Mi novio follo a mamá

Mi novio es un hombre de 46 años. Se llama Gregorio. Morocho, de cabello ondulado. Robusto, de brazos gruesos y manos grandes. Su estatura 1,79. Su peso es de 84 kilos.

Cuando mamá lo vio por primera vez lo miró casi por demás. Luego, estando ella a solas conmigo, dijo que es un hombre agradable, de buenos modales, pero demasiado mayor para mí.

Le respondí: “¿Acaso dices que es más acorde para ti por su edad?”. Mamá sonrió sin responder. Entendí que le había gustado mi novio, aunque no lo dijera. Siempre hubo sana competencia entre nosotras desde mi adolescencia.

Me atreví a decirle: “Lo que es mío es de ti”. Me miró y movió la cabeza en gesto de negación.

Ella es menuda, de piel blanca. Cabello castaño rojizo, lo usa corto. Su estatura es de 1,53, su peso 54 kilos. Su cuerpo es armonioso. Senos medianos. Cintura breve. Su culo es bonito: no grande, pero firme y bien parado.

Mi novio y ella se encontraron dos veces más en mi departamento, cuando él se retiraba a la mañana luego de dormir conmigo. Ella venía a limpiar y ordenar el departamento. Yo trabajo lejos y me ausento durante todo el día.

Aunque ella nunca mencionó nada, algunas veces ha encontrado restos de nuestros fluidos sexuales en las sábanas y otras cosas.

Todo fue normal hasta que, una noche, mi novio estaba en el baño y yo lo esperaba desnuda en la cama, deseosa de ser follada. Comenzó a timbrar su celular. Quien llamaba era mamá. No respondí. Cuando él estuvo junto a mí lo acosé con preguntas directas.

Terminó admitiendo y confesando que una tarde, ellos habían compartido charla y cerveza en un bar. Luego continuaron el encuentro en una habitación de hotel.

Refiriéndose a mamá dijo: “María estaba vestida provocativamente sensual. También sus gestos y la manera de caminar me movilizó. La atracción que me provocó fue irresistible. No pude controlar el deseo de follarla con urgencia. Creo que ella también deseaba ser amada”.

Era una tarde muy calurosa. Ingresé transpirado al hotel por la ingesta de alcohol. La sangre hervía en mis venas. Apenas cerré la puerta de la habitación le quité la ropa con suavidad a María.

Ella cerró los ojos y comenzó a desabotonar la camisa. Mi pene, ya muy erecto, pedía ser liberado. Antes de que cayera al piso mi pantalón, me dijo que me bañara. Luego lo haría ella.

Después de ducharme prolijamente, me vestí con un albornoz y caminé hacia la cama en penumbras. Sonaba música romántica programada por María. Al llegar junto a ella, me besó en los labios y fue hacia el baño.

La esperé acostado, desnudo, cubierto solamente en mi sexo y las piernas con una sábana liviana. Quince minutos después salió sonriente del baño, sujetando una toalla blanca colgando desde su pecho.

Abrí los brazos para recibirla. María dejó de caminar y me dijo, un poco riéndose: “¿No vienes por mí?”. Me reincorporé de un brinco y fui hasta ella. Nos abrazamos fuertemente. Su toalla cayó al piso.

La levanté en brazos. Un brazo en su espalda, el otro detrás de sus rodillas. María rodeó mi cuello con sus brazos. Nos besamos, entrelazando nuestras lenguas. Me senté al filo de la cama. Su hermoso culo se apoyó en mi sexo.

Incliné la cabeza para lamer sus pezones, que ya estaban duros. Mi mano izquierda buscó su entrepierna y ella suspiró cuando mis dedos tocaron sus labios vaginales.

Todo fue un frenesí de explorar nuestros cuerpos con dedos y lengua. Nos involucramos en un rico 69. Devoré con mis labios sus pechos. Lamí con vehemencia su clítoris, labios vaginales y el anillo anal.

María por momentos se atragantaba, queriendo meter toda mi verga en su boca. Nuevamente estábamos muy transpirados. Ella, inmovilizada por el peso de mi cuerpo, no podía hacer más que suspirar y mover la cabeza.

Apoyé mis rodillas en la cama para permitirle mover sus piernas. Las separó y recogió sus rodillas. Mi miembro encontró el camino entre sus muslos húmedos y calientes. Sus labios vaginales recibieron la punta del pene liberando fluidos viscosos.

El miembro se hundió en ella lentamente, pero sin pausa. María permanecía con los ojos cerrados y su boca entreabierta. Sentí tocar el fondo de su canal vaginal con el glande. Su cuerpo tembló una vez, luego otra vez.

María gimió y gritó cuando convulsionó en un orgasmo gigante. Comencé con el movimiento de meter y sacar, mientras mi boca mordía sus pezones. Mis manos sujetaban sus nalgas y mis dedos más largos acariciaban su cerrado ano.

Cuando la invadió un nuevo orgasmo, no pude contener más mi eyaculación y caí sobre ella, llenando su cáliz con todo mi semen.

Nos tumbamos de costado, nuestras bocas casi tocándose. Su respiración aún agitada y la mía mucho más. Ella, con una pierna descansando sobre mi cintura. Yo la mantenía pegada a mi sexo, tomándola por su cadera.

Varios minutos después, giró el cuerpo quedando de espaldas a mi pecho. Con un brazo rodeé su cintura e hice apoyar su culito en mi sexo dormido. No hablábamos. El contacto de nuestra piel lo decía todo.

Permanecimos quietos, disfrutando el momento. Muchos minutos después, mi pene comenzó a levantarse. Lo acomodé en la separación de sus glúteos. No paraba de crecer. María lo percibió y movió su cuerpo para sentir el glande tocando su perineo.

Mi brazo dejó de rodear su cintura para tocar y acariciar sus senos. Ella nuevamente se movió y la cabeza del pene se apoyó en su ano. María puso su mano libre sobre las mías, que acariciaban sus tetas.

Presioné con mi cadera para empujar el pene como un ariete sobre su anillo anal. Entonces ella dijo: “Permíteme ir al baño un momento”.

Quitando mi brazo que la rodeaba, caminó con gracia moviendo la cola. En dos minutos regresó sonriendo y puso algo entre mis manos. Miré: era un pomo de lubricante. María había venido bien equipada para nuestro encuentro.

La besé. Mi verga estaba nuevamente a punto de estallar. Quizás ella había deseado y programado tener sexo anal antes de que yo lo pensara.

Tendido boca arriba sobre la cama, esperé que ella comenzara a chuparme el pene con desesperación por tragarlo entero. Le provocó arcadas. Ella, sobre mí, apoyada en sus rodillas y manos, comenzó a intentar tragar la verga, resultando imposible. Corría saliva por sus comisuras.

Mi lengua se deleitaba con su clítoris. Mis dedos jugaban en su orificio anal con abundante lubricante. María ronroneaba como una gata en celo.

Cuando su esfínter fue dócil a mis caricias, lo penetré con un dedo. Dio un pequeño grito, al parecer de gozo, no de dolor. Ella continuaba succionando la cabeza bordó de la verga, que estaba a punto de estallar.

Luego inserté dos dedos juntos en su puerta pequeña y los moví de lado. De su vagina cayó fluido sobre mi cara.

Salí de mi posición. María permaneció apoyada en sus rodillas y manos. Yo, de rodillas a su espalda, luego de untar lubricante en todo el miembro, apoyé y empujé.

Esta vez su grito fue de dolor. Me detuve y acaricié su blanco culito. Hubo un momento de silencio. Luego, ella empujó su cadera hacia atrás, en un gesto indicativo de que continuara.

Me clavé en sus entrañas un poco más. Mi pene había crecido tanto que me sorprendía. Sus venas estaban tan hinchadas que se veían como gruesas sogas azules rodeando el cilindro oscuro del miembro.

Sentí la necesidad urgente de hundirlo todo en ella. Así lo hice. Mis testículos se pegaron a su perineo. Comencé un mete y saca que se volvió violento.

María gimió al ritmo de cada metida. Luego de mucho bombear, descargué mis bolas en su íntima profundidad. Ella también tembló y gritó en su orgasmo anal.

Cuando salí de sus entrañas vi su ano tan abierto y rojo al medio de sus nalgas blancas. Pensé en ti. ¡Eres tan parecida a ella, hasta en esos íntimos detalles!

Belu.

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