Carmen y Blanca dos hermosas lesbianas – I, II

Cuando llegué al aeropuerto, estaba nerviosa, casi aterrada. Pero cuando la distinguí entre la multitud sentí una mezcla de alivio y deseo. Me vio y caminó hacia mí… Dios, ¡me encantaba! Era un poco más baja que yo y más delgada, podía ver el movimiento de sus pechos bajo la camisa blanca ibicenca. No pude evitar desnudarla mentalmente entre el gentío que se agolpaba en la zona de llegadas del aeropuerto de Sevilla. Nos saludamos, noté su suave mejilla contra la mía y su dulce olor me inspiró mucha paz. Sin embargo, cuando nos separábamos un metro, nos comportamos de forma torpe. Tanto tiempo chateando, hablando por teléfono, pero sin poder tocarnos

En el coche de camino a Jerez le conté todo lo que había planeado para aquel fin de semana. Había pensado en hacer una ruta por los típicos pueblos de la Sierra de Cádiz, para terminar con un día de playa en Tarifa o en Bolonia. Pero me cortó la iniciativa por completo

  • – ¿Te importa si no salimos esta noche?, estoy muy cansada. – me dijo.
  • – Vale, puedo hacer una cena rápida con algo de embutido y un vinito, si te parece.
  • – Me encantaría, – me interrumpió sonriendo.

Al llegar a casa, los nervios se apoderaron de mí.

  • – Voy a ponerme algo más cómodo. – le dije.
  • – Come ti vestirai?? – me preguntó desde el sofá con una sonrisa picarona y hablando en su italiano natal que me ponía a cien.
  • – No sé Blanca, algo más cómo que estos vaqueros y las Vans…

Fui a mi dormitorio, me quité todo menos las bragas y me puse un vestido corto de algodón blanco. Volví al salón y me senté a su lado en el sofá.

  • – Chiudi gli occhi – me dijo mirándome de manera penetrante e intensa.

Le hice caso y noté su aliento en mi cara, supuse que sus labios estaban a milímetros de mi boca y el corazón casi se me salió del pecho

  • – Puoi aprirli…se vuoi.

Los abrí y se acercó más, clavando sus ojos en los míos al tiempo que iba abriendo su boca de una forma muy sensual.

  • – Me pones a mil cuando me hablas en italiano y susurrando… – le dije con aire coqueto.

Blanca suspiró, se lanzó encima y me besó. Mi corazón se aceleró y le devolví el beso con las mismas ganas si no más. Sus labios eran muy suaves. La abracé y apreté sus tetas contra las mías. De repente, sentí calor entre mis piernas al imaginar cómo sería verlos y tocarlos.

Me empujó sobre el sofá y se colocó encima de mí. Todo lo que yo había probado sexualmente hasta ese dia no servía de nada: con Blanca era como si estuviera a punto de volver a perder mi virginidad.

Puse mis manos en su cintura y la atraje con fuerza hacia mí. Empezó a subir la mano por mi muslo y mi tripa hasta llegar a los pechos. Con la otra me quitaba aceleradamente el vestido, mientras me besaba los pezones con delicadeza. Mientras yo empecé a subirle la camisa. Ella se incorporó y se la quitó junto con el sujetador, tirándolos al suelo con decisión. Suspiré cuando vi sus pechos perfectos, eran redondos y más grandes que los míos, justo como había podido ver en las fotos que me enviaba para ponerme caliente. Podía haber pasado horas mirándolos y acariciándolos. Blanca se agachó y los acercó a mis tetas, frotándolos suavemente mientras nuestros pezones se volvían duros como piedras. Y eso era sólo el comienzo.

Me quitó las bragas, mientras yo bajaba la cremallera de sus vaqueros. Ni esperó a que yo terminara de hacerlo y se los quitó al mismo tiempo que sus bragas. A la vez que me volvía a dedicar una sonrisa , los lanzó contra el suelo.  Completamente desnudas, nos besamos de nuevo; abrazadas, deslizaba mis manos por su cuerpo, disfrutando de la suavidad de sus curvas.

El contraste de su piel blanca con mi cuerpo moreno me excitaba muchísimo. Una de su mano bajó a mis muslos y noté sus dedos masajeando mi clítoris. Jadeé y bajé la mía hasta su entrepierna. Estaba mojadísima, tanto o más que yo.

  • – ¿Qué te pasa?, ¿estás cachonda? – me preguntó con una sonrisa burlona.
  • – Me pones a mil cabrona, y lo sabes, ni te imaginas cuanto.

Empezó a rozar su vagina húmeda contra mí muslo. Suspiré cuando noté nuestros labios conectados y su calor mientras ella me lubricaba. Sus gemidos acompañaban los espasmos, y sus pechos bailaban al son de su cuerpo; cada uno de ellos me encendía aún más. Se corrió de forma escandalosa y se tumbó sobre mí, agotada. La abracé fuertemente mientras miraba al techo, procurando entender las sensaciones que acababa de tener. Y lo único que pasaba por mi cabeza era que quería más… mucho más.

PARTE II

Blanca dormía a mi derecha boca arriba. Por un instante observé cómo su pecho se elevaba de forma rítmica cuando respiraba. Con  una sonrisa me volví dándole la espalda y me quedé muy quieta intentando no despertarla. A pesar de las ganas que tenía por descubrir lo que nos esperaba aquel día, no quise que la noche terminara todavía. Volví a cerrar los ojos y, dejé que las fantasías que tenía y que habíamos hecho realidad, se proyectasen otra vez en mi mente. Poco después, noté que se movía.

  • –No te despiertes, –pensé mientras mi cabeza procesaba lo que había ocurrido la noche anterior.

Era demasiado tarde, se había dado la vuelta y dormía de lado dándome la espalda. Me giré y me pegué a su cuerpo. Sentí su espalda pegada contra mis pechos  y sus nalgas cálidas tocando mi sexo.

  • –Buongiorno, –me susurró al oído, acurrucándose en cucharita por debajo del edredón.
  • –¡¡Mmm!!,… buongiorno amore, ¿has dormido bien? –dije sin abrir los ojos–.
  • -Si, -dijo en voz baja.
  • -Yo también, -le respondí-, y me pone muy cachonda ver tu cara mientras te corres.

Mi mano bajó lentamente hacia su sexo. Un pequeño paseo por su cuerpo que me pareció eterno, hasta que la sentí entre sus muslos. Otra vez estaba húmeda. De hecho podía oír el sonido que producían mis dedos masajeando sus labios

  • –¡Qué bien te noto! –me dijo, mientras aumentaba la intensidad de mis caricias.

Su clítoris me pertenecía. Se puso boca arriba para facilitarme el acceso al resto de su cuerpo.

  • –Dentro… –suspiré y empujé mi dedo dentro de su sexo, mientras con mi pulgar trabajaba su clítoris.
  • –¿Te gusta así?
  • –Me encanta…¡mmmm!, ¡ah!, ¡ah!, ¡mmm!, ¡ah!

Cerró los ojos, pero estoy segura que Blanca sentía cómo la escudriñaba con mis ojos y como admiraba su desnudez. La excitación acumulada estaba llegando a su límite. Supe que el orgasmo estaba a punto de llegar.

  • –Siempre me pregunté cómo sería tu cara cuando te corres … –repetía la tarde anterior mientras rozaba su sexo húmedo contra mi muslo–. Enséñame esa carita zorra… –me ordenó con un tono de voz casi autoritario.

Su excitación provocó que mi temperatura se elevara, al mismo tiempo que mis músculos se tensaban mientras la tocaba y le comía su sexo. Se puso a temblar y a gemir, y una serie de espasmos siguieron. Su cuerpo entero quedó consumido en un placer que no terminaba de cesar. Cuando pudo abrir los ojos, nuestras miradas se cruzaron y nuestras caras reflejaban placer.

Después de ducharnos y desayunar, salimos a dar una vuelta. Fuimos a Sevilla a pasear por su casco antiguo. No recuerdo cuando pasó, pero mientras pasábamos por una calle cerca de la Catedral, me di cuenta de que íbamos cogidas de la mano. Por lo general mi lado exhibicionista no va más allá de colgar fotos eróticas en alguna página de contactos, o en los mensajes que Blanca y yo nos intercambiábamos. En público procuro pasar desapercibida. Aún así no podía evitar darle besitos cada vez que era posible.

Las miradas de los hombres recorrían nuestros cuerpos de arriba hasta abajo. Las chicas nos regalaban sonrisas de complicidad. Incluso cuando entramos en un restaurante en la calle Triana, la camarera fue más simpáticas de lo que yo suponía. Me excitó pensar lo que estaría imaginando sobre nosotras.

  • –Por cierto, no te lo he dicho pero me encanta tu sexo, –le dije después de pedir la comida.
  • –Gracias… –dijo Blanca entrecortada y poniéndose colorada como una colegiala.
  • –Cuando volvamos a casa, te voy a comer hasta que te corras otra vez, –le dije, y moví mi lengua como si le estuviera haciendo un cunnilingus.
  • –Por favor, ¿puedes ser más discreta?, -me pidió, un poco avergonzada.
  • -¿Te da vergüenza?.
  • –Para nada, es que no hace falta anunciarlo a todo el restaurante… –me contestó con una sonrisa.
  • –Vale… era un piropo, –le repliqué mientras le guiñaba un ojo para después lanzarle un beso al aire.

En ese momento llegó la comida. Y tras un silencio volví a sacar mi lado más pícaro e insinuante.

  • –A ver la cara que pones cuando te pase mi lengua por el clítoris, –dije.

Me clavó una mirada lasciva. Mientras yo pasaba mi lengua por el pico de un pan.

  • –Pero claro, no la veré porque yo tendré mi cabeza metida  entre tus piernas.
  • –Per favore,…¡para! –protestó mezclando ansiedad, deseo y vergüenza, –No quiero que hables tan alto…
  • –Vale, no hablaré alto, –susurré. -Pero dime, ¿no quieres que mi lengua recorra tu coño? –le pregunté en un tono súper sensual–.
  • –Claro que quiero… –sonrió.

Esa vez yo tuve que cruzar las piernas por debajo de la mesa porque estaba imaginando su lengua… rozando mi clítoris.

  • –Y después, me puedes comer a mí… si quieres, claro –dije antes de apartar la mirada y esperar una respuesta afirmativa.
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Carmen VdD
Carmen VdD

Mujer morbosa de 40 años aficionada a la lectura y escritura erótica. Me gusta compartir mis experiencias con otros autores

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