Entre susurros y secretos con la prima

El aire estaba cargado de una tensión dulce y contenida, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para permitir que dos almas se encontraran sin prisa. Ella y él, primos cercanos pero distantes en palabras, compartían miradas que decían lo que los labios no se atrevían a pronunciar. Cada roce fugaz de sus manos era una promesa silenciosa de lo que había ocurrido y de lo que aún podía suceder.

En la penumbra de una habitación donde confidencias y secretos se entrelazaban, él sentía el latido acelerado de su corazón, una mezcla intensa de deseo y miedo. Recordaba cada instante compartido con ella, la suavidad de su piel, el aroma sutil que despertaba su piel, y el calor que emanaba cuando sus cuerpos se rozaban. Pero había una frontera invisible, un respeto mutuo que ambos mantenían, como un pacto tácito para cuidar lo que existía entre ellos.

Esa noche, las palabras finalmente comenzaron a fluir con la calma de un río profundo. Él le confesó, tembloroso pero sincero, lo que su corazón había callado tanto tiempo: quería amarla sin barreras ni silencios. Ella lo miró, y en sus pupilas brilló la mezcla de sorpresa y anhelo, esa tensión contenida que ambos compartían como un secreto sagrado. No dijo nada, pero sus ojos eran un sí en espera.

Las caricias se hicieron lentas, exploradoras, descubriendo cada rincón del deseo con suavidad. No se trataba de la prisa, sino del encuentro de dos cuerpos que al fin se permitían sentir sin miedo. Su piel temblaba con cada suspiro compartido, y en el juego de sus manos y labios, la intimidad florecía como una danza de confianza y pasión.

El tiempo quedó suspendido mientras se entregaban a ese momento, donde el amor y el deseo se fundían en una conexión profunda, más allá de palabras y etiquetas. Era ese espacio donde dos corazones se reconocían y se cuidaban, prometiendo respetar lo que eran y lo que podrían llegar a ser juntos, en la complicidad de su secreto compartido.

Sus cuerpos se encontraron de nuevo, pero esta vez con una lentitud que alimentaba cada instante. La penetración fue suave, como un susurro que exploraba con paciencia y respeto cada centímetro de piel. Él entraba despacio, sintiendo cómo ella se entregaba poco a poco, dejándose llevar por el placer creciente. Las caricias guiaban sus movimientos, alternando entre la firmeza y la delicadeza, mientras sus respiraciones se mezclaban en un ritmo compartido de deseo. Cada movimiento era una confirmación silenciosa de su conexión, el placer que despertaban juntos elevando el latir de sus cuerpos hasta fundirse en una sola sensación.

Luego, las bocas se encontraron en un juego de entrega y ternura que parecía eterno. Él recorrió con su lengua la piel sensible, explorando no solo el clítoris sino toda la región íntima. El sexo oral se convirtió en un acto de devoción donde cada lamido, cada succión, generaba oleadas de placer que la hacían cerrar los ojos y gemir suave. Su cuerpo respondía vibrante, aumentando la humedad y la tensión hasta alcanzar un clímax pleno y liberador, donde sus cuerpos se estremecieron juntos en un orgasmo que los dejó sin aliento, marcando un nuevo nivel de intimidad y confianza.

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Juan Diego
Juan Diego
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