Mi madre Julia, es dueña de la farmacia

Me llamo Pablo, tengo diecinueve años y soy estudiante. Mi madre, Julia, es dueña de la farmacia en nuestro pueblo, la única, lo que nos permite vivir razonablemente bien.

A mi padre no lo he conocido, es más es un tema del que nunca hablamos, no tengo claro si un día decidió irse de casa, si mi madre lo echó, o si soy el resultado de una noche loca.

La relación con mi madre siempre ha sido excelente a pesar de que es una mujer dura y exigente, yo lo achaco a que ha tenido que ser madre y padre al mismo tiempo. Los dos nos queremos mucho, pero a decir verdad no nos tenemos mucha confianza.

A pesar de que mi madre es una mujer atractiva, o al menos así me parece a mí, no le he conocido un solo pretendiente, ella vive para su trabajo y para mi.

El negocio de mi madre era atendido por ella misma pero contaba con una ayuda, Pilar. A los ayudantes en las Farmacias se les llama mancebos así que Pilar era la manceba de la nuestra.

Aquel verano la verdad es que yo andaba loco por la manceba, Pilar con treinta y tantos años era para mi gusto la mujer más apetecible del pueblo y al mismo tiempo la que más a mi alcance tenía.

Pilar, en los pueblos todo se sabe, era madre soltera, su hija se la estaba criando la abuela y ella se dedicaba a trabajar para sacarla adelante. Desde su maternidad no se le conocían pretendientes ni líos.

Entre ella y yo se daba una camaradería, una especie de complicidad que hacía las cosas más fáciles. Yo ahora pienso que todo lo que sucedió fue consecuencia de que Pilar, una mujer sola, por un lado tenía que ser estricta con todo el que se le acercaba porque sabía lo que venían buscando y al mismo tiempo en la Farmacia conmigo se sentía en lugar seguro y discreto. Además en mi no veía peligro alguno.

Así las cosas, con mi mente focalizada en Pilar, mientras yo hacía planes sobre como conseguir llevármela a la cama, mi madre empezó a dar muestra de que algo estaba pasando.

De repente empezó a comprar ropa más atrevida, sus visitas a la peluquería se hicieron más frecuentes, empezó a ir más maquillada, y muchas de sus compras parecían dedicadas a complacer a alguien que yo desconocía.

Pondré un ejemplo que ilustra lo que digo, una de las muchas veces en que volvió a casa con bolsas de tiendas le pregunté

– ¿Que has comprado esta vez?

– Me he comprado un camisón ligerito para este verano, me ha parecido muy bonito. ¿Quieres que te lo enseñe?

Entendí yo que lo iba a sacar de la bolsa y le dije que si.

En contra de lo que yo pensaba mi madre se fue del salón.

Un instante después apareció de nuevo, llevaba puesto un picardías de color carne que a mi juicio era lo mismo que ir en bolas, un escote que le dejaba al aire las tetas, lo que no dejaba de ser curioso porque lo poco que tapaba que eran los pezones, se le transparentaban. En la parte de abajo unas braguitas mínimas que también dejaban entrever su vello púbico.

– ¿Que te parece?

No sabía que contestar, como ya he dicho nuestra confianza no era mucha y me quedé cortado.

– Te gusta o no te gusta.

– Si me gusta pero francamente mamá, llevar ese camisón o ir en pelota es casi lo mismo.

– Hijo que poco sabes de cosas de mujeres.

En ese momento estaba pensando que si quien llevara el camisón hubiera sido Pilar me habría puesto a dar volteretas.

Después del numerito del picardías tuve la seguridad de que mi madre tenía un enamorado y estaba preparando sus armas para volverle loco.

Así la cosas, con mi mente focalizada en Pilar mi madre tuvo el accidente, las consecuencias no fueron graves pero si molestas.

Mi madre chocó contra otro coche y como consecuencia el golpe sufrió fracturas en el cúbito de ambos brazos, más concretamente fracturas en la diáfisis. Como digo nada grave pero que supuso que le escayolaran los dos antebrazos y nos recomendaran, ya que yo iba a ser su cuidador, que no hiciera el menor esfuerzo para evitar una posible complicación vascular.

Volviendo del Hospital a casa dos pensamientos se mezclaban en mi cabeza, uno, adiós verano, todo el día dedicado a cuidar de mi madre sin poderme dedicar a la conquista de Pilar y el otro, más noble, voy a poder devolverle a mi madre los cuidados que ella me ha estado dando desde que nací. Me quedé con el segundo y me propuse ser el hijo más cariñoso del mundo.

A poco de llegar a casa y cuando yo andaba pensando en como resolver el problema de la cena, mi madre me hizo la primera petición:

– Pablo, lo siento, pero tengo ganas de hacer pis.

Al principio no entendí lo que me decía pero caí en la cuenta de que ella sola no podía valerse.

– No te preocupes mamá yo te ayudo, te voy a ayudar en todo lo que precises mientras estés escayolada. No tienes más que pedir.

Nos fuimos al baño y ella se quedó junto al wáter.

Con toda delicadeza me arrodillé a sus pies y deslicé mis manos por sus muslos, tuve cuidado en ir siempre por la parte exterior, subí y subí hasta tocar las bragas. Como si estuviera cuidando de un bebé las cogí y lentamente las fui bajando a lo largo de sus muslos hasta que estuvieron a mi vista. Para acabar mi tarea le cogí la falda, que era de vuelo, y se la ahuequé para que pudiera sentarse.

Al momento pude oír la descarga de mi madre. Ella también lo escuchó.

– Me muero de vergüenza.

– No tienes porque tenerla, soy tu hijo y ahora tu cuidador.

La pobre debía tener ganas desde hacía un buen rato porque la meada fue larga y potente. Pensé: no me lo ha pedido por vergüenza

Cuando acabó se puso de pie y al ver que yo me disponía a subirle las bragas me dijo:

– Pablo, hijo, me tienes que secar con un poco de papel.

Para mi fue una sorpresa yo pensaba que las mujeres lo mismo que los hombres hacían pis y ahí se acababa la faena.

En vez de papel de wáter cogí un klenex y ahora si desplazando mi mano por la parte interior de sus muslos. Esperaba yo encontrar pelo pero no fue así, mis dedos chocaron con su pubis y no sentí pelo, lo que sentí fue humedad.

Mi madre para facilitar mi trabajo separó bien separados los muslos. Se ahuecó para darme acceso a su tesoro.

La operación que podría parecer inocua la verdad es que me produjo una erección de caballo. Fue algo instantáneo, explosivo, y que yo no esperaba, pero sucedió.

Una vez noté que estaba tocando su coño llevé el klenex de atrás a adelante recorriendo su sexo y sintiendo la suavidad de su entrada . Tardé más de lo necesario porque lo estaba gozando.

Cuando acabé de secarla le volví a subir las bragas y mis manos tuvieron la dicha de deslizarse de nuevo por sus muslos.

Para la cena lo que hicimos fue que mi madre actuó de chef y yo de pinche, fui haciendo lo que ella me indicaba y ante mi torpeza los dos acabamos muertos de risa, pero cenamos.

Cuando llegó la hora de irnos a acostar mi madre requirió de mi ayuda de nuevo.

Fuimos a su habitación y lo inevitable fue que tuve que quitarle el vestido. La dejé en ropa interior. Las braguitas ya las había visto pero el sujetador no, para mi sorpresa las dos prendas iban a juego y las dos me parecieron preciosas. Las braguitas negras y con detalles morados apenas le tapaban la mata de pelo que mi madre tenía entre sus muslos, y en cuanto al sujetador no le cubría ni la mitad de las tetas.

Llegado este momento tengo que decir que mi madre era y es una señora, iba a decir de bandera, pero no sería exacto, una mujer de verdad. Unas tetas generosas, la cintura estrecha, las caderas anchas y potentes y unos muslos que a mi me parecieron los más bonitos del mundo.

– Ponme ahora el camisón.

– ¿Duermes con ropa interior?

– No cariño pero no me vas a dejar en pelota que soy tu madre.

– Pues ya me dirás como hacemos.

– Tu ponme el camisón.

Y una vez con el camisón puesto.

– Ahora quítame las bragas.

Sus palabras sonaron en mi cabeza como un trueno: quítame las bragas.

– Ponte detrás de mi y desabrocha el sujetador.

No hubo en ese caso malicia en mi conducta, simplemente fue torpeza e inexperiencia, no fui capaz de desabrocharlo.

– Es muy fácil coge cada lado con un mano y deslízalos.

– Mamá no soy capaz, si quieres cojo una tijera.

– Estás loco, me vas a romper este conjunto. Súbeme el camisón hasta que veas el broche, pero no me mires. Que todos los hombres sois unos cochinos.

– Mamá que eres mi madre.

– Llevas razón hijo, perdóname.

Le levanté el camisón y sí miré, miré el culo de mi madre, un culo excelso, redondo, dos medios melones de carne que me parecieron lo más bonito del mundo.

Ya viendo como era el cierre, no me fue difícil desabrocharlo y a continuación mi madre me pidió que le sacara una hombrera por un lado y la otra por el otro y así le quité el sujetador con ella tapada.

Me fui a mi habitación y tengo que confesar que aquella noche, cambiando mi rutina no me toqué pensando en Pilar, me toqué pensando en mi madre, en lo que había visto y que no se me iba de la cabeza. Repasé mentalmente cada detalle de su cuerpo y para mi sorpresa no tuve el más mínimo remordimiento por darme placer pensando en ella.

Dormí revuelto y me levanté temprano. Preparé el desayuno y me fui a despertarla. Pocas cosas me parecen más excitantes que ver a una mujer durmiendo, indefensa, vulnerable. Y mi madre me puso a cien. El que la noche hubiera sido un horno había hecho que mi madre tirara las sabanas a un lado y cuando yo llegué tuviera recogido el camisón por lo que estaba desnuda de cintura para abajo, su glorioso culo al aire. Me recreé contemplando sus nalgas y sus muslos antes de despertarla.

– Mamá, mamá.

Mis palabras no produjeron la menor reacción. Mi madre dormía profundamente y yo no pude resistir la tentación. Llevé mi mano a sus nalgas y las acaricié suavemente. Mi madre siguió profunda.

Ante su nula reacción me recreé acariciando ahora con más firmeza su culo y bajando hacia sus muslos. La escena me produjo tal excitación que estuve tentado de sacarme la polla y hacerme una paja.

Seguí con mis caricias y llamando a mi madre con una voz tan baja que casi ni yo la oía.

Al final mi madre se desperezó y tan pronto como abrió los ojos se me quedó mirando.

– Pablo, hijo mío, te quiero mucho.

– Yo también te quiero mucho, mamá. Y te voy a cuidar con todo cariño. Ya he preparado el desayuno.

– Déjame que vaya un momento al baño.

Y fuimos al baño y en esta ocasión no le tuve que quitar las bragas pero si hizo falta que la limpiara cuando terminó.

Tenerla frente a mi, cubierta con un camisón liviano que dejaba traslucir la oscuridad en sus ingles fue para mi una situación deliciosa y cuando metí mi mano entre sus muslos tuve un subidón que me llevó a pensar que me corría.

La incapacidad de mi madre para valerse hizo que tuviera que ayudarla, como ya hice la noche anterior, darle a beber el zumo, mojarle las tostadas en el café mientras me fijaba en que bajo la sutil tela del camisón los pezones de mi madre habían empezado a rebelarse, lo que antes no se veía pasó a verse y sus pezones aparecieron desafiantes como si quisieran atravesar la tela que los cubría.

Yo seguía con una erección terrorífica deseando quedarme solo para aliviarme. Las palabras de mi madre me sacaron de mis pensamientos.

– Pablo, me tienes que ayudar a ducharme, ya sabes que las escayolas no se pueden mojar. No sabes la vergüenza que me da que me veas desnuda pero no hay más remedio.

Ya en el baño no hubo maniobras como las de la noche, le saqué el camisón por la cabeza y ahí por primera vez vi a mi madre desnuda.

Me quedé atónito, es verdad que ya la había visto en ropa interior pero ahora tenía delante de mi a mi madre con las tetas al aire, fue lo primero en lo que me fijé, mi madre con 42 años era dueña de un par de tetas que parecían de una veinteañera. Llenas como dos pequeños odres, con la arruga perfecta que se produce cuando la teta se apoya en el pecho, unas tetas como para sacarlas en un calendario para camioneros. Los pezones como yo ya había medio visto, duros y parados, más grandes de lo que yo me imaginaba con las areolas arrugadas a su alrededor.

Recorrí con la vista su vientre , redondo, tenso, y al llegar a su parte baja una mata de pelo recortada, perfecta de tamaño, no muy grande pero si densa. El perfil de su pelambrera no era natural, estaba depilada, una pequeña mata de pelo en el monte de Venus y de ahí para abajo todo depilado. Le pude ver con toda nitidez sus labios.

En ese momento me volvió a la cabeza que mi madre tenía un candidato al que quería complacer.

Con la ducha de teléfono fui recorriendo su cuerpo mientras le enjabonaba, no usé ni esponja ni guante ni nada, fue mi mano la que recorrió su carne gloriosa.

Recorrí y enjaboné sus tetas, bajé por el vientre, después pasé a la espalda para bajar a repasar sus nalgas, ahí la verdad es que me recreé, es más me atreví a meter mi mano entre ellas hasta casi alcanzar el terreno prohibido.

Ella me ayudó en mis esfuerzos abriendo ligeramente sus muslos lo que yo interpreté como una señal de aprobación.

Crecido ante la situación tuve el descaro de enjabonar con mimo la confluencia de las dos nalgas hasta llegar a su ano y no solo eso, mi mano lo repasó a conciencia, mis dedos notaron perfectamente cuando tocaban el rincón más intimo , mi dedo corazón se recreó acariciándolo mientras daba vueltas a su alrededor. Mis caricias debieron gustarle porque me contestó con un gemido.

Todas mis maniobras las tenía que hacer en dos etapas, porque una mano la tenía sujetando el teléfono-ducha, de manera que tenía que primero darle el jabón, dejarlo, y entonces restregar su cuerpo con mi mano.

Hasta ese momento me sentía como un niño que está pensando en la guinda del pastel mientras se come el resto. Le di meticulosamente con el jabón en el coño, para ser más exacto le di jabón en la matita de pelo que tenía en el monte de venus, ya sabía yo que más abajo estaba depilada, y cuando acabé de enjabonarla pasé mi mano desde su mata de pelo hasta recrearme en su sexo desnudo, en más me permití el lujo de no solo acariciar su vulva, mis dedos recorrieron sus labios mayores y creo que hasta los menores.

Otra vez y ahora con mucha más claridad mi madre lanzó un gemido hondo, profundo. Hubiera jurado que mi madre había tenido un orgasmo y yo estaba a punto de acompañarla.

– Para ya niño ya que una no es de piedra y estás metiéndote en profundidades.

Acabada la ducha me encargue de secarla y mientras lo estaba haciendo ella me dijo:

– Hoy no, pero mañana me tienes que dar mi body milk por todo el cuerpo, me lo doy cada dos días.

– Cuantas tonterías hacéis las mujeres.

– Tu si que eres tonto, o te crees que a mi edad se tiene esta piel sin cuidarla.

– No me hables ni de tu edad ni de tu piel, en cuanto a la edad yo creo que estás en la edad perfecta para una mujer, y tu piel ahora que la he tocado te tengo que decir que es muy suave, me encanta.

Ya en su dormitorio le pregunté por lo que se quería poner.

– El vestido de florecitas, ese.

Un vestido veraniego con estampado de flores, abotonado por delante y con falda de vuelo.

– Y de ropa interior.

– Elígela tu. Mira en el cajón de arriba.

Abrí el cajón y comprobé que mi madre tenía todo perfectamente colocado, cada sujetador con su braguita y además una cesta con un montón de bragas y otra con otro tanto de sujetadores. En aquel cajón había ropa interior para surtir a un centenar de mujeres.

– Si te parece, como no vas a salir elijo unas braguitas y te dejo sin sujetador, muchos días no te lo pones, hace calor y estarás más fresca.

– ¿Como sabes si yo llevo o no sujetador?

– Mamá, porque se te marcan los pezones.

– Así que te fijas en los pezones de tu madre.

– No hace falta que me fije, se te ponen duros y se notan a través de la tela.

– Y ¿te gusta?

– Si me gusta, pero eres mi madre.

Rebusqué entre las bragas hasta encontrar unas de color blanco que me parecieron las más pequeñas de la colección. Por delante apenas del tamaño de un paquete de cigarrillos y todo lo demás hilo dental.

Ya sabía yo que ibas a escoger las más cochinas. Bueno como ya me has visto desnuda no vamos a hacer como anoche.

Abrió los brazos y la toalla cayó a sus pies.

Y antes de que yo procediera a ponerle las bragas me dijo.

– Sabes que te digo, que puestos a no llevar sujetador tampoco quiero llevar bragas.

Me privó de acariciar sus muslos pero me dio un calambrazo al saber que mi madre iba a estar todo el día sin ropa interior

Acto seguido le metí el vestido por la cabeza y cuando ya lo tenía puesto con toda tranquilidad le desabroché los tres botones superiores de manera que dejaba su hucha al aire.

– Así estarás más fresquita.

– Me parece que te estás aprovechando de una pobre invalida. Y que lo que quieres es verme las tetas.

Mientras me lo decía me fijé y sus pezones volvían a estar erectos y se le calcaban a través del vestido.

– Mi madre está tan caliente como yo , pensé.

La versión de Julia

Me llamo Julia, tengo 42 años y soy farmacéutica. Mi hijo Pablo está camino de cumplir 20. Cuando estaba estudiando me eché un novio del que, a decir verdad estaba enamoradísima. Empezamos por solo los besos y me encantó.

La siguiente etapa fue dejarle que me comiera las tetas y ahí comprobé por primera vez que soy una mujer caliente, tan pronto tuvo mis pezones entre sus labios sentí que me derretía entera, tengo unos pezones extremadamente sensibles y Javier aprendió a darme placer con ellos.

– Que cachonda te pones cuando me como tus tetas.

La expresión no me gustaba pero era la verdad, me ponía cachonda como una perra y en ese momento le hubiera hecho lo que me hubiera pedido.

Pasamos un época en la que nos limitábamos a tocarnos, siempre en su coche, a diario cuando se iba haciendo de noche nos íbamos a un lugar frecuentado por parejitas y según llegábamos empezaban los besos y las caricias.

Como era inevitable de los besos y las tetas pasamos a tocarnos, Javier primero me comía las tetas y a continuación me quitaba las bragas. Esa fue mi segunda lección si que me comiera las tetas me ponía a mil, cuando me quitaba las bragas y empezaba a acariciarme el coño me mataba de placer.

Cuando ya me había saciado Javier se sacaba la polla del pantalón y me la ofrecía, la primera polla que yo había tocado o visto en mi vida.

Yo también aprendí a complacerle, empezaba acariciarle la verga con suavidad e iba aumentando mis caricias hasta que Javier se vertía. Recuerdo que tenía una polla gorda y venosa.

De las pajas pasamos al sexo oral. En los asientos de atrás del coche Javier me abría los muslos y me daba lengua hasta que yo le suplicaba que parase porque me había corrido. A continuación era yo la encargada de comerme su polla.

Me encantaba y sin que nadie me diera información sobre el asunto comprobé que lo que más gusto me daba era cuando mi novio se corría en mi boca y me entregaba toda su leche. La mayoría de las veces cuando sentía su semen entrando en mi boca yo me volvía a correr.

Fueron para mi tiempos felices en los que cada día Javier me hacia correrme y yo me sentía la mujer más dichosa y mas satisfecha del mundo.

Un día Javier me dijo que lo quería era follar y yo que lo estaba deseando le dije que si. Fue también en el coche, nuca follamos en una cama, Javier se sentaba y era yo la que me subía encima de él y me la metía.

La situación era poco favorable y la postura incomoda, pero cada vez que yo me subía encima de él y apuntaba su glande a mi vagina el mundo se acababa para mi. Todo lo anterior me pareció un preámbulo para alcanzar el placer supremo, sentir que su polla me llenaba, en definitiva, que Javier me follara.

Esa nueva situación nos duró por lo menos seis meses en los que tengo que decir que follábamos casi a diario.

Javier decía estar loco por mi y hacía planes para nuestro futuro, el estaba estudiando Derecho.

Todo cambió el día en el que le dije que estaba embarazada a pesar de que habíamos tomado precauciones. Su primera reacción fue decirme que abortara y ante mi severa negativa lo que hizo fue una canallada, me preguntó si estaba seguro de que era suyo cuando llevábamos más de seis meses follando a diario.

La ruptura fue inevitable y para mi traumática. Dejé de confiar no solo en los hombres sino en el genero humano y no he vuelto a tener una relación con nadie.

Gracias a la ayuda de mis padres acabé la carrera y puse una Farmacia en el pueblo en el que vivimos.

He dedicado mi vida a mi hijo, le he educado para que nunca sea un Javier, para que respete a las mujeres y nunca en la vida le he hablado de su padre.

Mi vida sin sexo era absolutamente normal, hacía casi veinte años que no había tenido trato con un hombre y no lo echaba de menos, ni lo necesitaba ni lo quería.

Con los años había aprendido a masturbarme y no solo eso, tenía una colección de juguetes que me ayudaban a tener unos orgasmos gloriosos.

Cada noche antes de dormir cogía uno de mis juguetes, aunque uno de ellos era mi preferido, y me hacía una paja.

Yo desconozco lo que les pasa a las demás mujeres, si se que mis orgasmos son bestiales, me tiembla el cuerpo como si me lo recorrieran corrientes eléctricas, los pezones parecen que me van a explotar y cuando me llega el momento y me corro se me va la cabeza.

De vez en cuando no solo eso, según me corro eyaculo como un hombre, de mi coño brota un liquido blanco, denso, pegajoso y más abundante que una eyaculación masculina.

En alguna ocasión, después de correrme he estado más de un cuarto de hora sin poder moverme, sin volver en mi.

Así era mi vida hasta que un día, imprudente de mi, entré en el cuarto de Pablo sin llamar, era ya media mañana por lo que supuse que estaría visible. Me equivoqué. Al oírme entrar se dio la vuelta, estaba en pelota y pude ver como el que hasta ese momento era mi niño, era ya un hombre, un hombre con una verga más grande y más gorda que la única que yo había conocido.

Pablo no hizo el menor gesto de tapar el trabuco que lucía.

– Mamá deberías llamar.

– Llevas razón hijo, perdona.

Pero no moví un musculo, estaba hipnotizada viendo el miembro que colgaba entre las piernas de mi hijo. Sentí la necesidad, el impulso de lanzarme sobre el y comérmelo como tantas veces había hecho con la verga de Javier.

Esa misma noche, cuando llegó la hora de mi paja mis pensamientos se dirigieron a lo que había visto: la polla de mi hijo, aquel pedazo de carne que hizo que mientras le miraba se me mojaran las bragas. Pensando en él tuve un orgasmo de los violentos, me corrí como una perra y empapé la toalla que había puesto por precaución.

No me conformé con eso y en cuanto me hube recuperado volví a poner en marcha mi aparatito a tope de revoluciones y me volví a correr.

Por la noche soñé que estando yo durmiendo Pablo entraba en mi habitación y sin decir palabra se metía en mi cama y me comía las tetas, primero con suavidad y luego casi con violencia, y cuando ya me había puesto caliente me montaba, me montaba como quien hace uso de algo suyo, como quien repite un acto cotidiano. Mi hijo me echó un polvo glorioso, el mejor polvo de mi vida y el orgasmo más rico que yo recordara.

A la mañana siguiente comprobé que las sabanas estaban mojadas, igual que un hombre tuve una polución nocturna.

Para complicar la cosa vi como Pablo y Pilar hacían buenas migas y pensé que la lagarta de mi manceba iba a seducir a mi hijo ofreciéndole lo que con toda seguridad el iba buscando.

Me vino a la cabeza mi hijo follándose a Pilar, los dos en pelota y Pablo entrando y saliendo de ella como un semental.

La sola idea de que Pilar se follara a mi hijo me volvía loca, tanto que estuve pensando si despedirla, pero al final no lo hice aunque los celos me tenían consumida.

Todos estos acontecimientos me llevaron a hacer algunos cambios en mi vida, cambié parte de mi vestuario, compré ropa interior nueva, y sobre todo hice cuanto pude por llamar su atención: salía de la ducha con una toalla mínima, me dejaba abierto el escote para que cuando le servía el desayuno o la comida me pudiera ver las tetas, pasé a estar en casa sin sujetador ni bragas y a la menor ocasión me lo comía a besos pero no conseguí el menor resultado.

Mi osadía llegó un sábado en el que habíamos planeado quedarnos en casa, me puse un vestido de tipo ibicenco que más que ser de tela se podría decir que era de gasa, para completar la tentación no me puse ni sujetador ni bragas por lo que mi cuerpo se transparentaba casi como si fuera desnuda. Cuando me vio Pablo se limitó a decirme:

– Espero que hoy no venga nadie a vernos porque con ese vestido se te calca todo.

– Pero te gusta

– Si, estas muy bonita con el, pero para que no te vea nadie.

Como previsión de lo que pudiera pasar o más bien por si pasaba lo que yo deseaba ya llevaba un par de sesiones haciéndome las ingles brasileñas, dejándome un pequeño mechón en mi monte de venus.

No era que a mi hijo no le gustaran las maduras, Pilar era casi de mi edad y sinceramente yo estaba mil veces más buena, pero Pablo en mi no veía una mujer, veía a su mamá.

Estaba desesperada porque más de lo que hacía no podía hacer y mi fracaso era total. Hubiera dado la vida porque un día, sin venir a cuento mi hijo se lanzara sobre mi para hacer conmigo lo que seguro hacía con Pilar, pero para Pablo yo era invisible

Pasé de masturbarme por la noche a hacerme más de una paja al día. Siempre con Pablo en mi cabeza y con la imagen nítida de la verga de mi hijo.

El tener la cabeza en otro sitio, el ir distraída pensando todo el día en lo mismo, me llevó a tener un accidente, fue el otro el que tuvo la culpa pero si yo hubiera ido más atenta lo podría haber evitado.

Dos fracturas de cúbito que precisaron de una escayola en cada brazo, de dos cabestrillos y de la imposibilidad de hacer esfuerzos con mi brazos.

Y ahí empezó otra historia, si yo hubiera sabido las consecuencias de mi fracturas me habría roto los brazos voluntariamente.

Nada más llegar a casa tuve mi primera oportunidad, Pablo tuvo que ayudarme a hacer pis.

Sentir las manos de mi hijo recorriendo mis muslos y quitándome la bragas me puso al rojo vivo, sentí que las piernas me flojeaban, menos mal que me senté tan pronto me las quitó.

Hice pis con toda lentitud gozando a priori de que Pablo me iba a secar el coño y casi inevitablemente me iba a tocar. Así fue y cuando noté sus dedos pasando a lo largo de mi sexo me creí morir de gusto. De forma fortuita pero estaba pasando lo que yo llevaba meses soñando.

Cuando llegó la hora de irme a la cama impedí que Pablo me dejara desnuda delante de el, yo lo estaba deseando, pero pensé que era mejor provocar su deseo. Ya tendría tiempo de que me viera en pelota y sobre todo de verle yo a el.

No dormí bien, la causa que debido a mi inmovilidad no me pude hacer mi paja de por la noche que era para mi el mejor somnífero.

En mi vigilia me dediqué a recrearme en que lo más difícil ya había pasado, unos meses antes ni soñando hubiera creído que mi hijo me iba a quitar las bragas y a secarme el coño.

Me relamí pensando que al día siguiente mi hijo me tendría que duchar, me tendría desnuda frente a él y me tendría que enjabonar y restregar con sus manos todo mi cuerpo incluidas las tetas, mi culo y mi coño. Hubiera dado la vida por poder masturbarme porque estaba caliente como una mona.

Cuando me desperté pensé que Pablo vendría a mi cuarto y decidí poner todo el genero en el escaparate, eché a un lado la sabana con los pies, me eché boca abajo y me recogí el camisón hasta la cintura.

Mi estrategia surgió efecto porque al venir a despertarme mi hijo creyéndome dormida no pudo resistir la tentación y me acarició el culo, yo seguí haciéndome la dormida mientras sentía sus manos acariciando mis nalgas. Gocé de cada caricia y la idea que más feliz me hizo fue pensar que Pablo había caído en mis redes.

– Hijo de tigre sale pintado, pensé, Pablo no ha podido evitar el acariciarme el culo, ha salido a mi y eso significa que está tan caliente y tan salido como yo. Estoy segura de lo que va a pasar de aquí en adelante.

Todo lo que yo había imaginado era un juego de niños comparado con lo que sentí cuando Pablo primero me dejó desnuda y luego me duchó. Me dio jabón por todo el cuerpo, en mi casa no usamos gel porque yo se lo malo que es para la piel, y después de enjabonarme con su mano recorrió cada rincón de mi cuerpo.

Empezó por mis tetas y noté que mis pezones crecieron hasta parecer que iban a explotar, de ahí pasó a mi vientre conmigo deseando que bajara a mi coño. El muy canalla desde mi vientre pasó a mis nalgas y ahí si, Pablo se atrevió a meter su mano entre ellas y no paró hasta acariciarme el ano.

Sentí que las piernas se me aflojaban y no pude reprimir un gemido, el gemido de una mujer cachonda y fuera de su propio control.

Una vez se sació de mis nalgas me enjabonó cuidadosamente y después su mano se hizo dueña de mi sexo. Al sentir su mano acariciando mi coño mi cerebro debió lanzar una orden a mi cuerpo porque tan pronto sentí su mano entre mis labios me corrí, me corrí como si explotara el Universo, como si se acabara el mundo, como si sucediera otra vez el Big Bang.

De nuevo no me pude reprimir y solté un gemido antes de pedirle a mi hijo que no siguiera profundizando en mi sexo.

Eso fue lo que le dije cuando mi cuerpo lo que estaba pidiendo es que me siguiera tocando a su capricho, que metiera sus dedos dentro de mi y que me hiciera la paja que yo no podía hacerme. Mi mente voló hasta los tiempos en que Javier me masturbaba cada día.

Ese primer día transcurrió como si yo lo hubiera planeado hasta en sus más mínimos detalles, Pablo me había bajado las bragas, Pablo me había tocado el coño, Pablo me había visto desnuda pero lo más importante, Pablo no había podido resistir la tentación de acariciarme el culo cuando me creía dormida. Pablo no iba a parar hasta que yo le entregara mi cuerpo entero y no había fuerza en Universo que pudiera evitarlo.

– Mi hijo está tan caliente como yo, pensé.

Compartir en tu redes !!
AlfredoTT
AlfredoTT
Relatos: 4237