Me cogió un chico recién lo conocí
Me llamo Aolany. Tengo 18 años, estudio Pedagogía, y suelo atraer miradas donde sea. Vivo en Ciudad de México, pero estudio en Neza. Mi cuerpo siempre ha sido mi mejor carta: piel blanca, piernas largas, una carita de ángel que engaña fácil. No me interesa encajar, prefiero provocar. A veces juego a ser inocente, pero la verdad es que disfruto romper las reglas. Me gusta que me miren, que me deseen, pero solo dejo que me toquen si lo decido yo.
Nunca planeo mis encuentros. Solo dejo que pasen.
Ese viernes salí de clase sintiéndome vacía, como si todo me resbalara. La UPN estaba llena de ruidos e ideas sin sentido… pero yo solo quería sentir algo real. Caminé sin rumbo hasta llegar a una librería en la avenida Texcoco. Ya había estado ahí antes. Es pequeña, huele a madera vieja y tiene un par de espejos grandes.
Estaba solo deambulando cuando lo vi. No fue solo su rostro –que sí, era atractivo, con barba y mirada callada– sino su postura. Tranquila. Como si no le pidiera nada al mundo.
Me paré frente a él solo para provocarlo, fingiendo que buscaba algo en el mismo estante. Lo noté viéndome de reojo. Me incliné un poco más de lo necesario para tomar un libro. Sentí su mirada clavada en mi trasero.
—¿Puedo ayudarte a alcanzarlo? —dijo, suave.
—Ya lo tengo, gracias —respondí, mostrándole el título sin girarme toda.
—Aolany —me presenté sin que me lo preguntara. Me gusta tomar el control desde el principio.
—Julián —contestó.
Intercambiamos algunos comentarios sobre libros, pero ya no importaba lo que decíamos. Yo solo sentía como mi tanga comenzaba a mojarse. Lo miraba directo, sin recato. Él me devolvía la mirada con algo entre deseo y cuidado.
—¿Quieres café? —preguntó.
—¿Contigo? Va.
La cafetería estaba cerca. Pedí un latte doble. Él un americano sin azúcar. Hablamos, reímos. Me gustaba que no me buscara con las manos, sino con las palabras. Eso me excitaba más. Lo veía humedecerse los labios, notar cómo cruzaba mis piernas, cómo jugueteaba con la cucharita sin romper contacto visual.
No lo invité. Solo lo miré como si ya lo supiera. Nos fuimos caminando hacia un hotel.
Todo estaba en silencio en la habitación, solo el jadeo de nuestros cuerpos rompiendo el aire. Me arranqué la blusa sin pudor, dejando que sus ojos devoraran mi piel. “Quítate todo”, ordenó con voz ronca. Me senté en su regazo, tetas al aire, y sentí su verga dura bajo mí, amenazando con saltar de sus jeans.
Su boca me atacó hambriento—lengua salvaje, dientes marcando mi cuello, chupando mis tetas hasta dejarlas rojas. “Así me gusta”, gruñó cuando gemí. Me tiró a la alfombra y me abrió las piernas con manos de dueño. “¡Qué mojada estás!”, escupió antes de enterrar la lengua.
Y supe.
Supe que me haría venir como puta en celo.
Y lo hice—gemidos fuertes, uñas clavadas en la alfombra, panocha hinchada. Pero para mi no fue suficiente.
Lo desnudé a jalones, empujándolo contra el piso. Me monté sobre su verga como si fuera mi última noche en la tierra. “¡Mírame cuando te cojo, cabrón!”, le exigí, marcando sus hombros con mis garras. Él me miró con ojos de furia, manos estrangulando mi cintura, pero dejándome dominar el ritmo.
“¡Te voy a partir!”, rugió cuando le apreté con todo.
La segunda corrida me golpeó como rayo—gritos sueltos, espasmos violentos, sudor mezclándose. Él me siguió con un gruñido, su semen llenándome, mientras me mordía el hombro como marca.
Quedamos hechos bestias—retorcidos, piel con piel. “Esto no acaba aquí”, prometió al oído con voz de macho alfa.
Al amanecer, me vestí sin despertarlo. Le dejé un libro junto con mi tanga. Y me fui sin volver a saber de él.
¿Te gustó este relato? Descubre fantasías escritas con fuego en nuestra página principal.