Buscando el limite… ¡Ahora no hay vuelta atrás!
La ante última noche de nuestras vacaciones ha llegado. Los días previos han sido maravillosos, incluyendo algunas noches íntimas y románticas.
Pero esta noche mi mente vibra en un torbellino de deseos inconfesables. Fantaseo con entregarme por completo y más allá. Imagino que me dominará, y a la vez anhelo dejarlo sin fuerzas, dominarlo y sentir su rendición.
El entorno es perfecto. La luz tenue de la cabaña crea una atmósfera íntima, mientras el sonido de las olas rompiendo en la playa y la brisa cálida que entra por la ventana tejen un escenario perfecto.
Me siento en la cama, esperando a que él termine de ducharse, mientras mi mente divaga en un torbellino de ideas incontrolables. Quiero rendirme y dominar, sentirlo y agotarlo; Mientras, mi entrepierna se humedece imaginando.
La puerta del baño se abre. El vapor se desliza detrás de él, envolviéndolo en un halo tibio. Me sobresalto apenas, aunque no aparto la mirada. Él me observa con una mezcla de desconcierto y deseo, intentando descifrar algo que ni yo misma comprendo hasta este instante.
—¿Te pasa algo? —pregunta, sin dejar de mirarme.
—Si, es que hoy no quiero hacer el amor—digo, con voz baja pero firme.
Un leve ceño se forma en su frente. Puedo ver cómo su mente busca sentido en lo que acaba de oír.
—Pero, mi amor… pensé que querías. Te estuviste insinuando toda la cena —murmura, confundido.
Mi sonrisa me delata.
—Hoy quiero que me cojas salvajemente —susurro—. Quiero que me lleves más allá del límite. Fantaseo de cómo me vas a ser tuya, y que tú seas mío, amor. Voy a devorarte hasta que no puedas más, y quiero que me devores sin compasión hasta que nuestros cuerpos caigan totalmente rendidos…
El aire entre nosotros cambia, vibrante. Su respiración se acelera; la mía la sigue. Una corriente eléctrica recorre mi columna vertebral. Mis pezones se endurecen, mi sexo palpita y se humedece más.
Él me mira, aturdido, los ojos encendidos, el pecho agitándose al ritmo del asombro.
Ríe y pregunta: —¿Estoy seguro de lo que acabo de oír? —, con voz incrédula.
Salto de la cama, desnuda y camino lentamente hacia él. Mi cuerpo arde de deseo. Lo abrazo, le muerdo suavemente la oreja y le susurro:
—Sí, totalmente, amor… y será mejor que te tomes la pastillita azul, porque esta noche hay guerra.
El dejo caer su toalla y quedo completamente desnudo. Nos besamos con fuerza, su lengua explora la mía con urgencia mientras mis manos recorren su espalda húmeda.
Mi sexo se extrémese al contacto al sentir el roce del suyo. Su erección presiona contra mi entrepierna, y un calor súbito me recorre de pies a cabeza. Sus manos me sujetan por la cintura, me atraen hacia él, y por un instante solo existe este deseo ardiente que nos consume.
Mis labios recorren su piel desde el cuello pasando por sus pectorales lampiños, mientras me voy arrodillando de a poco hasta quedar frente a su entrepierna. Siento mi poder sobre él, mientras mi humedad aumenta. Lo miro directamente a los ojos, abro la boca y lo atraigo hacia mí, lo siento entrar en mi boca. Comienzo a succionarlo lentamente, saboreando cada gemido que arranco de sus labios.
Lo tengo bajo mi control, eso me excita y me toco, siento mi poder sobre él, lo disfruto. En un impulso, llevo las manos a sus nalgas: lo atraigo con decisión, obligándolo a hundirse aún más en mi garganta. Sus jadeos se vuelven roncos; noto tensarse sus muslos y su cuerpo. Cada movimiento de mi boca lo excita enormemente, y eso me da una satisfacción casi feroz. Me gusta esa sensación de poder, saber que cada gemido suyo nace de mí.
Siento el pulso de su orgasmo a punto de estallar. Mi cuerpo arde de deseo. Le digo: —Amor, quiero sentir tu leche sobre mí. Él se aleja, se arquea y con tres o cuatro movimientos intensos, su semen caliente baña mi cara, mi cuello y mis pechos.
Me recorre una sensación casi orgásmica al sentirlo jadear sin aliento. El semen recorre mis pechos y gotea desde mis pezones hinchados, mientras él me dice: —¿Te gustó, amor?… —Me encantó —le respondo con una sonrisa traviesa—, sabes que me calienta mucho y voy a querer más.
Me levanto y siento las piernas ligeramente temblorosas, me limpio delicadamente con la toalla antes de ir a la cama. Lo tiro de espaldas y me subo sobre él, arrodillándome sobre su boca. —Ahora me toca a mí —le susurro mientras él empieza a besar y lamerme todo mi sexo. Siento como mi humedad aumenta al contacto de su lengua.
Me muevo complementando sus movimientos, gozando cada momento. Un temblor me recorre, mientras me succiona el clítoris de una manera que empiezo a gemir y arquear mi espalda camino al clímax. Mis pezones se endurecen aún más y todo mi ser se concentra en esa sensación divina. Comienza como una punzada eléctrica que se va gestando en mi interior, mi cuerpo transpira placer y las gotas de sudor brotan de mi piel. Los gemidos se transforman en jadeos intensos, mezclados con mis gritos: —¡No pares, sigue por favor!…
Mi mente se nubla de puro placer, siento como si flotara. Me toma de la cintura y me atrae hacia él, presionando mi clítoris contra su boca, que succiona y pasa su lengua de una manera indescriptible. —¡Sí, así! —grito perdiendo el control, siento un fuego que corre por mis venas cuando el orgasmo me atraviesa como un rayo.
Mi cuerpo queda temblando y él me da vuelta. Sus manos toman mis pechos y los masajean con intensidad casi bruta, mientras su boca succiona mis pezones, uno a uno, sin darme respiro.
Mi excitación crece, y mi respiración se vuelve agitada cuando su mano desciende hacia mi entrepierna. Frota mi clítoris cada vez con más fuerza, mientras introduce dos dedos dentro de mí.
Las sensaciones se multiplican: su lengua y sus labios juegan con mis pezones, y sus dedos se hunden profundamente. Mis gemidos se intensifican, el sudor cubre mi piel y mi pulso se acelera, preanunciando otro orgasmo.
Se aparta de mis pechos y se coloca encima de mí. Su cabeza queda entre mis piernas, y la mía entre a las suyas. En un movimiento rápido, sus dedos separan mis labios, y su lengua penetra con movimientos vertiginosos. Un grito de placer escapa de mi garganta, pero se ahoga cuando toda su erección entra en mi boca.
Por unos instantes, nos retorcemos como anguilas, danzando en un ritmo frenético. Entonces, el orgasmo brutal me golpea. Grito, balbuceo, — quiero tu leche sobre mí otra vez —
—¡Nooo! —dice—. Querías que te coja… pues te cojo.
Abrió mis piernas con fuerza, y un nuevo grito sale de mí al sentir cómo me penetra de una, en un par de movimientos acomoda mi cadera para entrar por completo. Mi excitación se dispara. El orgasmo se convierte en un multiorgasmo; cada embestida es un gemido, un suspiro, una ola de placer que me arrastra.
Física y mentalmente, siento el vértigo, pero mi excitación no cesa, aumenta, quiero más.
Lo desafío:
—¡Dame más…! ¡Más duro…! ¿O es que no puedes?
Me mira con una sonrisa depravada, toma mis tobillos y levanta mis piernas sobre sus hombros. Mis caderas quedan suspendidas mientras su ritmo se vuelve intenso. El sonido seco de nuestros cuerpos chocando marca la cadencia. Jadeamos sin control; el sudor nos cubre y nuestra piel brilla bajo la leve la luz.
Intento contener los orgasmos, pero son imparables. Le grito: —¡Si, Por dios…Asi…! Finalmente, estallamos juntos en un grito compartido. Me llena con cada embestida, siento cómo el calor se desborda y corre por mis muslos. Quedamos tendidos, jadeando, tratando de recuperar el aire que el tiempo nos robó.
Me voy a la cocina después de una ducha rápida. Mientras lo espero, preparo un jugo y, con una sonrisa cómplice, dejo caer la pastillita y mezclo. Siento un cosquilleo de anticipación, una mezcla deliciosa entre picardía y deseo. Lo quiero al máximo, quiero que me desarme, que me lleve al límite.
Conversamos un rato en la cocina mientras bebemos. Lo observo, me detengo en sus labios, en la curva de su cuello… y en mi cabeza solo resuena una idea: quiero volver a perderme ahí. Con voz baja y felina le digo lo bien que me hizo sentir, que quiero más, que esto apenas empieza, que soy la aceituna del vermut de esa cena a seis pasos que muero por devorar.
Nos reímos a carcajadas, pero mis ojos no se apartan de los suyos. Fingiendo una seriedad traviesa, me inclino un poco hacia él y le susurro:
—Lo digo en serio…
Él permanece apoyado contra la mesa. Yo avanzo. El suelo está frío bajo mis pies descalzos, pero un fuego interno me recorre.
Mis dedos rozan los suyos —solo un instante—
Él me mira en silencio antes de atraerme hacia su abrazo. Nuestros labios se encuentran y las caricias comienzan a explorar nuestros cuerpos sin prisas ni límites.
Nos tocamos lentamente el uno al otro, y entre besos, la respiración se acelera mientras el calor crece. Su miembro late en mi mano, mientras sus dedos se humedecen al jugar con mi clítoris, masajeándolo con suavidad.
Lentamente, acerca sus labios a mi oído y murmura con una voz grave que me estremece:
—Querías ir al límite…—
En un movimiento fluido pero dominante, Me gira y me coloca boca arriba sobre la mesa, desnuda, expuesta y vulnerable. Sus manos—seguras, implacables—atan mis muñecas a las patas de la mesa usando las cintas de las batas de baño, y un escalofrío recorre mi cuerpo. No lo esperaba… pero la sorpresa se transforma al instante en pura adrenalina. Una mezcla de ansiedad y excitación que me invade.
—Querías ir al límite… ¡Ahora no hay vuelta atrás!!!— repite, y sus palabras son casi una amenaza sensual.
Cierro los ojos. Su boca captura mis pezones, succionando y mordiendo con una precisión que me hace arquearme. Sus manos descienden por mi vientre—lento, deliberadamente lento—, acarician mis muslos temblorosos y se detienen en mi entrepierna. Allí, sus dedos trazan círculos húmedos.
No se detienen—implacables—, y cada círculo que traza sobre mi clítoris envía descargas eléctricas que me hacen retorcer contra las ataduras.
—No… no puedo— Gimo, arqueándome hacia él, pero las cintas me detienen, recordándome que no tengo control. La impotencia me excita aún más. —¡Dios, ¡cómo me gusta esto…! —
El placer se acumula en mi vientre, como un huracán en formación. Cada músculo de mi cuerpo está tenso, cada respiración es un jadeo cortado. Sus labios vuelven a mis pezones, mordiendo con esa crueldad deliberada que me hace gritar.
—Sí… sí…— Mis palabras son casi ininteligibles, mezcladas con gemidos. —no quiero que pares…—
Él ríe, bajo y oscuro, y aumenta el ritmo de sus dedos y suma su lengua.
Y de repente, sin aviso, el orgasmo me golpea.
Es como si todo mi cuerpo estallara desde dentro: una ola de fuego que sube desde el clítoris hasta la garganta, ahogando mis sentidos. Grito, pero convertido en un gemido desgarrado. Mis piernas tiemblan, mis dedos se enganchan en las cintas, y siento cómo me mojo aún más, cómo cada contracción involuntaria me hace sacudirme bajo sus dedos.
—¡Oh por Dios, no, no…! — Suplico, pero es éxtasis puro, la incapacidad de soportar tanto placer.
Él no se detiene. Sus dedos siguen moviéndose en lo más profundo, prolongando el orgasmo hasta que mi voz se quiebra gritando su nombre.
—Ahora vas a ver de cerca el límite— murmura, y sus palabras son una promesa oscura, cargada de dominio.
La sola idea de lo que podría hacer—de lo que va a hacer—me enciende por dentro.
—Sí… y quiero más—. La frase me sale desafiante, pero temblorosa, como si mi cuerpo ya no pudiera soportarlo, pero mi mente aún quiere seguir.
Se acerca a mi oído, me pasa su lengua y me eriza la piel, mientras susurra:
—Voy a cogerte tanto que, aunque supliques, no me detendré, hasta que no puedas ni gemir—.
Retrocede al otro extremo de la mesa, deslizando las manos con lentitud desde mis rodillas hasta los muslos. Las separa sin prisa, y frota mi clítoris con su miembro. Cada fricción es deliberada, calculada para excitarme más.
Traza círculos lentos, entreabriendo mis labios. Un escalofrío me recorre, la humedad corre y mi sexo palpita con contracciones involuntarias. Penetra un poco más, pero hasta ahí, solo su cabeza, solo lo suficiente para torturarme, para dejarme al borde.
—Por favor—, suplico, —¡Te quiero adentro! —.
Él no se detiene. Su cadera acelera, empujando dentro de mí, pero siempre hasta ahí.
—¡Dios…! —El grito me sale roto, ahogado en mi propia saliva—. Me está destrozando… —Pero no quiero que pare.
Un jadeo áspero se enreda en mi garganta cuando siento el espasmo: un cosquilleo nace en lo más profundo de mi ser y se expande como fuego. Mis músculos se tensan, mis uñas se clavan en la mesa, y el orgasmo me golpea con una fuerza bruta.
Mis piernas vibran, pero sus manos—grandes, implacables—las separan aún más, abriéndome como un libro. Con un movimiento brusco, me penetra completamente, y el aire se me escapa de mis pulmones en un gemido largo.
—¡Sí…! —balbuceo. Así, mi amor… más… —
Él ríe y sus dedos se hunden en mis caderas, dejando marcas que sé que durarán días. Cada embestida es un latigazo, una punzada de dolor y placer que me hace ver estrellas.
Y entonces, otro orgasmo. Un tsunami. Mi cuerpo se arquea, y siento cómo algo dentro de mí estalla.
Grito, pero el sonido se pierde en el crujido de la mesa y sus jadeos.
—¡Por favor…! —Exclamo!
—¿Ya está? ¡¿Cómo?! ¡No puedes más…! — Él se burla.
Él lo interpreta a su manera.
Me levanta las piernas cruzándola sobre sus hombros. Cambia el ángulo de penetración, en ese punto que me hace perder la razón. Un gemido agudo, casi histérico, sale de mi boca.
Perdí la cuenta de los orgasmos, estoy exhausta, mi corazón bombea éxtasis por mis venas.
Estoy empapada de sudor, él sigue y siento cómo su cuerpo se tensa.
Pero se detiene de repente, se sale y libera mis ataduras.
Me bajo de la mesa temblando, quedo arrodillada en el piso y él me toma la cabeza con mis pelos enmarañados de sudor.
Me mira y me dice:
—Querías ir al límite—.
No llego a contestarle. Con un empujón, me llena la boca.
—Chupa, chúpala toda—guiando mi cabeza con sus manos.
Me obliga a tragarla toda, casi al borde del ahogo. La saliva me chorrea y cae sobre mis pechos.
Siento cómo su cuerpo se tensa, cómo su respiración se vuelve caótica, descontrolada. Un rugido gutural, primitivo, rompe el aire cuando llega al clímax.
Su semen explota en mi garganta, caliente, espeso, parte se escapa por mis labios, chorreando por mi barbilla, mezclándose con mi sudor. Baja por mi cuello, serpenteando entre mis pechos, hasta manchar mi vientre.
Tomo un poco de aire, —Mi amor, qué lindo lo pasamos— susurro, y mi voz suena ronca. —¡Me encantó! —.
—Sí— responde, y su pulgar limpia un resto de semen de mi labio. —¿Llegaste a tu límite? —.
La pregunta es un desafío, y yo, siempre verborragica, no puedo evitar morder el anzuelo.
—Estuvo cerca—, me río, aunque mis piernas todavía tiemblan.
Él murmura algo ininteligible y se aparta un paso. Sus ojos no me sueltan mientras toma su miembro—todavía erecto, quizás por la pastilla—y comienza a masturbarse con lentitud deliberada.
Me dio vuelta y me tumbo boca abajo sobre la mesa.
—Veamos dónde está tu límite— dice, con voz firme.
Antes de que pueda prepararme, sus manos agarran mis glúteos, separándolos con firmeza. No hay preámbulos, ni caricias. Solo un empujón brutal que me parte en dos. ¡Grito!
Cada embestida es una revelación—dolor y éxtasis fundidos en uno. Mis uñas se clavan en la mesa, buscando algo a lo que aferrarme mientras él me atraviesa desde atrás, no solo el cuerpo, sino la mente. Ya no hay pensamientos, solo sensaciones: embate intenso, el sonido de nuestros cuerpos chocando, los gemidos se me escapan sin permiso.
Él no se detiene. Sus embestidas siguen, más profundas, más posesivas. Jadea, y sus manos—grandes, fuertes—me agarran de los hombros desde atrás. Me atrae hacia él con tanta fuerza que la penetración es bestial, un golpe seco que me hace ver estrellas. Lo siento como nunca antes: estoy exhausta, molida, casi rendida.
Mis piernas flaquean, empapadas de mis fluidos y los suyos. El sonido obsceno de nuestros cuerpos chocando se mezcla con sus jadeos y mis gemidos. La mesa cruje y se mueve con cada embestida. Las embestidas se hacen más lentas, pero profundas, jadea y jadea, ya no distingo si grita o aúlla. Solo sé que, cuando llega su clímax, su semen brota y corre caliente por mis piernas.
Todavía agitado, me toma la cara, me da un beso, y se va a duchar.
¿Cómo explicar que esto me guste tanto? Que el dolor se convierta en éxtasis, que sus manos brutales me hagan sentir más viva que cualquier caricia. Me avergüenzo, sí, pero también me excita saberme capaz de soportarlo… de desearlo. Él lo sabe. Por eso no pregunta. Solo me complace y en este juego, ambos ganamos.
Me meto en la ducha cuando él sale hacia la cocina. El agua caliente relaja mi cuerpo lentamente; me froto la piel para quitarme todo rastro de lujuria impregnada en mí.
Salgo de la ducha envuelta en una toalla, con la piel aún caliente. Camino hacia la cocina, sintiendo el contraste del suelo frío.
Allí lo encuentro, preparando té de jengibre. Me mira, me ofrece una taza; nuestros dedos se rozan, nos reímos. Bebo el té caliente y especiado, mientras su mirada me reconforta. No hace falta hablar. Este silencio compartido, lleno de complicidad, es el final perfecto.
O eso creía—
Deja su taza a un lado y cierra la distancia que nos separa.
—¿Estás bien? —pregunta, y su voz me envuelve como un susurro familiar.
Asiento, sonriendo—Perfectamente.
Él me sonríe de vuelta, pero detecto un dejo de picardía en su expresión. Lo miro fijamente y pregunto:
—¿Qué tramas? Te conozco bien…
—Te hice caso, amor, me tomé la pastilla, como me pediste. —responde con serenidad—.
Me quede inmóvil. El aire parece espesarse de repente. Hace rato, yo le di una, pero ahora él tomó otra. ¿Otra más…?
—¿Te quedaste muda? —comenta con ironía—. ¿No eras tú quien quería cruzar el límite? —es temprano nos que el resto de la noche!
Sus palabras flotan en el aire un instante antes de clavarse en mi mente.
logro articular una frase, mientras mis manos se aferran a su cuello como si fuera un salvavidas.
—¿En serio? — Que bueno amorcito, todo lo haces por mí—Tuve que contestar siguiendo la corriente.
—Si… ¡y mira como estoy! — Y deja caer su bata de baño.
Su mano, en mi cintura me atrae y me da un beso profundo, siento el calor intenso de su cuerpo en mi piel.
El aroma del jengibre parece intensificarse, mezclado con el olor limpio de su piel recién duchada.
Un cosquilleo recorre mi estómago, una mezcla de intriga y excitación por saber cuán fuerte será el efecto o cuántos orgasmos tendré. La situación me excita sobremanera. ¿Podré resistir más allá de mi límite imaginado?
Me arrodillo. —Uff, mi amor… —susurro con la voz temblorosa—. ¿Qué tenemos aquí? —
Lo miro, esta imponente, brutal a pesar de sus tres orgasmos. Mis dedos se deslizan, siento su calor, la tensión de las venas hinchadas como nunca.
Mis labios se cierran alrededor, mientras mi mano acompaña el movimiento en perfecta sincronía. Guía mi cabeza al ritmo, pero yo tomo el control, acelero, aprieto, juego con la presión de mis labios que lo hacen jadear.
—¿Tanta prisa? —ronronea con su voz ronca—. Quieres ver mi lechita.
—Sí… Sabes que me vuelve loca. Me haces mojarme toda.
De pronto, me levanta de un tirón, me sube de espalda sobre la mesa, la cabeza colgando. De pie ante mí, pone mi boca donde quiere y me llena por completo.
Chupo, succiono, hasta que su mano toma a la mía y la guía hacia mi sexo.
—Tócate. Sabes que me encanta verte mojarte.
La posición es perversa, pero me excita: él folla mi boca, yo, con las piernas abiertas, vulnerable, me obliga a tocarme al mismo tiempo.
Todo es un combo explosivo:
Mis dedos saben dónde ir, me gusta, me calienta; mis gemidos salen sofocados, mi abdomen palpita, mis piernas tiemblan, mi boca sigue ocupada, la saliva me chorrea por la barbilla y enreda mi cabello.
Él nota mis espasmos, que anuncian un final inminente, y lleva mis dedos a mi interior.
Sigue hundiéndose en mi garganta. Las náuseas me hacen arquearme, pero no me detengo. Quiero ahogarme en él. Mis dedos, empapados, no dejan de frotar el clítoris: rápido, de forma circular, demoledora.
De repente, algo se quiebra.
Un espasmo me sacude. Los músculos del abdomen se tensan. Un grito nace en mi pecho, pero se ahoga cuando empieza a bombear leche en mi garganta.
—Chillo…, pero él no se detiene.
Me toma de los brazos, los inmoviliza a los costados de mi cuerpo.
Se inclina y su boca se hunde directamente en mi sexo, se empapa de mis fluidos; su lengua entra en mí a un ritmo frenético. Mi boca se llena, trago a duras penas y grito: —¡Sí, sí, si… por Dios santo!
Sigue empujando, bombeando, pero mi orgasmo no cesa; crece aún más.
Olas de placer sucio me azotan una tras otra, como latigazos.
Mi clítoris palpita, hinchado, casi doloroso; mis labios arden, el calor y el sudor me invaden.
Ya no ofrezco resistencia, me abandono, estoy exhausta, y él lanza un rugido que lo expresa todo.
Él, por fin, se retira, dejándome jadeante, deshecha, el sexo palpitando, con la boca llena de su sabor, chorreando por la comisura de mis labios y el cabello enmarañado.
Me bajo de la mesa con las piernas tambaleantes. Apenas logro recuperar el aliento y ya siento sus brazos rodeando mi cintura.
Su pecho caliente se pega a mi espalda desnuda y su boca busca mi cuello, lo besa despacio, saboreando mi piel aún erizada.
—Qué hermosa eres —susurra cerca de mi oído, con voz áspera y satisfecha—. Me encantó verte así, como gozas, como te gusta, como te entregas…
Me da un escalofrío; cierro los ojos y me aferro a sus manos que me envuelven la cintura. Aún vibro por dentro, todavía mojada, todavía ardiendo.
—No tienes idea de cómo me haces sentir… —le contesto con voz floja, casi un gemido—. Me desarmas, me enciendes, no puedo ni pensar cuando me tomas así…
Ni siquiera alcanzo a terminar la frase, y su mano baja de golpe, sin aviso. Sus dedos entran en mí, se hunden y se mueven con ansias. La sorpresa me arranca el aliento, mi cuerpo se arquea involuntariamente contra el suyo.
—¡No…! —susurro, con una risa nerviosa—. Apenas me acabas de matar y ya quieres más.
—Quiero cumplir tu fantasía, llevarte al límite. ¿O ya llegaste?
Me mata, me deja sin palabras…
Me aferro a su antebrazo, pero no se detiene: su pulgar se posa sobre mi clítoris, presionando, sus dedos juegan entre mis pliegues por dentro y fuera, cada vez más hondo.
—Por favor… dame un momento… déjame lavarme un poco… luego seguimos en la cama —logro articular, aún estremecida.
—Te quiero así, sucia de sexo, amorcito, me encantas —y me guía hacia la cama.
—Pero bueno…— Intento protestar, pero no termino…, él me pone de pie inclinada, con mis manos sobre la cama.
Me toma de la cintura, sin avisar, me penetra desde atrás.
Suspiro largo, —¡Amor…!, por dios que intenso que estas…—
— ¡Es que me vuelves loca! —Me encanta cuando te pones asi, —
me inclina más y me toma de los hombros para hacer más fuerza.
Y se me disparo un orgasmo instantáneo, Grito a viva voz, y el más se calienta.
— querías coger, dice—
Yo estaba asediada, quería que terminara ya.
Le sugerí sutilmente que me calentaba más, si yo junto las piernas. Asi lo hago acabar más rápido.
Fue la peor decisión, cada entrada era un suplicio, el roce intenso me mata, no podía contenerme, no podía más.
Quería que saliera, Y le dije:
—quiero ver tu lechita encima mía porfa,
—Siii dijo, está bien…—
Me recuesto y le digo —quiero toda, toda por aquí, marcando todo mi cuerpo—.
Se la jalo un par de veces más y puf… acabo por todos lados …
—Uff amorcito todavia te queda—, riéndome inquieta
—Siii, la pastilla fue buena elección… quieres más—, con aire arrogante.
Yo no quería mas nada, estaba literalmente molida, mi cuerpo y mi mente totalmente exhaustos.
¡Llegue al límite! Pero no podía, ni quería decírselo…. De mala que soy.
Su última eyaculación fue poca, obviamente, asi que no duraría mucho más.
Tendida en la cama le dije:
—Ah buenoooo, si tienes más lechita quiero verla, échate otro aquí señalando mis pechos, todos sucios de sexo.
Me contesta arrogante, —si donde tú quieras, pero antes te cojo un poquito más.
Para mis adentros no quería, no podía más
— Nooo…, amorcito, ahora quiero toda tu lechita, luego te cojo yo— o no puedes?, le digo desafiante.
— Bueno si me lo pides asi. — y comenzó a masturbarse.
Lo miro atento a sus ojos, mientras le voy tirando frases para excitarlo.
Le sigo diciendo: — Piensa en mí, que me gusta verte asi caliente —
Estaba tardando un poco, asi que me imagino que se está yendo el efecto, por suerte.
Le digo, — ven aquí que te la chupo, que me dieron ganas—.
Lo tomo de las caderas, lo atraigo hacia mí y comienzo a chuparle solo la cabeza, lentamente, pero con ganas.
Manejo el ritmo a mi manera, aprieto o aflojo los labios, jadea, lo miro a los ojos, veo su satisfacción que crece.
Continuo un poco más rápido, aprieto los labios, casi que le cueste entrar.
El rose y la sensación que le causa es tremenda, ya jadea entrecortado. Tomo su cintura con más fuerza, lo atraigo hasta que entra en su totalidad. Suspira jadeando. Sigo con más ímpetu, mas rápido. Gime, jadea, tiembla su cuerpo. Sigo, lo abrazo y aprieto por las nalgas y explota en un rugido de alivio inmenso.
Sigo un poco más, hasta que él se sale y cae de rodillas rendido, respirando agitado.
— Exclamo uff!!! amor, que lindo me gusto verte asi.
¡No quería insinuarle que no podía más, porque yo estaba igual que él!
Entonces para terminar la noche, bue madrugada, le digo:
— Mira mejor nos tomamos un descanso y luego seguimos por la mañana, con más ganas.
— Bueno amor como tú quieras, — me contesta
Y me fui a duchar…. mañana será otro día.
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