decidí llevar la iniciativa. Tras despasar el último de los botones del babero, y comprobar que no llevaba sostén, tomé su mano y la llevé a mi bulto. Ella pareció envararse, pero enseguida comenzó a manosearme el paquete, con un poco de brusquedad. Instantes después me desabrochó los botones del pantalón y masajeó mi pene por encima del calzoncillo. Una pequeña mancha de líquido preseminal indicaba que estaba listo. Ella me bajo los pantalones y los calzoncillos hasta las rodillas. Su mano comenzó a frotarme el pene, piel contra piel.
En aquellos momentos no podía pensar, pues la sangre se acumulaba en mi músculo sexual, completamente erecto. Tenía claro que la excitación era inaguantable. Me moría de ganas por penetrarla pero en ningún momento pensé que aquello fuera factible. Pensé que me pajearía hasta la eyaculación o que incluso, me haría una mamada. Cuando se incorporó y se sentó encima de mí no me lo podía creer. Con cuidado me acerqué al borde del sofá, con ella sentada sobre mí. Apoyó sus pies en el suelo y encaró su sexo con el mío. Lentamente fue descendiendo. Sentí su humedad, el cálido recibimiento y el roce de sus paredes. Tras esta primera penetración, vinieron otras muchas, cada vez a mayor velocidad.
En aquella posición su torso quedaba a mi disposición. Su piel morena era mía y por fin la podía disfrutar. No dudé en quitarle el babero y dejarlo caer por detrás de ella. De este modo me fijé en sus pechos por primera vez. Los había visto antes, pero no con detenimiento. Eran de tamaño medio y un poco caídos, sin duda por la edad. Sus pezones estaban duros y tiesos. Los lamí con detenimiento y besé su cuello, mientras ella gemía en cada descenso. La velocidad aumentó. El sudor recorría nuestros cuerpos y el cansancio nos excitaba más y más. Sus piernas temblaban en cada uno de los inolvidables descensos. El hueco de sus paredes era ideal para el placer conjunto. Conforme las penetraciones eran más rápidas, la profundidad alcanzada era mayor. La excitación era cada vez más elevada.
Aceleró los descensos y el placer fue indescriptible. Ella hizo una mueca de placer, lanzando un pequeño gemido. Yo traté de acompañar sus movimientos, apretándola contra mí con fuerza. Con su grito ahogado mi esperma salió disparado hacia su interior mientras apretábamos con fuerza nuestros cuerpos, el uno contra el otro. Nuestros sudores se juntaron, los jadeos se mezclaron. Todo era perfecto en aquellos momentos.
Estuvimos unos minutos abrazados, sin decirnos nada. Mi novia debía estar apunto de llegar pero yo no estaba en condiciones de verla. Salí corriendo sin decir nada, esperando poder volver a casa y arreglarme antes de que ella volviera. Mi suegra lo comprendió sin decirle nada. Deseé que aquello no hubiera ocurrido, pero más tarde volvió a suceder y sólo me quedó un remedio, asumirlo.
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