Lorena

Autor: maite | 29-Jan

Confesiones
Habían pasado muchísimos años desde que nos entreteníamos jugando al marido y a la mujer y a aquellas experiencias que sólo hoy, las había descifrado como mis primeros acercamientos al sexo... Me subí en el piso 6, hace rato que esperaba el ascensor, pedí que me marcaran el subterráneo, donde había estacionado mi auto. No habrían pasado ni cinco segundos y medio cuando me empecé a sentir observada, la rubia alta que se encontraba detrás de un señor bajito y de bigotes, me miraba incansablemente. Ella era alta, de pechos no muy grandes, pero bien formados y cómo iba de tacos, le alcancé a ver la cara…era Lorena, la misma con la que habíamos inventado un juego de marido y mujer en una pieza oscura!

Creo que mi cara expresó sorpresa, pero ella debe haber visto en mis ojos el sabroso recuerdo de tantos toqueteos y roces, pues me devolvió una mirada llena de complicidad, mientras se abrió paso, señor chiquitín de por medio, para saludarme.

El ascensor se detuvo en el primer piso, la gente salía a borbotones, mujeres, viejas y los hombres, aprovechaban el tumulto para rozarme y rozar a Lorena que se atravesó. Las primeras palabras no fueron un saludo propiamente tal, ni holas, ni nombres, sino que fueron la misma expresión de deseo con la que nos mirábamos cuando pequeñas, deseaba tanto verte!!... igual yo, lo deseaba mucho, me bajo en el estacionamiento, me acompañas?.

Cuando la puerta se abrió nos logramos abrazar y besar, después de tanto tiempo y ahora que teníamos cuerpo de mujeres, sentimos como se rozaron nuestros pechos, ya formados y que al contacto mutuo se erectaron sin ningún pudor. Inmediatamente me pidió que la acompañara a su departamento a conocer a su pareja, con la que vivía hace unos años.

Nos subimos a mi auto, me saqué el blazer que llevaba puesto, para manejar más cómoda, debajo traía una blusa escotada y algo liviana, la que no logró ocultar mis dos juguetones pezones que sólo pedían ser acariciados. Ella subió al auto y logré entrever sus largas y doradas piernas que se asomaron al arremangarse la falda. Los deseos nublaron mi mente por unos segundos y el gemido que se me salía de la boca se disfrazó de suspiro, al que mi hermosa copiloto respondió mojándose los labios mientras me apretaba fuertemente la mano que había posado en la palanca de cambio, lista para poner primera.

Su mano juguetona, dirigió la mía, retirándola de la palanca y llevándola hasta sus muslos, firmes y tibios, mientras acercó sus labios y los posó suavemente en la ridícula sonrisa que se había dibujado en mi boca. Su otra mano buscó inquieta el escote de mi blusa para apaciguar los pezones que ya casi explotaban. Me estremeció el profundo goce que me abarrotaba entera y que llegaba hasta allá abajo, donde mi pantalón comenzaba a producirme cada vez más la sensación de aprieto y ahogo. Mi mano que aún se posaba en sus muslos siguió el recorrido hasta encontrar una entrepierna suave y húmeda al tacto, mis dedos se abrieron paso y comenzaron a revolotear entre la selva tropical que se dejaba acariciar mimosamente.

El estacionamiento tenía una luz tenue, el ambiente era un poco encerrado y había gente que circulaba de vez en cuando, con portafolios y gran prisa. Lo que no impidió que nos recorriéramos con las manos, con los dedos, con los labios, que nos volviéramos a reconocer y recorrer, ahora con mucha más convicción y experiencia que de niñas, cuando nos tocábamos sólo por el hecho de explorar esas zonas tan recónditas que nos producían unas cosquillas tan extrañas al tacto y al roce.

Ni siquiera, la presencia de un guardia que pasaba de tanto en tanto pudo detener la furia y deseo con la que nos intentábamos apaciguar mutuamente. Gemíamos de gozo, cuando por fin ella me desabrochó el pantalón y lo bajó, abalanzando con furia, sus labios, hacia mi clítoris, que ya inflamado y erecto bramaba por sus caricias y sus succiones. Apenas logré agarrar la palanca del asiento y echarlo atrás, mientras veía su larga cabellera meneándose entre mis piernas y el volante; y yo le recorría el clítoris cómo sólo me lo había hecho en mis noches de soledad, con movimientos circulares, y con un ritmo irregular, que me alcanzaban enseñar cómo se iba volviendo más grande y duro.

El calor ya nos había obligado a bajar los vidrios, lo que hacía que nuestros féminos gemidos fueran poco a poco llenando con ecos de placer ese lugar tan inhóspito. La pasión fluía a borbotones, ella seguía succionando mi rosado botón sin aún llegar al lugar que había reservado como premio a su insaciable lengua. Yo me arqueaba con la dificultad y la desesperación de que su lengua se introdujera en mi húmeda caverna, sin dejar de meter ahora mis dedos lo más adentro posible de su vagina y de su sonrojado culito, éstos entraban y salían de sus dos orificios que chorreaban lujuria y deseo, apretándome intermitentemente. Gemía de manera ahogada, lo que se podía entre succión y succión y se acercaba más y más a la explosión orgásmica que se hacia inminente.

Ella se acomodó un poco más, para poder sentir todo lo que ansiaba. En ese instante su melena se movió en medio de mis muslos y alcancé a divisar sus ojos brillosos y su boca húmeda, esbozó una coqueta y cómplice sonrisa dirigiendo su mirada hacia un punto muy especifico, lo que me hizo acomodarme un poco y seguir esa directa mirada de complicidad.

El guardia estaba parado entre nuestro auto y el del lado que le servía de apoyo, mirándonos furtivamente a través de sus ojos a medio cerrar. Tenía el cierre abierto y con una de sus manos se afirmaba como para no perder el equilibrio, mientras con la otra sostenía su pene erecto y húmedo. Lo miré con picardía y la complicidad de quien se sabía observada, esa pausa me permitió soltar un suspiro que se escapó de mis labios en la forma de un delicioso gemido, aproveché de retirar mis dedos del exquisito trasero de mi amiga y llevármelos a la boca para probar su sabor. Lorena volvió a reacomodarse para seguir su deliciosa misión, arqueó un poco la espalda y levantó el culito brillante de deseo. El guardia apretó sus labios y la base del falo como para postergar la inminente explosión de semen que agobiaba sus hinchados testículos. Todos nos reacomodamos para seguir con el corto trayecto que nos llevaría al éxtasis y al alivio de la locura en la que nos habíamos embarcado.

Lorena siguió con su intenso trabajo y sólo me rozó el clítoris para embestir con su carnosa y serpenteante lengua ahora mi vagina que sufría de espasmos por la necesidad de que la penetraran dura y largamente. Yo, aún con el sabor de sus fluidos en mis labios volví a satisfacerla, de a poco, suave y delicadamente, jugueteando sólo con la coronita de su sabroso culo, que estaba abierto, mojado y rozagante. Sólo un dedo, mientras el otro jugueteaba camino a su vagina que prácticamente quería morderme para que la saciara.

Su lengua me penetró con una dureza sorprendente y empezó a ondular abriéndose paso entre los espasmos que la masajeaban al mismo tiempo que sus propios espasmos. Cuando por fin ese rosado y húmedo esbozo de falo me había penetrado una y otra vez, ella volvió a arquearse para introducir su lengüita en mi culo, comenzó a lamerme desde ahí al clítoris, enloquecí y comencé una cabalgata infernal que no podría terminar sin el ansiado premio que perseguíamos ahora los tres personajes de este acto.

Ella se arqueaba y cabalgaba, ahora resoplaba entre gemido y gemido, su sexo y su ano estaban abiertos, hinchados y enteramente florecidos para recibir el orgasmo que nos alcanzó al borde de la locura y el sudor, su melena se levantó súbitamente en el momento preciso en que mis dedos quedaron apretados dentro de ella y un estremecimiento que seguía al éxtasis que me llenaba de pies a cabeza, hizo eco en todo el estacionamiento. Se recostó sobre mis pechos que miraban, al techo del auto, firmes y erectos y los chupó mientras su boca aún acostumbrada a la succión no podía detenerse, entonces me lamí la mano para mantener, en ese extremo momento, su sabor en mi boca. Volvimos a respirar, cuando una explosión de tibia espuma alcanzó a bañarnos por entre el vidrio abierto. El guardia dejó salir un sonido ronco, casi gutural. Nos reímos, los tres, mientras nosotras pasábamos las manos sobre esa leche que nos embistió mojando mis pechos y su rubia melena. El guardia seguía con su pene hinchado en la mano, pero ya no se apoyaba en el auto vecino.

Nos vestimos, el guardia se subió el cierre y siguió su ronda. Nos incorporamos en el asiento después de tanto retorcernos y encendí el motor para posar nuevamente mi mano en la palanca de cambio, Lorena posó su mano sobre la mía, me apretó fuerte y me dijo que quería que la acompañara a su departamento, me cerró un ojo mientras me decía:

- Quiero que conozcas a mi pareja, le vas a gustar. (Hizo un largo silencio y añadió) nosotras le vamos a gustar.

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