Carne ardiente con ganas de mucho sexo
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Alquilé junto a la conocida de mi prima un departamento en la ciudad. Ambas trabajábamos y estudiábamos a la vez. Después de unos meses comencé a notar su mirada sugerente pero entre mujeres hay algo así, a veces por admiración, otras por envidia.
Ambas veinteañeras contándonos proyectos, amores, desilusiones, etc. Una noche de cena entre pizza y cerveza alegremente mareadas me confesó cuanto le gustaba mi cola, era un prototipo de esos que te das vuelta o te das vuelta dijo carcajeándose. Me sentí algo incómoda pero aproveché a ponderarle sus senos como devolución de gentilezas.
Y ahí ella se despachó con un, “nena; con el lomo que tenés que podes envidiarme a mí” Y otra carcajada con un remate de abrazo y sin ningún tapujo me dio un pico. Cuando quise rechazarla para poner las cosas en claro se avanzó sobre mí como un animal que embiste y fue su apasionada lengua dentro de mi boca que me hizo bajar la guardia.
Si bien no era nueva en la práctica lesbiana no era algo que me gustara hacer desde la primera vez que lo experimenté. Me rendí a sus brazos y besos apasionados, era una experta con la lengua y con su víbora de carne empezó a desvestirme. Era una lamedora espectacular y sus jugos eran muy sabrosos, terminamos rendidas entre el alcohol y la pasión. Lo que más me había impresionado de su accionar fue cuando me metió el dedo dentro del culo para después chuparlo como un triunfo de sabor o dueña del acto de amor.
Al otro día no podía mirarle a la cara y ella tomándome del mentón y un pico me dijo que no sintiera culpa, que solo había sido ese momento de necesidad sexual y nada más.
Cada tanto nos lamíamos e hicimos el amor con juguetes, solo era algo circunstancial y más de una vez me negaba para que midiera el excesivo antojo que tenía conmigo. “Todo bien linda, pero es hasta ahí”, solo sonreía y aprobaba mi lugar. Con el tiempo me pidió visitar a su abuelo para tener una excusa y volver cuando quisiera.
Era un tipo de más de 60 años algo alegre y afectuoso. Muy cordial y buen anfitrión, más de una vez me abrazó mientras mostraba su casa con un lindo predio y lo tomé como un gesto fraternal, curiosamente fue creando en mí un sentimiento de desafío; si me revolcaba con su nieta ¿por que no hacerlo con él también?.
Cada vez que podía sin que nos viera su nieta me abrazaba y ya había un recorrido de caricia por mis brazos. Entonces entendí que ese abuelito era algo más que cariñoso.
Durante la cena charlamos muy amenamente y entre bromas, anécdotas y contenidos a veces picarescos. El Domingo mientras nos aprontábamos para despedirnos mi amiga fue al baño, el vino y apoyando su mano a la altura de mi cintura susurró, “sufriré hasta que te vuelva a ver y por favor; que quede entre nosotros, que hermosa mujer que sos”.
Solo me colgué de su cuello e invadí su boca con mi lengua, sentí sus manos por mis nalgas y le juré que nos volveríamos a ver. ya se escuchaba que mi amiga salía del baño y acariciando mi seno musitó. “No te enojes pero hoy me masturbo con vos”. Volví con la cabeza puesta en las manos de aquel abuelo, ese breve pero intenso beso de lengua y mi cabeza de revolcarme con él.
Era el abuelo de mi amante ocasional y eso me encendía más. Cuando llegamos al departamento me seguía partiendo la mente aquel viejo y más descarada que nunca me lancé encima de mi desconcertada amiga. Tengo que volver a verlo; mis carnes arden cuando lo pienso.
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