A Elisa, la que mi musa fue

Autor: Juanmalillo | 01-Jun

Confesiones
Este relato va dedicado a Elisa, la que fue mi mujer y a la que no he podido olvidar. Todo comenzó cuando entré en esta página y leí un relato, escrito por Elipar. Aunque, en un principio parecía escrito por un hombre -Juan-, en el transcurso del relato pude comprobar que Juan (ese es mi nombre real) era yo, pero la que lo escribió fue Elisa, mi mujer, bueno, mi ex mujer, aunque en el relato decía llamarse Alicia. Eran demasiadas coincidencias y el relato desarrollaba prácticamente una experiencia que tuvimos juntos. No podía creer lo que estaba leyendo. Al menos demuestra que no me olvidó del todo, pensé. Después de esto, la agregué al Messenger sin contarle mi identidad y pude comprobar que mantiene viva su fantasía. Ahora espero que lea este relato y que descubra quien soy y que la sigo queriendo. Bueno, me dejo de nostalgias y paso a contar, lo que con ella aconteció:

Después de más de 15 años, lo volví a ver en la boda de unos amigos comunes. Él, Francis, fue mi mejor amigo en la infancia. Nuestra amistad se fue diluyendo cuando me cambiaron de colegio. Nada hacia presagiar su inclinación sexual, pero las referencias que me llegaban indicaban que era homosexual. Nunca tuve nada contra prácticas homosexuales, pero debo reconocer que en este caso sí que me impactó saber que Francis era gay. Quizá también esto influyó en que no mantuviera su amistad. Él tuvo una pareja durante muchos años, hasta que un cáncer lo dejó solo. Tengo entendido que lo pasó realmente mal.

En la boda de unos amigos de colegio al que fuimos invitados casi todos los compañeros, tuve la ocasión de volver a hablar con él y recordar tan buenos momentos vividos años atrás. Después de la cena, comenzamos a tomar las copas de rigor. Coincidí con él en la barra del bar y comenzó a relatar cómo me había echado de menos cuando mis padres decidieron cambiar de colegio. Decía sentir tristeza en las tardes, cuando siempre jugábamos juntos. Noté mucha nostalgia en sus palabras. También yo me sinceré y le conté lo difícil que se me hizo comenzar en el nuevo colegio, hacer nuevos amigos, pero que todo fue tomando un cauce normal y acabé integrado en ese nuevo ambiente.

La conversación fue tomando un nuevo rumbo cuando le comenté la extraña sensación que me invadió cuando me enteré de lo de su sexualidad. Relató cómo se dio cuenta de que le gustaban los hombres. Indicó que fui su amor imposible. Que se inició en las primeras masturbaciones recordándome desnudo en las duchas de los campos de deportes, pero nunca quiso decirme nada por temor a perder mi amistad.

Cuando contó su relación de tantos años con José, su pareja, no pude contener un cierto cosquilleo y algunas lágrimas se me escaparon. Esta conversación hizo que sintiera la bondad, franqueza y lo delicado que era mi amigo. También yo le conté de mi vida, de lo feliz que era con mi esposa y le confesé que me gustaría que nos viéramos más a menudo y que ya no existían los ocultos tapujos que me alejaron de él. Me estaba sintiendo un tanto raro. Cuando marché con mi esposa a casa, después de la fiesta, no paré de hablar de él, hasta el punto que, con un toque de picardía, me comentó mi mujer si es que me había enamorado de Francis. Me sonrojé y le dije que no, que estaba diciendo tonterías y solo era que encontré a un amigo después de muchos años y, claro, me había impactado.

- Pues es una lástima que sea gay, porque está realmente bueno, sí que tiene un buen revolcón - me sorprendió la indicación de mi mujer, que siempre había sido recatada en sus comentarios.

Realmente tenía un cuerpo precioso, muy bien cuidado, ni una sola arruga, de las que ya iban apareciendo en las caras del resto de compañeros. Para Francis parecía que no pasaba el tiempo. Entre la conversación picante que había iniciado mi mujer y el “no se qué” que me producía el pensar que un hombre se había masturbado pensando en mí, me estaba poniendo realmente excitado.

Ya en la cama, mi mujer comenzó a besarme, tocándose los pechos y haciéndose un dedo. Estaba realmente caliente. Le puse el pene en la boca y lo succionó alocada, sin respiro, nunca había actuado así. Le pedí que me dejara penetrarla por detrás. Ella negó, como siempre, pero en esta ocasión me dijo que, ya que tenía tanta ilusión de hacerlo por el culito, podía hablar con mi amigo y seducirlo, porque ella no dejaba de pensar en la idea de que yo tuviera una relación con él. Esto casi me baja la tensión del pene. No creía lo que escuchaba. Pensé que era una trampa o algo así. Después de un buen rato de sexo desenfrenado, quedamos tumbados en la cama y le pregunté si era real lo que había dicho o solo una manera de subir la calentura. Riendo a carcajadas aseveró que era totalmente cierto que quería tener esa experiencia.

A partir de ese día no paraba de rondar por mi cabeza la idea de hacer un trío con mi esposa y con mi amigo. Casi a diario pasaba por la zona de la peluquería donde trabajaba intentando verlo, pero sin atreverme a entrar. Pasaron muchos días sin poder verlo. Esto se estaba convirtiendo en obsesión, hasta que decidí eliminar los complejos y entré a la peluquería a cortarme el pelo, al menos esa es la excusa que le dije al entrar. Noté su sonrisa al verme y supongo que él también notó mi nerviosismo.

- ¿Hola, tienes tiempo para cortarme el pelo, Francis?

- Hola. Pues es una pena que tenga toda la tarde cubierta, pero, si quieres, dame tu número de teléfono y si acabo pronto, te llamo, ¿quieres?.

- Seguro que sí, pero en cualquier caso, llámame aunque no puedas recibirme, así te pediré cita para mañana.

- Ok, Juan, así lo haré.

Pasadas las 8:30 de la tarde, sonó mi teléfono. Por fin, pensé. Era él, para disculparse por no haberme podido atender. Dijo que hizo lo que pudo para acabar antes, pero las clientas eran un grupo de cotorras pesadas que no hubo manera de quitarse de en medio. Lo disculpé y le propuse venir a casa a cortarme el pelo y así lo invitábamos a cenar. Funcionó. Dijo que tardaría una hora en ducharse y llegar a mi casa. Así fue. Mi esposa y yo andábamos nerviosos ante la estrategia que usaríamos para seducirlo.

Llegó impecablemente vestido y con una pequeña bolsa de mano donde trajo gel, colonia, tijeras y máquina para cortar el pelo. Dio dos besos en las mejillas a Elisa, mi mujer, a mí me ofreció su mano, de manera que disipó mis dudas sobre la forma de saludarme. Dentro de mí esperaba que me ofreciera sus besos, pero entendí normal su reacción, supo guardar las formas. Decidimos que el cuarto de aseo era el lugar adecuado para instalar la improvisada peluquería. Me senté en el banco del baño y comenzó tocar mi cabello, como un primer contacto que examinaba la textura. Tienes un pelo muy suave y fácil de trabajar, dijo, para continuar preguntando cómo quería el corte, a lo que le respondí “como a ti más te guste, no soy delicado en cuanto a la estética se refiere”. Así da gusto trabajar, aseguró, no como esas cotorras que creen que el estilo de cualquier top model es asimilable por ellas.

Me pidió que me quitara la camisa para evitar llenarla de pelos. Ya esa propuesta me produjo una sensación cercana a la excitación que, cuando acarició mi pelo dejando caer agua y jabón sobre mi cabeza, alcanzó un grado de excitación que se podía comprobar con apenas mirar mi entrepierna. Elisa, desde la puerta, observaba las maneras de Francis y mi entrepierna que le hacían tener los pezones tan tiesos que marcaban la blusa blanca que llevaba puesta. Diez minutos después, terminó de cortar mi pelo, proponiéndole a Elisa un recorte si es que le apetecía. Elisa acepto de buen grado y yo dije que me iba a duchar para quitar los pelos que había sobre mi cuerpo. De espalda a ellos, tras preguntarle a Francis si no le importaba que me duchara con él presente, me quité el resto de ropa y me metí en la ducha. Ya estaba totalmente excitado. Mientras me duchaba, Elisa y Francis hablaban y hablaban como si se conocieran de toda la vida.

Mientras él la peinaba, ella preguntaba si conocía algún producto que evitara el escozor en la zona púbica cuando se rasuraba, a lo que él le respondió con varios tipos de aceites corporales que decía, por experiencia propia, que eran los mejores. La conversación no hacia más que aumentar mi calentura. Asomé mi cabeza entre las cortinas para, con tono de broma, decirle que a ver si eres capaz de rasurarla en condiciones, que una vagina peladita me da un morbo enorme, pero nunca quiere por los picores y así no hay manera de disfrutar. Continué quitándome el jabón y cuando salí del baño, no podía creer lo que estaba viendo: Elisa sentada, desnuda, con las piernas abiertas y Francis, sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, como los indios, rasurándole la vagina a mi mujer, que se le notaba en creciente excitación, a juzgar por la humedad de sus labios y la expresión de su cara, que no podía ocultar la calentura.

Ocultando mi tremenda erección con la toalla intenté salir hacia mi habitación. Elisa no se pudo contener y me preguntó que qué ocultaba con la toalla, que si me daba vergüenza que Francis me viera desnudo y que, al fin y al cabo, ya me había visto muchas veces en nuestro tiempo de instituto. Con un punto de sonrojo, le respondí que no era eso, que lo que ocurría era que estaba excitado al verla desnuda delante de Francis. Éste dijo que por él no tenía problemas en volver a verme desnudo pero que prefería no hacerlo porque estaba en clara desventaja, ya que mientras nosotros podíamos tener sexo entre nosotros, él tendría que conformarse con autosatisfacerse y no le apetecía.

Elisa tiró fuertemente de la toalla dejando ver mi miembro erecto a tope, para después decirle a Francis que, como pago a su trabajo de peluquería, compartiría “su hombre” con él. Cogió mi pene y, tirando de él, lo acercó a sus labios, propinándole un sonoro beso. Después se lo ofreció a Francis diciéndole: ¿gustas?. “No se si…., bueno… supongo que…”, el pobre tartamudeaba, con la cara roja y las manos con cierto temblor.

- Aunque no ha contado con mi opinión, si quieres… puedes - le dije.

- Bueno, pero tendré que acabar de depilarla, ¿no? - respondió Francis, ya más confiado.

- Os espero en la habitación - dije.

Como Elisa es una melómana empedernida, puse música para ambientar la habitación y me tumbé en la cama. Pocos minutos después, aparecieron cogidos de la mano, como novios adolescentes. Él aún vestido y Elisa, desnuda y depilada. Creí estar viendo un espectáculo al que yo era ajeno, cuando Elisa me pidió que ayudara a Francis a quitarse la ropa. Ella se acomodó en la cama, observando nuestros movimientos. Cuando Francis quedó totalmente desnudo, Elisa estaba acariciándose el pubis, justo donde minutos antes abundaban los vellos. Parecía que estaba comprobando la calidad del depilado. Francis, algo tímido, bajo su mano para coger mi pene con suavidad, ocultando su cara contra mi pecho. Notaba como su corazón latía más aprisa a cada segundo. Su respiración acelerada y un pene creciente, apoyado en mi muslo.

Nunca vi tan excitada a Elisa. Tenía su mano derecha acariciando su vagina, tan mojada que brillaba y hacía parecer que sus labios eran más gruesos de lo que yo había podido ver en muchos años. Con su mano izquierda, me azuzaba como pidiendo que entrara en acción. Lo hice, vaya si lo hice. Retiré la cabeza de Francis de mi pecho, acaricié su cara, preciosa, por cierto, y lo besé, comencé a acariciar su culito y me atreví a cogerle el pene, delgadito pero muy largo, con unas venillas palpitantes y un glande muy rojo. Se sentó sobre la alfombra y comenzó a lamer suavemente mi miembro. Elisa gemía alocadamente. Tenía varios dedos metidos en su sexo y no paraba de moverlos. Yo, aún de pie, observaba como me comía Francis y la maravillosa masturbación de Elisa, que se incorporó para levantar a Francis del suelo, retirándolo de mi aparato y comenzar a hacerle una mamada. Recogiendo jugos de su sexo con sus dedos, pasó a lubricar el culito de Francis. La escena era de lo más excitante jamás vivido, al menos por mí. Los dedos de mi esposa metiéndose despacio en el culo de Francis me calentaba más y más. La tensión de mi pene era casi dolorosa. Cuando tuvo el culo bien dilatado, Francis me pidió que lo penetrara. Cuando introduje mi miembro en su culito, los dos de pie, él estiró sus brazos hacia atrás, cogiéndome del culo para aproximarme lo más posible o para no dejar que sacara mi pene de su agujero. Elisa aprovechó para ponerse como los perritos y, arqueando su cuerpo, meterse el largo pene de Francis. Tras varios minutos residiendo en el séptimo cielo, no pude aguantar más la excitación y me corrí como poseso en el culito de mi amigo. Él aún seguía dándole placer a Elisa, mientras mi semen caía por sus muslos. Cuando él se corrió en el interior de mi esposa, ella alcanzó su enésimo orgasmo.

- Para ser homosexual, me has hecho pasar uno de los mejores momentos de sexo de mi vida - le dijo Elisa, con la respiración aún acelerada.

- No podía ser menos, es la primera vez que una mujer me presta su hombre, siendo éste el amor prohibido de mi vida.

Se besaron y nos fuimos a duchar. La noche continuó con una cena, unas copas y…, bueno, mejor os lo cuento en otro relato.

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