Un plátano con crema

Autor: Anónimo | 01-Jan

Sexo con Maduras
Entré a la fonda en la que hacía mis 3 alimentos diarios, en donde pagaba una cómoda cantidad de dinero por semana. Como estudiante provinciano en la Capital que era, ese lugar resultaba el más adecuado a mi precario estado económico. Pero más me gustaba dicho restaurante porque ahí atendía como mesera Luz María, una mujer de unos 40 años, alta, morena, rolliza, con unos brazotes como de levantador de pesas, unos muslos muy gruesos, estómago prominente, y lo que más atraía de su voluminoso cuerpo eran sus nalgas; no, nalgas no, nalgotas. Siempre usaba vestidos muy entallados, y era una alegría muy grande para mí ver cómo se movían esos glúteos de un lado a otro al desplazarse por las mesas. Hagan de cuenta que estaba viendo por atrás a una hipopótama, quizás la de “Fantasía” de Disney. La deseaba intensamente, ¿por qué? Sencillamente porque quería disfrutar un cuerpo así, una apetecible bola de carne.

Me ubiqué en la misma mesa de siempre, y me atendió de inmediato. Era amable y sonriente con todos, y eso le ganaba muchas simpatías y buenas propinas, aunque esto último no abundaba conmigo. Me gustaba mucho pero no encontraba la forma de hacérselo saber sin el riesgo de ser rechazado. Era yo un poco tímido, aunque a mis 19 años ya había tenido algunas experiencias románticas: 3 novias, una noche con una mujer casada y un año de ser amante de otra que era el “segundo frente” de un hombre casado. Terminé de comer y me retiré de ahí. Al salir, junto con el - ¡Chao! - que me expresó Luz María, me guiñó un ojo, lo cual me dejó muy pensativo.

Un domingo por la tarde caminaba yo por una avenida, cuando de pronto me encontré con Luz María, que avanzaba en sentido contrario. Pensé: si no aprovecho esta oportunidad nunca se me va a hacer con ella. Nuestro diálogo fue más o menos el siguiente:

- ¡Hola, Luchita! ¿Qué anda haciendo? - Pasear, para aprovechar mi día libre, que no trabajo en el restaurante.

- ¿Y usted, Miguel? - Pasear también; buscando novia.

- ¿Buscando novia? Pues… ¿Qué no tiene?

- En este momento no.

- ¿Y ya conoció alguna muchacha que le guste?

- Sí, desde hace mucho, pero ella aún no lo sabe.

- ¿Y cómo es ella?, para saber sus gustos.

- Pues… alta, morena, un poco gordita, al reír se le hacen unos hoyuelos en las mejillas, de cabello largo, muy sonriente siempre.

- ¡Oiga, pero si casi me está describiendo a mí!

- Es que… es usted, Luchita; me trae hechizado desde hace mucho tiempo.

- ¡A poco! Me agarra de sorpresa, Miguelito. Lo que puedo decirle es que yo no le convengo. Soy mucho mayor que usted… y sobre todo, tengo gustos muy especiales. Suponiendo que yo aceptara ir a la cama con usted, ¿qué y cómo lo haría?.

Para ese momento de la plática ya había notado en ella cierta disposición a aceptarme. Comprendía que sí quería conmigo, y que había perdido mucho tiempo al no hablarle antes.

- Le haría todo lo que yo imaginara y que usted aceptara, y le cumpliría hasta la última fantasía que quisiera. Realmente me estoy derritiendo por poseerla.

- Conste que le estoy advirtiendo que soy de gustos muy especiales. Sí me interesa estar con usted. ¿Cuándo sería?.

- Hoy mismo, si lo desea.

- Vamos entonces a buscar un lugar adecuado. Pero antes quiero pasar a un super mercado.

- ¿Para qué?

- ¡Sht…! Tú no preguntes. Déjate llevar por mí, y está dispuesto a cumplir lo que has ofrecido.

En mi pantalón era muy notable la erección que tenía en ese momento. ¡Estaba a punto de conseguir lo que tanto había deseado, a esa mujer tan especial! La tomé de la mano y echamos a andar con rumbo a donde sabía que había un hotel de paso, muy cerca de ahí. En el trayecto encontramos un supermercado y me dijo que la esperara afuera. Entró y poco después salió con una pequeña bolsa de plástico que no permitía adivinar lo que contenía. Caminamos unas 5 calles más; para entonces nuestra plática era ya más íntima. Yo le apretaba constantemente la mano, deseando transmitirle el deseo que tenía de ella. Penetramos finalmente al hotel, y nos atendió un español. El nombre que di para registrarme, “Juan Pérez”, imagino que era el que más frecuentemente escuchaba ese hispano. Llevando la llave en la mano subimos un piso, abrí la puerta, y entramos al cuarto.

Lo primero que hice fue cerciorarme que la ventana, que daba a un pasillo estuviera bien cerrada. Abracé después a Luz María y pegué mi boca a la de ella, y simultáneamente mi erección a su vientre. Nuestras lenguas se frotaron, succionaron, recorrieron todos los recovecos de la boca del otro. Mis manos las posé, por encima del vestido, en esas nalgas que eran mi adoración. Estaban firmes, duras, correspondían en la realidad a lo que mis calenturientas fantasías habían imaginado. Le ayudé a quitarse el vestido; cuando levantó los brazos para zafarlo por arriba vi sus axilas depiladas y no pude resistir unir mi boca a una de ellas. El olor que partía de ahí me excitó aún más. No perdí tiempo y chupándole aún la otra axila procedí a desprenderle el brasier; al soltarse éste quedaron frente a mí 2 enormes bolas de carne morena, rematados en 2 pezones también enormes. La conduje hacia la cama, retrocediendo, y nos dejamos caer en ella. Succioné un pezón, y luego intenté meterme a la boca el pecho respectivo, ¡no cabía! Con la mano empecé a masajear el otro. Mientras la mano de ella se había ubicado ya en mi miembro viril, presionándolo. Me incorporé para quitarme la camisa, el pantalón y el calzoncillo, y brotó a la vista de Luz María mi verga, que parecía llorar, pero de gusto, pues una lágrima viscosa brotaba de su único ojo, o ¿única boca? Como que eso disparó algo en el interior de Luchita, porque se sentó en la orilla de la cama y acercó su boca a ese miembro erecto, ¡y se lo comió! Chupó el glande, recorrió todo lo largo de mi virilidad, dándole pequeñas mordidas, llevó sus manos a mi trasero y de repente sentí que uno de sus dedos empezaba a acariciar mi ano, e intentaba abrirse paso ahí.

Fue tanto el placer que sentí que le facilité que pudiera meterse. Nunca me habían hecho eso, y estaba realmente disfrutándolo. Pasados unos minutos extrajo el dedo de ese lugar y se acostó, lo que me permitió quitarle las medias, y luego la pantaleta, que era enorme. ¡Imagínense, para cubrir ese enorme culo! En cuanto la prenda fue a dar al suelo le abrí las piernas y asomó una mata de vellos; los separé, abrí su vagina, y mi boca, como atraída por un imán se posó ahí. Chupé con ganas, lengüeteé su clítoris, y un líquido baboso y ardiente, del cual emanaba un excitante aroma, salió de su sexo. Todo me lo tragué.

- Voltéate para acá, papacito; yo también quiero comerte al mismo tiempo - dijo.

Atendí su petición y poco después hacíamos un 69, que nos elevó al máximo placer. Ella chupó mi miembro, recorriendo y sobando con la mano todo lo largo del mismo, lo cual me acercó al orgasmo, y yo también chupé su intimidad con más intensidad. A los pocos segundos alcanzamos juntos el respectivo orgasmo.

- ¡Móntate encima de mí, con la cara hacia mis pies! - dijo ella, y le hice caso.

Luchita estiró la mano y cogió del buró que había junto a la cama lo que había comprado. Extrajo de la bolsa un plátano maduro, que en México le dicen plátano tabasco, y guineo en Centroamérica. Lo despojó de la cáscara y me lo entregó.

- ¡Mastúrbame con él - me indicó.

Empecé a meterlo y sacarlo repetidamente de su cavidad; ella emitía sonidos guturales llenos de satisfacción, síntoma de que estaba gozando mucho. Sentí de pronto que nuevamente un dedo de ella buscaba mi ano, y se sumergió en él; lo sacó y después intentó meterme otro plátano. No entró gran cosa, pues yo era virgen de ahí, pero se entretuvo bastante así. Yo seguía con mi tarea, y pronto logré que tuviera otro orgasmo.

- ¡Ahora cómetelo; haz de cuenta que es una banana con crema! - me indicó, y yo lo hice.

Por la comisura de mis labios escurría el líquido surgido de sus entrañas que había impregnado el plátano. Cuando terminé de deglutir esa fruta dijo ella:

- Ahora sí, ya te ganaste el derecho de probar con tu salchicha mi panochita.

La penetré por delante, mis labios buscaron los de ella, y asiendo con fuerza sus brazos, y después sus nalgotas, empujé y jalé mi cuerpo sobre Luz María, hasta que los dos terminamos.

Descansamos una media hora, platicándonos acerca de algunos detalle de la vida de cada uno al otro. Cuando me recuperé empecé a acariciar sus gigantescas nalgas y ella, sin que se lo pidiera, se puso sobre la cama en posición de oración, agachada, dejando frente a mí los dos cachetotes, y en medio su atractivo agujero. Acerqué mi boca ahí y succioné con muchas ganas. De la garganta de Lucha partieron sonidos de placer. Le llené de saliva el ano, agregué después algo del líquido que extraje de su vagina, el cual se mezclaba con mi semen, embadurné un poco mi pene, y dirigí este último a su colota. Ella se dejó hacer. Metí unos centímetros; ella se quejó un poco, pero luego dijo:

- Mete más; quiero más - y yo la obedecí.

Poco después se la metía, como decimos en México, “hasta el tronco”. Le bombeé repetidas veces, asiéndola de sus senos. Cuando introduje un dedo en su vagina y acaricié ahí, me vine con lo que aún quedaba de semen en mi aparato reproductor.

Pasamos el resto de la noche en ese cuarto. Nos acostamos de lado, uno frente al otro, en posición invertida; Luz María cruzó una pierna por encima de mi cabeza de tal manera que mi cara quedaba junto a su rajada y también de su ano. Ella se metió mi flácido pene a su boca, y así nos quedamos dormidos. Quizás en el transcurso de ese sueño algunos aires salidos de su voluminoso vientre llegaron a mi cara, pero de eso yo no me di cuenta, porque el sueño me había vencido.

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