Deseando a lety mi cuñada (esposa de mi hermano)

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¡Qué lejos ha quedado mi adolescencia cuando dormido soñaba y despierto pensaba en Lety, mi cuñada, la esposa de uno de mis hermanos mayores!

Soy de la ciudad de México, miembro de una familia numerosa, de las que hay……….. tantas que viven felices en las vecindades y multifamiliares.

En mi casa vivíamos mis padres y mis diez hermanos (5 hombres y 5 mujeres ) y de los hombres soy el menor. A mí siempre me han llamado Kemy diminutivo cariñoso por el que todos a la fecha me conocen.

Como es la ley de la vida, poco a poco mis hermanos mayores fueron formando sus propias familias y esto empezó a suceder cuando yo superaba mi niñez para llegar a la dorada adolescencia.

Primero se casó mi hermano mayor y se fue a su nueva casa. Al poco tiempo mi segundo hermano hizo lo mismo. Éste escogió para esposa a una muchacha bonita, alegre, simpática, y que, además, al poco tiempo me di cuenta que tenía un cuerpo tentador.

Digo al poco tiempo porque cuando conocí a Lety, que es el nombre de mi cuñada, yo aún era un niño, pero ella fue la que motivó mi despertar del deseo sexual de mi adolescencia.

Como buen mexicano, siempre me ha gustado el futbol, y cuando no podía ir a ver el partido al estadio, me conformaba con verlo, tirado en la cama, a través de la televisión.

Superé los 10 años y así pasaron poco más de 14 meses cuando mis hormonas empezaron a despertar: los pelitos brotaron en la raíz de mi pene y éste poco a poco empezó a crecer.

A mis 12 años con 2 meses me dí mi primera masturbada y expulsé mis primeros chorros de semen, quizá un tanto trasparentes, pero mi organismo me estaba pidiendo el auto-alivio.

¿Cómo se aceleró todo esto?

Como en la televisión de mi casa no podía ver los partidos de futbol “a mis anchas”, prefería ir a verlos en casa de mi hermano y de su esposa Lety.

Por las costumbres familiares, pedía permiso a mi mamá quien no ponía objeción debido a que por su trabajo fuera de la ciudad, mi hermano dejaba sola a Lety, y yo le servía de compañía.

Su televisión estaba en su recámara, frente a su cama matrimonial. Esta habitación se comunicaba a la cocina y al resto de la casa por una puerta cubierta solo por una cortina.

Desde que poco a poco fui dejando mi niñez, también empezaron a gustarme las mujeres, pero de forma especial, mi cuñada Lety me excitaba.

Yo no podía disimularlo.

Buscaba la forma de siempre tenerla cerca y a la vez de tocarla, primero con discreción (porque tenía miedo que no le gustara mi actitud y dijera “algo”), pero poco a poco mis “tentadas” subieron de tono.

Lety se dio cuenta de que despertaba grandes deseos en mí.

Ella buscaba la forma de excitarme. De esto estoy seguro.

Yo, a mis 13 años, mientras veía en futbol en la televisión “tirado en su cama”, ella, solo cubierta con una bata de casa, de esas que son sueltas, se subía a limpiar los muebles: era una abierta provocación a mis deseos sexuales de adolescente.

Se bajaba y seguía limpiando los muebles de abajo, y el panorama de sus piernas me los cambiaba por sus tetotas grandes y duras, que me parecían cántaros llenos de miel.

Pasaba contoneándose cerca de mí, de la recámara a la cocina, y yo le tiraba el agarrón.

Más de una vez le toqué sus tetotas y parecía que una descarga eléctrica me quemaba la sangre.

Más de una vez le toqué su “verija” y “me salía fuego” hasta por los oídos.

Lety solo me decía: “niño, no hagas eso”, o me retiraba la mano con discreción, pero nunca se quejó ni con mis padres ni con mi hermano, su esposo.

Al notar su complacencia, empecé a tomar más confianza.

Así pasaron los días, las semanas, los meses y 3 años más. Llegué a mis 15 años. Mi pene, entonces, ya era algo grande y capaz de satisfacer a cualquier mujer.

Empecé a salir con mis amigos o con mi familia a las fiestas del barrio.

Cuando iba con mi familia, Lety siempre iba con nosotros. Debo decir que mi hermano, su esposo, es un tanto aburrido: no le gustan las fiestas y si acaso va, no le gusta bailar.

Yo soy todo lo contrario: las fiestas y los bailes me encantan y a Lety, mi cuñada, le fascina bailar.

Y yo “me daba vuelo” bailando con Lety.

Estos bailes eran super-calentadas para mi. Bailaba y al terminar la canción regresábamos a sentarnos, aunque yo siempre traía muestras palpables por tener abrazada a la mujer de mis sueños.

Después espiaba a Lety cuando ella se bañaba, cuando se cambiaba. Era fascinante ver ese cuerpo escultural desnudo.

Lety disfrutaba haciéndome sufrir, porque yo siempre terminaba tirando mis chorros de leche al recurrir a la masturbación por no poder hacerlo como a mí me hubiera gustado: en la mullida cama, en el sofá, en el piso, en el baño, en cualquier lado.

Digo que “me hacia sufrir” porque cuando yo estaba en su casa y Lety tomaba su ducha, con todo propósito dejaba entreabierta la puerta y la cortina del baño para que yo la viera: me daba cuenta como entrecerraba sus ojos y enjabonaba su cuerpo con toda sensualidad; con sus dos manos tomaba sus tetotas y las acariciaba mientras el jabón le escurría por su cuerpo desnudo.

Desde el interior del baño se paraba frente a mí y abría sus piernas y pasaba sus manos por su verija para escurrir la espuma del jabón.

Mientras todo esto sucedía yo me estimulaba manualmente: me abría el pantalón y lo bajaba hasta las rodillas y sacaba mi pene mas duro que una piedra y empezaba a jalarlo hasta que tiraba chorros y chorros de semen caliente.

Mi imaginación volaba a límites insospechados. Yo, un adolescente de 15, 16 o 17 años, con todo el fuego y la fuerza en la sangre “fantasiaba” que hacía el amor a Lety, mi cuñada.

¿Cómo lo imaginaba?

Mis vivencias fantásticas eras más que sueños, y me atrevería a narrar uno en la siguiente forma:

“Ese deseo irrefrenable de espiarla cuando Lety se bañaba, o que ella misma propiciaba, aumentaba mi sueño día a día.

Uno de esos días, bajo una soberbia excitación del vouyerismo propiciado, por mi propia cuñada, soñando despierto me levanto de la cama totalmente desnudo me dirijo a la regadera donde Lety aseaba su cuerpo. Sin mediar palabra me acerco a ella y empiezo a enjabonar su espalda. Yo esperaba que ella, en forma de molestia, dijera ?algo?, pero permaneció en silencio lo cual me dio total confianza.

Pues nada más y nada menos que yo soñaba que mi cuñada Lety estaba sencillamente más excitada que yo: claramente veía como ella, de espaldas a mi, tomaba mi pene durísimo entre sus manos, empinando su cuerpo y abriendo sus piernas lo dirigía a la parte central de su mata de pelos, donde poco a poco yo soñaba introducirlo.

Poco a poco, el acercamiento generaba el rico vaivén del mete y saca.

La posición en que estábamos me hacía tomarla de sus tetotas que se movían insinuantes al ritmo de nuestros cuerpos.

Ambos gemíamos de placer.

En mi sueño Lety empinaba un poco más sus caderas y su pubis: la vagina de mi cuñada yo la sentía totalmente húmeda: sentía que sus líquidos mojaban mis piernas y mi estómago.

Mi verga la hundía hasta el tope en el interior de Lety y mi sueño me trasladaba a un mundo desconocido.

La potencia de mi adolescencia y el deseo de poseer a mi cuñada, no permitían que mi erección disminuyera en lo más mínimo.

Sin sacar mi verga de la abertura soñada y vista tantas veces me sacaron chorros de abundante leche.

En ese momento, al correrme, despertaba del sueño que siempre me encantó soñar despierto?”

Éstos, mis sueños de adolescente, pronto los vería realizados.

Esos sueños encantadores me hacían desear a Lety como un loco. Mis masturbaciones eran frenéticas. Casi constantemente traía el pene erecto y me era difícil ocultarlo.

Sin que sea un crítica, quizá también mi hermano descuidaba un poco a su esposa, porque a ella se le “notaba” fuertemente se le notaba que necesitaba un hombre que la complaciera. Seguramente que también nuestra mutua formación “a la antigüita”, solo nos permitía soñar.

Mi cuñada Lety notó lo que estaba provocando en mi: yo observaba cómo me veía y en silencio fijaba sus ojos en mi entrepierna. Yo no hacía nada por ocultarlo: mi instinto sexual había despertando rápidamente.

Mi cuñadita, tiene sus formas redonditas, es bonita, sus tetotas y sus caderas son provocativas. Su mirada es “pícara” y coqueta, aunque seguía siendo una señora seria y muy propia de su hogar y de su marido (mi hermano).

Por los viajes de trabajo de mi hermano, y por el hecho de acompañar en su soledad a mi sueño, Lety, hasta entonces inalcanzable, muy constantemente, en vez de irme a casa después de la escuela, me trasladaba a casa de ella, so-pretexto de que “estaba sola”.

Este tipo de visitas a casa de mi hermano me obligaban a tomar en su casa mi baño vespertino.

Recuerdo que el baño tenía un pequeño agujero en la pared que daba al lavadero, por donde en un tiempo había estado un tubo de agua. Este agujero quedaba exactamente a la mitad de nuestro cuerpo, por lo que presentaba una vista panorámica espectacular.

Pero mi baño no era completo sin mi diaria masturbación. Dejaba que el agua me acariciara y me excitara. Con la espuma del jabón empezaba a frotar mi pene que no tardaba en responder y ponerse inusitadamente duro.

Así llegué a los 18 años.

Con mi desarrollo físico mi pene también creció, y a mis 18 años de edad llegó a los 20 cms. medidos a regla.

Mi cuñadita aparentaba ser la señora discreta, aunque seguía siendo muy observadora de lo que pasaba muy constantemente bajo mi pantalón o mi short que repentinamente se abultaba debajo de mi bragueta.

Un día, mientras me bañaba noté que alguien me observaba a través del agujero que estaba en la pared del baño: vi el ojo observador, y por las pestañas y un poco de la piel de su cara comprobé que mi cuñada Lety observaba atentamente mi desnudez y mi masturbación.

¿Qué tanto tiempo tendría observándome?

¿Desde cuándo lo vendía haciendo?

¿Cuántos días, cuantos meses, quizás años, habrían transcurrido sin que me diera cuenta que mi cuñada Lety me observaba?

Lejos de avergonzarme y buscar cubrir mi desnudez, mi lujuria se acentuó y cambié el ritmo de mi masturbación para hacerla más excitante, más provocativa, y desde la regadera le ofrecía mi pene duro, largo, grueso y palpitante.

Ese día cambió nuestra vida.

No obstante un fuerte dolor de mis testículos por la gran excitada que me propiciaba que mi cuñadita Lety me observara, en ese momento no llegué al clímax de mi masturbación.

Me enjuagué los restos de espuma del jabón, me envolví en la toalla, me sequé y me salí del baño, inclusive, por primera vez sin ponerme mi bóxer. Mi pene erecto levantaba la toalla.

Cuando salí del baño mi cuñada estaba sentada frente al televisor. Pasé frente a ella con mi ropa húmeda que me acababa de quitar antes de bañarme, para llevarla al lavadero.

Observé detenidamente, pero con malicia, como ella me veía más fijamente. Si la fuerza de lo estrecho del pantalón desviaba y aprisionaba mi pene cuando se me paraba, con la toalla suelta enredada en mi cintura no era lo mismo.

Mi inteligencia me decía que mi actitud era inapropiada. Mi instinto me exigía seguir el juego de mi cuñada hasta sus últimas consecuencias.

Cuando me fui a dejar la ropa sucia al lavadero, mi cuñada se metió a la regadera.

Me hice “pato” más de lo normal en el lavadero, “haciendo tiempo” para que mi cuñada Lety se desnudara y empezara a bañarse. Mi intención era verla a través del agujero de la pared.

Cuando escuché el ruido del agua al caer de la regadera, pensé que era el momento de ver.

Me senté “encluquillas” y acerqué mi ojo al agujero.

Mi cuñada totalmente desnuda abría sus piernas y se tocaba suavemente el clítoris. Indudablemente que estaba muy excitada, ya que gemía y se estremecía al pasar sus deditos por su rajita.

A mí jamás se me había ocurrido verla por el agujerito del baño.

Seguramente que mi cuñada se percató que yo la observaba, porque empezó a hacer acercamientos cada vez más provocativos al agujerito.

El acercar su pubis al agujerito del baño, se separaba sus labios vaginales con sus dedos y hacia que yo me quedara a punto de explotar sin tocar mi pene.

No aguanté más.

Me levanté y pretextando que tenía ganas de orinar me metí al sanitario donde también estaba la regadera, donde mi cuñada se estaba bañando.

La puerta de plástico que dividía el sanitario de la regadera (para que no salpicara el agua) era cuando mucho de un metro y medio de altitud, por lo que con toda facilidad podían verse las personas que estaban dentro.

Lety, voy a pasar a orinar.

Pasa, Kemy.

Como yo seguía envuelto en la toalla, solamente separé un pliegue y mi pene durísimo quedó expuesto a la vista de mi cuñada, a la que yo veía de “re-ojo”, como tratando de disimular un poco.

Por primera vez contemplé de cerca sus pezones chiquitos, duritos y de color rosita de sus prominentes senos, que me excitaron más.

Yo no podía orinar. Estaba parado frente a la tasa con mi pene durísimo, pero, ni tenía ganas de orinar ni podía esforzarme, porque estaba seguro que si lo hacia, más que orinar tiraría los chorros de mi semen blanco y caliente.

¿Qué pasa, Kemy, no puedes orinar? ? Me dice mi cuñada Lety, desde la regadera.

No. No puedo.

Yo seguía inmóvil, paralizado. Seguramente mi cuñada Lety notó algo, porque fue cuando ella tomó la iniciativa. Acercó su cara al borde de la puerta “corrediza” de plástico que nos separaba, y sin pena alguna, dirigió su mirada a mi pene, y me dice:

¡Kemy, que grande tienes tu pene!

Tú también estás muy bonita, y tienes una puchita que me encanta, ? dije, dejando mi inmovilidad y acercándome a la pared de plástico que nos dividía, por lo que pude verla mejor, y con un panorama que me trasladó a una nueva dimensión.

Tienes muchísimos pelos, Kemy.

Y tu tienes unos senos que me están enloqueciendo, – dije, en tanto alargué mi mano para tocarlos.

Mi cuñada se estremeció al sentir mi mano derecha acariciando los pezones de sus chichotas, mientras que con mi mano izquierda cerraba la llave del agua de la regadera.

La toalla que me había ceñido a la cintura calló al piso.

Abrí la puerta de plástico y me metí al espacio de la regadera, junto a mi cuñadita Lety.

La abracé y ella correspondió a mi abrazo.

Mi pene duro era apretado por el abdomen de mi cuñadita.

Dirigí mi boca a succionar sus pezones. Estaban duros y jugosos, suaves y dulces: eran los cántaros de miel que siempre me había imaginado.

Mi cuñadita y yo nos estremecíamos de placer.

Con mi brazo y mi mano derecha abrazaba fuertemente a mi cuñadita, mientras que mi mano izquierda bajó a hurgar entre sus labios vaginales, los cuales separaba con mis dedos.

Sin dejar de acariciarnos ni de besarnos, y escurriendo agua por todo el cuerpo, nos salimos del cuarto de baño y nos dirigimos a la cama frente al televisor.

Ambos estábamos totalmente desnudos.

La humedad del exterior de nuestros cuerpos se mezclaba con mis jugos pre-seminales y con los jugos vaginales de Lety. Nuestra excitación estaba a mil grados.

Frenéticamente nos besamos en silencio.

Empecé a dibujar y a repasar su cuerpo entero con mis labios hasta que mi lengua alcanzó su abertura por donde ella orina. Sus grandes labios vaginales facilitaron enormemente mi exploración oral .

Que bella sensación pasar mi lengua por su clítoris. Éste estaba durísimo y muy inflamado de la excitación. Estaba del tamaño de una nuez, pero una nuez palpitante y deseosa y llameante.

Sin dejar de besarnos, y fundidos en un prolongado abrazo me subí sobre de ella y seguí dibujando su cuerpo con mi boca.

Nuestra entrega fue tan silenciosa y frenética que sin darnos cuenta, repentinamente ambos estábamos haciéndonos mutuo sexo oral.

Al succionar su clítoris duro, caliente y palpitante, mi cuñada empezó a gritar. Teníamos ambos un fuerte orgasmo simultáneo.

¡Oh!, ¡Kemy? me ahogo, me matas?!

¡Chupa, chupa duro, Lety, chupa duro?!

¡Oooooogggghhhhh.!, ¡Oooooooggggggghhhh?.! ¡Oooooggghhhh!

¡Cuñada, te amo!

Fue una corrida estupenda. La primera de muchísimas que ambos gozamos en nuestras tardes de mutua soledad, en casa de mi hermano, mientras éste se encontraba en su trabajo.

Pero a los 18 años, ¿a quién se le baja la excitación, si es edad de plena efervescencia?

No obstante tan fuerte corrida, mi pene seguía durísimo.

Mi cuñada seguía excitadísima.

¡Penétrame, Kemy, hazme tuya!

Esa invitación, estas palabras candentes, fueron suficientes para cambiar mi posición de 69, y colocarme entre las piernas de Lety, a quien puse al borde del colchón.

La vagina de mi cuñada estaba súper-húmeda de su súper-orgasmo.

Mi semen “chorreaba por sus mejillas”.

Abrí las piernas de mi cuñada y dirigí la punta de mi lanza a su abertura, abertura que ya había probado y que sabía a néctares de mil sabores.

Aún era de día y veíamos perfectamente lo que estábamos haciendo.

Separé sus labios vaginales con mis dedos.

Acomodé mi glande rojísimo en su abertura y empujé poco a poquito.

Mi glande empezó a introducirse.

Presioné con firmeza flexionando un poco mis piernas, y sin llegar a la brusquedad mi pene siguió entrando.

Un ahogado gritito de mi cuñada se escuchó.

¡Ooogghhh?!, que rico, Kemy, que rico. Despacito. Déjame sentir esta ricura.

Es solo un momento, Lety. Es solo un momento que vamos a gozar como nunca.

No dejé de empujar hasta que mis pelos pegaron a los pelos del pubis de mi cuñada: estaba totalmente traspasada.

Mi pene me ardía y me dolía un poco. Era mi primera vez. Con mi cuñada perdí mi virginidad.

Empecé a bombear, primero lentamente y después aumenté la velocidad.

Mi cuñada gemía de placer.

Luego empezó a gritar suavemente, como temiendo ser escuchada: ¡tenía un nuevo orgasmo!

Yo no sabía lo que era el orgasmo; hasta años después me enteré de que es la expresión del máximo placer que se da a través del sexo.

Toda hasta adentro, casi toda afuera? Toda hasta adentro, casi toda afuera? Toda hasta adentro, casi toda afuera? Toda hasta adentro, casi toda afuera? Toda hasta adentro, casi toda afuera?

Al estar mi cuñada en todo su éxtasis, siento que mis torrentes seminales se vienen con fuerza.

Exploto en fuertes chorros que inundaron totalmente su interior.

Quedamos exhaustos, extenuados, sin fuerzas.

Mi cuñada rompe el silencio:

Kemy, te amo?

Yo también, te amo.

Hace mucho tiempo que te deseaba, hace mucho que te veía a través del agujero del baño.

No te arrepientes de hacer algo prohibido.

No, porque te amo, te deseo, te llevo dentro de mí.

Esta fue la primera de muchas veces que Lety, mi cuñada, esposa de mi hermano mayor, y yo, hemos tenido fuertes y calientes encuentros después del baño.

Nunca hemos hablado de mi hermano. Lo nuestro es un gran secreto que nadie debe saberlo. Nos amamos en silencio y así hemos logrado ser felices por mucho tiempo.

Han pasado varios años. Lety sigue casada con mi hermano. Han formado una bonita familia y yo sigo pensando en lo que hubiera pasado si las cosas no hubieran pasado del simple vouyerismo.

Desde mi adolescencia llevo a Lety, mi hermosa cuñada en lo más profundo de mis sueños, de mis realidades y de mis deseos.

(Este es un relato en el que solo intervine como redactor, ya que es hecho real de Kemy, gran civer-amigo al que le gustó mi estilo de escritura, que me pidió le ayudara a darle forma a su vivencia. Kemy, te agradezco la confianza y la paciencia que me has tenido, y deseo que sigas siendo feliz; espero que algún día podamos conocernos).

Así me hubiera gustado que fuera mi cuñada pero no.

Estas son fotos reales de mi cuñada a sus 61 años como ven que opinan.

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AlfredoTT
AlfredoTT
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