Mis Vacaciones Laborales – I, II
Hola a todos. M nombre es Saúl Osorio, soy de Perú y tengo 64 años.
Soy consciente que algunos de los relatos escritos aquí son ficticios, pero he encontrado algunos que he podido relacionar con mi vida y es por eso que empezaré a escribir algunas vivencias que he tenido, que en su momento marcaron una pena en mi vida pero está es una página precisamente para eso. Este será el primer relato que compartiré con ustedes.
Lo que voy a contarles me ocurrió a mediados del año 93’. En esas fechas, en Perú, tenemos vacaciones escolares y algunas empresas aprovechan también para dar vacaciones. Mi esposa Pamela de aquel entonces y yo habíamos planeado viajar a México con nuestros dos hijos. En ese momento yo trabajaba como ingeniero en una empresa muy reconocida en Lima.
Recuerdo que acababa de comprar los pasajes en la misma oficina cuando recibí una llamada.
Pamela: Amor, ¿estás ocupado?
Yo: Un poco… justo compré los boletos para el viaje, ¿por qué?
Pamela: Me llamó Rodrigo. Dice que no dejará que Claudia viaje con nosotros. Según él, ya tenía planeado pasar estas vacaciones con ella.
Aclaro aquí algo importante: años atrás, Pamela me confesó que Claudia, nuestra hija, no era mía. Era de Rodrigo. Me lo contó porque decía que él quería estar presente en la vida de la niña, aunque en el fondo sabía que su intención siempre había sido otra: estar con Pamela.
Yo: ¿En serio? ¿Ya le explicaste que esto lo planeamos por los chicos?
Pamela: ¡Claro que se lo dije! Pero ya sabes cómo es… y las últimas vacaciones las pasó con nosotros. Tal vez debimos avisarle antes.
Yo: Y ahora, ¿qué hacemos?…
Pasé el resto de la tarde pensando cómo resolverlo. Justo, a pocos minutos de terminar mi jornada, apareció en mi oficina el Don Teodoro, mi jefe. Un hombre mayor, serio, pero de esos que sabían ganarse el respeto en la oficina.
Don Teodoro: Saúl, ¿cómo vas, hijo? ¿Te agarro en mal momento?
Yo: Para nada, Don Teodoro. Dígame.
Don Teodoro: Saulito, me enteré que te vas a México. ¿Cuándo partes?
Yo: Sí, en estos días. Toca distraer a la familia.
Don Teodoro: Muy bien hijo me alegra oír eso. Ahora ya que estarás allá, me harás un favor, necesito que te lleves a Julio para que vean un trato, no les tomará mucho, es negocio de un día.
Yo: Don Teodoro ya conoce la situación. No puedo…
Don Teodoro: Lo sé, pero en este caso no habrá discusión. Te recompensaré por esto, ¿sí? Julio ya está al tanto de los detalles. Ustedes solo coordinen el viaje.
Julio era arquitecto. Un mal tipo con el que no solo tuve problemas en el trabajo, además, se había metido con mi esposa en más de una ocasión. Sí, más de una. Y Don Teodoro lo sabía. Por eso entendí la seriedad del pedido, no podía negarme. Don Teodoro siempre me había respaldado en los peores momentos.
Así que lo asumí: estas “vacaciones” empezaban a torcerse.
En casa, encontré a Pamela hablando con Claudia, una niña de 6 años que soltaba lágrimas discretas. Rodrigo ya había marcado territorio, Pamela me dijo llamó y no quería hablar conmigo.
Pamela: Mejor pidamos el reembolso y algo hacemos aquí.
Yo: ¿Qué sentido tiene? Claudia se va a ir con Rodrigo igual. Además, Don Teodoro me pidió un favor… ir con Julio a México.
Su expresión cambió. Pasó de preocuparse por Claudia a soltar una mirada cargada de miedo. Ella creía que yo solo sabía de “aquella vez” con Julio – la vez que los confronté -, pero la verdad era que estaba al tanto de más encuentros. Eso fue algo que siempre me ocultó.
Me miró bajando los ojos, midiendo cuánto podía dolerme.
Pamela: Y Julio… ¿qué dice? ¿Por qué quiere el señor Teodoro incluirlo? –preguntó con voz medida-.
Le tomé la mano con intención de calmarla.
Yo: Tranquila –respondí en voz baja-. Es algo del trabajo, después él se regresa; yo voy a estar con él…
Ja, debió causarle gracia, las veces que estuvieron juntos yo estuve ahí cerca.
Pamela: Bueno si es así… ni modo. Igual las maletas están ya hechas.
Esa noche la vi pensativa. Como recordando. No era difícil adivinar qué, y eso me carcomía. La mañana siguiente, mientras desayunábamos solos -los chicos aún dormían-, Pamela soltó la idea:
Pamela: ¿Y sí dejamos a Rodriguito con tu mamá? Sabes lo mucho que le gusta tenerlo cerca.
Yo: ¿Por qué haríamos eso? Se supone que son vacaciones familiares.
Pamela: ¿Familiares? Claudia no va a ir, y Rodrigo es muy pequeño, ni recordará nada. Seremos prácticamente tú y yo… mejor lo dejamos con tu mamá.
Tenía un punto. Llamar a esto “vacaciones familiares” ya sonaba ridículo.
Yo: Tienes razón… pero no sé si debamos dejarlo con mi madre.
Pamela: Por favor, Saúl. Ya hicieron las paces. Esto puede ser una señal de confianza otra vez.
Yo: Bueno… supongo que se comportará estando al cuidado de Rodri.
La llamé esa tarde. Mi madre aceptó encantada. Así que llevaría al niño antes de ir al aeropuerto.
Faltaba lo peor. Hablar con Julio.
Julio: ¡Saulito! ¿Cómo estás? ¿A qué se debe la llamada?
Odiaba lo fresco que era.
Yo: ¿Cómo? ¿Don Teodoro no te comentó sobre México?
Julio: Jajaja claro… solo estaba siendo cordial, hombre.
Yo: Pues te llamo porque me sorprende que no lo hayas hecho tú. Los pasajes los tengo yo, y no hemos coordinado nada.
Julio: Nah, confiaba en que ibas a llamarme. ¿Cuándo salimos?
Yo: Tenemos que estar en el aeropuerto a las 4 mañana. Te espero en mi casa al mediodía, porque antes dejaré a mi hijo con mi madre.
Julio: Copiado… ahora estoy ocupado, Saulito. Mañana afinamos.
Me colgó sin más. Queriendo mostrar siempre esa superioridad suya. Afortunadamente, solo sería un día.
La mañana del viaje, Rodrigo llegó por Claudia. Yo alistaba a mi hijo para dejarlo con mi madre. Todo en orden. Mi madre, incluso, tenía nueva pareja; el anterior había sido un payaso, por no decir otra cosa, pero no me quedé mucho tiempo a preguntar.
Regresé a casa a eso de las 11:30. Julio debía estar llegando. Pero al abrir la puerta, ya estaba ahí. Conversaba con Pamela amenamente. Y al fondo, se escuchaba el agua de la ducha.
No hice ruido. Intenté escuchar. De pronto, Julio calló. – Era la misma situación en la que los descubrí esa vez, aunque en ese entonces lo negué frente a ellos -.
Así que entré como si recién hubiese llegado.
Yo: Julio, hola. Pensé que te había dicho mediodía…
Julio: Sí, lo sé – me puso una mano en el hombro-. ¿Ya estás listo?
Con esa sonrisita de siempre, queriendo ponerse por encima.
Yo: Si… – en ese momento me percaté de la ducha– ¿por qué la ducha está corriendo?
Pamela: Ah, sí… estaba por bañarme, no tardo.
¿De verdad pensaba ducharse tranquila mientras Julio estaba en casa? No podía creerlo.
Julio no me soltaba la mirada.
Julio: Vamos a sentarnos. Dejemos que Pame se ponga guapa, tú y yo vemos cómo nos arreglamos… como las otras veces.
Yo: ¿De qué hablas? El tiempo que estuviste con ella ya se terminó Julio.
Julio: – sonriendo con cinismo – ¿Qué tiempo, Saúl?… ¿De qué me hablas? – me soltó mirándome fijo, como si disfrutara mi reacción –. Bah, hombre, solo fue una vez.
Me quedé frío. Pero lo peor vino después.
Julio: Jajaja, tranquilo, hermano, hablo del viaje. No te pongas tan serio… pero tú sabes cómo pueden arder los recuerdos.
No me hizo ninguna gracia. Todos me conocen por ser tranquilo, manso… pero estaba a punto de estallar. Y Julio lo notó.
Julio: Relájate, hombre, es broma. Ya pasó. Ustedes siguen juntos y eso es lo que importa, ¿no?
Pamela salió apurada del baño. Se quedó callada, claramente queriendo escuchar lo que hablábamos.
De ahí, directo al aeropuerto. Tensión pura.
El resto del vuelo fue silencio. Nada importante. Excepto por un detalle.
Pamela: Amor, ¿sabes si donde nos hospedaremos se pueden hacer llamadas internacionales? Quiero estar al tanto de los chicos.
Ese detalle… lo había olvidado. No tenía reserva hecha. Toda esta situación con Rodrigo y con Julio me tenía la cabeza en otro lado, y mi cara me delató.
Julio: No me digas que no arreglaste dónde quedarnos.
Yo: No sé dónde te vayas a quedar tú, pero no. Con todo esto, no tuve cabeza.
Julio: Ay, Saulito… Bueno, yo muevo algo. Déjame llamar a alguien.
Pamela: Por favor, Julio. Ya vamos a aterrizar. No puedo creer que no se pensara en eso.
Aunque hablaba con él, me miraba a mí.
Yo: No, Julio, espera. Yo lo resuelvo al llegar.
Julio: Dejaste claro que no soy bienvenido, jaja. Pero tranquilo, yo lo arreglo.
Al aterriza empecé a buscar hoteles. Algunos tenían solo suites caras, otros solo camas separadas, y la mayoría ya estaban reservados.
Julio: Buenas noticias. Tengo un amigo que tiene su hotel a 40 minutos de acá.
Yo: Está lejos, y aún más de donde tenemos la reunión.
Pamela: ¿Qué opción tenemos ya, Saúl? Por lo menos nos ayudará por una noche.
No quería aceptar nada que viniera de Julio, pero ¿qué opción tenía?
Fuimos al hotel. Y para ser sincero, era de los más lindos que he visto en México.
Julio: ¡Sergio, güey! ¿Cómo estás? Jajaja. –decía mientras se acercaba aquel amigo suyo–
Sergio: ¡Juliooo, compadre! ¿Qué onda, güey? Me dijiste que andabas en aprietos, ¿no?
Julio: Sí, mi carnal. Te presento a mis amigos, Saúl y Pamela. Pasa que Saúl olvidó reservar habitaciones… pero solo serán unos días, no te preocupes.
Sergio: No pasa nada, hermano. Tú sabes que aquí tienes tu casa, ¿va?
Estaba algo avergonzado y cansado… Yo solo quería acostarme. Eran cerca de las diez de la noche, pero parecía que Sergio tenía planes para darnos un recorrido. A Pamela y Julio los animaba la idea, así que no me quedó más que seguir.
Mientras Julio y yo llevábamos las maletas al lobby, Pamela hablaba con Sergio más adelante. De pronto escuché que alguien gritaba mi nombre
…: ¡Saúl!
Volteé y me encontré con un viejo compañero del colegio: Ernesto. Estaba con su esposa, con quién también había estudiado.
Yo: ¿Ernesto? Caramba, que sorpresa.
Ernesto: ¿¡Cierto!? Jaja que gusto verte, amigo.
Bueno, sinceramente no sé qué tan ‘amigo’ era. No éramos cercanos. Tampoco era alguien que me molestara más allá de lo típico: hacer bromas de ‘lorna’ o ‘pavo’, a diferencia de su esposa, Grecia, que, solía estar en ese grupo que me hacía odiar ir a clases.
Ernesto: Ven, ven. Estoy con Grecia, ¿la recuerdas?
Sí, claro que me acuerdo…
Me senté con ellos en una mesa del lobby. Era justo lo que necesitaba. Un momento de descanso. Mientras tanto, Pamela, Julio y Sergio seguían conversando a unos 30 metros.
Pasaron cinco minutos hasta que Pamela se acercó.
Yo: Amor, te presento a Ernesto y su esposa Grecia. Fuimos compañeros del colegio.
Pamela: Mucho gusto, soy Pamela, la esposa de Saúl.
Ernesto: Igualmente, Pamela, un gusto.
Pamela: Amor, ¿no vienes? Sergio nos va a mostrar un poco del hotel mientras nos asignan una habitación.
Yo: ¿Eso era lo que estábamos esperando? ¿A dónde irán?
Pamela: Solo por el primer piso, no será mucho rato.
Yo: Bueno, los espero acá entonces. Van a volver, ¿no?
Pamela: Sí, claro. – Luego, dirigiéndose a Ernesto y Grecia – Fue un gusto.
No pasó ni un minuto cuando Ernesto me pidió que lo acompañe a comprar cigarros cerca al hotel. Acepté, y le pedí a Grecia que le avisara a Pamela que me espere de regresar antes.
Al volver, Pamela, Julio y Sergio también regresaban por el otro lado del lobby. Venían animados, Pamela en medio de los dos.
Se detuvieron en recepción, al parecer todavía sin habitación asignada. Yo seguía conversando con Ernesto y Grecia, pero de rato en rato los observaba. Una situación me llamó la atención: Sergio, estando detrás de Pamela, la abrazó pasándole un brazo por el cuello mientras reía junto a Julio. De lejos podía parecer un gesto amistoso… pero algo en la naturalidad de Pamela me inquietó. Como si no le molestara que la abrazara así.
La conversación con Ernesto fluyó, me distraje tanto que cuando levanté la mirada, ya no vi a ninguno de los tres. “Otra pequeña vuelta hasta esperar la habitación”, pensé.
Pasaron 20, 30 minutos. Seguía sin verlos. Pensé que por fin les habían dado la habitación. Pero… ¿por qué no me avisaron? No sabía ni en qué piso estaban. Me limité a seguir conversando mientras esperaba.
Unos 15 minutos más tarde vi la cara de Julio bajando por las escaleras.
Julio: ¡Saúl! Ahí estás… Nos acaban de dar la habitación, vamos.
Me despedí de Ernesto y Grecia deseándoles lo mejor. Recién ahí me di cuenta de que había pasado casi una hora. No se sintió así, pero aun así no me gustaba nada que justo Julio viniera a buscarme.
Subimos al piso 5 donde se encontraba nuestra habitación. Al llegar, la sorpresa fue inmediata: Sergio y Pamela estaban sentados en el sofá, viendo televisión. Sobre la mesa de centro, un vino a medio tomar y tres copas.
Definitivamente, no los habían llevado recién a la habitación.
Entré y conversamos un momento mientras Pamela sacaba una copa más. Todo parecía bien, aunque notaba cómo Sergio mostraba interés en ella: la miraba con insistencia, le hablaba con una cercanía inusual. Pamela tampoco estaba nada tímida, incluso conmigo ahí presente. Conozco a mi esposa, sé cuándo alguien le atrae. Yo ya estaba incomodado por el viaje, y aquello me incomodaba aún más. Julio, por supuesto, lo notó y me “botó” con la mejor excusa.
Julio: Verdad, Saúl, mañana tenemos la reunión, ¿no?
Yo: Don Teodoro no me comentó nada de eso, pensé que lo había conversado contigo.
Julio: Si hombre, es mañana. ¿Hiciste el contrato?
Yo: No, no sabía que me tocaba hacerlo.
Julio: ¿Y quién más va a hacerlo? –todos rieron–. Ven, cholo, vamos a hacerlo.
Ahora no solo tenía que quedarme más tiempo despierto, sino que debía hacer un contrato, casi a medianoche. Nos levantamos, me excusé con Sergio, quien sonreía con sorna ante mi formalidad, y en una mesa cerca de la cocina nos sentamos a trabajar.
Pasaron unos cinco minutos cuando Julio me preguntó sobre Sergio.
Yo: Parece ser alegre, en exceso tal vez. Pero aun así buen tipo… me sorprende que sea amigo tuyo.
Julio: Sí, sí, claro… aunque esos dos ya están tomando de más. Pero a ti no te preocupa, ¿verdad?
Otra indirecta que me heló. Sospechaba que Julio sabía que yo era consciente de su amorío con Pamela. Me quedé sin respuesta nuevamente.
Julio: Voy a vigilar por allá.
Así, sin más, me quedé haciendo el contrato solo, mientras ellos tres reían y brindaban. Yo solo quería acabar cuanto antes; estaba exhausto. Pero algo de su conversación me sacó de la concentración.
Sergio: Y dime, Pamelita… ¿también eres peruana como este compa?
Pamela: Claro que sí, limeña de nacimiento.
Sergio: ¡Ah, con razón! Las limeñas tienen esa cosa… ese saborcito distinto. –la miró de arriba abajo, sirviéndole otra copa-.
Pamela: – sonriendo, bajando la mirada a la copa– ¿Y cómo sabes tú de eso?
Sergio: Nomás de verte, cualquiera sabe que eres de las que dan ganas de probar despacito.
Julio: ¡Jajajaja! No te pases, cabrón. –lo dijo riendo, pero sin detenerlo-.
Sergio: ¿Qué? Si tú mismo me dijiste que venías con una amiga guapísima… y no mentiste.
Pamela: –con tono juguetón– Amiga guapísima, ¿eh? Vaya presentación la tuya, Julio.
Sergio: –con malicia– Pamelita es muy bella… carita de ángel… aunque de fiera también, quién sabe. – los tres estallaron en risas-.
¿Había escuchado bien? Me pareció un comentario fuera de lugar para alguien que sabían que era casada.
Julio: No, pero eso sí es cierto, carnal… lo de “bella”, ojo. Jajaja.
Con eso confirmé que ya hablaban en doble sentido. Pamela solo reía; no sabía si por cortesía o porque el vino ya le hacía efecto.
Sergio: Ha tenido el privilegio de haber hecho control de calidad mi carnal, me parece. Jajajaja.
Julio: Bueno… – al notar que lo miraba, se detuvo -. No puedo dar detalles. Jajaja.
Sergio: ¿Es cierto? – decía sorprendido, mirando a Pamela que estaba de espaldas a mí-.
Pamela bajó la mirada no respondía, pero algo hizo – un gesto, una sonrisa – … bastó para que los dos estallaran en carcajadas.
Pamela: –se echó hacia atrás en el sofá, riendo con nerviosismo cómplice– Ay, Dios mío… ustedes sí que saben cómo hacer sentir incómoda a una mujer.
Yo alcé la cabeza y Sergio notó mi rostro.
Sergio: ¿Por qué la cara, Saulito? ¿Aún no has tenido el privil…?
Antes de que terminara la frase, Julio casi gritó:
Julio: ¡¡¿Cómo vas?!! ¿Ya terminamos?
Entendía que estaba tomado, pero no era excusa para hablar así de mi esposa, y menos delante mío. No iba a hacer un escándalo por solo una noche que nos íbamos a quedar.
Yo: Sí, ya es todo… ¿Mi rostro? Solo estoy cansado – respondí, acercándome -. Agradezco tu hospitalidad, Sergio, pero ya nos iremos a descansar.
En eso Pamela se levanta diciendo que iba al baño.
Sergio: No te preocupes, Saulito. Eres un peruano de portada con ese léxico. Jajaja. Vaya a descansar si está cansado, mi carnal.
Julio: Es qué ya es algo tarde de hecho… y todos iremos a descansar mi carnal.
Julio se me adelantó; sorprendentemente estaba de mi lado en esa.
Sergio: – con una sonrisa -. Bueno, bueno, hágale pues. Yo me voy a mi piso, que está exactamente arriba… por si gustan ir – lo dijo hacia el pasillo del baño -.
La situación fue incómoda y confusa. Me fui directo a la habitación a descansar, al fin a descansar. Pamela pasaba las maletas a nuestro cuarto, había entrado al baño de nuestro cuarto.
Yo: ¿Por qué están separadas nuestras maletas?
Pamela: – algo nerviosa – No lo sé, Sergio acomodó las maletas de los tres… o creo que la recepción cambió el orden.
Yo: ¿Pero no lo hicieron los tres juntos?
Pamela: Ahm… sí, creo… pero lo deben haber cambiado, pues… no sé. Estoy cansada, vamos a dormir.
Entonces cobró sentido: Sergio quizá no sabía que Pamela era mi esposa. Nunca lo mencionamos. Tal vez por eso se atrevía a decir esas cosas.
Ya en cama, a pesar de ser de sueño profundo, recuerdo que las paredes y el techo no lo eran. Al inicio pensé que era Julio con alguien, pero los gemidos venían del piso de arriba… justo donde Sergio decía quedarse. No sé si era él… pero los gemidos eran tan fuertes que parecían burlarse de mi insomnio. Intenté acercarme a Pamela, pero dormía como un bebé.
Ya a la mañana siguiente fui el último en despertar. Pamela justo venía al cuarto, Julio se duchaba afuera. Yo hice lo mismo al levantarme. De pronto, Sergio entró al departamento como si nada. Claro: él era el dueño del hotel, tenía llaves.
Sergio: Ey, mis amigos, ¿cómo durmieron? … – dijo con esa sonrisa confiada-. Y este güey, ¿a dónde tan formal?
Julio: Tenemos que hacer un contrato con Saúl como mencioné ayer.
Sergio: ¡¿Hoy?! –lo dijo incrédulo–
Julio: Sí, ¿qué harás? Te veo fresco, carnal.
Sergio: Pues mira el sol… Tenía planeado que vayamos a la piscina de arriba. A estas horas se llena, hacen competencias de vóley… ¿les late?
Justo entonces, Pamela salió del cuarto en la bata gris con la que había dormido. No transparentaba, pero le llegaba a medio muslo y realzaba su trasero, su mejor atributo.
Pamela: Claro… no son vacaciones si no hay piscina –lo dijo en un tono casi juguetón–
Sergio: ¡Ese es el espíritu! Parece que ya encontré a mi compañera. Jajaja.
Pamela: ¿Quieres que te sirva algo para tomar?
Sergio: Todo lo que me ofrezcas es bienvenido – respondió con tono pícaro, rozando lo atrevido-.
Pamela: –entre risas– veré que puedo hacer… aunque no hay casi nada aquí.
Quise intervenir, así que me puse la camisa, el saco y salí, pero ya no estaban. Pamela se había ido con Sergio.
Yo: ¿Dónde está Pamela?
Julio: Se fue a traer unos huevos donde Sergio. Tenemos que comprar cosas, aquí no hay nada. Me haces recordar en el camino.
Yo: ¿Para qué? Ya mañana me iré con Pamela.
Julio: Claro – con su sonrisa de siempre -. Bueno, vamos andando.
Yo: Tengo que despedirme de Pamela primero. Además, ni he desayunado.
Julio: Quien te manda a dormir como oso.
No le di mucha importancia. Iba a servirme una taza cuando Julio insistió:
Julio: Cenicienta, de verdad te digo… ¡estamos tarde!
Cogió su saco y salió. Yo insistí en despedirme de Pamela, pero Julio apuraba todo. Finalmente cedí. Me causaba extrañeza que Pamela no me avisara nada y que hubiera salido en simple bata.
Ya camino a la empresa, manejando por casi una hora, el calor y el traje eran insoportables. Julio estaba callado al inicio, pero tarde o temprano abriría la boca.
Julio: ¿Te puedo preguntar algo Saulito?
Dios, creo que ya sabía por dónde iba.
Yo: Depen…
Julio: ¿A qué te referías ayer en tu casa, cuando me dijiste lo del tiempo que habías pasado con Pame?
Sí, ahí entendí que la había regado el día anterior.
Yo: Me refería a esa ocasión que me fallaste.
Julio: No te debía nada. Pero no… creo que no te referías a eso.
Nuevamente no sabía que responder, a veces me pasa que no sé qué decir, hasta el día de hoy en ciertas situaciones similares
Julio: – con una gran sonrisa, casi susurrando -. Eres increíble hombrecito.
Yo: ¿Qué dijiste?
Julio: ¿Cómo reaccionaste cuando Pame te contó que Claudia no es tu hija? Amigo, yo me hubiera divorciado. Eres un buen hombre, Saúl… pero eso solo hace que se aprovechen de ti.
Esa conversación se me quedó grabada hasta hoy. En su momento me enfureció, aunque con el tiempo entendí que me había hecho reaccionar.
Yo: No es asunto tuyo, Julio. Y por favor, llama a Pamela por su nombre.
El resto del viaje fue tenso, incluso para él. Al llegar, tocamos el intercomunicador.
Voz del intercomunicador: ¿Qué desea?
Julio: Hola, es Julio Falcón. Venimos de parte de Graña y Montero, para ver el negocio del hotel.
Voz del intercomunicador: Vengan mañana. Hoy no atendemos.
Colgaron. Julio me miró extrañado.
Julio: ¿Qué día es hoy?
Yo: Domingo.
Julio: ¡Carajo! Pensaba que era sábado.
No podía creerlo.
Yo: ¿Cómo no vas a saber que es domingo, Julio?
Julio: Ni modo, hay que regresar mañana – lo decía como si no importara –
Hicimos otro viaje de más de una hora y por nada. Tuve ganas de golpearlo, pero nunca he sido esa persona, desafortunadamente. Regresamos discutiendo gran parte del camino, pero ya no había nada que hacer. Al volver, pasamos por una tienda conocida en la época: Superama, tal vez alguno se acuerde.
Julio: ¡Para el coche!
Frené en seco al oír su grito
Yo: ¿Qué pasa?
Julio salió del auto mientras decía:
Julio: Tenemos que comprar cosas para la habitación.
Yo: Julio, quiero ir al hotel de una vez.
Como era de esperarse, me ignoró. No iba a darle el gusto de bajar con él, pero aun así decidí esperarlo. Pasaron veinte… veinticinco… treinta minutos y no salía. Este tipo es increíble, pensé. Salí a buscarlo. Para mi sorpresa, lo encontré con las manos vacías, solo con el teléfono pegado a la oreja, sonriendo ampliamente. La sonrisa se apagó al verme, y a medida que me acercaba colgó la llamada.
Yo: ¡Oye! Me estás haciendo esperar por las puras, ¿dónde está lo que vas a comprar?
Julio: Pero tú eres el que tiene billetera, la mía la dejé en el cuarto.
Yo: ¿No podías avisar? ¿O al menos ir poniendo las cosas en un carrito?
Julio: Te dije que había que comprar cosas para nosotros. Y sí, tenía las cosas, pero se las llevaron –decía mientras pasaba casi sobre mí-.
Discutir con él era imposible. Cada vez que podía usaba su portento físico para imponerse, pasándome por delante como si nada. Yo siempre fui alguien bajo, y eso le daba más ventaja.
Compramos los alimentos y regresamos al auto. Al llegar, después de casi tres horas de haber salido, entramos al departamento y no había nadie.
Julio: Deben estar en la piscina.
Nos pusimos ropa cómoda – aunque Julio solo se colocó un short – y comenzamos a guardar las cosas. Bueno, yo lo hice, porque Julio llamó a Sergio.
Julio: Ahora regreso para apoyarte. Sergio me pide que le alcance el bloqueador que no se llegó a poner.
Y parece que se lo echó también, porque no regresó. Terminé de guardar todo y eran ya como la una de la tarde. Estaba muerto. El sol ya se había calmado un poco, así que decidí esperarlos. Pestañeé un rato y cuando vi el reloj eran las dos. En eso sonó el teléfono.
Yo: ¿Diga?
Julio: Tienes una suerte… Estaba a punto de no llamar otra vez.
Yo: ¿Dónde estás? Te desapareciste.
Julio: Estoy camino al departamento de Sergio, en el octavo piso.
Yo: Ya voy.
Me dirigí al octavo piso, donde solo había dos departamentos, distintos al resto. Había un enorme buffet y mucha gente. Entre la multitud empecé a buscarlos. Pregunté por Sergio, pero algunos parecían no conocerlo. Seguí insistiendo.
Joven: ¿Sergio? ¿El dueño? ¿Un güey alto, castaño y que no deja de sonreír?
Yo: Sí, ese mismo – aunque me pareció graciosa la descripción, fue precisa -. ¿Lo conoces?
Joven: Claro, ¡el cariñosito! –el apodo generó risas en su grupo-. Está por acá con su güera, más al fondo creo.
Yo: Es bastante grande este piso, será un reto encontrarlo.
Joven: Precisamente para la ocasión ¿no? Jajaja. Tranquilo, yo voy a buscarlo.
Yo: Jajaja es cierto, hay que aprovechar el momento en un lugar como este.
Una chica del grupo intervino.
Chica: Estoy casi segura que no lo hizo – entre risas – Sírvete, Joaquín va a buscarlos.
Yo: Gracias, muero de hambre… Soy Saúl, un gusto. ¿También estuvieron en la piscina?
Mariela: Yo soy Mariela, ya conociste a Joaquín y él es Alberto – señalando al otro joven -. Y no, llegamos tarde. Estuvimos algo ocupados en la mañana, pero llegamos para las competencias.
Me lo decía con un tono juguetón, bastante extraño. No tenían más de veinte años y se insinuaban así.
Yo: Ah bueno. Jaja, provecho… ¿Qué tal estuvo ahí arriba?
Mariela: Divertido como siempre. Competencias, shots… te lo perdiste.
Alberto: El vóley estuvo muy hot.
Mariela: ¡Los cariñosos! Jajajaja, era todo un show.
Yo: ¿Te refieres a Sergio?
Mariela: Con su güera, sí. Cada vez que ganaban un punto, la levantaba como un premio…
Alberto: ¡Y qué levantadas!
Mariela: Con ese trasero tú hubieras hecho peores cosas, güey.
Yo: Pero es natural en una competencia… no es cuestión de cariño.
Alberto: Es que cariñosos anduvieron después de ganar.
En ese momento regresó Joaquín.
Joaquín: ¿Qué onda con esos güeyes? – dijo al volver solo –
Alberto: ¡¿Los encontraste?! ¡Espero no los hayas interrumpido!
Joaquín: No había nadie ya, parece que se fueron, pero me consta que estuvieron acá. ¡El cuarto está hecho un desastre! –todos rieron-.
Yo: Bueno, ni modo. Gracias muchachos.
Joaquín: Búscalo en su departamento.
Yo: ¿No es este el departamento de Sergio?
Joaquín: No, está en el piso seis.
¡Era verdad! Recordé que el mismo Sergio lo mencionó la noche anterior. Qué estúpido de mi parte.
Salí enseguida, dejando el plato a medias, y bajé al sexto piso. La puerta estaba abierta. Entré y los encontré conversando en la cocina. Todo bien… salvo que Pamela cortó en seco la charla al verme, haciéndole notar mi llegada a Julio. Ambos me miraron en silencio durante unos segundos.
Yo: Hola amor… también te extrañé – no me vio en todo el día y ni me saludaba –
Pamela: Amor… – me besa suavemente – Julio me dijo que estabas almorzando, casi subo a buscarte.
Yo: Por cierto, Julio, ¿no me dijiste que el departamento de Sergio estaba en el octavo piso?
Julio: Te dije estaba almorzando en el octavo piso, cholo. Y que me iba al departamento de Sergio.
Yo: Eres un mentiroso – subí un poco la voz – siempre lo has sido y hoy más que nunca.
Pamela: Shhh… – interrumpiéndome, con voz dulce pero firme – Sergio está durmiendo, baja la voz.
Yo: – la miré indignado – No me importa eso Pamela. Desde ayer Julio me viene con mentiras.
Pamela: Está bien… pero podemos hablarlo después, estamos en su departamento y somos sus huéspedes. Vamos abajo, quiero descansar ¿sí?
Tenía razón en cierto modo. No sería buena imagen dar un espectáculo ahí. Además, yo estaba cansado, así que bajamos. Julio se quedó.
Mientras descendíamos, pude hablar con Pamela.
Yo: ¿Dónde estabas en la mañana? No me pude despedir.
Pamela: Salí a comprar para desayunar.
Yo: Pero ya habías tomado desayuno.
Pamela: Sí… pero Sergio me pidió que le preparara algo. Como no hay nada en la cocina, fui a comprar.
Su respuesta me decepcionó. Yo tampoco había desayunado, y ella fue a comprar para atender a Sergio, no a mí.
Yo: ¿No fuiste donde Sergio? – pregunté, recordando lo que me dijo Julio -.
Pamela: Mmm… no – titubeó, queriendo ocultar algo -. ¿Por qué?
Yo: Eso me dijo Julio.
Pamela: Tu mismo lo dijiste… Julio es un mentiroso.
Yo: Sí, es verdad, pero igual… ¿con qué dinero compraste? No creo que acepten soles aquí.
Pamela: Ah no, Sergio me había dado.
Yo: Entonces sí fuiste donde Sergio.
Pamela: Solo para que me dé el dinero y luego fui a comprar.
Yo: ¿Y saliste así en bata?
Pamela: No, ¿cómo crees? – se quedó pensando unos segundos -. Regresé a cambiarme.
Yo: Por cierto, no me gustó que hayas salido a saludar a Sergio en la mañana vestida así.
Pamela: Estaba cubierta, Saúl. Solo es una bata.
Yo: Bueno de igual manera. Ya compré cosas para nosotros.
Pamela: ¿Por qué? Pensé que era nuestro último día acá.
Yo: No lo creo, tenemos todavía un día más acá.
De estar desinteresada que me hablaba, Pamela cambió por completo.
Pamela: ¿De verdad? – sus ojos se abrieron, con una leve sonrisa-.
Yo: Sí, hoy no pudimos cerrar el trato. – Ella apenas escuchó, su cabeza estaba en otra parte -. Te emociona quedarte, parece.
Pamela: – volviendo a sí, intentando aparentar normalidad – Bueno, sí, me ha gustado estar aquí. La gente, la piscina… no hubiera querido irme ya.
Yo: Bueno, parece que tendrás suerte. Prepárate para caer muerta ahora de la piscina.
Pamela: Sí… no descansé mucho. Me desperté a tomar agua y vi a Julio en el departamento. Hablamos un rato hasta que llegaste.
Yo: ¿Estabas durmiendo aquí arriba?
Pamela: Ah, sí… en el sillón.
Yo: ¿Y Sergio no te ofreció la cama? Que poco gentil.
Pamela: Es un buen hombre… estuve con él y su grupo en la piscina. Muy atento.
Yo: ¿Estaba su pareja también?
Pamela: Sergio es soltero, no tiene pareja.
Yo: ¿En serio? Arriba me dijeron que lo vieron con una. Si es tan bueno, ¿por qué no te ofreció la cama? Pensaría que estaba ocupado con su mujer… pero entonces no entiendo por qué te quedaste.
Pamela: Ah, bueno, no sé… – quería cortar el tema -. Tal vez sí tiene, no estuve tooodo el rato con él tampoco.
Ahora tenía más preguntas que respuestas.
Llegamos a nuestro departamento. Pamela enseguida dijo que estaba agotada y se fue a dormir.
Cerré la puerta y fui a la sala a ver televisión. Como sabrán, en esa época “El Chavo del 8” era número uno. Nunca fui fanático, pero no había mucho más que ver. Entre un capítulo y otro me quedé dormido. No sé ustedes, pero yo siempre encontré más cómodo el sillón que la cama.
No sé cuánto tiempo pasó, solo sé que estaba ya oscuro, pero lo que me despertó realmente fueron unos leves gemidos que provenían de arriba, del piso de Sergio, se escucha lo que imagino sería el sonido del sillón cuando se arrastra la pata, gemidos más intensos por momentos… claramente Sergio la estaba pasando muy bien.
La situación era incómoda, pero a la vez logró excitarme. Pensé en ir a buscar a Pamela, pero al levantarme vi que la puerta de nuestro cuarto seguía cerrada. La de Julio, en cambio, estaba abierta, y él roncaba adentro. Resigné la idea y solo fui por un vaso de agua.
Pasó media hora cuando Julio salió. Justo en ese momento los gemidos regresaron, más intensos todavía. Esta vez los más sonoros eran los de Sergio, gritos de placer que retumbaban por todo el departamento. Julio me miró, yo lo miré… no pudimos evitar sonreír por la situación. Se acercó al rato y me preguntó por Pamela. Le respondí que seguía descansando. Se sentó conmigo un momento y, al rato, dijo que iba a traer algo para cenar.
Media hora después tocaron la puerta. Parecía que Julio no había sacado llave, fui a abrir. Y me quedé helado. Era Pamela. Me saludó y entró como si nada.
Yo: ¡¿Dónde estabas?! Pensé que seguías durmiendo.
Pamela: No amor… fui a recorrer un poco el hotel. Me dijeron que había masajes gratis hoy.
Yo: ¿Y por qué no me dijiste para acompañarte?
Pamela: Porque estabas descansando, y además no iba a tardar… solo fue un ratito.
Yo: Estoy despierto hace más de una hora, pensé que seguías acá.
Pamela: Sí… justo salí más o menos a esa hora. Quizás te desperté al cerrar la puerta.
Yo: No jaja, te aseguro que no fue eso.
Pamela: ¿Entonces?
Yo: Nuestro huésped Sergio estuvo dando una buena faena arriba… hasta hace un rato.
Al decir eso noté que Pamela se puso seria, casi preocupada.
Pamela: ¿Por qué lo dices? O sea… hay más personas arriba, ¿no?
Yo: Sí, pero eran los mismos gemidos de anoche. Te vi dormir… supongo que no te enteraste, pero se oía todo.
Pamela: Mmm… bueno, supongo. – Su voz sonaba rara, confundida, incluso casi molesta –.
Yo: ¿Eso te incomoda?
Pamela: No… no debería. ¿Por qué me va a incomodar?
Yo: No sé, te ves incómoda.
Pamela: Es que no quisiera estar escuchando esas cosas, nada más.
Cambié de tema mirando la bolsa que llevaba en la mano.
Yo: ¿Y eso?
Pamela: Ah, son mis cosas de la piscina. Las olvidé cuando regresamos del piso de Sergio.
Yo: ¿Estabas en el departamento de Sergio recién?
Pamela: No, solo pasé a recoger esto. Pero entiendo porque estaba en bata nada más, jaja.
Yo: Qué suerte que no lo agarraste en pleno acto, jajaja.
En ese momento llegó Julio con la cena. Los tres nos sentamos en la cocina. La conversación giró en torno a la piscina y lo que haríamos mañana, aunque Pamela no tenía intención de hablar mucho. Julio, en cambio, se quejaba de lo “estresado” que estaba, como si hubiera hecho mucha cosa. Había estado tomando con Sergio.
Yo: Con razón regresaste a dormir de frente.
Julio: Así es, aunque no tomé mucho. Llegué como a las seis.
Yo: No te vi entrar, seguramente dormía.
Julio: Tú no, pero justo me topé con Pame… perdón, con Pamela, jaja.
Pamela: Soy testigo, es verdad. – Rieron los dos –
Yo: ¿No habías salido solo un rato? – le pregunté a Pamela.
Pamela: Sí, más o menos a esa hora… seis o siete.
Ante las dudas de Pamela, Julio intervino:
Julio: No vi bien la hora, estaba oscuro ya. Creo que tal vez eran las siete.
Yo: Entonces, ¿para qué me preguntaste por Pamela si ya la habías visto?
Julio: No sé, cholo… te dije que había tomado.
Pamela se levantó de inmediato para lavar los platos, cortando la conversación en seco.
Pamela: Bueno amor, ya es hora de descansar.
PARTE II
La mañana siguiente, mientras me vestía, Sergio entró de nuevo al departamento para hablar con Julio, que estaba en la sala. Apenas Pamela lo oyó, noté cómo se tensaba. Cuando salió, Sergio a lo lejos la saluda.
Sergio: ¡Pamelita, mi güerita! – reía mientras la cargaba. El golpe de sus sandalias contra el suelo al bajarla fue evidente -.
Pamela: Hola, Sergio… buenos días. – Su voz sonaba tímida, seca -.
Sergio: Te traje esto.
No alcancé a escuchar qué respondió Pamela ya qué hablaba casi susurrando, pero Sergio agregó.
Sergio: No sé si lo olvidaste anoche o querías que me lo quedara yo como recuerdo. Igual te lo traje, no vaya a ser que no lleves nada puesto ahora.
Al salir de la habitación vi a Sergio con ambas manos sobre las caderas de Pamela. Al notar mi presencia, ella apoyó la suya en el hombro de él, como queriendo dar a entender que era un gesto amistoso.
Pamela: Bueno, gracias. Lo iré a guardar, ya regreso.
Sergio: Sí, vaya linda. Aunque la próxima me lo quedo, ¿eh?
Pamela me miró e hizo un gesto con los ojos, señalando hacia arriba, como diciendo “qué pesado es”.
Sergio: ¡Saulito! ¿Cómo estás, carnal? A poco seguías acá – riendo -. Hoy tienes que unirte a la piscina con nosotros.
Pamela regresó rápido, apenas diez minutos, y se notaba seria, incluso molesta por la presencia de Sergio.
Sergio: Ayer fue espectacular, ¿verdad que sí, güerita?
Pamela: Sí… estuvo bien. – respondió incómoda, mirando a Julio como pidiendo apoyo -.
¿Eran ellos la pareja que hablaban de la piscina ayer? Iba a preguntar cuando Pamela miró fijo a Julio, y este sin perder tiempo sacó a Sergio con una excusa urgente.
Cuando nos quedamos solos en la cocina, quise confrontarla.
Yo: ¿Por qué Sergio te llama tan cariñosamente?
Pamela: Es su forma de hablar… no lo tomes a mal. Lo dice de forma amistosa.
Ella estaba colorada, evitando mirarme mientras servía el desayuno.
Yo: Ayer escuché mucho sobre la pareja que ganó en la piscina.
Pamela: ¿Cómo qué?
Yo: Que andaban muy cariñosos… ¿Eras tú su pareja?
Pamela: Saúl, por favor, solo jugamos. Ganamos, nos abrazamos y me cargó celebrando. Nada más. – decía sin detenerse en lo que hacía -.
Sonaba convincente, pero su necesidad de escapar de la conversación me hacía dudar.
Yo: ¿Qué olvidaste en su departamento que te trajo?
Pamela: Me trajo un arete… y no empieces, ¿quieres?
En ese momento entró Julio y decidí callar. No quería darle el gusto de escucharme celarla.
Llegamos a la oficina, pero otra vez hubo problemas: detalles mal redactados, montos que no convencían. No cerramos el acuerdo. Julio salió furioso y me culpó.
Yo: Redacté todo con los datos que me diste.
Julio: ¡Pero cómo no revisas los permisos locales! No jodas. Eso nos cagó. ¿Qué le vamos a decir al viejo ahora?
Yo: Que no se pudo. Don Teodoro solo quería tantear terreno acá.
Julio: Eso te dijo a ti… el viejo se va a enojar.
Regresamos al hotel casi sin hablar. Julio se puso a llamar a Don Teodoro. Yo no le di importancia. Mi función había terminado. Me fui directo al cuarto.
Entré, pero Pamela no estaba. “Estará en la terraza nuevamente”, pensé. Me animé a subir después de cambiarme y ponerme un short. Era mi último día y quería disfrutar. Mientras guardaba mis cosas, vi la bolsa que Pamela había dejado en la mañana. Desde lejos pensé que eran los aretes que me mencionó, pero al abrirla descubrí algo que me heló la sangre: una tanga negra. Una que reconocía demasiado bien.
¿Qué hacía esa prenda en el departamento de Sergio? Más aún, ¿por qué me había mentido diciendo que eran aretes?
Ya no me importaba la piscina ni la fiesta. Salí decidido a encontrarla y obtener respuestas.
En la terraza todo era bullicio: gente en la piscina, otros jugando vóley, algunos bebiendo. Una especie de fiesta improvisada. Pero ni Pamela ni Sergio estaban ahí. A quien sí encontré fue a Joaquín, el joven del buffet.
Joaquín: Estuvieron en la mañana acá esos güeyes, pero ya no los he visto.
Yo: ¿Te refieres a los cariñosos?
Joaquín: Esos güeros, sí.
Yo: Sí, me lo imagino… ¿Y sabes que hicieron hoy?
Joaquín: No mucho güey. No estuvieron juntos hoy.
En eso se acercan los dos otros amigos de Joaquín.
Joaquín: Ey, morra, ¿no has visto a Sergio?
Mariela: Estábamos con él, se acaba de ir hace un rato a comer.
Alberto: Y a perseguir a los dos, jajaja
Joaquín: ¿Al Luis? ¿Qué, entonces sí se chingó a su güera?
No quería escuchar, solo encontrar a Pamela, así que medio cortante a su conversación pregunté:
Yo: Se fueron al buffet, ¿verdad?
Mariela: Imagino que sí, güey. ¿Por qué los buscas tanto?
Dudé en decirles que era mi esposa y por eso la buscaba. En ese punto estaba casi seguro de que pasaba algo entre ellos, y no sabía qué habrían hecho frente a todos. A eso le sumé el hecho de que ya nos íbamos del hotel, así que, ¿para qué iba a molestarme?
Yo: Quedamos en vernos acá, por eso.
Salí y me fui al octavo piso, como el día anterior. No los veía. Estaba por irme cuando pasé por el baño y escuché lo que claramente eran dos personas teniendo sexo. No era gran cosa… pero me descolocó creer reconocer la voz de Pamela. Me quedé un rato escuchando, disimuladamente.
Se oía una penetración rápida, jadeos contenidos. Pasaron unos 30 segundos y el ritmo era el mismo.
Hombre: Qué buen culote, Pamela. – seguía el golpeteo rápido –
Pamela: Mhmm… sigue… sigue así, papito.
¿Eran ellos? ¡Claro que eran! Escuché su nombre, y por la voz parecía ser ella. Dudé entre entrar o quedarme para confirmarlo, pero ya llevaba demasiado tiempo parado ahí. Algunas personas empezaban a verme raro, así que me retiré y me senté en la sala, con vista directa al baño, esperando que salieran.
De pronto sentí una mano en mi hombro.
Julio: Acá estás. Te tengo noticias: Teodoro tomó el primer vuelo, ya está en camino.
No sabía qué me sorprendía más: la noticia de Don Teodoro o el hecho de que Julio llegaba acompañado… de Sergio. ¿Entonces mi Pamela no era la del baño? Ya no entendía nada.
Sergio: Vamos a servirnos algo carnal, que muero de hambre.
Nos levantamos y nos dirigimos a la mesa, cuando vi llegar a Pamela, con un bikini que le resaltaban sus atributos. No vi de dónde venía. Giré hacia el baño: estaba vacío. Ella se me acercó, natural.
Pamela: Hola, gordo. – me saludó con un beso rápido -. Ya regreso, me voy a poner algo más cómodo.
Me dejó sin respuesta, tanto ella como todo lo que acababa de pasar. Pasó tal vez media hora hasta que Pamela regresó. Había más gente, más música. Sergio en un lado, Julio en otro, y Pamela almorzando conmigo. Hablamos un poco, aunque con tanto ruido no se entendía mucho.
Más tarde, Pamela se fue a conversar con algunos conocidos. En una de esas, la vi con un tipo alto, de cabello negro y bigote llamativo, de esos que parecían de actor de la época. Conversaban de manera coqueta. Por la posición en la que estaba, no pude confirmar si él le acariciaba el trasero o solo la tenía de la cadera. El brazo subía y bajaba disimuladamente. Pamela miraba de reojo, como buscando mi mirada.
Me iba a acercar, pero Joaquín vino hacia mí a hablarme casi gritando, andaba ya muy pasado de copas, por lo que Pamela notó la situación y se me acercó, pidiéndome que saliéramos.
Ya fuera, camino a nuestro piso, aproveché para aclarar las cosas.
Yo: ¿Con quién estabas conversando?
Pamela: Un tipo que conocí arriba, en la piscina.
Yo: Por cierto… ¿qué pasó en la piscina?
Pamela: Mmm, nada. ¿Por qué?
Yo: No sé… te pregunto por eso.
Pamela: Ya te dije que nada. No sé por qué estás con esas ideas.
Yo: Sabes bien por qué.
Pamela: ¿Ahora vas a sacar ese tema? ¿Sabes qué? Cree lo que quieras.
En ese momento venía Julio, notando que discutíamos. Así que no le quise dar razones a que supiera algo y actué de lo más natural.
Julio: ¡Saúl! Teodoro acaba de llegar. Te espera abajo… ¿Todo bien?
Yo: Sí, todo bien. – miré a Pamela – Ahora regreso, amor. – le di un beso -.
Ya habría momento para aclarar… pero no delante de Julio.
Bajé al lobby con él para recibir a Don Teodoro. No estaba molesto, pero sí decepcionado de que no lográramos el trabajo. Hablamos de los problemas y de cómo solucionarlos.
Don Teodoro: Te vas a tener que quedar, Saúl.
Yo: Pero Don Teodoro, usted me dijo que solo sería cosa de un día…
Don Teodoro: Pero no lo hicieron bien. No te contaré estos días como vacaciones, quédate tranquilo con eso. Pero terminamos esto ahora. Te llamo para que llegues al hotel donde estaré.
En pocas palabras, me obligaba a quedarme. No sabía si sería un día más o más tiempo, pero tenía que estar ahí.
Julio se quedó con él. Yo subí, molesto, para contarle lo sucedido a Pamela… pero no estaba sola. Para mi sorpresa, conversaba con Sergio en la cocina, casi en el pasillo de los cuartos. Aproveché para escuchar antes de entrar.
Sergio: Claro, pero cuando yo llegué ya andabas pegada de Luis.
Pamela: ¿Y estás celoso acaso? – con voz coqueta – Porque también te vi ocupado.
Sergio: Jajaja, bueno… tal vez un poco celoso sí me puse. Es solo que me hiere que me hayas cambiado tan rápido. Incluso al comer te vi con él.
¿Se refería al bigotón del buffet?
Pamela: Uy, cómo no… si primero me dices una cosa y luego me entero de otras.
Sergio: ¿De qué cosas?
Pamela: Debes saberlo muy bien. Recuerda la noche que me conociste. Se escucha todo, solo te diré.
Sergio: Usted es la celosa entonces.
Pamela: Para nada. No tengo por qué.
Sergio: Entonces no hay problema. Mañana la quiero conmigo arriba, para que me anime con esas nalgadas.
Pamela: Jajaja, ya me disculpé por eso. Me aguantaré la próxima vez.
Sergio: Eso quería escuchar güerita, que habrá una próxima vez…. ¿A qué hora la veo en la noche?
Ya había escuchado suficiente. ¿A qué se refería con “nalgadas”? ¿Y esa cita en la noche? Decidí entrar.
Giré y vi a Sergio, erguido, sin camiseta, apoyado en la pared. Pamela, recargada en ella, como pareja acorralada. Al verme, se enderezó. Sergio giró hacia mí.
Sergio: Ey, Saulito, ¿cómo estás carnal?
Yo: Todo bien, gracias. ¿Y tú? ¿A qué se debe la visita?
Sergio: Como le comenté a Pamelita, en la noche hará una fiesta Sara. Espero verte ahí, carnal. Te veo solo trabajando, jaja.
Ah… de eso se trataba.
Yo: Pues gracias. Veremos si tenemos tiempo.
Sergio: Claro. ¿Y el otro? – refiriéndose a Julio -.
Pamela: Debe estar por ahí. Yo le aviso cuando venga.
Pamela entró al cuarto, como despidiéndose de Sergio. Él entendió, se marchó.
La seguí y, ya solos, le hablé.
Yo: ¿Qué fue todo eso? ¿Qué viene pasando?
Pamela: ¿De qué hablas? ¿Qué viene pasando? – me hablaba sin mirarme –
Yo: Hay cosas que no me estás diciendo. Y me he tenido que enterar por otros.
Pamela: ¿Qué cosas?
Yo: Como lo que pasó ayer arriba. ¿Qué nalgadas le diste?
Se quedó fría, con gesto sorprendido.
Pamela: ¿Has estado espiando?
Yo: Claro que no. Solo escuché que le das nalgadas cuando estaba entrando.
Pamela: Ah, pues solo fue por el vóley arriba. Me emocioné y ya.
Yo: ¿Y te parece bien eso?
Pamela: Solo fue un juego Saúl. No sé por qué haces tanto escándalo.
Yo: Porque se supone que son vacaciones, amor. Pero no hemos pasado mucho tiempo juntos, y pareciera que ni lo quisieras.
Pamela: Pero porque tú estás trabajando, Saúl. Tampoco me voy a quedar aburrida. Paso demasiado en casa en Lima y ahora que tengo oportunidad de salir sin los niños, me reclamas y me celas. No me parece justo.
Yo: ¿Y qué pasó en la mañana? Tu tanga en esa bolsa que te trajo Sergio.
Se quedó callada unos segundos, sin saber qué responder.
Pamela: ¿Qué tanga?… ¿De qué bolsa hablas?
Yo: La bolsa que estaba metida entre esa ropa.
Pamela: Esa bolsa la traje anoche. Era mi bikini. Sergio solo me trajo unos aretes. No sé qué más quieres que te diga.
Yo: Solo quiero que me digas a dónde vas al menos. Te he tenido que buscar y sabes lo enorme que es este hotel.
Pamela: Todo ha pasado tan espontáneo. No hemos tenido oportunidad de estar juntos.
Yo: Bueno, ahora como última noche, tenemos oportunidad de hacerlo en la fiesta que dice Sergio.
Pamela: Claro… – dijo sin mucho entusiasmo -.
Yo: Tendré que ir un rato con Don Teodoro, pero no demoraremos.
Era la primera vez que podríamos disfrutar desde que llegamos. Pamela alistaba su vestido cuando Julio me avisó que Don Teodoro nos esperaba. Nos dirigimos a su hotel, mientras yo aún lidiaba con los celos y la incertidumbre.
Apenas llegamos, con Don Teodoro empezamos a trabajar en el convenio. Más que nada él y yo, porque Julio no tenía nada que hacer ahí; solo intentaba hacer bromas como siempre. Desde que llegó, Don Teodoro estaba molesto; recuerdo que incluso lo mandó a comprar comida en un momento.
Don Teodoro: Ya corregimos todo lo que habían hecho mal, ahora vamos a redactarlo de nuevo – se giró hacia Julio -. Regrésate, hijo, estás estorbando nomás acá.
Julio no dijo nada y se retiró con su aire socarrón. Me quedé solo con Don Teodoro, y trabajamos durante horas. Cuando finalmente hicimos una pausa para comer, ya pasaban las nueve. Le pedí el teléfono para llamar a Pamela.
Ring… nada. Ring… tampoco. Recién a la tercera contestó.
Pamela: ¿Sí?
Yo: Hola, amor, soy yo. ¡Al fin contestas! – traté de sonar divertido, aunque mi voz traicionaba preocupación -.
Pamela: Me estaba alistando y Julio no respondió. Tuve que salir yo… ¿Ya estás en camino?
Yo: Todavía no, tenemos que terminar acá. No sé cuánto más tomará. Te llamo cuando esté saliendo y vamos.
Pamela: Pero si es a las 9, ¿cómo quieres que espere más?
Yo: Ya sé amor, pero no vas a ir sola tampoco.
Intenté no alzar mucho la voz, pero igual Don Teodoro notó que discutía.
Pamela: Entonces qué, ¿me quedo acá? – estaba claramente enfadada –
Yo: Está bien, amor. Te llamo saliendo, ¿sí? Cuídate.
Colgué sin esperar respuesta. Don Teodoro, que ya conocía de mi pasado con Pamela, me miró preocupado.
Don Teodoro: ¿Cómo está Pamela y los niños?
Yo: Bien, Pamela está en el hotel ahora. Los niños se quedaron en Lima.
Don Teodoro: ¿No ibas a traerlos contigo?
Yo: Esa era la idea, sí… pero surgieron problemas, así que solo viajamos Pamela, Julio y yo.
Don Teodoro: Lamento ponerte en esta situación con Julio, hijo. ¿Por qué no trajiste a Pamela aquí? No la debes dejar sola.
Yo: Oh, no, ella está allá con Julio. – Al decirlo me miró raro -. Pasa que su amigo nos está hospedando y nos dio esa habitación.
Don Teodoro: ¿Están los tres en la misma habitación?… ¿No te incómoda eso?
Yo: Sí… y sí me incomoda… pero estoy pendiente de ellos. No se preocupe, Don Teodoro – forcé una risa -.
Don Teodoro: Bueno, hijo, está bien. Pongámonos a terminar esto de una vez.
Seguimos trabajando hasta casi la medianoche. Ya por salir, intenté llamar a Pamela cinco veces, ninguna respuesta. La preocupación de Teodoro era evidente.
Yo: Debe estar ya durmiendo – dije para disimular mi vergüenza -. Bueno, Don Teodoro, lo veo mañana.
Salí del hotel y, claro, Julio se había llevado el carro. Tomé un taxi. Llegué cerca de la una de la madrugada a nuestro piso. Entré a la habitación: nadie. Ni Pamela ni Julio. “Estarán en la fiesta”, pensé. No tenía fuerzas para salir, pero no podía dejarla sola otra vez. Me cambié y bajé.
Lo raro era que no había música. Llegué al lobby y pregunté a un botones, pero no me dio respuesta certera tampoco. Subí a la terraza: nada, apenas algunas personas, pero ninguna fiesta. “Quizás ya terminó”, me dije, y volví al cuarto. Pero Pamela y Julio no habían llegado. Decidí esperar despierto, pero el cansancio me venció.
Al abrir los ojos, pasaban las cuatro. Pamela estaba en la cama, boca abajo. Olía a alcohol. Lo sorprendente: ropa que nunca había visto en ella, falda de jean, blusa de flores y tacones. El vestido verde que llevaba antes ya no estaba. Me acosté a su lado, sin saber en qué pensar.
La mañana siguiente me despertó el alboroto de Pamela.
Pamela: Hola amor –se notaba sorprendida, casi asustada al verme despierto–
Yo: Hola. – me esforzaba por abrir los ojos -. Anoche no me esperaste.
Pamela: Lo hice… Pero era ya tarde – se cubría apresurada -.
Al levantarse, noté sus pezones marcados. No tenía sostén.
Yo: ¿Estás sin sostén?
Pamela: – se miró sorprendida – … sabes que no me gusta dormir con sostén. Me lo quité al llegar.
Yo: ¿Y por qué la blusa?
Pamela: Ahh… no sé, estaba muy cansada. Ahora vuelvo.
Agarró su toalla y se fue volando al baño. Apenas me dio tiempo a abrir bien los ojos. Miré el reloj: ¡9:30!
Yo: ¡Pamela, son 9:30! ¡Abre que tengo que ducharme rápido!
Pamela: Ya salgo…
Yo: ¡Solo abre!
Un minuto después salió apurada. Me metí a la ducha de inmediato. Junto a la puerta estaba su ropa, pero solamente la blusa y el jean. Sabía que no llevaba sostén… ¿pero tampoco tanga? No se la hubiera puesto solo para cubrirse con la toalla.
No importaba en ese momento. Me vestí con lo mismo del día anterior y bajé.
Llegué donde Don Teodoro, pero me abrió con extrañeza.
Don Teodoro: Hijo ¿qué haces acá?
Yo: ¿Cómo, no tenemos reunión?
Don Teodoro: Pero más tarde. Te dije que te llamaría.
Yo: – me sentí como un estúpido -. Ah claro, egreso después entonces.
Regresé al hotel. Entré a la habitación y me impactó ver a Pamela en ropa interior, en la cocina. Bueno, la había visto muchas veces así, lo que me impactó fuer ver que detrás de ella, estaba Julio, sin polo y solo con un pantalón de pijama, frotando su miembro descaradamente contra el trasero de ella.
Al verme, como si lo hubieran ensayado, Julio estiró el brazo como para alcanzar algo de la repisa mientras Pamela me miraba con gesto de fastidio.
Pamela: Mejor aplástame – girando hacia Julio -.
Julio: Pensé que sí llegaba. Perdón, jaja. – me miró -. ¿Qué haces acá? ¿No ibas a estar con el viejo?
Yo: Me llamará cuando sea la hora. ¿Y tú por qué no estás vestida? – le dije serio a Pamela-
Pamela: Estábamos por subir a la piscina. Termino mi jugo y vamos.
Yo: Pero estás en ropa interior Pamela.
Pamela: No tengo más bikinis limpios. Además es lo mismo.
Yo: ¿Y tú irás acaso en pantalón? – mirando a Julio –
Julio: Pensaba ir desnudo, la verdad. ¿Me hubieras querido ver desnudo ahora? – se burlaba -. No sería novedad tampoco, ¿cierto?
Pamela: Ay, no empieces Julio – se fue al cuarto –
Lo ignoré y fui tras ella.
Yo: A veces quiero golpearlo.
Pamela: –susurrando– Deberías
Yo: No sé qué te hizo querer estar con él.
Pamela: – giró hacia mí – No le hagas caso. Sabes cómo es. Y no vamos a hablar de eso Saúl.
Yo: Bien, hablemos de anoche. Fui a buscar fiesta y no había nada.
Pamela: Fue más una reunión.
Yo: No escuché música. Caminé por todo el hotel…
Pamela: Es un hotel, no iba a haber música tan alta a esas horas.
En eso, Sergio entra
Sergio: ¿Y la reina dónde está?
Julio se quedó callado unos segundos, dudando.
Julio: Ya se fue a la piscina, no nos esperó. Vamos a buscarla.
Pamela: – se ruborizó, evitando mirarme– Julio y sus mentiras…
Yo: ¿Qué pasa con Sergio? ¿Por qué siempre te busca y te llama tan cariñosamente?
Pamela: Así es él. Los mexicanos son muy amistosos.
Yo: ¿No es solo él entonces?
Pamela: No me refiero a eso… pero no es solo conmigo, si te refieres a eso. Cuando subas vas a ver que es igual con todos.
Yo: Tengo que estar atento a la llamada de Don Teodoro.
Pamela: Bueno, voy a subir y le digo a Julio que baje y se quede hasta que salgas.
Pamela salió casi huyendo. Se fue sin dejarme responder. Pasaron minutos y Julio nunca bajó. Esperaba también la llamada de Don Teodoro, que no llegaba. Me había puesto lo primero que vi en la mañana así que decidí cambiarme mejor. Me vestí y cuando al medio día me llama Don Teodoro al fin.
Subí antes a la azotea para despedirme… pero no había nadie, absolutamente nadie. Ya no me sorprendía.
El resto del día lo pasé inquieto. Incluso en la reunión Don Teodoro me notó en otro mundo.
Don Teodoro: Saúl, espérame afuera – con una mirada seria -.
Salí de la reunión y los esperé. Cuando salieron, me alivió verlos estrechándose las manos una y otra vez, todo había salido bien.
Eran ya cerca de las 2 por lo que iríamos a almorzar, pero cada vez los pensamientos venían de a más, así que me disculpé con Don Teodoro y le consulté si ya me podía retirar.
Don Teodoro: ¿Está todo bien?
Yo: Si todo bien, solo estoy algo cansado.
Claro que no me creyó. Ni siquiera yo lo decía con convicción, pero aún así accedió que me vaya.
Regresé al hotel… aunque hubiera deseado no hacerlo. Al querer abrir la puerta recordé que había dejado la llave en el otro pantalón, toqué una y mil veces y nadie salía. Recurrí a recepción para que me puedan abrir, claro no sin antes hacerme esperar un rato.
Al entrar noté algo raro: había maletas bajo la cama y un olor a sexo inconfundible. Las sábanas casi en el suelo, y mi llave, en la mesa de la cocina.
Entonces escuché un grito arriba. El grito provenía de la habitación de Sergio, aquel grito de pronto se convirtió en un gemido intenso. Alcancé a reconocer el gemido que suele hacer Pamela.
Salí enfurecido. El ascensor no respondía; fui por las escaleras. La puerta de la habitación de Sergio estaba abierta. Reconocí os gemidos de Sergio que ya los había escuchado y los de Pamela que eran largos y suaves por ratos. Me acerqué y veo la puerta del dormitorio estaba entreabierta. Vi lo que ya imaginaba.
Pamela estaba encima de él, dándome la espalda, cabalgándolo. Su cuerpo me impedía ver a Sergio, solo sus piernas velludas y desnudas asomaban por debajo.
Sergio: Ahhh güeritaaa… chingada madre … –jadeando, mientras la sujetaba de la cintura– cómo me encanta chingarte así…
Pamela: Sii papitooo… sigue así… así, más fuerte – su voz entrecortada por el vaivén– hazme tu puta Sergiooo… chíngame más, no pares… chíngame.
Pamela se balanceaba sobre él, sudorosa, mientras Sergio la alzaba desde abajo, metiéndosela con más fuerza. Sergio hundía el rostro en sus pechos, besándola con hambre.
Pamela: Mmm… ayyy… ¿te gustan así cabrón?
Sergio: No mames… esos pezones están bien pinches grandotototes… –mordiéndola suavemente-.
Yo no sabía qué hacer. Verlo con mis propios ojos era distinto. Había sospechado, sí… pero estar ahí. Encararlos era lo primero que pensé en hacer, como aquella vez con Julio, pero verla engañarme de nuevo con otro hombre… me paralizó.
Solo reaccioné cuando escuché la puerta de la habitación cerrarse de golpe y pasos acercándose. El miedo de que me descubrieran me hizo meterme en la habitación contigua, abierta por suerte. Ni siquiera me escondí bien: solo entré y recé para que no me vieran.
Los pasos descalzos se oían cerca, mientras Pamela seguía gimiendo con Sergio como si nada hubiera pasado.
Pamela: ¿En… encontrasteee?… – gritó jadeante desde la cama–.
…: No hay ni mierda en tu maleta.
Esa voz me atravesó como un cuchillo. Julio.
Pamela: Uffff Sergiooo… la puta vaselina está bajo la cama…- apenas podía hablar cuando Sergio aceleraba el ritmo– pero este salvaje no me deja ni hablar… ¡ahhh!…
Escuché un golpe seco cuando Julio dejaba caer su short en la puerta.
Sergio: ¿Por qué chingados tardaste tanto carnal?… Ahhh… ya estoy por venirme…
Julio: Pasé donde Ángel, tampoco tenía.
No solo me engañaba otra vez… lo hacía con Julio de nuevo, delante de otro. Y encima hablaban como si nada, como si fuera natural. Y ese detalle… vaselina. Nosotros nunca habíamos usado eso… jamás lo pedí, pero, ¿entonces para qué la tenía?
Sergio: Vas a tener que esperar tu turno carnal… ahhh…
En eso, los labios de Pamela comenzaron a sonar, succionando.
Julio: No es necesario… Ufff qué labios tienes…
Sergio: Aunque estos labios conmigo está mejor… –al ritmo de los golpes contra su cuerpo– Ahhh… perra…
Pamela: Mmm… –solo se le escuchaba succionando el pene de Julio… mmm…
Sergio: Ven aquí chiquitaaa… ahhh… –soltó un gemido profundo acabando– Qué rico, mamita.
Pamela seguía jadeando cuando Sergio terminó, aun así, jadeando exhausto dijo con voz cansada.
Sergio: Y todavía me falta probar ese culote…
Pamela, sin embargo, seguía gimiendo. Julio no tardó en ocupar su lugar, se la montaba sin pausa, el sonido de las embestidas llenaba el cuarto.
Pamela: Ayyy bestiaa… mmm… Juliooo… ayy… no tan fuerte… –se quejaba con un gran gusto-.
Sergio: Tranquilo carnal. No me la mates.
Julio: Tú no la conoces como yo carnal… esta perra goza cuando le doy así, ¿verdad? – le soltaba nalgadas-.
Pamela: Juliooo… mmm así nooo…-mientras gemía con más intensidad–
Las palmadas contra su piel sonaban hasta donde yo estaba. Sergio reía, animando como espectador.
Tras largos minutos, un gemido de Julio marcó su clímax. Después, los tres comenzaron a hablar entre risas, como si compartieran un secreto.
Sergio: ¿Así que ya te la estabas chingando desde antes, cabrón? No mames, si no los veía arriba, ni me la creo.
Julio: Hace rato que no la probaba… pero siempre vuelven, ¿no, mi amor? – le dio una palmada cariñosa pero sonora en el culo-.
Pamela: Jajajaja… soy su vicio, pues.
Sergio: Te entiendo güey… desde que la vi me traía loco. No sabía que hubiera peruanas así de pinches deliciosas…
Pamela: Soy una excepción papi… mitad angelita para uno, mitad puta para otro… u otros –reía satisfecha-.
Julio: Jajaja, que tal conchuda… pero cierto. Agradece que te la comparto carnal.
Sergio: ¿Son swingers o qué pedo?
Pamela: Jajajaja, ¿con Julio? Nooo, cómo crees…
Julio: No, no soy su pareja. Solo… –le dio una palmada juguetona– de vez en cuando nos damos un gustito.
Sergio: Mejor así. No me hubiera querido meter en su relación… Pero si así se porta –sonaba otra palmada– chingada madre, hasta me lo pensaba.
Pamela: Diosss… qué fascinación tienen con mi culo, cabrones.
Sergio: Sabes lo que cargas, güerita… y todavía no me lo das.
Pamela: Sin lubricante no me lo vas a meter, papito… y tú la tienes muy gorda, lo sabes.
Julio: Vámonos abajo otra vez, si o qué carnal.
Pamela: Nooo… acá estamos más cómodos. Además, ¿y si entra Saúl y nos ve así?…
Sergio: Pues cerramos con llave morra… y luego lo dejamos entrar pa’ que disfrute también… ¿qué dices, güerita?
Pamela: No papi… suficiente con ustedes dos. – se escuchó un beso– Tú… – otro beso – Julio… – otro más – y yo.
Sergio: Si me besa así, cómo le digo que no…
Los besos se mezclaban con jadeos. Pamela se entregaba otra vez, y Julio parecía volver a montarla sin pausa.
Pamela: Ayyy síí Julio… – sonaba otro beso – asíí…
Sergio: No me la muevas tanto, güey… déjame saborearla… – mientras Julio la empalaba, Sergio parecía comerle la boca-.
Siguieron los tres en su faena. Ya no aguantaba más. Quería huir, pero el miedo a ser descubierto otra vez me detuvo. Solo me quedaba escuchar cómo la mujer que conmigo era dulce y suave, con ellos hablaba tan sucia y ardiente.
Veinte minutos después, Julio salió del cuarto. Pamela y Sergio continuaron, hasta que él acabó otra vez, esta vez en su boca.
Sergio: Ahhh… sí, amor, trágatelo todo… como te gusta dejarme bien limpia la verga.
Pamela: –con una risita entre sorbos– Ya te dije que te sabe rico…
El silencio llegó después. Pensé que dormían, y busqué la forma de huir. Entonces escuché de nuevo la cama crujir. Pamela salió apurada hacia la cocina, abriendo el caño. Un instante después, Julio regresaba a la habitación.
Pamela: ¡Dime qué pasaste por la habitación!
Julio: Claro que sí, estuve ahí.
Pamela: ¡¿Y?!
Julio: Saulito llegó hace rato.
¡¡Mierda!! Me temblaron las piernas, ¿qué pude haber dejado? ¿Ya sabrá que estoy acá? Carajo, empecé a pensar alguna excusa… lo que fuera.
Julio: Es broma, jajaja.
Pamela: Eres un idiota.
Sentí alivio… qué ironía, alivio después de presenciar lo que acababa de ocurrir.
Julio: Llamé al hotel de Teodoro, Rómulo me dijo que aún no regresan.
El señor Rómulo era el asistente personal de Don Teodoro, con él había llegado a México.
Pamela: ¿Acomodaste?
Julio: ¿Qué cosa?
Pamela: ¡Julio!… Hubiera ido acomodando.
Julio no respondía
Pamela: Julio no empieces, salte…
Julio: ¿No escuchaste? Te digo que tenemos tiempo.
Pamela: Pues yo no.
Julio: ¿Qué pasa? ¿Crees que puedes darme la espalda con este culote como si nada? – le da una nalgada -.
Pamela: ¡Julio! Sergio está durmiendo.
Julio: Tanto pedías que te ayude con él y ahora lo quieres dormido.
Pamela: Sí, justo eso. No te confundas. Solo te dejé tocarme porque quería tu ayuda con Sergio.
Julio: ¿Ah sí? ¿Y arriba? ¿Y ayer?… Sergio no era quien te cogía.
Pamela: … Ya salte.
Julio: Además sabes que sin mí no tienes tan libre a Saulito. Así que mientras sea así – le da un beso forzado – voy a aprovechar.
Pamela: Ya lo hicimos mucho hoy. Y Saúl no debe demorar, anda con las antenas bien paradas.
Julio: No es el único con cosas paradas… ¿lo sientes?
Pamela: Jajaja… Nunca voy a entender cómo te recuperas tan rápido.
Julio: Sácate la tanguita, amor… Saúl tiene mínimo una hora.
Pamela: – sonando excitada– ¿Estás seguro?
Julio: Tan seguro como amo este culo.
Pamela: Jajaja… mmm… supongo que 100% seguro entonces.
Julio: No seas vanidosa… solo un 99%.
Enseguida comenzó a sonar el choque de su pelvis contra el trasero de Pamela.
Pamela: No sé cómo sigues con la pinga así de dura… ayyy, mmm…
Trataban de no hacer ruido, pero los gemidos de Pamela se escapaban, secos, entrecortados.
Julio: Sé muy bien que me extrañabas.
Pamela: Mmm… rápido Julio.
Julio: Ya sabes por dónde termino rápido – decía jadeante–
Pamela: Pero no trajiste el lubricante.
Julio: Y tampoco lo necesitamos… ¿ya no recuerdas como lo hacíamos antes?
De pronto dejaron de sonar las embestidas. Ahora se escuchaba un sexo oral ruidoso, húmedo, con Pamela entregada.
Julio: Ufff, amor… no has perdido el toque. Métele más saliva, así, así…
Fueron varios segundos de ella chupando con fuerza.
Julio: Bien, ya está… párate. Aaaa, qué rico.
Pamela: ¡Au! No, Julio… espera – quejándose de dolor –
Julio: Ya casi, tranquila.
Pamela: No, me duele… ahhh no puedo, para.
Julio: Ya entró… ufff ya está.
Pamela: Mmm, ayy Julio… ahhh.
Julio: Puta madre, Pamelita, qué apretada estás.
Ella se limitaba a lanzar gemidos fuertes, ahogados, seguramente tapándose con algo.
Julio: No sabes cómo extrañaba esta cola.
Cada segundo era más sonoras las embestidas de Julio.
Pamela: Yo también… ahhh, yo también.
Con el paso de los minutos, las embestidas se fueron apagando, reemplazadas por besos húmedos, largos, susurros apenas perceptibles. Después, solo silencio.
Pasaron eternos minutos cuando después de solamente oír susurros y besos. Alguien salía. A Julio enseguida lo escuché en la sala, encendiendo el televisor. No tenía forma de salir.
En mi shock pensé, claro, ya había sorprendido a Pamela engañarme, pero nada, nada se comparaba con lo que acababa de presenciar. No tenía pruebas – no había smartphones, nada para grabar -. Pero en mi mente ya no había dudas: ese matrimonio debía terminar.
Perdido en esos pensamientos, escuché un portazo: Julio salió del cuarto. Me atreví a salir despacio. No sabía dónde estaba Sergio, hasta que lo encontré en la cama, completamente desnudo, boca arriba, casi como el hombre de Vitruvio. El tipo tenía el miembro muy grueso, tal vez hinchado por lo que venía pasando. No le di más de un vistazo, tanto por pudor como por razones heterosexuales, ver algunas prendas de Pamela desparramadas me confirmó que no era la primera vez.
Eran las cinco de la tarde. El pasillo estaba vacío, pero temía toparme con ellos. Esperé el ascensor, dudando, sabía que ninguno de ellos dos era capaz de tomar las escaleras a pesar de ser un piso así que mejor me lancé por las escaleras de emergencia. Respiré hondo y toqué la puerta de mi cuarto… Julio fue quien me abrió, no sé cómo pudo mirarme a los ojos.
Julio: ¿Dónde estabas?
No quería responderle, pero menos quería parecer sospechoso.
Yo: ¿A qué te refieres?
Entré y para mi sorpresa estaba Don Teodoro sentado en el sofá, en eso salía Pamela con una taza de café.
Pamela: Amor – me saluda mientras dejaba las tazas en la mesita – ¿Dónde has estado? Don Teodoro llegó hace unos minutos.
¿Te habrá encontrado desnuda? ¿O tal vez “ordenando”?
Yo: Recién llegué hace como media hora, pero estuve abajo… olvidé la llave.
Pamela: Pero el señor Teodoro dice que regresaste temprano.
Yo: No, no… pero si me regresé con él. –En eso miré fijamente a Don Teodoro en señal de ayuda, quien entendió perfectamente-.
Don Teodoro: Oh es cierto, regresó para almorzar con todos nosotros.
Tanto Don Teodoro conmigo, como Pamela con Julio nos dimos miradas de alivio. Parecía increíble que haya sido yo quien se encontraba dando explicaciones.
Don Teodoro nos dio la noticia de que todo había salido bien y ya podíamos liberarnos de ese cargo. ¡Por fin!, pensé para mí. Este terremoto llegaba a su fin. Lo acompañé hasta el lobby.
Don Teodoro: ¿Me dirás dónde estabas?
Yo: Estuve aquí realmente.
Don Teodoro: Lo sé, pero ¿por qué no lo sabían ellos? Había tensión ahí arriba hijo.
Yo: La verdad estuve con alguien más – no supe con qué rostro decirlo -.
Fue lo primero que se me ocurrió, una excusa perfecta pensé. Pero a Don Teodoro no le cayó nada bien.
Don Teodoro: ¿Cómo así?… ¿Con otra mujer?
Yo: Aproveché el momento extra que tenía y bueno… hay una linda mujer aquí – intenté sonreír lo más airoso que pude –
Don Teodoro: –noté la decepción en su mirada– No le puedes reclamar nada a Julio ahora, ¿no es cierto?
Además de mi matrimonio y dignidad, ahora también había perdido la imagen que tenía con él. En el fondo prefería eso a que me viera como un cornudo nuevamente.
Subí a la habitación y me abrió Pamela. Su mirada era extraña, pensé que iba a interrogarme sobre dónde había estado, pero no fue el caso. Cruzamos algunas palabras y nada más. A mí se me dificultaba disimular todo esto.
Tenía tanto que decirle, sobre la fiesta, su atuendo, su ropa interior… Ya habíamos pasado situaciones similares, sí, pero ninguna se sintió tan mal como esa. Estábamos casados, con hijos, y ella parecía no tener remordimiento. No le dije nada, estaba agotado mentalmente.
Salí a prepararme un café cuando suena la puerta. Abro y veo parada a una chica de unos 25–30 años, con el vestido verde de Pamela en el brazo.
Chica: Hola… ¿Esta es la habitación de Pamela?
Yo: Sí… ¿Quién le digo que la busca?
Chica: Dígale de Sara por favor.
Así que ella era la famosa Sara. Justo Pamela salió antes de que pudiera avisarle.
Pamela: ¡Sara! Qué pasa – la saludó con un beso en la mejilla -.
Sara: Hola, reina, te traje tu vestido… Vine más temprano pero no había nadie.
Pamela: Ahh sí sí, ven, pasa… ya salgo – me dijo girando la cabeza -.
Se fueron las dos al cuarto. Yo me quedé en la sala. A los minutos salieron y Sara se retiró.
Yo: ¿Por qué tenía tu vestido?
Sin fuerzas para querer saber más, pero curioso pregunté igual.
Pamela: Anoche se me derramó vino y Sara me prestó ropa.
Lo dijo rápido y se fue como quien no quiere hablar del tema.
Pasaron los minutos y Julio regresó con los pasajes como le había dicho, Pensé que iba a quedarse, pero sacó pasaje para los tres. El vuelo era para las 3 de la tarde, lo más temprano según él.
Un rato después Pamela salió campante, con otro vestido puesto, diciendo que iría donde Sara a despedirse. Le sorprendió que no me negara, pero ¿qué sentido tenía? Solo era una raya más al tigre.
A los minutos Julio hizo lo mismo. Pensé lo peor, que se habían ido juntos, pero me aliviaba no escuchar nada arriba. Igual, la imagen de la tarde no se me borraba.
Miré el reloj: 10:15. Mi orgullo me ganó, decidí ir a buscarla. Fui a la habitación de Sara. Toqué varias veces, nadie respondió. Bajé un piso, escuchaba música, parecía fiesta. Entré a mirar, pero ni Pamela ni Julio estaban. Pregunté y me dijeron que algunos habían ido a la piscina de arriba, pero la verdad me extrañaba que esté ahí Pamela, había salido con un vestido.
Subí y ahí apareció: en el otro extremo, con un bikini blanco, mojada, conversando feliz con un grupo del que solo reconocí a Sergio, que la tenía agarrada de una nalga.
Me vio enseguida. Le susurró algo a Sergio y salió rápido. Yo la seguí.
Yo: ¿Qué haces acá? – le dije en un tono amargo -.
Pamela: ¿De qué? Subí un rato solamente.
Yo: Y estás toda mojada, ¿qué haces con ese bikini?
Pamela: ¿Con qué más voy a entrar pues? Bueno vamos bajando ya – Ya estaba cinco escalones abajo antes de que pudiera reaccionar –
Yo: ¡Espera, Pamela! – le dije siguiéndola –
Recién un piso más abajo bajó la velocidad.
Yo: ¿Qué pasó? Me dijiste que irías donde Sara y te encuentro acá con este bikini.
Pamela: Sara me prestó el bikini y me dijo que subiera un rato.
Yo: ¿Y dónde está Sara?
Pamela: No sé… debe haber bajado ya.
Yo: No me abrió cuando toqué a buscarte.
Pamela: Estará en otro lado entonces. no lo sé.
Ni me prestó atención. Llegamos a nuestro piso, entramos, se metió a la ducha y después se echó en la cama como si nada.
A la mañana siguiente al despertarme, giré y noté que Pamela estaba arreglándose en el baño. Pasaban ya las nueve. Salió con una blusa de tirantes celeste y un short blanco veraniego que dejaba verle la tanga. Apenas me vio dijo que iría a devolverle el bikini a Sara.
Julio: ¿Irás vestida así?
Pamela: Hace un poco de sol, ¿porque no?
Julio: Recuerda que hoy nos vamos. En Lima debe estar haciendo viento, Pamela.
Pamela: Sí, ya sé. Dejé afuera la ropa con la que viajaré. Ya regreso.
Me vestí como siempre: camisa larga, pensando en el frío limeño. Eran las diez y media y Pamela aún no regresaba. No le pregunté nada a Julio; no iba a mostrarle mi preocupación. Empaqué lo último cuando Julio me decía que vayamos bajando las maletas, eran ya las 11.
Yo: Pero todavía no llega Pamela.
Julio: –sonriendo- Tranquilo, ya vendrá.
Bajamos las maletas y dejamos todo en recepción. Pamela seguía sin aparecer. Pasaron unos minutos y entonces la vi llegar.
El impacto fue inmediato, venía aún con el short blanco, sandalias y el mismo top celeste. El cabello mojado, chorreando todavía, los pezones marcados como nunca.
Pamela: ¿Qué hacen acá? –dijo incrédula –
Yo sin poder procesar aún la forma en que estaba, me quedé mudo.
Julio: Pero si ya nos vamos jaja. Más bien ahí justo viene el auto – decía mientras llevaba algunas maletas-.
Yo: Pamela, ¿dónde estabas?
Pamela: Me estaba despidiendo pues – respondió a la defensiva, cruzándose de brazos-. No sabía que nos íbamos tan temprano.
Yo: Te lo dije en la mañana. Ni siquiera regresaste a cambiarte… ¿cómo vas a estar así? –al verla más de cerca noté que no llevaba sostén–
Pamela: Me quedé conversando con Sara y se me pasó la hora. – Se cubría el pecho con los brazos-.
El cabello mojado, sin sostén, más de dos horas fuera… era claro de quien y como se estaba despidiendo.
Cuando Pamela subía al auto aproveché a verle el trasero, y tal como lo imaginaba, aquella tanga que se le marcaba en la mañana ya no estaba. Ninguna duda: venía desnuda abajo también.
Durante la hora de camino se limitó a cubrirse el pecho con los brazos. En el aeropuerto tuve que comprar un pantalón, medias y una casaca para disimular. En el avión evitó cruzarme la mirada. Julio tampoco habló, pero su sonrisa insinuaba demasiado.
Yo no dije más. No había nada que preguntar. Ese viaje había terminado, y con él también –aunque no nos separamos hasta tiempo después– mi matrimonio. Pero puedo decir que ese fue, sin duda, el inicio del divorcio.
Este fue solo un episodio de tantos que me tocó vivir. Una historia amarga, sí, pero también una que me mostró lo ciego que puede ser el amor. Quizá no tenga todas las respuestas, pero con este relato dejo parte de lo que fue ese tiempo.
Si llegaron hasta aquí, me encantaría leerlos: saber si esta historia les tocó de algún modo, o si quisieran conocer otras experiencias que aún guardo. Sus comentarios o un mensaje a mi correo siempre serán bienvenidos. Gracias por acompañarme hasta el final.
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