Lejos de casa y sin mi mujer – I, II, III

Capítulo I:      El hombre libre

Una sensación de libertad plena y placentera reinaba en mi espíritu esa tarde. Hacía tiempo que no experimentaba esa agradable paz. Me tiré de espalda en la cama cómoda y blanda del hotel donde la compañía en la que trabajaba me había reservado hospedaje por una noche. Miré al techo pulcro con luces tenues. Eran ya pasadas las cinco de la tarde y tenía hambre. Debía bajar al restaurante del hotel para cenar, pero me sentía bien allí disfrutando de esa paz de no estar con mi mujer, aunque fuera solo por esa noche. Y no era porque no quisiera a Paola, sino porque un hombre necesita de vez en cuando estar solo, en paz, sin la rutina del matrimonio o como dice mi amigo Pablo, sin la rutina del matricidio.

Me levanté y fui a cenar solo, tranquilo, un plato con pescado y ensaladas. Al rato subí nuevamente a la paz de mi habitación. Tomé una ducha y ese fantasma del morbo sexual fantasioso comenzó a tentarme. Estaba solo, lejos de casa, sin esposa que jodiera y diera lata. Salí del baño fresco y me vestí con ropa cómoda. Abrí mi laptop y en modo oculto ingresé a una de las páginas de chat que furtivamente frecuento las raras veces que Paola no está en casa o detecto que tengo privacidad garantizada. Pero esta vez, tenía toda la paz y privacidad del mundo.

Ingresé al chat y escogí el canal de mi país. Había, como de costumbre, muchos hombres escribiendo esos mensajes típicos: “¿Alguna para escrito morboso?” “¿Quién para chat hot?” “¿Alguna gordita?”, pero también otros texteaban frases tácitas: “¿Quién curioso?” “Charla entre casados”, etc.

Al saberme solo y lejos del peligro inquisidor de Paola, quise dar rienda suelta a mis curiosidades. Así que sin temor alguno escribí: “¿Algún casado curioso en Valledupar?”. Lo hice un poco por necedad. No esperaba que algún tipo me fuera a responder en una ciudad relativamente pequeña, pero contra todo pronóstico, un “hola” simple apareció en una pestaña que se abrió en mi chat. Respondí sorprendido con un “hola”.

Resulto ser un hombre casado de cuarenta y tres años que respondía al seudónimo de CasaditoQ. Me dijo que era hetero curioso y que buscaba lo que surgiera. Al preguntarme él a mí, ¿qué buscaba yo en el chat?, le respondí igual: “Lo que surja”, sin estar realmente convencido. No obstante, la conversación se fue tornando amena a base de esas preguntas básicas que los casados curiosos nos hacemos en los chats al sentirnos seguros bajo el anonimato que otorga esos sitios. ¿Qué rol eres? ¿Qué te gusta hacer? ¿Has hecho algo real con hombres? Etc.

CasaditoQ me dijo que era activo y que tenía experiencia real, pero que hacía más de un año que no se cogía a un hombre. Muchos dicen cosas inciertas en esos chats solo para impresionar o fantasear consigo mismos bajo el anonimato. El hecho es, que cierto o no, lo que él escribía me resultaba excitante e interesante. Por su parte, a él parecía seducirle mi sencillez y honestidad al escribir. Le comenté entonces que yo no tenía ninguna experiencia real, pero que sospechaba que probablemente yo debía ser pasivo, porque me generaba mucho morbo ver los penes e imaginarme en situaciones sexuales con hombres en donde yo era penetrado.

La conversación se tornó más caliente, intensa y fluida. Ambos estábamos excitados leyendo lo que nos escribíamos. Los dos perfiles casaban como guante en la mano. Los ánimos se subieron y fue entonces cuando CasaditoQ me propuso una paja mutua por cámara. Me animé todo excitado, pero le advertí que debía ser sin mostrarnos los rostros. Preferí serle honesto y le dije que eso me daba miedo. Él, con mucha cordura y seriedad, escribió que igualmente prefería jugar al morbo sin mostrarnos las caras.

Intercambiamos nuestras cuentas por el chat y nos conectamos por la aplicación Skype. Primero nos llamamos solo por voz. Él, así lo pidió arguyendo que le resultaba más excitante iniciar de ese modo. Yo seguí su sugerencia. Su voz era varonil, reposada y mesurada. Denotaba ese buen hábito de pensar antes de hablar. Entonces me contó brevemente su última experiencia sexual con un hombre. Me dijo que tuvo un amigo permanente durante algunos meses. Un tipo separado de su mujer, que vivía solo y que trabajó temporalmente en Valledupar. Lo había conocido a través del mismo chat por el que hablábamos hacía minutos.

  • Era fácil, porque como él vivía solito en un apartamento. Yo llegaba cuando podía escapármele a lmi mujer y le daba buena verga – me contaba con voz emocionada.

Luego nos pusimos la webcam. En la pantalla de mi laptop, apareció entonces un tipo de pie sin cabeza, con un calzoncillo clásico gris y en camisilla blanca. Yo, al poner mi cámara, también estaba en bóxer corto y una franela puesta. Él se acariciaba su bulto que ya denotaba una erección manifiesta. Se quitó su franela y su pecho y abdomen velludos saltaron a la vista. Un típico cuarentón en forma con un cuerpo bien moldeado, con poco abdomen, muy natural, sin ser producto de horas de gimnasio. Su tez era oliva clara siendo un poco más clara en sus piernas.

  • Quitate la franela – me dijo.

Yo lo hice. Me expresó que le gustaba mi cuerpo. Yo tenía vellos en el pecho como él, pero menos poblados. El continuaba sobando su bulto por encima de su calzoncillo hasta que éste devino en una punta grotesca como carpa de circo. Me encantaba ver ese bulto. Le dije que eso me daba morbo y el meneaba sus caderas para que el bulto se agitara ante la cámara. Me deleité mirando eso. Entonces se bajó el calzoncillo y su pájaro potente se liberó. Lo tenía grueso, perfectamente derecho, alineado con el eje vertical de cuerpo. El color rojizo del glande me resultaba llamativo y una vena central le reforzaba su virilidad. Su falo duro lo coronaba un espeso vello púbico.

  • ¿Te gusta?
  • Mucho, sí, lo tienes, no sé, provocativo.
  • Déjame verte a ti. Quítate todo – me hablaba con cierta autoridad y eso extrañamente me gustaba.

Me desnudé por completo. Mi pene erecto curvo y más delgado que el de él lo tenía en su pantalla.

  • Me gusta que lo tienes curveado.
  • No, a mí eso no me gusta, es difícil a veces para penetrar.
  • Ja, ja, ¿en serio? ¿pero tu mujer está contenta o no?
  • Pues, sí.
  • Bueno, eso es lo importante compadre. A ver, déjame conocer ese culito.

Se lo mostré con algo de vergüenza. Tomé una silla de escritorio. Me subí a horcajadas con mis rodillas en el cojín y mis manos en el espaldar y empiné mi trasero para presentárselo de la mejor manera posible. Un silbido emitió.

  • Pero si tienes mejor culo que la mujer mía – dijo seguramente exagerando.

 

Igualmente me sonrojé y me daba un morbo inexplicable sentir que un hombre hiciera cumplidos a mi culo. La verdad es que yo era bien consciente de que, por herencia, era un hombre nalgón al igual que mis hermanos y hermanas. Tenía las mismas nalgas redondas y algo velludas de mi papá. Me sorprendía de todas maneras que tal atributo físico podía ser atrayente para otro hombre.

  • ¿Cómo puede ser que un culito así aun esté sin estrenar? No, no, no puede ser – decía medio riendo.

Me giré entonces. Yo quería verle la verga. Él, muy complaciente, la acercaba a la cámara para que yo pudiera verla grande en mi pantalla. Era bella, perfecta a mi gusto, sin ser exagerada, tenía un grosor que armonizaba con la virilidad que CasaditoQ proyectaba desde que empezamos a escribirnos en el chat. Me encantaba su glande chato, recortado como media luna de un color entre rojizo y morado.

  • Óyeme, ¿y tu mujer? ¿no hay riesgo de que te pillé en estas? – le pregunté por precaución.
  • No-oh, es enfermera y está de turno nocturno esta semana. Ella llega casi a las once de la noche.
  • Ah vaya. Tienes esa ventaja.
  • ¿Y la tuya? ¿A qué horas llega? – fue entonces cuando le dije lo que cambiaría toda esta historia.
  • No, yo estoy en un hotel. Pensé que te había dicho. Yo no vivo aquí en Valledupar. Mi mujer está en Cartagena.
  • ¿Qué dices? ¿Es en serio? – exclamó con voz sorprendida.
  • Si, en serio – le respondí con voz interrogante.
  • Óyeme, ¿eres consciente de que tenemos una oportunidad única, ahora mismo de hacer esto real?
  • Pues, eh-hm…
  • Lo digo en serio. Tú estás solito, sin tu mujer que te joda la vida. Yo, ahora mismo también. ¿Hasta cuándo estas acá?
  • Me voy mañana. La empresa me envió para trabajar dos días. Hoy y ya mañana por la tarde viajo.
  • No puede ser compadre. ¡Es ahora o nunca! – dijo exasperado y excitado.

Su verga se había apagado un poco. Me propuso de vernos en real. Yo no atinaba ni a digerir la idea. El miedo me bloqueaba. Ni me había planteado yo llegar a eso. Pero si analizaba con cabeza fría las circunstancias, CasaditoQ tenía razón. Teníamos todo a favor y una oportunidad así, al menos yo, difícilmente la volvería a tener. Pero el miedo carcomía mis nervios. No tenía agallas para tal cosa. No. Imposible. No me daba el alma como para eso. Me quedé en silencio un momento. Luego tomé aire y le hablé.

  • Mejor, ¿por qué no seguimos por aquí, así virtual? – le dije con voz tímida, como resignado conmigo mismo. Su pene ya estaba completamente blando y colgando. Bello ante mis ojos.
  • Vamos, anímate. Somos dos tipos serios, casados, con el mismo morbo y necesidad sexual. Llevamos ya media hora dialogando rico desde que nos contactamos por el chat. Tú me caes bien. Yo creo que te caigo bien. Tú, pasivo. Eso se nota. Yo activo. Además, tengo experiencia y soy muy serio y respetuoso. Créeme. Ese culito tuyo me puso loco y lo quiero probar – Lo escuché sin interrumpir.
  • Es que, te digo, francamente. A mí el miedo me come. Lo siento.
  • Pero, dime algo, a ver. Tú, honestamente. ¿Quisieras hacer algo real con un macho o no?
  • Si te hablo con la verdad, verdad. Pues. Si. Si quisiera, pero…
  • Pero nada compadre, la vida es una sola. No hay muchas oportunidades estando casado. Te lo digo por experiencia. Vence al miedo.

Hubo un silencio glacial. El miedo no me dejaba decidir, a pesar de que las cosas estaban claras. Mi corazón latía de susto. Nunca había estado tan cerca de dar el paso de una maldita vez y enfrentar el fantasma de este deseo oculto que ya llevaba años incrustado en mi ser. Lo deseaba. Lo quería experimentar, pero el miedo me paralizaba. Me sentía cobarde. La calentura se había ido y una suerte frustración se apoderó del ambiente. CasaditoQ estaba en la pantalla. Ahí sin cabeza con su cuerpo velludo y su verga colgando. Como esperando alguna reacción de mi parte. Pero me sacó de mis indecisas cavilaciones.

  • Para que veas que hablo en serio. Te propongo algo. Mira, ya que nos enfriamos, pongámonos la ropa, hablemos por la cámara unos minutos, mostrándonos las caras. Hablemos como tipos serios que somos. Sin riesgo de nada. Vestidos, como una llamada normal entre conocidos. Y que surja lo que surja, sin presiones ¿Qué dices?

Me la pensé dos veces, pero la verdad apreciaba el esfuerzo, el interés, la seriedad y la confianza que ese tipo casi desconocido me inspiraba. No tenía excusas. Acepté. Con miedo, pero acepté.

Él, entonces se vistió. Se puso una franela blanca y un blue jean. Yo me puse mi pantalón corto y un polo azul claro.  Su rostro apareció en la pantalla de mi ordenador. Me dio tanto miedo presentar la mía. Por un instante dudé y hasta quise colgar la llamada y borrar su contacto para poner punto final a toda esta historia, pero mi ética me lo impedía. No sería justo ni limpio. Entonces también le mostré mi rostro, sonriente de nervio.

Fue amable. Su cara denotaba tranquilidad y seriedad. Era un tipo bien parecido, bien afeitado con cejas algo pobladas y boca pequeña. Me sonreía y me dijo que le daba mucho gusto que nos viéramos y que no había nada que temer. Para mí todo esto era abrumador. Me sentí cruzando límites que ni me había planteado. Dialogamos unos minutos breves. Finalmente me propuso de vernos en persona, sin presiones, sin la obligación de tener sexo siquiera. Eso afirmó la percepción que yo tenía de hombre serio.

  • Si surge ok, y si no, si no te sientes seguro o no nos sentimos seguros o lo que sea, pues nada compadre, no pasa nada. Lo importante es crear la oportunidad y no quedarse uno con esa sensación de no haber aprovechado una oportunidad.

Le di el nombre del hotel. Arqueó las cejas y sonrió.

  • Ah, en el centro, por la séptima con diecisiete. Estoy como a veinte minutos apenas. Mira, dime tú. Si quieres llego allá y vemos que hacemos. ¿Te parece bien?
  • Está bien – dije con voz asustada.

Capítulo 2:     El encuentro

Después de haber dicho que sí al encuentro, yo temblaba. Me puse sandalias y bajé sin rumbo fijo a la recepción. Decidí salir a caminar por las calles alrededor del hotel para apaciguar mi ofuscación. Me sentía con el alma llena de emociones revueltas. Ansioso, nervioso, pero con ganas de peligro. La adrenalina me hacía ver el alrededor más brillante y los ruidos de la ciudad parecían aturdirme. Caminé por caminar, intentando sin éxito aliviar los nervios. Miraba ansiosamente el reloj. Cada minuto parecía eterno. Mi inseguridad aumentaba con cada paso que daba. Por momentos pensaba si acaso no era mejor no volver al hotel y dejar que se cansara de esperarme hasta que se marchara. Después simplemente desaparecer de su vida y acabar entonces con este momento de angustia.  No, no. Eso no es ético ni valiente.

Alcé la mirada y me topé con una farmacia. Estaba algo vacía. Muy a pesar de mi inseguridad, pensé que debía estar preparado por si pasaba lo que en el fondo queríamos que pasara. Entré decidido, pero asustado. Una linda chica de cabello abundante me atendió. Le pedí con voz tímida y casi sin mirarla a los ojos unos condones y un aceite íntimo. Sentí algo de vergüenza. No estaba acostumbrado a ese tipo de compras. Ella, sin mucho drama, me preguntó si deseaba alguna marca en particular. Le dije sin titubear y con la mayor discreción que simplemente me diera unos condones normales. Sacó unos condones marca Today y dos tarritos de dos marcas distintas de lubricante íntimo.

  • ¿Cuál lubricante va a querer?

Los miré rápidamente sin tener ni idea. Uno, color azul, parecía ser más genérico en su descripción. El otro, de color blanco, explícitamente describía en la etiqueta “lubricante anal”. Sin preguntar el precio y ya deseando salir de ahí le dije que me llevaba el blanco. Justo cuando estaba pagando en la caja, una videollamada de Paola, mi mujer, me sacudió el aliento. Dejé perder la llamada. Pagué y nervioso salí disparado. Respiré profundo para recobrar mi aliento. Metí los dos productos comprados en sendos bolsillos de mi pantalón corto. Habían transcurrido doce eternos minutos desde que había salido del hotel. Tomé el celular y le devolví la llamada simulando al máximo total normalidad.

Nos saludamos por la cámara y le dije que había salido a medio turistear cerca al hotel. Por suerte, la llamada no se extendió. Mi mujer estaba de compras con su hermana. Compraban ropa para un matrimonio al que estábamos invitados para el siguiente sábado. Así que, estando un tanto afanada, me dijo que más bien me llamaba más tarde cuando ya estuviera en casa. Cerramos la llamada y una enorme sensación de alivio reconfortó mi cuerpo. Sin embargo, los nervios los tenía de punta. Intenté recobrar la prestancia con los pasos. Me dirigí entonces como levitando hacia el hotel.

Llegué. Me senté en el sofá de la salita de la recepción del hotel con el corazón en la mano. Igual, no tenía por qué pasar nada sino me sentía seguro. Pero sentirme a las puertas de algo real, como jamás lo había estado, era todo un acontecimiento para mí. Miré la hora y habían transcurrido veinticinco minutos exactos desde que había colgado la llamada con CasaditoQ. Cerré un poco los ojos y respiré hondo. Cuando los volví a abrir, ese hombre apareció en el portal de entrada. Nuestras miradas se cruzaron al instante. No había marcha atrás.

Me levanté para recibirle. Intenté parecer normal dentro de la desesperación nerviosa. Nos saludamos de mano. En persona resultó ser más alto y acuerpado de lo que parecía por la webcam. Olía bien y se veía limpio. Tenía una actitud tranquila, vestido con la misma ropa que se puso cuando decidimos vernos las caras por la cámara. Le invité entonces a pasar a la zona de piscinas y nos sentamos en una mesita algo reservada para sentirnos tranquilos. Pedí un par de cervezas para la sed y bajar la tensión.

Nos sentamos y nos mirábamos las caras sin saber bien que decir. Él también lucía algo tenso, aunque mucho menos que yo. Comenzó diciendo que el hotel estaba bonito. Opiné igual y eso generó una conversación un poco sobre mi trabajo. Hablamos sobre a qué nos dedicábamos y un poco de la familia sin decirnos los nombres. La cerveza nos refrescaba y la tensión fue cediendo al tenor de la noche joven.

  • ¿Hasta qué horas tú puedes estar? – Le pregunté.
  • Hm, como una hora y media máximo. A las nueve, ya debería estar en mi casa por si mi mujer llama. A esa hora tiene una pausa en el hospital.
  • Ah, entiendo. Aquí aceptan visitas hasta las nueve de la noche – le comenté.
  • Ah que bien, entonces no tendríamos que ir a otro lado, ¿no?
  • Ajá. Así es.
  • Y, dime. ¿Quieres que hagamos algo? Sin presiones, ¿Eh? Como te dije.

Le miré. Me sonreí nerviosamente y él también me sonrió bebiendo un sorbo de cerveza. Bebí yo también un sorbo largo con el que terminé mi cerveza y le dije:

  • ¿Sabes qué? Creo que ya hicimos lo más difícil de todo: habernos encontrado. Bueno, al menos para mí ha sido lo más difícil de hacer, créeme. Sería una bobada no intentarlo menos. Como dicen, ya matamos al tigre, ahora no le vamos a tener miedo a la piel. No estoy seguro de hasta donde llegar, pero al menos, no lo sé, intentar a ver qué pasa.
  • Claro así es compadre. Ya estamos aquí. Tenemos todo a favor – dijo mirando hacia la piscina con serena profundidad.

Me levanté de la mesa y le hice seña de que me siguiera. Caminé lento para que se me notara menos el nervio. Subimos las escaleras hasta la habitación tres cero seis en donde yo me hospedaba. El nervio lo tenía en el más alto voltaje. Sentía que me iba a desplomar. Mi corazón retumbaba como un bombo. Abrí la puerta. No había nadie por allí por fortuna. Se me dificultaba hablar. La garganta se me cerraba. Entramos y al cerrarse la puerta, hubo un silencio invasivo y tuve esa sensación abrumadora de estar haciendo algo muy arriesgado. Había cruzado la línea roja. Me sentía como un bandido haciendo la peor fechoría. Él notó mi nerviosismo. Me dio una caricia amigable en la espalda y me dijo que todo iba a estar bien.

Se sentó al borde de la cama. Yo me quedé de pie como inerme, paralizado en mi accionar. No sabía bien si mirarlo a la cara o evitar sus ojos penetrantes. Mis manos nerviosas rascaban aleatoriamente mi mentón. Él me miraba, como estudiándome. Me sentí incómodo hasta que rompió el hielo:

  • Por cámara me dijiste que te gustaba mucho mi verga. ¿Porqué? ¿Qué tiene de especial?

La pregunta me daba vergüenza así en persona. Era extraña esa sensación. Me dio gracia su expresión. Me reí con nerviosismo.

  • Pues, no sé. Es difícil de explicar. Creo que su forma, el grosor o tal vez el todo. La tienes rectecita y eso me gusta. No sé. La tienes, hm, bonita.
  • Ja, ¿ah sí? La tengo bonita. Bueno gracias. No sabía que mi verga fuera bonita, ja, ja.

Nos reímos y después agregó:

  • Tú, sí que tienes un culo lindo – lo dijo mirando con morbosidad mordisqueándose los labios.

Me sonrojé. Me dio morbo que me dijera eso y mi tensión se desvaneció un poco. Me haló por mi mano, como obligándome a que me sentara justo a su lado. Caí sentado al borde de la cama y él se puso de pie. Lo vi grande e imponente. Se desabotonó su blue jean, bajó la corredera y sacó se pene dormido, como si fuera a orinar. El impacto que eso produjo ante mis ojos fue brutal. Era la primera vez en mi vida que mi rostro estaba tan cerca de una verga real. La tenía tan viva, tan bella, gorda así colgando sin tocársela en estado natural.

  • ¿Te gusta?
  • Si, si – le dije con mi boca abierta y mi cara impresionada.

Él se la sacudía suavemente y se la pelaba y volvía a cubrir. Jugueteaba a mostrar y esconder el glande brillante y colorido, bien definido que me hacía agua la boca. Ni me lo creía. Su pene era como un imán para mis ojos. Lo miraba embobado, como hipnotizado, casi estudiando cada detalle de su viril geografía.

  • Si quieres, lo puedes tocar. ¿Nunca has tenido la verga de otro hombre en tu mano?
  • Nunca.

Lo miré a la cara. No me había atrevido a mirarlo a los ojos desde que me había sentado en la cama. Su mirada era varonil, dominante y morbosa. Se meneaba la verga despacio. Se le había puesto ya algo grande.

  • Bueno, ven, ¿por qué no me la agarras? – me dijo dejándola libre ya casi erecta apuntando a mi cara.

Me encantaba como lucía ese pene así tan real. Olía a varón, a orines o sudores. Olía a macho. Lo tenté tímidamente con mi dedo índice y pulgar por el cuello, justo detrás del glande pelado. Sentí la suavidad tibia del tubo y los pálpitos leves. Percibí la potencia de hombre. La verga llegó a su máxima erección entre mis dedos. Se endureció y él y yo nos mirábamos con complicidad. Él se acercó aún más hacia mí. La cabeza de su picha casi rozó mi boca. No hice nada por evitar eso. El olor a verga penetró hondo en mis narices. Dejé que el glande topara mis labios y sin dejar de mirarlo a la cara comencé a lamerle el frenillo. Tenía un sabor indefinido, a algo entre salado y desabrido. Me gustaba el vaho que dejaba en mi boca. La textura era suave. Él meneó sus caderas y su verga penetró mi boca sin brusquedad. Por instinto, simplemente comencé a menear mi cabeza hacia adelante y hacia atrás. Fantasía cumplida. Había iniciado mi primera chupada de verga.

Fue un instante especial. Tan especial y marcante como el primer beso. Los sabores de hombre se mezclaban en mi boca. Fui ganando confianza. Yo acariciaba su abdomen aun con ropa y jugueteaba a enredar mis dedos en su vello púbico. Su verga gruesa llenaba mi boca a plenitud. Me encantaba, sí, me encantaba. Y pensar que estuve varias veces a punto de no vivir esto por el tonto miedo simple. Se quitó su franela y su pecho peludo salió a relucir. Lo sentía tan varonil. ¡Qué nueva y rara sensación estaba yo experimentando! Me daba un morbo intenso acariciarle su pecho velludo, mirándolo a los ojos con mi boca inundada de su verga agreste.

Él jadeaba. Yo saboreaba embelesado disfrutando las nuevas sensaciones en mi boca y los olores de su cuerpo. A ratos, la quijada se me cansaba, tomaba un respiro y lamía el falo hasta frotar mi lengua con sus bolas peludas. Si. Me encantaba esto. Si, definitivamente me había estado perdiendo de algo hermoso en la vida. Me encantaba hacer lo que estaba haciendo con este hombre. Pero chupar pene asiduamente es agotador para una quijada no acostumbrada. Él así lo supo ver cuando a ratos yo sacaba su falo de mi boca para tomar pausitas.

  • Chupas bien rico nene, como toda una putica. ¿Seguro que es tu primera verga?

Me reí. Le dije que sí, sintiéndome raro de que me comparara con una puta, pero al mismo tiempo me daba morbo. Me haló por los brazos y me ayudó a ponerme de pie. Me quitó entonces toda la ropa hasta dejarme desnudo. Recorrió con su mirada mi cuerpo encuero. Había mucho morbo en sus ojos. Se terminó de bajar su pantalón hasta quedar él también completamente desnudo. Fue para mí un instante mágico. Estar completamente en cueros los dos ahí, de pie, solos en una habitación. Fue un instante erótico.

  • En esto, el aseo es primordial. Te lo doy como consejo – dijo y me haló de la mano llevándome hacia el baño. Se metió en la cabina de la ducha, abrió la llave del agua y me hizo seña para que me metiera con él.

Le sonreí. Entré junto al él, bajo el chorro de agua suave que mojaba nuestros cuerpos. Se sentía todo tan mágico. Ni en mi más erótica fantasía de sexo con hombres, me había imaginado una escena así de erótica.

  • Por cierto. Mi nombre es José – me dijo acariciándose el pene.
  • Miguel – le dije y nos dimos la mano.

Luego, nuestros cuerpos se pegaron juguetonamente en ese estrecho espacio. Carlos me enjabonaba y yo a él también. Me divertía viendo cómo se formaba bastante espuma en el pelaje espeso de su pecho. Nuestros penes se mantenían en plena erección. Los juntábamos como pequeños jugando a los espadachines y nos mofábamos de esa ocurrencia al chocar y rozar las vergas enjabonadas. Parecíamos como dos viejos amantes y no dos desconocidos en su primer encuentro.

Después de enjabonar y pasar su mano varias veces por mi culo, Carlos se agachó hasta quedar de rodillas sobre las baldosas de la ducha. Me miró con picardía y sin titubeos engulló mi verga hasta la mitad. Él mismo, incómodamente extendió su mano y cerró la llave del agua. Se concentró por un par de minutos a mamármela. La sensación de su boca cálida al tragarse mi pene contrastaba deliciosamente con la frescura del resto de mi cuerpo mojado. Chupaba con intensidad. Se sentía fuerza en la mamada. Sí, muy distinto a como lo hace una mujer. Menos sensual quizás, pero más morboso. Le acariciaba sus cabellos dejándole a él marcar el tempo de la chupada.

Pero no se entretuvo mucho más tiempo saboreando mi pene.

  • Voltéate, voltéate – expresó casi entre jadeos que denotaban excitación.

Lo hice apoyando mis manos contra la cerámica mojada. Entendí su intención. Abrí un poco mis piernas. Él, permanecía agachado, besó mis nalgas, les dio varias palmadas y me las apretujaba ansiosamente.

  • Nene, nene, créeme, no lo digo por quedar bien. Que culazo lindo que te gastas. ¡Uf! mejor que el de muchas mujeres. Me tienes muy arrecho.

Me encantaban sus halagos. Era todo nuevo para mí sentir que un hombre me deseara así con ganas.

  • Ah, gracias. Es tuyo, todo tuyo – le dije mirándole a los ojos.

Con sus manos abrió mis nalgas y un calor húmedo me tomó por sorpresa. Mis ojos se explayaron e inevitablemente emití un gemido ahogado. ¡Dios! ¿que era eso? No conocía esa sensación tan intensa. Sí, sí. Carlos acababa de iniciar una lamida en mi culo. No lo esperaba y tampoco imaginé que eso allá abajo fuera tan sensible, quizás aún más que la zona alrededor del frenillo del pene. Me llevó al cielo a mirar pajaritos y estrellitas. No quería que parara. Comía y comía mi culo con fuerza, con ansias, con deseo quemante, con ganas masculinas. Fue fascinante sentir su lengua serpentina hurgar asiduamente dilatándome el ano. Lamía y lamía como perro hambriento.

Se puso de pie. Su verga dura se estrelló contra mis nalgas. Sí, podía sentir su longitud y su grosor ahí, tan potente y palpitante bien acomodada entre la raya que separa mis nalgas. Los pelos de su pecho se pegaron contra mi espalda generando un cosquilleo agradable y dándome calor, su brazo varonil me abrazó desde atrás poseyéndome y acarició mi pecho jugueteando con mis tetillas. ¡Qué momento tan sensible! Con su otra mano acarició mi verga. Me tenía atrapado en su piel, allí en la estrechez de la ducha. Su boca respiraba detrás de mis orejas. Las besaba. Me daba cosquillas electrizantes. Podía sentir su respiración profunda y desesperada de hombre excitado. Su voz jadeante y cargada de ganas habló por fin:

  • Ahora sí, ya no me aguanto más. Te quiero culear. Déjame meterte la verga. ¿Si, nene?
  • Sí, sí, sí – respondí desesperadamente, deshecho en deseos vivos.

Capítulo 3:     Por fin.

Carlos salió desesperado de la ducha. Tomó una toalla y me lanzó a mi otra. Se secó con desespero, como si su cuerpo ardiera. Yo también hice lo mismo. Mal secos, con nuestras erecciones al máximo y guiados por el deseo carnal, salimos desesperados hacia la cama. Él, iba adelante halando mi mano como si yo fuera su hembra. ¡Que extraña, pero rica sensación me invadía!

Por instinto, me dispuse en cuatro encima de la cama con mis manos apoyadas en la tabla transversal de la cabecera. Él sonrió. Se dispuso detrás de mí en pose de penetrador.

  • Esta es una de mis poses favoritas, pero tú eres primerizo. Para empezar, mejor acuéstate boca arriba. Así va a ser mejor y más fácil para ambos.

Me dejaba guiar. Hablaba la voz de la experiencia. Así que me acosté boca arriba. Él tomó una almohada y la dispuso debajo de mis caderas.

  • Así tu culito queda alzado y es más fácil para ambos – hablaba con voz dulce.

Nos mirábamos a los ojos. Había fuego, había deseo. Lo vi tan grande, acuerpado, todo un macho para mí. No me lo podía creer. Estaba a punto de vivir uno de los momentos más fantaseados desde que empecé a descubrir esa curiosidad por el mismo sexo que nace con el tiempo en la mayoría de los hombres heterosexuales casados, pero que pocos llegan a materializar por miedo. Podía considerarme un afortunado.

Yo tenía las piernas dobladas y abiertas. Carlos me acariciaba las rodillas y las pantorrillas con ternura. Su verga dura, bien parada apuntaba palpitante hacia mí. Entonces, repentinamente él se agachó. Hundió su cara entre la “V” que yo hacía con mis piernas abiertas y me lamió el falo de arriba hacia abajo varias veces. Pasó su lengua juguetonamente por mis huevos y descendió a esa zona sensible del perineo. ¡Dios! Sí, sí. Lo hizo otra vez. Su lengua volvió a lamer mi culo. Esta vez con más ahínco y libertad. La sentí más plena, más viva y completa. Me encantaba esos lamidos intensos en mi ano. No me retuve. Del alma me salieron gemidos que excitaron más a Carlos. El extendió sus manos hasta alcanzar las mías, como consolidando nuestra complicidad, como queriéndonos comunicar a través de las manos el goce mutuo.

Entonces ya, satisfecho se levantó de allí como si lamer mi culo le hubiera dado más fuerza. Agarró su pantalón que había dejado tirado en la cama y del bolsillo sacó un condón que rápidamente desempaquetó con sus dientes. Vaya, venía preparado, pensé. Lo extendió por su pene y echaba saliva. Entonces recordé que yo había comprado el aceite anal. Le pedí que tomara mi pantalón corto que había quedado tirado de cualquier manera en el piso. Lo tomó y me lo lanzó en el pecho con mirada interrogante. Saqué el tarrito y se lo di. Él lo tomó, leyó y sonrió.

  • ¡Ah!, venias listo ya para la clavada, ¿no?
  • Lo acabé de comprar – le respondí sonriendo.

Embadurnó su verga como pajeándose.

  • Así se te va suavecito y la vas a sentir más rica. Ya verás.

Untó un poco de aceite alrededor de mi culo y me miró con actitud perversa.

Dispuso su cuerpo en posición de ataque, como buen activo penetrador. Mordisqueo sus labios. Rozó su verga varias veces por mi culo sin hundirla como para que me acostumbrara a la sensación. Yo giraba para encontrar su mirada y él me miraba a los ojos con sus pupilas dilatadas. Sin penetrar, resbaló varias veces su pene lentamente acariciando mis piernas que él mismo jugaba a abrir y cerrar. Sentí entonces que algo blando y luego duro hincó mi ano obligándolo a ceder. Fue una extraña sensación sentir que algo envés de salir, entraba por ahí. Sí, mi ano se explayó y no era por mi voluntad. Sí, sentí una suerte de incomodidad leve, o quizás un leve dolor. Me puse tenso un instante. Él, se detuvo y luego siguió hundiendo. Sí, eso avanzaba despacio, estaba entrando en mi cuerpo. Carlos me miraba con fuego, con mirada triunfal pero gentil. Sí, era real, sí. Me estaba penetrando. Sí, el pene de un hombre entraba en mi culo, igualito a como lo había visto en tantas veces en escenas porno. Pero esta vez no lo estaba viendo, mejor aún, lo estaba sintiendo. Por fin, un hombre me estaba culeando.

Su espeso vello púbico se estrelló contra mi perineo. Lo pude sentir. Me la había entrado. ¡Por Dios! toda su verga, todita dentro de mi culo. No se desesperó. La dejó ahí metida sin moverse.

  • ¿Te gusta mami? Disfruta la verga de tu macho.
  • Hm, si-iiii – extrañamente me excitaba aún más oírlo hablarme así, como macho a su hembra.

Cuando me vio cómodo entonces inició un meneo lento. Rico, podía sentía resbalar su pene dentro de mí. Me poseía, me tenía para él. Yo estaba entregado. Completamente entregado a mi hombre.

Carlos gozaba con cada embestida. Se fue soltando, haciendo el culeo más ligero, más fluido. Su verga entraba y salía un poco, volvía a entrar y volvía a salir cada vez con más confianza hasta que empecé a oír el golpeteo de su pelvis contra mis nalgas. Ese sonido excitador que delata cuando dos personas están teniendo sexo: tac, tac, tac, tac, tac con los gemidos como música de fondo. La cama también acompañaba la sinfonía. Quizás algún tornillo había flojo en alguna parte. Si alguien pasando por el pasillo se detenía en la puerta y escuchara con cuidado, seguramente sabría que había sexo en esa habitación.

Carlos a ratos cerraba los ojos en pleno goce, su boca abierta no dejaba de jadear. Me encantaba su cuerpo peludo meneándose tan procazmente penetrando mi cuerpo. Sin dejar de cogerme se apoyó un poco encima de mí con sus brazos a lado y lado como haciendo flexiones. Pude acariciar su pecho y el vaho de su aliento lo podía sentir cerca al mío. Luego se dejó tumbar encima de mí completamente. Pecho con pecho, abdomen con abdomen aplastando mi verga excitada y su aliento a sexo, a culo, a macho muy cerca de mi cara. Nos dábamos calor el uno al otro. Jadeábamos al tiempo. Su pene entraba y salía, el morbo aumentaba en los dos. Nos miramos. Su boca buscó la mía. Esquivé el beso. Era algo que no me había planteado hacer con un hombre. José besó mi mejilla, pero arrastró su cara para buscar nuevamente mi boca. Giré mi rostro para evitar pegar los labios. Entonces besuqueó mi oreja y un cosquilleo me erizó el cuerpo. Me habló al oído con voz varonil sin dejar de menearse como guano:

  • Mami, ¿Qué pasa? Ven, dame un besito. Uno cortito nada más. No seas así con tu macho.

Me excitó oírlo hablarme así, tan seductor, tan morboso y tratándome con dulzura, como si yo fuera realmente su hembra. Besuqueaba mis orejas sin dejar nunca de penetrarme con ganas. Me encantaba sentir su cuerpo de hombre agitándose encima del mío. Eran tantas sensaciones al mismo tiempo. Su piel suave, su calor, sus vellos, el sonido de sus jadeos, el olor a macho y esa verga infiel entrando y saliendo como pistón llenando mi espacio anal. Carlos, era todo un toro encabritado potente y bello encima de mi feminidad por fin exteriorizada.

Volvió a intentarlo. No me resistí esta vez. No había razón para esquivarlo. Su boca afanada buscó mis labios. Cedí al beso. El vaho de su aliento a hombre penetró mis narices. Los labios se tocaron finalmente. Beso. Beso entre dos hombres. Iniciamos despacio, como explorando el tacto mutuo de nuestras bocas. Me daba picos, cada vez más largos. Se sentían suaves, húmedos y, sobre todo, tiernos. Nuestras miradas cómplices cerquitas aprobaban el beso. Fue instintivo.  Las lenguas se tocaron. Primero muy tenuemente y poco a poco con más firmeza. Era tan erótico. Nos concentramos en ese beso definidor. Hasta dejó de embestirme dejando su pene quieto completamente arropado en mi culo.  El beso cogió forma. Encontramos ese punto, ese ángulo en donde nos sentimos cómodos. Nos besamos con pasión. Jamás me hubiera imaginado que yo fuera a hacer algo así con otro hombre. Sentía mariposas por todo mi cuerpo al punto que yo no quería que ese beso terminara.

El beso selló algo. Marco un antes y un después. Su culeo se hizo más entregado, íntimo y apasionado. Pero se detuvo. Sacó la verga y exhaló con profundidad.

  • ¡Uf, Dios! – voltéate. Ponte ahora en mi pose favorita – dijo con voz cansada expresión de enfermo morboso.

Me incorporé ya sin su cuerpo encima del mío. Ambos estábamos sudados. Le di la espalda y apoyé mis manos en la tabla horizontal de la cabecera. Alcé mis caderas para ofrecerle mis nalgas. Embadurnó con más crema nuevamente su condón que se había medio deslizado en su pene. Lo volvió a ajustar hasta el pegue de su pubis. Sentí después la punta de la verga deslizarse por la raya de mis nalgas nuevamente. Me dio varias palmadas juguetonamente. La última un poco fuerte.

  • Ay – exclamé y él se río con cierta perversidad.
  • ¡Uf! me encanta este culo. Besas rico amor y eso que no querías ¡eh! – dijo sin dejar de rozar su verga por fuera de mi culito.
  • Si, tienes razón. Perdóname. La verdad, tú también besas rico – le expresé con franqueza.

Sentí al toro otra vez. Hundió de una sola tacada su pene. Sentí que explayaba mi culo. Se sentía distinta estar en cuatro. Es la pose universal del sexo entre hombres. Esta vez no fue tan gentil. Sus movimientos parecían motivados por una descarga de ansiedad animal. Su pelvis golpeaba, chocaba a buen ritmo con fuerza contra mis nalgas. Él jadeaba con mayor intensidad y con sus manos agarradas en mis caderas. Mis gemidos se hacían desgarradores al compás del plap, plap, plap, plap de nuestras pieles al copular.

Aceleró su ritmo. Me taladraba el culo con morbo, ganas, pasión, entrega. Sus manos se apoyaron en mis hombros como arrastrándome más hacia él. Sentí más profunda y total la penetración. Me encantaba eso, sentir al macho entregado detrás gozando mi cuerpo. Era una sensación única y nueva para mí. Su jadeo se volvió más grave, gutural. Se detuvo con su cuerpo contraído y sus manos se aferraron con más fuerza a mi cuerpo, casi arañándome.

  • Ah-ah-hm-mmmmm, ay, jueputa que rico-oh-hhhh. Ufff

Sentí levemente pálpitos en mi culo. Entendí que estaba teniendo un orgasmo con su verga adentro. No lo interrumpí. Dejé que lo disfrutara. Luego del clímax emitió un sonido gutural profundo de satisfacción. Al rato, con su rostro colorado, sacó la verga y se quedó arrodillado como vencido sin dejar de necearme las nalgas con su mano. Lo miré al girarme hacia él y su rostro tenía esa expresión post orgásmica. Su cuello sudaba y su verga aún erecta, estaba cubierta con el condón algo zafado cuyo depósito estaba inflado y colgando lleno de abundante y pesado semen. Era una escena morbosa ante mis ojos.

  • ¡Uf! Hacía rato que no culeaba tan rico.
  • ¿Ni con tu mujer? – le interrogué.
  • Mi mujer culea rico, pero ajá, es la mujer de uno, a la que uno se coge cuando quiere. No es lo mismo. Tú me entiendes.
  • Sí, sí. Te entiendo. No hay mucha novedad.

Miró el reloj. Faltaba un cuarto para las ocho.

  • Todavía podría quedarme un rato más si quieres. Como hasta las ocho y media.
  • Sino tienes problemas, pues si, por favor, quédate un poco más – le pedí.
  • Además, tú no te has venido todavía.
  • No pasa nada. Así me mantengo más excitado – le dije
  • Déjame ir al baño y reposarme un momento.
  • Sí, sin presión. No tienes que seguir, si no tienes ya más ganas – le expresé para que no se sintiera incómodo.

Su verga se había dormido. Se fue al baño. Escuché el sonido de su orina en la taza. Después escuché la ducha. Me levanté yo también de la cama. Me fui a orinar y al entrar yo al baño, él estaba bajo la ducha dejando que el chorro de la ducha mojara su zona erógena solamente. Se la estaba enjabonando. Entendí entonces que se lavaba. Secó su verga y los huevos. Cogió su celular y me pidió que le diera unos minutos porque tenía que hacer una llamada. Habló con un tal Jairo sobre un negocio y una plata durante varios minutos. Eso me permitió a mí reposarme desnudo acostado boca arriba, mirando hacia el cielo raso, intentando digerir el mundo de sensaciones sexuales que acababa de experimentar. Había dado un paso gigante en mi vida y todavía ni me lo creía.

Cuando terminó de hablar por teléfono, Carlos vino a la cama. Se sentó en el borde desnudo. Me acarició mi pene fláccido. Se inclinó luego y lo lamió hasta que se me provocó la erección. Al parecer íbamos a seguir jugando al sexo. Me chupó la verga despacio, sin afanes. Me gustaba como la comía. Con ganas.

  • Ya me arreché otra vez – dijo con sus ojos cerrados lamiendo el glande de mi pene.
  • Ya veo. Que bien.
  • Esto no se ve ni lo tengo todos los días. Tengo que aprovecharte al máximo.

Se puso de pie y pude ver que efectivamente su verga había ganado cuerpo. Gruesa, bella, agreste, varonil, limpia, brillante con su vena inflada y poderosa. Me haló para que yo me sentara en el borde de la cama como cuando iniciamos. Ya sabía qué era lo que él deseaba. La metí en mi boca y otra vez sentí el placer de mamarle su falo. Ahora más tranquilo, con menos ansiedad. Me concentré en disfrutar las texturas blanda y liza del glande; y dura y corrugada del tallo. Todo eso llenaba mi boca. Me encantaba mirarlo a los ojos lamiendo la parte baja de su glande sensible. Su erección llegó a su máximo. Su carne toda en mi boca. Luego se desprendió de mí. Se sentó entonces en la cama con sus piernas velludas extendidas sobre la sábana blanca y su espalda en dos almohadas apoyadas contra el espaldar de la cama. Su verga parada parecía una asta apuntando al cielo.

  • Ven, quiero que te me sientes tú encima.
  • Ah, ¿quieres que te cabalgue? – pregunté neciamente la obviedad.
  • Si, ven, como caballito, así la vas a sentir toda adentro – habló con vulgaridad en su cara y colocándose otro condón que había sacado previamente del bolsillo de su pantalón.

Tomó el tarrito de crema y aplicó una buena cantidad por todo su falo. Yo, al verlo allí, tan morboso, vulgar, atrevido y tan hombre me llené de ganas. Me iba a ensartar en la verga de un hombre. Era algo que me excitaba ver en escenas porno. Pensé un poco en Paola que siempre me dice que esa es su pose favorita.

Me acomodé encima de él con mis piernas abiertas franqueando su cadera. Me senté en sobre sus muslos y nuestras vergas se juntaron. Nos miramos a la cara. Él acariciaba mis tetillas y yo jugueteaba a enredar mis dedos en su pecho peludo.

  • Ven, álzate, échate un poco pa’ lante.

Lo hice para su beneficio. Carlos agarraba su picha dura, meneándola como buscando que su glande tanteara el punto exacto de mi hoyo anal. Lo halló. La embonó y me pidió que me dejara caer encima despacio. Lo hice y pude sentir que su verga explayaba mi orificio, entrando hasta que toqué suelo. Quedé sentado encima de su pelvis. Su verga llenaba mucho más mi ano. Me sentí cómodo en esa pose. Mis manos apoyadas en sus hombros y Carlos con sus manos bajo mis nalgas ayudando a menearme. Lo sentí tan macho, tan hombre y aunque jamás se lo expresé, en ese instante mágico, yo me sentí toda una hembra. Su hembra. Esa sensación fue única, especial y placentera. Comprendí entonces a Paola.

Yo subía y bajaba para sentir la penetración total. Cada vez que me sentaba me sentía suyo, o más bien suya en ese instante. Esta vez fui yo quien buscó sus labios. Él, complacido correspondió. Nos besamos aforadamente danzando el culeo. Me sentí haciendo el amor, completamente entregado. Carlos comenzó a estimularme la verga, masturbándome al ritmo del meneo de mis caderas. A ratos dejaba mi beso para lamerme las tetillas. El placer llegó al máximo en mi cuerpo y sin avisar, gimiendo más intensamente, eyaculé contra su abdomen humedeciendo sus vellos y mojando su mano que no paró de pajearme. Sonrió al sentir en su mano mi leche tibia. Nos comimos a besos. Un beso intenso, apasionado, carnal, animal, profundo y húmedo.

Después me habló al oído entre jadeos y gemidos:

  • Mami, ¿quieres leche? ¿quieres la leche de tu macho?
  • Sí, ah, sí, dame tu leche, sí.

Me empujó sin brusquedad para que yo me desensartara de su cuerpo. Yo me dejé tumbar en la cama boca arriba. Él se incorporó ansioso, hábilmente retiró el condón y se pajeó afanosamente acercando su verga a mi cara arrodillado en la cama. Lo vi gigante desde el ángulo de mi visión. Contrajo su cuerpo, sus ojos se dilataron y su verga estalló en mi cara. El primer pringo tibio y potente de semen lo sentí caer encima de mis labios cerrados y luego otros chorros mojaron mi cara y mi nariz. Carlos gimoteaba su segundo polvo. Yo experimentaba embelesado la famosa fantasía de la leche en la cara que tanto morbo genera en nosotros los hombres. Luego, aun chorreante y palpitando su verga resbalaba por mis labios como buscando entrar en mi boca. Dudé por un instante, pero poco a poco abrí mis labios y dejé que la hundiera. El sabor del semen pegajoso llenó mi boca de un nuevo sabor. La textura de su sexo sucio de espesura láctea, lejos de desagradarme, resultaba suave, tibia y reconfortante en mi lengua. Evité tragar semen, pero no fue tan fácil impedirlo del todo.

Luego la sacó de mi boca y con vulgaridad se la sacudía azotando mi cara. Le divertía hacer eso y a mí también.

  • Que polvo rico que echamos.
  • Si, muy rico – dije con mi boca pegajosa de semen.

Se puso de pie. Estaba rojo y exhausto.

  • Ahora si me tengo que ir, sino quiero tener líos en mi casa.
  • Y si tu mujer quiere un polvo, ¿tendrías leche para ella? – le pregunté más por bromear.
  • Ja, ja. No-ooo. No le dejaste nada. Ella cuando viene del hospital no quiere saber nada del mundo. Solo dormir. Así que no tendré lío por eso, ja, ja. A esa hora, ni si le lamo la chucha y se le moja, me dejaría culeármela, ja, ja.

Me reí de su comentario viéndolo vestirse con agilidad. Me levanté desnudo todavía para despedirme de él. Faltaban cinco para que fueran las ocho y media. Me agarró por las nalgas y me asió hacia él. Me habló acercando su cara a la mía justo detrás de la puerta con esa actitud de macho que me fascinaba.

  • Me hiciste el día. Que culiada sabrosa.
  • Gracias a ti. Me hiciste vivir cosas que no conocía.

Nos miramos en silencio. Me besó despacio, pero con firmeza. Abrió la puerta, me guiñó el ojo y se marchó.

deseo reprimido, hombres casados, sexo virtual, primera vez gay, chat erótico, erotismo masculino, encuentros anónimos, morbo secreto, tentación, miedo y deseo

Compartir en tus redes!!
kuenteroo
kuenteroo
Artículos: 2