Mi esposa me confesó su infidelidad… y terminé pidiéndole más
Todo comenzó una noche como cualquiera. Mi mujer llegó del trabajo con una mirada distinta, los ojos cargados de algo entre culpa y excitación. No dijo nada hasta que estuvimos desnudos en la cama. Yo ya la tenía lista para que me montara cuando soltó: “Te tengo que contar algo”.
Me detuve. Le dije que hablara. Ya habíamos leído juntos sobre infidelidad consensuada, tríos, fantasías compartidas… pero era distinto cuando la confesión venía con los ojos húmedos y la piel erizada.
“Hoy, el nuevo supervisor me rozó el culo” – me dijo. “Pero no fue un accidente. Yo sé que no lo fue… y me gustó”.
Esa frase me taladró la mente. Sentí mi verga endurecerse más. Le pregunté si le había excitado. Me miró, se mordió el labio y asintió. Dijo que le daba pena decírmelo, pero no pudo callárselo.
Yo ya la tenía empujada contra el colchón, el glande apoyado en su coño mojado, a punto de entrar. Le pedí que siguiera hablando. Le dije que si me contaba más, acabaría adentro sin moverme.
“Él me volteó… y quiso besarme. Yo casi me dejo… pero me aparté”.
Esa confesión me rompió la cabeza. Me empujé dentro de ella con fuerza. Le abrí las piernas más. Le pedí que no se detuviera. Que me contara todo. Ella jadeaba, se mordía los labios, gemía con esa mezcla de vergüenza y morbo que me enloquecía.
“Me agarró las nalgas… y buscó meterme el dedo” —soltó entre suspiros.
Ahí exploté. Me vine gritando, con espasmos, descargando todo el placer adentro de ella. Temblaba mientras la llenaba. La besé con furia y le dije: “¿Quieres que se te venga él también adentro?”.
Ella se quedó callada. Después, con una voz apenas audible, dijo: “Sí… quiero que me lo meta, quiero que me llene el coño de semen, y que tú lo huelas…”.
Esa noche no dormimos. La follé como un animal. Cuatro veces. Cuatro orgasmos suyos y míos. Sudamos, gritamos, jugamos con la idea de verla follarse a otro, y eso solo nos unió más.
La semana siguiente, llegó a casa temprano un jueves. Estaba depilada, perfumada, con el vestido que sabía que me volvía loco. Me dijo: “Hoy viene él”. No le pregunté más. Solo me senté en el sofá, viendo como se adelantaba a la habitación.
Lo escuché llegar. No saludó. Cerraron la puerta. Y desde el pasillo, escuché cómo ella gemía, cómo él la follaba con fuerza, cómo el colchón golpeaba la pared.
Cuando salieron, ella tenía las piernas temblando y el coño goteando. Me acerqué. Me arrodillé. Le abrí los labios y olí su interior. Semen fresco, espeso, mezclado con su flujo. Era la cosa más sucia y excitante que jamás había sentido.
Desde entonces, cada jueves, ella lo recibía. Solo ese día. Él era casado y supervisaba otras tiendas. Pero ese acuerdo secreto duró meses. Y cada vez que él se iba, yo la tomaba de nuevo. La cogía con su coño lleno del otro, con mi verga desesperada por recuperar su olor.
Fueron cuatro meses de aventuras divinas. De confesiones, de cuerpos compartidos, de placer sin límites. Ella era más feliz, más libre. Y yo, más adicto a verla brillar con otro… para luego poseerla como mío.
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