La barrendera de mi barrio estaba muy buena

Mayte, morena, de media melena, cara atractiva, buena estatura, mediana edad y un cuerpo más que aceptable, algo por encima de su peso normal pero voluptuosa y sin llegar, ni mucho menos, a la obesidad.
Era la barrendera de mi barrio; yo la veía casi a diario con su equipo de trabajo, herramientas propias de su profesión y empujando un carrito donde llevaba un cubo grande y los utensilios necesarios. Era simpática, siempre saludaba a todos y se paraba a charlar con la gente, yo incluido. Hablo en pasado porque de esto hace unos años y ya hace mucho tiempo que no la veo.

Un día se encontraba barriendo bastante cerca de donde estaba aparcada la furgoneta de mi trabajo, con la que yo atendía mis tareas, cuando se desencadenó una tormenta colosal: agua y granizo caían de forma torrencial. Mayte corrió a buscar refugio bajo unos árboles de un jardín cercano y yo corrí hacia la furgoneta. Me senté dentro y, a duras penas, podía verla aguantando la tormenta que la estaba dejando empapada.
Abrí la ventanilla y la llamé; ella acudió corriendo y se subió al asiento del copiloto. Empezamos a hablar del tiempo y de la imponente tormenta, de tal magnitud que no dejaba ver a más de dos metros. Ella ya se había mojado bastante, estaba empapada, y entonces se dio cuenta de que el cubo que había en el carrito se estaba llenando de agua, por lo que acordamos bajar y, entre los dos, meterlo en la parte trasera de la furgoneta. Así lo hicimos, no sin recibir una importante cantidad de agua.

Nos quedamos en la caja de la furgoneta, cerrando las puertas y utilizando repuestos que había en ella como asientos improvisados. El agua y el granizo golpeaban en la chapa y sonaba muy fuerte, con un ruido ensordecedor. En la furgoneta llevaba una garrafa con agua, jabón, toallas y un recipiente que usaba a modo de pila para asearme cuando acababa de reparar alguna avería y tenía las manos llenas de grasa y polvo.
—Oye, ¿me permites que me seque un poco con esas toallas? —me preguntó.
—Por supuesto —respondí—. En esa caja hay otra toalla más grande —le indiqué.

Mayte comenzó a secarse la cara y el pelo, se abrió la chaqueta y se subió hacia arriba un suéter, mostrando el sujetador y su torso. Se secaba por todas partes, acabando de quitarse la chaqueta y el suéter que llevaba. Yo la miraba con interés y algo extrañado por la soltura y naturalidad con que se acicalaba sin importarle en absoluto mi presencia. De repente me miró y me preguntó:
—¿Supongo que no te molesta?
—No, no, para nada.

Se acercó a mí y me dio un beso en los labios diciendo:
—Eres un cielo. ¿Te gusta lo que ves?
—Mucho, pero veo poco.
—Ah, ¿quieres ver más? No te preocupes, que ahora lo verás.

Y me volvió a besar del mismo modo.
—Mira esto —me dijo, quitándose el sostén y dejando sus pechos a la vista—. Ahora ves más, ¿no? —me dijo mientras se secaba los pechos, muy bien formados por cierto.

—Bueno, algo más sí veo —contesté bastante excitado y extrañado. Acercándome a ella le di un beso bastante más formal que los dos que ella me había dado a mí, permaneciendo un rato largo con los labios de ella y los míos unidos. Agarré sus pechos con ambas manos; a estas alturas se me había puesto la polla como un garrote y ella lo notó.
—Te estás poniendo malo y no has visto nada.
—Eso tiene arreglo —contesté desabrochando el botón de su pantalón.

Ella me echó la toalla alrededor de mi cuello y me atrajo hacia ella, volviendo a besarme apasionadamente. Bajé su pantalón hasta los tobillos dejando a la vista sus bragas, a través de las que podía adivinarse un hermoso matojo de pelos. Comencé a tocar su coño por encima de las bragas y fui acariciándolo suavemente.
—Espera un momento —me dijo, y se agachó a quitarse las botas y el pantalón. Volvió a besarme y se le notaba por la respiración agitada que estaba muy excitada.

La lluvia continuaba muy fuerte golpeando la chapa y ventanillas del vehículo. Le bajé las bragas hasta los tobillos y ella, con un hábil movimiento de pies, se las acabó de quitar, quedando a la vista un hermoso coño en el que se adivinaba, a través de la pelambrera, una raja larga y unos labios carnosos.

Fui a meter la mano y me detuvo: —Espera un momento, dijo, y echando agua en el barreño, se lavó el coño con jabón y se secó muy bien —Ahora, dijo, yo cogí la toalla grande que guardaba en una caja, la extendí en el suelo y la invité a tumbarse en ella, yo me apresuré a tumbarme junto a ella y comenzar a meter mis dedos en esa extraordinaria raja que parecía sonreírme, la acariciaba suavemente haciendo hincapié en el clítoris e introduciendo los dedos dentro de su coño, a lo que ella respondía con jadeos muy seguidos y entrecortados, de repente, se abalanzó sobre mi bragueta, desabrochándome, cogió mi polla y, apretándola, comenzó a sacudirla de arriba a abajo —Dios, ¡qué tranca!, dijo, y la Apretó con más fuerza.

Yo estaba muy excitado, la polla me iba a reventar, pero ella estaba más excitada todavía, emitía unos gemidos profundos y jadeaba constantemente sin parar de mover la mano, acercó su boca a mi polla y se la metió entera dentro de ella con un movimiento de dentro y fuera constante hasta que reventé, un placer muy intenso me corrió la columna y todo el cuerpo y le eché una corrida descomunal dentro de la boca, y ella continuaba succionando mi polla, se detuvo, escupió mi leche al suelo y se enjuagó la boca con agua de la garrafa, yo quedé extenuado, inmóvil.

Mayte volvió a tumbarse a mi lado y comenzó a acariciarme el cuerpo. _Vaya corrida has echado, eh, me dijo. Es que estaba muy excitado, contesté, y me fui a su coño, empezando a besarlo delicadamente por todas partes. Le metí la lengua dentro de su raja y comencé a lamer aquel pozo de placer, succionándole el clítoris en varias ocasiones. Ella se retorcía de excitación y, tras un rato, volvió a coger mi polla, que comenzaba a ponerse tiesa por momentos. Continuó con los movimientos atrás y adelante, sin dejar de dar gemidos, hasta que puso mi polla como un garrote. Momentos en el que se me subió encima a caballito, con las rodillas en el suelo, y se introdujo toda la polla dentro de su coño.

Soltó un gritito como de dolor o placer, o de ambos a la vez, y un gemido largo y entrecortado, y comenzó a bombear, metiéndose la polla hasta el fondo cada vez que bajaba, y dando grititos que supongo nadie oyó porque seguía diluviando. Se dejó caer hacia mi pecho y comenzó a besarme por todas partes, sin dejar de meterse y sacarse la polla, hasta que, en un gemido alargado e intenso, se corrió, retorciéndose como una posesa y emitiendo gemidos que me pusieron otra vez muy excitado. Tras un instante, la di la vuelta y la puse boca arriba, me puse encima de ella y comencé a restregarle la tranca por toda su raja.

Tras un rato, sentí que me estaba excitando mucho nuevamente y le metí la polla en el coño hasta el final, nuevamente un gritito que no supe identificar y comencé el bombeo, lentamente, pero cada vez se la metía hasta el fondo y ella dejaba escapar ese gritito que tanto me excitaba, poco a poco comenzó a acelerar los gemidos y a respirar más agitada, y tras unos instantes, se corrió de nuevo, dejando esta vez escapar un largo aayyyy y retorciéndose de placer, a la vez que me cogía por la cintura y apretaba sus manos hacia ella, impidiendo mi movimiento. Así permanecimos durante un rato, pero no permitió que sacara la polla, me abrazó con sus piernas y me mantuvo pegado a ella.

La tranca permanecía rígida y muy dura dentro de su coño completamente y comenzó a besarme de modo salvaje, no decía nada, solo me miraba fijamente con unos ojos que delataban el placer que estaba sintiendo en ese momento y que a mí me ponía más cachondo todavía, si ello era posible. Por fin abrió las piernas y me permitió continuar con los bombeos de mete saca, yo, aunque excesivamente excitado, tardaba en correrme, quizás debido al poco tiempo transcurrido desde la anterior eyaculación (apenas 30 o 40 minutos), continuamos un rato en esa postura, ella con las piernas muy abiertas y respondiendo a mis embestidas, acompasando los movimientos de vaivén con los míos, transcurridos unos minutos, comenzó nuevamente a emitir jadeos y a agitar la respiración, torciendo la cabeza a ambos lados, y dejó escapar otro grito, posiblemente más intenso y largo que los anteriores.

Quedó inmóvil y respirando aceleradamente —Chico, acabas conmigo —, me dijo. Yo no le contesté y continué con mis movimientos; no lograba correrme, pero mi polla no bajaba su rigidez ni yo la intensidad del mete saca, que de cada embestida la penetraba hasta el fondo y la hacía gemir. Poco a poco comencé a notar un placer que me corría el cuerpo entero y comencé a gemir, a la vez que Mayte, que se empezaba a correr nuevamente. Los dos jadeábamos al unísono, los dos intensificamos los movimientos y los dos gozamos ese placer intenso entre gritos, gemidos y gruñidos.
Quedamos exhaustos, inmóviles y mirándonos fijamente a los ojos, uno junto al otro, tumbados sobre la toalla, de espaldas, y en ese momento levantó su cabeza y nos volvimos a besar —Qué bien lo he pasado —dijo mientras se incorporaba para ponerse la ropa, yo hice lo propio y nos vestimos los dos. Continuaba lloviendo a cántaros y aún permanecimos un buen rato en la caja de la furgoneta, ya era hora de terminar su jornada, pero no se atrevía a salir, por lo que decidí llevarla hasta el cantón de limpieza.

Esto hay que repetirlo, le dije durante el trayecto —Por supuesto, respondió, pero tiene que ser en una cama y estaremos mucho más cómodos—, y así fue: nos vimos muchas veces más y follamos como locos en su casa. Acabó el trayecto, detuve el vehículo junto a la entrada de su base y bajamos el carrito entre los dos. Bajo el torrencial temporal, me despedí de ella con un ¡Hasta mañana! y me fui a mis tareas.

Espero que os haya gustado este relato, porque os aseguro que a mí me encantó.

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