La Maestra Catalina ¡Más, más, más!
Hola, soy Juan Diego, aquí el relato de la maestra Catalina.
En ese tiempo, yo estaba como un toro loco, totalmente excitado, pensando en tener relaciones sexuales con mi maestra a toda costa, e incluso llegué a pensar en culiarla por el culo, pero no sucedió en ese momento. Al calmarme un poco y mirar hacia abajo, vi una mancha en mi pantalón, producto de los restregones de verga que me había dado. Mi pantalón se había manchado con líquido pre seminal, lo que hacía notoria esa mancha en mi entrepierna. Rápidamente, tomé un libro de la mochila y lo puse encima de mis piernas para cubrir la evidencia de mi excitación al mirar el espectáculo de la ducha.
Escuché que la maestra Cata salía de la habitación y levanté rápido la mirada para contemplar una vez más su hermoso cuerpo. Salía enfundada en un conjunto deportivo del equipo nacional de Cuba y una toalla en la cabeza que cubría sus rizos negros, y dijo:
—Fabio, te dije que en mi país fui atleta amateur. Entonces me cayó el veinte de por qué tenía esas piernas y ese culo torneados. —¿No? —No. Miss contestó: «Pues así fue», y mi boca dejó salir las palabras que, hasta hoy, creo que fueron las que encendieron la mecha. —Maestra Catalina, se ve usted hermosa, justo como deberían verse los angelitos. Noté cómo ruborizaba de poco por las mejillas oscuras, sonrió y me dio las gracias, y se sentó de un saltito en el sillón al lado mío. —Comencemos la clase —dijo ella.
Yo no prestaba atención a lo que me explicaba, solo podía mirar su cara y, de vez en cuando, bajaba la mirada para echar un vistazo a sus tetas y su culo redondo. En una de esas miradas furtivas, ella me sorprendió mirándole las tetas. Me tomó por la barbilla con la mano, me miró fijamente y me dijo:
—Eres un chico caliente y pícaro.
Yo me sentí avergonzado, pero a la vez estaba más caliente que cuando la miré en la ducha.
Me disculpé y ella, sin pensarlo, volvió a decir:
—Está bien, es bueno que de vez en cuando un chico le eche un vistazo a esta vieja.
Yo respondí que no me parecía que estuviera vieja o acabada, sino todo lo contrario. Volvió a sonreír y sus ojos se iluminaron. Me dijo: Tu novia debe de ser muy feliz contigo, Fabio, con esas cosas tan bonitas que dices.
Acto seguido, paso su mano sobre mi pierna, justo por encima de la rodilla, y la subió lentamente hacia el muslo. Entonces entendí que ya se estaba calentando y que tal vez mi sueño se haría realidad.
Noté el libro que tenía por encima de las piernas y se dio cuenta de algo interesante: el libro que había tomado para cubrir la mancha de mis pantalones era de historia, así que lo tomé y me preguntó qué hacía con ese libro si no era de su materia. Cuando lo tomé para apartarlo de mis piernas, me asusté e intenté devolverlo a su sitio, pero ella lo agarró con más fuerza y preguntó:
—¿Qué estás escondiendo ahí? Al mirar lo que había bajo los ojos se le hicieron más grandes y vio la enorme mancha en sus pantalones y un bulto que se alzaba por dentro del pantalón, producto del roce de su mano con su pierna. —¿Te has cagado en los pantalones? —dijo ella, y yo me sonrojé y bajé la cabeza. —Por Dios, Fabio, te has meado en los pantalones —dijo ella, y yo me sonrojé y bajé la cabeza. Volvió a mirar y concluyó lo que había pasado:
—Me espiaste en la ducha y te viniste en los pantalones. —contesté avergonzado—: Sí, señorita, la observé mientras se duchaba. Ella se levantó de golpe, me dio la espalda durante un momento y se tocó la nuca. Después, se volvió hacia donde estaba y dijo: —Creo que debes irte, Fabio. Yo cogí mis cosas y, sin decir palabra, me dispuse a bajar por las escaleras. Fui a la puerta, la abrí y salí de su casa.
Me sentía un idiota, frustrado porque mi sueño se había esfumado. Caminé despacio hacia la salida del complejo residencial y llegué a la parada del autobús. Esperé unos diez minutos al autobús. En eso, la sonrisa se volvió a mi rostro: la maestra Catalina se acercó en coche y bajó el cristal, me miró con lujuria y me dijo: «Sube, muchacho». Acepté y me monté en el coche. Volvió a entrar en el complejo y estacionó el coche en la cochera. Cuando esta se cerró, me miró y me preguntó: «¿Tú lo que quieres es cogerme?». —¿Verdad, Fabio?
Mis ojos casi salen de las cuencas y, sin pensar, dije: —Sí, eso quiero, miss —me miró nuevamente, tomó mi mano derecha y la puso suavemente sobre su teta. Mi mano reaccionó rápidamente a ese acto y comenzó a amasarla.
Muy despacio se acercó a mi cara y me besó en los labios. Mi verga estaba lista para la acción y alzó el bultillo en mi pantalón. La maestra Cata tomó el cierre de mi pantalón y lo deslizó para, con sus dedos, tomar mi calzón y bajarlo un poco. Con la otra mano, tomó mi pene y lo sacó. Miré su rostro y le dije: —El mío es tan grande, ¿no le hará daño, miss? —la besé con intensidad y mis manos masajeaban sus tetas duras y firmes por encima de la ropa; ella tomaba mi verga y la estrujaba muy lento, subiendo y bajando el prepucio. Al hacerlo, reaccioné con un poco de dolor, ya que no estoy circuncidado.
Ella notó la mueca y se detuvo:
—¿Te has lastimado? —preguntó, mirando mi glande y el prepucio atrapado en mi pene.
—No estás circuncidado, Fabio —dijo.
Moví la cabeza en forma negativa. Ella subió el prepucio y me dijo algo que me excitó mucho:
—Siempre quise uno así con el pellejo entero —dijo, y en seguida se deslizó por el asiento del coche y comenzó a darme una mamada de alarido. Nunca me habían dado sexo oral, ya que a mis novias no les gustaba, decían que era asqueroso. Con la mano derecha cogía sus abultados rizos y con la otra sus tetas, ya por debajo de la camiseta. Noté que no llevaba sujetador y, con la mano derecha, empujaba su nuca hacia abajo mientras veía cómo se tragaba toda mi verga. El sonido que eso producía era excitante. Glup, glup, glup, glup, y después un smuakkk seguido de una haaaa bastante sonoro. Yo me retorcía en el sillón del coche, loco por la lujuria del momento, y empuje muy fuerte su nuca hacia abajo, hasta que escuché un susurro de malestar salir de su garganta. Se incorporó y me dijo: «Chico, pero ¿qué piensas?», algo molesta, y me pidió que no lo hiciera tan fuerte. Le pedí perdón.
Siguió mamando verga por un rato más
Como la posición era incómoda, se levantó y me pidió que bajara del coche. Ella salió por la puerta del conductor, dio la vuelta y me sacó del coche. Tomó el cinturón, quitó el pasador, desabotonó el pantalón y, de un tirón, lo bajó junto con mi calzón.
En ese momento, miró fijamente mi pene erecto y mis pelotas y dijo: —Está lindo, parece una salchicha en su envoltorio —dijo, lo que me puso a mil por hora.
La tomé por los rizos abultados de su cabellera y le metí la verga en la nariz. Lentamente, subió su barbilla y abrió la boca. De un solo golpe, le metí la verga en la boca y comenzó a mamar sin parar y con buen ritmo. Mientras, mis manos bajaban el cierre de la chamarra deportiva y la despojaban de ella, dejándola solo con un top deportivo blanco que no tardé en subir por encima de los pechos para comenzar a amamantarlas con las dos manos, estirando sus pezones con los dedos muy despacio. Así seguimos durante un periodo de entre 15 y 20 minutos, cuando empecé a sentir dolor en el pene debido a sus labios que se apretaban violentamente sobre él. Me metía la lengua un poco por debajo del prepucio y daba giros en mi glande con ella, me la pasaba por todo el tronco y lamía mis bolas. Sentí que ya no podía más y, con un grito ahogado, dije:
—Me vengo, miss.
Ella se sacó la verga de la boca y la lamió toda, apretándola muy fuerte. Luego me miró y dijo:
—¿Te gustaría llenar mi boca con tu esperma? —Yo dije: «Sí». —Sííííí —dije, y volvió a poner sus labios en mi cabeza y, de un tirón, la metió en su boca.
La sensación de su lengua caliente y la excitación del momento hicieron que me corriera de golpe, soltando un gran chorro de esperma dentro de su boca, seguido de pequeños chisguetes de semen caliente.
Solté mi verga de su boca y la lamí hasta dejarla limpia.
Cerré los ojos producto de la eyaculación tan intensa de mi primera experiencia oral y me quedé agitado y sin aliento por un momento. La maestra Catalina se levantó, me besó en la boca y dejó un poco de mi semen en mis labios, lo que no me pareció desagradable. Volví a besarla, tomé sus tetitas entre mis manos y sus pezones entre mis dedos. La masajeaba y seguía besándola. Mi verga seguía dura y ella la tomó con la mano y comenzó a masturbarla suavemente y con fuerza durante un rato, mientras mis manos descendían por su abdomen para deslizarse suavemente por debajo del pantalón deportivo. Toqué por primera vez su vagina, húmeda y caliente.. Comencé a frotarla con mis dedos y ella comenzó a gemir y a agitar la respiración. Seguí así por un momento y, después, cuando bajé sus manos su pantalón hasta las rodillas, contemplé mudo el tremendo culo y ese par de piernas que ahí estaban solo cubiertas por un calzón tipo bóxer corto, que dejaba al aire la mitad de su culo.
La tomé con los dedos de las dos manos y la deslicé hacia abajo, suave y lento, bajando de su boca por su cuello, sus tetas, su abdomen, su pubis hasta llegar a su vagina oscura y, a la vez, rosada, con un vello rizado muy negro. Con la lengua, lamí su monte de Venus y, suavemente, bajé hasta su vagina, tomándola por las nalgas y volviéndola a tumbar hasta tenerla con las nalgas sobre el coche. La tumbé sobre él y puse sus piernas torneadas y fuertes sobre mis hombros. Sin pensarlo, me abalancé sobre su raja y comencé a darle unas buenas mamadas a sus carnosos y rosados labios vaginales. Mientras mi lengua se volvía loca entrando y saliendo de su entrepierna, busqué su clítoris y vi cómo asomaba un pequeño dedo meñique por la raja. Lo cogí entre mis labios y lo chupaba y estiraba sin llegar a lastimarla. Ella se retorcía sobre el capó del coche y me pedía que no me detuviera diciendo: —¡Sí, así, dame más, muchacho! —Méteme la lengua, chúpame el coño y el chocho —gritaba.
¡Más, más, más!
Sus jugos vaginales escurrían por los costados internos de sus hermosos muslos negros y bien formados, dejando su vagina brillante por la lubricación. Comencé a meterle un dedo en el coño y después dos, sin dejar que mi lengua y labios jugaran salvajemente con su clítoris. La maestra Cata retorcía su cuerpo como una oruga y apretaba mi cara con sus fuertes muslos. Yo seguía metiendo y sacando los dedos de su vagina con más fuerza, hasta que, de pronto, se escuchó un sonoro «¡Ahhh!» en el garaje y una tremenda corrida salió de su vagina, salpicándome en la cara. Al principio me quedé impactado, pero al probarlo supe que había llegado su orgasmo. Sabía algo salado, como a sudor mezclado con no sé qué. La besé despacio desde su vagina hasta la boca, quedando encima de ella, y noté que estaba agitada y con los ojos entreabiertos. Tontamente, pregunté:
—¿Le gusto, señorita?
Ella abrió los ojos, me sonrió y me besó en la boca.
—¡Coño, me encantó!
Nos quedamos unos momentos recostados, recuperando el aliento sobre el capó del coche, mientras le besaba el cuello y los labios, diciéndole que me encantaba y que la deseaba desde el primer día que la vi. Ella no decía nada, solo me miraba con ternura. Yo seguía con los besos y las palabras de aliento, con las manos le recorrían todas sus piernas, el pubis y la raja incluida, y las tetas.
Seguimos charlando cachondamente por un largo rato, después entramos por la puerta de la cocina de su casa con los pantalones medio acomodados y ella con su top y chamarra en la mano. Miré el reloj y advertí que casi llegaba la hora de regresar a casa. Ella se apoyó en la barra de la cocina, yo puse mis cosas sobre la mesa y me abalancé de nuevo sobre la maestra Cata. Comencé a besarla y mis manos jugueteaban ansiosas con sus tetas, aún desnudas, bastante firmes y llenas de sudor. Tenía la firme intención de meterle la verga esa misma noche; no me importaba que me regañaran en casa o que mi novia se enfadara conmigo, solo tenía una cosa en la mente: cogérmela a la maestra Catalina.
Seguí lamiendo sus tetas y besándola; pasando mi mano por su raja y el clítoris, comenzó a excitarse de nuevo. Ya había advertido lo que venía: un palo suculento. Mi pene se puso duro en segundos, pero de repente me frenó de golpe y me dijo: —Coño, tranquilo, que hay más tiempo del que vida—. —¿Refiriéndose a que por ese día había sido suficiente?—pensé, y respondí a regañadientes:
—¿Por qué? Si los dos estábamos aún calientes, puso sus manos sobre mi pecho, retirándome un poco de ella, y me miró fijamente, diciendo:
—Quiero que me desees aún más, para que el día que me pongas tu pene dentro te vuelvas loco. —Eso me alentó a seguir adelante.
Me besó tiernamente y me dijo que tomara mis cosas, que me llevaría a la parada del autobús. Nos vestimos de nuevo, tomé mis cosas, subimos al coche y me llevó sin cruzar palabra a la parada del autobús.
Abrí la puerta e intenté besarla para despedirme, pero ella respondió:
—No, aquí no.
Lo entendí y bajé rápidamente de su coche. Cerré la puerta y se fue a su casa.
Ese día terminó así. Regresé a mi casa y, de camino, iba como en otro mundo. Recordaba y repasaba cada momento, cada chupada de pene, cada dedo insertado en su vagina y todo ese ambiente caliente, el sabor de su saliva, el olor de sus tetas, la suavidad de sus piernas… Pfff, simplemente todo. Llegué a casa y me di un baño y me fui a dormir.
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