El sueño del amigo

Autor: Satan | 03-Apr

Heterosexuales
No hace mucho me ocurrió algo que jamás olvidaré: Mi amigo Luis estaba atravesando un mal momento. Su novia le había dejado alegando que no la satisfacía en la cama. Mi colega estaba echo polvo y entre unos cuantos amigos suyos decidimos ayudarle montando una fiesta en su propio apartamento. Afortunadamente somos un nutrido grupo de amigos. Desde el Instituto nos llevamos como hermanos, sin importar si somos hombre o mujer. Siempre ha habido tiritos entre unos y otros y todos sabemos que dentro del grupo ha habido "líos" pero nos hacemos los suecos. El caso es que yo siempre estuve loco por Paula, pero siempre me asustó que la amistad se perdiera, por lo que nunca me insinué.

Llegó el día de la fiesta. Yo ese día salía tarde de trabajar así que llegué el último al piso de Luis. Cuando por fin llegué me encontré con un ambientazo increíble, incluso Luis, que estaba algo "alegre" por el alcohol, se estaba divirtiendo. Pero algo llamó mi atención por encima de todo lo demás. Paula estaba sentada en el sofá, hablando con Ana. Esa noche estaba verdaderamente espectacular. Se había puesto ese vestido que tanto me gusta, de seda negra, ceñidísimo y con ese escote que haría titubear al mismísimo dios. Alzó la vista y me vio. Efusivamente se levantó del sofá y corrió a saludarme cariñosamente con un abrazo. Creo que ella también había bebido algo. "Te estaba esperando", me dijo. Eso a mí me sonó a música angelical. No pude evitar fijarme en su magnífico canalillo. Ella se percató y con una sonrisa picarona me sacó de mi aturdimiento: "eh, que los ojos los tengo aquí arriba". Yo solo pude sonrojarme como nunca, pero cómo retirar la mirada de aquel espectáculo, sus pezones estaban erectos, como queriendo sujetar por ellos mismos el vestido.

Después de estar un rato bebiendo y hablando, fui notando como Paula, cada vez estaba mas suelta conmigo. Acabamos hablando de sexo. Ya lo habíamos hecho muchas veces antes, pero nunca de aquella manera. Aproveché las circunstancias para hablar en un tono muy insinuante, dejando entrever que me moría por balancearme entre sus piernas. Cuando la conversación llegó a su punto más picante, ocurrió lo que siempre había soñado, me susurró un "acompáñame" que hubiera derretido todo el hielo de los dos polos. Me agarró suavemente por los dedos de la mano, y, entre sonrisas, zigzagueos provocados por el alcohol y algún tropezón tiró de mí hasta la cocina.

Yo temblaba como un joven en su primera vez, pero eso a ella le excitaba aún más. "Vamos a hacerlo de una vez" me dijo, como si ella también hubiera estado deseándome todos estos años y se hubiera hartado de nuestros complejos, tapujos y suposiciones.

Entre besos, miradas y caricias, despejamos como pudimos la mesa de la cocina, afortunadamente el ruido de la música ensordeció aquel estruendo para el resto de la gente de la fiesta. Ella se sentó en el borde de la mesa y me cogió por el trasero hasta apretarme bien fuerte contra su entrepierna. En aquel momento supe que iba a tener la relación sexual más intensa de mi vida, por lo que decidí hacerla inolvidable para ella también, con lo que me dispuse a tomar yo las riendas.

Suavemente comencé a acariciar sus muslos, tersos y suaves hasta los límites de la razón. Mis manos, fortalecidas por los años de piano en el conservatorio, hacían su labor como poseídas por el deseo. Paula estaba excitadísima. Mis dedos rozaban sutilmente sus pezones, mientras mi lengua, provista de un estratégico piercing, se paseaba por el cuello y el canalillo que asomaba por aquel escote. Paula parecía estar volviéndose loca y solo atinaba a apretarme aún mas fuerte contra su sexo, lo que provocó una erección de las que hacen época.

Lentamente desabroché los escasos botones del vestido de Paula, oportunamente situados entre sus dos espectaculares pechos. Deslicé los tirantes por sus hombros, acompañando a mis manos con mis labios, humedecidos con la dulce saliva de mí, hasta ahora, fantasía. Ella se estremecía mientras yo iba recorriendo su pecho con mi boca. No quedó un milímetro cuadrado de sus senos por besar o lamer. Cada vez que mi piercing rozaba sus pezones Paula articulaba un gemido que me volvía loco.

Con la pasión desatada, tumbé lentamente a Paula sobre la mesa, bocaarriba, a la vez que le quitaba lo poco que le quedaba puesto del vestido. Su respiración se aceleraba por segundos y eso a mí me incitó a recorrer su cuerpo. Primero con las manos. De nuevo mis dedos juguetearon con cada poro de su piel hasta llegar a su sexo ya humedecido. Muy despacio, le bajé, hasta conseguir quitárselas, sus braguitas, impregnadas con su esencia. Todo era suavidad, sus labios, su clítoris... poco a poco fui aumentando el ritmo del roce de mis dedos con su clítoris, a lo que Paula respondía con una profunda y entrecortada respiración. Poco nos importaba ya que alguien pudiera entrar en la cocina y pillarnos infraganti.

Introduje mis dedos índice y corazón en su vagina, rozando pausada pero firmemente su zona erógena mientras acompañaba esos movimientos con leves lametacillos en su clítoris. Mi lengua recorría arriba y abajo los alrededores de su punto G, haciendo rozar la bola superior del piercing y siempre acompasado con el ritmo de su aliento. Paula debió dejarse llevar... noté como su respiración se aceleraba a la vez que contraía sus músculos vaginales, supe que mis dedos y mi lengua la estaban llevando al orgasmo. Susurrando le pedí que se dejara llevar y que no lo reprimiera, fue entonces cuando su respiración se convirtió en profundos gemidos, y cuanto más gemía ella más caliente me sentía yo. Reprimiendo unas enormes ganas de penetrarla, acompañé al clímax de su orgasmo acariciando el exterior de su sexo y al mismo tiempo le susurré al oído que su gozo era mi felicidad y que en aquél momento sentía que yo estaba en éste mundo con el único propósito de proporcionarle placer a ella.

Acto seguido, comenzó a besarme con una turgencia en los labios digna de la más bella de las musas. Su piel estaba entornada y sus mejillas mostraban un rubor que denotaba una imposible inocencia en aquella situación. Paula se incorporó lentamente, sin retirar su mirada de la mía. De nuevo sentada en la mesa me cogió la mano y se la llevó a su boca para humedecerla y después colocársela de nuevo en su entrepierna. Como hipnotizado por su mirada, no me había dado cuenta de que su otra mano había conseguido desabrochar mi pantalón hábilmente y ahora jugueteaba con mi miembro. Un leve atisbo de vicio cruzó por los ojos de Paula, como si me estuviera pidiendo más emociones fuertes. Fue entonces cuando dejé caer mis pantalones y mi bóxer. Paula me rodeó con sus piernas y en un momento se introdujo mi pene en su húmedo y cálido sexo. Mientras balanceaba mis caderas adelante y atrás, me permití acariciar de nuevo su clítoris con el pulgar de mi mano derecha, aquello hizo estremecerse a Paula. Dejándome llevar, hice mas profundas mis penetraciones, consiguiendo así que mi pubis se rozara con el exterior de su vagina. En ese momento Paula se dejó caer de nuevo sobre la mesa, dejándome total acceso a sus pechos.

Mientras le proporcionaba leves sacudidas le acariciaba los pechos con extrema suavidad, jugueteaba con sus pezones, arriba y abajo, sólo rozándolos con las yemas de mis dedos. Aquella estampa me puso aún más caliente y mi pene se endureció aún más. Cogí firmemente las piernas de Paula para poder levantarle un poco las rodillas y así hacer mas profundas aún mis penetraciones, rozando con la longitud total de mi miembro la zona erógena del interior de su sexo. Los dos estábamos ciegos de pasión, yo aceleré aún mas la cadencia de mis movimientos, Paula comenzó a contonear sus caderas para acompasarse conmigo, y nuestras respiraciones... nuestras respiraciones parecían una sola, tal era el grado de compenetración que los dos respirábamos a la vez, sabedores de que un nuevo orgasmo se aproximaba. Mientras los dos nos mirábamos fijamente a los ojos nos dejamos llevar por el roce de nuestros sexos, sintiendo toda la tensión de un orgasmo descomunal. Borracho de placer, agarré firmemente a Paula y la abracé fuertemente contra mi pecho, como queriendo hacerle sentir que mi corazón latía por ella.

El calor de mi pecho contra el suyo fue la culminación de algo que los dos llevábamos deseando muchísimo tiempo. De nuevo nos miramos fijamente y supimos que debíamos haber hecho eso mucho antes.

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