Mi vieja amiga Nuria

Autor: Dingo | 28-Apr

Heterosexuales
Nuria y yo jamás tuvimos nada serio. De jóvenes, seguramente nos habríamos enrollado, pero nos conocimos con veinte y ambos teníamos otras relaciones. Nos gustábamos mucho, la verdad, y nuestras parejas no se daban ni cuenta de ello. Mi novia de entonces y su novio (que ahora es su marido), eran amigos de la escuela y quedaban periódicamente para tomar unas cervezas y charlar.

Por ese entonces yo vivía aún en casa de mi madre pero mi novia, sin embargo, acababa de independizarse y una noche invitó a cenar a Nuria y su novio. Cuando llegaron, Nuria estaba realmente preciosa, con una falda que le llegaba poco más arriba de las rodillas y una camiseta bastante ajustada. Saludé a su novio y mi compañera sacó unos licores y algo para picar. Estuvimos hasta las diez y media allí, charlando, y yo no podía evitar lanzar pícaras miradas a Nuria, que hacía lo mismo conmigo. De vez en cuando coincidíamos y en ese cruce de miradas se leía de todo. Nunca, en los dos años que duraron esas quedadas, hicimos nada más que mirarnos el uno al otro. Eso sí, en cuanto se iba, yo le decía a mi novia que quería ducharme y corría al cuarto de baño a masturbarme, fantaseando con aquella mujer que tanto me gustaba y que tan lejos parecía estar.

Con el tiempo, la amistad de nuestros novios se fue perdiendo y cada vez quedábamos con menos periodicidad, hasta que dejaron de llamarse salvo en Nochevieja, para desearse un feliz año nuevo. Por mi parte, corté con mi novia al cabo de varios meses y me enteré por un amigo común de que Nuria y su novio se casaban en unas pocas semanas. Yo no pude evitar un sentimiento como de pena por esa boda, pero también era consciente de que Nuria y yo jamás tuvimos nada y que no podía aspirar a nada más con ella.

Han pasado casi cuatro años desde la boda y no he tenido ninguna noticia de ella en todo este tiempo. Estuve saliendo con una chica una temporada, pero actualmente estoy completamente soltero y sin compromiso. Y me gusta, aunque hecho de menos el sexo, porque no soy precisamente un Adonis y no ligo lo suficiente. Sin embargo, el fin de semana pasado me encontré con Nuria. Estaba en un bar, rodeada de chicas que parecían celebrar algo. Al principio no supe si saludarla, pero después me dije que si no lo hacía nunca me lo perdonaría. Me acerqué y la saludé todo lo efusivamente que pude sin parecer ansioso.

Muy poco después de llegar yo, se separó de sus amigas y me dijo de irnos a un bar cercano donde podríamos hablar más tranquilos. Acepté, por supuesto, y por el camino ella me contó su viaje de novios y su vida matrimonial, mientras yo escuchaba atentamente, casi por inercia. No pude evitar ponerme a cien con ella a mi lado. Llevaba un vestido largo y negro, con transparencias, y me dijo que era una cena de empresa solo para mujeres. Llegamos al bar que ella quería y nos sentamos en unas mesitas que tenían en la entrada, en un pequeño porche al aire libre.

Ella pidió un ron con limón y yo un gintónic. Nuria hablaba rápidamente y se la veía muy emocionada por estar conmigo. Hablamos durante una hora, aproximadamente, y me contó que su matrimonio, en realidad, no era el mejor de todos. Su marido había resultado un tipo bastante diferente una vez casados. Se dedicaba a su trabajo y la dejaba a ella sola demasiado tiempo. Se iba antes de las siete de la mañana de casa y muchos días no llegaba hasta las diez. Nuria trabajaba en una oficina a media jornada y tenía muchas horas para aburrirse. Fue entonces cuando mi excitación llegó al máximo y ella se acercó a mí.

- ¿Estás poniéndote cachondo? - me preguntó.

- ¿Cómo lo sabes? - contesté yo, bastante azorado.

- En tiempos anteriores lo notaba, ¿por qué no ahora? La verdad es que yo también me ponía muy caliente cuando quedábamos... Aún no sé cómo me reprimí contigo.

- Pues lo que yo no sé es cómo me reprimo ahora... - dije, lanzando un tejo en toda regla.

Ella me correspondió prácticamente de inmediato. Su pierna se posicionó junto al la mía y pude notar su mano rozándome el muslo. Yo me acerqué a ella, muy nervioso y nos besamos como dos adolescentes, sin miedo a que pasase algún conocido por la calle. En menos de un minuto, habíamos apartado la mesa un poco y estábamos abrazados, sentado cada uno en su silla, besándonos y tocándonos por encima de la ropa.

- Vamos a algún sitio más íntimo - me dijo.

- ¿Quieres venir a mi casa? - le dije -. Vivo un poco lejos, pero...

- No puedo volver muy tarde con mis amigas - contestó ella -. Empezarían los rumores y no es lo que más me interesa. Mi marido conoce a algunas de ellas.

- Entonces, sé dónde podemos ir...

Estábamos a menos de dos minutos de la ciudad universitaria. Entramos por una de las puertas laterales y pronto encontramos un frondoso césped bastante oculto por uno de los edificios del campus. Nos echamos sobre la hierba y procedimos a desnudarnos el uno al otro.

Sentir su piel rozándome era desatar todo un mar de sentimientos y recuerdos. Cuando liberé sus pechos de su sostén y del vestido, fue como descubrir un tesoro oculto durante siglos. El placer de lamer sus pezones, duros y largos, fue indescriptible, sobre todo cuando ella me correspondió desabrochando mi bragueta y liberando mi pene de su encierro. Por ese entonces, éste estaba completamente duro y su mano izquierda empezó a masajearlo poniéndola en forma de cuenco y pasándolo suavemente sobre la punta. El placer era exagerado para mí. La cogí de la cintura y, dándole la vuelta enérgicamente, la tumbé en el césped e introduje mi mano por debajo de su vestido, llegando hasta sus braguitas.

Estaban mojadas y, nada más rozarlas, Nuria empezó a gemir. Las quité con mucho cuidado y mis dedos jugaron un poco con sus labios más exteriores, mientras yo ascendía lamiendo el interior de sus muslos. El sabor de su sexo fue tan agradable como lo había sido en mis fantasías y lo lamí de arriba hacia abajo, pasando mi lengua entre los labios, deteniéndome en su clítoris y volviendo a bajar lentamente. Ella se dejaba hacer y yo agradecí que lo hiciera, porque sinceramente, deseaba comerme ese conejo como una necesidad vital. Se movía de lado a lado, cerraba las piernas alrededor de mi cabeza y me acariciaba el pelo mientras yo pasaba mi lengua, una vez más, por la entrada de su vagina. Metí la punta de la lengua y, con el dedo pulgar, empecé a masajear su clítoris mientras tanto. Ella me agarró fuerte de la cabeza, indicándome que estaba a mil y yo lamí con más voracidad. Cogí parte de su vulva entre mis labios, tirando suavemente de ella. Aquel agujerito estaba ahora completamente húmedo y abierto. Volví a meter la punta de mi lengua un segundo y me levanté, jugando con los labios de su sexo y mis dedos.

Ella gemía como enloquecida y yo no tenía intención de cortarle el rollo. Durante toda la escena, tuve la sensación de que alguien estaba observándonos, pero no me importó lo más mínimo. Es más, si alguien miraba, que se masturbase, que quienes estaban gozándola éramos Nuria y yo. Subí hasta sus pechos y rodeé con la lengua sus pezones, chupándolos después con suavidad. Mis dedos continuaban en su entrepierna y ella había cerrado los muslos, atrapándomelos. Ascendí despacio hasta su cuello y lo besé mientras me colocaba sobre ella, separando sus piernas. Ella estaba muy ansiosa. Alzó las rodillas y me ordenó que la metiese cuanto antes. Me dijo que se correría nada más sentirla dentro, que le iba a dar un orgasmo salvaje. Yo no quise dudar de su palabra y sujeté mi pene con la mano antes de dar el primer empujón a su interior. Despacio. Era algo que había estado deseando durante años, no podía fastidiarla ahora siendo brusco.

Ella cumplió lo que había prometido y, apenas en el tercer o cuarto movimiento de mi pelvis, se agarró a mis nalgas y alzó las caderas gritando mi nombre sin importarle quién pudiera oírnos. Su corazón latía a gran velocidad y yo volví a empujar una, dos, tres, diez veces más, mientras sentía cómo se estremecía debajo de mí. La metí hasta el fondo y me mantuve allí, bajando mi rostro hasta el suyo y comiéndomela a besos mientras terminaba de correrse. Estaba volviéndose loca de placer y yo también.

Cuando hubo terminado me quedé quieto, sin salirme de ella. Entonces ella giró muy hábilmente y, sin llegar a sacarla en ningún momento, consiguió ponerse sobre mí. Bailaba, retozaba encima de mi entrepierna, con mi verga dentro, gimiendo y moviendo las caderas en círculo. Apenas había metido la punta de mi polla y ahora la movía diligentemente, procurándome un placer inusitado. Me estaba follando como si llevase décadas haciéndolo. Sabía perfectamente lo que me gustaba, sabía cuándo acelerar y cuándo frenar. Pronto, la metió más profundamente y levantó las rodillas apoyándose únicamente sobre la punta de sus pies. En esa posición, podía ver con facilidad cómo la metía y la sacaba. Ciertamente, jamás he visto mi propia polla tan grande ni tan gruesa.

- ¿Te gusta mirarla? - me preguntó.

- Por supuesto - contesté -. ¿Y a ti?.

- Me encanta que me miren - dijo ella, entre gemidos -. Si pudiera, lo grabaría en vídeo y lo vería cuando estuviera sola.

Yo me quedé patidifuso. ¿Hablaba en serio o era un comentario fruto de la excitación? No dijo nada más, sino que empezó a moverse más y más deprisa, metiéndola cada vez más profundamente, hasta que se apoyó sobre las rodillas, moviendo las caderas a velocidad frenética. Yo estaba que no podía aguantar ni un momento más. La besaba en el cuello y en los pechos, sintiendo que, muy pronto, me vaciaría y terminaría todo. Casi me daba pena, pero el placer era tan intenso que no podía parar.

- Me corro, Nuria - le dije.

Ella se movió un poco más y, cuando empezaba a correrme, dio un respingo. Se mantuvo en la puntita, moviéndose solo levemente, en un masaje como nunca nadie me ha dado mientras me corría. Abría y cerraba los labios, aprisionando mi polla mientras yo soltaba un chorro tras otro. Solamente mi capullo estaba en el interior de su vagina y yo estaba corriéndome como si fuera a vaciarme del todo. Eyaculé una o dos veces más y me quedé más relajado, cansado como muy pocas veces me he sentido. Cuando terminé, ella se la metió entera y me besó en la boca, con gran pasión. Había sido, sin ninguna duda, el polvo más intenso de mi vida y espero que para ella haya sido igualmente digno.

Nuria se quedó muy poco rato más. Nos abrazamos, nos besamos de nuevo y me dijo que le encantaría repetir, pero que tenía que irse. La acompañé hasta el bar donde estaban sus amigas y nos despedimos en la puerta. No sé qué les habrá contado, pero ella y yo nos hemos intercambiado los teléfonos, que es lo que yo estaba deseando. Volvió a llamarme ayer por la tarde, pero esa parte la contaré en otro relato.

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