Mi novio tiene 60 años y yo 18
Mi primer novio, mi primer amor, mi primera vez y el inicio de mi vida como su mujer.
Soy de Tampico, mi nombre de chica es Samantha, mido 1.68, piel blanca y delgada. Desde niño siempre me sentía atraído hacia otros hombres, en especial los mayores, pero nunca pasó nada. Me gustaba admirarlos y, aun cuando iba con mi madre a acompañarla a comprar ropa, me encantaba más ver ropa de chica que ropa de hombre. Siempre se me hacía superlinda y tierna. Y elegante. Y cuando me quedaba sola en casa, me gustaba ponerme la ropa de mi madre o de mi hermana, ya que la de ella es más sexy, jeje. Bueno, todo pasó unos meses después de cumplir 18, ya que empecé a buscar trabajo y un amigo (ya mayor de 60 años) me recomendó en la oficina donde él trabaja, en el área de mantenimiento y aseo.
Me quedé con el trabajo y, en las primeras semanas, noté que, por ser la nueva, me quedaba más tarde a revisar las facturas y a limpiar y cerrar. El lunes, antes de cerrar, como los demás días, nos quedamos solos y le dije: «Gracias, don Manuel, por recomendarme». Pero no sé por qué le quise hablar con un tono de voz finita y de niña, a lo que solo me dijo: «A caray, y esa voz que tienes, ¿eres niña?». Y le dije: «Sí, siempre me ha gustado y así». Recuerdo esa conversación.
Manuel: Y desde cuándo? (Dicho en tono burlón).
Yo-Desde niña, aunque me daba pena, pero ahora que ya soy mayor no le veo nada de malo.
Manuel: Bueno, la verdad es que sí, se te notaba en el barrio. Nunca querías jugar con los demás niños.
Yo- Sí, jeje, pero la verdad es que me gustaría sentirme bien mujer, arreglarme, maquillarme, ponerme ropa y, cuando tenga novio, hacerle su lonche, pero me gustaría que mi primer novio y hombre fuera mayor, como usted, para que me cuide, me mime y sea delicado la primera vez.
Manuel: Pues la verdad es que te verías bien arreglada, porque eres guapa. Pues adelante, si quieres, aquí hay.
Yo: (La verdad es que me quedé sorprendida, pero pensé que no pasaba nada por enfadarse. Me acerqué a él, me encantaba su cuerpo moreno y fornido, lo abracé y le agarré el paquete por fuera del pantalón. Le dije gracias, que siempre me había gustado y que siempre buscaba cualquier pretexto para hablar con él).
Él me dijo: «Pero hay que esperarnos para el sábado, que salimos temprano y nos quedamos en la tarde en la oficina, en mi bodega. Metió la mano en la cartera, sacó mil pesos y me dijo: “Ten, mira, quiero que te compres un vestido, ropa y que te arregles bonita para que me atiendas como debe ser. Hace años que no estoy con nadie desde que mi mujer ya no está. Siempre que te veía con pantalones cortos pegados, notaba que tenías una figura bonita. La verdad es que siempre quise acostarme con una chica como tú y hacerte mi mujer. Mira, se dio con alguien linda y discreta.
Yo, con pena, tomé el dinero y, ya saliendo de la oficina, fui a un local que está cerca de un mercado donde venden todo tipo de disfraces y ropa. Me compré un vestido negro, un conjunto de tanga y sujetador, unas medias negras preciosas, una peluca con una cabellera rubia y larga, una colonia de chica y, como sabía lo que iba a pasar, también compré una vitacilina, ja, ja, ja. Y bueno, así pasó la semana. Recuerdo que, cuando pasaba cerca de él —y, obviamente, sin que nos vieran—, le daba un beso en la mejilla y le agarraba el paquete. El muy lindo me traía dulces y chocolates, y como le mandé una foto de la tanga que me compré, andaba supercontento y me decía que me veía linda y que tenía un cuerpazo. Ya no esperaba que llegara el sábado, así que el día llegó.
Se fueron todos de la oficina y recuerdo que lo escuché cerrar las puertas. Le dije: «Ahora vengo, me voy a cambiar».
Obviamente, la mañana del sábado me di una ducha estupenda y me depilé todo el cuerpo. Me puse mi conjunto, mi vestido y demás, además de perfume. Me sentía tan plena y guapa que, cuando salí del baño, don Manuel se me quedó mirando y dijo: «Estás guapísima, eres toda una mujer». Me tomó de la mano y me llevó a su bodega, que estaba toda arreglada: había refrescos, aperitivos y una colchoneta. Estuvimos un rato charlando y tomando refrescos, y entonces me dijo:
—Estás hermosísima.
Yo: Gracias, cariño, espero gustarte, pero quiero que me pongas un nombre como a tu mujer, quiero hacer las cosas bien y, obviamente, quiero ser toda tuya.
Manuel: Claro que sí, serás desde ahora mi chica, mi Samantha. ¿Quieres ser mi novia?
Contesté que sí, lo abracé, le di un beso y le dije: «Ahora sí, a atender a mi hombre».
Me puse de rodillas, le abrí el pantalón, metí la mano y saqué su pene. Estaba calentito y húmedo. Recuerdo su sabor a sudor, rico, y empecé a chupárselo. Recuerdo que había visto vídeos para aprender a hacerlo bien. Estuve así unos 10 minutos, se le puso durísima, la saqué y me quedé sorprendida, estaba enorme, como de 20 o 25 cm, con su glande moreno-rosado. Me asusté, pensé que no iba a poder caminar en varios días. Me la volví a meter en la boca y empecé a chupar como una experta. Le empezaron a temblar las piernas y noté que ya se iba a correr. Lo saqué y le dije: «BB, aún no quiero que toda tu semillita sea mía y esté dentro de mí».
Él estaba muy excitado y me dijo:
—Manuel: Claro que sí, te voy a llenar de leche y así te vas a ir a casa bien llena de mí.
Yo le dije toda apenada: «Bebé, la verdad es que nunca he estado con nadie y tu cosota está enorme. ¿Despacito, sí?».
Me dijo que me pusiera en cuatro, así que me puse en su colchoneta. Se agachó detrás de mí, subió un poco mi vestido, corrió mi tanga a un lado, se agachó más y empezó a chupar mi colita. La verdad es que fue tan rico que sentía que me empezaba a mojar muchísimo. Había visto que te podías correr sin tocarte y, la verdad, quería que así fuera.
Escuché que se quitaba el pantalón y se ponía un poco de vitacilina en el pene. El muy lindo me puso vitacilina en la entrada de mi colita y sentí cómo metía un dedito. Solo di un quejido y un brinco. Él solo dijo:
—Samantha, qué rica colita tienes, está hirviendo dentro de ti y es rosadito.
Dejó su dedo dentro de mí unos cinco minutos, lo movía despacito, me dolía un poco, pero se sentía bien. Ya estaba muy caliente, le dije:
—Ya, Manuel, hazme tuya.
Acto seguido, sacó su dedo, se acomodó bien y noté cómo apoyaba su cabezota en la entrada de mi colita y empujaba con fuerza, metiendo el glande. Di un grito y agarré fuerte la colchoneta; sentía que me partía la colita. —Me dijo Samantha—: Sí que eres virgen, creo que te abrí de más y te salió un poco de sangre. Se quedó unos cinco minutos así y empezó a empujar un poco más. Yo, la verdad, sentía que ya no me cabía más y se detuvo. Le dije: —Ya es toda, ya soy toda tuya.
Y el muy loco me dijo: «No, bb, me detuve para que tu colita descanse un poco, apenas va la mitad». Yo, entre risa y miedo, le dije: «No voy a poder caminar».
Esperé un poco más y me dijo: «Ahora sí, bb». De un solo empujón metió la otra mitad. Sin darme cuenta, noté que me llegaba hasta las tripas. El parecía excitarse más con mis quejidos. Como no me dolía mucho, me ardía bastante la colita y trataba de respirar para relajarme. Me agarró de las caderas y empezó a entrar y salir. Me daba muy fuerte, sentía cómo sus huevos chocaban en mis muslos. Pasados unos cinco minutos, creo que por lo cachonda que estaba, dejé de gritar de dolor y empecé a gemir de lo rico que sentía. La verdad es que fue lo más maravilloso, sentía electricidad recorrer mi cuerpo. Él parecía un toro bombeando. La verdad es que, para su edad, pensé que era más tranquilo, pero nada que ver. Me sentía tan mujer, tan plena, tan llena de mi ahora novio. Recuerdo que seguí bombeando en cuatro. Cuando empecé a sentir algo tan espectacular, me temblaron las piernas y le dije: «Ay, ay, ay, ay, Manuel, ay, ay, siento que me voy a venir». Pareciera que le dije: «Dale más fuerte y acelera». Él se puso como loco a montarme. Solo grite: «Te quiero, Manuel», «ay, ay, ay, ay», y eyaculé. Nunca me había venido así y sin tocarme. Sentí más rico por estar apoyada contra el suelo y con mi tanga presionando también mi pene, que la verdad es muy pequeño, pero se me puso muy duro. Con la corrida de Manuel me desvanecí, ya solo seguía gimiendo de placer, cuando Manuel dijo:
Manuel: Ahora sí, Samantha, me voy a venir y ya no aguanto.
Acelero el ritmo y me tomó más fuerte de la cintura. Aunque pensé que ya no podía más, me la metió aún más al fondo, ese animal, y se quedó pegado a mí. Entonces empecé a sentir una de las sensaciones más maravillosas que una chica como yo pueda experimentar: Manuel se empezó a correr dentro de mí, el primer lechazo largo y calentísimo. Después vinieron dos, tres, cuatro, cinco, seis… Me sentía tan mujer, tan feliz… Solo le decía: «Bb, quédate así un ratito, quiero que lo dejes todo dentro de mí», y así fue. Después de unos seis minutos, se le bajó la erección, me sacó el pene y solo se escuchó un plop. Traté de apretar lo más que podía mi ano, pero la verdad es que no lo sentía. Me dio una nalgada y me dijo: «Ya eres toda una mujer, mi mujer. Mira cómo me dejaste». Yo seguía en cuatro, más bien recostada, solo con la colita al aire, supercansada. Volví a mirar y vi su enorme pene flácido, pero aún grande. Aún goteaba un poco de semen y me dio un poco de pena porque pude ver que tenía restos de sangre con un poco de popó. Él solo me dijo: «Tranquila, amor, es normal, fue tu primera vez. Y, la verdad, con tu cuerpo, tu forma de ser y ese culito que tienes, me enamoraste». Se levantó, se puso el pantalón y yo le dije: «Bebé, ¿me ayudas a levantarme? La verdad es que no sentía las piernas ni la cola. Ya era hora de ir a casa. Como pude, me levanté con su ayuda. Recuerdo que apreté mi cola para que no se me saliera su lechita. Le di un beso y lo abracé. Le dije que muchas gracias.
Él solo me dijo: «A ti, Sam, por darme tu virginidad y ser mi novia. Nunca me había corrido tan rico y no puedo esperar para salir a bailar o a cenar después».
Yo, superemocionada, le pregunté si en serio saldría conmigo.
Me dijo que sí, que ya era su novia oficial. Fui al baño, me puse la ropa de niño, cerramos la oficina y cada uno a su casa. Recuerdo que aún caminaba medio raro y que, incluso en el autobús, notaba cómo me quería salir la leche. Llegué a casa. Solo le dije a mamá que no iba a cenar, que había habido mucho trabajo y que quería dormir. Subí a mi habitación, me puse un short cómodo y, la verdad, decidí acostarme boca abajo para que la leche de Manuel se me fuera más adentro. La verdad es que quedé rendida, me dormí casi al instante. Cuando desperté el domingo, recuerdo que me ardía muchísimo el ano y las piernas, pero como pude me fui a bañar. Recuerdo estarme duchando y sentir unas ganas tremendas de ir al baño, así que me senté en la taza. Recuerdo que solo eran gases, pero de repente noté cómo me salía semen de la vagina y sentí otro dolor, tras el cual salió una popó muy grande y después la leche. Me quedé sentada un rato descansando la colita, terminé de ducharme y me quedé dormida un rato. Ya por la tarde estaba en mi habitación y quise revisarme la colita. Me vi en el espejo y tenía el ano en vez de rosita, rojo y como con sangrita. Recuerdo que fui a la habitación de mi hermana y, sin que se diera cuenta, tomé una de sus compresas. Me la puse para pasar el día. Recuerdo que le mandé una foto a Manuel diciéndole: «BB, cómo me dejaste, ahora sí soy mujer. Todavía siento que traigo leche en la barriga». Él me respondió: «Perdón, BB, es que hacía mucho que no tenía relaciones y tenía mucha leche. Duerme un rato para que descanses. Nos vemos en el trabajo».
Yo, plena, mujer, me recosté todo el domingo. Ya llevamos tres meses de novios, hemos ido a bailar, a cenar, a pasear; yo vestida de niña. Estoy pensando en decirle a mi mamá que quiero ir a un curso para quedarme una noche con mi novio. Por cierto, la próxima historia es sobre cómo me la mamé cinco veces en la oficina en todo el día y probé por primera vez su lechita. Gracias por leerme y escuchar mis experiencias.
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