Abriendo puertas: ¿Te imaginas… otro con nosotros?

📋 Lecturas: ️1341
⏰ Tiempo estimado de lectura: 3 min.

Hacía tiempo que yo lo pensaba.

No era una obsesión, pero de vez en cuando, en esos momentos en los que la piel aún arde después de hacer el amor, le dejaba caer alguna insinuación. Un comentario, una fantasía dicha en voz baja, como si fuera un sueño absurdo.

—¿Te imaginas… otro con nosotros? — le había dicho una noche, sin mirarla directamente.

Carol siempre reía, un poco nerviosa, y cambiaba de tema. Me conoce lo suficiente como para saber que no era solo una broma, pero durante mucho tiempo se mantuvo en una especie de dulce resistencia. Hasta que, sin mucho aviso, empezó a dejarse llevar. Quizá porque me veía sincero, o quizá porque, en el fondo, a ella también le picaba la curiosidad.

Aquella noche, con una copa de vino y música de fondo, volví a sacar el tema, con más calma.

—No quiero que hagamos nada que no quieras… Solo hablar con alguien. Sin compromiso.

Tardó unos segundos. Me miró con unos ojos que ya no tenían miedo, solo dudas. Y luego asintió con la cabeza.

Nos creamos un perfil compartido. Solo palabras, nada de fotos. Entramos en un chat para parejas que querían explorar, y pronto descubrimos que no todos estaban allí por las mismas razones. Mensajes sucios, llenos de tópicos, gente con prisas. Pero también había excepciones.

Una de esas excepciones era Ángel.

Escribía con calma, sin vulgaridad. Tenía una manera de hablar que enganchaba, como si supiera exactamente el tono que buscábamos. Carol sonrió cuando leyó su mensaje. Y esa vez, no me miró buscando aprobación. Fue ella quien empezó a escribir.

Las conversaciones con Ángel se volvieron habituales. No eran diarias, pero cuando hablábamos, el tiempo volaba. Hablábamos de gustos, de fantasías, de cómo imaginábamos todo. Y no siempre era explícito: también había largas conversaciones sobre música, películas, viajes… Había una conexión extraña, inesperada.

Carol, que al principio solo leía los mensajes, empezó a implicarse cada vez más. Primero respondiendo con frases cortas, luego preguntando. Y yo la observaba mientras escribía, cómo se mordía el labio cuando leía algo que le gustaba. Sabía que se estaba dejando llevar.

Una noche, después de una conversación especialmente intensa con Ángel, terminamos en la cama sin decir nada. Su excitación era evidente, pero también su resistencia a seguir. Luego, con la cabeza sobre mi pecho, habló casi en un susurro:

—No sé si me da más miedo hacerlo… o las ganas que tengo de hacerlo.

La abracé. No había prisa. El camino ya había empezado.

Sígueme en más historias.

Compartir en tus redes!!