El camionero de la N-301

Autor: Alienadelvalle | 22-Apr

Dominaciones
Lo he vuelto a hacer. No tengo remedio. Pero si alguno de ustedes supiera la vida que llevo, desde luego que lo entendería. Hace apenas un año que me casé. Pero mi flamante marido, uno de los empresarios más importantes de este país, vive en Madrid debido a los negocios que regenta. En cambio yo tengo que permanecer en un pueblecito perdido de Valencia, porque trabajo como maestra en una escuela. Lo cierto es que no tengo necesidad, pero es que la vida madrileña me puede. Así que vivo a mis anchas.

Soy una mujer infiel. Pero no me considero en modo alguno una ninfómana al uso. Mi debilidad son los camioneros. No me puedo resistir a esos hombres que son capaces de conducir esas pesadas máquinas. El caso es que desde hace unos cuantos meses asisto a una terapia, cuya existencia, por supuesto, mi marido desconoce. Sin embargo, no hace ni una semana que ocurrió la desgracia, mi "Gran Recaída", como placenteramente la llamo yo. Me trasladaba en el Mercedes desde Quintanar a la capital, por la N-301. Y mi coche, mi maldito y flamante coche nuevo, comprado no hace ni siquiera 5 meses, sufrió una avería. No pregunten, aún desconozco las causas, en estos temas no ando muy puesta.

Hacía una tarde calurosa, pero desapacible. Serían sobre las cuatro cuando oí un ruido raro, procedente del motor, mientras conducía. Aparqué prudentemente en el arcén de la carretera, y tras varios intentos frustrados de arrancar la máquina, me apeé iracunda del coche y miré a mí alrededor. No sé si conocen esa zona, pero es una extensa llanura desprotegida. Me aproximé al capó del vehículo, pero soy tan torpe en cuanto a mecánica se refiere que solo alcancé a abrirlo antes de abandonarme a toda una serie de improperios contra el señor padre de la bendita señorita Mercedes Benz. De pronto, el potente rugido de un motor desvió mi atención y, cuando quise darme cuenta, un gigantesco trailer había aparcado al otro lado de la carretera. Me eché a temblar, obviamente. Un camionero en mi camino. Alerta roja.

Bajó del camión y pude observarle tranquilamente mientras cruzaba la carretera hacia mí. Era un magnífico especímen humano, de los que a mí me gustaban: calculé unos 95 kilos de humanidad bien repartidos en 1,80 de altura, más o menos. Musculoso, fuerte, con unos enormes ojos azules bajo una abundante mata de pelo - de color castaño claro -, atada a la nuca, en una cola de caballo. Vestía unos gastados vaqueros y una camisa de franela a cuadros que ya había padecido muchos lavados. "Hummmmm... El ideal de camionero", pensé, " procura controlarte, Alicia, el destino te debe de estar poniendo a prueba". E irreverentemente apareció en mi mente la imagen de mi psicólogo mirándome con ojos lascivos... y no puede menos que sonreír ante la idea de volver a ser una chica mala. ¿Cuándo se me volvería a presentar una oportunidad como aquella?. Pero ya no puede imbuirme durante más tiempo ni en el placer de ver caminar a mi futura víctima ni en mis pensamientos:

- ¿Qué le pasa al coche?

- No lo sé.

Me quedé aturdida. Un rudo y burdo camionero. El paraíso. Abrió el capó del coche y observó el interior mientras silbaba una tonadilla de algún anuncio de moda. Se inclinó y apoyó los codos, observando, silbando, tranquilo, confiado en sí mismo.

- Si, creo que podría arreglarselo, señora. ¿Tiene herramientas? Tráigamelas.

Obedecí y enseguida, sin tan siquiera mirarme, se puso a trabajar... pronto comenzó a sudar y se quitó la calurosa camisa de franela, dejando al descubierto el espectáculo de su pecho, de sus musculosos brazos... yo había permanecido detrás de él, a menos de 2 metros, tratando de dominar mis impulsos, pero después de lo visto, me dejé vencer. De verdad que más tarde lo sentí mucho, lástima de dinero malgastado en una terapia inservible. Aún no se lo he contado a nadie de mis conocidos. Pero, desde luego, no me arrepiento: yo soy una mujer de bandera. Así que me atreví a tocarle la espalda. Con el dedo índice de mi mano izquierda fui señalando, muy lentamente, todas y cada una de las líneas que delimitaban sus músculos espaldares.

Pero no me hizo esperar mucho. Se giró hacia mí y, agarrándome de la nuca, me empujó hacia abajo, guiándome hacia el epicentro de su ser, mientras él se desabrochaba la cremallera retranqueando el culo para no pillársela. Porque tal y como me imaginaba, el camionero estaba empalmado, tanto que me costó bastante sacarle aquel refulgente falo que me entretuve en lamer desde la base hasta la punta como si fuera un helado, para finalmente acabar metiéndome la punta en la boca, chupándosela con los labios, hacia delante y hacia atrás, mientras giraba la lengua alrededor del glande. Le bajé los pantalones - no llevaba ropa interior, para mi satisfacción - hasta los tobillos y me metí la polla casi entera en la boca. Mientras, mi mano derecha le pellizcaba su pezón derecho y con la mano izquierda le tanteaba las nalgas y le introducía con movimientos circulares el dedo en el culo, moviéndolo muy despacio, apretando al mismo ritmo con el que mi lengua jugueteaba con su polla.

Le oí susurrar algo y su esfínter se cerró con fuerza alrededor de mi dedo corazón; ya comenzaba a jadear... así que comencé a masturbarle muy deprisa con mi mano cerrada alrededor de su pene, porque deseaba verle correrse. Pero aquel camionero era demasiado astuto y al parecer esa no era su idea.

Con la mano derecha cerró el capó del coche mientras que tirándome hacia atrás del pelo me tumbaba sobre el coche. Entonces me desgarró el vestido a la par que yo me afanaba por desprenderme de las bragas y, abierta de par en par, me penetró con una furia desesperada. Parecía con sí se le fuera la vida en eso. Nos agitábamos violentamente y con tanta ansia, que creo que tuve el orgasmo más fuerte de toda mi vida, porque incluso después de tenerlo me sentí cocida en mi propio caldo. Eché, vencida, la cabeza hacia atrás y gemí como una gata en celo, sintiendo el aroma a macho que todo él desprendía, una fragancia espesa que me hizo llegar al culmen y me corrí una vez más poco después de notar un espeso líquido caliente que me rebosó totalmente y que sentí resbalándoseme por entre el interior de mis muslos, morenos de solarium.

Fue una acción tan violenta, una sensación tan placentera, que no fui capaz de moverme hasta pasados unos minutos, que me parecieron siglos, y durante los cuales me dejé arrastrar por la vorágine del placer más absoluto. Los dos mejores orgasmos de mi vida. Cuando abrí los ojos, despacio, para poder habituarme a la luz del sol, al límpido cielo que se abatía sobre mí, cuando a mi pesar regresé a la realidad, solo alcancé a divisar al enorme trailer alejándose por la carretera. Me bajé del resbaladizo capó y traté de componerme un poco el pelo y el vestido, que estaba destrozado. Tenía las costuras de la parte derecha totalmente descosidas. Y al cabo de un rato dedicado a la búsqueda de mis extraviadas bragas, desistí del intento, imaginándome que aquel semental de carretera secundaria se las habría llevado como trofeo.

Pero no lamenté nada de eso. Me sentí enfurecida, eso si, porque volvía a estar atrapada en aquella carretera solitaria a esas horas (¿Habría pasado alguien durante nuestro intenso affaire?) y con el coche averiado. Me subí y traté de arrancar y, para mi sorpresa, el motor ronroneó como un gatito mimoso. Estaba solucionado el problema. Y, curiosamente, cuando miré el reloj apenas eran las 4:30. Sonreí.

La Loba de la Carretera. Me gusta ese epíteto. Abajo mi psicólogo, arriba los camioneros. De nuevo regreso a mi antigua identidad... y de qué forma. Pero este será mi secreto mejor guardado. Camioneros del mundo, encontraros conmigo... cruzaros en mi camino.

Aliena del Valle.

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