Extraño triángulo amoroso

Autor: elegante | 08-Apr

Confesiones
Me sorprendió mucho su invitación, debo admitirlo. Hacía años que no nos hablábamos. De hecho, durante diversas épocas de nuestras vidas, nuestro orgullo (y la relación amor-odio que ostentábamos) nos solía conducir hacia la inevitable distancia, el divorcio de una amistad construida en largos años.

Pero allí estaba ella. Vestida de blanco preparada para el enlace. A sus casi treinta y cinco, la niña se nos casaba el pasado Mayo. En realidad, ya llevaban viviendo juntos cuatro años, unos dos meses después de conocerse y cómo no, de dejar de hablarnos. Feliz coincidencia. Ya cuando yo salía con otras chicas y ella se hizo novia de Rius, un ex-compañero de clase, hicimos de nuestra amistad una espesa capa de niebla infranqueable. Y en la boda también estaba Ribalta con su mujer y su hija, de dos años. La novia, Ribalta y yo formábamos un triunvirato en los ochenta que causaba furor entre otros grupos del instituto. Nuestra relación fue tan intensa que por eso se rompió. Es cierto que Ribalta siempre fue el tercero en discordia, el "outsider", pero en cualquier caso, siempre hubo magia entre nuestras personas. También me sorprendió que él nos invitara a la boda, hace más de cinco años y ella lo había dejado con Rius. Primero fue la invitación a la despedida de soltero y, al cabo de unos días me llamó nuestra amiga. Cuando quedé con ella, todo eran nervios. Nuestro punto de encuentro fue la puerta del insti, sito en la Gran Vía, entre LLúria y Bruc. Estaba cambiada, pero igual de elegante y presumida que siempre. Nunca en la vida la vi vestida informal. Ni siquiera para ir a buscar tabaco al bar de la esquina en Domingo. Fuimos a una granja a tomar un café y charlar sobre nuestras cosas, de su relación con Rius, de su grave enfermedad a mediados de los noventa y me tuve que enterar por terceras personas... Entonces salió el tema de nuestra historia, un pequeño secreto compartido entre nuestro amigo y nosotros dos. Le confesé, una vez más, que conocerles fue de lo más memorable que me podía suceder en la vida. Y así lo sigo pensando.

Antes de recalar en ese instituto, realicé dos cursos de Formación Profesional. Era harto tímido, muy delgado y alto para mi edad. Lo único que realmente me interesaba era la práctica del fútbol, quizá la única actividad que no quedaba empañada por mi apocamiento. Esas tardes de balompié en la calle Bilbao jugando como centrocampista defensivo y las clases de dibujo técnico son mis mayores recuerdos de esa época. No es que me encantara la asignatura mencionada, mas bien la aborrecía, pero nos íbamos a una aula cuyas mesas eran de delineante, situada bajo la clase por la que entraban las alumnas de administrativo. El acceso a su aula, estaba provisto de una escalera únicamente formada por tablas metálicas horizontales y la barandilla. De modo que, los alumnos que se situaran debajo de dicha escalera, podrían ver las personas que subían y bajaban. Yo me tomaba dicha licencia, con el único objetivo de verles las piernas y las bragas a esas chicas. Al llegar a casa, solía masturbarme pensando en todas esas imágenes que acosaban mis retinas y endulzaban los pajotes de turno. Un día el profesor me pescó mirando debajo de la escalera y dado que mi interés por ver mujeres era tan desbordante, me hizo subir a su clase con el objetivo de dar vueltas alrededor del aula, compuesta por un séquito de histéricas dispuestas a devolverme la pelota con gritos, silbidos y otras monadas para dejarme realmente en ridículo.

Y así transcurrieron los dos cursos. Nada que me motive en demasía a recordar ninguna anécdota más. Hasta que decidí pasarme a Bachiller en el instituto antes mencionado. Entré de puntillas y lentamente fui conociendo compañeros de mi clase. Tuve un pequeño romance con una chica, que no pasó de algunos besos y alguna caricia bordeando el exterior de nuestras ropas. Dicha aventura, de súbito, despertó el interés de cierta gente de mi clase, que se encargó de alzar mi nivel de popularidad. Dicha notoriedad me acercó a Ribalta, un tipo algo mayor que yo y que, sin yo saberlo, cambiaría el curso de mi vida. Con él, empecé a pisar discotecas por las tardes. Tenía un montón de ganas de disfrutar de la fiesta, del alcohol, la música y las chavalas. Mi entrenador me desposeyó de la titularidad, pero me daba igual, Ribalta me mostró un mundo que yo encontraba más excitante. Me presentaba chicas y a veces me enrollaba con alguna. A pesar de ello, yo seguía paseando mi virginidad por las calles de Barcelona. Ese era mi lunar, por lo demás, mi vida, como a todo joven, iba cambiando y tomando un rumbo frenético. Sin embargo, no sólo perdí la titularidad en el equipo, las broncas en casa se iban sucediendo dado el descenso de mi rendimiento académico. "¡Que me quiten lo bailao!", solía repetirme a menudo. Aquella época sería la mejor de mi vida, en dicha edad yo iría descubriendo, a marchas forzadas, la alegría de vivir la libertad como único vicio, de desenmascarar ese ego tímido y emanar ese halo de descaro que fui desarrollando. Mi amigo se fue percatando de esa evolución, solía repetírmelo. Ambos sentíamos cierta admiración hacia nuestras personas. Él me encontraba muy elegante, siempre bien vestido con mi ropa de marca y mi abrigo estilo lobo de mar. Ribalta, sin embargo, ostentaba una presencia más modesta. No vestía mal, pero su aspecto era bastante rudo, dotado de una agresiva nariz alargada, que parecía partirle la cara en dos mitades como si de una pared se tratase. Al contrario que yo, era muy moreno tanto de tez como de cabello. Entre diversos sectores, tenía fama de poseer un pene cuyo tamaño excedía de lo normal. Tarde o temprano acabaríamos coincidiendo en el vestuario del gimnasio del colegio. La fama no era gratuita, poseía el rabo más largo y grueso que había visto y veré en toda mi vida. Más que una picha, aquello tenía un semblante a una extremidad corpórea.

Ribalta y yo, curiosamente, acabaríamos repitiendo curso y volveríamos a coincidir en la misma clase. Fue entonces cuando la conocimos. Respondía al apellido de Granados. La tenía sentada justo detrás de mí. Sólo perderme en sus ojos negros, supe que aquella chica, un año mayor que yo, ingresaría en mi vida, cambiándola totalmente hasta hacerme perder el control. Siempre íbamos juntos Ribalta, Granados y yo por todas partes: A echar el café por la mañana, a fingir que estudiábamos en casa de uno de los tres... Incluso cuando los Sábados por la tarde-noche nos dejábamos caer por "La ovella negra" o "El agüelo" junto a otros muchos colegas de clase, nosotros tres siempre albergábamos un alto nivel de autonomía respecto a los demás. Los chismosos solían apostar quién de los dos se beneficiaba a Granados, incluso hubo quien se atrevió a pronosticar un extraño triángulo amoroso. Hasta aquel entonces, todo aquello era fruto de la palabrería y la envidia. Granados era, como dije al principio de la narración, elegante; tanto en el vestir como en los movimientos. Además, era poseedora de una bella y exótica fisonomía, dado que sus facciones bien pudieran ser de una mujer hindú. Su cabello era muy fino, liso, castaño oscuro. Era más bien plana, pero cabe destacar la hermosura de su culo, cosa que sabía perfectamente y por eso lo movía de aquel modo tan felino.

Hacia Semana Santa de aquel año, el colegio organizó una semana de convivencias en Peñíscola. Aquellos seis días permanecerán imborrables en mi memoria mientras viva. Ribalta y yo compartimos habitación con Prat, pero éste estaba más interesado en lo que acontecía dos habitaciones más allá, pues su novia se hospedaba en ella, curiosamente con Granados. Sólo hubo que hacer un intercambio y todo quedaría bien resuelto.

Y allí estábamos, Ribalta, Granados y un servidor de ustedes, compartiendo habitación en aquel maravilloso curso ´88. Fuimos al súper a comprar bebidas y pegarnos nuestra juerga particular. Recuerdo que fuimos a cenar y nos tomamos unas copas en un antro llamado "La fleca". Los tres, sin embargo, decidimos irnos a la habitación a proseguir la fiesta. Ribalta sirvió unos Martinis, que tanto le gustaban. Poco a poco, nos fuimos desmadrando con las preguntas picantes. A mi, lógicamente me preguntaron si aún era virgen y, como si no lo supieran, les contesté con un cansino "sí". A Ribalta se le preguntó por el tamaño de su miembro. Sólo faltaba ella. Cuál era su ilusión, le preguntamos. Borracha perdida, confesó sentir una atracción especial hacia mi, que yo atesoraba algo que le atraía y, súbitamente se atrevió a pronosticar un sentimiento mutuo. Contesté que no se equivocaba para nada y, acto seguido, Ribalta se ofreció a irse, que no era plan de aguarle la fiesta a nadie. - ¡De ningún modo! - negóse Granados. Fue entonces, cuando, poco a poco, nos descubrió su plan. -Os quiero a los dos, a pesar de lo mencionado y me gustaría dormir con los dos-advirtió con voz ebria.

Y así fue. Poco a poco nos fuimos desprendiendo de nuestras ropas hasta quedarnos en ropa interior. Yo estaba nervioso, mi conciencia de virgen me estaba acosando constantemente. Juntamos las camas y nos tumbamos. Parecía que nada iba a ocurrir y que simplemente dormiríamos cuando de repente Granados empezó a acariciarle la espalda a Ribalta. Se besaron muy tiernamente en la boca y ella, tomando la iniciativa, paseó sus bellos labios por su moreno cuerpo. Yo me sentía un tanto contrariado, más todavía cuando vi como ella le quitaba los calzoncillos, mostrando al aire el famoso pollón. Granados sonrió con cara de sorprendida al ver semejante exaltación biológica. - Quítate los calzoncillos - me susurró, cosa que hice con cierto pudor, pensando en la virginidad y en la diferencia de tamaño fálico respecto a Ribalta.

Granados comenzó a pajearnos a los dos, que estábamos tumbados boca arriba sobre la cama y ella se situaba de rodillas justo en medio. Iba alternando los besos hacia uno o al otro mientras seguía masturbándonos. Incluso, por unos segundos, me comió la polla y después de mostrar un aspecto de desagrado, siguió con el toqueteo. Posteriormente, fue ella la que se tumbó, esta vez boca abajo. Hábilmente, Ribalta le quitó el sostén y empezó a acariciar su espalda tiernamente mientras yo le masajeaba los pies. Le quité las bragas tímidamente y le empezamos a besar el culo, que tanto nos gustaba. Ribalta corrió hacia la maleta y sacó unos condones. Me tuve que fijar en cómo se lo ponía. Le empezó a tocar el coño para lubricarlo y empezó a penetrarla. Yo, mientras, miraba y me tocaba para que mi polla no volviera a su estado natural. Ribalta me hizo una señal para que me acercara y entonces fui yo quien le metió el rabo a Granados. Penetré con toda mi satisfacción, sin ahorrar una sola energía, era mi primer polvo, además a tres, con mi mejor amigo, compartiendo la chica que tanto nos gustaba. Bueno, siempre me gustó más a mí. Bueno, todavía la quiero, lo tengo que reconocer.

Granados se giró y se puso a cuatro patas y nuestro amigo hundió su macro-polla hacia el fondo de su lubricado y excitado coño. Yo no cabía en mí de gozo. "Ya no era virgen", esa era la frase que profería para mis adentros. Luego la penetré yo y después de un rato de vaivén sexual, nos despojamos de los condones y nuestra amiga nos masturbó hasta corrernos de gusto sobre las sábanas. Nos dormimos abrazándola. Aquella noche cambió mi vida, la de los tres. La ternura y las ganas de gozar embargó nuestras vidas para siempre, aunque casi nunca lo volvimos a comentar y nunca más hicimos sexo juntos ni por separado.

Aquel fue el último año en que coincidimos en la misma clase. Granados se fue a horario nocturno y se lió con un tal Estiarte, bastante tiempo antes de liarse con Rius. Ribalta se pasó a ciencias, mientras yo cursaba letras. Ya sabéis, con ella, durante los noventa, me hablé poco, un par de peleas dialécticas (en el ´93 y en el ´00).Con Ribalta coincidía de vez en cuando en la biblioteca jurídico-económica de la universidad. Yo cursé derecho y él, económicas. Nuestra relación, sin embargo, se fue enfriando con el tiempo. Al final ya sólo nos saludábamos con la mirada a lo lejos. Y durante estos días, he estado pensando en todo aquello, que me resulta tan lejano y bello a la vez.

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