Elisa, sigue con el macho de su ex 24CM

Elisa se miró al espejo, ajustando el escote de su blusa para que resaltara aún más sus pechos firmes. Sabía que Isaías no podía resistirse a ellos, y aunque le dolía admitirlo, disfrutaba de la atención que le daba. Pablo, su novio actual, era un hombre maravilloso, pero en la cama… bueno, no era suficiente. Sus 17 centímetros no se comparaban con los 24 de Isaías, y eso era algo que ambos ex amantes no se cansaban de recordarle.

—¿Lista para otra noche de diversión? —le preguntó Isaías con una sonrisa pícara mientras la observaba desde el umbral de la puerta. Su piel morena contrastaba con la camisa blanca que llevaba desabotonada, revelando un pecho musculoso y velludo. Lisa sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

—Más que lista —respondió ella, mordiéndose el labio inferior. Sabía que lo que hacía estaba mal, pero la excitación de engañar a Pablo y la promesa de una noche apasionada con Isaías eran demasiado tentadoras.

El apartamento de Isaías estaba a solo unas cuadras del suyo, un lugar que se había convertido en su refugio secreto. Al entrar, el aroma a sándalo y cuero la envolvió, un olor que siempre la transportaba a los momentos íntimos que compartían. La sala estaba iluminada con luces tenues, creando una atmósfera sensual.

—¿Y Pablo? —preguntó Isaías, cerrando la puerta detrás de ellos. Su voz profunda resonó en la habitación, cargada de insinuaciones.

—Durmiendo como un bebé —respondió Lisa con una sonrisa traviesa. Sabía que Isaías disfrutaba de la idea de que ella le fuera infiel a su novio, y a ella le gustaba provocarlo.

—¿Y le contarás todo mañana? —insistió él, acercándose a ella con pasos lentos y deliberados.

—Por supuesto —susurró Lisa, sintiendo su aliento cálido en su cuello—. Le diré cómo me dejaste llena de tu leche, cómo tus 24 centímetros me hicieron gritar tu nombre.

Isaías soltó una carcajada ronca y la atrajo hacia él, presionando su cuerpo contra el suyo. Lisa pudo sentir la erección de él a través de la tela de sus pantalones, y un gemido escapó de sus labios.

—Eres una maldita tentación, Lisa —murmuró él, besando su cuello con desesperación. Sus manos recorrían su cuerpo, apretando sus nalgas y levantándola para que sus caderas se alinearan.

—Y tú eres mi debilidad —respondió ella, enredando sus piernas alrededor de su cintura. Isaías la llevó hasta el sofá, donde la depositó con cuidado, pero sin dejar de besarla. Sus labios se movían con hambre, explorando cada rincón de su boca, mientras sus manos desabrochaban los botones de su blusa.

—¿Sabes lo que más me excita? —preguntó él, separándose lo justo para mirarla a los ojos. Su mirada era intensa, llena de deseo y algo más… algo que Lisa no podía identificar.

—¿Qué? —preguntó ella, jadeando mientras él desabrochaba su sostén y liberaba sus pechos.

—Que me cuentes cómo Pablo no te satisface —confesó Isaías, tomando uno de sus pezones entre sus dedos y tirando de él con suavidad—. Saber que él no puede llenarte como yo… eso me vuelve loco.

Lisa cerró los ojos, disfrutando de la sensación de sus caricias. Sabía que era cruel, pero le gustaba la forma en que Isaías la hacía sentir: deseada, necesaria. Con Pablo, todo era tierno y amoroso, pero le faltaba esa chispa de pasión desenfrenada que Isaías le ofrecía.

—Pablo es… dulce —admitió ella, abriendo los ojos para mirarlo—. Pero tú… tú me haces sentir viva.

Isaías sonrió, una sonrisa llena de satisfacción, y se inclinó para tomar su pezón en su boca. Lisa arqueó la espalda, gimiendo mientras él lo chupaba y lamía con experiencia. Sus manos recorrían su cuerpo, explorando cada curva, cada rincón que Pablo ya conocía, pero que Isaías parecía descubrir como si fuera la primera vez.

—¿Y te gusta cómo te hago sentir? —preguntó él, levantando la cabeza para mirarla, su boca brillante por la saliva de ella.

—Sí —susurró Lisa, tirando de su cabello para atraer su boca de nuevo a la suya—. Me encanta.

Isaías la besó con fervor, sus lenguas enredándose en un baile apasionado. Sus manos se movían con urgencia, desabrochando sus pantalones y liberando su erección. Lisa jadeó al verlo, su miembro grueso y largo, pulsando con promesa.

—¿Ves la diferencia, Lisa? —preguntó él, posicionándose entre sus piernas y frotando su erección contra su sexo húmedo—. ¿Sientes cómo soy más de lo que Pablo puede ofrecerte?

—Sí —gimió ella, levantando las caderas para buscar su contacto—. Por favor, Isaías… necesito que me llenes.

Él sonrió, una sonrisa triunfante, y sin más preámbulos, la penetró de una estocada. Lisa gritó, sintiendo cómo la llenaba por completo, cómo sus paredes se estiraban para acomodar su tamaño. Era una sensación que Pablo nunca podría darle, y aunque le dolía admitirlo, era una sensación que anhelaba.

Isaías comenzó a moverse, sus caderas chocando contra las de ella con fuerza. La habitación se llenó con los sonidos de sus gemidos y los golpes de sus cuerpos uniéndose. Lisa se aferró a sus hombros, arañando su piel mientras él la tomaba con posesión.

—¿Te gusta, putita? —preguntó él, su voz ronca y llena de deseo—. ¿Te gusta cómo mi verga te llena mejor que la de Pablo?

—Sí —gimió Lisa, sintiendo cómo su orgasmo se acercaba—. Por favor… no pares.

Isaías aceleró el ritmo, sus embestidas se volvieron más profundas, más desesperadas. La habitación olía a sexo y sudor, y Lisa se perdió en la sensación de ser reclamada, de ser llena de una manera que Pablo nunca podría.

—Voy a correrme en ti, Lisa —advirtió Isaías, su voz tensa—. Voy a llenarte de mi leche y hacer que te acuerdes de mí cada vez que estés con él.

—Sí —gritó ella, su cuerpo temblando al alcanzar el clímax—. Hazlo… lléname, por favor.

Isaías gruñó, su cuerpo tensándose mientras se corría dentro de ella. Lisa sintió cómo la llenaba, cómo su semen caliente se derramaba en su interior, y un gemido de satisfacción escapó de sus labios.

—Eres mía, Lisa —susurró él, besando su cuello con ternura, a pesar de las palabras posesivas—. Siempre lo serás.

Ella sonrió, sintiendo una mezcla de culpa y excitación. Sabía que lo que hacía estaba mal, pero en ese momento, con Isaías todavía dentro de ella, se sentía completa.

—Ahora cuéntame —dijo él, retirándose de ella y ayudándola a sentarse—. ¿Cómo le dirás a Pablo que su novia está llena de la leche de otro hombre?

Lisa se mordió el labio, mirándolo con una sonrisa traviesa.

—Le diré que no es suficiente —respondió ella, acariciando su pecho con suavidad—. Que sus 17 centímetros no se comparan con tus 24.

Isaías soltó una carcajada, atrayéndola hacia él para un beso apasionado.

—Eres malvada, Lisa —murmuró él, besando su frente con ternura—. Pero me encantas.

Ella sonrió, acurrucándose en sus brazos. Sabía que lo que hacía estaba mal, pero en ese momento, con el sabor de Isaías todavía en sus labios y su semen todavía cálido en su interior, no podía arrepentirse.

La noche avanzó con más caricias, más susurros y más promesas de encuentros futuros. Lisa sabía que eventualmente tendría que enfrentar las consecuencias de sus acciones, pero por ahora, se permitía disfrutar de la excitación de su doble vida, de la pasión que Isaías le ofrecía y de la humillación dulce que sentía al burlarse de Pablo con cada encuentro.

Y mientras se despedía de Isaías en la puerta, con una sonrisa pícara y una promesa de verse pronto, Lisa no podía evitar pensar que, aunque Pablo la amaba, Isaías la hacía sentir viva. Y en ese momento, eso era lo único que importaba.

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