Un trío para una casada
Autor: CrisisdeClaridad | 25-Jan
Antes de comenzar, debería decirles que mi marido es un hombre extremadamente celoso. Yo he aprendido a vivir con sus celos, pero al principio eran bastante insoportables. No podía hablar con ningún otro hombre por la calle, porque empezaba a preguntar quién era, por qué hablaba con él, de qué me conocía y terminábamos por discutir. Si se entera de lo que sucedió en las pasadas vacaciones, estoy segura de que me mata.
Llevábamos una semana en el apartamento de la playa cuando su hermano menor llamó para decir que si podía pasar el fin de semana con nosotros. Según dijo, había conocido a una chica y quería estar con ella a solas, pero no tenían dinero para costearse un lugar. Mi marido, que siempre ha tenido debilidad por su hermano a pesar de que éste es un juerguista sin talento, les invitó a pasar unos días con nosotros.
Llegaron el viernes por la tarde. Ella tendría veintidós o veintitrés años y era innegablemente guapa. Por su acento, era asturiana y pronto nos hicimos muy amigas. Yo tengo ahora mismo treinta y me siento más joven e imprevisible que nunca, así que mientras ellos se bajaban a tomar una cerveza antes de cenar, nos quedamos las dos charlando un rato. Era una chica muy simpática, pero me pareció muy reservada y comedida, tímida quizá. Tras un par de horas charlando de temas triviales, nuestros respectivos vinieron por fin y salimos fuera a cenar para celebrar su llegada.
La cena no estuvo nada mal y luego fuimos a tomar unas copas al único bar nocturno del pueblecito costero donde estábamos. Mientras estábamos allí, yo me di cuenta de que mi cuñado y su novia no paraban de lanzarse besos, guiños y de acariciarse por debajo de la mesa. La verdad es que estaban empezando a salir, según me había contado antes ella, y yo sentí envidia de ellos. Mi marido es un tipo genial, pero no es tan expresivo.
En algún momento de la noche, mi cuñado se fue al cuarto de baño y, segundos más tarde, lo hizo su novia. Ambos tardaron un rato en salir y, cuando regresaron, estaban como acalorados. Me reí por dentro pensando en que habrían ido a echar un polvo en el cuarto de baño y no negaré que me puse muy caliente pensándolo. ¡Vaya con la tímida y el cuñadito! Pensando en esas cosas, fui calentándome más y más. Tanto, que me acerqué a mi marido y le susurré al oído que quería hacer el amor inmediatamente.
- ¿Ahora? -contestó- Espera a que terminemos la copa y vamos a casa, ¿de acuerdo?.
- Vamos al servicio -le incité- Será divertido. Como cuando empezamos a salir, ¿recuerdas?.
- ¡No digas tonterías! En cinco minutos nos vamos a casa y te doy allí lo que me pidas.
Me enfadé. Tardamos más de un cuarto de hora en volver a casa y, al llegar y meternos en el cuarto, mi marido trató de llevarme a la cama, pero yo no quise.
- ¿Estás loca? -me dijo- Antes querías hacerlo en un váter y ahora dices que no te apetece. ¿Quieres decidirte de una vez?.
- Se me han pasado las ganas, ¿de acuerdo?
Mi marido se levantó, fue al cuarto de baño y, seguramente, se hizo una paja para relajarse. Solía hacerlo, cuando yo no quería echar un polvo. Yo también lo hacía, no os creáis. El caso es que al volver, se quedó dormido casi de inmediato y yo estaba allí, mirando al techo en la oscuridad, sin poder dormir. Pensaba en la pareja que estaban en el cuarto de al lado, los imaginaba allí, follando con verdadera pasión, completando lo que habían hecho con la incomodidad de un servicio público de bar.
Entonces escuché los gemidos a través de la pared. Llegaban como desde lejos, pero eran inconfundiblemente gemidos de placer. La cama empezó a hacer ruido y los gemidos fueron intensificándose. Estaban pasándoselo de miedo. Yo noté que me mojaba como hacía siglos que no me mojaba y mi mano, inconscientemente, se deslizó hacia mi entrepierna. Rocé a mi marido con los primeros movimientos y él ni se enteró. Eso me dio una idea sorprendente. Me la quité de la cabeza y comencé a masturbarme allí mismo, con las rodillas levantadas, metiendo mis deditos por debajo de mis braguitas y acariciándome los labios de la vulva. Me estaba poniendo tan caliente que la idea de antes regresó a la cabeza, una y otra vez. Tuve un orgasmo, pero no fue suficiente. Quería más.
En la habitación de al lado, detuvieron la marcha. Se habían corrido más o menos a la vez que yo, pero yo seguía adelante con mi masturbación. Separé las braguitas todo lo que pude y bajé mi dedito desde el clítoris hasta mi ano. Hacía mucho que no usaba ese agujerito para darme placer y en ese instante, no comprendí bien por qué. Me gustaba mucho acariciármelo por fuera, mojándome un dedito en mis flujos vaginales y luego lubricando mi ano con ellos. Cuando ya estaba más que lanzada y había dejado el ano para centrarme en mi clítoris, en el cuarto de al lado volvieron a la carga.
Eso era demasiado. Sin pensármelo más, me levanté y fui a hacer realidad la idea que me rondaba la cabeza. Caminé hasta la puerta de su cuarto y abrí de golpe, sorprendiéndolos en ese acto. Mi cuñado, completamente desnudo, estaba puesto de rodillas con la cabeza enterrada entre las piernas de su novia. Se giró y me miró, poniendo los ojos en blanco.
- Ya que no me dejáis dormir -dije- al menos dejadme participar...
Se miraron. Sonrieron y asintieron con la cabeza. Yo cerré la puerta y subí a la cama, quitándome el camisón y mostrándole mis pechos a mi cuñado. Su novia me acarició los muslos y él volvió a la carga, devorándole la vulva mientras nosotras nos besábamos. Nunca antes había sentido deseos de besar a una mujer, pero ya iba siendo hora de quitarme prejuicios de encima. Su lengua fue tan sensual que no pude evitar acariciarle los pechos y bajar a besárselos. Escuchaba sus jadeos y a mi cuñado ahí abajo, sin detener sus lamidas, mirando como podía.
La chica estaba a punto de correrse cuando me arrastré hasta abajo del todo y, tumbada boca arriba, cogí el instrumento de mi cuñado y me lo llevé a la boca. Estaba muy duro. Seguramente tenía pensado metérselo a aquella chica bien adentro, vaciarse dentro de ella, pero yo no le iba a dejar. Quería comerme aquel mástil hasta que se derramara completamente en mí. No tardó en pasar. Él levantó la cabeza del sexo de su novia y, sentado sobre mis pechos, dejó que su leche invadiera mi boca y mi cara. Su chica se abalanzó y comenzó a lamerme la cara y a acariciar el miembro de mi cuñado mientras terminaba de correrse. Yo me sentía realmente sucia y realmente bien.
- Ha sido fantástico -dijo ella- Jamás creí que ver a otra mamándotela fuese tan excitante.
- Estoy de acuerdo. Pero ella no ha tenido placer -indicó mi cuñado- Démosle lo que merece.
Entonces su chica reptó hasta mis muslos y empezó a lamerlos, mientras él se ocupaba de mis pechos. Allí, con sus dos lenguas lamiéndome y sus cuatro labios dedicándose a mí, me parecía estar a punto de morirme de placer. Poco a poco, fueron aumentando las sensaciones cálidas y los latigazos de gusto, hasta que sentí bien cercano el momento de correrme. Cuando estaba a punto, mi cuñado se levantó, tirando de mi pezón con los labios, y me mostró su verga, de nuevo dura.
- Ven, cuñadita, voy a darte lo que mereces.
Yo me puse a cuatro patas, como más me gusta hacerlo. Estaba deseando que me metiera esa tranca hasta el fondo de mis entrañas. Entonces su novia se vino debajo de mí y siguió comiéndome la entrada de mi conejito.
- Este coñito es mío -dijo- Quiero que se corra en mi boca. Búscate otro lugar.
Mi cuñado ni se lo pensó. Abrió mis nalgas con las manos y puso su polla en la entrada de mi ano. Yo había practicado sexo anal en algunas ocasiones, pero nunca me había terminado de gustar y mi marido había abandonado estas prácticas para dedicarse a un sexo bastante menos interesante. Simplemente, me dejé llevar...
- Espera -le dije- Con cuidado. Hace mucho que no entra ahí nada...
- Va a entrar perfectamente, cuñadita -me contestó él- Tienes un culito de lo más rico y no sé cómo mi hermano no lo aprovecha como debería... Ven, ya verás como no te duele nada.
No sabría describiros el placer de su verga en mi culo mientras la lengua de aquella chica me horadaba el sexo. Creía derramarme a cada segundo, sentía mi vulva tan caliente que parecía arder y las piernas me temblaban. Las manos de ella acariciaban mis muslos por dentro y cogían los testículos de él, que golpeaban una y otra vez, pues tan profundamente me la metía que desaparecía toda dentro de mi culito. Me ardía, me dolía tremendamente, pero el placer era tan intenso que yo no paraba de gemir y chillar.
- ¿Te gusta, cuñadita? -me decía él, recostándose contra mi espalda- Mi hermanito no te hace estas cosas, ¿verdad?.
No. La verdad es que no. Su hermanito es un buen hombre, pero en la cama es alguien sin imaginación y sin inventiva. Fingir orgasmos para que él pudiera terminar a gusto era un arte en el que me estaba convirtiendo en experta. En esa ocasión, todos los orgasmos fueron absolutamente reales, y estaba teniendo más en una noche que en muchas semanas de matrimonio.
¡Qué lengua y qué labios los de esa chica! Me procuraban tanto placer que yo creí que la asfixiaba con todo lo que surgía de mi conejito. Entonces, cuando ya perdía la cuenta de mí misma y parecía meterme en un mundo de absoluta depravación, noté una gran chorretada de leche caliente dentro de mi ano. Mi cuñado soltó un gemido grave y sacó de golpe su polla, soltando el resto de su eyaculación sobre la cara de aquella chica. Se corrió abundantemente a pesar de ser la cuarta vez en apenas tres horas. Y yo caí sobre la cama, completamente exhausta. Tenía el culito ardiendo, la vulva irritada y la sensación más maravillosa del mundo.
Repetimos en varias ocasiones ese fin de semana y aun hoy, meses después, nos juntamos de cuando en cuando para una nueva sesión de placer. Mi marido, sigue creyendo que soy la mujercita insulsa que siempre he sido.
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