El hilo dental: Gatacoloreada y Charlinés. I – XIII

UNO

HILO DENTAL

Pedazo de zorra ha dejado esta bombacha en la lavadora para que sepa que es una puta – murmuró con el hilo dental en la mano.

Y lo miró, apenas unas tiras y una mini tela negra transparente que le tapará el coño. Me la imagino delante de él. Morena, las tetas tiesas con los pezones duros, y las tiras que rodean la cintura estrecha dejando las caderas y los muslos y las patas de yegua libres, el chochito tapado por esa telita fina que deja entrever la rajita. Porque tiene la concha depilada. Me he dado cuenta cuando la espío en la pileta. Con esos bikinis de una solo color, negro, rojo o blanco. Está buena y lo sabe. Pedazo de zorra.

Vive en el piso de arriba. Tienen dinero, mi departamento tiene dormitorio con baño incorporado, cocina y un salón comedor con una terraza maravillosa que permite ver el río de la Plata. Ella y el cabrón de su marido con sus dos hijos, disfruta de dos departamentos unidos. Pero sé que duerme y folla encima mía, a veces los oigo cuando se vuelven locos de vicio, porque chilla cuando coge y está sola con el cerdo de su hombre.

Alquilé la vivienda justo antes del COVID y me vino bien. Trabajar en casa con buenas vistas, jardín, piscina se convirtió en un pulmón de calidad. Y la vi cuando salía a correr, con el barbijo, los ojazos negros, el cuerpito enfundado en las mallas negras que le modelaban el culo con esas nalgas que le bailan al andar y esas tetas, muchas veces no lleva sujetador, para que se le muevan para que se vea que pedazo de puta es.

Y como me sonríe cuando nos encontramos en el ascensor, como invitándome a follarla, juguetona y amable. Rezuma sexo por cada poro de piel. Creo que sabe que la escucho cuando suelta esos AAAAHHHHH y esos AAA SII, o sus DAME, DAME, porque la oigo, y me la meneo mientras la coge bien cogida el cabrón de su marido.

Desde el balcón la he fotografiado en la piscina, y cuando me pajeo la miró casi desnuda, una puta casada burguesa viciosa que sabe que paga lo que tiene follando con ese cuerpo de zorra que tiene.

Desnudo con un vídeo que la saqué mientras corría, como una yegua que busca un semental que la cubra, agarró mi polla. Tiro para dejar el cipote libre, y lo tapo con la tira que ha tocado su chocho. Me la meneo, no tengo prisa, recuerdo las veces que hemos estado juntos, como se mueve, como respira, como huele a sexo. Sigo…sigo…sigo… La imagino comiéndome la pija, arrodillada, con toda dentro, y mirándome sumisa con esos ojos negros. Paso fotos, las tetas apenas cubiertas por el top, el culo, con esas nalgas que han tenido entre ellas esta tela.

Vuelvo a mirar cómo se mueve y no puedo más, suelto mi leche en su hilo dental.

No sé dónde he perdido el hilo dental negro, o me lo dejé en Mar del Plata cuando fuimos mi marido y yo a reservar la casa y la carpa o sin darme cuenta no la saqué del canasto de la ropa sucia y cuando Marina lo llevó al cuarto de lavado de la casa, lo olvidó o en la lavadora o en la secadora.

Si es así seguro que la dan buen uso, es un hilo dental de zorrita, me encanta usarlo. Tendré que comprar otro de ese color, da morbo el negro y hace juego con las medias. Si se lo ha quedado una vecina dará una alegría a su pareja, y si es un hombre seguro que lo imagina puesto en una mujer que le pone.

ME ENCONTRÉ EL HILO DENTAL

Aquel día al ir a hacer mi colada, me la encontré, ahí, en ese cesto estaba. Una tanguita de encaje negra, que apenas podría tapar una minúscula parte del sexo de su poseedora.

Pedazo de zorra ha dejado esta tanga en la lavadora para que sepa que es una puta, murmuré con el hilo dental en la mano. Esta zorrita tiene ganas de sexo y yo se lo voy a dar. Solo puede ser de mi vecina esa que me cruzo en el ascensor y me pone esa cara de zorra que parece que me pide me la follé ahí mismo.

Recogí la tanga como quien recoge un guante para un futuro duelo, la guardé en mi bolsillo y puse mi colada a lavar. Al llegar a mi apartamento miré por la ventana y ahí estaba ella en su ventana. Ese día yo vestía una camiseta y unos pantaloncitos de tenis muy ajustados, no me había puesto ropa interior. La miré y saludé con la cabeza, ella levantó la mano.

Ya estaba, ya tenía su atención. Saqué lentamente la tanguita de mi bolsillo y se la enseñé. La estiré para que la viera bien, mientras pasaba la lengua por mis labios Ella se señaló diciendo que era suya. Yo le llamé puta y ella se echó las manos a la cabeza. Bajé mi pantalón y saqué mi polla ya erecta, se la enseñé, mi polla gorda y poderosa. Subí la tanga a mi nariz y la olí, la olí como si fuera el mejor de los perfumes. Ella abrió su boca en señal de sorpresa y sonrió ladinamente. Mientras, mi otra mano seguía su lento devaneo sobre mi polla. Bajé la tanga hasta mi polla, rodeé está con la tanga y mirándola fijamente empecé a subir y bajar la piel que cubre mi polla, con la tanga rodeándola. Ella se tapó la boca con una mano, pero no apartó la mirada. A través del cristal, yo le decía.

  • Mira puta, mira tú tanga, mira cómo me doy gusto con ella, mira cómo me pone de cachondo.

Ella me miraba con lujuria, con fuego en los ojos y no pudo más y llevó sus manos, primero una a sus pezones, los que apretó, haciendo muecas de gusto con su boca y la otra a su sexo. Me miró y yo podía ver como su mano subía y bajaba, enseñándome como entraba y salía de su sexo. Se veía como su mano iba más rápido que la mía. Para que me viese mejor, me acerqué al gran ventanal de la terraza, desde ahí le ofrecía mi gruesa polla descaradamente a su vista, en una vista inmejorable.

Mi mano seguía incansable y la suya también, la vi retorcerse, como se doblaba con la boca abierta, como cerraba sus piernas y decía cabrón, cabrón.

Eso me calentó, y aceleré mi ritmo, mi orgasmo bañó esa escasa tela. La levanté y se la enseñé, se relamió y se mordió el labio. Lentamente extendí por la escasa tela mi semen hasta cubrirla entera. Ella apretaba sus pezones y miraba con lujuria cada pequeño movimiento de mis dedos sobre la tela. Cuando la tuve entera cubierta, se la enseñé y le dije.

  • Si la quieres, ven a por ella.

Ella miró sorprendida y sin darle tiempo a reaccionar me separé de la ventana. Dejé la tanga sobre el aparador de la entrada, aun eran las diez y media de la mañana. A los pocos minutos, sonó el timbre, la putita venía por su ración de verga, pero tendría que ganársela.

Fui a la puerta y abrí con gran parsimonia.

  • Hola vecina, ¿qué te trae por aquí?
  • Serás cabrón, bien que lo sabes, vengo por mi tanga.
  • ¿Solo eso? No quieres nada más

Me miró con una lascivia que jamás había visto en unos ojos.

  • Si la quieres, tendrás que desnudarte y ponértela, luego te la podrás llevar, siempre que esté entre tus piernas.
  • ¿No serás tan cabrón?, ¿verdad?

La miré fijamente sin decir nada, mi rictus era más bien duro, ella entendió.

  • Eres un cerdo, un cabrón

Se despojó de la camiseta que llevaba. Ante mí aparecieron esas bonitas y redondas tetas y lo que más me gustaba, esos pezones como tetina de biberón que llamaban a mi boca a cubrirlos para absorberlos y lamerlos. Me miró y los acarició, como ofreciéndomelos. Se despojó también de su corto pantalón y ante mi apareció su sexo totalmente depilado, ese sexo lampiño que pronto me comería sin dejar nada para la merienda. Me miró con asombro, con lujuria, yo diría hasta con obscenidad. Sin quitar los ojos de mí, recogió su tanga, aun algo húmeda de mi esperma y lentamente se la puso. Me miró y la ajustó a los labios de su sexo, que se la comieron sin remisión. Yo estaba ya completamente excitado y tenía prisa por tener esos pezones en mi boca.

  • Ven aquí putita, ven aquí.

Se acercó a mí y al llegar a un par de pasos, acerqué mis manos y apreté esos largos pezones, los acaricié suave y los volví a apretar. Tiré de ellos hacia mi apretándolos y cuando la tuve a tiro, bajé mi boca para lamerlos. Los chupé tirando de ellos con mis dientes.

  • Para. Me haces daño.
  • Nadie te mandó hablar, a la próxima te daré diez azotes.
  • ¿pero, tú estás loco?
  • Ya está, ya te los ganaste.

Le apoyé contra la pared mientras apretaba sus pezones que cada vez eran más grandes y estaban más duros. Mi polla se puso bien dura, al notarlos crecer. Con las palmas de mis manos acaricié esa delicia que sobresalía de sus pechos.

Bajé mi mano para acariciar tu sexo y ahí me entretuve deteniendo el tiempo. Te acariciaba sintiendo el roce de tus labios y la tela de la tanga que cada vez estaba más húmeda. Tu llevaste tu mano a mi polla, pero te la sujeté sobre la cabeza. Te di la vuelta, poniéndote de cara a la pared. Sujeté la tanga por tus caderas y te la quité, guardándola en mi bolso. Sujeté tus manos con fuerza sobre tu cabeza y te azoté la nalga derecha, con fuerza.

El azote te sorprendió y gritaste.

Te volví a azotar la misma nalga y volviste a gritar, al siguiente azote gritaste más fuerte. Llevé la mano a mi bolsillo, saqué la tanga y la metí en tu boca. Al principio sorprendida, dejaste de forcejear, después giraste la cabeza, a la vez que un nuevo azote estallaba esta vez en tu nalga izquierda. Volví a azotarte y ahora tu grito fue sordo, la tanga lo amortiguó.

Mi mano recorrió tu espalda, tu culo, abrí tus piernas con mi pierna y pude apreciar la humedad de tu coño, rezumaba líquidos.

Los azotes y sobre todo el meterte el tanga en la boca, te habían puesto muy berraca. Ahora estabas dispuesta a todo y lo que es mejor, lo querías todo.

Acaricié un largo tiempo los labios de tu coño, despacio sin prisa. Gemías y ronroneabas al ritmo de mi mano. Cada vez destilabas más líquido y retorcías tu cuerpo buscando la penetración, pero esta no llegaba, te desesperabas.  Balbuceabas con la tanga en la boca, pero no podía entender tus balbuceos

Mi mano recorrió tu espalda, en un lento zigzagueo y de repente volvió a estamparse en tu culo. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces seguidas. Tus piernas se doblaron y tuve que sujetar con fuerza tus manos. Sin apenas haberte tocado ya habías tenido tu primer orgasmo. Esto me enervó, hizo que mi polla empezara a dolerme. La apoyé contra tu culo para dejarte sentir como me habías puesto.

Te apoyé con fuerza contra la pared y ahí te penetré con toda la fuerza de mi cuerpo. Gritaste, un grito ahogado por la tanga, pero que revelaba la fuerza de mi penetración. Te di duro, muy duro, hasta que tus piernas flaquearon y saliéndote de mí, quedaste tumbada en el suelo del pasillo. Te saqué la tanga de la boca.

  • Cabrón, casi me matas, hijo de puta, que polla tan dura, que gorda, me has llenado entera. Ahora tendrás que follarme con cariño, ya me has dado lo mío.

Recogiéndola en brazos, la llevé a la cama, la postré en ella y me tumbé a su espalda. Mi polla cayó entre las nalgas de la vecina y empecé a balancearme.

  • Para cabrón, para, déjame respirar.

Le hice caso omiso y seguí, cada vez el líquido entre sus piernas, me lo ponía más fácil, mi polla resbalaba como si estuviera dentro de su coñito. Ella empezó a balancearse también. Ocurrió lo que tenía que ocurrir, levanté más sus piernas, para dejar camino libre a mi polla y esta entró como un cuchillo hasta tocar con mi pelvis su culo.

Te apreté los pezones y empecé a moverme lento, muy despacio. Tenías los pezones duros y cada vez que te apretaba, estirabas tu cuerpo y gemías.

Notaba como mi polla rozaba con las paredes de tu coño y como eso cada vez me excitaba más. Tuve la voluntad de aguantar ese ritmo varios minutos, mientras tu no parabas de gemir, de ronronear en mi oreja. De pronto, te estiraste, llevaste mi mano a tu cuello y la otra a un pezón, te volviste y mirándome fijamente con los ojos casi en blanco, gritaste.

  • Fóllame fuerte, rómpeme, destrózame.

Yo te di, te di con todas mis fuerzas, no duré más de un par de minutos. Te clavé la polla en lo más hondo, justo cuando un grito al unísono salió de nuestras gargantas.

  • Hijo de puta, mañana me dejaré otra tanga en la cesta.

DOS

SIGUE, SIGUE, NO PARES.

Me miro en el espejo. Los ojos negros, la nariz pequeña, ligeramente respingona, la boca golosa, al sonreír dejo ver los dientes blancos un poco de conejita, el pelo negro a la altura de los hombros ya empieza a necesitar tinte para mantener el color. No soy alta, pero tengo buen cuerpo, cinturita estrecha, culete de azote que se mueve con ritmo de samba, patas de yegua, chochito depilado y pechos de 90, vibrantes con areolas oscuras y pezones como tetinas de biberón.

Elijo un corsé negro de cuero que me levanta los senos y los deja al aire. Resalta mis caderas que son cruzadas por las tiras de las ligas que van a sujetar mis medias. Las elijo negras, ahumadas, que contrastan con mi piel bronceada.

Dudo entre stilettos o botines, elijo los zapatos, son más fáciles de quitar y pueden dar más juego.

No perdí el hilo dental a propósito, pero lo que me has hecho al ir a buscarlo me ha vuelto loca, sacando una vena de sumisa que necesito satisfacer. Lo dejé en agua para que tu leche, que habías echado en él, se fuera disolviendo en el líquido, vertí la mezcla en un vaso alto, lo dejé en la heladera y lavé la tanguita con jabón.

Ya está seca, me la pongo, se me mete por el valle de las nalgas, apenas cubre los labios de concha. Me miró, estoy dispuesta. Saco el vaso con el mix de semen y agua y lo bebo, pensando en la leche que voy a tomar dentro de un rato.

Me cubro con un vestido camisero, sin mangas, casi una bata de andar por casa y voy en busca del placer. Llamo a tu puerta y me abres.

– Putita ¿vienes a por más? – me preguntas con una sonrisa de fauno devora chicas.

– Sí, vengo a por más.

Llevas una remera amplia con la lengua de los Rolling, un vaquero viejo azul claro y chanclas. Eres grandón, fuerte, un hombre que se sabe poderoso.

– Pasa- me tomas de la mano y me metes en tu piso. Y cierras la puerta. – ¿De verdad vienes a por más? Estás a tiempo de volver a tu casa.

– Quiero más.

Mientras hablamos cruzamos el salón, donde me usaste el otro día, y abres la puerta del dormitorio

– Si entras, sabes que voy a jugar fuerte contigo. Vas a ser mi putita y soy un poco sátiro.

– Sí, quiero que me uses como tu puta. He venido a eso.

Entramos. A un lado el baño, comunicado por un pequeño pasillo al dormitorio. La cama es grande, tiene esa altura en que el hombre te puede coger cómodo si estás en cuatro. Cabecero y piecero de hierro con dos columnas a cada lado. Un espejo de toda la pared lateral a la cama parece la puerta de un armario.

– ¡Fuera el vestido! – me ordenas. El tono de tu voz se ha vuelto exigente.

Me miro en el espejo mientras me voy soltando los botones y lo abro dejando ver lo que me he puesto para que me disfrutes. Mis tetas son ofrecidas con mis areolas y los pezones tiesos oscuros, grises en mi piel cobriza.

– Zorrita…Estás muy buena- susurras con lujuria, mientras sacas tu pija ya tiesa. Es una polla gorda, venosa, con cipote grande digno del espadón que tienes entre las piernas.

– Chúpala. – me ordenas.

Sé que quieres que me arrodille para hacerlo y lo hago. Tu verga queda a la altura de mi rostro. La agarré con mi mano y lamo el cabezón. Me gusta su sabor. Quiero que te des cuenta que soy una mujer que sabe comer pollas. Por eso me la voy metiendo despacio hasta chocar con mi puño que rodea su base. Vuelvo atrás, apretando con los labios su miembro hasta volver a poder lamer el ciruelo. Lo repito. Sé que quieres más. Y al tercer movimiento me la trago entera, me llega hasta la garganta. Y hacia afuera. Una vez, dos veces, tres.

– ¡Que bien la mamas …puta! – me dices mientras me agarras la cabeza para follarme por la boca.

Y me ocupo de darte placer, cuando está casi fuera la lamo, la mimo. Me dejas que sea yo la que te la chupe. Me concentro en el cabezón y su entorno, sé que te estoy volviendo loco.

– Para, ponte en pie.

Sé por qué no quieres acabar, no tienes 20 años, y te cuesta recuperarte. Y pretendes disfrutar más rato y de todas las formas de tu puta: yo. Ya habrá tiempo para soltarme tu leche en la boca.

A tu lado me veo pequeña, un juguete de tu lujuria. Tus manos van a mis tetas, pasas las palmas haciendo vibrar mis pezones duros, tiesos, necesitados de juego. Y lo haces, les das placer con tus caricias. Se vuelven cada vez más sensibles. Te miro a los ojos. Y veo a una fiera, la fiera que comienza a apretar mis pezones, pasando del mimo al dolor. Te das cuenta de que eso me excita aún más. Y los retuerces. Me muerdo los labios para no gemir.

– Zorra…suéltame el cinto.

Mientras sigues tocando mis tetas, te desabrocho el pantalón, tiro y cae al suelo. Me apartas para sacar los pies. La verga dura, saliendo de la bragueta del bóxer me está llamando, la agarro.

Y me das la primera nalgada. Siento el golpe de tu manaza en la nalga izquierda.

– Nena…las manos quietas. En tus caderas.

Te obedezco y me pongo en jarras. Otro azote, ahora en la derecha. Y tu boca va a mis senos. Estoy empapada, noto mi concha húmeda, ansiosa. Tus labios rodean mis pezones. Chupas, lames, muerdes. Yo estoy quieta, queriendo más y más. Excitada con la mezcla de caricia y dolor.

– Por favor…no puedo más …cógeme- te pido.

– Te joderé cuando yo quiera.

Te ríes lobuno y retiras el hilo a un lado y me metes dos dedos en el coño, metiéndote en mi intimidad. Entran fácil, estoy lubricada. Y me das otra nalgada, y otra y otra. Cambias de mano, la que azota, es ahora la que entra en mi chumino, para volver a golpearme. Las noto mojadas por mis flujos que humedecen los globos de mi culete.

No puedo más y empiezo a gemir. No paras de azotarme, de comerme las tetas y meterme los dedos y yo quieta, entregada: tu juguete.

Me va viniendo la ola del orgasmo, estoy en tus manos, dejas los dedos dentro moviendolos y jugando con ellos en mi vagina. Me muerdes el pezón, el dolor potencia mi placer y …

– ¡ AAAHHH!- me vengo desgarrándome en un grito y entonces me das un azote fuerte que me convierte en una catarata que rompe.

– No te he dado permiso para correrte…puta…voy a tener que castigarte… ¿lo sabes?

– Sí, cabrón…haz lo que quieras y méteme esa polla …a eso he venido…a que me folles…cerdo.

– Nena, voy a tener que enseñarte. Dame la tanga. – me ordenas mientras te quitas el calzoncillo. Tienes la verga dura, con un brillo especial en el cipote. Recojo nuestra ropa del suelo y la dejó en el galán de noche junto a la mezcla de silla y sillón de madera y enea.

– Una mujercita ordenada…ven-

Abres la puerta del armario espejo y veo parte de tu colección de juguetes. Sacas unas esposas de cuero con una cadena de unos 30 centímetros.

– Túmbate en la cama.

Te obedezco, me tiendo, sé lo que quieres, te doy una mano, colocas una esposa en la muñeca, tiras hasta llevarla al cabecero, y pasas la cadena por entre los barrotes, la sacas y usas la otra esposa para ponerla en la otra mano y me dejas prisionera, encadenada, un juguete para tu pasión. Quiero excitarte más.

– Cabrón, cógeme…mete esa verga de toro…fóllame.

– Nena, todavía no. Abre esas piernas.

Te obedezco y lo hago, te pones cómodo entre mis muslos y acercas tu boca a mi sexo, me echas el aliento, siento el calor, y pasas la lengua por el canal de mis labios, lames mis jugos más íntimos, y empiezas a comerme, sin prisas, haciendo que cada vez mi flujo sea mayor. Metes dos dedos en mi vagina, tranquilo buscas mi punto G. La boca ha ido a mi clítoris, lo descubres duro. Lo lames, lo chupas, juegas con él entre tus dientes, sin dejar de tocarme ahí…y no puedo más…me muerdo los labios para no chillar, quiero sorprenderte y lo hago: un squirt fuerte, salvaje, me desborda y vos, corres a beberlo.

– Putita… ¿te has meado de gusto? Viciosa…voy a tener que castigarte.

– Cabrón…dame más, quiero tu polla…cógeme.

Te levantas y vas al armario, sacas una fusta y te das dos golpes en la palma de la mano para que oiga como suena. Tiemblo anticipando de la mezcla de dolor y placer que me espera, Me pasas la palmeta de la fusta por el monte de Venus, lo haces muy despacio. Yo abro las piernas para que tenga acceso a mi chocho. Y tú juegas con mis labios íntimos para que yo sepa que soy tu muñeca. Me das un golpe muy suave que me hace levantar mi pubis buscando más. Y me lo das un toque más fuerte, que me vuelve a poner en la carrera. Y me pasas el látigo por los pezones. Tiesos erectos, duros me mandan una descarga de placer a mi sexo, me doy cuenta de que estoy en tus manos y que quiero que me tomes y uses.

– Date la vuelta…zorrita.

Giro, me quedo tumbada, atada, con culo dispuesto para el azote. Y llega el primero. Suave, pero seco. Y viene otro, y otro y, gimo, y vuelvo a sentir el escozor de la fusta en la carne de mis nalgas. Me doy cuenta de que sabes usarla para que pique, duela, pero no deje marca, solo el culo colorado, sabedor que le han castigado.

– Como una perra.

Y te obedezco. La correa que une las esposas me permite ponerme en cuatro. Me miro en el espejo. Estoy hermosa, las medias negras, las ligas que corren por mis muslos, el corsé que me remarca las formas, sumisa, esclava, entregada. Y me azotas fuerte en la zona que cubre el corsé.

– Putita, te has ganado 10 latigazos.

Y me los das contando: Uno ,dos …

Y yo suelto un AAYY cada vez que siento el golpe. El ver en el espejo como me azotas, me excita aún más. Empapada, mis flujos brillan en mi concha. Quiero que me folles ya. Necesito tu verga en mi coño. Y lo sabes. Yo ardo de lujuria. Vas al armario, sacas unas pinzas para los pezones. Me miras malvado, vicioso, amo de una hembra atada azotada, entregada. Me tocas las tetas como si fuera una ovejita a la que ordeñas. Y cuando me oyes gemir de placer, me pones las pinzas. Me aprietan, me duelen, me excitan.

Sin decir nada, dueño de mi placer, haces que me gire, para dejar mi popa al alcance de tu pija. Apoyas el cipote en mi coño, me agarras las caderas y te clavas en mí, llenando mi vagina encharcada. Me das un azote y el PLAS de tu manaza es el comienzo de un mete saca brutal. Hasta dentro, casi fuera, lento, rápido. Empiezo a maullar de placer, me llevas, me traes.

– AAAHHH- me vengo mientras me dejas empotrada en el mástil de tu verga.

– Ya te has vuelto a correr…que puta eres. – me dices mientras la sacas. – Date la vuelta. Y ponte mirándome…gatita.

Te obedezco. Quedó como una perra con la cara casi rozando tu polla dura. Con una mano agarras la cadenita que une las pinzas que aprietan mis pezones y tiras hacia ti. Con la otra te agarras la pija y empiezas a golpearme la cara, junto a mi boca abierta que te espera. Dolor, humillación, placer. Ahora eres tú el que vas a descargar tu semen, te vas a dejar de controlar, lo sé. Dejas la polla quieta, la lamo, la limpio con la lengua, la beso, me meto un poco, juego con mis labios dándote placer.

– Zorra…te vas a tragar toda la leche.

Sin dejar de jugar con la cadena que hace que mis pezones se sientan presos, apretados, usados, con la otra mano me agarras del pelo, y me metes tu tranca hasta que me llega a la garganta y me follas la boca, dominándome con tu hombría. Y por fin te descargas en mí, sujetando mi cara para que tome todo tu semen.

– Ahora te voy a desatar, te vistes y te vas a tu casa. Deja la tanga acá para que sepas …

– Quien me sabe coger. Pero si quieres que vuelva pídemelo.

TRES

ELLA VOLVIÓ SUMISA. ME ENCONTRÉ EL HILO, DOS CHARLINES

Tú, volviste a por tu tanga y ahí en mi casa, te di todo lo que quise y un poco más. Pero no quedaste contenta y querías más, pedías más, necesitabas más. Tú habías sentenciado, que, si quería más, tenía que pedírtelo. Lo hice, vaya si lo hice y puse mis condiciones. Y esas no eran otras que te quería sumisa y entregada, serías mía en cuerpo y alma durante esa tarde y después serías libre o serias mía.

A mí, me gusta tener el control, dominar, mandar y dar placer y creo, eso era lo que tú querías, deseabas que un hombre te hiciera suya hasta volverte loca, hasta que tu mente se uniese a tu cuerpo y hasta llegar al desvanecimiento. Eso sí, esa tarde y como prueba de tu sumisión, tendrías que seguir al pie de la letra lo que yo te dijera.

Te expliqué las palabras de seguridad, estas siempre son necesarias, con ellas la sesión está segura. Rojo, parar inmediatamente, amarillo, consensuar, y cuando te pregunté, si es verde, continuar. Tú estuviste de acuerdo.

Llegaste a mi casa casi temblando, el miedo se reflejaba en tus ojos. Yo, te sitúe en el medio del salón

  • ¿Estás dispuesta a todo, me vas a obedecer?
  • Amarillo señor, Si señor, lo que usted diga será ley.
  • Muy bien, quiero que te desnudes del todo y me des tus braguitas, antes de empezar el juego, hazlo despacio y muéstrame tus encantos. ¿Te van bien diez azotes para empezar?
  • Perfecto señor, lo que usted quiera será también mi deseo.
  • Entonces estamos de acuerdo, desnúdate y dame tus braguitas.

Lentamente desabrochaste los botones de tu vestido. Al ir abrochado por delante te fue fácil. Lo dejaste caer, deslizándose este lentamente sobre tu cuerpo. El roce te excitó, pues tus pezones se pusieron bien duros. Esos pezones que me volvían loco, largos cual tetina de biberón y ahora suficientemente gruesos para poder sorber de ellos. Mi vista se fijó en ellos, como sobresalían, cuando doblaste tu cuerpo, para deslizar por tus piernas, esa tanguita negra que tan buen juego nos estaba dando. La sacaste lentamente de tus piernas, la estiraste y me la ofreciste. Pusiste las manos detrás de tu nuca y te quedaste quieta con tus piernas abiertas en espera de la siguiente orden.

Recogí la tanga de tus manos, la puse sobre la mesa y le hice un pequeño rulo.

  • Abre la boca.

Sorprendida abriste la boca y pude ver cómo una gota de tu flujo se escapaba de tu sexo. Metí con cuidado la tanga en tu boca y te dije.

  • Súbete a la mesa, abre tus piernas y extiende tus brazos.

Tu hiciste lo que te dije, estabas expuesta ante mí y para mí. Tú excitación se podía oler. Recorrí lentamente tu cuerpo con mis manos, en una caricia lenta y suave

  • Recuerda que no puedes correrte, si lo haces, serán quince azotes más.

Asentiste con la cabeza y me miraste con sorpresa, no sabías que iba a hacerte. Continué mi eterna y lenta caricia sobre tus pechos, tus pezones que me pedían ser apretados, pero no lo hice, y tú sexo. Subía por tu cuerpo para volver a bajar, tu sexo lloraba suplicando ser atendido y así lo hice. Mojé con abundancia mi dedo con saliva, lo bajé a tu húmedo sexo y recorrí el canal que me ofrecían tus labios en un lento caminar. Subía y bajaba por tu sexo que cada vez se abría un poco más a mí, cada vez lloraba más y cada vez tus gemidos brotaban con más intensidad. Gemías y abrías tu boca cual pajarillo buscando mi lengua, mis labios. Pero yo seguía impertérrito con mi caricia. Volví a subir por tu cuerpo, acaricié tus pechos, tus pezones y los apreté muy ligeramente. Tú gemiste, abriste los ojos y en ellos pedías clemencia. Volví a bajar a tu sexo y seguí esa interminable caricia, no había prisa. Tus piernas cada vez se abrían más y tú cuerpo intentaba dirigir mis dedos a tu clítoris. Tus labios vaginales, ya completamente abiertos, me pedían entrar en ti, explorarte, darte el placer que tanto ansiabas, pero no, no te lo daba.

Volví a subir por tu cuerpo para apretar ahora sí, tus pezones. Esto te hizo explotar, ya no aguantaste más y te fuiste en un río que inundó la mesa. Un gran reguero de tu flujo daba fe de tu corrida.

Me pediste perdón, pero no lo hubo, te habías ganado quince azotes que me sabrían a gloria.

  • Ya puedes correrte, ya conseguí mi propósito.

Seguí mojando mi dedo, para ahora, rodear únicamente tu clítoris, ya buscaba tu placer. Tu sexo era una fuente, fuente que anunciaba la llegada de tu placer. Abrías tu boca, gemías, levantabas tu pelvis. No tardaste en cerrar las piernas y atrapar mi mano con ellas. Otra vez, la mesa fue prueba de tu corrida. Te dejé disfrutar de tu orgasmo, para decirte después.

  • Levántate y ponte de pie frente a la mesa.

Las bragas en tu boca te permitían y ayudaban a estar callada. Te pusiste frente a la mesa. Yo me desnudé, meneé con suavidad mi polla frente a ti.

  • Abre la boca.

La abriste, te saqué la tanga de ella la dejé sobre el aparador y me tumbé erecto sobre la mesa.

  • Ven, ponme el coño en la boca y chúpame la polla

Obediente atendiste mi orden. Te metiste mi polla en la boca con ansia, a la vez que posabas tu coño sobre mi boca.

El calor y la humedad de tu coño llenaban mi boca. Mi lengua titilaba tu clítoris, mientras mi polla desaparecía dentro de tu boca. Tú garganta me follaba como una virgen vagina, mientras, mi lengua incansable extraía todos los jugos de tu sexo. Nuestros cuerpos se fundían en busca de un placer rápido. Tu boca incansable chupaba mi polla buscando llenarse de mi esencia, de mi ser.  Mientras la mía, recogía tu néctar sagrado que brotaba incansable para saciarme. Votaste sobre mi boca temblando, aplastando tu sexo sobre ella, engullendo con gula mi polla. Polla que llenaba tu boca entrando hasta el final de tu garganta.

No aguantabas más, votabas con fuerza sobre mi boca mientras intentabas respirar. Te saliste del abrazo para poder respirar, para retomar fuerzas. Yo me bajé de la mesa y te arrastré hasta su borde, bajé tus piernas apoyando tu pecho en la mesa y te penetré desde atrás. Entre en ti de una y sujeto a tus caderas te penetraba con fuerza incansable. El tiempo se detenía mientras tus gritos de placer llenaban la habitación. Yo mientras incansable seguía tras de ti ahora azotando tu culo con una fuerza media. Mi orgasmo ya estaba próximo y tú lo sabías, pues empujabas con fuerza tu culo contra mi polla. El orgasmo me llegó sujeto a tus caderas y clavé tan fuerte mi polla en ti, que te levanté del suelo mientras te llenaba de espuma blanca.  Nos tumbamos en el sofá yo sujeto a tu pecho y tú recobrando el aliento. Te dije que te debía quince azotes y estos te volverían loca. Tu apoyaste tu culo contra mi polla y gemiste.

  • Vos sos un depravado y eso me encanta. Azótame cuanto te plazca

Descansamos medio aturdidos recibiendo cada uno el calor del otro hasta que apretando tu pezón y besando tu cuello te desperté. Mi polla también despertó latiendo entre tus piernas

Busqué en mi armario de los juguetes del placer, encontrando una fusta de amplia lengua, también recogí de su interior un antifaz y unas esposas. Te incliné sobre el respaldo del sofá con los ojos tapados y até tus manos en la espalda. Con la fusta acaricié tu cuerpo mientras notaba como tú piel iba adquiriendo esa forma de piel de gallina, que indica la excitación, el miedo y el placer. Seguí con la fusta acariciando tus piernas y el interior de ellas. Subí por tus muslos hasta llegar a tu sexo. Lo acaricié con la pala de la fusta y está, apareció mojada.

Levanté la fusta y la dejé caer sobre tu culo, un ruido seco fue seguido de tu gemido. Volví a fustigarte, está vez entre tus piernas, tú las cerraste y te las volví a abrir.

  • Tranquila putita, esto solo es el principio.

Volví otra vez a tu culo donde una franja roja anunciaba el azote. Descargué sobre tu culo otra vez, igualando ambas posaderas en perfecto cuadro abstracto. Nuevamente en tu culo y otra vez en tu culo. Dos perfectas equis recorrían tus posaderas. Tu coño brillaba por el desbordar de tu flujo. Acerqué mi mano para notar el calor en tu culo, lo acaricié guiando mi mano hasta el interior de tus muslos donde mi dedo entró en ti absorbido por tu sexo. Gemiste al sentirlo dentro y moviste tu culo para que entrase totalmente en ti. Lentamente, muy lentamente lo movía de afuera hacia adentro, notando en él, tu humedad. Gemías y movías el culo.

Tras unos minutos con mi dedo en tu sexo y cuando tus gemidos anunciaban tú orgasmo, salí de ti y está vez con mi mano, azoté tu culo. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces. Volví a la carga está vez con dos de mis dedos, entrando en ti muy lento, muy suave. Tú te retorcías de placer y buscabas terminar con un fuerte orgasmo, pero me detuve y te di la vuelta. Ahora tus pezones desafiantes se ofrecían tremendamente duros ante mí. Recorrí de nuevo tu cuerpo con la fusta. Tu sexo totalmente húmedo, tus pechos, tu cuello, tu cara, para volver a tu pecho derecho, donde descargué con brío sobre él, acaricié tu otro pecho y volví a descargar, tu sexo fue mi siguiente objetivo y aquí ya te dejaste ir y gemiste. Volví a tus pechos y los azoté de nuevo.

Bajé mi boca a ese biberón que se me ofrecía, duro erecto y desafiante, para amamantar me, para darme más fuerzas. Tres de mis dedos entraron en ti está vez con brío, encabritados buscando tu placer, placer que te llegó a los pocos minutos. El suelo y mi mano se cubrieron de tus jugos, mientras tus piernas se doblaron para quedar arrodillada sobre la alfombra del salón.

Aproveché para acercar mi polla a tu boca, boca que abriste nada más sentir la punta sobre tus labios. Tu boca me acogió con gula, lentamente fuiste poniendo con tú boca mi polla en todo su esplendor. Cuando ya la tenía totalmente erecta, te la metí hasta el fondo donde traspasé tú garganta y sujetando tú pelo en dos coletas, empecé a follarme tu boca. Tuviste un par de arcadas, pero conseguiste controlarlas. Ponías tú mano sobre mi vientre para poder respirar, pero enseguida volvías a tragar toda mi polla. Tus ojos eran un mar de lágrimas y cada vez que sacaba mi polla, venía envuelta en tus babas que dejaban unos hilos que regaban tu pecho, donde reposaban unos segundos, para seguir el camino hasta tu coño. Tu mano también bajó a este y con decisión acariciaba tu clítoris. Tú gemías con mi polla en la boca, abriendo está cada vez más, movida por el placer de tu mano. Incansable te di fuerte, muy fuerte y cuando sentí tu orgasmo te clavé la polla en lo más hondo de tu garganta y me vacié en ti. Tú me empujaste para poder respirar quedando desmadejada en el suelo del salón

  • Eres un hijo de puta, un gran hijo de puta. Menuda follada de boca, joder, menuda follada.

Te recogí en mis brazos y te llevé a la cama, donde recobraste el aliento. Te acaricié el cuerpo y te susurré.

  • Aún te faltan unos azotes y no te irás de aquí sin ellos. Esa tanguita va a dar mucho juego. No tengas prisa gatita, no tengas prisa, pero sé que querrás volver, necesitarás volver y volverás.

CUATRO

VEN

Estoy caliente, muy caliente, desnuda bajo la camisa azul de mi marido, me gusta, me excita el olor a mi macho, me acarició el clítoris, despacio.

Está mirándome por la ventana del patio interior. Con la remera de los Rolling, y cuando se da cuenta que le veo, se baja el short y saca la polla, está ya dura, tira para descapullar, mostrando su cipote.

Hace un gesto: Ven.

Y voy.

Me abrocho la camisa, me llega a medio muslo. No necesito más. Tomo el ascensor, bajo y subo, la puerta está abierta y me espera con una sonrisa de fauno.

Tira de mi mano, cierra la puerta y me besa, me mete la lengua, me aprieta contra él. Noto su polla dura contra mi vientre. Me restriego para sentirla y que me sienta.

– Espera, no me rompas la camisa. – le ruego cuando intenta tirar para abrirla.

– Zorra, desnúdate. – mientras me lo ordena se baja el pantalón y deja al aire su pollón, duro, venoso. Lo acaricia.

Yo me desabrocho la camisa, la dejó caer y voy hacia él.

– ¡Qué buena estás y qué puta eres!

Pone sus manos en mis tetas, primero las mima, luego las aprieta, y se ceba en mis pezones, que tiesos, erectos, duros, me trasmiten la lujuria a mi sexo. Y no puedo esperar.

– Túmbate y deja que te monte. –

Le empujo haciendo ver que no puedo esperar. Se tumba despacio, sin dejar de tocarme, sobándome, demostrando que soy suya, su juguete. Y queda en el suelo, con el mástil de su sexo apuntando al cielo.

Un pie en cada cadera e ir descendiendo, con cuidado, hasta que mi chochito mojado roza su cipote. Me muevo adelante y atrás, y su capullo me rasga la concha, surcando la cueva de mis labios. Quiero ponerle salvaje, como estoy yo. El cabrón saber contenerse para volverme loca. No pudo más con el juego y me empotró en su polla.

Estoy tan caliente, que su verga se desliza como el metro en el túnel de mi vagina lubricada. Me quedo empalada. Y él pasa las palmas de sus manos por mis senos, puliéndolos, sacando brillo y mis pezones, que ya estaban duros, se vuelven todavía más sensibles. Los mima,los toca, los aprieta, los retuerce.

Estoy ardiendo ya estaba muy caliente cuando me pidió ir. Su pija dentro, llenándome, me vuelve loca. Me muevo rotando, girando como la tuerca en el tornillo. Lo hago despacio, intentando no venirme. Él se da cuenta.

– Eres una gata muy caliente y multiorgásmica, así que no te controles más. Me encanta ver cómo te corres, zorrita. Yo aguanto arma en alto.

Y me aprieta, estira y retuerce las tetinas de mis senos, la mezcla de placer y dolor, el saberme tan usada, rompe la barrera de mi orgasmo y me lanzo a la gloría con un – ¡OOOHHH! – que me sale de lo más profundo de mi sexo mientras cabalgo al galope con su espada en mi coño.

Me quedo temblando tras el orgasmo, sin poder moverme.

– Gatita, te voy a comer el coñito.

– Y yo a vos, la polla.

Al levantarme y sentir como su verga va saliendo de mí, como un corcho que destapa la botella de mi sexo.

No hace falta que él se levante, sin llegar a ponerme de pie, me revuelvo y coloco mi chocho sobre su cara. Nos quedamos así, yo una loba dispuesta a devorarle y él un tigre saboreando la espera de apenas unos segundos para comerme.

Me da un azote y me atrapa tirando para que mi sexo llegue a su boca.

Yo me dejo hacer. Su lengua entra entre mis labios, su boca sorbe todos mis flujos, y sabio me va comiendo, los labios de mi concha se besan con los de su boca. Le agarro la polla y la empiezo a lamer. El sabor maravilloso de mi feminidad mezclado con el rezumo de su hombría me emborracha. Me la meto en la boca, la chupo, la beso, la gozo.

Me hace gozar, vuelvo a estar en la subida del desborde del placer. Intento concentrarme, aunque el placer que me da impide que me concentre. Cuando va a por mí clítoris, que lo recibe feliz y ansioso, y lo trabaja, me doy cuenta que me estoy volviendo loca de placer, que lo mejor es follarle con la boca, sin miramientos, dejándome llevar mientras me devora.

Sus dedos entran en mí, mientras me chupa el clítoris, me llega al punto G. Y me va viniendo una corriente de lo más profundo de mi sexo. Sé que viene, que está llegando, y que él está preparado.

Cuando me desborda el squirt y mi íntimo río desemboca en su boca, él sabe que soy suya. Me agarra la cabeza, cierro los labios, su verga hasta mi garganta. Cada vez más deprisa, llegando al fondo hasta que suelta su semen.

Me relamo. Miro el reloj. Le doy un beso

CINCO

DESPUÉS, DE VEN, VOLVISTE

Habías estado feliz con tu marido todo el fin de semana, disfrutaste de él, de tus hijos y de tus suegros, pero tu cuerpo te pedía adrenalina, esa que tenías conmigo, esa que sacaba a la puta que tenías dentro y le hacía volar por mi casa, y por mi cama.

Tu cuerpo estaba ávido de esa sensación que hacía que tu sexo se contrajera y destilase gran cantidad de flujo. Estabas deseosa de que llegara el lunes para volver a vivir una nueva sensación, una nueva aventura que volviese a llevarte a la locura, al desvanecimiento. Esa sensación donde tu control desaparecía para ponerte en mis manos y dejar que te guiará a ese nuevo mundo de placer y dolor que tanto te había gustado. Necesitabas tanto esas sensaciones como un drogadicto necesita su dosis o un fumador, su tabaco.

Por fin llego el lunes, despediste con un beso a tu esposo y rauda fuiste al tocador a arreglarte, querías impresionarme y por ello volviste a cubrir tu sexo con nuestra escueta tanguita negra. De igual modo, un vestido atado al cuello cubría tu cuerpo y unos zapatos muy, muy altos, realzaban el contorno de tus impresionantes piernas. Un poco de labial, rojo putón, cubrió tus labios, tu pelo en coleta realzaba ese color. Te azotaste la cara y saliste camino a mi casa.

Me contaste después que tus piernas temblaban en ese corto camino y que la tanga ya estaba empapada al llegar a mi puerta. Cuando te abrí, un hormigueo te recorrió entera y mil sensaciones llenaron tu cuerpo.

  • Pasa hasta el salón y no te muevas.

Tu paseaste lenta hasta el salón, bamboleando exageradamente tus caderas. Te paraste en su mitad y te quedaste quieta.

  • Las manos en la nuca y las piernas abiertas.

Una vez cumpliste mi orden, me acerqué a ti por detrás. Mis manos, recorrían tu espalda, acariciando esa piel que el vestido dejaba a la vista. Seguí la línea de tu espalda para bajar a tus caderas y volverte hacia mí.  Mis manos se fueron directas a tus pechos y los acaricié sobre el vestido. Tus pezones ya estaban erectos. Con la palma de mi mano los acaricié, abracé esas tetinas con mis dedos apretándolos suave y prolongadamente. Tras apretarlos, abarqué suavemente el contorno de tus pechos y los acaricié lenta y prolongadamente. Notaba su dureza en la palma de mi mano y esto hacía que mi polla se tensara dentro de los pantalones de deporte.

Tu ya habías empezado a gemir, buscabas mi boca para aplacar tu calentura y rozabas tu sexo sobre mi pierna.

Mis manos acariciaban esos perfectos y redondos pechos, buscando sus prominentes pezones, que pellizcaba suavemente. Los apretaba entre mis dedos, para luego acariciarlos con dulzura.

Tu gemías mientras echabas tu cabeza hacia atrás.

Lentamente desaté el lazo que unía tu vestido a tu cuello y lo dejé deslizarse por él.

El roce del vestido sobre tu piel te hizo gemir a la vez que cerrabas tus ojos.

Mis manos volvieron a tus pechos, los dibujaron y tiraron de las tetinas de tus pezones haciendo que te desplazaras hacia adelante.

  • Uhmm bruto. – susurraste

Tus pezones estaban tan duros que rayaban las palmas de mis manos. Los acariciaba lento notando como temblabas. Mis manos, ávidas de ti se deslizaban por tu cuerpo, tu espalda, tus caderas, hasta llegar a tu culo. Ese duro culo que me recibió terso y duro, pues tu apretabas tus nalgas para recibir así mayor placer. Lo rodeé, lo acaricié, lo amasé y lo azoté. Todo ello muy suave. Rodeé tu cintura para acercarme a tu sexo, mientras mi boca buscaba la tuya, mi lengua te invadió a la vez que lentamente descendía por tu vientre. Descendí muy lento, conquistando cada centímetro que me separaba de la humedad y el calor de tu sexo. Mis dedos lo recorrieron en su entera plenitud, recibiendo el regalo de tu flujo. Recorrí esos labios vaginales sin prisa, con delicadeza.

El concierto de tus gemidos tenía mi polla tiesa y dura. Tú te revolvías sobre mis dedos buscando una mayor rapidez o una pronta penetración. Impertérrito no te daba tregua, acariciaba tu sexo que se me abría como una flor, mis dedos estaban húmedos de ti, llenos de ti. Tu querías más, jadeabas, te retorcías, buscabas mi boca y polla con tus manos.

  • Por favor, por favor. – gemías

Mi boca se posó ahora sobre uno de tus pezones. Lo sorbí y lo mordí ligeramente. Notabas el calor de mi boca en tu pezón y mis dientes sobre él. La caricia de mi boca en tu pezón y de mi mano en tu sexo te estaban volviendo loca. Sorbia tu pezón, saboreándolo, dibujándolo con mi lengua. Mis dedos acariciaban el interior de tus muslos en una muy lenta caricia que hacía que tu cuerpo bajase a buscarlos para acogerlos en tu interior. Estabas caliente, muy caliente y no parabas de gemir.

  • Túmbaté sobre la mesa.

Así lo hiciste, tiré de tus piernas hasta dejarte al borde de la mesa. Deslicé hasta sacarla por tus pies la tanguita. Te puse un antifaz y procedí a atarte a la mesa. Tu mano derecha a la pata derecha y la izquierda a la izquierda. Até tu rodilla derecha a la misma pata de la mesa y con la izquierda hice lo mismo. Estabas expuesta ante mí y podía ver como tu sexo destilaba jugos, jugos que me alimentarían más tarde.

Tu excitación se sentía y se olía. Olías a hembra en celo, hembra deseosa y caliente. Los labios de tu boca y de tu sexo, estaban abultados e hinchados. Tus pezones erectos, mientras tu sexo dejaba ver un ligero hilillo de flujo que descendía entre tus piernas. Volví a tapar tu boca con la tanga y empecé a besar y lamer tu boca, tu cuello, tus pezones. Te lamía suave y sorbía tus pezones tirando de ellos con mis labios. Acariciaba entre tus piernas llenando mis dedos con tu flujo. Apreté con mis dientes tu pezón, a la vez que mi dedo acariciaba la entrada de tu culito. Diste un ligero empujón hacia adelante, pero la tanga, acayó tus palabras. Movías la cabeza en señal de desagrado.

  • Tranquila, tranquila, no haré nada que tu no quieras.

Estas palabras te tranquilizaron y seguiste disfrutando de los besos y caricias. Bajé por tu cuerpo hasta llegar a tu monte de venus que lamí, besé y mordí. Seguí mi lento caminar hasta llegar a los húmedos labios de tu sexo. Los recorrí, de arriba hacia abajo, hasta llegar a tu ano. Recorrí este con mi lengua, lo lamí e introduje mi lengua en él. Tu cuerpo se arqueó con la caricia, buscando más cantidad de lengua. Me salí y volví a recorrer muy lento el canal de tus labios, bebiendo de ti, llenándome de ti. Gemías y te retorcías, querías que atacará tu clítoris.

Pero tus deseos no eran escuchados, volví a subir por tu cuerpo, lento, muy lento, mordí tu pezón y azoté tu pecho. Llegué a tu boca y te saqué la tanga, quería escuchar tus gemidos. Me acerqué a tu boca y metí mi lengua hasta tu garganta, tu lengua ávida buscó la mía para bailar sin descanso durante una eternidad. Lamí tus labios, los mordí y apreté tu pezón. Noté que tu orgasmo estaba próximo y lo quería en mi boca. Volví a besarte con pasión, mientras esta vez, dos de mis dedos entraban en ti, buscando tu punto G. Un gemido llenó mi boca a la vez que mojabas mis dedos y abrías los ojos para mirarme.

Me deslicé por tu cuerpo, a sorber esos líquidos, que me alimentarían ese día. Mi lengua aró entre tus labios, abriéndolos para mí y mostrándome tu clítoris hinchado. Mi polla dio un respingo y mis labios se pegaron a él, lo sorbí, lo acaricié con la punta de mi lengua hasta que perdí la noción del tiempo. Notaba tu flujo bañar mis labios y adentrarse en mi boca, prueba de que tus orgasmos ahora se sucedían uno tras otro. Tu intentabas cerrar tus piernas, presa de un intenso placer. Sorbí tu clítoris a la vez que volví a acariciar tu culito.

  • Eso, si te lo doy será un regalo.
  • Tranquila, solo lo acariciaré y te volverás loca.

Seguí con mis labios sorbiendo tu clítoris a la vez que lo circundaba con mi lengua. La yema de mi dedo, húmeda de tus jugos, acariciaba la entrada de tu culito sin prisa y sin descanso. Esta caricia te excitaba y yo aprovechaba para beber sin descanso de ti. Quería volverte loca, por lo que aumente el batir de mi lengua.  Tu alzaste tu cuerpo al ritmo de mi lengua, que ahora frenética se movía de lado a lado. Gritaste y tensaste tu cuerpo a la vez que procedías a bañarme con un potente y largo squirt. Recogí lo que pude en mi boca, tragué una parte y compartí contigo el resto.

  • Sos un sátiro y un cabrón, fóllame, ¿a que estas esperando?

Te miré sonriendo con mi sonrisa de cabrón y acercándome a tu oído te dije.

  • Te follaré, no lo dudes, pero, primero te follaré esa boquita de puta que tienes y azotaré esas tetitas mientras aprieto tus pezones. Quiero ver mi polla cubierta con ese labial de putón que me trajiste hoy.

Solté con gran parsimonia tus ataduras, primero las manos y después tus piernas. Llevé tu cabeza hasta dejarla colgando en un extremo de la mesa. Abriste la boca ofreciéndote ante mí. Sujeté tus hombros y me acerqué a tu boca, metí media polla y me movía lento adelante y atrás. Apreté tus pezones con ambas manos y los acaricié después, tú movías como podías tu cabeza intentando tragar toda mi polla. Por fin, di un golpe de cadera y atravesé tu garganta. Una arcada apareció en tu boca y después otra más. Saqué mi polla y te dejé respirar, volví a meterla despacio, follando tu boca con parsimonia. Mi polla, roja de tu labial aparecía espléndida dentro de tu boca. Disté una arcada, seguí con mi penetración, una arcada, otra, otra y salí de tu boca despacio para darte respiro.  Me gustaba sentir tus arcadas y ver mi polla cubierta por el rojo de tu carmín.

  • Cabrón me llegas al estómago.

Sujeté tu cabeza y durante unos segundos te di bien fuerte. Cuando saqué mi polla, tu cara se llenó de babas y tosiste para buscar el aire que te faltaba. Te saqué de la mesa, apreté tus pechos contra ella y te penetré con fuerza, con tanta fuerza que te levantaba del suelo. Te di la vuelta y te puse frente a mí. Metí mis manos bajo tu culo y te levanté dejándote sostenida en el aire.

  • Si quieres que te fólle, métete la polla dentro.

Soltaste de mi cuello una de tus manos, agarraste con fuerza mi polla y la metiste en tu húmedo coño. Entro de una, hasta el final y gemiste. Te estuve follando en vuelo unos pocos minutos, tu mojaste mis piernas mientras te sujetabas con fuerza a mi cuello. Te apoyé sobre la mesa y ahí te di fuerte, muy fuerte, hasta acabar dentro de ti.

  • Si cabrón, si, dame fuerte, más fuerte, no pares, no pares ahora.

Aunque ya me había corrido, seguí dentro de ti, moviendo mi polla hasta que noté como tu boca se pegaba a la mía y mis piernas eran regadas nuevamente. Apretada a mí, estuviste unos minutos hasta que de un salto te bajaste de la mesa.

  • Cabrón, es casi la una, he de hacer la comida.

Te vestiste y saliste corriendo hacia tu departamento.

SEIS

UNA EVA Y DOS ADANES.

Me había llamado para que pasase a su departamento y yo había ido. Llevaba el vestido camisero con el que fui la primera vez, iba como suelo andar por casa, tanga, medias negras a medio muslo, y sandalias de taco medio.

Le dije que no tenía toda la mañana, solo un rato para tomar un café.

No sabía que no estaba solo, había otro hombre, de unos cuarenta y tantos años, con pinta de profesor, que me ha dado la mano, muy educado, aunque ha devorado mis pezones que destacan bajo el algodón.

Fue mi vecino, grandón, poderoso, el que hizo el café. Me lo dio en una bandeja, donde también había un antifaz de avión, de esos que te tapan los ojos para que no veas y puedas dormir.

– Te tomas el café y te vas o te pones el antifaz y jugamos. Tú eliges.

Podía elegir, lo dudé, pero elegí. Tomé el antifaz y me lo puse. Me quedé en la oscuridad. Uno me acercó la taza a los labios y como si fuera una pequeña me lo dio en sorbos. El estar tan entregada me excitaba, me calentaba saber que estaba en manos de dos hombres, manos que me acariciaban por encima de la ropa.

Cuando acabé, uno me sujetó por las muñecas, poniéndolas a mis espaldas, el otro comenzó a desabrochar el vestido. Mis senos quedaban al aire, mis pezones estaban duros. Por la postura mis tetas estaban erguidas, desafiantes.

– Tiene una tetas apetitosas- dijo el invitado mientras las acariciaba con mimo. Se entretuvo en las tetinas de biberón que son mis pezones, jugó con ellos, mientras siguió desabrochando el vestido. Me lo sacó y quedé desnuda ante ellos, solo con la tanga y las medias.

– Está buena. No es alta, pero tiene buen cuerpo, y es guapita de cara. Una muñeca. Me encantan sus pezones. Ves que son como la falange de un dedo cuando está cachonda y se ponen duros.

Noté como puso su mano en mis senos para comparar el tamaño de mis pezones con la falange de su dedo.

– Tenés razón, esta piba tiene unas lolas de cine- y me las acariciaba mimoso, las palmas haciendo vibrar las cumbres. Yo estaba muy caliente. Deseaba que me cogieran. Me excitaba pensar en satisfacer sus deseos. Me tocaban cuatro manos, me sobaban todo el cuerpo, viciosos sus toques rozaban, apretaban, pellizcaban. Mi cuerpo se convertía en un fuego que ardía de lujuria.

– Me gusta el color de su piel, moreno, con las areolas oscuras, grises, casi negras, con esas puntas tiesas que piden que la muerda.

– Mezcla de blanca con sangre de india y de negra casi seguro. Una morocha apetitosa.

Seguían acariciando mi piel, yo empapada, deseando que siguieran, que me usaran.

– Tiene un culo de azote, de esos que apetece nalguear.

– ¿Prefieres que se quite la tanga, o quitársela tú?

– Prefiero usar unas tijeras o un cuchillo, cortar y ver como caen y aparece la concha.

Solo me magreaba uno, oí alejarse al otro. Estaba caliente, empapada. Noté el frío del metal contra la piel de mi cadera derecha y sentí como cortaban el hilo de la tanga, luego cortaron el lado izquierdo, abrí los muslos y cayó al suelo. Me acariciaron el culo, las nalgas, un dedo recorría la raja entre mis cachetes. Sabía lo que va a venir. Abrí las piernas y mi chocho quedó a la vista.

– Depilada, tiene una concha con un color precioso y parece de jovencita.

Me metieron los dedos y los sacaron mojados de mis flujos íntimos. Primero uno y luego el otro juegan con mi coño, sin dejar de tocarme las tetas.

– Por favor…- solo puedo decir eso.

Me tomaron de las manos y las esposaron. Me hicieron arrodillar en el suelo. Sentí la humedad de sus cipotes rozando mi rostro. Abrí la boca esperando que me metieran alguna verga, no lo hicieron, saqué la lengua y empezaron a pasar los ciruelos para que les diera un lametón. Un juego morboso, donde querían ponerme nerviosa, además de caliente. Besaba, lamía, me golpeaban con sus pijas. Quería mamar una buena polla, pero me lo tenía ganar.

Por fin pude meterme una en la boca, creo que era la de mi vecino. No la dejé salir, apreté los labios. Y moví la cabeza para chuparla. Unas manos comenzaron a sobar mis tetas, yo me dejaba hacer, me encantaba como jugaban con ellas, como pellizcaba los pezones, cada vez más duros, más sensibles. Me notaba empapada, estar con los dos, me ponía salvaje.

Pero algo no acaba de cuajar. Me doy cuenta.

– Chicos, quiero cogeros y que me cojáis.

El estar esposada con las manos delante me permite quitarme el antifaz. Y están ante mí, dos machos, hermosos, con sus pollas duras, que quiero sentir en mí.

– Ven, deja que te coma, bien comido- le digo al invitado. – Y tú, ocúpate de mis tetas que sé te vuelven loco.

Agarro la pija del invitado, la lamo, la beso y me la meto muy despacio hasta el fondo, hasta que voy soltando la mano y dejo que me entre hasta la garganta. Quiero que se de cuenta que sé mamar pollas, que no me dan arcadas, que soy una buena zorra.

Mi vecino se concentra en mis pezones, les pasa los dedos luego las uñas, los toma, comprueba su dureza, los aprieta, los retuerce, quiera que sienta el dolor. Me excito más, me siento una gata viciosa usada y me doy cuenta de que de pura cachonda estoy casi a punto y …

– Quiero que me vean. – les anuncio, tras sacar la polla de mi boca, y levantándome, quedarme ante ellos. – Voy a hacerme una paja en vuestro honor.

Sé que a los hombres les excita ver masturbarse a una mujer, además yo lo hago bien, porque me gusta, actúo como una profesional del porno, desde que era novia para ponerle mi chico. Y con unas esposas de cuero y una cadena de acero que las une todavía soy más peligrosa. Una mano al coño, otra a las tetas, la cadena que roza mi piel me excita, me hace sentir una esclava que debo satisfacer a mis amos. Me masturbo suave al principio, pero a medida que el son de la música que marca el ritmo de mi baile sensual se acelera, yo hago lo mismo con mis caricias.

– Puta…zorra…perra…ramera…gata…potra- sus voces me animan.

Yo empiezo a jadear, sé que me voy a venir. Y estalló en AAAAAAHHHHH.

– Gracias, estaba muy caliente y necesitaba un orgasmo. ¿Qué quiere que les haga o hacerme? A mí me apetece su leche. Sentir cómo se corren, cómo les vuelvo locos.

– Sos una gata … una puta … divertida y perversa. ¿Qué queréis hacernos o que te hagamos?

– Quiero que me coman la concha y yo comeros la verga. Lo que no sé es cuántas balas hay en el cargador. Yo puedo venir como una catarata, pero cuantas descargas pueden echar ese par de machos maravillosos.

– Nena …. sabes que sé aguantar.

– Tener el mástil duro y la cogida larga es algo que me encanta practicar. Así que qué quieres.

– Que uno me coma y al otro le como yo. ¿Quién quiere darme la pija y quien quiere ser el tigre que me devora?

– Creo que yo te voy a comer y te tragas la de él que solo la has chupado un poco.

Se tumba, yo pongo un pie a cada lado y me arrodillo para que mi concha quede comestible. Bajo hasta que siento su boca dispuesta a darme placer. Miro a mi vecino que ha renunciado a comerme el coño. Sé que le encanta y a mí me vuelve loca. Un detalle con su invitado, cederle mi coñito.

– La vas a mamar sin manos … gatita.

Yo abro la boca, él acerca su pollón, le beso el cipote, lo lamo y él me va metiendo su tranca en la boca. Me echo un poco para atrás y al hacerlo e intentar apoyarme con las manos me encuentro con el mástil del invitado, lo agarro, me da un subidón de lujuria. Una verga en la boca, hay que concentrarse en que no te den arcadas pues su dueño es el que controla el ritmo y hasta dónde la mete. Una boca que te devora el chochito bien comido, usando los labios y sobre todo la lengua que me ara y va camino del clítoris. Y otra pija a la que menear, algo que me encanta, hacer pajas me vuelve loca. Eso sí de rodillas, procurando no dejarme caer sobre la cara del lamedor de mi concha para no ahogarle. La situación tiene un morbo delicioso. Me acaricio las tetas, el cuero de las esposas roza mis pezones y me excito más.

Mi vecino saca la minga de la boca y me golpea la cara, las tetas, quiere controlar su calentura y evitar correrse, le gusta ser el que domina, su semen es su tesoro y lo hace valorar. El placer que me llega de mi coño, donde además el visitante ha metido los dedos sabios en mi vagina buscando ese punto que me dispara. Y es lo que ocurre, me van viniendo una mezcla de temblores, flujos y deseos que me inundan y hacen que me suelte un OOOOOOHHH de hembra que estalla.

Se dan cuenta y dejan que me recupere. Me pongo de pie, con el coño empapado. Dos lobos me miran con fuego en los ojos, quiero más. Y se lo pido.

– Os quiero dentro…necesito una polla en mi concha.

– Una en el coño y otra en el culo.

– Sí…teneros dentro a los dos…que me cojan como lo que soy una putita… un hotwife… una potra… vuestra gata caliente y viciosa.

– Te vamos a volver a tapar los ojos para que no sepas quien te la mete por cada agujerito.

Me vuelven a poner el antifaz, no veo y eso me excita más. Me tocan, me soban, cuatro manos recorren mi piel. Todo mi cuerpo arde. Juegan con mis tetas, asaltan mis pezones. No tienen prisa. Quieren gozarme, usarme, disfrutar de tener una zorra a su disposición… y a mí me vuelve loca.

Se concentran en mis pezones y en mi concha, sus dedos pellizcan, retuercen las puntas y mis senos al tiempo que acarician mi chochito, y lo penetran y se empapan de mí, y usan mis propios jugos para embadurnar mi esfínter, lo untan, me dilatan el ano al tiempo que lo preparan para tomarme por ahí.

Y me llevan de la mano, uno se ha sentado, me arriman a él, me colocan, una pierna a cada lado de las suyas, toman la polla y la sitúan en la puerta de mi coño y me obligan a bajar. Siento como se abre camino en mi vagina, es una verga gorda, grande que me llena. Me empiezo a mover, quiero sentirla.

Me empujan hacia adelante al tiempo que el macho que me posee va tirando de mí. Quieren que quede mi culo en alto, libre, dispuesto. Sé lo que viene, tiemblo, gimo, se mezcla el placer y una cierta angustia. Lo que voy a sentir es fuerte. Me acarician el ano, estoy quieta, con la pija dentro, noto como están humedeciendo mi oscura puerta, meten un dedo con crema, después dos. Estoy dispuesta.

Y apoyan el cipote en mi ojete, y empujan y siento cómo me van metiendo la polla por el culo.

– ¡Qué fuerte…uuhhhh …. así…así…! Va entrando.

Y entra, y quedó con las dos pijas dentro. Sé que, en una penetración doble, apenas te puedes mover, son los machos que te poseen los que deciden el ritmo, yo solo puedo hacer pequeños acoples, y los hago.

Ellos me toman, van metiendo, sacando, yo cada vez estoy más loca, más entregada.

– Así …así…qué lindo…dame …dame…mas …mas …. Ooohhh….mas … mas… qué gusto…más fuerte …. más duro…más…

Estoy salvaje, me siento una perra que usan dos viciosos y me encanta. No sé lo que durarán, llevan mucho rato sin soltar la leche. Y yo lo deseo, quiero que se derramen en mí. Uno me está tocando las tetas, juega con ellas, a pesar de estar muy pegadas a su cuerpo, me aprieta los pezones.

– ¡Cabrones… cerdos… viciosos…aaahhhh…uh … uuhh …uaaaaa..!

Les insulto, quiero que pierdan el sentido, como me está pasando a mí. Cada vez van más rápido, más fuerte.

– Puta… perra

– Yegua… gata

Soy un terremoto de carne poseída. Tiemblo de pasión, sé que me voy a venir en una ola salvaje, pero quiero que estallen al tiempo de que yo. Y me nalguean, pezones estrujados, y azotes en el culo, las dos vergas llenándome, un traqueteo salvaje y

– ¡YAAAAAAAAAAA! … ¡ME VOOOOYYYYY!

– Puta…

– Puta…

– Gata …

– Gatita

Y descargan su semen en mí.

SIETE

LA GATITA VOLVIO POR MAS

La gatita había vuelto y me había sorprendido, no solo aceptó de buen grado la presencia de mi amigo. Si no que se atrevió a jugar con los dos y esto me dio una idea.

Había un jeque árabe que solía visitar la fábrica algunas veces y yo me encargaba de llevarlo y traerlo y atender sus necesidades del tipo que fueran. Esa semana estaba en nuestra ciudad y me había pedido algo insólito, deseaba ver cómo se corría frente a él una mujer. Ver su cara de gusto y de puta y ver, cómo sus ojos se tornaban en blanco. El no pretendía tocarla si ella no lo pedía, solamente quería ver y disfrutar las vistas.

Pensé en mi gatita, igual estaba interesada en el espectáculo, sabía que le gustaba ser observada y le gustaba el sexo. Una vez caliente, ¿quién sabe? Igual ella quería más, pedía más. Todo dependería de la calentura.

Esa tarde me la encontré en el pequeño supermercado del barrio.

  • Buenas tardes vecina, estas espectacular.

La vecina me miró y se echó a reír.

  • ¿Qué quieres cabrón? Muy zalamero estas tu.
  • Te invito a un café.
  • Venga vamos a pagar y tomamos ese café.

Salimos del super y yo no podía dejar de mirar su culazo, que movía con una perfecta cadencia. Mis ojos se comían ese culo que me tenía hipnotizado.

  • ¿Qué miras cabrón?
  • Tú que crees, ese culo que meneas para que te siga sin pestañear.
  • Jajja sos un boludo jajaja.

Nos sentamos en una mesa y pedimos dos cafés.

  • Tengo algo que contarte, ¿no sé lo que te parecerá?

Y le conté muy despacio la propuesta del árabe. Mi vecina me miraba con ojos de asombro, creo que no llegaba a creerse la propuesta.

  • ¿Me estás proponiendo que sea una puta?
  • Bueno… técnicamente no, te propongo una aventura diferente, algo excitante y donde esta vez, tu y solo tú, pones las reglas y marcas los tiempos. Sé que es algo difícil de asumir, pero creo te será sumamente placentero y excitante.

Tu callaste durante unos minutos, mientras analizabas la propuesta. Tu excitación se notaba en tus pezones que habían levantado la tela de tu camiseta y ahora, parecían tus pechos, dos tiendas de campaña, te mesaste los cabellos sonriendo ladinamente.

  • ¿Me prometes que solamente me tocarás tú?

Por supuesto, solamente yo, es más, igual ni te enteras de que él está ahí.

  • Joder cabrón estoy chorreando, tengo miedo y estoy muy excitada. Me parece algo muy morboso y que puede ser muy, muy excitante. Vale, el jueves por la tarde la tengo libre, pero, prefiero que sea en un hotel.
  • Perfecto, yo me encargo, te recojo en la esquina a las cuatro y media.

Ese día, la gatita maullaba cantando por la escalera camino de su casa. La alegría la invadía y la excitación le tenía la tanga totalmente húmeda. Estaba también asustada, la propuesta era extraña, muy extraña, pero eso sí, llena de morbo.

Los dos días que la separaban del jueves, la tendrían caliente como una gata en celo. Esos días no se masturbó y solamente hizo el amor el miércoles con su marido. Quería estar excitada, caliente, ansiosa.

Me acerqué a la esquina donde me esperaba y la vi radiante, con una blusa blanca y una faldita negra, subida en unos enormes tacones.

  • ¿no se si vengo preparada? – me dijo

Tranquila, seguro que lo estás, además, estas preciosa. Tu cara se tiñó de un color rosado por la vergüenza. Puse camino al hotel, donde el jeque nos esperaba. Tú te removías nerviosa en el asiento.

  • ¿Nerviosa?
  • Joder, no sabes cuanto
  • No te preocupes, es un buen tío y muy respetuoso.

Llegamos al hotel y subimos a la habitación, parecía desierta. En una mesa una botella de champán francés y una nota.

“me gustaría un estriptis antes de empezar, ¿si puede ser?”

Tu asentiste con la cabeza. Abrí la botella de champán y serví dos copas. te tomaste una de un trago, y extendiste tu mano pidiendo otra. Yo te serví otra copa.

En la habitación había un butacón junto a una mesa de café y en el fondo un altillo de unos cuatro metros por dos, más o menos. te subiste a él y me miraste ya con los ojos abultados. Sacando mi teléfono móvil, lo conecté a los altavoces del televisor música y el espectáculo comenzó. Una música suave empezó a sonar. Intimidada dejaste que la música te envolviera y que tu cuerpo se identificara con el ritmo, moviéndote al compás. Con las piernas separadas, deslizaste las manos por tu cuerpo. No pensabas darte prisa. Aquel no iba a ser un rápido espectáculo amateur en el que giraras torpemente hasta acabar desnuda y expuesta bajo los focos, ibas a tomarte tu tiempo. Querías que quien fuera que estuviese mirando a escondidas, se calentara con tu baile.

Te quitarías la ropa a tu ritmo y mostrarías tu cuerpo cuando tú lo creyeras oportuno. Sabías cómo se sucedían los fragmentos en la grabación y cómo reaccionar a cada uno de ellos.

Te desabrochaste el vestido lentamente, guiándote por los acordes de The Stripper con movimientos pausados, sin apresurarte. Una vez que te despojaste de la primera prenda, te sentiste liberada. Te contoneabas con tu lencería de encaje. Dejaste caer las bragas, pero llevabas la tanga negra debajo, habías querido darme una sorpresa. Las tiras de la tanga dibujaban eróticas líneas alrededor de tus piernas y se perdían tentadoramente en la hendidura entre tus nalgas. Te acercaste a mí. Yo me había recostado en el respaldo del sillón y estirado las piernas, dejándolas algo separadas. Tú observaste la luz reflejada en la copa, cuando yo moví la mano. Estabas tan cerca como podías, sin llegar a abandonar el rectángulo de luz que formaban los focos. Te tomaste tu tiempo con el sujetador, aflojando los tirantes, bajándolos poco a poco como finas telarañas de encaje negro, para finalmente, cubrirte los pechos en un gesto de fingida modestia, separando los dedos para permitir que se entrevieran los pezones. Te recreaste todavía durante más tiempo con el liguero, dándome la espalda mientras lo soltabas. Luego te inclinaste y enrollaste las medias hasta las rodillas antes de volverte de nuevo hacia mí. Te diste cuenta de que tenía las piernas más separadas y que movía mis manos, pero ya no sostenía entre ellas la copa de champán. Abandonaste el círculo de luz y te acercaste al sillón. Pasaste una pierna por encima de las mías en una posición que te recordó nuestro último encuentro. La diferencia estribaba en que ahora eras tú la que tenía el mando. Pusiste un pie en el brazo del sillón, contoneando las caderas sinuosamente al ritmo de la música, al tiempo que deslizabas la mano a lo largo del muslo hasta juguetear con las tiras que mantenían el tanga en su lugar, pero sin llegar a soltarlas. Moviste un poco el triángulo de seda negra hasta que apenas cubrió tu moreno vello púbico, que ya había comenzado a crecer. Cuando quisiste retroceder, notaste que yo cerraba los dedos en torno a tu muñeca, deteniéndote.

  • Ya basta – te dije, severamente.

Tú tiraste de la mano.

La música no ha terminado todavía. ¿Has terminado de bailar?, te indique

Volviste la cabeza, cuando una voz fuerte y varonil dijo desde las sombras.

  • Que se ponga el antifaz y te chupe la polla, quiero ver cómo se corre después. Te pusiste el antifaz, algo asustada.
  • De rodillas.
  • No, aun no terminó la música
  • Hablas demasiado, de rodillas

Te solté la muñeca y estiré la mano hacia tus caderas, metiendo los dedos debajo de las tiras de seda para separar la tanga de tu cuerpo. Antes de empujarte de rodillas. La tanga cayó al suelo. Estabas desnuda, salvo por las medias y los zapatos de tacón de aguja, cuando te arrodillaste entre mis piernas, me bajé la cremallera de los pantalones y pudiste observar que ya estaba totalmente excitado. Alzaste la mirada hacia mí.

  • Creo que esto quiere decir que lo consideras un buen espectáculo. – dijiste
  • No pierdas el tiempo admirándola -te dije.
  • Haz algo.

Tú rodeaste mi erección con los dedos, esperando tentarme un poco más antes de ofrecerme alivio. Yo aparté tu mano.

  • Usa la boca. -te ordené con voz ronca, Quiero sentirla y hazlo despacio.

Giraste la cabeza y mediste con los labios la longitud de mi polla, de abajo arriba, antes de lamer el redondeado glande con la lengua. Chupaste primero con suavidad y luego con más fuerza hasta que yo respondí, sujetando tu cabeza. Gemía mientras cambiaba de posición en el sillón, abriendo más las piernas y presionándote la cabeza con la mano, como si quisiera asegurarme, de que no te retirarías dejándome insatisfecho. Tú, ladina y segura de ti, te introdujiste un poco más mi polla en la boca. Mientras, al sacarla la acariciabas con el borde de los dientes, jugueteando, observando mi respuesta, esperando que te dejará utilizar también las manos. Volví a gemir otra vez y tú moviste la cabeza para acariciarme los huevos con los labios y la lengua. De repente, te puse las manos debajo de los brazos para alzarte y sentarte a horcajadas sobre mi regazo, dejándote mirando al frente. Quería follarte y estaba al límite. Pero antes debía esperar la orden. El árabe salió de su escondite, me miró y asintió con la cabeza.

  • Ya estás preparada, ¿verdad?

Mi voz era todavía más ronca por la excitación-. Realmente te excita que alguien te miré, ¿eh? Te mueres porque te fólle, ¿a que sí?

Tomaste mi polla con la mano y la sentiste dura y palpitante bajo los dedos.

  • ¿Cuánto tiempo crees que podrás contenerte? -me preguntaste.
  • Creo que lo suficiente- te dije.

De frente al voyeur acaricié tus pechos apretando tus pezones, mientras te mantenía sobre mi polla, pero sin penetrarte. Gemías casi desesperada pero no querías dar la orden. Tus pezones cada vez estaban más excitados y el placer de mi caricia cada vez era mayor.

Te solté y esperé a que tu respiración se estabilizara. Te puse las manos en el culo y te acerqué, guiándote sobre mi miembro al tiempo que arqueabas las caderas. No era la posición más cómoda, pero te moviste en contrapunto conmigo.

  • Qué bueno. Logré decir entre jadeos-. Me gusta mucho.
  • Cabrón me llenas entera

Tenías los ojos entrecerrados y tu cara reflejaba un profundo placer, el placer que tu misma te dabas. Seguro, te sentías como una stripper de verdad, complaciendo a un espectador. Para sugestionarte yo te decía.

  • Ahora todos te miran, te observan, todos desean estar en mi lugar.

Tu cabalgabas gimiendo sobre mí, asida a tus piernas, con los ojos tapados sentías aún con mayor énfasis mi penetración. Estabas caliente, muy caliente.

  • Despacio, té dije. Haz que dure.

Mientras, el jeque cada vez estaba más cerca y miraba tu rostro fijamente. Tu podías sentir su aliento y eso te excitó aún más.

Estabas dispuesta a intentar prolongar el placer, el placer de los dos, pero notaste que el orgasmo iba recorriendo tu cuerpo y empezaba a subir por tu columna hasta tu cerebro, abriste la boca, gemiste y te clavaste en mi parando todo movimiento.

  • Joder, gemiste, que rico, que rico ha sido.

El jeque también excitado dijo que había sido magnífico y me pidió que te quitara el antifaz. Tú lo miraste fijamente a los ojos hasta que él se quitó la chilaba que cubría su cuerpo.

  • Sin tocar dijiste tu.

El hombre lo entendió y se sentó frente a nosotros sobre una silla.

  • Mastúrbala para mí.

Lentamente fui abriendo tus piernas, hasta dejar tus muslos colgando de cada una de las mías. Estabas expuesta ante el hombre y eso te excitaba. Tu sexo totalmente abierto, le dejaba ver tus labios y la humedad de tu excitación. Tú también podías apreciar como el miembro erecto del hombre te rendía armas.

El hombre tenía un miembro largo y grueso, su mano dejaba un buen trozo a la vista después de rodearlo. Tú lo mirabas atónita mientras él subía y bajaba su mano.

Yo empecé la caricia de tu sexo, primero recogía tus flujos, para llevarlos a tu clítoris, pero no me quedaba en él. Subía y bajaba por los labios de tu sexo en una lente caricia. Tu seguías impertérrita la mano de ese hombre sobre su miembro morado. Gemías y te estirabas encima de mis piernas.

  • Haz que se corra, quiero ver cómo se corre.

Mi polla totalmente dura, empujaba los pliegues de tu sexo y mis dedos fueron directos al clítoris. Lo acaricié lento muy lento en pequeños círculos, a la vez que, de vez en vez, palmeaba tu sexo. Volvía a la caricia mientras mi otra mano apretaba tu pezón, esos pezones que me volvían loco. Lentamente aceleraba mi fricción sobre tu clítoris, a la vez que apretaba y acariciaba tu pezón. Tu respiración empezó a acelerarse y bajé el ritmo.

Tus ojos seguían el movimiento de la mano sobre la polla y tu cuerpo saltaba sobre mí, pidiendo más movimiento, más fuerza, pidiéndome placer.

Viste como el hombre asentía y mi mano aceleraba su fricción, los círculos sobre tu clítoris ahora, se repetían con más frecuencia y la fricción te volvía loca. Moviste tus manos pidiendo que el hombre se acercara y cuando su boca tapó la tuya, le regalaste un orgasmo largo e intenso que recorrió tu cuerpo de arriba hacia abajo.

Te separaste de él, de su boca.

  • Quiero que me folléis, estoy muy caliente.

Lentamente acerqué tu cuerpo al final de mis rodillas, abrí tus piernas y te ofrecí a él. Atónito el hombre sujetó su gruesa polla y la fue pasando por el canal que le ofrecían tus labios. Una y otra vez, la deslizaba sobre ti, impregnándola cada vez más con tus jugos.

Yo había llevado dos de mis dedos a la boca y los había llenado de saliva. Los bajé hasta tu culo y lo penetré con ellos. Tu gemías como jamás te había escuchado y al rato pedías ser follada.

  • ¿A qué estáis esperando?, ¿queréis matarme cabrones?

Para hacerlo más fácil, fui yo quien primero penetró tu culo, ya en el borde del sillón, levanté tus piernas ofreciendo tu sexo al árabe. Este muy lentamente fue entrando en ti. Tú te sujetaste de su cuello y le dejaste hacer, él era el único que podía moverse con cierta facilidad. Así lo entendió él, que empezó un movimiento lento que fue avivando según follaba tu húmedo coño.

Tú, asida a su cuello te dejabas llevar por su movimiento y gemías ahora con fuerza, pues ya se movía con una cierta ligereza dentro de ti. Te estabas volviendo loca y loca terminaste cuando después de un intenso y fogoso momento, él te clavó la polla en tu interior y se corrió en abundancia dentro de ti. Lentamente se retiró dejándote empalada en mí. Echaste tu cuerpo hacia delante, colocaste tus piernas entre las mías y sujeta a mis rodillas, empezaste a sodomizarte a tu gusto.

Miras al hombre fijamente.

  • Ven, acércate, acércate más.

Te sujetaste a su cuello y aumentaste el ritmo, justo cuando bañaba tus intestinos, sujetaste con fuerza al hombre lo besaste con pasión y te corriste sobre mis piernas.

  • ¿Esto era lo que querías cabrón? – dijiste mirándolo fijamente a los ojos

El hombre alucinado te miró y sonrió asintiendo con la cabeza.

Te volví a dejar en el barrio y al salir me dijiste.

  • Eres un cabrón, pero me habías prometido morbo y diversión y vaya si lo he tenido.

OCHO

BELLA DE DÍA.

Es un pedazo de zorra. Sé que se pone como una perra en celo cuando lee como la poseo. Le gusta lo que le hago. Entró en mi vida, me buscó, quería que la cogiera, me animaba a follarla, a dominarla y cuando lo he hecho, ahora se hace la estrecha. Es lo que tienen las gatas, son juguetonas y tienen ese punto de perversas como dice el tango que ella cita de la Gata Varela: se dejan y no se dejan.

La imagino leyendo y escribiendo. Busca estar sola porque sabe que se va a tocar cuando se excita, bien sea leyendo o contando porque lo imagina y lo vive como real. Lo sé y eso me divierte. Es hacerla mía, sus dedos son los míos cuando busca su clítoris y se ve con mi polla entrando en ella o cuando la como devorando ese coñito jugoso.

Le excita excitar como buena puta, tiene ese punto de exhibicionista que busca levantar las pijas de los machos de su entorno y juguetea con las mujeres para sacar la vena “les” que dice ella tienen todas.

Y ahora no hace más que decir que lo deja. Será puta.

Cuando me dieron la primera orden me alegré de haber elegido la ropa que vestía. Mi vecino había puesto una música de striptease, yo iba a jugar de profesional, porque me encanta y sé que no lo hago mal.

Me fui quitando la blusa y la pollera, despacio moviéndome como una serpiente, en mi mente había un foco que me iluminaba, estaba en una pista donde los machos me devoraban con la mirada. Jugar con mis senos cuando solté el corpiño, lucir mis pezones, y saber que me iba a quedar con las medias era el camino. Quería excitarlos, ponerles burros, creo que lo logré, porque cuando me quedé sin la tanguita se olía a los sementales en celo.

Me dejé llevar por las órdenes de mi vecino hasta que me la clavó en el chocho, yo sentada, empalada, expuesta al emir que se hacía una paja ante mí. Mi vecino me masturbaba, yo no aguantaba más, y además sabía que querían verme y oírme venir, me dejé ir entre maullidos de gata caliente satisfecha de verga.

Quería tener a los dos dentro. Sentir la doble penetración, que me llenaran sus pollas, que me atravesaran. Creo, que te posean dos hombres a la vez es una experiencia dura, excitante, pero maravillosa. Y la estaba viviendo, ellos jugaron conmigo, me hicieron suya. Sus manos, sus bocas, sus vergas me hacían hembra para el placer de los hombres. Yo me dejaba llevar. Chillaba, gritaba, gemía, entré en un orgasmo continuo en que chorreaban mis flujos. Gocé como una perra en celo bien cubierta.

Les pedí permiso para ir al baño a asearme, rezumaba semen, lo hice tranquila. Me higienicé y salí vestida. Se había acabado la sesión. Me esperaban en el salón. Les dije que era hora de irme. Me despedí del emir con un beso cariñoso en la mejilla.

Mi vecino me llevaba en su auto, iba tranquilo, y de la forma más natural, en una parada de semáforo rojo, sacó dos billetes de 100 dólares y me los dio.

– Son una atención por tu visita.

– Dios mío…me pagas como a una puta…no muy cara.

– No, nena, es una atención, un detalle. Lo has hecho porque te gusta y te excita. Te encanta que te follen.

Me quedé pensando en que tenía razón, que soy una gata viciosa y me gusta coger y vivir aventuras. Y lo de hacer de puta, porque he actuado como una puta, me había encantado. Recordar lo hecho me volvía a poner caliente. Me llevé una mano a la entrepierna por encima de la falda, me toqué a través de la tela. La otra buscó mis pechos, no me había puesto el corpiño, lo llevaba en la cartera, y mis dedos jugaron con los pezones.

– ¡Qué zorra eres! Pensar que has trabajado de puta te ha vuelto a poner caliente.

– Sí…no sé… pero estoy de nuevo mojada.

Se desvió del camino de nuestra casa, no sabía a dónde iba, pero me excitaba estar en sus manos, manos lujuriosas y expertas en dar placer a una mujer viciosa como yo. Llegó a un edificio con garaje, abrió el portón con un mando a distancia y bajó dos plantas. Paró en una plaza doble. Estaba a oscuras.

Se soltó el cinturón de seguridad y se abalanzó sobre mí, me agarró la cabeza y me besó. Su lengua entró en mí, sus labios apretados a los míos, restregando las bocas. Con la otra mano me atacó las tetas, sus dedos apretaban mis pezones endurecidos. Yo ansiosa busqué su polla, estaba dura, abrí la bragueta, metí las manos y la saqué, era una piedra, volvía a estar dispuesta para joderme, bien jodida. La meneé como una obsesa arriba y abajo, quería que saliera la leche o que me la metiera.

– Gatita, móntate encima y te la metes. – me ordenó mientras echaba el asiento hacia atrás para que pudiera subirme a él.

Le obedecí, me remangué la falta, me quité la tanga, puse una pierna a cada lado, estaba libre el camino de mi chochito. La polla agarrada le dirigí para que su cipote entrará en contacto con los labios de mi concha que deseaban besarle, dejé que me arara, hasta que empezó a empujar y a entrar en mi vagina empapada. Y me la clavó hasta dentro, yo ayudé dejándome caer hasta quedar empalada.

Me sobaba las tetas, yo subía y bajaba, me había vuelto loca darme cuenta que era tan puta. Y nos vinimos a la vez mientras nos besábamos como posesos.

Fumo un Lucky, hace calor, estoy con una camiseta de baloncesto del Estudiantes, que me viene muy grande, es de mi marido, y una tanga blanca, releyendo lo que escribo continuando la cogida salvaje que me han dado en el capítulo anterior, de la serie en la que estoy enredada. Llega mi chico que me besa mimoso en el cuello, se da cuenta que ando con un relato porno. Su lengua camina hacia mi oreja, la mordisquea y una mano entra por la apertura de la camiseta buscando mi seno. Encuentra mi pezón ya duro. Lo acaricia con dulzura. Apago el pucho y giro la cabeza para besarle en la boca.

– ¿Contando cómo te follaron bien follada?

– Sí, y ya sabes…. caliente, porque me lo imagino y se me moja la concha.

Me conoce bien, y mete la lengua jugando con la mía, al tiempo que los dedos que se ocupan de mis pezones se hacen más posesivos, apretando para que sienta que soy suya. Yo le acaricio la verga por encima del pantalón. Enseguida se le pone dura. Su sobeteo de mis tetas se intensifica.

– Vamos a la cama – le propongo al tiempo que apago la computadora.

Tira de mí, me lleva de la mano hasta el dormitorio. Ese dormitorio preparado para el sexo, que recreo en mis relatos. Cama para poderte coger cuando estás en cuatro y el macho llega cómodo con la verga a tu sexo, cabezal y piecero que permiten las ataduras, espejos que te multiplican y potencian tu placer.

– Quiero ver cómo te desnudas …mi toro.

Porque me gusta y me excita ver cómo se desnuda el hombre que me va a follar. Lo hace tranquilo, tomándose su tiempo, sabiendo que su zorra le espera, quitándose la braguita y acariciando su concha.

No nos tocamos, solo nos devoramos con la mirada, poniéndonos más y más cachondos. Se tumba, tiene su pollón gordo, pétreo, en alto esperándome. Voy hasta él, colocó un pie a cada lado de su cuerpo, agarró con mis manos el cabecero y voy bajando hasta que mi coñito entra en contacto con su cipote. Estoy tan mojada que me deslizo clavándome en su estaca.

Me quedo quieta, sintiendo su verga dentro, no nos movemos, nos sentimos unidos, juego con mi vagina, apretando su mástil con mi intimidad. Las manos de mi macho buscan mis tetas, primero las toca sobre el algodón de su camiseta, juega con ellas, me gusta sentir la tela rozando mi piel. Poco a poco hace que mis senos queden al aire, la camiseta entre ellos, los pezones duros, erectos, sensibles, se moja los dedos con saliva y los acaricia mimoso.

– Quiero sentirte así, dentro, llenándome… mi hombre…mientras pienso que …

– Soy otro el que te folla…el que te hace lo que te cuenta que te hace.

– Sabes que me anima…me hace más puta… más tuya.

Y empiezo a subir y a bajar, a deslizarme por su polla enhiesta, mis flujos hacen que sea fácil, tierno, dulce, sentirme suya. El polvo se hace infinito, el calor me va invadiendo, me va llenando, suspiro, gimo de placer. Quiero que sea eterno el camino, pero no es posible y empezamos a acelerar, poco a poco, hasta que los dos subimos hasta la cima y como el agua en una cascada nos derramamos en la lujuria infinita del amor sexual.

Su carcajada resonó en mis oídos, mientras intentaba arreglarme con un pañuelo de papel recogiendo los restos de su semen.

– Malena, podías lamerme la polla para no manchar los pantalones. Y te voy a hacer una propuesta. Chupa…cariño … te voy contando.

Metí su verga, todavía dura en la boca, me sentía una verdadera golfa y me encantaba.

– Te gusta jugar a ser puta… me lo dijo mi amigo con el que follaste el otro día… hoy lo he comprobado.

El asentir con la cabeza, marcaba el ritmo de la comida de su polla, no perdía detalle y me hacía gracia la situación.

– Él necesita una mujer para su consulta de terapias sexuales y a mí me viene bien, una tía como tú para atender a algunos clientes. A ti te va la marcha y encima te llevas una pasta… ¿Qué dices?

– Ya la tienes limpia – le agarré la pija y con dificultades se la intenté meter en el pantalón.

– ¿Y?

-Puede ser divertido… pero solo de día … ya sabes, para que nadie sospeche.

NUEVE

CONFIRMADO. YA ERES TODA UNA PUTITA.

La gatita me había regalado una comida de polla fenomenal. Aun, con mi semen en su boca, le hice la propuesta.

La semana pasada antes de estar con el árabe. Me había reunido con mi amigo Luis. Este tiene una consulta de terapia sexual donde trata las filias de mucha gente que anda por este mundo con gustos, digamos… un tanto extraños. También hay gente que, por sus características físicas, no suelen tener éxito en sus conquistas y necesitan de la ayuda de Luis.

Por lo general esta gente no suele tener problemas de dinero, cuando los tenía, entraba yo en juego. Mi trabajo era cobrar los nada despreciables honorarios de mi amigo. Luis me preguntó por mi vecina, la del tanga, si ella estaría dispuesta a cumplir la fantasía de alguno de sus clientes, sería algo esporádico y le pagaría quinientos dólares por cada sesión. Yo le comenté que tendría que hablar con ella, aunque sabía que su calentura le haría aceptar. Además, le prometería un buen polvo después de cada sesión.

Por eso cuando levantó la cabeza aun con restos de semen en sus labios, le comenté.

  • Gatita, tengo un trabajo para ti, si tú quieres por supuesto. Mi amigo Luis tiene, digamos… un gabinete, donde se encarga de satisfacer los deseos sobre todo sexuales de sus clientes. Él cobra muy bien y yo trabajo para él. Me ha ofrecido para ti quinientos dólares por sesión. Tú pones las condiciones, yo estaré muy cerca por si surgiera cualquier contratiempo, y algunas veces hasta estaré presente.

La gatita abrió tanto la boca que ante mi aparecieron sus muelas del juicio.

  • Me dejas perpleja, no sé qué decir. Por supuesto, ¿todo se hará de día?
  • Todo se hará cómo y cuándo tú digas. Tú eres quien manda y quien pone las normas.
  • Joder, déjamelo pensar hasta mañana, ya te diré algo, ahora he de irme que es tarde.
  • Venga, mañana hablamos.

Tras besar su boca con pasión mientras acariciaba esos pezones que me volvían loco, la gatita salió del auto y corrió al portal. Al llegar se volvió y sonrió. ¡ya estaba, eso era un sí, seguro!

Saqué mi teléfono móvil y llamé a Luis.

  • Luisito, creo que está hecho, mañana te confirmo, pero seguro que sí.
  • Perfecto, Pablito, si te dice que si, pasado mañana tendremos la primera prueba, a las cinco de la tarde en mi despacho.
  • Ahí estaremos, seguro. Ah, nada de marcas ni de laceraciones ni amputaciones, ni siquiera agujas o látigos. Nada que deje marcas más de unas horas.
  • No te preocupes, para esas cosas junto clientes con clientas y viceversa.

Tras llamar a Luis, subí a casa y me dispuse a tomar un generoso whisky. La polla se me puso dura solamente de pensar en esa viciosa vecina que me daría unos ratos tremendos con esos depravados.

Según estaba en el sofá, me desnudé y fijando en mi mente a la gatita, sujeté mi polla, meciéndola lentamente en un subir y bajar, mientras veía como la gatita, gateaba por el suelo de mi salón, acercaba su cabeza a mis piernas y ronroneaba curiosa. Lentamente se acercó a mi polla y la tragó de una hasta tocar su garganta con mi capullo. Sus ojos se abrieron y sus pupilas se dilataron mientras mi mano seguía su ascenso y descenso lo más lento que yo podía. Me miraba lasciva, con la boca deformada por el grosor de mi polla. Cuando la tuvo bien dura. Me miró a los ojos, dio dos pasos hacia delante y me ofreció su culito. Yo aceleré el ritmo de mi paja, mientras veía como ponía mis rodillas en el suelo y entraba en ella sujeto a sus caderas. La gatita maulló al sentir mi polla en el final de su sexo y mi mano aceleró aún más el ritmo. Sujeto a sus caderas, azotaba su culo, ella sabía que más fuerza, significaba más rápido y gritó.

  • Más fuerte, más fuerte cabrón.

Al tercer azote mi mano quedó bañada por mi esperma y yo quedé tranquilo sobre el sofá. Tomé un sorbo del whisky y me fui a la cama.

El timbre de la puerta me despertó, miré el reloj. ¡Joder las diez y media! Salté de la cama sin pensar que estaba desnudo y miré por la mirilla. Tras la puerta estaba mi vecina, radiante con una sonrisa de oreja a oreja. Le abrí la puerta y según entro, la empujé contra la pared y la besé con pasión a la vez que ya tenía sus pezones entre mis dedos.

  • Tranquilo, fiera… sí que te has levantado con ganas sí. ¡Mira como tienes la polla cabrón!
  • Anoche tuve que masturbarme pensando en ti, me dejaste con las ganas de follarte.
  • ¿siii, pobrecito?, uhmmm mi pequeño

Cuando conseguí separarme de ella fuimos a preparar un desayuno a la cocina. La gatita se sentó y me dijo.

  • Lo he pensado bien y vale, por lo menos unas sesiones sí qué haré, para ver cómo es y qué tal me va. Ya sabes todas las condiciones.
  • Si, ayer hablé con Luis y ya le expliqué todo.
  • Te libras que tengo que irme.
  • Espera, ¿el miércoles a las cinco, te va bien?
  • Claro, aquí estaré sobre las cuatro.

Se levantó sujetó mi polla con fuerza y mientras me besaba, la meneo con presteza. Yo azoté su culo y la dejé ir. Esa vecina me estaba volviendo loco.

Ese día tenía que acercarme a cobrar a una bonita y tímida rubita que no había pagado sus sesiones. Llamé al portero y como siempre contesté.

  • Carta de correos.

Me abrieron y subí, la rubita debía la nada despreciable cantidad de cuatro mil euros y por las pintas del edificio, me extrañaba tuviese como pagarlo. Llamé a la puerta y enseñé un sobre, la rubita, abrió y yo di una patada a la puerta y la empujé dentro del piso.

  • No me andaré con milongas, he venido a cobrar las consultas del doctor Luis Izquierdo.

La muchacha reculó hasta dar con su espalda en la pared y balbuceando me dijo.

  • Es que… es que… no sé cómo lo voy a pagar, me he quedado sin trabajo.
  • Bueno, a mí eso me da igual, yo he venido a cobrar y tendré que ver cómo lo hago. Así que desnúdate.
  • perooo, perooo, yooo

Sin esperar más le crucé la cara con una fuerza mediana.

  • No estoy para perder el tiempo, bonita
  • ¿Pero, qué dices, que quieres que haga?

La miré fijamente a los ojos y le volví a cruzar la cara.

  • Que te desnudes y yá.

Balbuceando se quitó la camisa y se bajó los pantalones.

  • Todo joder, todo. ¿estas vacilándome?

Lentamente y gimoteando, se quitó el sostén y se bajó las braguitas, tapándose con las manos.

  • Las manos en la nuca, cojones.

Ahora sí que gemía mientras llevaba sus manos a la nuca. La verdad es que tenía un bonito cuerpo. Unas tetas más grandes de lo que su camisa dejaba ver, un coñito rasurado y lindo de ver, un buen culo y una cara bonita. Me acerqué a ella y acaricié uno de sus pechos, me sorprendió la suavidad de su piel y la tersura del pecho. Me deslicé por su cuerpo hasta su coño que estaba para mi sorpresa completamente empapado.

  • Joder putita, ¿te has puesto bien cerda hee?

Ella no dijo nada, ni se movió, metí dos de mis dedos en ese encharcado coño, los moví con energía y antes de un minuto la muy puta ya se había corrido sobre mi mano.

  • Muy bien putita, te diré lo que vamos a hacer. Tengo un local bastante exclusivo, donde mis putitas realizan trabajos para la comunidad. Digamos, que, si eres buena, en poco tiempo podrás saldar tu deuda ¿y quién sabe? Igual te gusta y te quedas. El reparto será, un tercio para ti, un tercio para mí y un tercio para Luis. Cuando terminemos la deuda de Luis el tercio suyo, pasará a ser tuyo. ¿Te parece bien?
  • Si señor, si, como usted diga.

Le escribí una dirección en mi libreta y arranqué la hoja, se la di.

  • Hoy a las nueve estate aquí, que no tenga que volver, pues no seré tan amable.

Salí de esa casa pensando que había hecho una buena adquisición que me daría mucho dinero. Ese día lo pasé tranquilo en casa, me pasé por el club, di las órdenes y volví a casa.

A las cuatro en punto, mi vecinita llamó a la puerta.

  • Buenas tardes, vecino.

Me dijo, mientras apretaba mi polla con fuerza.

  • ¿Tenemos tiempo para un rapidín?
  • No, la verdad es que hemos de ir antes, Luis quiere hablar contigo.

Era una pena perder ese momento único, pero ya tendría tiempo después o al día siguiente.

Llegamos a la consulta de Luis y este raudo se levantó y saludó a mi vecinita con dos besos en las mejillas.

  • Sentaros, hice que vinierais antes, pues quiero explicarte, ¿Mariela, te llamas Mariela?
  • Si
  • Bueno pues quería explicarte Mariela. Este cliente es un tanto especial, no quiere que lo vean, por lo que tendrás que llevar los ojos tapados, no le gusta que le toquen, por lo que atara tus manos. Por otra parte, será respetuoso con todas las normas. Es bastante peculiar en su forma de follar, pero eso ya lo sentirás, no quiero adelantarte nada. Te diré que Pablo estará presente, para salvaguardarte.
  • Vale, siendo así, mucho mejor.

Luis puso un antifaz a Mariela y encima de este colocó unas gafas de piscina para tener la seguridad de que no vería nada. A los pocos segundos apareció un tío tremendo, completamente desnudo. Mediría más de dos metros y de ancho tendría casi metro y medio. Un pedazo de animal.

  •  Desnúdate, déjate las medias solamente.

Mariela se desnudó lentamente dejando sus preciosos pezones a la vista del hombre. También se quitó la tanguita y dejó su lampiño coño también a la vista del hombre. El hombre admirado se acercó a Mariela y le acarició los pechos tirando sin mucha fuerza de sus pezones. Mariela gimió.

MARIELA.

La falta de visión acentuaba mis sentidos. El hombre me sujetó las manos a la espalda y acarició mis pechos y mi culo, para seguir apretando mis pezones. Cuando noté la caricia en mis pechos y el suave apretar de mis pezones, me estremecí entera. No sabía lo que tenía delante, pero ese hombre tenía unos gruesos dedos y unas manos grandes que abarcaban todo mi pecho. Notaba su respiración que se agitaba por momentos. De repente me sujetó por las caderas y me alzó, llevando mi coño a su boca y dejando colgar mi cabeza. El hombre empezó a lamer mi coño pasando su lengua por todo él, hasta terminar en mi culo por un lado y en mi clítoris por el otro.

Yo notaba su polla cerca de mi boca, dando golpecitos en mi cara. Busqué su polla con mi boca, hasta cazarla y poder empezar a chuparla. El hombre parecía ser un buen animal, pero por suerte su polla era una polla normal de no más de dieciocho centímetros y aunque era gruesa, tampoco lo era en exceso. Procedí como pude a lamer esa polla, que por cierto tenía un agradable sabor. Solo podía con su capullo, ya que la postura no me dejaba abarcar más trozo. Mientras el hombre ya había recogido mi clítoris entre sus labios y con su lengua, le daba ligeros recorridos en círculo que me estaban llevando a un orgasmo, que deseaba ya con intensidad. El hombre sorbió mi clítoris y ya no pude más y me dejé ir en un callado orgasmo, ya que su polla tapaba toda mi boca. En ese momento en que mi orgasmo iba ascendiendo en intensidad, el hombre apretó mi cabeza contra su polla llevando esta hasta mi garganta y produciéndome una arcada, que a la vez desató un río entre mis piernas. Me estaba ahogando, pero era tan dulce la sensación que era incapaz de hacer nada más.

Cuando el hombre me dejó respirar los pulmones me dolían de la gran cantidad de aire que había metido en ellos. Tosía y babeaba a la vez que apretaba mis piernas para no perder ese intenso orgasmo.

Me giró poniéndome frente a él, se arqueó un poco para sentarme sobre sus piernas, soltó una mano de mis caderas y dirigió su polla al interior. Me sentí llena al momento y esa sensación de flotar en el aire me tenía ya al borde de un nuevo orgasmo. Sentí como el hombre se enderezaba, sujetaba mi culo por mis posaderas y levantándome como una pluma, empezó a follarme con fuerza.

Yo me sentía como en un columpio, con mis piernas totalmente abiertas, recibiendo un pollazo tras otro que, aparte de llenarme, me llevaban camino de un torrente de orgasmos. El hombre no paraba en su loco frenesí y estoy segura como mi coño bañaba su polla. El plof, plof de dos cuerpos fundiéndose, llenaba la habitación. Yo era un orgasmo continuo, mi sentido se nublaba y ahora solamente era una vagina dispuesta para el placer de ese hombre. Placer que le llegó cuando un grito ronco llenó la habitación, a la vez que varias descargas de semen llenaban mi útero desbordando entre mis piernas. El hombre me mantuvo unos minutos en vuelo, mientras su polla se iba desinflando en mi interior. Me soltó lentamente, me giró y soltó mis manos, empujó mis hombros hasta postrarme de rodillas.

  • Límpiame la polla y déjala bien limpia.

Yo adoré con mi boca esa polla me había elevado y nunca mejor dicho al cielo.

El hombre marchó y Mariela quedó tumbada sobre la alfombra. La recogí y la acompañé a lavarse y a vestirse. Una vez hubo terminado la acompañé al automóvil y salimos hacia casa, ya eran casi las siete y media de la tarde.

  • ¿Qué tal la experiencia Mariela?
  • Uff la verdad que excelente, jamás me habían follado así. Sentirme flotar mientras era taladrada por esa polla me ha vuelto loca y esa comida de coño sin yo poder hacer nada ufff. Si te digo la verdad, déjame quedarme un momento en tu casa que aún estoy caliente como una estufa.
  • No te preocupes estaremos un rato en casa.

Al llegar subimos a mi casa y le ofrecí algo de beber a Mariela. Me senté en una de las sillas del salón y Mariela se sentó sobre mis piernas. Dejé la copa sobre la mesa y acaricié sus pechos mientras le mordía la nuca. No tenía ninguna prisa y fui soltando los botones de su blusa con lentitud. No paraba de morder su nuca y notaba como Mariela se retorcía sobre la silla a la vez que unos gemidos brotaban de su garganta. Ya tenía sus pechos al aire y ahora apretaba con cierta fuerza sus pezones a la vez que no dejaba de morder su nuca. Apretaba durante un rato sus pezones para acariciarlos después con gran cariño. Así estuvimos un buen rato hasta que la levanté y le solté la falda quedando ella con su tanguita. La subí sobre la mesa y tiré de los lados de su tanga negra hacia abajo. Ante mi apareció su rosado y bien depilado coñito, ya brillante por su excitación. Abrí sus piernas y lentamente fui ascendiendo por el interior de sus muslos, hasta llegar al jugoso y sobresaliente coñito, que me esperaba anhelante. Nada más tocar sus labios con mi lengua, Mariela se estremeció y cerró sus piernas apretando entre ellas mi cabeza. No me lo pensé y fui directo a por su ya abultado clítoris. Lo rodeé con la punta de mi lengua, le pasé toda mi lengua por él y lo sorbí entre mis labios mientras lo mordía ligeramente. Mariela echó sus manos a mi nuca y acercó más mi cabeza hacia su sexo.

  • No pares, no pares.

Las piernas de Mariela cada vez se abrían más y sus manos apretaban mi cabeza con fuerza. Mi lengua recorría ese pequeño botón a la vez que sorbia con gusto los líquidos que desbordaban ya de su sexo.

La espalda de Mariela se arqueó, sus manos me unieron a su sexo y sus piernas me atraparon, mientras ella se dejaba ir en un intenso orgasmo.

Cuando pude, saqué mi cabeza de tan reconfortante almohada y busqué el brillo de sus ojos y la sonrisa en sus labios. Mantuve unos segundos mi vista en ella, no hay nada tan bonito como una mujer tras el orgasmo y Mariela era especial, aún estaba más bella.

Tras una pequeña pausa que la dejó casi nueva, ataqué ahora su culito, comiéndolo con pausa, metiendo mi lengua y saliva dentro de él.

  • ¿Qué quieres cabrón?, ¿quieres mi culito?

No dije nada y seguí comiéndolo mientras ya metía dos de mis dedos en tan estrecho canal. Lentamente los metía y los sacaba, los abría dentro estirando su anillo. Tras varios minutos y cuando lo creí bien abierto, me levanté y me desnudé delante de Mariela que tenía los ojos en blanco. Me volví a sentar en la silla, bajé a Mariela de la mesa y la puse a horcajadas sobre mí, sujetando mi polla, la fui acercando hasta tocar su culito con la punta de mi polla. Ella sola se fue dejando caer introduciéndose mi polla hasta quedar sentada sobre mí.

  • Uhmmm que rico, cabrón, que rico.

Mariela quedó sentada, ensartada en mi polla, mientras yo apretaba sus pezones y mordía su nuca. Lentamente ella empezó a subir y bajar por mi polla, imprimiendo cada vez más ritmo a sus acometidas.

  • Ponme en cuatro y dame fuerte.

No le hice caso, pero la levanté y la apoyé contra la mesa, azoté su culo con fuerza y le di fuerte, muy fuerte, mientras le sujetaba por los brazos, hasta pintar de blanco sus intestinos.

Quedamos ahí resollando los dos, hasta que volvimos en sí. Mariela se giró, sujetó mi cara con sus manos y me dio un beso largo y húmedo.

  • Espero que sigamos con este nuevo trabajo.
  • Ya sabes que todo depende de ti

La acompañé al baño y después en la puerta de casa la despedí, con un muy húmedo beso mientras amasaba su culo. Un azote sonó cuando subía las escaleras.

DIEZ

LA GATITA VOLVIO POR MAS

La gatita había vuelto y me había sorprendido, no solo aceptó de buen grado la presencia de mi amigo. Si no que se atrevió a jugar con los dos y esto me dio una idea.

Había un jeque árabe que solía visitar la fábrica algunas veces y yo me encargaba de llevarlo y traerlo y atender sus necesidades del tipo que fueran. Esa semana estaba en nuestra ciudad y me había pedido algo insólito, deseaba ver cómo se corría frente a él una mujer. Ver su cara de gusto y de puta y ver, cómo sus ojos se tornaban en blanco. El no pretendía tocarla si ella no lo pedía, solamente quería ver y disfrutar las vistas.

Pensé en mi gatita, igual estaba interesada en el espectáculo, sabía que le gustaba ser observada y le gustaba el sexo. Una vez caliente, ¿quién sabe? Igual ella quería más, pedía más. Todo dependería de la calentura.

Esa tarde me la encontré en el pequeño supermercado del barrio.

  • Buenas tardes vecina, estas espectacular.

La vecina me miró y se echó a reír.

  • ¿Qué quieres cabrón? Muy zalamero estas tu.
  • Te invito a un café.
  • Venga vamos a pagar y tomamos ese café.

Salimos del super y yo no podía dejar de mirar su culazo, que movía con una perfecta cadencia. Mis ojos se comían ese culo que me tenía hipnotizado.

  • ¿Qué miras cabrón?
  • Tú que crees, ese culo que meneas para que te siga sin pestañear.
  • Jajja sos un boludo jajaja.

Nos sentamos en una mesa y pedimos dos cafés.

  • Tengo algo que contarte, ¿no sé lo que te parecerá?

Y le conté muy despacio la propuesta del árabe. Mi vecina me miraba con ojos de asombro, creo que no llegaba a creerse la propuesta.

  • ¿Me estás proponiendo que sea una puta?
  • Bueno… técnicamente no, te propongo una aventura diferente, algo excitante y donde esta vez, tu y solo tú, pones las reglas y marcas los tiempos. Sé que es algo difícil de asumir, pero creo te será sumamente placentero y excitante.

Tu callaste durante unos minutos, mientras analizabas la propuesta. Tu excitación se notaba en tus pezones que habían levantado la tela de tu camiseta y ahora, parecían tus pechos, dos tiendas de campaña, te mesaste los cabellos sonriendo ladinamente.

  • ¿Me prometes que solamente me tocarás tú?

Por supuesto, solamente yo, es más, igual ni te enteras de que él está ahí.

  • Joder cabrón estoy chorreando, tengo miedo y estoy muy excitada. Me parece algo muy morboso y que puede ser muy, muy excitante. Vale, el jueves por la tarde la tengo libre, pero, prefiero que sea en un hotel.
  • Perfecto, yo me encargo, te recojo en la esquina a las cuatro y media.

 

 

Ese día, la gatita maullaba cantando por la escalera camino de su casa. La alegría la invadía y la excitación le tenía la tanga totalmente húmeda. Estaba también asustada, la propuesta era extraña, muy extraña, pero eso sí, llena de morbo.

Los dos días que la separaban del jueves, la tendrían caliente como una gata en celo. Esos días no se masturbó y solamente hizo el amor el miércoles con su marido. Quería estar excitada, caliente, ansiosa.

Me acerqué a la esquina donde me esperaba y la vi radiante, con una blusa blanca y una faldita negra, subida en unos enormes tacones.

  • ¿no se si vengo preparada? – me dijo

Tranquila, seguro que lo estás, además estas preciosa. Tu cara se tiñó de un color rosado por la vergüenza. Puse camino al hotel, donde el jeque nos esperaba. Tú te removías nerviosa en el asiento.

  • ¿Nerviosa?
  • Joder, no sabes cuanto
  • No te preocupes, es un buen tío y muy respetuoso.

Llegamos al hotel y subimos a la habitación, parecía desierta. En una mesa una botella de champán francés y una nota.

“me gustaría un estriptis antes de empezar, ¿si puede ser?”

Tu asentiste con la cabeza. Abrí la botella de champán y serví dos copas. te tomaste una de un trago, y extendiste tu mano pidiendo otra. Yo te serví otra copa.

En la habitación había un butacón junto a una mesa de café y en el fondo un altillo de unos cuatro metros por dos, más o menos. te subiste a él y me miraste ya con los ojos abultados. Sacando mi teléfono móvil, lo conecté a los altavoces del televisor música y el espectáculo comenzó. Una música suave empezó a sonar. Intimidada dejaste que la música te envolviera y que tu cuerpo se identificara con el ritmo, moviéndote al compás. Con las piernas separadas, deslizaste las manos por tu cuerpo. No pensabas darte prisa. Aquel no iba a ser un rápido espectáculo amateur en el que giraras torpemente hasta acabar desnuda y expuesta bajo los focos, ibas a tomarte tu tiempo. Querías que quien fuera que estuviese mirando a escondidas, se calentara con tu baile.

Te quitarías la ropa a tu ritmo y mostrarías tu cuerpo cuando tú lo creyeras oportuno. Sabías cómo se sucedían los fragmentos en la grabación y cómo reaccionar a cada uno de ellos.

Te desabrochaste el vestido lentamente, guiándote por los acordes de The Stripper con movimientos pausados, sin apresurarte. Una vez que te despojaste de la primera prenda, te sentiste liberada. Te contoneabas con tu lencería de encaje. Dejaste caer las bragas, pero llevabas la tanga negra debajo, habías querido darme una sorpresa. Las tiras de la tanga dibujaban eróticas líneas alrededor de tus piernas y se perdían tentadoramente en la hendidura entre tus nalgas. Te acercaste a mí. Yo me había recostado en el respaldo del sillón y estirado las piernas, dejándolas algo separadas. Tú observaste la luz reflejada en la copa, cuando yo moví la mano. Estabas tan cerca como podías, sin llegar a abandonar el rectángulo de luz que formaban los focos. Te tomaste tu tiempo con el sujetador, aflojando los tirantes, bajándolos poco a poco como finas telarañas de encaje negro, para finalmente, cubrirte los pechos en un gesto de fingida modestia, separando los dedos para permitir que se entrevieran los pezones. Te recreaste todavía durante más tiempo con el liguero, dándome la espalda mientras lo soltabas. Luego te inclinaste y enrollaste las medias hasta las rodillas antes de volverte de nuevo hacia mí. Te diste cuenta de que tenía las piernas más separadas y que movía mis manos, pero ya no sostenía entre ellas la copa de champán. Abandonaste el círculo de luz y te acercaste al sillón. Pasaste una pierna por encima de las mías en una posición que te recordó nuestro último encuentro. La diferencia estribaba en que ahora eras tú la que tenía el mando. Pusiste un pie en el brazo del sillón, contoneando las caderas sinuosamente al ritmo de la música, al tiempo que deslizabas la mano a lo largo del muslo hasta juguetear con las tiras que mantenían el tanga en su lugar, pero sin llegar a soltarlas. Moviste un poco el triángulo de seda negra hasta que apenas cubrió tu moreno vello púbico, que ya había comenzado a crecer. Cuando quisiste retroceder, notaste que yo cerraba los dedos en torno a tu muñeca, deteniéndote.

  • Ya basta – te dije, severamente.

Tú tiraste de la mano.

La música no ha terminado todavía. ¿Has terminado de bailar?, te indique

Volviste la cabeza, cuando una voz fuerte y varonil dijo desde las sombras.

  • Que se ponga el antifaz y te chupe la polla, quiero ver cómo se corre después. Te pusiste el antifaz, algo asustada.
  • De rodillas.
  • No, aun no terminó la música
  • Hablas demasiado, de rodillas

Te solté la muñeca y estiré la mano hacia tus caderas, metiendo los dedos debajo de las tiras de seda para separar la tanga de tu cuerpo. Antes de empujarte de rodillas. La tanga cayó al suelo. Estabas desnuda, salvo por las medias y los zapatos de tacón de aguja, cuando te arrodillaste entre mis piernas, me bajé la cremallera de los pantalones y pudiste observar que ya estaba totalmente excitado. Alzaste la mirada hacia mí.

  • Creo que esto quiere decir que lo consideras un buen espectáculo. – dijiste
  • No pierdas el tiempo admirándola -te dije.
  • Haz algo.

Tú rodeaste mi erección con los dedos, esperando tentarme un poco más antes de ofrecerme alivio. Yo aparté tu mano.

  • Usa la boca. -te ordené con voz ronca, Quiero sentirla y hazlo despacio.

Giraste la cabeza y mediste con los labios la longitud de mi polla, de abajo arriba, antes de lamer el redondeado glande con la lengua. Chupaste primero con suavidad y luego con más fuerza hasta que yo respondí, sujetando tu cabeza. Gemía mientras cambiaba de posición en el sillón, abriendo más las piernas y presionándote la cabeza con la mano, como si quisiera asegurarme, de que no te retirarías dejándome insatisfecho. Tú, ladina y segura de ti, te introdujiste un poco más mi polla en la boca. Mientras, al sacarla la acariciabas con el borde de los dientes, jugueteando, observando mi respuesta, esperando que te dejará utilizar también las manos. Volví a gemir otra vez y tú moviste la cabeza para acariciarme los huevos con los labios y la lengua. De repente, te puse las manos debajo de los brazos para alzarte y sentarte a horcajadas sobre mi regazo, dejándote mirando al frente. Quería follarte y estaba al límite. Pero antes debía esperar la orden. El árabe salió de su escondite, me miró y asintió con la cabeza.

  • Ya estás preparada, ¿verdad?

Mi voz era todavía más ronca por la excitación-. Realmente te excita que alguien te miré, ¿eh? Te mueres porque te fólle, ¿a que sí?

Tomaste mi polla con la mano y la sentiste dura y palpitante bajo los dedos.

  • ¿Cuánto tiempo crees que podrás contenerte? -me preguntaste.
  • Creo que lo suficiente- te dije.

De frente al voyeur acaricié tus pechos apretando tus pezones, mientras te mantenía sobre mi polla, pero sin penetrarte. Gemías casi desesperada pero no querías dar la orden. Tus pezones cada vez estaban más excitados y el placer de mi caricia cada vez era mayor.

Te solté y esperé a que tu respiración se estabilizara. Te puse las manos en el culo y te acerqué, guiándote sobre mi miembro al tiempo que arqueabas las caderas. No era la posición más cómoda, pero te moviste en contrapunto conmigo.

  • Qué bueno. Logré decir entre jadeos-. Me gusta mucho.
  • Cabrón me llenas entera

Tenías los ojos entrecerrados y tu cara reflejaba un profundo placer, el placer que tu misma te dabas. Seguro, te sentías como una stripper de verdad, complaciendo a un espectador. Para sugestionarte yo te decía.

  • Ahora todos te miran, te observan, todos desean estar en mi lugar.

Tu cabalgabas gimiendo sobre mí, asida a tus piernas, con los ojos tapados sentías aún con mayor énfasis mi penetración. Estabas caliente, muy caliente.

  • Despacio, té dije. Haz que dure.

Mientras, el jeque cada vez estaba más cerca y miraba tu rostro fijamente. Tu podías sentir su aliento y eso te excitó aún más.

Estabas dispuesta a intentar prolongar el placer, el placer de los dos, pero notaste que el orgasmo iba recorriendo tu cuerpo y empezaba a subir por tu columna hasta tu cerebro, abriste la boca, gemiste y te clavaste en mi parando todo movimiento.

  • Joder, gemiste, que rico, que rico ha sido.

El jeque también excitado dijo que había sido magnífico y me pidió que te quitara el antifaz. Tú lo miraste fijamente a los ojos hasta que él se quitó la chilaba que cubría su cuerpo.

  • Sin tocar dijiste tu.

El hombre lo entendió y se sentó frente a nosotros sobre una silla.

  • Mastúrbala para mí.

Lentamente fui abriendo tus piernas, hasta dejar tus muslos colgando de cada una de las mías. Estabas expuesta ante el hombre y eso te excitaba. Tu sexo totalmente abierto, le dejaba ver tus labios y la humedad de tu excitación. Tú también podías apreciar como el miembro erecto del hombre te rendía armas.

El hombre tenía un miembro largo y grueso, su mano dejaba un buen trozo a la vista después de rodearlo. Tú lo mirabas atónita mientras él subía y bajaba su mano.

Yo empecé la caricia de tu sexo, primero recogía tus flujos, para llevarlos a tu clítoris, pero no me quedaba en él. Subía y bajaba por los labios de tu sexo en una lente caricia. Tu seguías impertérrita la mano de ese hombre sobre su miembro morado. Gemías y te estirabas encima de mis piernas.

  • Haz que se corra, quiero ver cómo se corre.

Mi polla totalmente dura, empujaba los pliegues de tu sexo y mis dedos fueron directos al clítoris. Lo acaricié lento muy lento en pequeños círculos, a la vez que, de vez en vez, palmeaba tu sexo. Volvía a la caricia mientras mi otra mano apretaba tu pezón, esos pezones que me volvían loco. Lentamente aceleraba mi fricción sobre tu clítoris, a la vez que apretaba y acariciaba tu pezón. Tu respiración empezó a acelerarse y bajé el ritmo.

Tus ojos seguían el movimiento de la mano sobre la polla y tu cuerpo saltaba sobre mí, pidiendo más movimiento, más fuerza, pidiéndome placer.

Viste como el hombre asentía y mi mano aceleraba su fricción, los círculos sobre tu clítoris ahora, se repetían con más frecuencia y la fricción te volvía loca. Moviste tus manos pidiendo que el hombre se acercara y cuando su boca tapó la tuya, le regalaste un orgasmo largo e intenso que recorrió tu cuerpo de arriba hacia abajo.

Te separaste de él, de su boca.

  • Quiero que me folléis, estoy muy caliente.

Lentamente acerqué tu cuerpo al final de mis rodillas, abrí tus piernas y te ofrecí a él. Atónito el hombre sujetó su gruesa polla y la fue pasando por el canal que le ofrecían tus labios. Una y otra vez, la deslizaba sobre ti, impregnándola cada vez más con tus jugos.

Yo había llevado dos de mis dedos a la boca y los había llenado de saliva. Los bajé hasta tu culo y lo penetré con ellos. Tu gemías como jamás te había escuchado y al rato pedías ser follada.

  • ¿A qué estáis esperando?, ¿queréis matarme cabrones?

Para hacerlo más fácil, fui yo quien primero penetró tu culo, ya en el borde del sillón, levanté tus piernas ofreciendo tu sexo al árabe. Este muy lentamente fue entrando en ti. Tú te sujetaste de su cuello y le dejaste hacer, él era el único que podía moverse con cierta facilidad. Así lo entendió él, que empezó un movimiento lento que fue avivando según follaba tu húmedo coño.

Tú, asida a su cuello te dejabas llevar por su movimiento y gemías ahora con fuerza, pues ya se movía con una cierta ligereza dentro de ti. Te estabas volviendo loca y loca terminaste cuando después de un intenso y fogoso momento, él te clavó la polla en tu interior y se corrió en abundancia dentro de ti. Lentamente se retiró dejándote empalada en mí. Echaste tu cuerpo hacia delante, colocaste tus piernas entre las mías y sujeta a mis rodillas, empezaste a sodomizarte a tu gusto.

Miras al hombre fijamente.

  • Ven, acércate, acércate más.

Te sujetaste a su cuello y aumentaste el ritmo, justo cuando bañaba tus intestinos, sujetaste con fuerza al hombre lo besaste con pasión y te corriste sobre mis piernas.

  • ¿Esto era lo que querías cabrón? – dijiste mirándolo fijamente a los ojos

El hombre alucinado te miró y sonrió asintiendo con la cabeza.

Te volví a dejar en el barrio y al salir me dijiste.

  • Eres un cabrón, pero me habías prometido morbo y diversión y vaya si lo he tenido.

Te inclinaste me besaste y te despediste hasta la próxima.

ONCE

UN NUEVO RETO PARA MI VECINA. CHARLINES

Como ya os he contado, mi amigo Luis tiene un gabinete, dedicado a tratar temas y comportamientos, digamos, extraños. Para alguna de estas sesiones quería contar con mi vecinita, así que se lo propuse y esta aceptó.

Luis me había llamado esta mañana, para proponerme una nueva sesión, yo tendría que convencer a Mariela de que participara en ella. Así que descolgué mi teléfono y le llamé. Le dije que se pasara por mi casa que teníamos trabajo. Quería follármela y sabía que las mañanas las tenía libres.

Cuando llamaron a la puerta, fui raudo a abrirla. Ahí estaba Mariela, imponente. Vestía una camiseta blanca totalmente pegada a su cuerpo, una minúscula faldita y unos zapatitos de medio tacón que le hacían parecer mucho más juvenil. La dejé pasar y tras cerrar la puerta la sujeté por las caderas y le mordí el cuello. Mis manos rápidamente ascendieron hasta sus pechos y por encima de la tela le apreté los pezones. ¡Que delicia notar como esos pezones se endurecían entre mis dedos y como a la vez, Mariela apretaba su culo contra mí. Mariela gemía y refrotaba su culo contra mi polla. Sujeté sus manos sobre su cabeza y apoyé su espalda contra la pared. Bajé mi mano hasta su tanga totalmente empapada, la corrí a un lado y le metí dos dedos en ese húmedo coño. Mariela no tardó en regalarme su orgasmo que yo bebí de su boca ávido de ella.

La tomé en brazos y la tumbé en la cama. Dejé sus piernas colgando y me lancé entre ellas. Mis manos tiraron de la tanga, sacándola de un pie dejándola colgada del otro. Acerqué mi cara a su sexo y lo empecé a repasar con mi lengua. Mariela sujetaba sus piernas por las corvas, abriéndomelas lo más posible. Mi lengua buscaba cada milímetro de ese húmedo coño que me recibía lleno de jugos. Entraba en él casi con la totalidad de mi lengua y la movía dentro como una pequeña polla. Lamía los labios subiendo hasta su clítoris para volver a bajar hasta su ano e introducirse en él como una pequeña culebrilla. Mariela ahora abrazaba mi cuello con sus piernas mientras apretaba mi cabeza con sus manos. Busqué ávido de su orgasmo su clítoris el cual lavé con mi lengua, sorbí de él y saqué los primeros gritos de Mariela, que ahora se retorcía buscando más placer. El premio a mi lamer me llegó en forma de fuente, cuando mi dedo se introdujo en el culo de Mariela a la vez que mis labios sorbían su clítoris.

  • Para cabrón, para que me matas, para.

Pero aun aguanté unos minutos más hasta que la volví a notar retorcerse en mi boca.

Mariela se revolvió, me empujó sobre la cama, me bajó el pantalón de deporte y se lanzó por mi polla como una tigresa en celo. Abrió su boca y tragó casi toda mi polla a la vez que acariciaba mis huevos. Su boca subía y bajaba sobre mi polla con ganas toda ella endemoniada. Tras no sé cuánto tiempo, se relajó y empezó una felación más lenta, más suave y mucho más placentera. Se comía mi polla entera y volvía a salir despacio. Le eché las manos a la cabeza y me las apartó, quería hacerlo ella sola. El ritmo de Mariela era sencillamente fantástico, notaba como bañaba mi polla, como su lengua se revolvía sobre mi capullo y como su garganta me tragaba oprimiéndome dentro de ella. Mi resistencia estaba llegando a su fin y arqueé mi espalda para intentar entrar más en ella. Mariela vio cercana mi corrida y pajeó con destreza mi polla hasta conseguir sacarme la última gota de mi esencia. No paró ahí y continuó chupando y pajeando mi polla, hasta que esta empezó a dar muestras de su inminente deterioro.

Nos tumbamos en la cama abrazados donde le conté la propuesta de Luis. No sabía mucho, así que tampoco pude contarle gran cosa de cómo sería la sesión que sería mañana a las cuatro. Luis, si me había dicho que eran tres los hombres que estarían con ella, ya que los tres tenían una fantasía similar. Esta vez cobraría mil dólares.

Los ojos de Mariela se abrieron al escuchar la cifra y como buena mujer calculó que podría sacar aún más dinero. Así que me dijo

  • Dile a Luis que mil trescientos o nada.
  • ¡Mariela, eres tremenda!

Permanecimos aún un rato en la cama mientras nos acariciábamos hasta que Mariela se levantó y dijo que tenía que ir a comprar.

El día pasó sin más gloria ni pena, al día siguiente, Mariela se presentó en mi casa para comer. Comimos muy frugalmente y salimos camino de la casa de Luis.

Como la vez anterior, Luis nos estaba esperando, preparó a Mariela, tapándole los ojos y la dejó desnuda en una habitación. En la habitación había una especie de cepo, como los usados en la edad media, un par de varas con esposas en los extremos y algún artilugio más de los usados en el BDSM.

Mariela estaba sola en medio de la habitación, seguramente expectante, pues sus sentidos se habrán intensificado al faltarle la vista. Un hombre entró en la habitación, colocó una de las varas en los pies de Mariela y la otra en sus manos, a la vez que la colgaba del techo, por lo que Mariela tenía sus manos en alto y extendidas. El hombre se dedicó a acariciar los tetines de Mariela, los chupaba, y sacaba su lengua para rodearlos. No hacía más que chupar y chupar, otro hombre entró en la habitación y se dedicó a lamer el sexo de Mariela. Así estuvieron los dos hombres un buen rato, cada uno con su parte del cuerpo. Mariela gemía y gritaba, seguro había tenido un par de orgasmos. Los hombres no paraban, uno en su clítoris y el otro en sus pezones. Tras más de media hora de divino castigo y con varios orgasmos en su haber, los hombres llevaron a Mariela al cepo, donde sujetaron su cabeza y tras desceñir la vara de las esposas. Así, ahora pusieron en el cepo una mano a cada lado de su cabeza, sujetándolo todo con unos cierres que portaba el propio cepo.

Así como las pollas de los dos hombres que habían estado excitando a Mariela eran normalitas, el tercero en entrar, tenía una polla terrible. Un instrumento cercano a los veinticinco centímetros con un grosor de más de diez centímetros. El hombre se acercó a Mariela y se posicionó detrás de ella. Puesto de rodillas, justo era un poco más alto que Mariela, por lo que se agachó y apuntó su terrible instrumento al coño de Mariela.  Está nada más sentir el capullo en su interior, gritó, gritó con furia.

  • ¿Qué es eso, que es eso?

Nadie la contestó y el hombre dio un pequeño empujón, hasta colocar casi media polla dentro de Mariela.

  • Saca eso cabrón, saca eso.

El hombre hizo caso omiso y mantuvo la polla dentro de Mariela, balanceándose muy lentamente. Mariela tenía los ojos muy abiertos y la boca también. Lo que aprovechó el hombre que le acariciaba los pechos, para meter su polla en la boca de Mariela. Cuando esta, tuvo la boca ocupada, el hombre que estaba tras ella, aprovechó para meter otro poco su polla en ese coñito ya totalmente inundado. Lentamente el hombre sacó la polla casi hasta el final, para volver a introducirla de nuevo un poco más de la mitad.

Mariela, ya más relajada y excitada, chupaba la polla del hombre que ahora follaba su boca al ritmo que su compañero le follaba el coño. El hombre de la boca, se corrió dejando paso al otro hombre que raudo ocupó su lugar. Este empezó a follar la boca de Mariela con parsimonia y tranquilidad, al igual que su compañero le follaba el coño. Pero aun con esta lentitud, no tardó en correrse dando de beber a Mariela que se quedó con su invasor a solas. El hombre ya había metido la polla entera y seguía en su ritmo cansino. Mariela cada vez gemía más y más alto, hasta que no se aguantó y pidió.

  • Dame más fuerte, destrózame el coño, más fuerte, más.

El hombre incrementó el ritmo, pero sin acelerar en exceso, hasta que azotando el culo de Mariela se clavó en ella hasta los huevos.

  • Ahhh cabrón, cabrón, me has roto el coño, me has destrozado.

El hombre ahora sujeto a la madera del cepo, le daba con fuerza a Mariela que tenía los ojos en blanco y era un orgasmo continuo. Cuando el hombre se corrió dentro de ella, esta se desvaneció quedando sujeta por el cepo.

Cuando la solté del cepo un tremendo reguero de semen discurría entre sus piernas. La espabilé un poco y la dejé recuperarse antes de acompañarla al baño. La lavé con mimo y la acompañé hasta el vehículo que nos llevaría a casa.

Camino de casa le dije a Mariela, ¿tendrás que contarme lo que has sentido, como has disfrutado y porque te has desvanecido?

DOCE

¿Y SI NO LE GUSTA?

La gatita estaba descontenta, la última fiesta no le había gustado, se había sentido mal y se quería redimir. En mi club había unos jóvenes empresarios que querían poner en práctica una fantasía. Esta vez no le dije nada a mi vecina. Quedé con ella ese día a las doce de la mañana y la quería invitar en un pueblo cercano a comer. Algo debía hacer para resarcirla.

Llamé a la vecina y le dije, ponte sexi. Una faldita corta y una camiseta sin sujetador, te recojo a las diez en la esquina de la tienda.

A las diez ahí me presenté con mi imponente motocicleta de novecientos centímetros cúbicos.

  • ¿En eso vamos a ir?
  • Claro, hace mucho calor.

Mi vecina montó en la moto detrás de mí y su culo prácticamente se le veía entero. Sus nalgas aparecían por el final de la falda, que, al subirse, dejaba parte de ellas a la vista. Salimos a carretera y acelere hasta los ciento veinte, las faldas volaban y el culo de Mariela apareció entero a la vista de los conductores que circulaban detrás de nosotros. Mariela azorada me decía que iba enseñando el culo y yo me reía con ganas. Un conductor se situó tras nosotros y anduvo más de veinte kilómetros contemplando ese bonito culo. Por fin se decidió a pasar y se puso peligrosamente a la par de la moto. Yo aceleré y lo perdí en pocos kilómetros.

  • Menuda ración de vista que se ha dado el hijo de puta.

Paramos en la plaza de un pueblo, cuya iglesia prerromana era visitada frecuentemente por su belleza. Al aparcar la moto, un hombre de avanzada edad miraba con los ojos parcialmente salidos, el culo de Mariela. Yo lo miré y autoritario le dije a Mariela, enséñale las tetas. Mariela abrió desmesuradamente la boca, pero obediente bajó los tirantes de su camiseta y le enseñó las tetas al buen hombre que casi babeaba.

  • Tóqueselas buen hombre, tóqueselas.

El hombre alucinado, acercó su mano al pecho de Mariela y lo acarició apretando sus pezones mientras se mordía los labios. Un bulto apareció entre las piernas del hombre, que ahora babeaba con intensidad.

  • Bueno… ya vale, que tenemos prisa.

Mariela y yo fuimos a ver la iglesia, mientras Mariela me comentaba.

  • Menudas manos más ásperas tenía el hombre, creía que me desollaba las tetas.

La iglesia era una construcción maravillosa, totalmente pulcra en su y liviana de contenido. Ya que, por dentro, prácticamente estaba vacía. Un altar con muy escasos adornos, los bancos y las cruces del viacrucis.

Salimos de la iglesia y volvimos a subir a la moto, ya no quedaba mucho. Llegamos a una gran casa de estilo palaciego donde había unos soportales, que sustentaban una gran balconada. Ahí aparqué la moto y le dije a Mariela que me esperase, que iba a comprobar una reserva.

Nada más desaparecer, cuatro hombres aparecieron rodeando la moto. Uno puso su mano sobre la cadera de Mariela y mientras le hablaba al oído, la fue bajando muy lentamente.

  • Hola guapa ¿Cómo así tan buena y tan solita?
  • Mi marido viene ahora.
  • Que bien, ¿Cómo es capaz de dejarte sola?

Las manos del chaval ya habían llegado a la carne desnuda de los glúteos de Mariela

Mientras este acariciaba su culo, ya sin reparos, otro de ellos fue estirando sobre la moto a Mariela, hasta dejarla completamente tumbada sobre ella.

  • ¿Qué haces? preguntó Mariela sin convicción.

El hombre había bajado la mano hasta el sexo de Mariela y lo acariciaba por encima de las braguitas. Cuando otro de los chicos, dejo sus pechos al aire, Mariela gimió.

Mariela estaba muy caliente y cada vez deseaba más ser acariciada y besada por esos chavales. Mariela cerraba los ojos y se dejaba hacer. Los muchachos que habían conquistado sus pechos, ya los chupaban sin descanso. Esos pezones largos como tetinas de biberón, los daban de mamar cual pequeños infantes. Chupaban y se deleitaban con su suave tacto. El hombre de su sexo, ya había retirado las braguitas a un lado y acariciaba su sexo totalmente húmedo y babeante. Mariela gemía y agarraba con fuerza la polla del chaval que quedaba libre. Lo acercó a ella, se movió sobre la moto y dejando su cabeza colgando, se metió esa polla en la boca, gimiendo de gusto por las caricias de los otros tres.

La polla del hombre entró sin dificultad hasta la garganta de Mariela. Era una polla fina y larga. El hombre se dejaba hacer y era Mariela quien se follaba la boca. El hombre que habitaba entre sus piernas, bajó su tanga y se la guardó en el bolso. Sacó su polla y subiéndose en la moto, me miró, le di permiso e introdujo su polla muy lentamente en el coño de Mariela. Levantó sus piernas apoyándolas sobre las suyas y sujeto a su cadera empezó un vaivén lento, metiendo su polla hasta el fondo del coño de Mariela. Bombeaba muy lento sacando miles de gemidos de la boca de Mariela, que eran acallados por la polla de su amigo.

Mariela moría de placer entre las bocas y las pollas de esos chicos. El chaval que entraba en ella desde el asiento de la motocicleta, aceleró su ritmo hasta tal punto, que en pocos segundos se derramaba en su interior. A la vez que el que ocupaba su boca también terminó llenando su garganta con su blanca miel.

Los dos compañeros restantes alzaron a Mariela entre ellos y el uno por delante y el otro por detrás, traspasaron sus agujeros. Los hombres la follaban con rudeza y con fuerza y Mariela botaba entre ellos como si fuera un balón de playa. Mariela sujeta al cuello de uno de ellos gritaba que quería más, que necesitaba más y los hombres aumentaron su ritmo. Mariela notaba como se le nublaba la vista cuando un tremendo orgasmo atravesó su cuerpo y la dejó totalmente laxa entre esos dos hombres, que continuaron hasta llenar sus dos agujeros.

Sujetando con fuerza a Mariela, los hombres salieron de ella y la colocaron sobre el asiento de la moto.

Cuando llegué, Mariela se estaba colocando la ropa con los ojos casi en blanco y los pelos totalmente revueltos, uno de sus pechos asomaba de la camiseta y sus labios estaban totalmente abultados.

  • ¿qué ha pasado aquí?
  • Que por tu culpa me han follado cabrón.

Monté en la moto y con Mariela sujeta a mi cintura, volvimos a casa. Al llegar y cuando iba para casa le di quinientos euros.

  • ¿Y esto?
  • Todo ha sido otro encargo.
  • ¿Sabes que eres un hijo de puta? Pero me encanta. Me han vuelto loca y el no saber nada ha tenido su gran punto de morbo.
  • Me alegro que te lo tomes así. ¿quieres pasar?
  • No, hoy no, hoy prefiero descansar.
  • De acuerdo, mañana te llamo.

Mariela desapareció escaleras arriba meneando con exceso su bonito culo.

TRECE

NO LE GUSTÓ.

La gatita no se había sentido muy contenta con mi última prueba. Se marchó cabizbaja a su casa y al llegar me llamó.

  • Lo siento, no quiero volver a hacer este tipo de cosas, creo que no me ponen.
  • Lo entiendo y gracias por aportar, pero te debo un dinero.
  • Échalo al buzón, ya lo recogeré.

Se había enfadado y no sé si con razón, pero la verdad es que la entendía. Después de esto, nuestra relación se fue enfriando lentamente, hola y adiós en el ascensor y poco más. Esta situación no me gustaba, prefería poder hablar con ella, aunque solamente fuera eso. Los meses iban pasando y me sentía muy incómodo. Un día decidí abordarla para hablar con ella. La verdad es que necesitaba aclarar esta situación.

La invité a tomar un café y le expliqué que estaba desolado, no quería que las situaciones pasadas enturbiaran la relación. La vecinita me miraba como con una cierta ironía. Me explicó que se había sentido degradada, que se había sentido incluso ofendida por su exposición y por cómo me había aprovechado de su cuerpo. Hasta el jeque había estado bien, después no le había gustado nada. Me disculpé ante ella y le pedí volver a desempolvar la tanga, pero me dijo que no, que ya no tenía ningún sentido. Tras tomar el café, Mariela recogió su compra y partió hacia su casa.

Yo me quedé pensativo en el bar, la verdad mi intención había sido proporcionarle momentos de morbo, momentos diferentes y para ello cierto es, me había aprovechado de su cuerpo. Pero bueno, ya no había remedio, lo hecho, hecho estaba y no se podía volver hacia atrás. No sabía si alguna vez volveríamos a tener aquella relación, caliente, que habíamos tenido. La verdad era que sí que me importaba y no deseaba perderla. Pero los días se sucedían lentamente y la verdad que el frío era cada vez más intenso.

Pero mi vida continuaba, o simplemente debía continuar. Seguía cobrando las deudas de Luis y seguía con mi club donde las cosas me iban muy bien.

Esa noche había ido por el club, para repartir un par de trabajos que debían hacerse rápida y pulcramente. Ahí me encontré a la rubita que pagaba sus deudas en mi club. Se me acercó y me preguntó si podíamos hablar un momento, la mandé a mi despacho. Cuando llegué ya me estaba esperando.

  • Hola jefe, me gustaría hablar de mi deuda, no sé cómo va.
  • Déjame que mire.
  • Abrí mi ordenador y observé con agrado que su deuda estaba a punto de terminar, apenas le quedaban ciento cincuenta euros de los cuatro mil que debía.
  • Mira Ángela, ¿te llamabas Ángela? Verdad
  • Sí señor, sí.
  • Pues la verdad es que te queda muy poquito, ciento cincuenta euros, que si quieres podrás conseguir esta noche si te vienes conmigo a mi casa.
  • Lo que usted diga señor, es usted muy generoso pudiéndome tener gratis.
  • Pagar me da más morbo. También has de pensar qué harás, si quieres seguir con nosotros o si lo quieres dejar. Ya sabes que ahora dos terceras partes serán para ti completas y parece que esto se te da muy bien.
  • La verdad es que me gustaría seguir, estoy muy a gusto aquí.
  • Pues por mí, puedes seguir. Espérame que termine un par de cosas y nos vamos.

Esa muchacha había mejorado bastante en esos meses, había engordado un poquito y había estilizado su cuerpo. En el club disponíamos de un pequeño gimnasio. Una vez terminé lo que había ido a hacer, sujeté a la rubita por la cintura y bajamos al garaje a por el auto. Antes de entrar en el auto le dije.

  • Desnúdate y pon tus manos en la nuca.

La muchacha lo hizo rauda y al poner sus manos en la nuca, sus pechos sobresalieron desafiantes mirando al cielo. Acerqué mi mano y pellizqué levemente su pezón, me deslicé por su cuerpo hasta su sexo y acaricié el interior de sus labios. Ángela estaba mojada, prueba de su excitación. Puse en marcha el vehículo y salí despacio a la ciudad.

En todos los semáforos las cabezas se volvían a mirar los pechos desafiantes de Ángela. Esta impertérrita, mantenía sus manos fijas en la nuca y sacaba pecho todo lo que podía. Paramos en un semáforo donde había tres muchachas, una de ellas se quedó mirando a Ángela y se mordió su labio a la vez que se apretaba un pezón.

  • A esa le hubiese gustado venir con nosotros, pero otro día, hoy te quiero solamente para mí.

Llegamos a mi bloque de apartamentos y Ángela salió delante de mí con sus manos en la cabeza. Subimos al ascensor y marqué el número de mi piso. En la planta baja el ascensor paró y subió una parejita. Ella algo enfurruñada y él, ahora pletórico. El culo de Ángela se ofrecía a sus ojos que ávidos lo buscaban, tan ávidos que su novia, le dio una buena colleja. Bajamos un piso antes que ellos y Ángela ladina, le mostró sus pechos y le movió con descaro el culo hasta que desapareció dentro del apartamento.

  • Toma, ponte este antifaz y estira las manos.

Ángela se puso el antifaz y estiró sus manos. Me dirigí a la cristalera del salón y retiré las cortinas, de este modo todo lo que pasara en el salón se podría ver perfectamente desde los pisos cercanos. El de mi vecina, por ejemplo.

De uno de los armarios del salón. Saque unas pinzas de mariposa, estas pinzas producen dolor al principio al clavarse en la piel, este dolor se atenúa y desaparece hasta que al quitarlas vuelve aumentado.

Até las manos de Ángela a cada pared del salón, manteniéndolas estiradas. Coloqué las pinzas, una en cada pezón, primero el derecho del que salió una pequeña gota de sangre. Gota que procedí a lamer raudo, a la vez que chupaba ese pezón. Procedí de igual manera con el pezón izquierdo Ángela emitió un pequeño chillido, cuando las pinzas mordieron su pezón.

Sujetó a un artilugio que lo mantenía recto, había colocado un vibrador, de esos que tienen una cabeza redonda. Lo coloqué entre los labios del sexo de Angela muy pegado a su clítoris. Lo puse en marcha y Ángela reculó.

  • No se te ocurra moverte, no me gustaría marcar ese precioso culito.

Lentamente Ángela volvió a la postura inicial. Aumenté la velocidad del artilugio y me coloqué detrás de ella. Me desnudé y acerqué mi miembro a su culito. Mis manos acariciaban con mimo sus pechos y sus pezones, cada vez que tocaba estos, un gritito salía de la boca de Ángela. Esta, estaba de frente al ventanal y en el piso de mi vecina vi movimiento, no sabía si era ella o su marido, pero el espectáculo iba a continuar.

Mi polla se frotaba sobre el culo de Ángela pasando entre sus dos glúteos, soltando su líquido que poco a poco le hacía el camino más fácil. Mi polla al colarse entre sus piernas, notaba esa humedad que la llamaba a introducirse dentro.

Ángela se retorcía con el vibrador en su clítoris, gemía y pedía clemencia. Yo le apretaba las pinzas de sus pezones de vez en cuando, me gustaba oírla gritar.

Mi polla circulaba entre sus piernas como si de un coño se tratara, estaba completamente mojada esa parte. Flexioné mis rodillas, acerqué mi polla al coñito de Ángela y la penetré despacio, a la vez que miraba la ventana de enfrente. Sujeté su pelo en una coleta, estiré su cuerpo y le di fuerte, muy fuerte. Ángela gritaba, jadeaba y se volvía loca con mi polla en su coño y el vibrador en su clítoris.

  • Para cabrón, para, para

Bajé la intensidad de mis penetraciones, pero no paré, notaba como el coño de Ángela se contraía una y otra vez, ordeñando mi polla.

Era el momento. Solté la pinza del pezón izquierdo. Ángela gritó y se retorció de dolor con mi polla dentro.

  • ¡¡¡Cabrón, cabrón, cabrón!!!

Con la yema de mi dedo acaricié con dulzura ese dolorido pezón y Ángela me lo agradeció con un largo gemido, mientras echaba su culo hacia atrás, para clavarse mi polla. Saqué mi polla y me di la vuelta.

  • No, no, noo

Solté la otra pinza y otro grito llenó la habitación. Mi boca cubrió ese pezón, saboreando la gotita de sangre que de él brotaba.

  • Chupa cabrón, chupa, chupa despacio, sii.

Le chupé los pezones un largo rato, mientras Ángela se corría una y otra vez, con el vibrador en su coño y mi boca en sus pezones.

  • Fóllame ya, por favor, fóllame.

Solté sus manos de las cadenas de la pared y sujeté a Ángela que a duras penas se tenía. Me tumbé en el suelo del salón, dejando a Ángela frente al ventanal. Ella se clavó en mi polla expresando la felicidad en su rostro. Se movía adelante y atrás con lentitud. Sus ojos estaban totalmente abultados y sus pezones erectos, parecía, fueran a salir hacia el cielo. Levanté el culo de Ángela y la bombeé con todas mis fuerzas hasta correrme dentro de ella. Ángela se tumbó sobre mi pecho.

  • Joder, estoy destrozada, ese aparatito casi me mata y tú me has dejado el coño al rojo vivo.

Mi mirada se desvió hacia el ventanal donde observé como la sombra se movía ahora con mayor rapidez. Levanté en brazos a Ángela y la llevé a la cama. Sujetando su pecho la fui relajando hasta que se quedó dormida.

Tres días después, con un sol radiante en el exterior, pude ver a mi vecina pasear desnuda por la casa. ¿sería casualidad? Se paseaba con cierta parsimonia exhibiendo su cuerpo, no muy cerca de la ventana, por lo que pensé era mera casualidad. Los días seguían pasando y la relación no mejoraba. Algunas veces coincidimos en el portal, un frío hola y adiós, era toda nuestra conversación.

Mariela, parecía, había tomado la sana costumbre de pasear desnuda por la casa. Todos los días me deleitaba con su perfecto cuerpo desnudo.

Uno de estos días, acerqué mi butacón al ventanal y procedí a hacerme una paja, en él sentado, mientras pensaba en los polvos que habíamos echado en mi casa. Recordaba la suavidad de su cuerpo y sus pezones, esos pezones se habían hecho para que mi boca los lamiera y chupara. Absorto estaba en mi paja, hasta que me di cuenta que Mariela estaba mirando frente al ventanal. No hacía nada, solo miraba. Yo seguí a lo mío hasta que ya no aguanté más y descargué sobre mi mano toda mi esencia. Vi como Mariela se daba la vuelta y salía meneando su redondo culo.

Ese día sonreí, seguro que le habían entrado ganas de venir, pero no vendría, al menos aun no. Ese día coincidí con ella en el super. Bajo su camiseta se podían apreciar sus pezones, largos y erectos, igual que mi polla ahora. Nos saludamos sin más, le pregunté por la familia y por ella, me contestó que todo bien y moviendo el culo con cierta exageración, se alejó de mí. Después de comprar, me pasé por el club, todo estaba tranquilo. Volví a mi casa y me metí en la cama, él pensamiento en esa mujer, me tenía turbado. Sabía que quería más, pero por alguna razón, se retenía. Bueno, no tenía prisa, igual que se había ido, podría volver.

Ese día al subir a casa coincidimos en el ascensor, pude apreciar cómo se tensaba su camiseta y se marcaban poderosos sus pezones.

  • ¿Te gustó el espectáculo del otro día?
  • ¿cuál de ellos, ha habido varios?
  • En ese caso, ¿te gustaron los espectáculos de estos días?
  • No es nada que no hubiese visto ya.
  • ¿te gustaría tu propio espectáculo?

Sus pezones cada vez estaban más duros y estaba casi completamente seguro que su coño era un charco. Mi polla dura, muy dura, ya se marcaba dentro de mi pantalón, seguro ella también se había fijado.

  • ¿Qué te crees? Ya te dije qué no soy una puta.

Nadie dijo eso, solamente te pregunté si te gustaría tu propio espectáculo. Imagínate, atada, con las pinzas puestas, mi mano acariciando todo tu cuerpo, ese aparato dándote placer hasta que ya no puedas más. Imagínalo.

La vecina me miró de arriba a abajo antes de salir del ascensor y muy digna salió para su casa. Ese día ya no la volví a ver.

Mi sorpresa fue al día siguiente, cuando mi vecina estaba sentada en una silla frente al ventanal, con una buena polla de plástico, pegada en el asiento de la silla, mirándome fijamente. Se pasó el dedo por los labios, mirándole fijo. Bajó su mano a la polla de plástico, la sujetó y lentamente se fue dejando caer en ella. Se meneaba arriba y abajo, lento, muy lento. Me miraba y se relamía, su mano descendió hasta su clítoris y la otra buscó su pezón. Cabalgaba la polla muy lento y abría sus piernas en demasía, para que ese aparato le llegase muy dentro, muy hondo.

Su cara de placer lo decía todo, tenía vicio en los ojos, estos le ardían, y los pezones estaban duros como piedras. Empezó a botar con mayor intensidad. Casi podía escuchar los gritos desde mi apartamento, se la veía gemir, tirar de sus pezones, hasta que quedó parada sobre la polla. Su boca se abrió y estiró tanto sus pezones que temí se los fuera a arrancar. Ahora se balanceaba con lentitud sobre la polla. Se salió de ella despacio, se arrodilló y la limpió con su boca, mientras meneaba su culito. Se levantó y se fue.

Yo me había quedado tan absorto en la vista, que ni me había tocado la polla que estaba dura como una roca. ¡Joder! La vecinita me había regalado un muy buen espectáculo. No podía quedarme en casa y salí hacia mi club, donde me relajé con Andrea, una monumental morena que había llegado hacía pocos días. Más tranquilo llegué a mi casa y la luz de la vecina estaba encendida.

Me fui a la cama pensando en esa paja que me había regalado mi vecina. Mientras desayunaba, ahí estaba ella de nuevo, desnuda, meneando ese culito y tirándose de los pezones. Tuve que vestirme y marcharme.

Nos encontramos esperando al ascensor.

  • Me gustó mucho tu paja del otro día.
  • Serás cerdo ¿qué hacías mirando por la ventana?
  • Disfrutar un bonito espectáculo. ¿pensabas en mí?

Mariela se quedó callada unos segundos, me miró se mordió el labio y contestó.

  • ¿te gustaría que así fuera?
  • Me encantaría, te podría hacer de consolador.
  • Qué más quisieras tú.

El ascensor llegó y entramos. Mariela me miraba con lujuria en los ojos y yo a ella también. No me aguanté y me lancé a por sus labios. Mi lengua entró en su boca llenándola a la vez que mis manos bajaban a su culo para pegarla a mí. La levanté del suelo para apretarla con fuerza, haciéndola sentir mi dureza. Mariela gimió en mi boca. La apretaba fuerte a la vez que mi lengua le follaba la boca. El ascensor se paró, la bajé.

  • ¿Quieres entrar?

No dijo nada y me siguió.

  • ¿Duelen mucho, las pinzas esas?
  • Bastante, le contesté.
  • Pónmelas quiero sentir ese mordisco, pero solo las pinzas.

La desnudé y busqué las pinzas que ya había esterilizado, la miré fijamente a los ojos y acerqué la pinza a su pezón, ese precioso pezón. La pinza se clavó en él a la vez que Mariela se apretaba contra mi boca, buscando atenuar el dolor.

  • Cabrón, si duele, sí.

La besé con pasión mientras acariciaba su sexo antes de proceder a colocar la siguiente pinza. Me separé de su boca, miré su pezón libre, abrí la pinza y lentamente dejé que fuera apretando ese duro pezón. Noté como poco a poco la pinza se iba cerrando a la vez que una pequeña gotita de sangre salía de él. La lamí, la besé y acaricié el pezón con mi boca.

Bajé mi mano a su sexo, ¡¡estaba totalmente encharcada!! Le di la vuelta, coloqué sus manos contra el ventanal y le clavé mi polla en su coño. La diferencia de estatura, hacía que la levantara en vuelo cada vez que la penetraba. Lo hacía con fuerza y con rabia, llevaba muchos días queriéndola follar. Le daba muy fuerte y me paraba, otra vez fuerte y me paraba, Mariela gritaba. Vi una silla cercana, me senté en ella con Mariela clavada en mi polla y la dejé hacer.

Mariela al igual que había hecho con la polla de plástico, se clavó mi polla, botando lentamente sobre ella.

  • ¿Me tenías ganas, eh cabrón?

Tire de la cadena de sus pezones y Mariela subió quedando con los dedos tocando suelo.

  • Para, cabrón, para.

Esto le hizo acelerar el ritmo y vaya si lo aceleró, se corrió en pocos segundos llevándome a mí con ella. Tras un tiempo relajada, se salió de mí, se dio la vuelta y mirándome fijo, me dijo.

  • Quítame las pinzas.

La besé tierno y bajé mi mano a su pezón el que había sangrado. Apreté de los lados de la pinza y esta se abrió.

  • Caaabróóónn .

Bajé mi boca, lo lamí con ternura, lo chupé y lo tuve entre mis labios, Mariela se agitó nerviosa sobre mi polla. Llevé mi mano al otro pezón y procedí a hacer la misma operación.

  • Hijoo de putaaa, me vas a matar, pero no se te ocurra parar, ahora ya no.

Lo chupé largo rato y noté como mi polla se mojaba, se estaba corriendo, Mariela se corría por el placer de quitarle las pinzas. Me agarró con fuerza, se apretó a mí y me dijo.

  • Me gustó mucho, mucho, mucho. ¿Lo repetiremos más veces?

A partir de ese día, nuestra vida se unió en mil perversidades que contare en otros libros.

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ipablojafg
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