Intercambio virtual lleno de lujuria
Esta situación sucedió hace unos años, esas historias que te marcan y te dejan un recuerdo imborrable.
En aquel entonces, Dalma y yo llevábamos unos años de pareja y aún estábamos conociéndonos y comprobando si las cosas funcionarían bien conviviendo entre cuatro paredes.
Ella ya se había licenciado en Medicina y estaba haciendo un posgrado de cirugía; amaba ese mundo, pero era un poco cómico porque yo veía una gota de sangre y me desmayaba.
Yo iba por algo más tranquilo; lo mío era informática, me gustaba todo lo relacionado con los ordenadores, los teléfonos móviles, las pantallas, las comunicaciones y el mundo de la robótica del futuro.
Venía un poco atrasado con mis estudios, ya que trabajaba en una empresa prestigiosa y me consumía demasiado tiempo de mi jornada.
Cuando decidimos mudarnos juntos, no nos llevó demasiado tiempo decidirnos por un bonito semipiso que daba al contrafrente, el departamento B de un octavo piso.
Nos hubiera gustado el A, cuya vista daba al río, pero el valor mensual del B, que daba a la ciudad, era más económico y ya estaba por encima de nuestro presupuesto.
Era un barrio bastante acomodado, en un edificio también, no es que pretendiéramos ser más de lo que éramos, pero buscábamos algo que realmente nos gustara y poder empezar con un tema menos de que quejarnos.
De todas formas, nos quedaría un sabor amargo por no poder alquilar el A, la vista que tenía era impagable.
Así habíamos iniciado un camino de amor que no tendría retorno.
En poco tiempo, el piso de al lado también se alquilaría y llegarían nuestros nuevos vecinos. Sentimos los ruidos de las mudanzas y todas esas cosas propias de los inicios de una relación.
Al día siguiente, o a los dos días, no lo recuerdo bien, golpearían a la puerta de nuestro departamento. Era un poco tarde ya, Dalma se estaba duchando y yo esperaba mi turno después de un día agotador. Eran nuestros vecinos que nos traían un presente de bienvenida, querían presentarse y demás cosas, muy estilo americano. Yo se lo agradecí, pero les dejé notar la hora y lo inoportuno del momento. Ellos comprendieron y dijeron que no habría problemas, tal vez otro momento.
Lo gracioso es que de ese primer encuentro, lo único que me quedaría grabado serían las enormes tetas de mi nueva vecina.
Cuando Dalma vio el regalo, un poco se molestó conmigo, tal vez había sido descortés, pero bueno, son cosas que pasan en toda relación de pareja.
El sábado por la tarde íbamos a enmendar mi torpe actitud. Llevábamos unas masas finas, llamamos a la puerta y nos invitaron a pasar cortésmente. Llegó el momento de las presentaciones. Estábamos sentados cerca del ventanal que daba a esa preciosa imagen que tanto nos había enloquecido, pero no pudimos conseguir que fuera nuestra por un tema de dinero.
Dalcio era un hombre delgado, poco musculado, de cabello castaño y canas, impropias de alguien de su edad, que parecía de buen carácter. Esa clase de personas que enseguida entablan conversación y es fácil hacer amigos. Se notaba que iba elegante, ya que llevaba ropa deportiva de marca y resaltaban unas zapatillas blancas impecables.
Según dijo, estaba en negocios de importación, tenía contactos en aduana y era puente para muchos trámites complicados. Sin entender mucho de lo que hablaba, deduje que con eso hacía buena plata.
Margarita, su esposa, como ya he dicho, me resultaba irresistiblemente atractiva, sobre todo por sus enormes pechos, que me intrigaban por ser tan perfectos para alguien de su complexión. Era bastante bajita y redonda, con lo cual sus pechos resaltaban más todavía.
Por suerte, Margarita era ingeniera en sistemas y teníamos algo de qué hablar, además noté que mi esposa y mi vecino también tenían cosas en común.
Hablamos mucho y nos comentaron que su estancia sería breve, ya que estaban tramitando un visado de trabajo para Estados Unidos, y ya estaba todo muy avanzado.
Es que Margarita ya tenía un empleo casi asegurado en el país del norte, y no me extrañó, ya que yo era bueno en lo que hacía. Sin embargo, solo con cruzar unas palabras con ella me di cuenta de que era una mente brillante, a años luz de mis conocimientos, y obviamente, sería un tesoro en bruto para las grandes corporaciones.
Su esposo estaba acelerando todos los papeleos burocráticos gracias a sus contactos.
También nos contamos un poco nuestras historias y nuestras vidas, y cuando el sol se ponía, nos dimos cuenta de que había sido suficiente por un día.
Y solo siguieron los cruces habituales entre vecinos: a veces en el ascensor, a veces en la piscina de la terraza, a veces en su casa y a veces en la nuestra. Era compartir vida e ir conociéndonos un poco más.
En especial, coincidir en profesión con mi vecina me llevaba, en ocasiones, a intercambiar ideas sobre algún tema en común relacionado con nuestro trabajo, pero, en verdad, no podía mirarla a los ojos, era como si la vista me pesara y cayera inexorablemente hacia sus pechos, que nunca pasaban desapercibidos gracias a sus escotes más que sugerentes. Creo que ella siempre lo sabía y jugaba ese juego en su beneficio.
Mi madre siempre decía que a los vecinos había que tenerlos ahí, como vecinos, no demasiado lejos como para ignorarlos ni demasiado cerca como para que se malinterpretaran las cosas. Comprendía que Dalcio y Margarita estaban demasiado cerca, más de lo imaginado.
En alguna ocasión, nos dejaron saber que eran «modernos», de mente abierta y que se amaban tanto que incluso podrían animarse a tener aventuras consensuadas fuera de la pareja, sin que eso supusiera un inconveniente.
Dalma y yo hablábamos a solas de todo lo que estaba pasando, sin saber si solo nosotros fabulábamos o si ellos nos estaban haciendo propuestas que fingíamos no comprender.
Cuando nos cruzábamos por casualidad, Margarita tocaba el tema muy sutilmente de lo linda y apetecible que se veía mi mujer para cualquier hombre y lo afortunado que era por tenerla. Cuando esa casualidad se daba con Dalcio, por el contrario, él me hablaba de su mujer, que le hablaba mucho de mí, lo que agrandaba mi ego, y resultaba un poco raro, porque me sentía como si me la estuviera ofreciendo en bandeja de plata.
Pero lo más raro era cuando se lo comentaba a mi mujer, porque Dalma tenía la misma percepción que yo de su parte. Cuando ella se cruzaba con el vecino, él le hablaba muy bien de mí, y cuando ellas se cruzaban, Margarita solo ensalzaba a Dalcio: lo bueno que era en la cama y lo bien que lo hacía.
Así las cosas iban y venían y, en poco tiempo, se había creado una atmósfera sexual sugestiva.
Recuerdo que una vez coincidimos los cuatro en la piscina de la azotea y las tetas de Margarita en un top amarillo flúor parecían explotar y era imposible no mirarlas. Y aunque fuera disimulado porque su esposo y mi mujer estaban ahí, ella volvería a sorprenderme como a un adolescente pajero con mi deseo lascivo.
Me sentí un tonto, pero apenas tuvimos la primera oportunidad de privacidad, me susurró discretamente al oído:
—Sergio, Sergio, deberías tratar de no ser tan evidente.
—De qué hablas? —respondí tratando de ocultar mis huellas.
Mi vecina sacó pecho exultante, como si hiciera falta, y agregó:
De ellas…
Me sentí fatal por lo tonto de mi situación, cuando añadió:
Pueden ser tuyas, pero no como imaginas: mi esposo es muy buen hombre y no hago nada a sus espaldas, y no creo que Dalma merezca una infidelidad, pero hay formas…
Todo quedó ahí, porque su esposo interrumpió el momento, pero no sabía si mi interpretación de la situación era la correcta.
Por la noche, antes de dormir, le narré a Dalma lo sucedido. Admito que, por muchas ganas que le tuviera a mi vecina, yo no le sería infiel a mi mujer. Ella me escuchó con atención y, lejos de molestarse, me dijo que, de alguna manera, ella sentía que Dalcio también se le insinuaba con discreción.
Justamente sería mi vecino quien daría el próximo paso, cuando mi mujer vino a contarme que habían compartido ascensor y él le comentó sin muchas vueltas lo que estábamos imaginando: que eran swingers y que nosotros estábamos en el radar. Dijo que tanto ella como yo éramos personas muy simpáticas y que teníamos buena onda, pero claro, ellos se hacían responsables de sus ideas y todo estaba bien; solo seríamos buenos vecinos.
No tardarían en invitarnos a cenar. Ya era habitual que nos cruzáramos de vez en cuando, pero esta vez fuimos con otras expectativas. Dalma no quería ir, pero le hice ver que sería obvio el rechazo por lo sucedido en el ascensor. Y, para ser sinceros, nuestros vecinos eran muy buenos vecinos.
Y todo fue dentro de los carriles normales. Incluso la situación de que Dalma supiera por mis palabras lo mucho que me gustaban las tetas de Margarita y, además, saber que hacían intercambios, me permitió comerla con la mirada, enfundada en un vestidito celeste que evidenciaba que no llevaba sostén, que solo una delgada tela se interponía entre sus pezones y mis ojos.
Todo empezaría a cambiar después de la cena, de sobremesa y café de por medio, cuando mi vecina fue hasta el dormitorio y trajo un juego de mesa. La tapa lustrosa dejaba ver el título: «Verdades y mentiras del sexo», y en letras más pequeñas: «Un juego de parejas».
Se trataba de un juego de carreras en un tablero con dados y cartas de «verdades» y «mentiras», muy ingenioso, puesto que el secreto del juego no era llegar el primero, sino conocer los gustos y fantasías de cada participante.
Obviamente, mi mujer sería pareja con mi vecino y la tetona de Margarita conmigo, de manera que nadie pudiera mentir, ya que tendría un rival que me conocía muy bien en el equipo contrario.
El juego se calentaría demasiado, sin querer, y entre esas verdades y mentiras quedarían al descubierto todos nuestros secretos y gustos: oral, vaginal, anal… Qué cosas sí, qué cosas no, privacidad, público, tríos y todo lo que se pueda imaginar, incluido lógicamente el intercambio de parejas.
Cerca de las dos de la mañana, entre juegos, copas y excitación, Margarita ya estaba casi desnuda a mi lado y Dalcio parecía cogerse a mi mujer en cualquier momento.
Sería Dalma quien, estando al borde del abismo, daría por terminada la velada, ya que había sido suficiente y el acoso de nuestros vecinos quedaría trunco.
Sin embargo, ya en nuestra cama matrimonial, hablamos de lo sucedido y tuvimos un sexo loco, desenfrenado y salvaje, como para liberar la presión acumulada hasta unos minutos antes.
Las cosas no tardarían en suceder. Con Dalma hablábamos mucho de lo que estaba pasando. Incluso me confesaba que tenía muchas ganas de estar con Dalcio y ya no sabía cómo evitarlo. Y esa noche solo había interrumpido el juego para evitar que se le abalanzara encima en mis narices.
Y estábamos de acuerdo en permitirnos una licencia consentida; solo teníamos miedos e inseguridades respecto al día siguiente.
Era un domingo a media mañana. Dalma había ido a darse una ducha y yo estaba en un laberinto sin salida con una presentación que tendría que hacer al día siguiente en mi trabajo. El tema se me estaba complicando, y pensé que seguramente mi vecina lo resolvería en un abrir y cerrar de ojos. Podría haber ido a golpear a su puerta, pero preferí llamarla por teléfono. Como éramos expertos en informática, no se nos ocurrió nada mejor que contactar mediante una videollamada usando los led respectivos como medio visual.
Lucía transpirada con unas mallas violetas y un top blanco que dejaba entrever sus pezones y que, una vez más, evidenciaba que no llevaba sostén. Me dijo que estaba haciendo un poco de gimnasia y a mí me resultó muy sexy. Su esposo estaba en segundo plano, con unos papeles sobre la mesa y una taza de café a su lado. Nos saludamos y empecé a explicarle de qué se trataba mi problema.
Dalma estaba ajena a todo y salió de la ducha completamente desnuda, con auriculares en los oídos escuchando música, refregándose los cabellos húmedos con una toalla, quedando como centro de atención para mis ojos, los de mi vecina y los de mi vecino.
Dalcio clavó los ojos en la pantalla y se produjo un incómodo silencio hasta que Margarita rompió este reclamando algo.
—¡Por Dios! ¡Esto no es justo!
Y solo se levantó el top blanco para enseñarme las tetas más grandes, perfectas y hermosas que pudieran existir. Me incorporé y solo dije:
—Ya voy para tu casa, ábreme la puerta…
Y mi mujer, tras el choque inicial, pareció querer jugar el juego.
En los pocos metros de pasillo que separaban ambos departamentos, Dalcio y yo nos cruzamos, me estrechó la mano y, en broma, me dijo:
¡Que gane el mejor!
Solo entré en el departamento contiguo y ella estaba ahí, con esos enormes pechos que me esperaban. Margarita lucía una sonrisa como nunca antes la había visto, pero, al mismo tiempo, un poco más atrás, en la pantalla led, veía que Dalcio ya estaba en mi casa y que Dalma, mi Dalma, lo esperaba completamente desnuda. La sensación de ver a mi esposa con otro hombre era, cuando menos, inquietante.
Pero las cartas estaban lanzadas: mi vecina y yo empezamos a besarnos con locura, embriagados no solo con nuestro propio sexo, sino también con lo que veíamos en el otro lado. Bastaron unos besos profundos para que la aferrara con fuerza por la cintura y la arrastrara sobre mí. Sus pechos quedaron a la altura de mi cabeza y me perdí entre ellos, olvidándome del resto del mundo, eran perfectos y no me alcanzaban las manos ni el rostro para morir en ese sitio. Margarita solo gemía mientras le lamía los pezones, perfectos, solo perfectos.
Y teníamos todos los secretos de todos los participantes; habíamos jugado ese perverso juego, así que solo le lamía y acariciaba sus tetas, ellas no podrían evitarlo. Sentía cómo se contraía su intimidad de forma inconsciente. Mi vecina me regalaría el primer orgasmo con solo comerle las tetas.
—Cógeme, estoy toda mojada…
Fueron sus palabras, la recosté, aparté su tanga y se la metí.
La imagen del led llamó mi atención: Dalma estaba perdida chupándole la polla a mi vecino, igual que yo lo había hecho con las tetas de mi vecina. Ver eso fue muy loco, porque nunca había imaginado ver a mi mujer comiéndole la polla a otro que no fuera yo.
Dalma se encargó de mirar la cámara, porque sabía que yo estaba mirando. Se la comía toda, le pasaba la lengua por el glande y, cuando él comenzó a eyacular en la boca de mi amada, fue demasiado como para poder resistirlo: el líquido blanco empezó a fluir por sus labios y por su boca. Saqué mi verga de la concha de Margarita, fui sobre sus tetas y acabé con fuerzas, como hacía tiempo que no sucedía. Solo ensucié su piel y ella se volvió loca con eso. Sabía que le gustaba y solo se las acarició embardunándolas.
Seguimos con los besos, muy calientes, y nos tomamos un tiempo para recuperar el aliento. Al otro lado, según veíamos en la pantalla, sucedía lo mismo.
Yo no podía dejar de acariciarle los pechos. Mi semen ya se había secado y eso me parecía aún más sexy. Sus tetas eran las más perfectas que pudieran existir. Estaba perdido en ese juego cuando Margarita, tomando mi rostro, lo giró hacia la pantalla para decirme:
—Me parece que se nos están adelantando…
Es que Dalcio estaba siendo cabalgado por mi mujer, se la estaba cogiendo de nuevo, y yo aún no lograba una nueva erección a pesar de las caricias que mi vecina me propinaba. Yo ahora solo me concentraba en ver el culo de mi mujer subiendo y bajando, y noté que ahora él miraba la cámara; era como si me mirara a mí. Los gemidos de Dalma hicieron que el fuego se encendiera nuevamente entre mis piernas, y Margarita lo notó. Sabiendo lo que me gustaba y lo que a mi mujer no le gustaba, me dijo:
Ahora me la das por el culo, ¿cierto?
Margarita se acomodó en cuatro, muy provocativa, sacando su trasero directo a la cámara. Sabía que era para mí, pero en el fondo era para él, para Dalcio.
Fui por detrás con muchas ganas; el tema se había tocado en el juego: a Dalma no se le podía hablar de sexo anal y la última vez que lo había hecho había sido mucho tiempo atrás, con una noviecita que tenía antes de conocer a la que sería mi esposa.
Se lo metí muy bien, sin dificultad, lo noté apretadito y me moví con ganas, como si fuera un actor porno. Busqué que nuestros sexos fueran lo suficientemente evidentes como para que al otro lado no tuvieran dudas de lo que estábamos haciendo.
Mi vecina bufaba, me tomaba por las pantorrillas y me decía que no dejara de moverme, y así lo hice, disfrutando de mi momento.
Solo la saqué y, como una regadera, empecé a bañar su trasero, su conchita y su culito dilatado. Lo sentí espectacular y caí de lado, ya que mis piernas comenzaban a acalambrarse.
Al ver la pantalla, mi mujer se llenaba la boca de los jugos de Dalcio por segunda vez. Miré a Margarita y le dije:
—No mintió en nada cuando jugamos, ¿cierto? —le pregunté—. Como le gusta que le acaben en la boca, muy puta…
Estaba hablando así de mi mujer, pero es que así se veía: Dalma tenía un fetiche especial con que le acabaran en la boca.
En ese momento, yo había terminado el juego, mi pene no quería más, me limpié un poco y me recosté en el sillón, dejando mi cabeza sobre las piernas de Margarita. Solo quería contemplar sus pechos, porque aún no salía de mi asombro y mi admiración. Los sonidos de la pantalla atrajeron mi atención y mi vecina dijo:
Malditos… No se cansan…
Mi vecino iba a por un tercer tiempo y mi mujer lo seguía, así que Margarita volvió a hablar.
—Tiene buena verga, verdad?
Y yo me quedé observando hasta el final, donde, como era de esperar, por tercera vez, le eyaculó todo en la boca.
Todo había concluido, a ambos lados. Nos cambiamos y volvimos a cruzarnos de camino a nuestros respectivos departamentos. Dalcio sonrió, me extendió la mano y trató de ser molesto diciendo:
—Hoy me tocó ganar, tres a dos, ¿cierto?
Pero yo le respondí:
—Puede ser, pero yo se la di por el culo, y ese vale doble —dijo, y añadió—: Además, las tetas de tu mujer, amigo…
La charla quedó ahí, Dalma ya estaba tomando una ducha, no pude esperar, me desnudé, me colé tras ella, la puse de frente a los azulejos de la pared y la cogí muy rico, muy animal, bajo la tibia agua que nos cubría; solo seguí hasta llenarle la conchita de semen, mientras solo podía decirle cosas como:
—¿Y? ¿Te sacaste las ganas de tragar leche, putita barata?
La experiencia nos había gustado, y pensamos en repetir, pero nuestros vecinos nos dijeron que no, eran sus reglas: solo una vez y ya. La primera vez es solo sexo, pero la segunda pueden empezar a surgir otros sentimientos que complicarían la relación.
Lo aceptamos, seguimos siendo buenos vecinos y amigos, aunque yo seguía muriendo por las tetas de Margarita. Supimos aceptar el consejo.
Les pedimos que nos enseñaran un poco más sobre el mundo de los intercambios de pareja. Seguramente habría otros horizontes que explorar. Aunque pareciera raro, Dalma era la que estaba más excitada con el tema. Al haber estado con otro hombre, pensaba que tendría más deseos de que yo la cogiera. Y en mi caso, bueno, tal vez no quisiera andar por ahí follando como animales, tal vez lo mío fuera un deseo personal por las tetas de mi vecina y tal vez en eso yo viera un poco la peligrosidad de desviar tu atención hacia una tercera persona que no fuera la persona amada.
Y nuestro libro de intercambios se cerraría más rápido de lo imaginado, porque nuestros vecinos llegarían antes de lo planeado por un empleo en Estados Unidos.
Recuerdo que hicimos una cena de despedida en casa, donde hablamos de todo: del futuro que los esperaba y del pasado que habíamos vivido. Dalcio me dejaría algunos contactos personales por si queríamos profundizar en nuestros temas de intercambios, pero, tras su partida, era como si hubiéramos perdido nuestro norte, como si hubiéramos perdido a nuestros mentores.
Y, con el tiempo, Dalma y yo dejamos de hablar de eso y preferimos conservarlo como un lindo recuerdo.
En verdad, el silencio del departamento A sonaba raro, esos silencios que a veces hasta lastiman los oídos. Extrañábamos los cruces casuales en el ascensor, compartir charlas, la piscina de la azotea y, por supuesto, las tetas más espectaculares que haya visto.
Llegarían nuevos vecinos y volvería la normalidad que impone la sociedad.
Solo como cierre de mi historia, nunca se lo digo a mi mujer, pero cada vez que la veo a los ojos, cada vez que la beso, recuerdo la imagen de su boca llena de leche, de la leche de mi vecino, incluso me parece sentir su sabor en ella y eso me altera, me incita a poseerla como un animal.
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