Las fotos de Nina

Buenas noches, mi nombre es Alejo y para mis amigos y amigas soy El Negro.

Soy un adicto a las maduritas desde que tengo uso de razón pero con el paso del tiempo, me he dado cuenta que las que consideraba maduras años atrás hoy son más jóvenes que yo. A las mujeres de 40 y tantos en adelante,  ya les saco 15 o más de edad, por lo que deberé incursionas en Sexo con maduros, je je je.

Nina, 47 años, morocha, 1,65 de altura y algo rellenita, es parte del grupo de amigos y conocidos con quienes suelo juntarme a compartir cenas y algunas salidas nocturnas. Podría considerársela madre soltera, ya que jamás estuvo casada (pese a una pareja que duro unos 10 años) y tiene una hija de 22 años (muy agradable y de buen ver).

La vida de Nina no ha sido nada fácil. Pareja algo tumultuosa que finalizó en malos términos, posteriormente debió lidiar con una dura enfermedad de su madre hasta que falleció y una adolescente rebelde (típico de padres separados).

Cuando la hija concluyó sus estudios secundarios, decidió estudiar en una universidad ajena a la ciudad, por lo que Nina pasó de estar súper ocupada a la soledad. El estar dedicada a los cuidados de la madre y posteriormente a su hija, hizo que se abandonara bastante. Subió de peso casi en exceso, y su cabello empezó a poblarse de ligeras hebras blancas, no utilizaba maquillaje y sus ropas parecían sacadas de los años 60.

En una juntada a cenar en Diciembre del 2024 para despedir el año, fue la última vez que la vi hasta Julio de este año.

En esa reunión el grupo de  amigas, le sugirió prestarse más atención, le insistían en que saliera de ese encierro. Fue así que consiguió un trabajo de medio tiempo en un consultorio médico como secretaria (por lo que tuvo que cambiar su vestuario) y empezó a tomar clases de zumba.

El sentirse mejor anímicamente y darse cuenta que aún era una mujer joven, la llevó a iniciarse en el entrenamiento en un gimnasio. Como era de prever, la figura de Nina comenzó a cambiar: fue afinando sus formas (perdió 15 kilos) y la volvió una mujer sumamente atractiva. Si bien no tenía el cuerpo de una veinteañera, había mejorado notablemente.

El 20 de Julio de este año en ocasión de festejar el Día del amigo, la volví a ver. No fui el único en notar sus cambios: leggins ajustadísimos que la marcaban a full, una remera súper pegada a su piel que resaltaba sus tetas interesantes y un toque de maquillaje que la hacía más que agradable. Obvio que todos los hombres del grupo estábamos embobados con el cambio y las mujeres alababan su evolución.

Entre charlas banales, comentó que tenía problemas con su notebook: lenta, con síntomas de infección viral, y muchos archivos basura típicos de quien navega continuamente por internet. “Contale al Negro, es el único que terminó trabajando con compus, pese a que nosotros tenemos el mismo título” era el comentario más común en el grupo.

Tras la cena, en un momento dado, se acercó a mí y estuvimos charlando al respecto. Le sugerí algunas opciones sencillas para mejorar el funcionamiento y le pasé mi número de celu para que me mandase algún whatssap si el tema no mejoraba.

Unos días más tarde, me llegó un mensaje contando que seguía con problemas y preguntando si podía pasar por su casa para echarle un vistazo a su notebook. Arreglamos día y horario y me llegué a su casa a ver cuál era el problema.

Me avisé en el portero eléctrico del departamento, la puerta se abrió y subí hasta el 4to piso. Abrió la puerta y tras cruzar el portal, encontré literalmente un bodrio: ropa desparramada en sillones, restos de comida en la mesa del living, en la mesa del comedor donde estaba la notebook un vaso con té frio, un plato con una porción de pizza y algunas cosas más.

Nina: te pido mil disculpas, estuve trabajando hasta tarde y no tuve tiempo de ordenar. Esto del teletrabajo me permite hacer cosas en medio del desorden.

Mientras hablaba, iba levantando cosas y liberaba espacio para trabajar libremente.

Nina: Acomódate mientras me visto decentemente

Dicho esto huyó rumbo a la habitación, llevaba puesto un camisón algo liviano que se transparentaba bastante y dejaba ver un juego de ropa interior oscuro, nada sugestivo.

Volvió y me mostró las fallas y la lentitud de su máquina, era evidente que no le corría un limpiador de memoria y mucho menos un antivirus.

Nina: Aparecen unos avisos de actualización y le pongo siempre que NO como me recomendó el que me vendió la máquina.

Mientras se sentaba a mi lado encendí la máquina. Ésta estaba hasta las muelas, como suele decirse aquí: tenía virus a lo loco y le faltaban correcciones a montones.

Negro: Nina, vas a tener que hacer una copia de seguridad porque estás al borde de perder toda la información

Nina: ¿Y cómo hago eso? No tengo idea.

Se restregaba el pelo alborotado, observando como el antivirus on-line parecía estallar de tanta infección.

Negro: muy fácil, en un pendrive o en la nube, guardás todo.

Nina: Jamás lo hice ¿y si pierdo todo?

Le explique cómo hacerlo, ya que no me gusta tener acceso a archivos privados, he tenido malas experiencias con personas a las que le arreglé sus máquinas, y no quería que lo mismo sucediese con un conocido.

Nina: Nada tengo que esconder, hacelo vos

Me indicó que carpetas quería salvar (la mayoría fotos y algo de música).

Nina: la mayoría de los archivo son fotos para el Face, nada complicado.

La verdad es que no quería perder más tiempo, copié en un papel los nombres de las carpetas con archivos y me fui.

Llegué a casa y me dediqué a salvar los datos, previo a formatear el disco y liberar de virus la máquina. Mientras lo hacía, encontré una carpeta que se llamaba “Antes_y_despues”, plagada de fotos. 

La curiosidad me ganó y empecé a ver las imágenes, había más de 500 donde se había retratado antes de empezar con el gimnasio y unos meses después, las primeras con las ropas que le habíamos visto siempre, pero a medida que el tiempo transcurría (según las fechas de archivo), cada vez que llegaba a un logro, se fotografiaba frente a un espejo con menos ropa mostrando la evolución. Las más nuevas, eran en biquini y resaltaban sus curvas, como iban mejorando mes a mes. Las 10 últimas ya eran con una tanga roja miniatura, que no dejaba nada a la imaginación, el espejo mostraba no solo el frente sino también el revés. Las tetas paradísimas, las piernas marcadas a full y la conchita era un poema: se traslucía bajo la tela. Obviamente las selfies  eran tomadas frente al espejo del baño del departamento o en su habitación, de producción propia sin intervención de terceros y algo descuidadas. Por ejemplo no había reparado en el detalle de los pelitos escapando por el borde de la tela de la tanga o como se le perdía la parte trasera de la misma entre los cachetes de la cola hasta hacerla parecer un hilo dental. Definitivamente estaba para crimen.

Me guardé las mejores imágenes, y procedí a limpiar la máquina, dejarla inmaculada y recargué las fotos en carpetas, respetando los nombres.

Tras un trabajo de dos días, la llamé para que viniese a casa para ver si faltaba algún software que ella utilizaba frecuentemente y caso contrario que se llevara el equipo.

Eran las 18:30 cuando llegó a casa, se notaba que venía de su sesión de gimnasio: leggins negro con vivos verdes flúor, una campera muy fina haciendo juego, entreabierta que permitía ver un brassier deportivo negro. La invité a pasar a mi sala de trabajo en tanto le comentaba el trabajo realizado y que había conservado las imágenes y se puso roja como un tomate cuando hice mención a la carpeta “Antes_y_despues”. Ingresamos en ella y se sorprendió al ver el lugar.

Mi sala de trabajo es algo especial: una tabla de 3 metros x 80 cm., que oficia de escritorio, varios cables colgando para conectar las CPU que traigo para reparar, un par de estantes con manuales y una colección de CDs con software, dos sillones gamer y contra la pared de enfrente a la mesa de trabajo una cama de una plaza, que utilizo cuando paso la noche haciendo reparaciones, dos tiras de luces led (una sobre el escritorio y otra sobre la cama).

Encendí la notebook y le fui mostrando lo que había hecho en ella: software, archivos salvados. Le expliqué como operarla para mantenerla en condiciones y le permití revisar el contenido. En un momento dado, se reclinó en el sillón, pasándose las manos por los ojos.

Negro: ¿pasa algo? ¿Te sentís bien?

Nina: vengo del gim, estoy agotada, creo que se me bajó el azúcar.

Negro: voy por agua y algo dulce, tirate en la cama, que ya vuelvo.

Fui a la cocina y tomé una botella de Gatorade que había en la heladera y un pedazo de chocolate que tenía allí. Volví para la sala y la vi recostada, con los ojos cerrados, los brazos extendidos sobre su cabeza, lo que hacía que esas tetas parecieran a punto de reventar el brassier. Los leggins le marcaban los labios vaginales terriblemente, era una invitación a avanzar sobre ella.

Cuando sintió mi cercanía a la cama, entreabrió los ojos y con una sonrisa aceptó la bebida y el chocolate. La posición en la cama hizo que derramara unas gotas de la bebida por la comisura de los labios y cayeran sobre su cuerpo.

Negro: descansá unos minutos y reponete, mientras cierro la compu.

Nina: gracias, lo necesito.

Me giré hacia la máquina y vi en la pantalla la última foto que ella estuvo observando: una tanga blanca cubría el frente apenas, el reflejo del espejo mostraba la cola en todo su esplendor y el brazo izquierdo cubría sus pechos desnudos. Definitivamente Nina había pasado de ser “el patito feo” a un cisne.

Nina: por favor, ni se te ocurra decirle a nadie lo que estás viendo, es algo privado que comparto con vos por no saber cómo salvar las fotos.

Cerré rápidamente la imagen y apagué la máquina. De algún modo debía disimular la excitación que me había generado la foto y el hecho de tener a la protagonista a mis espaldas y tendida en una cama.

Negro: ok, pero deberías guardar esos contenidos fuera de la máquina, en un pendrive por ejemplo.

Nina: ¿por qué? Si es algo privado.

Negro: ¿te imaginás lo que podría suceder si te roban la notebook?

Su cara se transformó en una mueca de fastidio. Intentó sentarse, pero todavía las piernas no le respondían completamente.

Nina: Necesito ir al baño, ¿me ayudás? Tengo miedo de caerme.

La tomé por la cintura y la acompañé, al llegar abrí la puerta, encendí la luz y le ayudé a entrar, saliendo para darle privacidad. Pasados unos minutos noté como se levantaba, accionaba la descarga de agua y apagaba la luz. Abrió la puerta y me encontró aún parado frente a la misma. Dio dos pasos y sus piernas parecieron aflojarse, la alcancé a tomar por debajo de los hombros y la acerqué a mi cuerpo para que no se derrumbara. Sentí un aroma dulce que brotaba de su cuello, se había humedecido el pelo y con ello el agua bajó por su espalda y el pecho.

La tenía abrazada, era imposible que no sintiera lo duro que me había puesto. Me miró y me depositó un beso leve, casi un roce en los labios.  La levanté en brazos y la llevé a la cama de la oficina, la dejé tendida arrodillándome y quedé a escasos centímetros de ella. Cruzamos miradas, ella suspiró y llevó sus brazos a la nuca, acomodándose y permitiendo que sus pechos se liberaran de la campera. Lo tomé como una invitación a acariciarlos y así lo hice: suavemente, apenas un roce con el revés de la mano, provocándole cosquillas y erizándole la piel, mientras sus pezones se endurecían y se marcaban cada vez más. Cuando los noté a punto, cambié el revés de la mano por las palmas y comencé a masajearlos, generando los primeros gemidos y suspiros. Cerró los ojos y se entregó a mis manos.

Las caricias iban en aumento al igual que sus gemidos, necesitaba liberar esas montañas de placer para seguir torturándolas. Calzando los dedos por debajo del brassier, lo fui levantando hasta dejarlas al descubierto. Eran realmente grandecitas, algo caídas hacia el costado producto de la edad, pero seguían siendo muy atractivas: pezones oscuros, aureolas amplias de color marrón claro, sencillamente apetecibles. Me recliné un poco más y pasé mi lengua por uno de los pezones, mientras mi mano izquierda jugaba con el otro.

Nina: ¡¡qué placer!! Cuánto hacia que no me sentía así, me gusta…

Pasé lentamente la mano izquierda en espiral sobre la teta hasta llegar al pezón y bajé hacia el canal abierto entre ambas mamas. Fui rozando con las yemas de los dedos desde el pecho hacia abajo, lentamente en busca del borde de los leggins hasta hacer tope en él, di un pequeño saltito por el elástico y bajé por la costura, siguiendo el camino que ella trazaba por el vientre, perdiéndose entre las piernas que despaciosamente se iban abriendo mientras avanzaba.

“Uufff, que hermoso se siente, me estoy mojando toda… – dijo mientras sus manos ya empezaban a jugar con mi pelo – así despacito, suave”

Cada palabra provocaba que hiciese un nuevo movimiento sobre esa tela, los pliegues de los labios se marcaban cada vez más entre inflamados y mojados. Ya podía sentir su olor a hembra caliente, fuertes, mezclados con su transpiración; ubique las manos ambos lados de la cintura, aferrándome al elástico de los leggins para hacerlos bajar desde allí hacia los tobillos: ella arqueo la cintura ayudándome con la tarea y forzando con sus pies la salida de su calzado. Fue en ese momento que pude observar que no había ropa interior, solo una mata bastante espesa de vellos inguinales, ensortijados, oscuros, brillantes; instintivamente quise apartarlos para comerme esa conchita ardiente pero me detuvo colocando sus manos en el triángulo.

“Por favor no lo hagas, está sucia y maloliente pero no te detengas con los dedos y dame la temperatura necesaria para que puedas ponerla y hacerme gozar” dijo mientras me hacía colocarme entre sus piernas, ya abiertas al máximo, dejando ver los labios hinchados y chorreando flujos.

Seguí con el trabajo de mis dedos, jugando con ellos, abriéndolos, acariciando su interior, formando círculos y cada tanto ingresando en ella.

Los gemidos de Nina eran cada vez más intensos, sus ojos cerrados y mordía sus labios con fuerza para no dejar escapar un grito; cuando creí que estaba a punto, metí un par de dedos profundamente mientras me bajaba el pantalón y el bóxer, liberando la verga caliente y dura. Ya preparado, retiré los dedos y me afirmé en la cama, apuntándola directo a aquel agujero palpitante y la fui metiendo lentamente.

De la boca de Nina brotó un quejido al sentirla entrando y se agarró fuerte de ambos lados del colchón, abrió los ojos y miró a los míos, una lágrima bajaba por su mejilla.

“Por favor, se delicado, llevo más de 3 años sin relaciones y parece haberse cerrado, déjame amoldarme, pero no la saques” dijo casi en una súplica.

Le propuse que ella montara y fuera quien llevara el ritmo, pero no quería que la sacara y girar en eses espacio era imposible, por lo que siguiendo sus instrucciones fui completando la tarea.

“Ahora sí, movete más rápido y más a fondo” dijo mientras me agarraba de la cintura y me guiaba en las entradas y salidas. “si, así me gusta, bien adentro”.

En tanto ganábamos velocidad, los ruidos clásicos del chapoteo entre jugos se hacía más evidente y los gemidos se iban transformando en bramidos, sentí como empezaba a tensarse y haciendo una tijera con sus piernas me retuvo dentro, con movimientos cortos y profundos hasta que dejó escapar un grito y una catarata de líquidos proveniente de su concha.

Fue aflojando la presión y me permitió imprimir algo más de velocidad en 5 o 6 penetraciones más, hasta que descargué totalmente mi leche en ella.

Podía sentir los músculos vaginales contraerse y relajarse, hasta quedar totalmente detenidos.

Nina: ¡¡Guauu!! Que hermoso polvo, ya casi no recordaba lo que se sentía recibir una verga bien adentro y la explosión de la leche en la concha.

Negro: te movés muy bien, para el tiempo que llevabas sin sexo.

Nina: sin una verga adentro, solo mis dedos me acompañaban cuando tenía alguna tarde o noche sola en casa.

Negro: pero todavía me debes algo…

Nina: ¿qué querés? ¿qué más puedo darte?

Negro: quiero comerme esa conchita golosa.

Nina: no es lo que más me agrada, pero podría intentarlo.

Negro: ¿no te la comieron nunca?

Nina: muy poco porque no suelo depilarme y me parece desagradable.

Negro: entonces estoy seguro que nunca entregaste el culito…

Nina: ¡¡por favor!! ¿Cómo se te ocurre eso? Es antihigiénico y antinatural

Me reí de buena gana mientras la escuchaba justificar su poca actividad oral y anal, si hasta confesó que no había hecho una mamada en su vida, y menos un 69.

Negro: prométeme que la próxima vez, vas a estar depilada y yo haré que goces con una buena ración de sexo oral. Una vez que lo pruebes, no lo vas a dejar de pedirlo, te lo aseguro.

Hizo una mueca de asco, pero accedió a intentarlo en un próximo encuentro. Me empecé a acomodar para levantarme de la cama, miré como habíamos dejado las sábanas regadas de leche y flujos.

Nina: ¿puedo pedirte un favor?

Negro: si, seguro.

Nina: ¿cogemos de nuevo? Pero ahora déjame montarte, quiero probar algo. Una posición que vi en una porno.

Negro: seguro, dale.

Me empezó a pajear buscando levantarme la verga al máximo (con una mamada hubiese sido más fácil) y cuando lo hubo logrado, me hizo acostar y se sentó de piernas abiertas, dándome la espalda se la metió sola, agarrándose de mis tobillos se empezó a mover atrás y adelante, haciendo que mi verga casi se saliera de su cueva para volver a meterla tan hondo como la posición le permitía. Más de una vez se salió y volvió a acomodarla.

No podía ver su cara, pero a juzgar por los gemidos, lo estaba disfrutando totalmente. Se frotaba desenfrenadamente, se sacudía como poseída.

Nina: si, así la quiero, irritándome el clítoris de tanto rozar. MÁS, MÁS!!

No paraba de gritar, de sacudirse, estaba poseída por el deseo y la calentura incontrolable, el tiempo sin acción la había transformado en una fiera hambrienta de verga.  Minutos de descontrol, hasta que tensó el cuerpo y con un grito profundo, se dejó caer en medio de un orgasmo violento. Los latidos de los músculos de la conchita delataban la intensidad, que podía confirmarse con la cantidad de fluidos que había derramado, casi como si se hubiese orinado, era bestial.

Me dejó sin que pudiese acabar, pero agotado por su intensidad.

Nina: ¡¡por favor!! ¡¡Qué manera de acabar!! Estoy rendida

Negro: pero me dejaste a medias, terminaste sola ¿y yo qué?

Se rió, estaba feliz después de tanto tiempo sin coger y se portó bastante egoísta, pero para compensarlo me hizo una paja feroz que terminó regándole el cuerpo de leche.

Se levantó de la cama y fue hasta el baño a limpiarse, volvió desnuda mostrando el cambio de su cuerpo, hizo un simulacro de desfile hasta llegar a donde estaba su ropa y comenzó a vestirse.

Nina: prometo devolverte el favor en breve, pero por ahora estoy satisfecha, me llevo leche acumulada.

Se aproximó a mí, me dio un beso a modo de despedida y tomando su compu se fue rumbo a la puerta de salida. La acompañé y antes de llegar a abrirle, le pasé la mano con detalle por todo el culo, hundiendo el dedo mayor entre las piernas, rozando los labios de la concha. Se detuvo y disfruto de la caricia, casi diría que si insistía un poco, hubiera vuelto a la cama. Pero no, se aferró al pomo de la puerta y girándolo salió.

“Nos estamos viendo en breve, excelente el servicio” – dijo mientras se alejaba.

Me quedé con ganas de más, pero ya habría tiempo, que además será otra historia.

Espero sus comentarios, y más que nada tu opinión.

Saludos,

Alejo Sallago – alejo_sallago(a)yahoo(.)com(.)ar

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Alejo Sallago
Alejo Sallago

Mi nombre es Alejo y para mis amigos y amigas soy El Negro.
Para aquellos que hayan leído alguno de mis relatos, soy un adicto a las maduritas desde que tengo uso de razón, pero no por ello dejo de lado al resto de las mujeres.

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