La noche que me cogí a mi cuñada borracha

Todavía hoy, diez años después, me tiemblan las piernas cuando lo recuerdo. Esa noche estábamos mi exesposa, su hermana, el marido de ella y yo. Cuatro adultos, con copas de más, sin hijos, con la sangre caliente y la cabeza llena de alcohol.

Volvimos de la fiesta medio prendidos, con ganas de seguirla, y bastó con que ellas pusieran música para que todo se prendiera. Mi ex y su hermana empezaron a bailar sexy en la sala, moviendo el culo de una forma que nos dejaba a los dos varones con la verga dura. Entre risas, se fueron quitando la ropa, primero los zapatos, luego los vestidos… en un rato estaban en puro brasier y calzón, meneando esas caderas deliciosas frente a nosotros.

“Míralas, cabrón, nos están provocando”, me dijo el marido de mi cuñada mientras ya se desabrochaba la camisa. Yo lo seguí, el calor ya nos había ganado, y terminamos los dos sin camisa, viendo cómo esas dos putas deliciosas se restregaban entre ellas y luego contra nosotros.

Mi cuñada empezó a frotarme el culo contra la verga, moviéndola lento, haciéndome gemir bajito del puro roce. Mi ex hacía lo mismo con el otro, cada uno jugando con la tentación hasta que ya era demasiado. Nos fuimos separando, cada pareja deslizándose hacia un lado de la sala, como si el instinto nos jalara solos hacia donde debía explotar todo.

La tumbé en el sillón, le bajé el calzoncito con la mano temblorosa del deseo, y cuando vi esa conchita mojadita no pude más. Me bajé los pantalones de un jalón, le abrí las piernas y se la metí completa de una “¡Aaaahhh, conchetumadre!”- gemía ella, con la voz ronca de placer, mientras yo le metía pinga con unas ganas que todavía me calientan solo de recordarlas.

¡Qué rica estaba mi cuñada! Tenía el coño más apretado que mi ex y unas tetas que me las devoré con la boca, chupándoselas como si me fueran a quitar el aire. Ella me agarraba el pelo, me decía “¡Dámela toda, hijo de puta, métemela rico!” y yo solo le daba más duro, con todo el semen ya queriendo reventar.

En ese sofá nos olvidamos de todo, de la familia, de los matrimonios, de los años compartidos. Solo era coger rico, duro, sucio, hasta que no pude más y le llené ese coño caliente con toda la leche, sintiendo cómo ella se apretaba toda, temblando, gimiendo, “¡Sí, así, lléname toda, cabrón, córrete dentro de mí!”

Después, las hermanas se metieron a un cuarto, quién sabe qué carajos hablaron ahí. Nosotros afuera, con la verga todavía medio dura y la cabeza dando vueltas, sin saber qué iba a pasar. Salieron como si nada, se sentaron, pidieron otra ronda, como si el intercambio más rico de la vida no hubiera pasado nunca.

Esa noche nunca se volvió a mencionar. Ni con mi ex, ni con mi cuñada, ni siquiera después del divorcio. Pero cada vez que cierro los ojos… siento otra vez esas piernas ricas abiertas para mí, ese coño apretadito tragándose mi verga hasta el fondo, y me corro solo de acordarme lo deliciosa que estuvo esa noche prohibida.”

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Juan Diego
Juan Diego
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