Moma, la tía que todos queremos – I, II

Buenas noches, mi nombre es Alejo y para mis amigos y amigas soy El Negro.

Para aquellos que hayan leído alguno de mis relatos anteriores, soy un adicto a las maduritas desde que tengo uso de razón, pero no por ello dejo de lado al resto de las mujeres.

Mi familia es algo peculiar; mis padres solo tienen 2 hermanos cada uno, pero tienen tantos amigos desde hace tiempo que solemos llamar tíos a varios de ellos.

Este no es el caso; Moma era la esposa de un hermano de mi madre, menor que ella por 5 años. Baja de estatura, quizá 1,50, un culo terrible (algo flojo), un par de tetas razonables que habían amamantado 3 hijos. Es lo que solemos llamar una “araña galponera” por el tamaño del culo.

Mis primos son varios bastante menores que mi hermana y yo, por lo que cada vez que mi tío viajaba por trabajo, éramos invitados a pasar fines de semana en su casa a cambio de entretener a los pequeños.

Moma, cuando mi tío viajaba por trabajo, aprovechaba para liberarse de ropas y se vestía con indumentaria superliviana, sin corpiño, con calzones algo pequeños y tan solo una camisola para andar por la casa. Apenas volvíamos de jugar en la calle, había que pasar por el baño, asearnos y ella preparaba la cena así vestida. Casi siempre había apuestas para lavar la vajilla o bien para preparar el desayuno del día siguiente, y un chico como yo, de solo verla así vestida, me ponía al palo.

Cenábamos, y para dormir había en la casa espacio suficiente para que los chicos no compartiéramos habitaciones con los niños: cada cual a su habitación: sus hijos a un cuarto, ella al matrimonial y nosotros a los divanes del living.

En alguna oportunidad, mi hermana mayor compartía lecho con Moma, ya que ambas eran adictas a películas de terror y había un televisor en la cocina y otro en su pieza, donde no perdían oportunidad de verlas.

A mí siempre me volvieron loco los deportes, por lo que cuando yo iba a su casa me permitía ver partidos de futbol o boxeo en la pieza, pero siempre sentado a los pies de la cama.

¿Por qué aclaro esto? Sencillo, transcurría el mes de enero (verano en mi país), y ahí estaba yo sentado a los pies de la cama viendo boxeo cuando se interrumpe la transmisión para una información de último momento: uno de los actores más famosos del momento había muerto en un accidente de tránsito. Era uno de los favoritos de Moma, por lo que cambió de canal y se dedicó a mirar cada informe sobre lo sucedido; cada tanto sollozaba y se torturaba con las imágenes.

La noticia me impactó, al igual que su reacción; me pidió que fuese a mi cama y se quedó viendo los informativos. Durante la noche, tuve pesadillas con lo acontecido y me desperté en muchas oportunidades. En una de las tantas, se llegó a mi cama y me preguntó qué sucedía; se lo comenté y le dije que quería irme a mi casa; eso no era posible, ya que no había forma de que mis padres fueran a buscarme, y al no estar mi tío, no podía llevarme.

“Venite a mi cama, te acostas ahí y mañana vemos qué hacemos”, me dijo mientras se inclinaba hacia mí, dejándome a la vista sus tetas sin cobertura. Pasó por la habitación de los niños y verificó que durmieran, para luego apagar la luz del velador de la pieza de ellos y dirigirnos a la suya.

Me acosté a su lado y traté de dormirme, pero la pesadilla no dejaba de azotarme, volvía una y otra vez. Para no seguir provocándola, apagó el televisor y se acomodó a mi lado, pasándome cada tanto su mano por la cabeza, tratando de calmarme. Logré dormirme, igual que ella: en el transcurso de la noche giré varias veces y en un momento dado, quedé a sus espaldas. En un acto reflejo, me acomodé, abrazándola y ubicando mi verga entre sus nalgas; se movió un poco, pero no se quitó del lugar. En plena madrugada, su camisón se había desplazado hacia arriba y la apoyada era casi directa, tan solo interrumpida por la tela de mi slip y la de su calzón.

Algo debe haber estado soñando, porque sin mediar palabra, comenzó a refregarse en mí, provocando una erección importante. Eso me despertó, no sabía qué hacer y me quedé quieto. Minutos más tarde dijo algo entre sueños y bajó su mano a mi slip, acariciándome.

Ante eso, llevé mi mano lentamente hacia uno de sus pechos y lo acaricié lentamente; suspiró y apretó fuertemente la verga. “Mmm… tengo ganitas, amor… ponémela”, murmuró, mientras corría el calzón y, abriendo lentamente las piernas, se llevaba la verga a los labios vaginales empapados. Tiró la espalda hacia atrás y se la metió en la concha.

De más está decir que yo permanecía quieto y la dejaba hacer; tenía miedo de despertarla y generar un problema. Se ubicó bien y comenzó a moverse atrás y adelante por varios minutos, hasta que sintió cómo mi leche la invadía. “Qué poco duraste… déjala adentro”, dijo antes de quedarse quieta por completo.

Me dormí con la verga dentro de la concha de Moma y no sé en qué momento salí de allí. No sé qué hora sería cuando me zamarrearon para despertarme, pero no se veía que el sol hubiera asomado aún.

Moma: ¿Qué pasó anoche? ¿Me cogiste? Tengo leche en la concha.

Alejo: ¿Eh? ¿Qué pasa?

Moma: Me cogiste anoche, ¿no te acordás de nada?

Alejo: No, solo sé que me acosté acá y me dormí.

Se levantó de la cama y se fue al baño. Volvió al rato, cerró la puerta con llave y se sentó, mirándome a los ojos.

Moma: Algo pasó anoche, soñé que me cogían y hoy despierto con la concha con leche. Estás vos en mi cama; obvio que fuiste vos.

Alejo: No recuerdo nada.

Se pasó la mano por la frente, corrió el cabello hacia un costado y trató de acomodarse la ropa. “Esto que pasó no puede saberlo nadie, ¿entendiste? Nadie”, dijo mientras abría la cama y se metía bajo las sábanas. “Me faltó más actividad, todavía la tengo caliente y mojada. Voy a mostrarte lo que necesito, pero ni se te ocurra contarle a nadie lo que pasó acá, ¿está claro?”, me amenazó. Desprendió el camisón, liberó las tetas y se subió a mí. “Me vas a chupar las tetas y vas a morder las puntas marrones, despacio que son muy sensibles”, contó mientras me las arrimaba a la boca. Seguí sus instrucciones en cada momento y sentí cómo se ubicaba sobre el slip, frotándose.

Así pasamos unos minutos; luego bajó las manos y tiró del slip hacia abajo, acomodando la concha justo al borde de la verga. Se afirmó en sus brazos y se dejó caer, enterrándosela para luego sacudirse un buen rato.

No daba fe de lo que sucedía; la sentía respirar profundo y acelerar mientras se agitaba más y más, hasta que se sentó directamente sobre la verga y con un suspiro profundo dejó de moverse; la concha le latía mucho en lo que supongo fue un orgasmo. El tener muy poca experiencia me llevó a quedarme quieto mientras hacía su trabajo.

Un rato después, se quitó de encima, dejándome un charco de líquidos en el vientre. “Esta noche, una vez que los chicos se duerman, vas a venir a mi cama y voy a darte otra lección de sexo. En la tarde, van a ir al cine, así me dan tiempo a prepararme para la noche. Nadie tiene que saber de esto, ¿estamos? —sentenció mientras se encaminaba a quitar la llave de la puerta. “Ahora duérmete, que vas a necesitar reponerte”, dijo antes de salir del cuarto.

Mi mente estaba en blanco, pero tenía la seguridad de que en la noche habría más acción en la cama de Moma.

El día pasó de manera trepidante; mientras estábamos en el cine, lo que menos hice fue mirar las películas; en mi mente repasaba la noche y el amanecer. Me hubiera gustado tener internet en aquel momento para saber qué era lo que tenía que hacer en la cama; debía conformarme con imaginar y pensar cómo actuar. El atardecer fue extraño; volvimos a la casa y Moma estaba extraña; el carácter no era el de siempre (dispuesta a las chanzas y sonriente); estaba muy seria, vestida como casi siempre: ropas holgadas, semitransparentes que dejaban entrever (a trasluz) prendas íntimas algo escasas, apretadas, apenas cubiertas con una bata corta.

La cena fue más que rápida, y mientras nos dejaba solos en la cocina, argumentó que no se sentía bien y se iría a la cama. Cenamos entre risas y al cabo de una hora ya no quedaba nadie en la cocina. Las luces de la pieza de los chicos se apagaron rápidamente y minutos más tarde el silencio invadía la casa. Me quedé quieto, esperando alguna señal que no llegaba, por lo que me acomodé en el sofá-cama y me dispuse a dormir.

Una hora después, vi encenderse la luz del baño, sentí el ruido de la descarga de la mochila del baño y unos minutos después el agua del bidet. Obviamente, Moma estaba en el baño; los chicos no usaban el bidet. En penumbras sentí pasos recorriendo la distancia del baño a la pieza de los chicos, cómo se cerraba la puerta del cuarto y segundos después los pasos se acercaban al living donde estaba el sofá.

Moma: ¿Estás despierto? Sé que sí, vamos a mi cuarto.

Tomó una cierta distancia mientras yo salía de la cama, pasó por el baño y apagó las luces. Abrió la puerta de la habitación para que la tenue luz de la mesa de noche me guiara hasta el lugar.

Moma: Cerrá la puerta con llave, no queremos interrupciones.

Hice lo que me pedía al tiempo que ella apagaba la luz del velador. Por un momento quedé desorientado en la oscuridad, y al tanteo llegué al borde de la cama. Fui ubicándome hasta encontrar el espacio libre, corrí las sábanas y me metí entre ellas.

Moma: Sácate la ropa y quédate desnudo; deja todo a mano por las dudas.

Completé el pedido, arrojando remera y slip al costado, quedando cubierto solo por las sábanas. Sentí cómo se acomodaba en la cama y giraba hacia mí. Hasta ese momento no tuve un mínimo roce con ella; tomó la palabra como quien se dispone a dar un discurso.

“Vamos a quedar en claro con esto. Soy una mujer de 40 años, tengo necesidades, pero lo que menos hubiese imaginado es que serías vos con quien satisfacer mis deseos. Lo bueno es que te voy a tener siempre a mano para que me saquen las ganas, ¿se entiende? Buscar un macho que me calme es complicado porque todo se sabe, pero que suceda con alguien próximo y sin que se sospeche, es lo ideal”, recitó en cuestión de minutos.

“Entiendo que no sabés mucho de esto, pero si se te guía bien, podés ayudar con lo que necesito. Tu verga es chica, pero suficiente para mí. Si aprendes a usar otras cosas, podemos llegar a un buen acuerdo, ¿está claro?”, remató.

“Sí, pero vas a tener que explicarme bastante”, respondí.

“Muy bien, lo primero es que siempre que vengas a mi cama, será si yo lo pido, nada de aparecer en cualquier momento para encamarnos. Segundo, la higiene ante todo y lo principal: sos muy pendejo y me podés dejar embarazada y no queremos eso. Hoy voy a enseñarte algunas cosas, pero para la próxima lección me encargo de traerte protección o bien cuidarme yo. ¿Está claro?”, completó su monólogo.

“Está bien, ¿cómo empezamos? Pregunté sin saber cuál era el primer paso.

“Andá y lávate bien la verga, sin jabón para que no se irrite y quede preparada, pero bien lavada y limpia”, pidió.

Me levanté de la cama, salí de la pieza, fui al baño y completé la higiene; demás está decir que se me bajó de una con el agua fría. Volví, cerré la puerta y me metí en la cama.

Con mucha habilidad, Moma empezó a masajearme los huevos y la verga que en segundos estaba a tope; jamás me besó ni nada por el estilo, simplemente se dedicó a calentarme. Me tomó una de las manos y la llevó a su entrepierna, que estaba liberada de ropas; tenía menos pelos que la noche anterior (evidentemente la había estado preparando durante la tarde). Hizo que jugara con los labios de la concha hasta que empezó a mojarse y lanzó sus primeros gemidos.

“Vas a tener que pasarme esa cosita entre las piernas; para ayudarte, me voy a acostar y vas a poner mis piernas en tus hombros, te arrodillas y vas a ver que queda justa a la altura de mi concha. No la metas, la pasás de arriba abajo, hasta que te lo pida. Cuando lo haga, empujás y se va a meter en un lugar muy caliente y mojado; la dejás ahí y, cuando sea el momento justo, me voy a empezar a mover. No lo hagas antes; cuando esté lista, te traigo para adentro y me voy a mover; tratá de seguir mis movimientos. Mientras tanto, puedes chuparme las tetas, apretarlas y mordisquear las puntas que estarán muy duras, ¿está claro?” concluyó sus explicaciones.

Como un tonto, asentí con la cabeza, cosa que jamás pudo ver por la oscuridad. Cada uno de los pasos se cumplió exactamente.

Sentí las piernas de Moma montarse en mis hombros (medía apenas 1,55 y yo le llevaba casi 20 centímetros), se frotó por unos minutos con la cabeza de la verga y, cuando ya destilaba jugos a lo loco, me llevó adentro de su cuerpo. Jamás me había pasado que mi verga resbalara tan fácilmente al interior de una concha, por lo que me volqué sobre ella y comencé a comerme esas tetas que eran de un buen tamaño y con pezones durísimos. Aprisionó mi cintura con sus piernas y comenzó a moverse rápidamente. La escuché gemir, ahogar gritos de placer mordiendo las almohadas, y no por tener una súper verga adentro, sino simplemente porque estaba gozando y mucho.

Cuando parecía que mi cabeza iba a estallar, salieron de mi verga tres o cuatro chorros de leche despedidos a máxima potencia; de la concha de ella brotaron líquidos de manera muy abundante; pareció que se meaba de tanto líquido. Me clavó las uñas en la espalda y me atrajo hacia ella; se tensó por algunos minutos y luego se derrumbó en la cama.

“Uff, qué falta me hacía esto, lástima que no sea más grande, pero alcanza”, dijo mientras recuperaba el aliento. Me quitó de arriba y bajó su mano hacia mi verga; la encontró casi parada por completo: “Qué bueno es que te encames con un pendejo, ya estás listo para seguir”, contó mientras se arrodillaba en la cama. Me sorprendió que segundos más tarde, su aliento cálido envolvía mi verga; estaba pasando la lengua por los lados, sin llegar a metérsela en la boca. “Me pienso comer esta verga hoy mismo, ¿estás dispuesto a chuparme la concha así?” Dudé unos segundos y antes que pudiera decirle nada volvió a hablar: “Seguro que no, vamos a limpiarnos y volvemos para comernos, dale”. Me agarró de la mano y me llevó al baño; por primera vez vi a Moma a plena luz y en pelotas: las tetas apenas caídas, la concha casi sin pelos, el culo grande y algo fofo. No era la mejor de las imágenes, pero me estaba volviendo loco.

Fue al bidet y se lavó concha y culo. Me dejó el espacio libre y se ubicó frente al lavamanos para lavarse las tetas moreteadas de los chupones y refrescarse. Cuando se inclinó para lavarse, mostró su culo abierto y la concha casi por completo; fue demasiado para un pendejo lanzadísimo. Me puse de pie y, sin mediar palabras, se la metí entre las piernas, buscando la concha. “¡¡¡Eso, guacho!!! Clávame acá, lléname de nuevo la concha”. Se aferró al lavamanos, abrió un poco más las piernas y me dio rienda libre para por primera vez ser quien manejaba el momento. El ruido de mi vientre chocando con su culo, la verga perdida en la concha y los gemidos que no podía cubrir con las almohadas me volvieron loco: 5 minutos de locura y muchos chorros llegando a su interior. “Buen polvo, algo corto, pero bueno. —Volvamos a la cama que quiero sentir cómo me comes la concha —dijo mientras se enderezaba y dejaba caer la leche entre sus muslos.

Tras sacarse la leche y limpiarme la verga, volvimos a la cama.

Tras recostarnos, quitó las sábanas y, encendiendo la luz, se mostró desnuda y con las piernas abiertas: “Ahora viene lo que más me agrada, que me mamen la concha hasta acabar. Descansemos un rato y vamos por lo que falta”, dijo mientras acomodaba las almohadas.

Había pasado apenas una hora y ella demostraba que necesitaba más que lo que le había dado hasta ahora.

Pero eso será la segunda y última parte de la historia.

PARTE II

Continuación de mis revolcadas con Moma.

Este no es el caso; Moma era la esposa de un hermano de mi madre, menor que ella por 5 años. Baja de estatura, quizá 1,50, un culo terrible (algo flojo), un par de tetas razonables que habían amamantado 3 hijos. Es lo que solemos llamar una “araña galponera” por el tamaño del culo.

Retomando la historia con Moma, tras recostarnos, quitó las sábanas y, encendiendo la luz, se mostró desnuda y con las piernas abiertas: “Ahora viene lo que más me agrada, que me mamen la concha hasta acabar. Descansemos un rato y vamos por lo que falta”, dijo mientras acomodaba las almohadas.

Había pasado apenas una hora y ella demostraba que necesitaba más que lo que le había dado hasta ahora.

Me había comido algunas conchas, pero siempre guiado por la hembra de turno y con Moma no sería la excepción. Es clarísimo que cada una requiere algo particular: algunas que la muerdas, otras que chupes con fuerza, otras que lo hagas delicadamente; en fin, distintos menús para un mismo plato.

Me hizo bajar hasta su entrepierna, abrir con paciencia los gordos labios vaginales, pasar la lengua de arriba hacia abajo, tratar de descapullar el clítoris, cosa que no lograba por más que me esforzaba.

“¡¡Carajo!! No llego al mejor punto, cambiemos de posición a ver si en 4 logras meterme la lengua como quiero”, dijo casi al borde del enojo. Se puso de culo en pompa, bajó la cabeza y se acomodó nuevamente. Cuando ahora pude recorrerla, pareció encontrar la posición deseada, ya que se acomodó y ayudó para que llegara a cada rincón de su concha.

Había algo que me inquietaba: ese agujero amarronado del culo. Me tentaba meter un dedo en el interior, pero tenía temor de que eso cortara con el momento.

Casi como al descuido, prolongué el lengüetazo hasta el borde del ano. Se estremeció y se acomodó más atrás, para que el recorrido se repitiese: “Eso, pendejo, cómeme la concha y lámeme el culo que me encanta”, dijo permitiendo que empezara a recorrerla más allá.

Las lamidas de concha se repetían una y otra vez, las instrucciones eran seguidas a rajatablas y las ganas de invadir el culo se hacían irrefrenables.

Los gemidos que acompañaban la repasada de raja se volvían más intensos, y las palabras de Moma eran casi órdenes: “Más, quiero más lengua, ya me vengo, no se te ocurra parar”, pero yo quería meter la verga en la concha caliente y plena de flujos.

Abrió las piernas a full y dejó liberados ambos agujeros: la concha enrojecida de tanto chuparla y el culo palpitante de tanta lengua.

Me agarré fuertemente de las caderas y se la puse hasta donde pude, haciendo tope con sus nalgas; bombeé en su interior, resbalando, saliendo del agujero y entrando nuevamente, con aciertos y errores. Más de una vez fallé al meterla y eso me produjo dolor, pero no quería dejar de penetrarla.

En uno de los tantos fallos, la mandé al culo directamente. Me recibió sin problemas y se acomodó para que nos saliera de allí.

El mete saca del culo era tan intenso como el de la concha, hasta más agradable porque estaba mucho más apretado. Noté cómo sus dedos se metían en la vagina y ayudaban a un orgasmo muy intenso. Me descargué en su culo, sin siquiera pedir permiso y ayudado por el pequeño tamaño de mi verga, que no le molestó en absoluto.

Terminé rendido; no estaba preparado para tanta acción, pero a Moma le faltaba actividad. “Nada de dormirte, vas a chuparme hasta hacerme acabar. Si lo logramos, prometo sacarte lo poco que te queda con la boca. ¿Alguna vez te mamaron la verga? Dijo pidiendo que no dejara de satisfacerla.

Solo Antonia había hecho algo similar, pero duré muy poco producto de mi inexperiencia. Moma la tenía clarísima, me dejó unos minutos tranquilo y, cuando suponía que me podría dormir, comenzó a pajearme nuevamente, buscando pararme la verga.

Estaba muerto, no daba más; la verga ya me dolía de tanto coger. “A no, pendejo, no me vas a dejar así… chúpame las tetas que quiero seguir cogiendo”, indicó.

Juro que estaba destruido; me entre dormía, pero ella se aplicaba para mantenerme activo. Cuando notó que ya no debía más, se retiró un poco y me dejó dormir.

Amanecía cuando sentí cómo me chupaban la verga; apenas abrí los ojos, noté cómo cruzaba una de sus piernas por encima de mí y colocaba la concha en mi boca. “Hay poco tiempo, chúpame la concha hasta que acabe, un polvo más y dormís hasta mediodía, eso sí, a la noche te dejo seco”. Así desperté, con una concha bastante olorosa en la boca. No pude escapar y no tuve más remedio que cumplir con el pedido; la cara me quedó impregnada de flujos, diría que hasta con algo de semen. Me echaron de la cama después de la actividad, pasé por el baño y me lavé antes de irme al sofá cama.

Cuando desperté, estaba solo en la casa con Moma. Los chicos se habían ido a la casa de una familia amiga a bañarse en la pileta. “Buenos días, dormilón, tenemos poco tiempo antes de que vuelvan, dame un polvo más que lo necesito”, dijo antes de subirse a mi cuerpo y volver a frotar la concha sobre la verga. No había ropa interior; estaba mojada y lista. Me cogió en 5 minutos, me llenó de flujos y leche. Antes de retirarse del sofá, puso las tetas en la boca pidiendo una mamada final.

Reconozco que estaba destruido; apenas si pude llegar a la ducha y bañarme para recuperar algo de energía. Salí del baño y me estaba esperando en la cocina, aún sin ducharse, con un olor a concha y leche terrible.

“En 2 semanas tu tío vuelve a viajar; voy a pedir que vengas a casa. Mientras tanto, nada de pajas. Voy a ordeñarte y llenarme de leche, ¿está claro? Y nada de contar lo que pasó acá”, dijo antes de irse al baño.

No fueron 2 semanas, fueron casi 3 años cogiendo y culeando cada 2 semanas.

El momento más complicado fue cuando llegaron las vacaciones de verano. Moma se fue con sus hijos a Necochea por un mes; había pasado una semana cuando mi tío pasó por casa diciéndole a mi madre que si estaba de acuerdo, me llevaría una semana de vacaciones allí y luego lo haría con mi hermana.

Ella aceptó y el sábado a la mañana partimos para la ciudad balnearia; pasado el mediodía llegamos y me alojé en casa de unos familiares. Eran las 14 horas cuando llegaron Mima y mis primos de la playa; almorzamos y descansamos un rato eludiendo la hora de mayor calor.

A las 17 fuimos a la playa. Mi tío nos llevó a la playa donde Moma alquilaba una carpa; después de dejarnos instalados, se volvió a la casa, dejándonos solos. Los chicos se fueron a jugar al borde del mar, mientras yo me cambiaba de ropas.

En ese momento Moma entró a la carpa, que se dividía en dos, dejando una parte como espacio reservado. Se mandó a la parte de atrás y me acarició la verga sobre la malla: “Estoy necesitada, hay muchos machos dando vuelta y ninguno me da bola. Un rapidín acá y mañana, una vez que tu tío se vaya, te pienso exprimir los huevos”, dijo mientras bajaba el biquini para dejar al aire libre su concha algo descuidada y se sentaba en una silla acomodando las piernas sobre los apoyabrazos. “Ponela rápido, que estoy hirviendo”.

Fue el primer polvo, algo incómodo pero satisfactorio: ella acabó y yo descargué la leche acumulada. Nos fuimos al mar y dejamos fluir los líquidos de ambos.

El domingo fue de tensa calma, esperando la noche. La ubicación de los visitantes era perfecta, una habitación para los niños y yo y otra para ella. Apenas se hizo silencio típico de la familia durmiendo, Moma vino a buscarme a mi cama y nos fuimos a la suya. Cerró la puerta con una traba y se fue directo al lecho, previo sacarse el camisón de verano que era lo único que la cubría.

Las tetas que ya conocía estaban algo tostadas, pero lo extraño era ver esa mata de pelos que rodeaba los labios vaginales, bastante desprolijos, mojados, brillantes y ensortijados. Se abrió de piernas y me invitaba a subirme sobre ella. “Dale, venía chuparme como ya te enseñé y después te dejo ponerla en 4 como te gusta”, dijo mientras sus dedos corrían los pelos y dejaba a la vista los labios rosados entre los que emergía el clítoris ya hinchado. Evidentemente, se había estado pajeando antes de ir a buscarme.

El perfume de la concha se mezclaba con algo de sal que había quedado en la puerta tras el paso por la playa.

Me zambullí y empecé a comerla siguiendo, como siempre, sus instrucciones. Duró muy poco, ya que acabó rápidamente, llenando mi boca de flujos. Se detuvo unos minutos, para luego entregarme mi premio: se puso en posición perrito, dirigió sus manos a ambos cachetes y se los abrió, entregándome la mejor imagen de la concha brillosa. Hubo unos lengüetazos más, como para evitar que se enfriara y después las clásicas pasadas de verga por la raja, hasta rozar el agujero del culo.

“¿Qué esperas? “Métela ya y sacúdame hasta que descargues la lechita, pero repártela entre concha y culito”, pidió y, como siempre, le cumplí. Le había guardado una buena cantidad de leche durante esos 15 días que no tuvimos encuentros. Los últimos dos chorros fueron directo al culo, aunque no alcancé a meterla en ese agujero.

“Tranquilo, chiquito, mañana te voy a enseñar cómo disfrutar de un culo de mujer caliente”, mencionó antes de calzarse un calzón de grandes dimensiones. “Ahora a dormir, vos reponiendo energías y yo guardando tu leche adentro y lo que se caiga, aguantado por el calzón. “Andá a tu cama”.

Me fui y me acosté a descansar; la noche del lunes pintaba buenísima. Moma me iba a entregar bien el culo, de manera exclusiva.

No pienso detallarles lo que sucedió, porque sería algo reiterativo; solo les diré que fueron dos acabadas en ese agujerito que se notaba experimentado.

Una semana a todo polvo, incluida una tarde de lluvia en que nos dejaron solos en la casa mientras los chicos eran llevados a un circo en la zona portuaria.

Durante tres años, cogíamos en su cama, con ganas y arriesgándonos a ser descubiertos. Me quedé con la duda de por qué se cortó aquello, aunque supongo que sería que, con mi desarrollo físico y la llegada de su menopausia, el sexo iba cambiando bastante. A ella le costaba mojarse y mi pequeña verga había crecido unos centímetros, por lo que las encamadas se hacían algo dolorosas.

La última noche juntos, me dijo que allí se terminaba todo; cogimos durante casi tres horas entre penetraciones y chupadas, para coronar con un anal de película.

Hubo una disputa familiar por temas económicos que deterioró la relación general; hace más de 8 años que no veo a Moma, pero sé que se mudó a una ciudad cercana, en la casa de quien fuera su madre.

Espero sus comentarios, y más que nada tu opinión.

Saludos,

Alejo Sallago

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Alejo Sallago
Alejo Sallago

Mi nombre es Alejo y para mis amigos y amigas soy El Negro.
Para aquellos que hayan leído alguno de mis relatos, soy un adicto a las maduritas desde que tengo uso de razón, pero no por ello dejo de lado al resto de las mujeres.

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