Banquete de boda
Voy a contar una experiencia que he vivido sin esperarla ni mucho menos desearla. Al parecer, en la boda a la que habíamos sido invitados, se había empinado el codo más de la cuenta. Tanto Juan, mi cuñado, como yo estábamos lo suficientemente achispados. Nos volvimos intrépidos y agresivos, retando a bailar a nuestras queridísimas esposas. En particular yo, que lo estuve haciendo con la hermana mayor de mi mujer, mientras Juan bailaba con la mía, ocho años más joven. Mi cuñada, a parte de la edad, me dobla en corpulencia. La morenaza de Olga, mi cuñada, es una vehemente defensora de los derechos femeninos. No había bailado yo nunca con ella y mucho menos de aquella manera, digamos tan desenfadada. Jugó conmigo como el gato con el ratón. Fue ella quien tomó la iniciativa hasta que me hizo reventar como un volcán con solo frotarme con su entrepierna e insinuarse con un conato de beso sin darme, ni mucho menos, tiempo ni opción para la cama.
No suelen atraerme las mujeres como ella, de tipo maternal, de anchas caderas y pechos abundantes. Los senos me excitan menos que ninguna otra parte femenina y supongo que cabe interpretar esto como un deseo inconsciente de que el cuerpo de una mujer sea idéntico al de su hermana menor, mi mujer. Invitados por el cuñado, llegamos a su pequeño unifamiliar y mientras ellas hacían la cena, Juan me retuvo en el sótano-garaje para enseñarme sus bricolajes, sus herramientas. Los objetos domésticos más cotidianos se llenaron de significado una vez relacionados, de una forma u otra, con el dominio físico que él ejercía sobre mi. Todavía no sabría decir donde residía su atractivo, cuando se desabrochó la bragueta ante mi asombro y sacándose el "mandao" como si fuese un regalo y me dijo:
- ¡Fíjate como me la ha puesto Manolita, tu mujercita, en el baile... te voy a hacer cabrón, cuñado!.
Aún recuerdo como, de un fuerte empujón, caí de rodillas ante él, al tiempo que se echaba todo el pellejo atrás con los largos y gruesos dedos de su mano derecha. La sensación que me provocó aquel enorme pollón, tan cerca de mi boca, fue de asco y de rechazo. También de oscura aprensión y vergüenza. Era mi primera polla.Y la única hasta la fecha. Estuve muy torpe con ella pero al fin se la trinqué del todo, curioseando sobre su descomunal tamaño y grosor, sobre la forma de descapullarse. Con mayor pericia cada vez, le quité, por enésima vez, la cubierta a la enorme bola de la punta y se la dejé pelada para metérmela en la boca hasta la garganta. La estuve mamando, besando la punta que lloraba lágrimas de semen una y otra vez. Mientras se la chupaba, su mano hizo presa en mi nuca y tiró de mi.
- Es Manolita tan delicada, tan pequeña - murmuró Juan - que no puedo creer que tenga chorrete para encajarle esto.
Abrí la boca para respirar y la verga entró hasta los cojones y me traspasó las amígdalas. Sentí el duro cipote contra el cielo del paladar y luego contra mi corazón. El le daba cuanta marcha podía y en vez de ser yo quien se la mamaba, era él quien me follaba descaradamente la boca y el gaznate pensando que ya se metía entre las piernas de mi Manolita, reprimiendo cruelmente el propio deseo un montón de veces para prolongar más el placer, al mismo tiempo que mis besuqueos en su pelambre y escroto, le excitaban hasta un punto insostenible viniéndose en oleadas de lefa. Él disfrutaba reprimiéndose, al mismo tiempo que soltaba improperios y piropos muy agradables para mi mujer. En la espera, yo también gemía. Juan me taladraba la garganta produciéndome arcadas a cada una de sus violentas tarascadas, follándome en la boca con el pensamiento puesto en Manolita, echándome a mi el polvo, llenándome con el sabor del zumo de su polla. Todo se confundió cuando él siguió dándome caña con su verga, aún después de su excitación satisfecha con una eyaculación tremenda. De vez en cuando aún me acariciaba la nuca, farfullando:
- ¡No es posible que me vaya a follar el chochito de Manolita, es tan pequeñita, tan guapa, tan delicada, con la misma carita que mi Olga pero con un tipito tan mono...!.
Su verga, todavía dura, seguía aún entre mis dientes. Me sujetaba la cabeza con ambas manos y casi no se apreciaba mi cuerpo entre sus piernas, hecho un ovillo y la mitad que el suyo. Estaba tan vibrante que todavía no había acabado de derramarse. Olía como un bosque, a cedro... a macho. Puedo afirmar que mi consentimiento, desde aquel día, representa una exteriorización del deseo de ver a Manolita con Juan, un refugio donde no me sea preciso tomar decisiones ni asumir responsabilidades, como me ocurre cada vez que estoy a solas con Olga. Sean cuales sean las razones, dejé de buscarlas después de visitar la casa de Juan con Olga, mientras él visitaba la nuestra con Manolita. Me tumbaba para disfrutar al ver mi fantasía de volverme cabrón, convertida en realidad. Me siento muy feliz al aceptar que soy cabrón consentido y también he descubierto que no soy el único, que otros son iguales y me comprenden.
No recuerdo muy bien los detalles de mi primer encuentro a solas con Olga, puesto que había tomado unas copichuelas para entonarme y coger valor. Pero algo se pareció a la veintena de veces que han seguido. Olga me obligó a desnudarme después de que me hizo correr con la música que había puesto en el C.D. Me ató pies y manos con cuerdas de nylon para inmovilizarme en el diván y finalmente me puso el pene erecto, masajeándome los testículos. Sin quitarse el ceñido vestido, Olga encendió un cigarrillo y me miró con los ojos entornados mientras se preguntaba en voz alta qué tratamiento infringiría a mis genitales. He olvidado los detalles confusos del primer día, pero algo recuerdo de la lascivia que me invadió. ¿Qué planeaba hacerme... me dolería... me permitiría gritar o me iba a amordazar... cuanto tiempo me retendría allí de forma tan vejatoria... se mostraría realmente cruel?.
Yo la encontraba, en aquellas ocasiones, muy atractiva. Igual que Manolita pero con doble cuerpo. Tenía su hermosos rasgos aguileños y boca de labios finos, pero el olor de su aliento era mucho más penetrante y sexual. Olía a auténtico coño. La encontraba entonces muy atractiva, hasta que me corría.
- ¡Claro que sí, cariño! - decía, riendo estrepitosamente.
A cada una de mis emisiones, recogía toda mi esperma en un clinex y me la hacía tragar en su presencia. Olga elevaba el arte de la burla hasta niveles insospechados. Por lo que a ella respectaba, no era más que un medio de entretenimiento el tenerme inmovilizado en una posición adecuada para aniquilarme la libido, reventándome sin descanso mientras su marido se estaba beneficiando tan a gusto, a su hermana. Desnudo y tendido boca abajo, volví la cabeza y vi a Olga coger el tubo de plástico viejo de la botella de butano. Se desnudó hasta la cintura, mostrándome sus enormes y oscuras tetazas y tras tocarme con el tubo el culo para medir la distancia, empezó a azotarme, muy despacio al principio, como una acaricia, hasta que mi piel se calentó y enrojeció. Entonces aumentó gradualmente la fuerza de los golpes.
En realidad, al principio no me gustaba que me pegase pero me encantó sentirme impotente, a merced de la hermana mayor de mi Manolita, sometido a sus risas, deseos y caprichos. Fue Olga quien me inculcó eso, pero la excitación seguía siendo mental cuando me preguntaba si me gustaba más el semen de su marido o el mío propio. En el espejo del tocador, inclinado yo sobre la cama, veía como me taladraba mis indefensas nalgas con un grueso consolador untado en aceite. Después de cruzar cierto umbral de dolor, mis nalgas se alzaban por voluntad propia para recibir el cipote en una armonía que unía la dominante y al dominado en una extraña conspiración de acción y reacción, con la jaca de setenta kilos sentada a horcajadas sobre mis riñones. Conteniendo el aliento, alcé mi cabeza para mirar, con ojos más que implorantes, a Olga. Aquello empezaba a ser demasiado. Ella me metió su manaza, con toda mi lefa recién expulsada, en la boca para acallar mis gritos, mi sofoco y mi llanto.
El consolador aún subía y bajaba, cada vez con más furia, dentro de mi torturado culo. Olga parecía extasiada, con los ojos destellantes, las fosas nasales dilatadas, mientras sus enormes senos se balanceaban frenéticamente con cada uno de sus movimientos ya que yo no podía moverme, totalmente roto. Oía la respiración sibilante de mi cuñada mientras la falsa verga entraba y salía de mi torturado y dilatado agujero anal, con tormentosa insistencia. Finalmente, Olga se corrió también con un trémulo gemido, hincándose de rodillas y cogiéndome la polla, me masturbó para llevarme a un gran orgasmo sin emisión de esperma alguno.
- ¡Que asco me das, cuñado!.
Estas fueron sus últimas palabras.
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