El sueño del perito. Una hermosa mujer elegante

📋 Lecturas: ️
⏰ Tiempo estimado de lectura: min.

Con seguridad, como siempre, apreté el botón del timbre. Sonó el clásico y elegante Ding-Dong de las casas de la gente pudiente. Siete años trabajando en la peritación de inmuebles me habían hecho desarrollar un sexto sentido a la hora de abordar una vivienda, y en aquella ocasión las vibraciones eran extrañas; sabía q algo fuera de lo normal me iba a suceder. Unos segundos después de haber pulsado el botón una voz femenina me hizo saber que “ya venía”. El punto de luz que habitualmente muestran las mirillas desapareció un instante, para volver a aparecer a la vez que sonaba la cerradura de la puerta acorazada. La familia a la que iba a visitar había sufrido un robo y tras hacérselo saber a mi compañía ésta me ordenó la evaluación de los daños para la posterior indemnización… rutinario. ¿O tal vez no?.

Una hermosa mujer apareció tras la elegante puerta de roble. Por su aspecto cansado y el sudor de su ropa deduje que la había interrumpido en su sesión de gimnasia o algo así. Ella misma me lo confirmó cuando mi pidió disculpas por su aspecto, estaba con el “step”. Me presenté y acredité con la identificación de la compañía y ella consintió mi entrada al recibidor. Tras enumerarme los bienes que le habían sido sustraídos le pedí permiso para echar un vistazo a la vivienda a lo que ella respondió con un “por supuesto, así me dará tiempo de darme una ducha”. Aquella frase sonó tan sugerente que se me hizo la boca agua, nunca olvidaré la sensación. Seguidamente Lucía, así se llamaba ella, me dejó atrás en el largo pasillo de la casa, eso sí, volviendo la vista cada dos pasos, como asegurándose de que yo continuaba en mi sitio. Me pareció que lo que pretendía era que la acompañara, pero enseguida me dije a mí mismo que eso no podía ser. En cuanto desapareció por una de las puertas del lado izquierdo del pasillo, me traje a mí mismo de vuelta de mi fantasía y me dispuse a valorar los posibles daños que presentara la casa.

Justo cuando me encontraba examinando el marco de la ventana de una de las terrazas, al parecer por allí habían entrado los ladrones, escuché de nuevo la cerradura de la puerta. Tal como imaginé, apareció en la estancia un hombre aguerrido, el marido de Lucía, supuse acertadamente. Se llamaba Víctor. Tras las presentaciones y las correspondientes explicaciones (me llamó poderosamente la atención que Víctor no se sorprendiera de mi presencia al entrar en el piso), me dió algunos detalles más del suceso. En ese mismo momento nos percatamos de que Lucía estaba apoyada en la puerta del enorme salón enmoquetado, como hipnotizada con nuestra conversación. “Hola cariño”, musitó Víctor mientras se acercaba a ella para darle un beso. Imaginé que le daría el típico, corto y aburrido beso en los labios… pero me equivoqué. Ambos se fundieron en un prolongado y sexual beso al estilo “french” que dirían los americanos. Lucía iba cubierta tan sólo con una toalla de baño. Estaba tremendamente provocadora con su larga cabellera aún húmeda.

Al principio solamente me fijé en la figura de tan bella mujer, pero me descubrí a mi mismo mirando la firmeza con que las manos de Víctor sostenían el cuidado cuerpo de Lucía. De repente, separaron sus lenguas y ella, con un tono de voz digno de un canto de sirena, le preguntó a su marido qué le parecía yo. En aquel momento me sentí un títere, víctima de un guiñol con un guión preescrito, pero un títere lleno de curiosidad y de deseo. La estampa de la pareja comiéndose a besos había despertado en mi el instinto. Víctor volvió su profunda mirada hacia mí y le contestó a su mujer que “podríamos pasarlo bien los tres”. Prolongó su conversación hasta mí preguntándome si me gustaría observar como se follaba a su mujer. Me prometió que si me portaba bien, quizá me dejaría participar. Yo me quedé en blanco, no sabía que decir. Lucía sé dió cuenta y sin vacilar se acercó a mí dejando caer la toalla y mostrándome unos pechos firmes y un pubis q parecía rasurado por ángeles. Alargó su mano derecha con decisión hacia mi entrepierna y en un acto reflejo mi pene alcanzó medidas desconocidas para mí hasta ese momento. Su mirada era morbosa como la de una vampiresa y su mano tan ágil que parecía estar en tres sitios a la vez. A esas alturas yo ya sabía perfectamente lo que quería, pero también sabía el precio que debía pagar.

Mientras Lucía me tocaba, Víctor se aproximó por detrás de ella, y mientras se despojaba de su traje de Armani con una mano, retiraba de mi vera a su mujer con la otra. La impresionante morena de ojos verdes fue entonces consciente de lo que le esperaba. Ayudó a su marido a quitarse la poca ropa que le quedaba puesta. Víctor se sentó en el borde del carísimo sofá de diseño que había en mitad del salón y Lucía se dejó arrastrar hasta los labios de su hombre. De vez en cuando uno de los dos desviaba su mirada hacia mí, preguntándome con los ojos si disfrutaba del espectáculo, a lo que yo respondía magreando mi sexo por encima del pantalón.
Lucía contoneaba sus caderas para facilitar a Víctor el acceso de la lengua a su depilado chumino. Ella se retorcía de placer mientras él le propinaba largos lametazos que iban desde la cavidad vaginal hasta la misma punta del clítoris. Cuando el entregado marido notó con sus dedos que Lucía estaba lo suficientemente húmeda, se levantó enérgicamente y se colocó detrás de su mujer, apretando su erecta polla contra los turgentes glúteos de Lucía. Con un golpe seco de cadera Víctor empujó a la cada vez más cachonda Lucía y ésta cayó sobre sus manos y sus rodillas en el sofá.

Sin ellos dejar de observarme, yo no podía dejar de tocarme y desear que finalmente me dejaran participar en su juego. Me moría de ganas de lamer los pezones de Lucía, de disponer a mi antojo de su apretado culo y hacerlo rebotar contra mi pubis cuando estuviera penetrándola con mí cada vez más grande aparato. Entre tanto ella comenzó a gemir, su marido por fin le había metido su enorme verga después de haber estado tentándola y restregándosela por los exteriores de su hambriento y húmedo coño. A Víctor le apasionaba colmar la impaciencia de su mujer escribiendo con su polla, como si de un enorme bolígrafo se tratara, por toda la espalda. Le encantaba llegar a la parte baja de la espalda y juguetear con el orificio anal de su mujer hasta que ésta le suplicaba que se la metiera. Esta vez la había hecho esperar un poco mas y Lucía estaba como loca, apretando todos sus músculos vaginales contra la ahora gordísima verga de su marido. Estaba disfrutando como si se estuviera masturbando por primera vez.

Aquella escena me estaba volviendo loco. Nunca había visto desfrutar del sexo a una mujer de aquella manera… y ella se había dado cuenta. Cada vez que me pillaba mirando su expresión, ella aceleraba su respiración y apretaba sus dientes, como queriéndome hacer saber lo que me estaba perdiendo.
De nuevo salí de lo que parecía ser una sesión de hipnosis. Víctor estaba ahora tumbado en el sofá, con su mujer delante de él. La estaba penetrando de costado de tal manera que los dos estaban frente a mí, mirándome. Mientras su enorme polla entraba y salía de la vagina de Lucía a toda velocidad, ella disfrutaba de un primer orgasmo frotándose rítmicamente los alrededores del clítoris. A cada embestida de su marido, sus pechos subían y bajaban dibujando semicírculos. Esa estampa estuvo a punto de provocarme un orgasmo, de tanto rozarme. Mientras Lucía terminaba de correrse Víctor aflojó un poco el ritmo, lo justo para poder llevar a cabo un nuevo cambio de postura.

Estaban ahora sentados, ella sobre él, pero dándole la espalda, para poder seguir mirándome. Lucía empezó a subir y bajar lentamente, con la polla de su marido aún dentro de su coño. Se movía despacio, queriendo adivinar cada una de las formas del sexo de su marido. La estancia estaba en silencio, sólo se escuchaban nuestras entrecortadas respiraciones, pero la tremenda morena rompió esa paz para preguntarle a su marido que le había parecido mi comportamiento, a lo que el respondió que mi paciencia se merecía un premio. Fue entonces cuando Lucía me dedicó su más profunda y provocadora mirada; extendió su brazo hacia mí. Mi instinto me pedía agritos que saltara sobre ella pero después de haberles estado observando me había impregnado de su juego, por lo que pude contenerme y acercarme lentamente hacia ella, que no paraba de subir y bajar, midiendo con cada movimiento la longitud de la verga de su marido. Cuando por fin estuve frente a ella desocupó sus manos, que hasta ahora estaban acariciando sus perfectos pechos, me soltó el cinturón y en unos efímeros segundos me quitó toda la ropa que llevaba de cintura para abajo.

Mi erección era descomunal. Sin dejar de saltar sobre su marido, introdujo mi polla en su boca, saboreando cada centímetro, lamiendo mi prepucio haciéndome enloquecer. Poco a poco iba aumentando el ritmo de su cabalgada sobre la tranca de Víctor y, en consecuencia, sus idas y venidas desde el principio hasta el final de mi aparato se aceleraron. Suavemente Lucía cesó mi felación, así como el trote que llevaba con su marido. Susurrando me dijo lo que yo llevaba ya tiempo queriendo escuchar, “te voy a conceder lo que deseas”. Sin dejar de acariciar mi excitadísima polla, pidió a su marido que se echara a un lado del sofá. Lucía adoptó de nuevo la postura más animal, y me ordenó que la penetrara. Siguiendo al pie de la letra sus indicaciones me coloqué detrás de ella y fue ella misma quien sujetando mi sexo se lo introdujo en la vagina. Una vez la tuvo dentro me increpó pidiéndome que se la metiera hasta atrás. Para mí aquello fue un detonante, me puse más cachondo de lo que había estado en mi vida, y mientras se metía el nabo de su marido en la boca comencé a hacer sonar mi zona púbica contra su culo.

Le gustaba saberse dominadora, tener bajo su control dos enormes pollas y jugar con ellas a su antojo, le encantaba esa postura de poder, se estaba volviendo loca. Verse así la puso tan cachonda que casi sin darse cuenta le sobrevino otro orgasmo. De nuevo, mientras yo le propinaba embestidas, de vez en cuando entrecortadas para hacer rozar mi glande contra su zona erógena interior, se acarició el clítoris, esta vez ayudada por mí. Nuestros dedos se encontraban jugando con sus labios exteriores, que a la vez eran rozados por mi verga. Todo el exterior de su coño era un manantial de flujos que le conferían una humedad maravillosa, lo que hizo más fácil un nuevo orgasmo clitoriano. Acompañando sus sordos gemidos con suaves movimientos de caderas, Lucía se sacó mi polla.

Me pidió entonces que me tumbase bocaarriba en el sofá. Lentamente se colocó de tal manera que creí que practicaríamos el famoso sesenta y nueve pero en lugar de ser mi verga la que se comió, fue de nuevo la polla de su marido la que disfrutó de las precisas succiones de Lucía, envidiaba a Víctor a la vez que gozaba con el calor y la suavidad del coño de su mujer. De alguna forma Lucía debió percatarse de mis celos y untándose la mano con los flujos que de su sexo emanaban, comenzó a jugar con mi verga. Era todo vicio, le gustaba estar entretenida con cada parte de su cuerpo y cuando no estaba magreándo mi miembro arriba y abajo, lo utilizaba para juguetear con sus tetas, que colgaban ahora sobre mi entrepierna y utilizándolo a modo de badajo, como si estuviera repicando sus campanas. Sin dejar transcurrir el tiempo en vano, la excitadísima Lucía cambió por enésima vez su orientación, privándome de la maravillosa vista que eran su coño depilado y su redondeado culo para enseñarme ahora esos enormes ojos verdes.

En ningún momento dejó que fuese yo quien tocará mi polla y de nuevo, con la mano totalmente impregnada por sus fluidos volvió a meterse mi verga en la vagina. Aún estaba imaginando lo que haría con su marido cuando alzó su mirada para gemirle a su marido “tú también Víctor”. Noté como su marido se aproximaba. Un gruñido de placer subido de tono me lo dejó claro. Víctor trataba de empalar analmente a su mujer. Lucía se retorcía de placer teniendo los dos pollones dentro de sí. El roce de nuestros miembros con todos sus puntos erógenos hacía de Lucía un volcán en continua erupción. Perdí la cuenta de lo que parecían orgasmos que iban y venían. Estaba disfrutando ahora como poseída por un espíritu. Varias veces noté como eyaculaba sobre mi verga. Nunca creí que fuera cierto, pero Lucía estaba dejándose llevar hasta casi la inconsciencia por el placer que su marido y yo le estábamos proporcionando. Entre los gritos de Lucía poco a poco empezaron a escucharse los de Víctor y los míos. Los tres sabíamos lo que estaba a punto de suceder así que simultáneamente incrementamos el ritmo de nuestros balanceos. En cuestión de segundos los tres estábamos gritando de placer. Nunca en mi vida había soñado siquiera con un momento así. Un orgasmo simultáneo entre tres personas. Víctor y yo eyaculamos durante varios segundos en el interior de Lucía, que se retorcía de placer entre nosotros.

Después de reposar unos instantes, los tres nos incorporamos y entre sonrisas Lucía nos regaló a Víctor y a mi algunos besos de complicidad. Poco después de haberme vestido, me preguntaron por la tasación. Evidentemente yo les respondí que necesitaría una segunda visita para formalizar mi informe a la aseguradora, a lo que los dos dieron su visto bueno.

Compartir en tu redes !!
AlfredoTT
AlfredoTT
Relatos: 4237