Doctor, me pica aquí...
Doña Rosa tenía unos cincuenta y pico años, estaba casada con un próspero banquero y era dueña de una pequeña tienda de medias. Ella fue mi primer cliente. Eso no sería ningún problema si yo fuese vendedor de zapatos, pero cuando pasó lo que ahora voy a contaros acababa de terminar la carrera de medicina, en la rama de... ¡proctología! Aunque viva cien años, nunca olvidaré aquella tarde calurosa, cuando llegó sonriente a mi consultorio.
- Doctor, tengo una molestia que no me deja dormir.
- Comprendo, doña Rosa.
- Oh no, por favor. Llámeme Rosa. Así me sentiré más cómoda.
- Muy bien, Rosa. ¿Dónde tiene esa molestia?
- Doctor, por lo que sé, usted es proctólogo. Tendría que saber dónde está ubicada mi molestia, ¿no cree?
- Sí, disculpe mi pregunta. Rosa, dígame, ¿cómo es la molestia?
- Bueno, doctor... no sé como explicarle...
- Déjeme ayudarle. ¿Le duele, le arde o le pica... ahí detrás?
- Sí, me pica.
- ¿A todas horas o solo en momentos determinados, por ejemplo, después de hacer sus necesidades en el baño?
- No, doctor. Me pica de noche. Una o dos veces a la semana...
- ¿Una o dos veces a la semana?
- Sí, doctor. Es muy incómodo, no me deja dormir.
- Rosa, disculpe que tenga que hacerle algunas preguntas muy íntimas, pero es que, por lo que me cuenta, me tiene bastante confundido.
- No, no se preocupe. Pregunte, por favor.
- ¿Tiene relaciones sexuales anales con su esposo?
- Usted conoce a mi marido, doctor. El es muy...
- ¿Muy...?
- Muy correcto, muy cristiano, no me lo imagino haciéndome eso. Pero...
- ¿Pero qué?
- A mí no me disgustaría, doctor. A mi edad, ya sabe, una ya ha hecho todo lo que tenía que hacer, pero... de vez en cuando..., no estaría mal hacer lo que usted me pregunta, ¿no cree?
- Mmmm, sí, Rosa. A ver, dígame, ¿tiene problemas para abrir y cerrar el esfínter?
- ¿El qué?
- El esfínter... Ya sabe..., el agujerito de detrás...
- Ahhhh... No, doctor. Al menos, no lo he notado.
- Una última pregunta, Rosa. ¿Usted se seca bien esa zona después de ducharse ¿o se le queda húmeda?
- Mire, doctor. Yo me seco bien, pero entre el calor y con este culo tan grande que tengo, es difícil que no sude por esa zona.
- Bueno, Rosa. La voy a tener que revisar. Salvo que tenga algún hongo, no sé cuál puede ser la causa de sus picores. Pase detrás del biombo, quítese la falda, acuéstese de espaldas en la camilla y espérese un momento que ya voy.
Me fui a lavar las manos, confieso que un poco nervioso ya que era mi primera cliente y no tenía la más remota idea de cuál podía ser su dolencia. Luego, me dirigí a la parte trasera del consultorio y, encima de la camilla, totalmente desnuda, Doña Rosa me estaba esperando. Aquello me cogió por sorpresa. Allí acostada, pude observar que tenía la piel extremadamente blanca, su complexión corporal era más bien obesa, con unos cuantos michelines asomando por su cintura, y sus nalgas eran gigantescas, redondas, aunque sin un centímetro de celulitis. Como os podéis imaginar, un culo así sobresalía por los dos lados de la camilla. Ante semejante espectáculo, debajo de mi bata blanca de médico, mi polla se sobresaltó de excitación. Sentí cómo empezaba a latir creciendo debajo de mis calzoncillos.
- Doctor, he tenido que quitarme toda la ropa porque venía con un vestido con botones. Además, no uso ropa interior. Espero que esto no le incomode... Aunque seguramente, usted ya debe haber visto muchas mujeres desnudas.
- Sí, Rosa. Eso no es ningún problema. Voy a empezar a revisarla, ¿de acuerdo?
- Proceda doctor... Estoy lista...
Abrí lentamente sus nalgas con mis guantes de látex buscando alguna irritación en sus pliegues internos. Revisé por encima su ojete, el cual me llamó la atención por lo negro y apretado que lo tenía, y fui bajando mis manos por su entrepierna. Rosa, las abrió sin esperar ninguna indicación mía para facilitar mi trabajo de auscultación. Al llegar a su raja, me di cuenta de que la tenía completamente depilada y totalmente húmeda. Sin duda que la mujer estaba excitada ante tal revisión médica.
- ¿La estoy incomodando, Rosa?
- No, doctor. Revise tranquilo... ¿Quiere que me dé la vuelta?
- No, no. No será necesario. Sólo le voy a pedir que así, acostada como está, levante las caderas y se ponga a cuatro patas... Ya sabe, como un perro...
- ¿Así, doctor...?
Y se levantó ágilmente para ponerse a cuatro patas, apoyada en sus codos y en sus rodillas, sólo que ahora, dos enormes tetas colgaban del cuerpo de aquella mujer y su culo se había abierto magistralmente. Las dos grandes y blancas nalgas dejaron a la vista un agujero negro visiblemente contraído y una raja que brillaba de flujo. Todo el consultorio se llenó de un indescriptible olor a sexo. Debajo de mi delantal mi polla ya era un garrote que pedía a gritos un lugar caliente donde derramar abundante leche.
- Rosa, en este momento estoy poniéndome vaselina en el dedo índice de mi guante para introducirlo por su recto y explorar a ver si encuentro algo. Ahora va... Despacio... Así...
- Ahhhhh...
- ¿Le molesta?
- Ahhhhh...
- Rosa, ¿le está molestando el dedo?
- No... Siga, doctor. Ahhhh... Así... Ahhhhh...
Evidentemente, la vieja estaba disfrutando como una puta con mi dedo. Envalentonado por su excitación, me animé a meterle dos dedos, luego tres, finalmente cuatro. Era increíble cómo se dilataba el maduro ojete de Doña Rosa. Mi paciente, ciega de excitación, comenzó a moverse de atrás a adelante. Aquello ya no era una revisión. Me estaba follando a Doña Rosa con los dedos, la cual ya no ocultaba su placer emitiendo una larga y excitante serie de salvajes suspiros y gemidos. Allí de pie, con su culo abierto y un primer plano de su jadeante raja, se me ocurrió una idea...
- ¿Rosa?
- Sí, doctor...
- Hay un método especial para conseguir una exploración más profunda y ver así el origen de sus picores. Para ello tengo que introducirle un instrumento algo más grueso y duro. Este instrumento además lanza un líquido que lubrica su interior para que resbale mejor... No sé si a usted le interesaría que yo probase esta técnica con usted.
- ¡Doctor, mi cuerpo es suyo! Y debo añadir que es usted un buen profesional, porque, fíjese, ya casi se me han empezado a pasar los picores.
- Muy bien, Rosa. En ese caso voy a necesitar su ayuda. Bajaré un poco la camilla, pero usted no se mueva, quédese en esa misma posición. Es más, si puede separarse las nalgas con las manos, mucho mejor.
- Por supuesto, doctor. ¿Le parece bien así?
La vieja sabía lo que hacía porque, extendiendo sus manos hacia atrás y pegando sus tetas a la camilla, se abrió las nalgas de una manera excepcional. Ahora tenía ante mí un culo enorme, cuyo ojete negro, sudado, brillante de vaselina, se había convertido en un ojo palpitante de dos o tres centímetros de anchura, que me miraba e invitaba a la acción.
- Rosa, dado que éste método necesita la introducción profunda de un aparato, voy a sujetarle las caderas con mis manos para que se mantenga firme y no se mueva...
- ¡Dese prisa doctor, que ya empieza a picarme otra vez el agujerito!
Entonces desabroché mi delantal y me bajé los pantalones hasta las rodillas. Agarré mi polla a punto de reventar, la meneé dos o tres veces para bajar la piel hasta el final y la clavé en un frasco lleno de vaselina médica. Luego, me subí a un pequeño taburete metálico que había detrás de la camilla y, apoyando mis dos manos en sus nalgas, apunté con mi flecha de carne hacia aquel agujero divino. De una sola embestida se la enterré hasta el fondo. La vieja gimió de placer, sabiendo de qué se trataba. Mis huevos hicieron tope en su espumeante raja... A partir de ese momento comencé una frenética danza bombeando el ardiente culo de aquella mujer madura. Rosa, como una gata en celo, no dejaba de ondular sus caderas, exprimiendo diestramente cada centímetro de mi polla con su musculoso ojete.
- Ay, doctor, qué aparato más interesante el suyo, ahhhh....
- Y prepárese Rosa, porque en cualquier momento, expulsará un líquido caliente y viscoso que curará sus picores de inmediato.
Dicho y hecho. Al momento me di cuenta de que no aguantaba más y descargué en las tripas de aquella mujer una andanada de semen como hacía tiempo que no soltaba. Sintiendo cómo mi río de leche le inundaba las entrañas, Doña Rosa metió una mano por debajo suyo y, frotando su erecto clítoris, alcanzó un orgasmo en cuestión de segundos. Lentamente, y tratando de no derramar una sola gota de mi pócima curativa en la alfombra del consultorio, saqué mi herramienta de trabajo, llena de restos de semen y mierda, del gordo y exhausto culo de aquella increíble mujer.
- ¿Doctor?
- Sí, Rosa. ¿Se le han pasado los picores?
- Sí, muchas gracias. Pero ahora tengo otro problema...
- Ah, sí. ¿Cuál?
- No se imagina, doctor, de qué forma han empezado a picarme de repente el coño y la boca.
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