Conociendo a Susy la puta mas rica (II)

Contemplé sus cabellos, su piel y sus pechos, era todo exactamente como lo había descrito. Su rostro demostraba que la acción le había gustado pero no atinaba a decirme nada. Solo estudiaba mi rostro y lo poco que podía ver de mi cuerpo. Entrelazó sus manos en mis cabellos y con un movimiento felino me sacó de su cuerpo.

Acodada en la almohada, recorrió mi cuerpo en su totalidad, deteniéndose en mi bajo vientre. “Hola socio de Alejo, encantada de verlo pero reconozco que quedé mas encantada de sentirlo” le dijo a mi pene y asiéndolo lo sacudió como quien da un apretón de manos a un amigo. Luego se inclinó sobre él y le dio un sonoro beso. Tenía una risa cristalina, que derrochó ante su extraña actitud. Escurrió el semen que caía por entre sus piernas y parándose sobre el colchón frente a mí me dijo: “Voy a higienizarme y volveré al ruedo. No se te ocurra tratar de huir”. “Aquí estaré esperándote, no te tardes” respondí mientras la veía alejarse meneando su cola.

El reloj marcaba las tres de la tarde, lo mejor estaba por llegar… Encendí un cigarrillo mientras trataba de hilvanar, uno a uno, los hechos acontecidos. Viajar tantos miles de kilómetros, meterme en una cama a oscuras y esperar que una mujer fuera capaz de cumplir con aquella promesa de no vernos hasta después de haber tenido sexo y más sexo durante tres horas, para que al encender una pequeña luz estuviese de acuerdo en que esto había sido muy bueno, me parecía loco casi rozando la irracionalidad absoluta. Su descripción como mujer seria que al apagar la luz se volvía adicta al sexo con desesperación y dejaba que su hembra ardiente mandase sobre su cordura, me dejaba fuera de mis cabales. El hecho de arriesgarlo todo, tanto por ella como por mí, se había vuelto una fantasía que debía arriesgarme a probar, y vaya que dio un excelente resultado.

Su aparición frente a la puerta, con su traje de Eva, y las gotas de agua rodeando cada centímetro de su cuerpo me trajeron irremediablemente a la realidad. Qué bella se veía así, totalmente desnuda, con un dejo de ingenuidad y una mezcla de sensualidad y pasión brotándole por los poros que la hacían irresistible. Esbozó un baile sensual mientras se dirigía al teléfono de la habitación, tomó el auricular y hablando muy suavemente pidió algo que no logré entender. La terminología propia de la región escapaba a mis conocimientos. Volvió a la cama, se tumbó a mi lado y dijo delicadamente: “Vas a conocer la comida más exótica y afrodisíaca de me región, pero deberás adivinar que es lo que pruebas, solo si lo logras te daré más de mí”. Asentí con un movimiento de mi cabeza, al tiempo que ella paseaba sus manos por mi cuerpo totalmente desnudo provocándome sensaciones bastante ardientes que ponían a mi guerrero piel roja en posición de ataque. Rió al verme así y se apartó un poco. “Eppa, ese muchacho tendrá que esperar un momento, y si su dueño demuestra conocer, tendrá recompensa” musitó mientras se paraba y caminaba rumbo a la puerta. Tomó una bata en el camino y se la colocó para cubrir su cuerpo.

Instantes después dos leves golpes a la puerta y una brevísima charla con la camarera de turno, marcaban su retorno a la habitación con dos bandejas cubiertas por una campana de color oscuro que negaba la vista del contenido. “A ver mi niño, déjeme ponerle esta gasa en los ojos y comenzaremos con las adivinanzas” dijo y se colocó delante de mí para poner en mis ojos una tela que impidiese mi visión. Quedé nuevamente a oscuras, solo ella tenía la capacidad de ver y torturarme con su juego, sería yo un participante de lujo. Ganase o perdiese, la haría mía, no pensaba dejar pasar la situación. Me pasó una copa por los labios y me hizo beber un liquido refrescante con burbujas que no demoré en identificar. “Champagne, semi dulce” exclamé. “Seguro, sólo el champagne brinda pureza al paladar para captar los sabores” comentó y acto seguido me brindó uno de sus pechos impregnado en la bebida. Lo saboreé y aproveche el momento para mordisquear sus pezones. “Tranquilito, vamos despacio” mencionó mientras colocaba en mis labios una pasta algo picante y con un fuerte sabor a pescados. “¿Qué es esto?”. Paladeé un poco aquella pasta (no me agrada el pescado en lo absoluto) “Paté de atún” arriesgue, “frío, frío. Pescado es, pero nada de atún” respondió.

Así fueron pasando uno a uno los distintos ingredientes y con ellos mis aciertos y errores. Sólo al llegar los postres encadené una secuencia de apuestas ganadoras (miel, crema, frutillas, agua de coco) hasta que llegó la apuesta cumbre. Un sabor dulce, similar al dulce de leche argentino, pero que sabía algo saladito. Ese pequeño detalle me dejo perplejo, pedí una nueva ración y casi quedé convencido de lo que acababa de probar. “¿Dulce de cajeta?” arriesgué como sí supiese manejar claramente la expresión mexicana. Rió notoriamente, “algo así, casi exacto” dijo entre carcajadas. Me quitó la venda de los ojos y me mostró uno a uno los ingredientes dejando para el final mi duda. Vi el pote de algo similar a dulce de leche y me dijo “observa que comiste al final”
Se colocó en cuclillas y metiendo su dedo mayor hasta lo más profundo de su vagina, lo sacó bañado de sus jugos; luego lo pasó por el pote y me lo extendió por mis labios. Volvió a reír y dijo “algunos paisanos tuyos llaman cajeta a la vagina de la mujer, y es eso lo que te he dado: el dulce de mi cajeta”. Me sorprendió la ocurrencia, realmente sabía bien aquella mezcla. “Ahora puedes disfrutarme, has aprobado la prueba” comentó mientras se tendía a mi lado. Aproveche el momento y la bañe en crema, dulce y comencé a comerme cada centímetro de sus pechos. Entre escalofríos de su parte y lengüetazas míos fui logrando su mejor temperatura.

Su humedad se hacía cada vez más importante y mis manos y lengua resbalaban por su cuerpo lleno de dulces.
Cuando limpié totalmente la mezcla de su cuerpo, tomé una pequeña vasija con chocolate líquido y la esparcí por mi socio. Giré sobre su cuerpo y repetí la acción en su entrepierna. Bañada totalmente en aquel espeso líquido, su piel era más apetecible aún. Pasé mi lengua sobre su clítoris primero y luego extendí el recorrido por su rajita. La sensación la desesperó y comenzó a mamar mi herramienta llena de chocolate. La saboreaba como si fuese un helado, primero la cabeza, luego a los lados para finalmente llevarla totalmente al interior de su boca. Los delicados movimientos que había iniciado se fueron haciendo más violentos. Tomó la vasija y la vació sobre mí. Luego de ello repitió sus movimientos en derredor de mi pene. Mientras tanto yo perdía en su interior mi lengua, penetrándola como si se tratara de un mete y saca cumplido por una diminuta verga. Alcancé un recipiente con crema y lo unté por todo el largo de su zanja, desde la raja hasta el orificio de su ano. Cuando deposité mi primer beso sobre aquel cerrado ojal de su cuerpo, convulsionó mostrando como llegaba a un orgasmo.

Seguí torturándola, mientras preparaba aquel pequeño espacio para llenarlo con algo más que besos. La lubriqué mucho y perdí uno de mis dedos en su interior, al tiempo que chupaba con fuerza su raja, sus labios y su botón sexual. Aquel primer dedo recibió la compañía de un segundo y luego de un tercero. En tanto mamaba mi herramienta sin piedad, como queriendo exprimirla en su totalidad. Cuando el tercer dedo se hundió y sintió como mi lengua por su vagina se contactaba con él a través de su pared rectal, gimió roncamente y se tragó tanto como pudo la herramienta. Casi logré sentir su garganta haciendo tope contra la cabeza de mi verga.
Sentía un placer enorme cuando se lo tragaba, pero quería hundirlo en su cola. Lo quité de su boca y la coloqué en posición de nalgas abiertas y afirmada en cuatro patas. “Ya, quiero más pero ya, no demores más” gritaba mientras le mantenía los dedos enterrados. Me coloqué detrás y con rápido movimiento quité mis dedos reemplazándolos por la verga, coloradísima, hinchada a más no poder. Me detuve unos instantes para acomodarla mejor y ya empalada, comencé a moverme dentro de ella. Los movimientos sin sincronía hacían que casi saliera de su interior para luego enterrarme hasta lo más profundo de sus entrañas.

Así estuvimos unos momentos, hasta acoplarnos en movimientos. Gritaba, se sacudía y se abría tanto como su anatomía lo permitía para hacerme llegar hasta la máxima profundidad. Se tomó de los barrales de la cama y se irguió un poco. Eso me dio espacio para tomarla de los labios mayores con fuerza, los abrí y mandé mis dedos a su interior. Traté de acompasar los movimientos sacudiendo su cuerpo aprisionando su vagina con mis dedos desde el interior y la palma de mi mano desde el exterior. Coloque todo mi peso sobre su humanidad y mi única mano libre entre sus cabellos. La sacudía tratando de movernos al unísono, pero era imposible. Había liberado a la hembra hambrienta de la prisión de su cuerpo y se transformó en indomable. Fueron diez minutos máximo de aquella vorágine. Al cabo de aquel tiempo explotamos juntos. Ella en un orgasmo feroz al que acompañó con un grito estremecedor y yo llenándole las entrañas con la mayor cantidad de leche que despaché en mi vida.
Fue como la culminación de la erupción de un volcán. Ambos cuerpos quedaron exhaustos y caí sobre ella absolutamente rendido, en tanto ella lo hizo sobre el colchón empapado en jugos, semen, crema y dulce.
Unos minutos después, y sabiendo de la presión de mi peso, la tomé por la cintura y giramos para quedar ambos de costado en la cama, aún con mi herramienta dentro de ella pese a que había empezado a perder rigidez.

Eran las seis de la tarde y habíamos logrado superar las tres horas de sexo más violento entre ambos.
Nos dormimos entrelazados, tratado de reponer fuerzas. El fin de semana recién llevaba 8 horas de vida, o mejor dicho 8 horas de sexo, delicado por momento y brutal en otros.

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AlfredoTT
AlfredoTT
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