Puta por un día
A pesar de ser una mujer felizmente casada y sexualmente satisfecha, debo reconocer que, en el fondo de mi ego, muchas veces me asalta la idea de mantener relaciones con otros hombres.
Aquella mañana me desperté especialmente motivada. Mi marido, como es habitual, ya se había marchado a trabajar, lo cual era una verdadera lástima ya que en caso de que hubiera estado en la cama a mi lado, le habría hecho el amor con verdadera lujuria, aunque, por otro lado, nada de lo que voy a contaros hubiera sucedido.
Estuve un buen rato despierta sin levantarme de la cama. Mi mente comenzó a recrearse en fantasías eróticas y, poco a poco, me fui calentando yo sola. Hasta tal punto fue el calentón que estuve a punto de tener que masturbarme, pero los pensamientos eróticos fueron cediendo por la presión que ejercían los asuntos rutinarios del día, sobre todo de uno en particular: ¿Qué prepararía hoy de comida?.
Hacía un precioso día de primavera. El sol brillaba en lo alto, no había ni una nube y la temperatura era muy agradable. Después de desayunar encendí un cigarrillo mientras elegía la ropa que me pondría para bajar a la compra. Mas tarde tome una ducha, me maquillé y comencé a vestirme. Mientras lo hacía, nuevamente sobrevinieron a mi cabeza pensamientos eróticos. Entonces se me ocurrió algo excitante. Ese día bajaría a la calle sin bragas ni sujetador. Debo decir que a pesar de tener ya cuarenta años aún conservo mis pechos bastante erguidos, y cuido mi cuerpo con asiduidad, por lo que soy bastante resultona. Sobre mi cuerpo recién duchado enfundé directamente una blusa de color rosa pálido, bastante escotada, y unos vaqueros ceñidos. Por último me calcé unos zapatos negros de tacón y salí a la calle.
Mi marido y yo vivimos en un barrio de la periferia, cercano a un polígono industrial. Es un barrio fundamentalmente obrero y por las mañanas hay muy poca gente en la calle, ya que casi todo el mundo se encuentra a esas horas trabajando. Al girar la esquina me encontré con un camión enorme estacionado. En el interior del mismo se encontraba sentado un hombre robusto de unos cincuenta años, que, a juzgar por la expresión de su rostro había pasado la noche durmiendo en el camión y se acababa de despertar. Eran poco mas de las nueve de la mañana. Al pasar al lado del camión, el conductor comenzó a silbarme jocosamente. Yo me hice la tonta y seguí mi marcha sin volver la cabeza, pero el camionero seguía intentando llamar mi atención. De pronto, nuevamente mi fantasía y el recordar que no llevaba ropa interior, hicieron que un hormigueo nervioso me recorriera los muslos. Entonces comencé a pensar que pasaría si me volviera hacia el camionero y le dirigiera una mirada lasciva. Mis nervios iban en aumento, y el corazón se me salía del pecho cada vez que consideraba esa idea.
Finalmente mi estado emocional de aquella mañana hizo el resto. Me volví bruscamente y me encaminé hacia el hombre mirándole fijamente a los ojos. Cuando llegué a la altura del camión, aquel tipo, sin decir una sola palabra abrió la puerta del vehículo y me invitó a entrar en el. Lo cierto es que todavía no se como pude reaccionar de esa manera, pero lo cierto es que cuando me quise dar cuenta me encontraba sentada al lado del camionero. Entonces los siguientes acontecimientos se precipitaron como la pólvora. El hombre cerró la puerta tras de mí, corrió unas cortinas rojas a todo lo largo de las ventanillas de la cabina y comenzó a besarme en los labios. Yo mantuve una mínima resistencia, tras la cual abrí mi boca y le ofrecí mi lengua. El camionero sacó la suya y nos dimos un primer morreo. Mientras me llenaba la cara y los labios de saliva una de sus manos se deslizó por debajo de mi blusa y empezó a magrearme las tetas, mientras que con la otra me desabrochaba el vaquero. El muy cabrón sabía perfectamente tratar a una mujer excitada.
Al mismo tiempo yo le bajé la cremallera del pantalón, le saque la polla fuera y empecé a masturbarle. Aquel trozo de carne comenzó a crecer entre mis manos alcanzando un tamaño y un grosor considerables. En menos de diez segundos su rabo estaba duro como el cemento. La tenía bastante mas larga y gorda que mi marido, lo que me produjo aun mayor excitación. En un momento dado, el hombre cogió con fuerza mi cabeza y me la colocó entre sus piernas. Yo obedecí con agrado, abrí la boca y comencé a chuparle la polla.
Al cabo de unos minutos el hombre me retiró y comenzó a desnudarse por completo. Yo me quité el vaquero, ya que la blusa había desaparecido en el magreo por arte de magia. Cuando aquel tipo se percató de que no llevaba bragas, me sentó encima de él violentamente. Apuntó su estaca entre mis labios vaginales, me la clavó hasta el fondo y comenzó a follarme con una fuerza increíble. Su enorme polla bombeaba mi coño sin parar, a un ritmo frenético. Tanto fue así que, cuando quise darme cuenta, me sobrevino el primer orgasmo. Aquel tipo era una máquina de follar. Parecía no cansarse y controlar la situación con habilidad, lo que me ocasionó hasta cuatro orgasmos encadenados. El enrome calibre de su herramienta estaba haciendo estragos en mi coño. Yo gritaba y me retorcía de placer como una perra en celo. Después de quince, o quizás veinte minutos follando sin parar, me la sacó del chocho, me la metió en la boca y se corrió sin compasión. Una serie de chorros de leche tibia me fueron inundando la boca sin previo aviso, por lo que no tuve mas remedio que tragármelo todo.
Cuando terminó de vaciar sus cojones en mi garganta, se arrodilló entre mis piernas y comenzó a lamerme el coño de arriba abajo, deteniéndose de cuando en cuando en mi abultado clítoris. Aquello me produjo un placer tan intenso que volví a correrme dos o tres veces más. Mi húmedo coño le debió excitar muchísimo, ya que cuando terminó de comérmelo su polla estaba de nuevo dura. Esta vez me puso a cuatro patas sobre el asiento del camión, me la metió en el coño, por detrás, y, agarrándome de las tetas comenzó de nuevo a joderme viva. Los orgasmos no tardaron en aparecer otra vez. En ésta ocasión consiguió que me corriera otras tres veces más.
Luego me colocó su polla entre las tetas y le hice una cubana para que terminara en mi cara. Pese a ser la segunda eyaculación en menos de una hora, me bañó de lefa toda la cara mientras sollozaba de placer con el roce de mis tetas. Más calmados ya nos vestimos. El camionero me obsequió con un último morreo de despedida. Luego descorrió las cortinas con precaución, me abrió la puerta y me marché a la compra.
Desde ese día, siempre que giro la esquina de casa deseo encontrarme con el camión estacionado, pero hasta la fecha me tengo que conformar con mi marido.
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