Convertí a mi vecina en estrella porno – I, II
Recién me mudé a esta ciudad en busca de un mejor trabajo, pero la realidad es que esta ciudad me tragó vivo. La renta del departamento vence esta semana, y aunque he metido varias solicitudes de empleo, casi nadie contrata a un fotógrafo. No sé en qué momento se me ocurrió salir de mi pueblo… Allá era el fotógrafo más respetado, el más cotizado. Y aquí… soy un don nadie.
En una de esas salidas para dejar mi currículum, entré a un estudio profesional. La recepcionista no tuvo piedad: directamente me dijo que no me contratarían, y que, si me era sincera, estaba difícil que algún estudio lo hiciera. No sé cómo vio en mi cara la tristeza y la desesperación, pero me recomendó un estudio cerca del centro, en una calle de mala muerte. No tenía elección. Era mi última oportunidad.
Llegué al lugar: un estudio de mala muerte, en una calle de mala muerte. Dudé si entrar, pero el hambre pudo más. Entré… y vaya sorpresa. Por dentro todo era elegante, pero naco. No sé cómo explicarles: era algo raro, llamativo, como sacado de una película pirata de los 2000. Y la recepcionista, amable. Me preguntó qué asuntos tenía. Le expliqué que era fotógrafo y buscaba trabajo. Ella me señaló una enorme puerta de madera que decía “Director” en letras doradas.
—Ve ahí —me dijo—. Platica con Yordi. Él te dirá si te contrata.
¿Una entrevista, así de pronto? Casi estaba llorando de felicidad. Abrí la puerta, y un viejo canoso, de lentes oscuros y una facha que gritaba dinero por todos lados, me saludó con una sonrisa muy amistosa.
—Buenas, hijo. ¿En qué puedo ayudarte?
—Hola, mire… me llamo Miguel. Busco trabajo como fotógrafo. La verdad no me ha ido bien en la ciudad y necesito dinero.
—Vaya, te entiendo. Pero antes de contratarte necesito ver tu trabajo. A ver, tu portafolio con tus modelos.
¿Modelos? Rayos… no tengo. Me vine en ceros a esta ciudad.
—Ah, bueno —me dijo—. No te preocupes, hijo. Busca una modelo, ponle algo erótico o sensual y tómale fotos. Si la sesión me gusta, te pago… y te contrato de una.
¿Erótico? ¿Sensual?
—Claro, hijo. Este es un estudio de contenido para adultos. Si me gusta tu trabajo, podría pagarte entre ocho y quince mil pesos por sesión.
¡A su madre! Era mucho dinero, pensé.
Salí de la agencia con una mezcla de esperanza y desesperación. No conozco a nadie en esta ciudad… ¿Dónde carajos podría encontrar una modelo? Hasta que recordé: mi vecina del 32B, en el mismo edificio de departamentos.
Era una mujer madura, tal vez de unos cuarenta años, pero de muy buen ver. Tenía un semblante cálido, amable. Fue la única que me dio la bienvenida en esta ciudad, la única que siempre me saluda. No hemos hablado nunca, pero su saludo es un rayo de sol en medio de toda esta gente de mierda que siempre tiene prisa y es fría a morir.
Pero jamás aceptaría ser mi modelo. Y menos… para contenido de adultos. Dios.
Esa noche estuve pensando cómo podría pedírselo. Le di mil vueltas al asunto, pero ya sabes: el hambre saca tu mejor lado. Así que ideé un plan.
Y mañana lo pondría en marcha.
Ese día, desde temprano, preparé mi cámara y me puse mi mejor outfit para no parecer un pordiosero. A las diez de la mañana —una hora que consideré prudente— salí de mi departamento rumbo al suyo. Realmente eran como quince pasos: después de todo, es mi vecina.
Toqué su puerta y mis nervios estaban a tope. Cuando escuché que algo se movía adentro, solté mi último suspiro.
Al abrir, apareció mi vecina: Aura.
Usaba unas licras negras y un top deportivo del mismo color, bien pegaditos. Y es que su figura es de modelo, realmente: caderas anchas, piernas largas, unos pechos enormes… Al parecer interrumpí su sesión de yoga. Me saludó toda sudada, apenas secándose con una pequeña toalla.
—Hola vecino, ¡qué milagro! —me dijo con una sonrisa.
—Ho-hola —dije, titubeante. No podía fallar. Tenía que ser convincente.
—Disculpa que te moleste, vecina… es que necesito pedirte un favorsote.
—Uy, vecino, no me digas eso. ¿Es algo grave? ¿Estás bien?
—Sí, no es grave. Solo que… no conozco a nadie aquí.
Me invitó a pasar y me dijo que habláramos en su sala. Al entrar, el ambiente era cálido. Olía a su sudor y a su perfume: un aroma embriagante, dulce, un olor que cualquier hombre mataría por tener pegado a la piel.
Me senté en un sillón blanco, todo esponjoso, y ella se sentó frente a mí.
—Ahora sí, vecino, dime… ¿cómo puedo ayudarte?
—Pues mira… yo estudio fotografía —(primera mentira)—, y me pidieron en la escuela hacer una sesión natural con una modelo. Y, pues, como verás no conozco a nadie, quería pedirte si podrías ayudarme. Necesito hacer esto… o reprobaré.
Ella se me quedó mirando con escepticismo.
—Mira, vecino… realmente no soy fotogénica ni bonita. No creo que sea material para sesión. ¡Reprobarías!
—¡Claro que no! Tú eres —si me permites decirlo— muy bella. Y yo soy excelente fotógrafo. Entonces, puedo hacer maravillas. Vas a ver… Es más: si no te gustan las fotos, las borro.
Ella lo pensó.
—Bueno… pero no sé posar. No soy modelo. ¿Qué debo hacer?
—Mira, se me ocurre una idea. Así como estás vestida… podríamos hacer una sesión de yoga natural. Tú solo haz tus poses normales, y yo te voy dirigiendo. Yo me encargo de los ángulos. ¿Te parece?
—Bueno, vecino… pero me debes una, ¿eh? —dijo entre risas.
Aura empezó muy nerviosa, haciendo sus primeras poses de yoga. Al principio fue difícil tomar buenas fotos, porque su semblante era tímido, rígido. Solo pude atinar algunas tomas decentes, mientras le decía que lo estaba haciendo genial.
Su cuerpo era hermoso. Las prendas se ajustaban a su figura con descaro: ese culo grande y marcado, sus pechos enormes… Dios mío, la física parecía aplicarse de forma cruel sobre ellos. A pesar de su tamaño, se veían firmes, desafiantes, incluso con su edad. Cada foto era una pequeña maravilla.
Y con cada clic de la cámara, ella comenzaba a tomar confianza.
La primera pose fue sencilla, casi tímida. Aura se arrodilló sobre su tapete, estirando los brazos hacia el frente, apoyando el pecho contra sus muslos. Una especie de “niño feliz”, creo que así le llaman. Desde donde estaba, podía ver cómo la tela de sus licras se estiraba hasta el límite. Su trasero se alzaba como una ofrenda callada al lente, redondo, pesado, vivo. Me agaché un poco, manteniendo la cámara cerca del suelo para atrapar esa curva perfecta, esa sombra sutil que nacía entre sus muslos.
—Así estás perfecta… no te muevas —le dije, fingiendo calma.
El obturador sonó tres veces. Y con cada disparo, algo se deslizaba dentro de mí. Un calor lento, sabroso. No era solo deseo… era admiración cruda. Y hambre.
La segunda pose la tomó sentándose con las piernas cruzadas, espalda recta, las manos sobre las rodillas. Cerró los ojos, y por un momento, todo se detuvo. No parecía estar posando: parecía ser. El sudor aún le perlaba la frente y el pecho, y ese brillo sobre su piel morena la hacía ver como sacada de un sueño húmedo de algún dios pagano.
Caminé alrededor de ella, buscando el ángulo correcto, pero terminé frente a su torso. El top deportivo apenas podía con el peso de sus pechos, y al respirar hondo, su pecho subía con lentitud, casi provocando un accidente de tela. Tomé la foto. Luego otra. Me acerqué más, enfocando en su clavícula sudada, en su cuello alargado, en la manera en que su boca, apenas entreabierta, dejaba ver un suspiro sin voz.
La tercera pose fue la que lo cambió todo. Se colocó en lo que llaman “el perro hacia abajo”, con las manos y pies firmes en el suelo, el cuerpo formando una V invertida. Su trasero se alzó, otra vez, pero esta vez no hubo timidez. Ella ya no era la vecina amable del 32B: era una mujer hermosa, consciente de su cuerpo y de que alguien —yo— lo estaba admirando en silencio.
Me acerqué despacio. La cámara colgaba de mi cuello, y por un segundo no supe si tomar la foto o simplemente quedarme ahí, observando. Su respiración era pesada, como si lo supiera, como si ese momento, ese ángulo, ese silencio espeso entre los dos… ya no fuera solo una sesión.
—¿Así está bien? —me preguntó sin moverse, con la voz casi ronca.
Tragué saliva. El aire estaba cargado. Algo en mí tembló, y no fue la cámara.
—Sí… sí, así estás perfecta.
Y tomé la foto.
La sesión seguía, pero algo había cambiado. Aura ya no se movía como una vecina que hacía un favor: ahora lo hacía como si entendiera el efecto que su cuerpo tenía en mí… y le gustara. El sudor le recorría la espalda, bajaba lento por la línea que divide sus omóplatos, y cada vez que cambiaba de pose, ese brillo húmedo hacía que su piel pareciera arder con luz propia.
—Vamos con una más —le dije, con la voz apenas firme.
Ella se sentó sobre sus talones, el torso erguido, las manos detrás de la cabeza. Una pose de descanso, pero cargada de algo más. Algo primitivo. El top estaba mojado, pegado a su piel, delineando cada curva, cada volumen. Me agaché frente a ella, buscando la luz, y justo cuando encuadré… sucedió.
El tirante izquierdo de su top, resbalado por el sudor y la tensión, cayó por su hombro. Lento. Como si tuviera vida propia.
No dije nada. No podía. La tela cedió apenas un poco, pero lo suficiente para que la parte superior de su pecho —suave, redonda, tan perfectamente formado que dolía mirarlo— quedara expuesta. No del todo. Pero casi. La aureola asomaba, rebelde, como burlándose del pudor.
Aura lo notó. Claro que lo notó. Se quedó quieta, inmóvil. Su pecho subía y bajaba con la respiración. Me miró. No dijo ni una palabra. Solo… me miró.
Y yo supe que ese momento era un umbral. Lo cruzábamos o lo dejábamos suspenso, flotando como el vapor que llenaba el cuarto.
Mi pulgar temblaba sobre el botón de la cámara.
—¿Quieres que me lo suba? —preguntó, como quien lanza un anzuelo con miel.
Tragué saliva. Sentí que todo se apretaba por dentro: el deseo, la adrenalina, el miedo a arruinarlo todo.
—No… aún no —dije, intentando sonar profesional. Fallando.
Ella sonrió. No con burla, sino con una calma peligrosa. Como si entendiera que yo también estaba desnudo, pero por dentro. Y volvió a posar. El tirante seguía suelto, colgando como un secreto a punto de contarse. La tela bajaba con cada respiración, desafiando la gravedad, el pudor… y mi paciencia.
Disparé. Una, dos, tres fotos.
Cada clic era como un latido.
Yo sabía que debía ser cuidadoso. Que ese momento no se podía forzar. Que ella estaba jugando, sí, pero también confiando en mí. Y esa confianza, tan frágil como la tela que rozaba su pecho, era lo más valioso en esa habitación.
Y lo más peligroso.
No sé cuánto tiempo llevábamos en eso. Aura seguía moviéndose, posando, respirando hondo mientras la tela húmeda seguía desafiando la física. El tirante aún caído, su pecho a un milímetro de la exposición total, sus ojos brillando con una mezcla de nervios y picardía. Y yo… yo ya no podía más.
La cámara temblaba entre mis manos. Mis piernas igual. El deseo me había tomado por completo. Y para colmo, el pantalón comenzaba a delatarme.
La erección fue inevitable.
Insoportable.
Sabía que si me quedaba un minuto más, si tomaba una foto más, si ella me miraba otra vez con esa media sonrisa cómplice… iba a perder el control. Y no podía. No ahí. No con ella. No de esa manera.
—Creo que… que con eso es suficiente, vecina. ¡Te la rifaste! Gracias, de verdad.
Me levanté de golpe, sin darle tiempo a responder. Apagué la cámara, recogí mis cosas con torpeza y huí de su departamento como si estuviera escapando de un incendio invisible. Apenas crucé la puerta de mi depa, me apoyé contra la pared, sudando frío, el pulso desbocado, la cabeza hecha un nudo.
Esa mujer me iba a volver loco.
Esa noche, entre la confusión, el calor y el insomnio, me encerré a editar. Cada foto era una prueba de que el deseo también puede ser arte. Su cuerpo, sus gestos, la luz sobre su piel… Era una galería sensual sin caer en lo vulgar. Justo lo que necesitaba.
Las envié a la agencia.
Tres días después, me citaron.
Volví a ese estudio extraño del centro. El mismo pasillo, la misma puerta con letras doradas. Entré. Y ahí estaba Yordi, con esa sonrisa torcida y sus lentes oscuros.
—Miguelito… ¡te la rifaste, cabrón! Las fotos están de locos. Arte, erotismo, clase… me llegaron comentarios buenísimos. Mira —dijo, sacando un sobre grueso—: tu primera paga. Ocho mil baros limpios. Y eso que fue de prueba.
Lo tomé, temblando. Era real. Por fin.
—Pero escúchame bien —dijo, bajando el tono—. Queremos más. El cliente quiere ver a esa modelo en ropa interior. Dice que tiene potencial, que tiene algo que no se ve en otras. Así que si te la puedes convencer… tenemos más trabajo. Y más billete.
Me quedé en silencio. El sobre pesaba en mis manos, pero más pesado era lo que se venía: ¿Cómo le iba a pedir eso? ¿Cómo iba a lograr que posara en ropa interior sin romper esa confianza tan frágil?
Salí del estudio con el corazón en la garganta.
Aura… ¿aceptaría?
PARTE II
Toqué la puerta como si me lanzara de un paracaídas, con los nervios a tope. Por dentro, deseaba que no abriera para poder postergar este momento, pero el click del pomo se escuchó. Aura abrió la puerta.
Estaba parada con ropa casual: unos jeans ajustados que dejaban ver su escultural figura y un polo negro, también ajustado. No creo que fuera a propósito, es que su cuerpo es sincero, siempre resalta con cualquier tipo de ropa. Al verme, sonrió con una mezcla de asombro y felicidad.
—¡Holaaa, Miguel! Qué milagro. ¿Vienes a presumirme la alta calificación que sacamos en la sesión de fotos?
—Ho-hola, vecina. Sí… algo así.
Mi cara me delató. Tal vez por sincera o porque no pude fingir felicidad.
—¿Y esa cara, Miguel? Pasa, a ver, cuéntame.
Ambos pasamos a su sala y nos sentamos en sillones distintos. La casa aún olía a su perfume. Cómo adoraba ese aroma. La televisión estaba encendida. Algún K-drama en Netflix; se notaba que estaba en su momento de relax.
—Cuéntame, Miguel. ¿Qué te tiene con esa cara? ¿Reprobaste?
—No, no. Nada de eso. Fue todo lo contrario.
—Entonces, ¿por qué te veo agobiado?
—Es que… bueno. Te voy a contar y seré sincero contigo (mentira). Pero quiero pedirte un favor: escúchame completamente antes de responder, ¿ok?
—Me preocupas, Miguel. ¿Qué podría ser? Pero está bien, te escucharé.
—Mira… la última sesión que hicimos gustó mucho a mi profesor. Me dijo que tenía talento para esto. Aunque, en realidad, todo el trabajo lo hiciste tú. Eres muy buena modelo. No es algo que haya contado mucho, pero… me corrieron de mi último trabajo por recorte de personal. Mi profesor me recomendó con una agencia para trabajar como fotógrafo.
—Vaya… lamento eso. Pero es genial, ¿no? Ya tendrás trabajo y de algo que te gusta. No veo por qué te pones así.
—Sí, mira, el detalle es que me piden un portafolio para evaluar mi trabajo. Dicen que con la sesión pasada no basta, y quieren otra sesión.
—Pues mira, Miguel, no tendría problema en ser tu modelo otra vez si eso es lo que te preocupa. Me alegra ayudarte.
—Gracias… en parte, sí es ese el favor que quiero pedirte. Pero hay un detalle.
—¿Cuál es?
—Es una empresa enfocada en catálogos de ropa interior. Y… piden una sesión en ropa interior. Entiendo si no quieres. De verdad. Es que no tengo a quién más recurrir. Ya sabes… es ridículo. Le diré a mi profesor que no tomaré el trabajo. Iré a ver si en el Soriana solicitan ayudantes… no sé. Creo que esto de la fotografía no es para mí. Perdón.
Simulé irme de su casa levantándome del sillón, esperando que mi labia y manipulación funcionaran, que la lástima que provocaba moviera algo dentro de ella.
—Espera, Miguel —dijo.
—Con las fotos que tomaste, de verdad me hiciste lucir como una modelo… y quisiera ayudarte, pero posar en ropa interior no es algo que esté en mis planes. No soy ese tipo de modelo. Lo siento.
—Te entiendo, Aura. Y de verdad, perdón por proponerlo. Es que eres la única amiga que conozco. Perdón, no quiero ofenderte. Gracias de todos modos.
—Espera, aún no termino —agregó Aura—. ¿Esas fotos en lencería las van a publicar o algo así? ¿Las verá mucha gente?
—No, para nada. Solo las verá el director de la agencia para evaluarme y decidir si me da el trabajo. (Claramente era una mentira: mucha gente ya esperaba verla en ropa interior).
—Mmm… quisiera pensarlo, Miguel. ¿Cuándo tienes que entregarlas?
—El dueño de la agencia quiere ver mi trabajo antes de este fin de semana. Tomo un día en hacer las fotos y otro en editarlas. A más tardar debería tomarlas mañana. Pero de verdad, no quiero obligarte a nada.
—Vaya, eso es muy rápido, Miguel… Mmm… está bien. ¿Sabes? Tú también eres de las pocas personas con las que hablo en esta ciudad. Mira, hagamos algo.
(Sabía que podía lograrlo. Se abrió una brecha en sus defensas. Estoy a nada de conseguirlo).
—Lo que tú me digas, las condiciones que quieras. Si me ayudas a conseguir este trabajo, te juro que no te pediré nada más.
—Jaja, justo tengo unas condiciones. La sesión debe ser en mi casa y júrame que nadie más las verá. Aparte, si no me gustan las fotos, las borras y se acabó, ¿ok?
—Suena muy justo. Te juro que solo el director las verá (mentirota). Y si no te gustan, las borro. Se acaba todo.
—Ok… mañana las hacemos. Déjame asimilar esto y prepararme. Por cierto, ¿la lencería tú me la das o cómo?
—Mmm… pues podría ser con alguna que tú tengas. Es más, con la que te sientas más cómoda. No tiene que ser reveladora ni elegante.
—Rayos, Miguel… no tengo lencería muy bonita. Ahí sí te fallo, pero buscaré algo.
—Oye, Aura, muchas gracias. De verdad. Es más, con mi primer sueldo te invito a comer a un restaurante muy bonito.
—Jaja, no es necesario, Miguel. Somos vecinos y debemos apoyarnos, ¿no? Aunque… uff, vaya favorzote.
Emprendí la huida hasta mi departamento con una sonrisa y una satisfacción enorme: lo había conseguido.
Ahora todo quedaba en mis manos. Que esas fotos fueran las mejores.
Y les juro que lo serán.
Cabe mencionar que esa noche me dediqué a festejar mi logro de convencimiento pidiéndome una pizza con extra peperoni y viendo anime en AnimeFLV.
Sin embargo, no dimensionaba lo que estaba a punto de pasar. Realmente no estaba preparado. Me encerré tanto en el hecho de que ya tenía a la modelo, que no me di cuenta de lo difícil que iba a ser toda la sesión.
A la mañana siguiente, me bañé, me puse mis mejores ropitas para estar decente, tomé mi cámara, unas luces, y me dirigí al departamento de Aura.
Toqué la puerta, esta vez sin nervios y aliviado. Me recibió ella.
Aura vestía una bata de esas finas, larga y color vino. Su semblante era de nerviosismo. Ahora parecía que los papeles se habían invertido, y eso alertó todos mis sentidos.
Claro, baboso, ella todavía podía arrepentirse. No estaba del todo segura. Me enfoqué en una sola meta: hacerla sentir cómoda. No quería perder esta oportunidad.
—Hola, Aura. De verdad, mil gracias por este favor. No sabes cuánto me ayudas. No te voy a mentir… lloré toda la noche de alivio y felicidad.
(Mentira. Estuve viendo anime y tragando pizza hasta quedarme dormido.)
—Pues muy lista que digamos no, Miguel… esto es muy difícil de verdad. Para empezar… te fallé.
Esas palabras me helaron.
Demonios, se va a echar para atrás. No.
—Te fallé, Miguel. No encontré un conjunto de lencería elegante ni bonito. Me agarras en mal momento; mi guardarropa tiene tiempo que no lo cambio. Así que… escogí el que no se viera tan mal.
—Ah, no te preocupes. De verdad, con lo que decidas posar estará perfecto. Déjame hacer el resto. Te haré lucir como una modelo profesional.
—Ese es otro detalle, Miguel… no sé cómo posar. Estuve viendo videos de modelos en TikTok y todo, pero es difícil. Lo intenté, pero siento que no soy buena para esto.
—Tranquila, Aura. Yo te iré guiando. Solo son un par de fotos, y ya verás cómo luces como una profesional.
—Mmm… bueno. Está bien.
Acto seguido, nos dirigimos a su recámara.
—Está bien que sea en mi cuarto. Creo que es lo más cómodo que tengo para fotografiar… y me da confianza.
—Es perfecto, no te preocupes.
Dios, su cuarto olía más a ella. En serio… su perfume era espectacular.
Acto seguido, abrió una botella de vino y se sirvió una copa.
—Espero no te moleste que tome un incentivo para poder hacer esto, Miguel. Es que… de verdad es difícil.
—Aura, de verdad… es un gran favor el que me haces. Lo que sea necesario para que estés cómoda, hazlo. Es más —(puse mi cara más hipócrita que he puesto en mi vida)—, si en medio de la sesión te arrepientes o sientes que es mucho para ti, párame. Te juro que ahí mismo la acabamos. Sobre todo… quiero que te sientas bien.
Esas palabras derribaron los últimos muros que había en ella. Aceptó.
—Gracias, Miguel. De verdad me haces sentir más segura. Te juro que daré mi mejor esfuerzo.
Se tomó la copa de vino de un solo trago, se levantó de la cama, y agarró los dos listones que mantenían la bata cerrada. Suspiró fuerte… y me miró.
Decidida. Nerviosa.
—Hagamos esto, Miguel… antes de que me arrepienta.
Ella apretó los listones que sujetaban su bata como si, al soltarlos, dejara caer su mundo. Se aferraba a ellos. Su respiración se sentía en toda la habitación.
Intenté darle su espacio mientras acomodaba el trípode y las luces, pero debo admitirlo: algo en todo esto me estaba cautivando.
(¿Se acuerdan que les dije que no estaba preparado para esto? Pues no mentí. Me concentré tanto en que había aceptado… que no imaginé lo que estaba a punto de ver.)
En su último suspiro, dejó caer los listones y abrió la bata.
La fina tela color vino cayó rápidamente al piso.
Un movimiento instintivo de sus manos cubrió su busto, y apretó las piernas para no dejar nada expuesto.
Pero su cuerpo… su cuerpo siempre fue sincero. Y ahora, más que nunca, lo decía todo.
Sus piernas eran dos pilares griegos tallados con devoción.
Caderas amplias, tan amplias que Dios las diseñó para reproducirse.
Su vientre no era completamente plano, y eso era perfecto: una pancita leve, de esas que no molestan… al contrario, enamoran.
Y aún así, tenía una cintura delgada, de esas que te invitan a aferrarte como náufrago.
Sus pechos eran enormes, prominentes, firmes a pesar del volumen y de su edad.
Su cuello, sus hombros, su aroma…
Les juro que el perfume se sentía en el aire como un hechizo.
El brasier y las bragas que traía no eran reveladores; más bien, parecían ropa interior cómoda, blanca, sin intención alguna de ser sexy.
Pero daba igual. Su cuerpo hacía el resto.
Esos segundos de admiración fueron interrumpidos por su voz.
—¿Tan mal me veo? Te lo dije, no soy modelo… esto es un error.
—No, nada de eso, al contrario. Me da mucha pena, vecina, pero… te ves mejor que cualquier modelo. Perdón si soy atrevido, pero ni mis compañeras tienen un cuerpo tan perfecto. Y en la agencia, creo que tampoco.
—No digas eso, Miguel… me haces ponerme roja, jajaja.
Esa sonrisa rompió un poco la tensión.
—Bueno, ¿y cómo empezamos? ¿Qué hago o qué?
—Primero algo sencillo. Relájate. Piensa que estás en la playa, así… apurada. Voltea a la cámara y dame una sonrisa.
Ella hizo todo lo que le dije. Aún se le notaban los nervios, pero la pose —aunque no fuera provocativa— tenía fuerza.
Esos senos queriendo reventar el brasier, esas caderas estirando la tela hasta límites insospechados…
Tomé la foto.
—Perfecto. Vamos con otra pose. ¿Puedes acostarte en la cama y voltearme a ver?
Ella, con un poco de pena, se acostó en la cama e hizo su mejor pose.
—¿Así está bien, Miguel?
—Está excelente. Eres una modelo, se nota.
Se lo dije para aumentar su confianza.
Pero a estas alturas yo ya estaba hipnotizado por su figura. Su belleza era de otro nivel.
Las fotos quedaron de lujo, sí… pero no le hacían justicia a su presencia.
Obviamente, tomé la foto.
—Bueno, ahora… ellos van a querer ver el modelo desde todos los ángulos. ¿Podrías voltearte, por favor? La pose que sea, está bien.
Ella lo pensó un poco.
—Está bien, supongo. Pero procura que no me vea tan vulgar, por favor.
Se volteó… y empezó a posar.
Dios mío. Ese culo.
Ese enorme y perfecto culo.
Sus bragas, aunque de un modelo grande y discreto, no podían tapar nada. Ese culo era tan abundante que todo lo convertía en tanga.
La tela nacía en sus caderas y, conforme avanzaba, era devorada por esa locura de trasero.
Tardé en tomar la foto.
—Espérame… desde este ángulo te ves más elegante.
Otra mentira, claro. Solo quería más fotos de ese culo. Y debo admitirlo.
—¿Qué tal unas fotos hincada sobre la cama?
—Claro, ¿por qué no? —respondió. Ya estaba ahí.
No lo noté al principio, pero a lo largo de la sesión, ella fue ganando confianza. No era desbordante, pero el contraste con los nervios del inicio era evidente.
Se puso en posición hincada. Su semblante era otro. La pose, brutal.
La foto… era su confianza, materializada.
—Listo, ya quedó esa. Mmm… me falta una más, pero no sé qué pose estaría bien.
—¿Qué tal esta? La vi en TikTok, pero si no te gusta, no la hacemos —añadió ella.
Y… Dios mío.
Se inclinó frente a mí, sujetó uno de los tirantes de su brasier como si fuera a quitárselo, y me miró con una cara coqueta e inocente al mismo tiempo.
Dios mío. Me mató.
De por sí estuve conteniéndome toda la sesión, pero eso fue inevitable: una enorme erección se estaba formando debajo de mi pantalón.
Tomé la foto a duras penas, pero tenía que mantener la compostura.
No podía permitir que Aura notara lo que me estaba pasando.
—Muchas gracias, Aura. De verdad… no sabes cuánto me ayudas.
Empecé a desmontar todo de volada, con sumo cuidado para que ella no notara mi estado. Aquello estaba por reventar.
—¿No vas a mostrármelas? Recuerda que si no me gustan, las tienes que borrar.
Demonios. Era cierto. Puta madre.
—Cla… claro.
Tomé la cámara y me moví con cuidado, no solo por el deseo, sino por el dolor de estar así de excitado sin poder hacer nada.
Le mostré las fotos una por una.
Y conforme avanzaban, sus ojos se iluminaban. De verdad se veía como una modelo.
(Una porno… pero ella no lo sabía. Modelo al fin y al cabo.)
Yo también me estaba volviendo loco al verlas.
—Miguel, tenías razón… me veo como una modelo real. Están geniales. Las apruebo.
—Gracias, Aura. Te juro que, si consigo este trabajo, te invito a cenar.
—Jajaja, está bien.
—Ahora, perdón… pero debo irme.
Agarré todo y salí disparado de ese maldito departamento.
Ya en mi departamento… no les voy a mentir: me la jalé viendo esas fotos.
Sería una hipocresía decir que fue con delicadeza.
Para nada. Fue con urgencia, con frenesí, sentí que casi me la arranco.
Esa misma noche empecé a editarlas, pero ya era inevitable.
Estaba embelesado con ella.
Dios… es que era perfecta.
Y lo peor: ni siquiera lo sabía.
Empezó a nacer en mí un hambre…
Una necesidad de más.
Una vez editadas, mandé las fotos a la agencia.
Cuatro días después, fui a visitar al director para saber qué había pasado.
Como siempre, me recibió en su oficina.
—¡Miguel, Miguel! Ahí está mi fotógrafo favorito.
Con eso, ya me había quedado claro que iba a salir de ahí con dinero.
No es por presumir, pero si bien Aura era una modelo perfecta…
yo era un excelente fotógrafo.
Y seamos sinceros: años viendo porno entrenan el ojo más que cualquier universidad.
—¡Migueeeel! Tus fotos, hijo de perra, tus fotos volvieron locos a todos en la página.
¿Quién es tu modelo, eh? ¡Quiero contratarla y hacerle un casting! —dijo riéndose.
—Amm… no creo. Ella prefiere mantenerse en el anonimato.
(¿Anonimato? Ya la vieron medio encuerada, imbécil.)
—Y pues… solo trabaja conmigo.
—Bueno, Miguel, queremos más fotos de ella.
Pero esa lencería no revelaba nada. Mira, toma este bikini.
Es más chico. Con esto le daremos al público lo que quiere: más piel.
—¿C-cómo? ¿En bikini?
No sé… pensé que ya me pondría otra modelo…
—¡Miguel, por favor!
Hay algo aquí, ¡una oportunidad!
Mira: por esta sesión, no te vas a llevar ocho mil… te vas a llevar quince.
Y otros ocho para que tu modelo se sienta “motivada”.
¡Venga, el público la adora! Es tan natural, tan bella, tan ufff…
Es más… hasta yo me la jalé con esas fotos, con eso te digo todo.
Me sentí como puberto otra vez. ¿Qué dices?
Hijo de su puta madre.
Veinte mil por unas fotos.
Con eso vivo bien un mes.
Pero… ¿Aura querría posar en ese bikini?
Bueno… pero ya la convencí una vez. ¿Qué tal una segunda?
Sí se puede. Sí podemos.
—Está bien —le dije—. Voy a hablar con ella.
—¡Esa es la actitud, Miguel! Así se hace.
Me dio mi fajo de billetes.
Salí de esa oficina con una nueva misión en la cabeza.
Y algo dentro de mí lo sabía:
ya no había marcha atrás.
Había convertido a mi vecina en una estrella porno…
sin que se diera cuenta.
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